28 febrero, 2016

San Román de Condat



¡Oh!, San Román de Condat, vos sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, imitando a los cenobitas,
abrazasteis la vida eremítica y luego, llegasteis a ser
padre amoroso de numerosos monjes. Los bosques
del Jura, saben de vos, pues vivisteis como ermitaño,
llevando con vos, las “Vidas de los Padres del desierto”
de Casiano, útiles de trabajo, semillas y os abristeis
camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére.
Pasabais el día en oración, lectura espiritual y el cultivo
de la tierra. Sólo las bestias y uno que otro cazador
interrumpían vuestro retiro; pero pronto se fueron a
uniros a vos, vuestro hermano, Lupicino y uno u dos
compañeros más. Luego, llegaron varios aspirantes a
la vida eremítica, entre ellos vuestra hermana y varias
otras mujeres. Vos, y vuestros hermanos construisteis
los monasterios de Condal, Leuconne, y La Baume.
Vuestro ideal, y el de Lupicino, vuestro hermano, imitar
era a los anacoretas del oriente, y en lo posible así
fue. Jamás probaban carne, y sólo comían huevos y
leche cuando estaban enfermos. Pasaban gran parte
del día en duros trabajos manuales, vestían pieles
de animales y usaban suecos. En una época de hambre,
obtuvisteis con vuestras oraciones la multiplicación
del grano. Y, cuando vuestros monjes, a la tentación
cediendo, empezaban a pensar en abandonar la vida
santa, no os los tratabais con dureza, sino que les alentabais
a perseverar en su vocación. Hicisteis peregrinación a
Saint-Maurice de Valais, para visitar el sitio del martirio
de la Legión Tebana. En el camino, a dos leprosos
curasteis y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero
y el pueblo salieron a saludaros. Así, y luego de gastar
vuestra vida, en buena lid, voló vuestra alma al cielo,
para, coronada ser de luz, como justo premio a vuestra
entrega de amor. Y, según vuestro deseo, fuisteis
sepultado en la iglesia del convento gobernado por
vuestro hermano, San Lupicino, hasta el día de hoy;
¡oh! San San Román de Condat, “vivo amor del Dios Vivo”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Febrero
San Román de Condat  
Abad

Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los santos

Martirologio Romano: En los montes del Jura, en Francia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos cenobitas, primeramente abrazó la vida eremítica y llegó después a ser padre de numerosos monjes († 460).

Breve Biografía

A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño. Llevó consigo las “Vidas de los Padres del desierto” de Casiano, algunos útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual y el cultivo de la tierra. Al principio, sólo las bestias y uno que otro cazador turbaban su retiro; pero pronto fueron a reunírsele su hermano, Lupicino y uno o dos compañeros más. Después llegaron otros muchos aspirantes a la vida eremítica, entre ellos una hermana de san Román y varias otras mujeres.

Los dos hermanos construyeron los monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, se presentó en el monasterio y les prohibió tal innovación. Aunque el ideal de san Román y san Lupicino era imitar a los anacoretas del oriente, las diferencias de clima les obligaron a modificar ciertas austeridades. Los galos eran muy dados a los placeres de la mesa; a pesar de ello, jamás probaban los monjes la carne, y sólo comían huevos y leche cuando estaban enfermos. Pasaban gran parte del día en duros trabajos manuales, vestían pieles de animales y usaban suecos. Esto les protegía de la lluvia, pero no del cruel frío del invierno, ni de los ardientes rayos del sol en el verano, reflejados por las rocas.

San Román hizo una peregrinación al actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460. Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por su hermano, Lupicino. Este le sobrevivió cerca de veinte años, y su fiesta se celebra por separado, el 21 de marzo. La biografía latina habla sobre todo, de las austeridades de Lupicino, pero cuenta también grandes maravillas de la bondad de Román para con los monjes y de su espíritu de fe. En una época de hambre, obtuvo con sus oraciones la multiplicación del grano que quedaba en el monasterio. Cuando sus monjes, cediendo a la tentación, empezaban a pensar en abandonar la vida religiosa o la abandonaban realmente, el santo no les trataba con dureza, sino que les alentaba a perseverar en su vocación.

(https://es.catholic.net/op/articulos/61077/romn-de-condat-santo.html)