18 marzo, 2015

San Cirilo de Jerusalén

  


¡Oh!, San Cirilo de Jerusalén; vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo. Aunque la vida por destierro tuvisteis, a nuestra
Iglesia, defenderla supisteis de cuanto hereje e impío se os cruzó
por el camino. Aunque os llamaban “hereje”, San Hilario, el defensor
del dogma de la Santísima Trinidad, os tuvo como amigo, y San
Atanasio, el defensor de la divinidad de Jesucristo, os profesaba
una amistad especial. No en vano, el Concilio de Constantinopla, os
llamó “valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes
que niegan las verdades de nuestra religión”. En “Catequesis”, vuestros
sermones, la penitencia, el pecado, el bautismo y el Credo, los disteis
a conocer en reflexiones sencillas y profundas. Nuestra Santa
Eucaristía, amasteis en la que vos, teníais la certeza de la real y
verdadera presencia de Jesucristo, Nuestro Señor. “Hagan de su mano
izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a
recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de
hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino
que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los
pedacitos de Hostia Consagrada”. Recomendabais vos, al recibo del
Cuerpo de Cristo. Al volver de vuestro último destierro de once años,
encontrasteis a Jerusalén llena de vicio, desorden y división. Así,
con todo, os dedicasteis con fuerza, a que las gentes volviesen al
fervor y a la paz, y a hacer de que las que se habían alejado de la
Iglesia, volviesen a ella. Y, así, y luego de haber gastado vuestra
vida, en buena lid, un día, voló vuestra alma al cielo, para ser
coronada de luz, como justo premio a vuestro increíble amor;
¡oh!, San Cirilo de Jerusalén, “defensor de la Iglesia de Cristo Jesús”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Marzo
San Cirilo de Jerusalén
Doctor de la Iglesia
Año 386

San Cirilo nació cerca de Jerusalem y fue Arzobispo de esa ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. 5 veces fue desterrado: tres por los de extrema izquierda y dos por los de extrema derecha.

Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del otro.

Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama “valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión”.

Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalem para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.

El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalem para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.

San Cirilo de Jerusalem se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman “Catequesis”. Son 18 sermones pronunciados en Jerusalem, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.

En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí esta presente en la Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les aconseja: “Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de Hostia Consagrada”.

Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalem llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.

A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386. En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.