Oh; Santo Toribio de Mogrovejo; vos,
sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo, y aunque abrazasteis
la Cruz de Cristo en el continente
viejo; vuestro corazón extendisteis,
a la morena América, y, como si el
espíritu de San Pablo, en vos, viviese,
de palmo a palmo la recorristeis,
expandiendo la palabra del Dios vivo,
entre la gente de vuestro tiempo. Y,
sabéis vos, que no habrá dicha más
grande, que, la que Dios, os concedió,
al confirmar en la fe de Nuestro Señor
Jesús; a los que hoy, santos ya, como
vos, la gloria de los cielos comparten:
Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano
y Martín de Porres, “santo de la escoba”.
“De gozo se llenó mi corazón cuando
escuché una voz: iremos a la Casa del
Señor. Que alegría cuando me dijeron:
vamos a la Casa del Señor”. Fueron
vuestras últimas palabras. ¿Qué premio
podríais tener vos, si la tarea vuestra,
fue hecha tan perfecta? Sin duda, alguna:
¡vida eterna y corona de luz!, que lucís
hoy, como premio justo a vuestro amor y
entrega totales, que alumbran y guían;
Oh; Santo Toribio de Mogrovejo, “luz”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Abril
Santo Toribio de Mogrovejo
Arzobispo de Lima
(año 1606)
Nació en Mayorga, España, en 1538. Los datos acerca de este Arzobispo,
personaje excepcional en la historia de Sur América, producen asombro y
maravilla.
Los historiadores dicen que Santo Toribio fue uno de los regalos más
valiosos que España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo San
Ambrosio, y el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus
actuaciones a San Carlos Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.
Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del
Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus
grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo
de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a
aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las
órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una
orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía
dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de
Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de
climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros
cuadrados.
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas
sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba
en una grave situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían
muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para
excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El
arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar
fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los
reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.
Las medidas enérgica que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron
muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a
Dios, exclamando, “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro
Señor”.
Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En
la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años
y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A
veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente
fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte.
Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos miserabilísmos,
durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los
negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los
enfermos.
Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita
pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita
era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma
de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte
de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades,
en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y
confirmando.
Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los
acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.
Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus
fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca
habían visto un hombre blanco.
Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había
administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000
personas.
Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero
al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él
y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América
en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que
deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis
para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas
reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían
leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes
se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas
cumplir.
Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya
estaba levantado y repetía frecuentemente: “Nuestro gran tesoro es el momento
presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor
Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro
tiempo”.
Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos
aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de
parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó
había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía.
Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: “Váyase rapidito,
no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo
para cambiarme”.
Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los
enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud
llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la
cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de
los indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los
indígenas.
Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus
acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que
ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: “Deseo verme libre
de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con
Jesucristo”.
Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que
dice: “De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del
Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”.
Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: “En tus
manos encomiendo mi espíritu”.
Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte,
todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.
Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión.
Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a
tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de
Porres.
El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.
Y toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol,
quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para
que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos
países.