¡Oh!, San Simplicio, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
Papa y su amado santo que, vivisteis difíciles tiempos,
abrumado por la herejía y el error, que la Iglesia consumía.
Atendisteis especialmente al clero y procurando su reforma,
el “error” localizasteis y a la vez, propusisteis la solución
armado solo, con la verdad en la mano. Perseverasteis
para reprimir firmemente las ansias del querer, el poder y
el tener de los miembros del clero. “Quien abusa de su poder
merece perderlo”. Así, escribisteis a uno de vuestros obispos.
En vuestra diócesis os comportabais con celo y erais modelo
episcopal, entregándoos al cuidado vuestros fieles, a quienes
instruíais con fervoroso amor y paciencia. Las limosnas entre
los pobres distribuías y normas dabais para atender de manera
preferente los bautismos. Vuestra vida, austera y de oración
constante, tanto que, como monje rezabais y os mortificabais
como habitante del desierto. Dedicasteis el primer templo en
el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, sobre
el monte Esquilino. Y, así, Vuestra vida gastasteis y Dios,
os coronó con corona de luz, como premio a vuestro amor y fe;
¡oh!, San Simplicio, “la luz de la verdad en Cristo Jesús”.
Papa y su amado santo que, vivisteis difíciles tiempos,
abrumado por la herejía y el error, que la Iglesia consumía.
Atendisteis especialmente al clero y procurando su reforma,
el “error” localizasteis y a la vez, propusisteis la solución
armado solo, con la verdad en la mano. Perseverasteis
para reprimir firmemente las ansias del querer, el poder y
el tener de los miembros del clero. “Quien abusa de su poder
merece perderlo”. Así, escribisteis a uno de vuestros obispos.
En vuestra diócesis os comportabais con celo y erais modelo
episcopal, entregándoos al cuidado vuestros fieles, a quienes
instruíais con fervoroso amor y paciencia. Las limosnas entre
los pobres distribuías y normas dabais para atender de manera
preferente los bautismos. Vuestra vida, austera y de oración
constante, tanto que, como monje rezabais y os mortificabais
como habitante del desierto. Dedicasteis el primer templo en
el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, sobre
el monte Esquilino. Y, así, Vuestra vida gastasteis y Dios,
os coronó con corona de luz, como premio a vuestro amor y fe;
¡oh!, San Simplicio, “la luz de la verdad en Cristo Jesús”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Marzo
San Simplicio
Papa
San Simplicio
Papa
Natural de Tívoli, en el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos
formando parte del clero romano y sucediendo al papa san Hilario en la
Sede de Roma, en marzo del año 467.
Le toca vivir y ser Supremo Pastor en un tiempo difícil por la
herejía y la calamidad dentro de la Iglesia que aparece como inundada
por el error. En Occidente, Odaco se ha hecho dueño de Italia y es
arriano como los godos en las Galias, los de España y los vándalos en
África; el panorama no es muy consolador, no. Los ingleses aún están en
el paganismo. Para Oriente no van mejor las cosas, aunque con otros
tonos, en cuanto a la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano
Basílico favorecen la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado
ambiciosos de poder y las sedes patriarcales son una deseada presa más
que un centro de irradiación cristiana. ¡Lamentable estado general de la
Iglesia que está necesitando un buen timonel!
El nuevo papa adopta en su pontificado una actitud fundamental:
atiende preferente al clero. Procura su reforma, detectando el error y
proponiendo el remedio con la verdad sin condescendencias que lo
acaricien; muestra perseverancia firme y tesón férreo cuando debe
reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.
Modera la Iglesia que está en Oriente siendo un muro de contención
frente a las ambiciones de poder y dominio que muestra Acacio, Patriarca
de Constantinopla, cuando pretendía los derechos de Alejandría y
Antioquía. No cedió a las pretensiones del usurpador Timoteo Eluro, ni a
las del intruso Pedro el Tintorero. Defendió la elección canónica de
Juan Tabenas como Patriarca de Alejandría frente a las presiones de
Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.
Gobierna la Iglesia que está en Occidente mandando cartas a otro
Zenón -obispo de Sevilla-, encargándole rectitud y alabando su
dedicación permanente a la familia cristiana que tiene encomendada.
También escribe a Juan, Obispo de Rávena, en el 482, con motivo de
ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su poder -le dice- merece
perderle». En el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo
corregir a Gaudencio y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó
ilícitamente al tiempo que da orientaciones para distribuir los bienes
de la Iglesia y evitar abusos.
En su diócesis de Roma se comporta como modelo episcopal,
entregándose al cuidado de sus fieles como si no tuviera en sus hombros a
la Iglesia Universal. Aquí cuida especialmente la instrucción religiosa
de los fieles, facilita la distribución de limosnas entre los más
pobres y dicta normas para atender primordialmente la administración del
bautismo. Aún tuvo tiempo para dedicar el primer templo en el occidente
a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam Mariam o
iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.
También convocó un concilio para explicitar la fe ante los errores
que había difundido Eutiques, equivocándose en la inteligencia de la
verdad, pues, en su monofisismo, sólo admitía en Cristo la naturaleza
divina con lo que se llegaba a negar la Redención.
Los datos exactos de su óbito no están aún perfectamente
esclarecidos, si bien se conoce que fue en el mes de Febrero del año
483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.
Los contemporáneos del santo conocieron bien la austeridad de su vida
y su constante oración hasta el punto de afirmar que rezó como un monje
y se mortificó como un solitario del desierto. Sin esos medios su labor
de servicio a la Iglesia hubiera resultado imposible.