¡Oh!, Santa y Bendita Presentación de Jesús en el Templo;
José y María, amorosos padres que con presteza, llevasteis
a Jesús, al Templo, para con la Ley de Moisés cumplir. Y,
el día aquél, Simeón, el dulce anciano del Santo Espíritu,
lleno todo, al Niño, en sus brazos tomó, y entre candelas,
profetizó así: “Porque han visto mis ojos vuestra salvación,
la que preparasteis a la vista de todos los pueblos, luz
para iluminar a los gentiles y gloria de vuestro pueblo
Israel. Vos, estáis puesto para caída y elevación de muchos
en Israel, y para ser señal de contradicción, a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.
Y, a Vos, Señora Nuestra, os dijo: “A Vos misma, una espada
os atravesará el alma”. Y, tan luego, desde el tiempo aquél,
la “Fiesta de las Candelas”; surgió, porque, no hay, ni
habrá más luz que la de Jesús, sobre el universo todo, que
redima, como Él lo hizo, lo hace y lo hará por la eternidad;
¡oh!; Presentación de Jesús en el Templo, “vida para el mundo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de febrero
María presenta a Jesús en el Templo
Solemnidades y fiestas
Fiesta de la Presentación del Señor. Este día nos recuerda lo importante que es presentarnos, ofrecernos a Dios.
Por: Arturo López | Fuente: Catholic.net
Del Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación,
llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está
escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un
hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo
de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no
moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo
Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño
para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus
brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu
servidor muera en paz,como lo has prometido, porque mis ojos han visto
la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos:luz para
iluminar a las naciones paganasy gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será
causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se
manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la
familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud,
había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido
viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese
mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Oración introductoria
Prepara, Señor, mi corazón para que con una disposición de apertura y
docilidad te deje entrar hasta lo más íntimo de mi alma pues sé con
certeza que quien se pone en tus manos está en camino de la verdadera
felicidad.
Petición
Que me acepte, Señor, como soy para que, reconociendo tu mano en mi
creación, pueda prepararme con entusiasmo cuando me presente ante ti al
final de la batalla.
Meditación del Papa Francisco
El Evangelio viene a nuestro encuentro con una imagen muy bonita,
conmovedora y alentadora. Es la imagen de Simeón y de Ana, de quienes
nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, de san Lucas. Eran
realmente ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana que tenía 84
años. No escondía la edad esta mujer.
El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios cada día, con gran
fidelidad, desde hacía muchos años. Querían verlo precisamente ese día,
recoger los signos, intuir el inicio. Quizá estaban también un poco
resignados, ya, a morir antes: esa larga espera continuaba sin embargo
ocupando su vida, no tenían compromisos más importantes que este.
Esperar al Señor y rezar.
Y así, cuando María y José llegaron al templo para cumplir la
disposición de la Ley, Simeón y Ana se movieron impulsados, animados por
el Espíritu Santo. El peso de la edad y de la espera desapareció en un
momento. Reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una
nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios.
Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo. Ha sido un poeta en ese
momento. Y Ana se convierte en la primera predicadora de Jesús: “hablaba
del niño a quienes esperaban la redención de Jerusalén”. (Audiencia de
S.S. Francisco, 11 de marzo de 2015).
Reflexión
La presentación de Jesucristo toca el timbre de nuestra conciencia al
recordarnos lo importante que es presentarnos, ofrecernos a Dios. Este
presentarse adquiere diversos matices: primero, la donación que hacemos
de nosotros mismos a Dios al escucharle, al dejar que cada día vaya
plasmando su obra en nuestra vida. Cada alma en particular fue creada
con un fin, con una misión concreta dentro del plan providente de Dios, y
Dios quiere hablar y manifestarse en el mundo, pero necesita
voluntarios. Significa además la entrega que hacemos a todos los que
vamos encontrando en nuestro camino. ¡Cuánto puede ayudar una sonrisa!
Basta un gesto, una actitud. Por último, dicha presentación asegura,
firma un pacto, cuyo cumplimiento tendrá lugar en el momento de nuestro
abrazo definitivo con Dios, cuando cansados de nuestro peregrinar por
esta tierra, le podamos decir a Dios: ¡Valió la pena apostar por ti!
No son las grandes predicaciones, no son las grandes obras de
apostolado ni los proyectos de gran envergadura los que suscitan la
verdadera admiración de los hombres. El asombro viene cuando detrás de
todo aquello está un hombre que vive de Dios, un hombre que aprendió a
presentarse a Dios y a los demás. María Santísima es experta en llevar
nuestras obras a buen puerto. Basta una decisión libre y un entusiasmo
por lo que tenemos que hacer.
Propósito
En cinco minutos que saque de oración, pediré por aquellas personas que he conocido.
Diálogo con Cristo
Qué paz me da, Señor el ejemplo de tu Madre al ofrecerte a Dios, como
el acto de cualquier mamá que ofrece a Dios el fruto de su amor a Dios
en cada alumbramiento. Que el día cuando me presente a ti, pueda a mi
vez presentarte otras muchas almas, ganadas para ti con horas de oración
y sacrificio. Hazme comprender que cada acto de donación es una
invitación a los hombres a creer en ti.
“El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El
amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio”(Madre Teresa de Calcuta)