Oh, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, vos,
sois la hija del Dios de la vida, y su amada
santa, que, de nacimiento judía siendo,
os abrazasteis de la Cruz de Cristo, hasta
convertiros en católica. Vos, que, proveníais
de profundas raíces ateas, escatimasteis
nunca la búsqueda y esfuerzo alguno en
la verdad buscar. Y, la verdad se os presentó
hecha Carmelitana Orden, en las Carmelitas
Descalzas. Resaltasteis la unidad entre
el judaísmo y la fe católica de siempre y
el valor del sufrimiento. En el holocausto,
un aspecto del sufrimiento expiatorio, un
valor de redención para el mundo todo y,
un nexo, entre su sacrificio y la gracia visteis
para, la conversión de los judíos. En la
la Cruz Roja, como enfermera en la plena
guerra, os enlistasteis. “Ahora mi vida no
me pertenece. Todas mis energías están
al servicio del gran acontecimiento. Cuando
termine la Guerra, si es que vivo todavía,
podré pensar de nuevo en mis asuntos
personales. Si los que están en las trincheras
tienen que sufrir calamidades, porqué he
de ser yo una privilegiada?”. Dijisteis, vos.
“Ésta es la verdad”, exclamasteis, después
de leer a vuestra fundara, Teresa de Jesús. Y,
así la fenomenología, ante la gracia se rendía
para siempre. Vos, decíais: “Hay un estado
de sosiego en Dios, de total relajación de
toda actividad espiritual, en el que no se hacen
planes ningunos, no se toman decisiones
de ninguna clase y, sobre todo, no se actúa,
sino que todo el porvenir se deja a la voluntad
de Dios, se abandona uno totalmente al
“destino”. Y, descubriendo así la verdad,
os entregasteis en cuerpo y alma diciendo:
os: “Seré Católica” y lo fuiste y os bautizasteis
para siempre. Vos, escribisteis: “Mira hacia
el Crucificado. Si estás unida a él, como una
novia en el fiel cumplimiento de tus santos
votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que
se derraman. Unida a él, eres como el omnipresente.
Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos
los lugares de aflicción”. “Hay una vocación a
sufrir con Cristo y por lo tanto a colaborar en su
obra de redención. Si estamos unidos al Señor,
entonces somos miembros del Cuerpo Místico
de Cristo. Todo sufrimiento llevado en unión
con el Señor es un sufrimiento que da fruto
porque forma parte de la gran obra de redención.”
En la “Ciencia de la Cruz”, escribisteis que la Cruz,
es el camino interior de inmolación y victimazgo
en imitación al Cordero Inmolado. “Yo hablaba
con el Salvador y le decía que sabía que era su
Cruz la que ahora había sido puesta sobre el pueblo
judío. La mayoría no lo comprendían; mas aquellos
que lo sabían, deberían echarla de buena gana
sobre sí en nombre de todos. Al terminar el retiro,
tenía la más firme persuasión de que había sido
oída por el Señor. Pero dónde había de llevarme
la Cruz, aún era desconocido para mí.” Luego,
a vuestra madre superiora le escribisteis: “Querida
Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme
en holocausto al Corazón de Jesús para pedir la
verdadera paz: que la potencia del Anticristo
desaparezca sin necesidad de una nueva guerra
mundial y que pueda ser instaurado un orden nuevo.
Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche.
Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él
llamará aún a muchos más en estos días”. “¡Ven,
hagámoslo por nuestro pueblo!”. Fueron las palabras,
que pronunciasteis antes de que, vuestra alma,
al cielo volase junto a la de vuestra hermana Rosa.
“Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en
un lugar apartado, lejos de todo trato con los
hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir;
sin alegrías que me consuelen, y atormentada de
toda clase de penas y dolores. He querido que
Dios me pruebe como a sierva, después de que Él
ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter;
he querido que me visite en la enfermedad, como
me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido
que me tentase en el oprobio, como lo ha hecho con
el buen nombre que he tenido ante mis enemigos.
Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza
de tu indigna sierva.” Y, vos, así lo hicisteis, haciéndoos
mártir, para la salvación de las almas, por la liberación
de vuestro pueblo y por la conversión de Alemania,
repitiendo como vuestra madre fundadora: “No
me arrepiento de haberme entregado al Amor”.
“No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que
Sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde
el primer instante he tenido la convicción íntima
de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón:
Salve, OH Cruz, mi única esperanza”. Y partisteis,
para, coronada ser con corona de luz, por el mismo
Cristo, vuestro amado Esposo, co-patrona de toda Europa;
oh, Santa Teresa de la Cruz, luz y “mártir de amor”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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SANTA TERESA BENEDICTA DE LA
CRUZ
(EDITH STEIN)
Ver también sus escritos:
Cartas y documentos -Ed. Monte Carmelo
-El Misterio de la Navidad -Edith Stein
-Cruz: única esperanza
(EDITH STEIN)
Ver también sus escritos:
Cartas y documentos -Ed. Monte Carmelo
-El Misterio de la Navidad -Edith Stein
-Cruz: única esperanza
Judía de nacimiento, abraza la fe católica ya
siendo profesora de universidad y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas
descalzas y muere víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por Juan Pablo II
el 11 de Octubre, 1998
Consideró su conversión a la fe católica como una
conversión también hacia una mas profunda identificación con su identidad
judía. Su testimonio ilustra dos temas inseparables: La
unidad entre el judaísmo y la fe católica y el valor del sufrimiento.
“Sta. Edith Stein vio en el holocausto un aspecto
del sufrimiento expiatorio… un valor redentivo para todo el mundo (y) un vínculo
específico entre su sacrificio y la gracia especial necesaria para propiciar la
conversión de los judíos” Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa
murió con un grupo compuesto casi enteramente de judíos bautizados.
Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces
ciudad alemana de Breslau (hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a
pertenecer a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial).
Ella era la menor de los 11 hijos que tuvo el
matrimonio Stein. Sus padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran
judíos. Él murió antes de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de
cargar con la dirección del comercio y la educación de sus hijos.
Edith escribió de sí misma que de niña era muy
sensible, dinámica, nerviosa e irascible, pero que a los siete años ya empezó en
ella a madurar un temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su
inteligencia y por su capacidad de estar abierta a los problemas que la
rodean.
En plena adolescencia deja la escuela y la
religión porque no encuentra en ellas sentido para la vida. Surgen sus grandes
dudas existenciales sobre el sentido de la vida del hombre en general, y se
percata de la discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda,
motivada por un sólo principio: “estamos en el mundo para servir a la
humanidad”.
Fue una brillante estudiante de fenomenología, en
la Universidad de Gottiengen. Husserl la escoge antes que a Martín Heidegger
(uno de los filósofos más importantes del siglo XX) para ser su asistente de
cátedra. Como mujer, en la época de 1916 esto era un logro impresionante.
Partiendo de una personalidad marcada fuertemente por la determinación, la
tenacidad, terquedad y seguridad en sí misma, recibió el título de Filosofía de
la Universidad de Friburgo.
Siendo una mujer con una personalidad de alta
tensión y fuertemente pasional, así como totalmente racionalista y atea, en el
fondo mismo de su corazón, la semilla de la generosidad y servicio a la
humanidad causaba un profundo cuestionamiento existencial. Fue así que decidió
enlistarse en la Cruz Roja como enfermera durante la primera Guerra mundial. Sus
palabras fueron: “ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al
servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que vivo
todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. Si los que están en
las trincheras tienen que sufrir calamidades, porqué he de ser yo una
privilegiada?”
Todo esto revela la búsqueda de un alma buena, de
un alma que en ese momento no conocía a Dios pero que, sin embargo, ante el
sufrimiento ajeno, se hace solidaria. En 1915 recibe la “medalla al valor”.
Otras características humanas de su carácter
brillaron en ese período: su amabilidad, paz, silencio, servicio y dominio de sí
misma. Todo el mundo la quería. Dios ya estaba preparando su alma para un día
reinar en ella.
El Momento de la Conversión
En el año 1921, tras la muerte de un amigo muy
cercano, Edith decide acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también es muy
amiga suya. Edith pensaba que se iba a encontrar con una mujer totalmente
desconsolada ante la pérdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba
siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia sentir la urgencia de
dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida. En este momento de su
vida, ya vivía interiormente una cierta kenósis, pues había experimentado el
vacío de las aspiraciones de las ideas filosóficas. Éstas no eran capaces de
llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad más profunda, más completa.
Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y lagunas. Edith buscaba más.
Fue por tanto de gran impacto para ella,
encontrar que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran
paz y gran fe en Dios. Viéndola, Edith deseaba conocer la fuente de esta paz y
de esta fe.
Mientras estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a
leer la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior y su Madre
Fundadora, Santa Teresa de Jesús. Una vez que lo comienza, Edith no pudo soltar
el libro, sino que pasó toda la noche leyendo hasta terminarlo. Intelectual y
lógica como era, leía y analizaba cada página hasta que finalmente su raciocinio
se sometió a la gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón
femenino: “ésta es la verdad”.
La fenomenóloga brillante quiere rendirse a la
gracia, pero atraviesa crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se
resiste. Edith estudia incansablemente “los fenómenos” que se van sucediendo en
su alma, se apasiona por “explicar” qué es lo que pasa sin lograrlo. Esto la
lleva a tener un cansancio crónico pero que finalmente le muestra lo que es el
poder de la gracia de Dios en el alma.
Ella misma escribe: “hay un estado de sosiego en
Dios, de total relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen
planes ningunos, no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre todo, no se
actúa, sino que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se abandona uno
totalmente al “destino”. Edith ha descubierto la verdad y se entrega: Seré
Católica.
Unos pocos meses más tarde, sin más, Edith entra
en una Iglesia Católica, y después de la Santa Misa, busca al sacerdote en la
sacristía y le comunica su deseo de ser bautizada. Ante el asombro del Padre y
cuestionamiento de su preparación para recibir el sacramento y de ser iniciada
en la Fe Católica, Edith responde simplemente: ‘Haga la prueba.”
El día 1 de enero de 1922, Edith es bautizada
Católica. Añade a su nombre el de Hedwig, en honor a su amiga quien fue
instrumento en su conversión. Su bautismo es fuente de inmensas gracias. Ella
reconoce, admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo como
Católica, lejos de robarle su identidad como Judía, más bien le da cumplimiento
y un sentido más profundo. Al ser Católica se siente mas Judía; encuentra en
Jesucristo el sentido de toda su fe y vida como Judía. Este doble aspecto, crea
en Edith un corazón auténticamente reconciliador entre las dos religiones.
Después de su bautismo emergió en ella, como
fruto directo, la seguridad de su vocación a la vida religiosa.
Ella misma
escribía a su hermana Rosa en una ocasión: “Un cuerpo, pero mucho miembros. Un
Espíritu, pero muchos dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno? Ésta es la pregunta
vocacional. La misma no puede ser contestada sólo en base de auto-examen y de un
análisis de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración y en
muchos casos debe ser buscada a través de la obediencia”.
Es difícil a una mujer tan acostumbrada a la vida
independiente y con la tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero
en efecto, lo hizo.
Vida Apostólica
Edith deseaba entrar casi inmediatamente a la
vida religiosa, pero el Padre que en ese momento la aconsejaba espiritualmente,
reconociendo los dones extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando
que aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en el mundo”.
Así, Edith empieza un periodo de apostolado fecundo y de un alcance
impresionante.
Empieza a trabajar como maestra en la escuela de
formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena. Aquí establece
amistosas relaciones con varias profesoras y alumnas, amistades que durarán toda
su vida.
Además de sus clases, escribe, traduce, e imparte
conferencias. Durante estos años realizó, además de otros trabajos menores, dos
obras voluminosas: La traducción al alemán de las cartas y diarios del Cardenal
Newman, y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de
Santo Tomás de Aquino.
Este se convertirá en base fundamental para sus obras
filosóficas, escritas luego en el Carmelo.
También durante esta época, da varias
conferencias y programas radiales dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida
notablemente por sus colegas.
Aún en medio de tanta actividad apostólica, Edith
busca siempre que puede, sobre todo en Semana Santa, la soledad y la paz de la
abadía benedictina de Beuron. Su amor a la Liturgia de la Iglesia la lleva a
pasar horas en la capilla y a celebrar las diferentes horas de oración junto con
los benedictinos. Cuando más tarde debe escoger un nombre religioso, decide
agregarse el nombre de Benedicta, en reconocimiento de las muchas gracias que
recibió durante sus horas con la orden benedictina.
En 1933, las situaciones políticas en Alemania
van empeorando. El 1 de abril de 1933, el nuevo Gobierno nazi ordena a los
profesores no-arios que abandonen “de forma espontánea”, sus profesiones. Aunque
teme por la situación cada vez más precaria para los judíos, Edith y su director
espiritual reconocen que, por esta eventualidad, no hay nada que ya le impida su
entrada al Carmelo, lo cual ha sido su sueño mas constante durante los últimos
11 años. Y así, en el momento más fecundo de su profesión, Edith decide escuchar
y acceder a la voz de su corazón, abrazando la vida religiosa. La famosa y
brillante conferencista católica renuncia al mundo y voluntariamente pasa a ser
parte del anonimato por tanto tiempo anhelado.
“¡Una verdadera locura!” ¿Cómo a alguien se le
ocurre renunciar a la fama y al éxito de esa manera especialmente después de
tanta lucha? Ella, que hubiera sido nombrada “Filósofa del siglo XX” si no se
hubiese retirado… Pero Stein desapareció de la vida pública y la Orden del
Carmelo abrió sus puertas a una de las grandes pensadoras de nuestra época.
Su Familia
En este momento, sería oportuno destacar lo que
significa todo esto para la familia de Edith y sobre todo para su mamá. Más que
su profesión, y más que su trabajo a favor de la mujer y sus derechos, fue la
incomprensión de su mamá, lo que le causó un verdadero martirio interior a la
santa. Para su madre, los actos de Edith constituían una traición familiar que
no aceptaría jamás. Su madre, que nunca había comprendido su conversión al
catolicismo, sufre un duro golpe con la nueva decisión de su hija más querida de
entrar en la vida religiosa, y se niega a escuchar sus explicaciones. Edith
abraza este profundo sufrimiento que traspasó su corazón, por seguir la voluntad
de Dios, costara lo que costara.
Entrada al Convento de
Colonia
El 15 de abril de 1934, toma el hábito
carmelitano y cambia su nombre a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos quienes
traducen su nombre como Teresa “bendecida por la cruz”. Ella no ha tomado su
nombre a la ligera; ha entendido bien que abrazar la vida religiosa no tiene
otro fin que la entrega generosa del alma en la cruz, en unión con el
Crucificado, para el bien de las almas.
Ella escribe: “Mira hacia el Crucificado. Si
estás unida a él, como una novia en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es
tu sangre y Su sangre preciosa las que se derraman. Unida a él, eres como el
omnipresente. Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos los lugares de
aflicción.”
Y también: “Hay una vocación a sufrir con Cristo
y por lo tanto a colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor,
entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo sufrimiento llevado
en unión con el Señor es un sufrimiento que da fruto porque forma parte de la
gran obra de redención.”
El 21 de abril de 1935, acabado el año de
noviciado, hace su primera profesión religiosa y el 21 de abril de 1938, su
profesión solemne.
Es durante estos años que concluyó una de las más
admirables y profundas de sus obras, no ya para brillar, sino para obedecer. Se
trata de la gran obra titulada: Ser Finito y Eterno. En esta obra, Edith trata
las preguntas mas existenciales del hombre; reconoce la sed infinita que posee
el hombre de conocer la verdad y de experimentar su fruto, entendido desde la
realidad de lo eterno y lo trascendental. Y así busca unir las dos fuentes que
conducen al hombre al conocimiento de si mismo y de la verdad: la fe y la
filosofía.
Una vez mas, la situación de los judíos y de los
que los acogen o apoyan empeora. Y ante la hostilidad creciente, sobre todo
después de la famosa noche de los “Cristales Rotos” (entre el 9 y 10 de
noviembre de 1938), Edith pide trasladarse del Carmelo de Colonia para evitar
peligros a la comunidad. Es trasladada, –junto con su hermana Rosa, quien,
después de la muerte de la mamá, se había convertido al Catolicismo como Edith y
era una hermana lega de la comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.
Es aquí donde Edith empieza a escribir, en 1941,
su última y más ilustre obra: La Ciencia de la Cruz. Hecha por obediencia a sus
superiores, más que una obra intelectual, es el fruto de su propio camino
interior de inmolación y victimazgo en imitación al Cordero Inmolado. Teresa
Benedicta de la Cruz ha deseado con todo su ser, dar respuesta a la vocación de
la entrega total, hasta la Cruz. Entrega su propia vida a favor de los
pecadores, y por la liberación de su pueblo, de la situación tan horrenda que
viven bajo los nazis. El estar detrás de las puertas del Carmelo no ha acallado
las voces del sufrimiento de su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana
Teresa está profundamente preocupada por la situación del pueblo judío en
general, y ve en su entrega sacrificial la oportunidad de responder. Este deseo
creciente del ofrecimiento de sí misma como víctima por su pueblo, por la
conversión de Alemania y por la paz en el mundo, se hace cada vez más vivo. Su
modo de apostolado se había transformado en el apostolado del sufrimiento.
Ella escribe: “Yo hablaba (en una ocasión) con el
Salvador y le decía que sabía que era su Cruz la que ahora había sido puesta
sobre el pueblo judío. La mayoría no lo comprendían; mas aquellos que lo sabían,
deberían echarla de buena gana sobre sí en nombre de todos. Al terminar el
retiro, tenía la más firme persuasión de que había sido oída por el Señor. Pero
dónde había de llevarme la Cruz, aún era desconocido para mí.”
El pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor,
desea sufrir con él. “El amor desea estar con el amado.” Decidida en su vocación
a la Cruz a favor de su pueblo y de los pecadores, la Hermana Teresa hace una
petición por escrito a su Priora, pidiendo permiso para ofrecerse como
víctima:
“Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el
ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la
potencia del Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial y
que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es
medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos
más en estos días.”
Como Católica, la Hermana Teresa, vive su
realidad judía en plenitud. Es llamada a responder como respondió la Reina Ester
a favor de su pueblo. Su función consiste en interceder con toda el alma y con
una disposición total para conseguir lo que pide, incluso contando con la
posible pérdida de la vida. Pero lo hace en total unión con el ofrecimiento del
Divino Mesías. Quiere colaborar en lo que falta a la Pasión de Cristo.
Ella escribe: “Y es por eso que el Señor ha
tomado mi vida por todos. Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que
fue arrancada de su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una
pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente
grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.”
En 1942 empiezan las deportaciones de judíos.
Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan leer el mismo día un texto conjunto
de protesta en sus servicios religiosos. La Gestapo amenaza a todas las
autoridades cristianas de Holanda con extender la orden de deportación a los
judíos conversos a sus credos. Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás,
pero Pío XII se mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las iglesias
católicas de Holanda. La venganza se cumple unos días mas tarde. Las SS invaden
el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías conversas: Edith
y Rosa Stein.
No era la primera vez que la Iglesia protestaba y
sufría. Ya el día de la Pascua de 1939, la encíclica de Pío XI condenando
duramente el nazismo, se había leído desde todos los púlpitos de Alemania.
Muchos sacerdotes y católicos comprometidos habían sufrido graves
consecuencias.
Esta condenaba ocurrió antes que Francia e Inglaterra se decidieran contra Hitler.
Esta condenaba ocurrió antes que Francia e Inglaterra se decidieran contra Hitler.
Esta vez las fuerzas Nazi de Ocupación, en
retaliación por las declaraciones de los obispos católicos de Holanda en contra
de las deportaciones de los judíos, declaran a todos los católicos-judíos
“apartidas”. A la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la
comunidad del Carmelo comienza los trámites para que Edith y Rosa puedan emigrar
a Suiza, pero los intentos no dan resultado. El 2 de agosto del año 1942,
miembros de la SS se presentan en el convento y apresan a la Hermana Teresa
Benedicta de la Cruz y a su hermana Rosa para conducirlas al campo de
concentración de Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa cogió
tranquilamente a su hermana de la mano y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro
pueblo!”
Estas palabras eran eco de unas que había escrito mucho antes pero con
la misma dedicación y determinación:
“Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un
lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a
quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase de
penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a sierva, después de que Él
ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite
en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me
tentase en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante
mis enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigna
sierva.”
En la Cima de la Cruz
Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero
son trasladadas la Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de
Mersforrt. A empujones y golpes de culata las metieron en barracones llenos de
suciedad.
Tenían que dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a los
servicios tenían que ir en grupo y las vigilaban mientras los utilizaban. Los
hombres del SS se divertían colocando a las monjas contra la pared y apuntando
hacia ellas los fusiles sin el seguro. En aquella horrible situación, una gran
paz emanaba de Edith Stein.
En la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a
los prisioneros a subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte
del país. Durante este traslado, eran muchos los que morían por las asfixia y
otros se volvían locos por la desesperación. La caravana se detuvo en un lugar
descampado, y entre bosques y prados, obligaron a las 1200 personas que llevaban
a ir hacia el campo de Westerbork.
Durante toda esta trayectoria horrenda, los
prisioneros quedaban admirados ante la serenidad de Edith. Algunos de los
sobreviventes dan testimonio de la paz interior de la santa:
“Las lamentaciones en el campamento, y el
nerviosismo en los recién llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una
parte a otra, entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un
ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus hijos
durantes días. Edith se ocupaba inmediatamente de los pequeños, los lavaba,
peinaba y les buscaba alimento.”
Otro dice:
“Había una monja que me llamó inmediatamente la
atención y a la que jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos episodios
repugnantes de los que fui testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa que no
era una simple máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me
hallaba ante una persona verdaderamente grande. En una conversación dijo ella:
“El mundo está hecho de contradicciones; en último término nada quedará de estas
contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra
manera?”
Y finalmente otro:
“Tengo la impresión de que ella pensaba en el
sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, –por eso estaba bastante
tranquila, demasiado tranquila, diría yo–, sino en el sufrimiento que aguardaba
a los demás.
Cuando yo quiero imaginármela mentalmente sentada en el barracón,
todo su porte externo despierta en mí la idea de una Pietá sin Cristo.”
Después de varios tormentos y humillaciones
indescriptibles, el 7 de agosto, apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto
con unos mil judíos, son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz.
Llegan al campo de concentración el mismo 9 de agosto y los prisioneros son
conducidos inmediatamente a la cámara de gas.
Es ahí donde Edith encuentra la
culminación de su ofrecimiento como Esposa de Cristo. Muere como mártir,
ofreciéndose como holocausto para la salvación de las almas, por la liberación
de su pueblo y por la conversión de Alemania. Con la oración de un Padrenuestro
en los labios, Edith da el sentido mas pleno a su vida, entregándose por todos,
por amor…
Sin duda podemos declarar que la vida de Teresa
fue bendecida por la Cruz. Con su vida, la Hermana
Teresa repite las palabras de
su gran madre espiritual, Sta Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme
entregado al Amor.”
Edith Stein fue canonizada como mártir en 1998
por el Papa Juan Pablo II, quien le dio el titulo de “mártir de amor”. En
octubre de 1999, fue declarada co-patrona de Europa.
Su último testamento
El telegrama que Edith había enviado a la Priora
de Echt antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: “No se
puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de
la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he
dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza”.
_______________
Sta. Teresa Benedicta de la Cruz… Ruega
por nosotros!
De los escritos espirituales de Santa
Teresa Benedicta de la Cruz
(Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126)
(Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126)
Ave Crux, spes unica
“Te saludamos, Cruz santa, única
esperanza nuestra” Así lo decimos en la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo
dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de Nuestro Señor
Jesucristo.
El mundo está en llamas: la lucha
entre Cristo y el Anticristo ha comenzado abiertamente, por eso si te decides en
favor de Cristo, ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la
vida.
Contempla al Señor que ante ti cuelga
del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de Cruz.
Él vino al mundo no para hacer su
voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del
Crucificado debes
renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir
la voluntad de Dios.
Frente a ti el Redentor pende de la
Cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quienquiera seguirlo
debe renunciar a toda posesión terrena.
Ponte delante del Señor que cuelga de
la Cruz, con corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su corazón con el
fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de
vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de
toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.
El mundo está en llamas: el incendio
podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se
alza la cruz, incombustible. La cruz es el camino que conduce de la tierra al
cielo.
Quien se abraza a ella con fe, amor y
esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la
Trinidad.
El mundo está en llamas: ¿Deseas
apagarlas? Contempla la cruz: del Corazón abierto brota la sangre del Redentor,
sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel
observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán
sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta
los confines de la tierra.
Gracias al poder de la cruz puedes
estar presente en todos los lugares del dolor a donde te lleve tu caridad
compasiva, una caridad que dimana del Corazón Divino, y que te hace capaz de
derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y
redimir.
El Crucificado clava en ti los ojos
interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con Él la
alianza? Tú sólo tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única
esperanza!
RESPONSORIO 1Co 1,
24b
R. Nosotros predicamos a Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; * Pero para
los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de
Dios.
V. El deseo de mi corazón y mi
plegaria pidiendo su salvación suban hasta el Señor. * Pero para los
llamados.
(www.corazones.org)
(www.corazones.org)