¡Oh!, San Martín de Porres, vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, y, aunque vuestro color
no fue del contento de aquella Lima virreynal, vos, el bien,
hicisteis más, que los “blancos” de aquella sociedad. Al
mundo llegasteis, y por que así lo quiso Dios, bautizado
fuisteis en la misma pila bautismal de otro santo como
vos: Santa Rosa de Lima. Barbero, curandero y ayudante
de médico erais, pues, drenabais hinchazones y tumores
con destreza. Con vuestros conocimientos a los menesterosos
y pobres ayudabais. De labriegos, soldados, caballeros
y corregidores amigo y, siempre hecho caridad contínua,
como el mismo Cristo y Nuestra Señora, que envolvió
a propios y extraños, pues vuestra persona y nombre, respeto
imponía, tanto que, arreglabais matrimonios, dirimíais
contiendas, fallabais en pleitos y reconciliabais familias.
Al Virrey y al Arzobispo aconsejabais en asuntos referidos
a la administración y a la Iglesia. Muchas veces os vieron
en éxtasis, ante el santo Crucifijo, pues devoto fiel, erais
de la Santa Eucaristía, y, jamás en vida, faltasteis a ella.
Vuestro convento, la casa de vuestra hermana y el hospital,
de pobres lo llenasteis. Todos os buscaban, curación pidiendo
y a todos, los sanabais con caseros remedios, la oración y
con el toque de vuestra mano. “La caridad tiene siempre las
puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura”. Así,
respondisteis alguna vez y en cada enfermo, veíais la figura
de vuestro Maestro, y se os partía el alma, y por ello, con
la ayuda de vuestro Arzobispo y la del Virrey, un Asilo
fundasteis, donde los atendías, los curabais, y les enseñabais
la doctrina cristiana. Abristeis, las escuelas de Huérfanos
de “La Santa Cruz”, donde los niños conocían a Jesucristo.
Dios, os concedió infinidad de gracias, como en las que,
curando estuvisteis en distintos sitios y a distancia,
dotado del poder de “bilocación”. Os hacíais azotar, hasta
derramar sangre, al igual que el otro pobre de Asís. Erais,
de perros, mulos, ratones, gatos, amigo y sanador, pues
a todos ellos los curabais, pues jamás límites pusisteis
al ejercicio de la caridad. Y, así, el día os llegó, y que, vos,
mismo, anunciasteis la fecha en la que vuestra alma,
al cielo partiría y, entonces, perdón pedisteis a los religiosos,
por vuestros “malos ejemplos” y os marchasteis de este mundo,
para coronado ser, con corona de luz, como justo premio
a vuestra entrega increíble y grande de amor y fe. ¡Aleluya!
¡Oh!, San Martín de Porres, “vivo Amor del Dios de la Vida”.
de la vida, su amado santo, y, aunque vuestro color
no fue del contento de aquella Lima virreynal, vos, el bien,
hicisteis más, que los “blancos” de aquella sociedad. Al
mundo llegasteis, y por que así lo quiso Dios, bautizado
fuisteis en la misma pila bautismal de otro santo como
vos: Santa Rosa de Lima. Barbero, curandero y ayudante
de médico erais, pues, drenabais hinchazones y tumores
con destreza. Con vuestros conocimientos a los menesterosos
y pobres ayudabais. De labriegos, soldados, caballeros
y corregidores amigo y, siempre hecho caridad contínua,
como el mismo Cristo y Nuestra Señora, que envolvió
a propios y extraños, pues vuestra persona y nombre, respeto
imponía, tanto que, arreglabais matrimonios, dirimíais
contiendas, fallabais en pleitos y reconciliabais familias.
Al Virrey y al Arzobispo aconsejabais en asuntos referidos
a la administración y a la Iglesia. Muchas veces os vieron
en éxtasis, ante el santo Crucifijo, pues devoto fiel, erais
de la Santa Eucaristía, y, jamás en vida, faltasteis a ella.
Vuestro convento, la casa de vuestra hermana y el hospital,
de pobres lo llenasteis. Todos os buscaban, curación pidiendo
y a todos, los sanabais con caseros remedios, la oración y
con el toque de vuestra mano. “La caridad tiene siempre las
puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura”. Así,
respondisteis alguna vez y en cada enfermo, veíais la figura
de vuestro Maestro, y se os partía el alma, y por ello, con
la ayuda de vuestro Arzobispo y la del Virrey, un Asilo
fundasteis, donde los atendías, los curabais, y les enseñabais
la doctrina cristiana. Abristeis, las escuelas de Huérfanos
de “La Santa Cruz”, donde los niños conocían a Jesucristo.
Dios, os concedió infinidad de gracias, como en las que,
curando estuvisteis en distintos sitios y a distancia,
dotado del poder de “bilocación”. Os hacíais azotar, hasta
derramar sangre, al igual que el otro pobre de Asís. Erais,
de perros, mulos, ratones, gatos, amigo y sanador, pues
a todos ellos los curabais, pues jamás límites pusisteis
al ejercicio de la caridad. Y, así, el día os llegó, y que, vos,
mismo, anunciasteis la fecha en la que vuestra alma,
al cielo partiría y, entonces, perdón pedisteis a los religiosos,
por vuestros “malos ejemplos” y os marchasteis de este mundo,
para coronado ser, con corona de luz, como justo premio
a vuestra entrega increíble y grande de amor y fe. ¡Aleluya!
¡Oh!, San Martín de Porres, “vivo Amor del Dios de la Vida”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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¡Oh! Martín
¡Oh, Martín!
¡Nadie como vos!
La paz de vuestra escoba
A perro, pericote y gato
En santas palomas los convirtieron
¡Pues Cristo lo puede todo!
Si aquellas criaturas
Dentro de sí supieron
Que la paz y el amor se dan
¿Cuánto más podrá el hombre
Si su corazón se abriera
Al Dios de la Vida?
¡Oh; Martín, “de la Paz y del Amor”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Noviembre
San Martín de Porres
Religioso dominico
El racismo, esa distinción que hacemos los hombres
distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan
sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la
masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta
lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente
distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y
estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos
juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.
Fue hijo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de
Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia
que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y
confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos
morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea
por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y
Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de
atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San
Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.
La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los
importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De
hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil,
dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso
maestro particular.
Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de
Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de
barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes,
extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer
de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias;
además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir
hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como
ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su
trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían
pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a
buscar alivio tanto caballeros como corregidores.
Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social
de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y
continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa
María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en
arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en
pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más
de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.
Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas
extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante
sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la
natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su
devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo,
sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.
Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la
religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario
donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los
frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que
vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le
asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien
dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone
de tablas y jergón como cama.
Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital.
Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su
trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la
oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la
salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.
Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque
en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo
en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por
motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento
anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad,
porque “la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no
tienen clausura”.
Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación
de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la
figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la
ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles,
curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios
dedicados a cultivar la tierra en Limatambo. También los dineros de don
Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de
Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a
Jesucristo.
No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios
y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.
El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre
haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro
pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que
curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a
los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso
límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al
orden cósmico.
Murió el día previsto para su muerte que había conocido con
anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple
fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos
ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega
-arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables
mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su
hábito que hubo de cambiarse varias veces.
Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.
Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.
¿Qué nos enseña su vida?
La vida de San Martín nos enseña:
A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de
atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen
servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos
ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.
A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud.
Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las
necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el
cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes,
necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios
A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la
vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu
sencillo.
A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato
amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo
merecen por ser hijos amados por Dios.
A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos…
A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.
San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de
servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera
importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que
no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y
el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.
Oración
Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más
servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera
santidad.
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