Oh, San Jerónimo, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y, el que,
la Sagrada Biblia amando, la estudiasteis,
la practicasteis y la tradujisteis para todos,
honor haciendo, al significado de vuestro
nombre: “Sagrado Nombre”. Vuestra vida,
la pasabais a Cicerón, Virgilio, Horacio,
Tácito, Homero y Platón leyendo y memorizando.
Pero, de aquél sueño luego, que sólo vos,
conocéis, dijisteis: “Nunca más me volveré a
trasnochar por leer libros paganos”. Y, así
fue, y, dicho ello, al desierto marchasteis,
a penitencias hacer por vuestros pecados.
Y, sabia decisión tomasteis, pues por obra
del Espíritu Santo, os animasteis a traducir
El Libro Sagrado, para todo el pueblo. Y,
entonces brilló la “Vulgata Latina”, en toda
la Iglesia Católica, por quince siglos.
Vuestros últimos años, en la tierra de Jesús,
vuestro amado Maestro, pasasteis y Belén,
se rindió a vuestros pies, levantando conventos
y prestando vuestra sabiduría y apoyo espiritual
a todos y a todas. “Jerónimo ¿Qué me vais
a regalar en mi cumpleaños?” Os preguntó
el Niño Jesús. Y, vos, respondisteis: “Señor
os regalo mi salud, mi fama, mi honor, para
que dispongas de todo como mejor os parezca”
Y, el Niño Jesús, os dijo: “¿Y ya no me regalas
nada más?” ¡Oh! mi amado Salvador, -exclamasteis-,
por Vos, repartí ya mis bienes entre los pobres
Por Vos, he dedicado mi tiempo a estudiar
las Sagradas Escrituras. ¿Qué más os puedo
regalar? Si quisieras, os daría mi cuerpo para
que lo quemaras en una hoguera y así poder
desgastarme todo por Vos” Y, el Divino Niño
os dijo con tierno y sublime amor: “Jerónimo:
regálame tus pecados para perdonártelos” Y,
al escucharlo, vos, de emoción llorasteis y
exclamasteis muy impresionado: “¡Loco debéis
estar de amor, cuando me pedís esto!” Y,
os disteis cuenta de que, lo que más desea
Dios, es que, le ofrezcamos los pecadores,
un corazón arrepentido, contrito y humillado.
Patrono de todos los que, enseñan a comprender
y entender las escrituras, vuestra alma voló
al cielo, dejándonos la Palabra Eterna de Dios.
Y, por ello y mucho más, coronado estáis hoy,
con corona de luz y de eternidad, como justo
premio a vuestra entrega total de amor y fe;
oh, San Jerónimo, “Palabra Eterna de Dios”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Septiembre
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor
de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con
esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano.
Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la
existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero.
Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su
residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a
traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne
doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la
Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz
del Señor (420).
Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva nombre santo, viene del
griego. El IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante en
el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe
cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está
repleto de grandes figures de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio,
Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.
Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en
Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra
literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al
dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo;
escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. A él se debe la
traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser,
con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.
Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde
va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las
hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa,
atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que
después lo siguen en la vida eremítica de Belén.
La huída de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su
deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando
reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del
desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias
verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para
Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos
amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de
la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar
sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director
de almas.
Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban
vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba,
contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un
filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo
y el alimento de una cultura espiritual y biblica. Este hombre
extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias
faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero
también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la larga lista de
los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el
De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo.
Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.
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