Oh; San Silvestre, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo.
Aquél que, nuevos tiempos respiró,
pues cesó, la persecución contra
los cristianos y Constantino emperador,
por la pila bautismal pasó, y su lanza
puso, a los pies de la Cruz de Cristo,
como su nueva Luz. Así, las palabras
del Dios eterno, realidad cobraron:
“que no habría rodilla alguna sobre la
faz de la tierra, que no se doblase”.
Y, así fue. Y, a vos, Silvestre, os
tocó la dicha de poder construir la
antigua Basílica de San Pedro, en el
Vaticano, y la primera Basílica de
Letrán. Y, además, el regalarnos nuestro
“Credo Niceno Constantinopolitano”,
fruto luminoso del Concilio de Nicea,
así, por vos llamado. Una pregunta
hay en el medio, que urge el hacerla:
¿Dónde estaréis ahora? ¿Dónde? Y, una
sola respuesta hay: ¡en la eternidad
de la gloria de Cristo!, corona de luz
eterna luciendo, como justo premio
a vuestra entrega de amor y fidelidad;
oh, San Silvestre, Papa I, “fe y luz”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de diciembre.
San Silvestre I
XXXIII Papa
El largo pontificado de San Silvestre (del 314 al 335) transcurrió paralelo al gobierno del emperador Constantino, época muy importante para la Iglesia que acababa de salir de la clandestinidad y de las persecuciones. Fue en ese período cuando se formó una organización eclesiástica que duraría varios siglos. En esta obra tuvo Constantino un lugar de consideración. Este, efectivamente, era el heredero de la gran tradición romana imperial y por eso se consideraba el legítimo representante de la divinidad (nunca renunció a ostentar el titulo pagano de “pontifex maximus´), y por tanto del Dios de los cristianos.
Fue él, por tanto, y no el Papa Silvestre, quien convocó en el 314 un sínodo para acabar con el cisma que había estallado en África; y fue también él quien convocó en el 325 el primer concilio ecuménico de la historia, en Nicea (Bitinia), residencia veraniega del emperador.
Al obrar asi, Constantino introdujo un método de intromisión del poder civil en los asuntos eclesiásticos que tendría desastrosas consecuencias. Pero por ahora las consecuencias fueron positivas, entre otras cosas por la buena armonia que reinaba entre el Papa Silvestre y Constantino. Este, en efecto, no ahorró sus aprobaciones y sus apoyos aún económicos para la vasta obra de construcción de edificios eclesiásticos.
Precisamente Constantino, en su calidad de “pontifex maximus”, fue quien pudo autorizar y consentir el “sacrilegium” de construir una gran basílica en honor de San Pedro sobre la colina Vaticana, después de haber parcialmente destruido o tapado el cementerio pagano, descubierto por las excavaciones ordenadas por Pio XII en 1939.
Fue también la colaboración entre el Papa Silvestre y Constantino la que permitió la construcción de otras dos importantes basilicas romanas, una en honor de San Pablo sobre la vía Ostiense, y sobre todo la otra en honor de San Juan. Inclusive, Constantino quiso manifestar su simpatía por el papa Silvestre dándole su mismo palacio lateranense, que desde entonces y por varios siglos fue la residencia de los Papas.
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