!Oh¡ Santa Beatriz de Silva, vos sois la hija del Dios
de la Vida, Fundadora de la Orden de la Inmaculada
Concepción. Vuestros biógrafos dicen que vos erais muy
hermosa, “la dama más bella de la corte de Castilla”.
y muchos nobles caballeros os pidieron en matrimonio,
pero vos, teníais las miras en "otro caballero". La
reina, muy celosa ordenó que os encerraran. En medio
de la oscuridad os encomendasteis con todo el corazón
a la Virgen María, tanto que la visteis, y no recordais
si con vuestros propios ojos o los de la fe. Iba vestida
de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos.
Os habló y al menos escuchasteis sus palabras de ánimo
y su consuelo. Además, os encargó fundar una Orden que
se dedicara a la honra del misterio de su Inmaculada
Concepción. Siendo el hábito de las monjas, el mismo
que Ella lucía, blanco y azul. Allí mismo vos, con mucho
amor os ofrecisteis como su servidora y os consagrasteis
y Ella, la Reina del cielo os liberó de aquella prisión.
Abandonasteis la corte e ingresasteis como seglar en el
Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Allí, en
ese retiro, permanecisteis por treinta años, durante
los cuales tuvisteis el rostro cubierto con un velo,
no como penitencia sino, en señal de consagración al
Señor, y esperasteis la hora de poder llevar a cabo la
misión que os encomendó nuestra Madre del Cielo, la Virgen
Inmaculada. No profesabais ninguna orden religiosa, ni
vivíais bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia. El
Papa Inocencio Octavo, os aprobó el Monasterio dedicado
a la Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Vuestra
Comunidad, a pesar de las dificultades continuó fiel
a vuestros primeros proyectos, junto a la perseverancia
de las primeras hermanas y el apoyo de los franciscanos.
El Papa Pío Once, confirmó vuestro culto inmemorial que
muchos os tributan y os proclamó Beata y más tarde el Papa
Pablo Sexto, os canonizó solemnemente. A vos os conocen
como “la dama del rostro velado” y “la mujer del silencio”.
¡Oh!, Santa Beatriz "vivo amor por la Inmaculada Concepción".
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Agosto
Santa Beatriz de Silva
Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción
Auto Biografía de Santa Beatriz de Silva
Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción
Mi
padre, Ruy Gómes da Silva, fue alcalde mayor de Campo Mayor y consejero
del rey D. Duarte. Mi madre, Dª Isabel de Meneses era una dama
emparentada con las casas reales de España y Portugal. De mi infancia
puedo deciros que crecí en el seno de una familia de hondas raíces
cristianas. Éramos once hermanos, criados y educados con mucho amor.
Muy
jovencita, como era costumbre en la época, me trasladé a la Corte de la
reina Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta
con D. Juan II, rey de Castilla. Permanecí en la corte de Tordesillas,
como dama de la reina varios años.
Mis
biógrafos, que me miran con buenos ojos, decían que era muy hermosa,
“la dama más bella de la corte de Castilla”. Quizás no era consciente de
ello pero mi belleza atraía las miradas de todos y despertaba cierta
admiración en quienes me trataban. Cierto es que muchos nobles
caballeros me pidieron en matrimonio, pero yo tenía las miras en otro
caballero, pero de eso os hablaré más adelante.
Creo
que por ello, la Reina, pudo contemplar en mí una rival en su
matrimonio. Dicen que sus celos le llevaron a encerrarme. Solo sé que un
día de forma inesperada para mí, me encontré dentro de un cofre en un
rincón del castillo.
En
medio de la oscuridad me encomendé con todo el corazón a la Virgen
María. Pude verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba
vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me
habló, o al menos yo pude escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo.
Me hizo un encargo que desde entonces no olvidé: fundar una Orden
dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción. El hábito
de las monjas sería el mismo que ella lucía, blanco y azul. No pude sino
ofrecerme como su servidora y consagrarme a ella. La Reina de cielo me
libró de aquella prisión.
Al
cabo de tres días salí de allí como si nada hubiera pasado. Abandoné la
corte e ingresé, como seglar o señora de piso, en el Monasterio
dominico de Santo Domingo el Real. Estuve en este retiro por espacio de
treinta años, durante los cuales permanecí con el rostro cubierto
siempre con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal
de una total consagración a mi Señor. Esperaba así la hora de poder
llevar a cabo la misión que me había encomendado mi Señora, la Virgen
Inmaculada.
Llegó
el año 1484. Fue un año grato para mi e inolvidable. Abandoné el
Monasterio de Santo Domingo y con algunas compañeras, pasamos a una casa
llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, un
regalo donado por la Reina Isabel. Sí, Isabel la Católica. Nos unía una
cierta amistad. Fue muy generosa. También nos concedió la capilla
adjunta, dedicada a Santa Fe, una santa de origen francés.
Durante
cinco años vivimos en Santa Fe. No profesamos en ninguna orden
religiosa, ni vivíamos bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia. Fue
una experiencia nueva dentro del monacato femenino de aquella época.
Finalmente a petición mía y de la Reina Isabel, nuestra valedora, el 30
de abril de 1489, conseguimos del Papa Inocencio VIII la aprobación de
un Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada Virgen
María. Era el comienzo de un camino, un divino camino. Quiso el Señor
llamarme a su lado antes de empezar a caminar por él, o quizás ya había
comenzado. Antes de marchar hacia el año 1492 pude profesar en presencia
de mis hermanas y el obispo de Toledo.
El
monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades
continuó fiel a nuestros primeros proyectos. La perseverancia de las
primeras hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que nos acompañó
desde los comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde
Toledo a otros lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511
obtuvimos regla propia. A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción
de la bienaventurada Virgen María, llegó hasta el Nuevo mundo.
El
Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos me tributaron y me
proclamó Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de
canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el 3
de octubre de 1976. Mi fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.
Soy conocida en la historia como “la dama del rostro velado” y “la mujer del silencio”.
Espero
que hayáis disfrutado con esta breve historia de mi vida que os he
compartido. Ahora son mis hijas, extendidas por todo el mundo quienes
hacen presente el Carisma que un día el Espíritu Santo me inspiró.