Oh, San Gabriel de la Dolorosa;
vos, sois, el hijo del Dios de la vida
y el hombre aquél, que, vivíais
con desmedido apego a la mundana
vida y que, al mismo tiempo la luz,
buscabais y, la luz se marchaba de
vos, como se aleja del día, cuando
la cubren las sombras. Y, entonces
vuestras pasiones, a atacaros volvían
y aquella Voz, la oíais una y otra vez,
y os pedía insistente, que no la
rechazarais y, os invitaba a su regazo.
Y, un día, os dejasteis llevar, y cual
manso corderito, marchasteis por
fin, hasta haceros esclavo, nunca
más del mal, sino, de la virtud y de
la verdad que es Dios, por obra de
vuestra devoción a Nuestra Señora.
"Yo creo que si yo hubiera permanecido
en el mundo no habría conseguido la
salvación de mi alma. ¿Dirás que me
divertí bastante? Pues de todo ello no
me queda sino amargura, remordimiento
y temor y hastío. Perdóname si te di
algún mal ejemplo y pídele a Dios que
me perdone también a mí”. Escribisteis
vos, a un viejo amigo, sacerdote siendo.
Y, vos, ya veis, como Dios, os premió
con justo premio, coronándoos de luz;
oh, San Grabriel de la Dolorosa, santo.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Febrero
San Gabriel de la Dolorosa
(año 1862)
El bailarín que llegó a la santidad. Nació en Asís (Italia) en 1838.
Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo entre 13
hermanos. Su padre trabajaba como juez de la ciudad.
A los 4 años quedó huérfano de madre. El papá, que era un excelente católico,
se preocupó por darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir
dominando su carácter fuerte que era muy propenso a estallar en arranques de ira
y de mal genio.
Tuvo la suerte de educarse con dos comunidades de excelentes
educadores: los Hermanos Cristianos y los Padres Jesuitas; y las
enseñanzas recibidas en el colegio le ayudaron mucho para resistir los ataques
de sus pasiones y de la mundanalidad.
El joven era sumamente esmerado en vestirse a la última moda. Y sus
facciones elegantes y su fino trato, a la vez que su rebosante alegría y la gran
agilidad para bailar , lo hacían el preferido de las muchachas en las fiestas.
Su lectura favorita eran las novelas, pero le sucedía como en otro tiempo a San
Ignacio, que al leer novelas, en el momento sentía emoción y agrado, pero
después le quedaba en el alma una profunda tristeza y un mortal hastío y
abatimiento. Sus amigos lo llamaban “el enamoradizo”. Pero los amores mundanos
eran como un puñal forrado con miel”. Dulces por fuera y dolorosos en el
alma.
En una de las 40 cartas que de él se conservan, le escribe a un antiguo
amigo, cuando ya se ha entrado de religioso: “Mi buen colega; si quieres
mantener tu alma libre de pecado y sin la esclavitud de las pasiones y de las
malas costumbres tienes que huir siempre de la lectura de novelas y del asistir
a teatros donde se dan representaciones mundanas. Mucho cuidado con las
reuniones donde hay licor y con las fiestas donde hay sensualidad y huye siempre
de toda lectura que pueda hacer daño a tu alma. Yo creo que si yo hubiera
permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que
me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento
y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me
perdone también a mí”.
Al terminar su bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios
universitarios, Dios lo llamó a la conversión por medio de una grave
enfermedad. Lleno de susto prometió que si se curaba de aquel mal, se
iría de religioso. Pero apenas estuvo bien de salud, olvidó su promesa y siguió
gozando del mundo.
Un año después enferma mucho más gravemente. Una laringitis que trata
de ahogarlo y que casi lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la intercesión
de un santo jesuita martirizado en las misiones y promete irse de religioso, y
al colocarse una reliquia de aquel mártir sobre su pecho, se queda dormido y
cuando despierta está curado milagrosamente. Pero apenas se repone de su
enfermedad empieza otras vez el atractivo de las fiestas y de los
enamoramientos, y olvida su promesa. Es verdad que pide ser admitido
como jesuita y es aceptado, pero él cree que para su vida de hombre tan mundano
lo que está necesitando es una comunidad rigurosa, y deja para más tarde el
entrar a una congregación de religiosos.
Estalla la peste del cólera en Italia. Miles y miles de personas van muriendo
día por día. Y el día menos pensado muere la hermana que él más quiere.
Considera que esto es un llamado muy serio de Dios para que se vaya de
religioso. Habla con su padre, pero a éste le parece que un joven tan
amigo de las fiestas mundanas se va a aburrir demasiado en un convento y que la
vocación no le va a durar quizá ni siquiera unos meses.
Pero un día asiste a una procesión con la imagen de la Virgen Santísima.
Nuestro joven siempre le ha tenido una gran devoción a la Madre de Dios (y
probablemente esta devoción fue la que logró librarlo de las trampas del mundo)
y en plena procesión levanta sus ojos hacia la imagen de la Virgen y ve
que Ella lo mira fijamente con una mirada que jamás había sentido en su vida.
Ante esto ya no puede resistir más. Se va a donde su padre a rogarle que lo deje
irse de religioso. El buen hombre le pide el parecer al
confesor de su hijo, y recibida la aprobación de este santo sacerdote, le
concede el permiso de entrar a una comunidad bien rígida y rigurosa, los Padres
Pasionistas.
Al entrar de religioso se cambia el nombre y en adelante se llamará
Gabriel de la Dolorosa. Gabriel, que significa: el que lleva mensajes de Dios. Y
de la Dolorosa, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los
siete dolores o penas que sufrió la Virgen María. Desde entonces será
un hombre totalmente transformado.
Gabriel había gozado siempre de muchas comodidades en la vida y le
había dado gusto a sus sentidos y ahora entra a una comunidad donde se ayuna y
donde la alimentación es tosca y nada variada. Los primeros meses sufre un
verdadero martirio con este cambio tan brusco, pero nadie le oye jamás una
queja, ni lo ve triste o disgustado.
Gabriel lo que hacía, lo hacía con toda el alma. En el mundo se había
dedicado con todas sus fuerzas a las fiestas mundanas, pero ahora, entrado de
religioso, se dedicó con todas las fuerzas de su personalidad a cumplir
exactamente los Reglamentos de su Comunidad. Los religiosos se quedaban
admirados de su gran amabilidad, de la exactitud total con la que cumplía todo
lo que se le mandaba, y del fervor impresionante con el que cumplía sus
prácticas de piedad.
Su vida religiosa fue breve. Apenas unos seis años. Pero en él se cumple lo
que dice el Libro de la Sabiduría: “Terminó sus días en breve tiempo,
pero ganó tanto premio como si hubiera vivido muchos años”.
Su naturaleza protestaba porque la vida religiosa era austera y
rígida, pero nadie se daba cuenta en lo exterior de las repugnancias casi
invencibles que su cuerpo sentía ante las austeridades y penitencias. Su
director espiritual sí lo sabía muy bien.
Al empezar los estudios en el seminario mayor para prepararse al sacerdocio,
leyó unas palabras que le sirvieron como de lema para todos sus estudios, y
fueron escritas por un sabio de su comunidad, San Vicente María Strambi. Son las
siguientes: “Los que se preparan para ser predicadores o catequistas,
piensen mientras estudian, que una inmensa cantidad de pobres pecadores les
suplica diciendo: por favor: prepárense bien, para que logren llevarnos a
nosotros a la eterna salvación”. Este consejo tan provechoso lo incitó
a dedicarse a los estudios religiosos con todo el entusiasmo de su espíritu.
Cuando ya Gabriel está bastante cerca de llegar al sacerdocio le
llega la terrible enfermedad de la tuberculosis. Tiene que recluirse en la
enfermería, y allí acepta con toda alegría y gran paciencia lo que Dios ha
permitido que le suceda. De vómito de sangre en vómito de sangre, de ahogo en
ahogo, vive todo un año repitiendo de vez en cuando lo que Jesús decía en el
Huerto de los Olivos: “Padre, si no es posible que pase de mí este cáliz de
amargura, que se cumpla en mí tu santa voluntad”.
La Comunidad de los Pasionistas tiene como principal devoción el
meditar en la Santísima Pasión de Jesús. Y al pensar y repensar en lo que Cristo
sufrió en la Agonía del Huerto, y en la Flagelación y coronación de espinas, y
en la Subida al Calvario con la cruz a cuestas y en las horas de mortal agonía
que el Señor padeció en la Cruz, sentía Gabriel tan grande aprecio por los
sufrimientos que nos vuelven muy semejantes a Jesús sufriente, que lo soportaba
todo con un valor y una tranquilidad impresionantes.
Pero había otra gran ayuda que lo llenaba de valor y esperanza, y era su
fervorosa devoción a la Madre de Dios. Su libro mariano preferido era
“Las Glorias de María”, escrito por San Alfonso, un libro que consuela mucho a
los pecadores y débiles, y que aunque lo leamos diez veces, todas las veces nos
parece nuevo e impresionante. La devoción a la Sma. Virgen llevó a Gabriel a
grados altísimos de santidad.
A un religioso le aconsejaba: “No hay que fijar la mirada en rostros
hermosos, porque esto enciende mucho las pasiones”. A otro le decía: “Lo que más
me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el
recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están
oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea
regalar a otro un vaso de agua”.
Y el 27 de febrero de 1862, después de recibir los santos sacramentos
y de haber pedido perdón a todos por cualquier mal ejemplo que les hubiera
podido dar, cruzó sus manos sobre el pecho y quedó como si estuviera
plácidamente dormido. Su alma había volado a la eternidad a recibir de
Dios el premio de sus buenas obras y de sus sacrificios. Apenas iba a
cumplir los 25 años.
Poco después empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y en
1926 el Sumo Pontífice lo declaró santo, y lo nombró Patrono de los Jóvenes
laicos que se dedican al apostolado.
Petición
San Gabriel de la Dolorosa: pídele a la Sma. Virgen por tantos jóvenes tan
llenos de vitalidad y de entusiasmo para que encaucen las enormes fuerzas de su
alma, no a dejarlas perderse en goces mundanos, sino a ganarse un gran premio en
el cielo dedicándose a salvar su propia alma y la de muchos más.