¡Oh!, San Isaías Profeta, vos sois el hijo del Dios
de la Vida, el Mensajero del Señor y como tal su
«engreído» y amado santo. Vos anunciasteis vívidamente
al «Cordero de Dios», Aquél que quita los pecados
del mundo siete siglos antes, y, por ello; a vos; os
debemos gratitud inmensa por aquella Buena Nueva
hasta hoy y, por los siglos de los siglos. Sois
además héroe nacional para Israel, por lo maravilloso
de vuestro mensaje, la elegancia de vuestro estilo,
la viveza de vuestras imagenes y la belleza literaria
de vuestras profecías que os convirtieron en un clásico
de la literatura de aquél pueblo. Vuestro modo de hablar
y comportaros os presentan como un hombre de cultura
superior. Vos, en el Capítulo seis de vuestras profecías
narráis como Dios os llamo: “Ví al Señor Dios, sentado
en un trono excelso y elevado y miles de serafines
lo alababan cantando: “Santo, Santo es el Señor Dios
de los ejercitos, llenos estan el cielo y la tierra
de Tu Gloria”. Yo me llene de espanto y exclame: “¡Ay
de mí que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio
de un pueblo pecador y mis ojos ven al Dios Todopoderoso!”.
Entonces voló hacía mí uno de los serafines, y tomando
una brasa encendida del altar la colocó sobre mis labios
y dijo: “Ahora has quedado purificado de tus pecados.”
Y oí la voz del Señor que me decía:”¿A quién enviaré?
¿Quién irá de mi parte a llevarles mis mensajes?” Yo le
dije: “¡Aquí estoy Señor, envíame a mí!”. Desde ese momento,
vos, os llevasteis a las a las gentes los mensajes de Dios,
pidiéndoles que se apartarán de su vida de pecado
y empezaran una vida agradable a Dios. Pero, como Dios
dijo: “Teniendo oídos, no querrán escuchar”, la nación
de Israel, fue llevada después presa a un país extraño.
Y, sobre Emmanuel, dijisteis así: “He aquí que la Virgen
concebirá y dará a luz a un niño al cual llamarán Dios
con nosotros”. Así avisasteis siete siglos antes, el nacimiento
de Jesús de María Virgen. También el temible rey de Nínive,
Senaquerib, atacó a Jerusalem y amenazaba con destruirla
y matar a todos, pero vos, animasteis al piadoso rey
Ezequías diciendole: “Prudencia y calma. Confíen en Dios,
que la ciudad no caera en manos de los enemigos”.Y sucedió
que al ejercito invasor le llegó una epidemia de disentería
y murieron miles y miles y el rey Senaquerib invasor, se alejó
salvándose la ciudad. Vuestro libro es el más largo de
los setenta y tres que componen la Bilbia. En él,
hallamos muchos datos de lo que será la vida del Mesías
y es la primera biografía de Jesús, escrita siete siglos
antes de que naciera nuestro Redentor. Vos, sois sin duda
alguna después de Jesucristo y del gran Moisés, el más
grande profeta de todos los siglos. Sois en grado sumo
el profeta de la «Confianza en Dios», porque vos queréis que,
aunque las situaciones de la vida sean terribles, jamás
dejemos de confiar en Dios, que llegará con su gran poder
a ayudarnos y defendernos. El Salvador que anunciasteis
viene de la familia de David, y es portador de paz y de justicia,
cuyo oficio es encender en la tierra el amor hacia Dios.
Fuisteis un genio religioso de portento, que ejercisteis
inacabable influencia en la verdadera religión y cuyos
escritos los leen y meditan hoy en todo el mundo los
que seguimos a Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y, así
luego de haber entregado en extraordiria y brillante lid
vuestra profética y santa vida, en manos del impío Manasés,
vólo vuestra alma al cielo para coronada ser con corona de luz;
¡Oh!, San Isaías Profeta, «vivo siervo del Dios de la Vida y del Amor».
© 2022 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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08 de julio
San Isaías
Profeta
Isaías fue el “profeta de la Confianza en Dios”, considerado entre los más grandes profetas porque fue él quien anunció al Mesías, es decir, quien despertó las ansias por recibir al heredero del trono de David, portador de paz y de justicia, camino verdadero para llegar a Dios, Jesús.
En el Antiguo Testamento, Isaías destaca por la riqueza de su lenguaje, expresión del llamado “siglo de oro” de la literatura hebrea; sobre todo por belleza de sus textos que resaltan la importancia de las profecías referidas al pueblo de Israel, los pueblos paganos y a los tiempos mesiánicos y escatológicos.
Isaías, cuyo nombre significa “Dios salva”, nació en Jerusalén en el año 765 A.C. y parece que perteneció a una familia aristócrata. Tanto la manera como se expresa, como la forma como se conduce a la hora de actuar, lo presentan como un hombre de una cultura y sabiduría poco comunes.
Ningún otro profeta describió con tanta claridad la figura de quien habría de ser el Redentor de la humanidad, ni nos proporciona tantos datos sobre lo que sería la vida del Mesías o enviado de Dios. Además, escribió el libro más largo de la Biblia -en las ediciones modernas suele ocupar unas 70 páginas-, y dada la penetración de sus descripciones, es posible afirmar que escribió “la primera biografía de Jesús”, 7 siglos antes de su nacimiento.
El capítulo 53 del libro de Isaías es el retrato dramático y denso de la pasión y muerte del Mesías. El Profeta logra penetrar con sus palabras el núcleo mismo del dolor que habrá de redimir a la humanidad; y cada lector se convierte, por esa profundidad que le viene del Espíritu Santo, en una suerte de testigo ocular de la Pasión y Muerte de Jesús. Los pasajes se suceden dejando en claro que los sufrimientos del Enviado de Dios serán el pago a cuenta por nuestros pecados.
Pero la magnitud de lo relatado allí no puede desvincularse de lo que Isaias expresó en el capítulo 6 de su libro profético. Allí se narra cómo Dios lo llamó -y, por extensión, cómo nos llama a todos nosotros-: “Vi al Señor Dios, sentado en un trono excelso y elevado y miles de serafines lo alababan cantando: ‘Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, llenos están el cielo y la tierra de Tu Gloria’. Yo me llené de espanto y exclamé: ‘Ay de mí que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo pecador y mis ojos ven al Dios Todopoderoso’. Entonces voló hacia mí uno de los serafines, y tomando una brasa encendida del altar la coloco sobre mis labios y dijo: ‘Ahora has quedado purificado de tus pecados’. Y oí la voz del Señor que me decía: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá de mi parte a llevarles mis mensajes?’ Yo le dije: ‘Aquí estoy Señor, envíame a mí»’.
Finalmente, según una antigua tradición judía, Isaías murió martirizado por el rey Manasés de Judá.