¡Oh!, San Pacomio, vos, sois el hijo del Dios de la
Vida, su Abad y santo, que, siendo ermitaño y con
vuestras mortificaciones de abstinencia, ayuno
y vigilia, en práctica, pusisteis el “Evangelio vivo”
de Jesús, educando así, a vuestros monjes a la
vida en común en vuestra “koinonía”, imitando a los
santos apóstoles del Dios vivo y eterno de Jerusalén.
Vuestra vida, humilde y ascética la entregasteis
a la gente de vuestro tiempo con exquisito amor. Las
arenas del desierto, saben de vos, incluso “la voz
misteriosa” que, en la helada noche, escuchasteis
y os invitó a quedaros en aquél lugar, por siempre.
Vos, iniciador de la vida en común sois, donde el
amor, la disciplina y la autoridad reemplazó a la
anarquía de los anacoretas. Así, dejasteis vuestra
huella esparcida en el desierto, y donde quiera que
vuestra tumba esté, vuestro discípulo Teodoro,
escondió vuestros restos, tal y como os lo dijisteis
para evitar que sobre ella, se edificara una iglesia,
porque no os considerabais un mártir. Despreocupaos
porque Dios, ya os premió con justicia, coronándoos
de luz como premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San Pacomio, “viva Koinonía del Dios Vivo y eterno”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Vida, su Abad y santo, que, siendo ermitaño y con
vuestras mortificaciones de abstinencia, ayuno
y vigilia, en práctica, pusisteis el “Evangelio vivo”
de Jesús, educando así, a vuestros monjes a la
vida en común en vuestra “koinonía”, imitando a los
santos apóstoles del Dios vivo y eterno de Jerusalén.
Vuestra vida, humilde y ascética la entregasteis
a la gente de vuestro tiempo con exquisito amor. Las
arenas del desierto, saben de vos, incluso “la voz
misteriosa” que, en la helada noche, escuchasteis
y os invitó a quedaros en aquél lugar, por siempre.
Vos, iniciador de la vida en común sois, donde el
amor, la disciplina y la autoridad reemplazó a la
anarquía de los anacoretas. Así, dejasteis vuestra
huella esparcida en el desierto, y donde quiera que
vuestra tumba esté, vuestro discípulo Teodoro,
escondió vuestros restos, tal y como os lo dijisteis
para evitar que sobre ella, se edificara una iglesia,
porque no os considerabais un mártir. Despreocupaos
porque Dios, ya os premió con justicia, coronándoos
de luz como premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San Pacomio, “viva Koinonía del Dios Vivo y eterno”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Mayo
San Pacomio
Abad
La extraordinaria vida de los ermitaños, con sus
mortificaciones a veces exageradas y con aquella especie de
encarnizamiento en sobrecargarse de abstinencias, ayunos, vigilias, era
verdaderamente la traducción práctica del Evangelio. Su soledad podía de
hecho tapar el engaño de sus extravagancias y de su orgullo.
Para eliminar este peligro un monje egipcio del siglo IV, San
Pacomio, tuvo la idea de una nueva forma de monaquismo: el cenobitismo, o
la vida en común, donde la disciplina y la autoridad reemplazaba la
anarquía de los anacoretas.
Educó a sus monjes a la vida en común, constituyendo, poco lejos de
las riberas del Nilo, la primera “koinonía”, una comunidad cristiana, a
imitación de la fundada por los apóstoles en Jerusalén, basada en la
comunión en la oración, en el trabajo y en el alimento y concretada en
el servicio recíproco. El documento fundamental que regulaba esta vida
era la Sagrada Escritura, que el monje aprendía de memoria y recitaba en
voz baja durante el trabajo manual. Esta era también la forma principal
de oración: un contacto con Dios mediante el sacramento de la Palabra.
San Pacomio nació en el Alto Egipto el año 287, de padres paganos.
Enrolado a la fuerza en el ejército Imperial a la edad de 20 años, acabó
en prisión en Tebas con todos los reclutas. Protegidos por la
oscuridad, por la noche los cristianos les llevaban un poco de alimento.
El gesto de los desconocidos conmovió a Pacomio, quien preguntó quién
los incitaría a traer esto. “El Dios de los cielos” fue la respuesta de
los cristianos. Aquella noche Pacomio rezó al Dios de los cristianos que
lo liberara de las cadenas, prometiéndole a cambio dedicar su propia
vida a su servicio.
Tan pronto recobró su libertad cumplió el voto uniéndose a una
comunidad cristiana de una aldea del sur, la actual Kasr-es-Sayad en
donde tuvo instrucción necesaria para recibir el bautismo.
Por algún tiempo llevó una vida de asceta entregándose al servicio de
la gente del lugar, después se puso por siete años bajo la guía de un
monje anciano, Palamone. Durante un paréntesis de soledad en el desierto
una voz misteriosa lo invitó a establecer su residencia en aquel lugar,
al cual después habrían llegado numerosos discípulos. A la muerte de
Pacomio, los monasterios masculinos eran nueve, más uno femenino.
Del santo se desconoce el lugar de la sepultura, pues en su lecho de
muerte dijo al discípulo Teodoro que escondiera sus restos para evitar
que sobre su tumba edificaran una iglesia, a imitación de los
“martyrion” o capillas construidas en las tumbas de los mártires.
(http://es.catholic.net/santoraldehoy/)