10 julio, 2013

Santas Rufina y Segunda



Oh, Rufina y Segunda, Santas,
vosotras, sois las hijas del Dios
de la vida, y sus amadas santas
y mártires, que, habiendo nacido
en Roma y bajo los dominios del
terrible Valeriano, perseguidor
implacable de cristianos, vuestros
novios, que se decían “cristianos”,
de su fe, apostataron en el Señor
Jesús, por miedo a la muerte. En
cambio, vosotras, no abjurasteis de
vuestra fe jamás, y os marchasteis
lejos del mundo. Y, los que, hasta
ayer os habían declarado su amor
hasta que la muerte os separara,
os denunciaron. Y, delante del
gobernador, y, con todo el amor
del mundo y con vuestros corazones
ardientes, os ratificasteis cristianas
de por vida. Y, el impío, de furia
lleno y sin juicio alguno, ordenó
que os cortaran vuestras cabezas,
pensando que, con ello, os acabarían
para siempre. Y, sí, os mataron el
cuerpo, pero jamás vuestras almas
que pronto, marcharon hacia Dios,
y Él, en su amor infinito, os coronó
con sendas coronas de luz, como
justo premio a vuestra de entrega
de amor y lealtad a Cristo Jesús;
Oh, Santas Rufina y Segunda, “luces”.


© 2013 Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Julio
Santas Rufina y Segunda
Mártires de Roma


Martirologio Romano: En la vía Cornelia, a nueve miliarios de la ciudad de Roma, santas Rufina y Segunda, mártires (s. inc.).

Etimológicamente: Rufina = Aquella de cabellera pelirroja o rojiza, es de origen latino.
Etimológicamente: Segunda = La número dos, es de origen latino
 
Un hombre llamado Nicodemo fue a visitar a Jesús de noche. De él aprendió que, a menos que no se “nazca de nuevo”, nadie puede ver las realidades de Dios.
 
La reconciliación y el perdón se cuentan entre esas limpias fuentes que abren a un nuevo nacimiento.
Esta dos chicas nacieron en Roma bajo el emperador Valeriano, que llevaría a cabo una terrible persecución contra los cristianos.
 
Eran jóvenes. Estaban prometidas con sus novios, llamados Armentario y Verino.
Ellos eran también cristianos, pero apostataron de su fe en el Señor Jesús por miedo a la muerte. Consiguieron de la autoridades el libelo, un documento especial para estos casos.
 
Pensaban que iban a hacer como ellos. Las dos chicas tuvieron que salir de Roma porque sus prometidos se pusieron muy pesados y eran un incordio continuo.
 
Se marcharon a Etri, en donde había una finca de recreo. Era un chalet a las afueras de la gran urbe.
Sus novios las descubrieron y las denunciaron ante el gobernador Aequesilao.
 
Ante su presencia, con todo el amor del mundo y naciendo de nuevo, ratificaron que eran cristianas. Y sin ningún juicio, les cortaron las cabezas tal día como hoy del año 257.