12 junio, 2009

Capítulo XXVI

De la elevación del espíritu libre, la cual se alcanza mejor con la oración humilde que con la lectura.

El Alma:

1. Señor, obra es de varón perfecto no entibiar nunca el ánimo en la consideración de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa de un alma libre, que no pone desordenado afecto en criatura alguna.
2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me apartes de los cuidados de esta vida, para que no me embarace demasiado en ellos; para que no me deje llevar del deleite ni de las muchas necesidades del cuerpo; para que no pierda el fruto con los muchos obstáculos y molestias del alma. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto afecto; sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu siervo, con la común maldición de los mortales; para que no pueda alcanzar la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.

3. ¡Oh, Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal, que me aparta del amor de los eternos, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima unción de tu espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.

4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la comida, la bebida, el vestido, y todas las demás cosas necesarias para sustentar el cuerpo. Concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y que no me ocupe en ello con sobrado afecto. No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más deleita; porque de otro modo la carne se rebelará contra el espíritu. Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas para que en nada me exceda.

Capítulo XXVII

El amor propio nos desvía mucho del bien eterno.

Jesucristo:
1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo; y no ser nada de ti mismo. Sabe que amor propio te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas. Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener cosa que te pueda impedir y quitar la libertad interior. Es de admirar que no te entregues a Mí de lo íntimo del corazón, con todo lo que puedes tener o desear.
2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos cuidados? Está a mi voluntad, y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello, y quisieres estar aquí o allí por tu provecho, y propia voluntad, nunca tendrás quietud, ni estarás libre de cuidados; porque en todas hay alguna falta, y en cada lugar habrá quien te ofenda.

3. Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha; sino más bien la despreciada y desarraigada del corazón. No entiendas eso solamente de las posesiones y de las riquezas; sino también de la ambición de la honra, y deseo de vanas alabanzas, todo lo cual pasa con el mundo. Importa poco el lugar, si falta el fervor del espíritu; ni durará mucho la paz buscada por de fuera, si falta el verdadero fundamento de la disposición del corazón; quiero decir, si no estuvieses en Mí, puedes mudarte, pero no mejorarte. Porque en llegando y agradando la ocasión, hallarás lo mismo que huías, y más. Oración para pedir la limpieza de corazón, y la Sabiduría celestial.

El Alma:
4. Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame esfuerzo para fortalecerme en mi interior, y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja, y para que no me lleven tras sí, tan varios deseos por cualquier cosa vil o preciosa; sino que las mire todas como pasajeras, y a mí mismo como que he de pasar con ellas. Porque nada hay permanente debajo del sol, adonde todo es vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh! ¡Cuán sabio es el que así piensa!

5. Dame, Señor, sabiduría celestial, para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todas y entender lo demás como es, según el orden de tu sabiduría. Dame prudencia para desviarme del lisonjero, y sufrir con paciencia el adversario. Porque esta es muy gran sabiduría, no moverse a todo viento de palabras, ni tampoco dar oídos a la engañosa sirena, pues así se anda con seguridad el camino del cielo.

Capítulo XXVIII

Contra las lenguas maldicientes.

Jesucristo:
1. Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión de ti, y dijeren lo que no quisieras oír. Tú debes sentir de ti peores cosas, y tenerte por el más flaco de todos. Si andas dentro de ti, no apreciarás mucho las palabras que vuelan. No es poca prudencia callar en el tiempo adverso, y volverse a mi corazón, sin turbarse por los juicios humanos.
2. No esté tu paz en la boca de los hombres; pues si pensaren de ti bien o mal, no serás por eso hombre diferente. ¿Dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria sino en Mí? Y el que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarlos, gozará de mucha paz. Del desordenado amor y vano temor, nace todo desasosiego del corazón, y la distracción de los sentidos

Capítulo XXIX
Cómo debemos llamar a Dios y bendecirle en el tiempo de la tribulación.

El Alma:

1. Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación. Yo no puedo huirla; sino que necesito acudir a Ti, para que me ayudes, y me la conviertas en provecho. Señor; ahora estoy atribulado, y no le va bien a mi corazón; sino que me atormenta mucho esta pasión. Y ¿qué diré ahora, Padre amado? Rodeado estoy de angustias. Sálvame en esta hora. Mas he llegado a este trance, para que seas Tú glorificado cuando yo estuviere muy humillado y fuere librado por Ti. Dígnate, Señor, librarme; porque yo, pobre, ¿qué puedo hacer, y adónde iré sin Ti? Dame paciencia, Señor, también en este trance. Ayúdame, Dios mío, y no temeré por más atribulado que me halle.
2. Y entre estas congojas, ¿qué diré ahora? Hágase, Señor, tu voluntad. Bien he merecido yo ser atribulado y angustiado. Aún me conviene sufrir; y ¡ojalá sea con paciencia, hasta que pase la tempestad y haya bonanza! Pues poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta tentación, y amansar su furor, porque del todo no caiga; así como antes lo has hecho muchas veces, Dios mío, misericordia mía. Y cuanto para mí es más difícil, tanto es para Ti fácil esta mudanza de la diestra del Altísimo.

Capítulo XXX
Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de recobrar la gracia.

Jesucristo:

1. Hijo, yo soy el Señor, que conforta en el día de la tribulación. Ven a Mí, cuando no te hallares bien. Lo que más impide la consolación celestial, es que muy tarde vuelves a la oración. Porque antes de orar con atención, buscas muchas consolaciones, y te recreas en lo exterior. De aquí viene que todo te aprovecha poco, hasta que conozcas que yo soy el que libro a los que esperan en Mí; y fuera de Mí no hay auxilio eficaz, consejo provechoso, ni remedio durable. Mas recobrado el aliento después de la tempestad, esfuérzate a la luz de mis misericordias; porque cerca estoy (dice el Señor) para reparar todo lo perdido, no sólo cumplida, sino abundante y colmadamente.
2. ¿Por ventura hay cosa difícil para Mí? ¿O seré yo como el que dice y no hace? ¿Dónde está tu fe? Ten firmeza y perseverancia. Sé varón fuerte y magnánimo, y a su tiempo te llegará el consuelo. Espérame, espera; Yo vendré y te curaré. Tentación es la que te atormenta, y vano temor el que te espanta. ¿Qué aprovecha el cuidado de lo que está por venir, sino para tener tristeza sobre tristeza? Bástale a cada día su molestia. Vana cosa es y sin provecho entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quizás nunca acaecerá.

3. Pero es propio de la humana flaqueza engañarse con tales imaginaciones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente del enemigo. Pues el que no cuida que sea verdadero o falso aquello con que nos burla o engaña; o si derribará con el amor de lo presente, o con el temor de lo futuro. No se turbe, pues, ni tema tu corazón. Cree en Mí, y ten confianza en mi misericordia. Cuando piensas que estás lejos de Mí, estoy más cerca de ti regularmente. Cuando piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces está cerca la ganancia del merecer. No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria. No debes juzgar como sientes ahora, ni embarazarte ni acongojarte con cualquier contrariedad que te venga, como si no hubiese esperanza de remedio.

4. No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a tiempos alguna tribulación, o te prive del consuelo deseado; porque de este modo se llega al reino de los cielos. Y sin duda te conviene más a ti, y a los demás siervos míos, ser ejercitados en adversidades, que si todo os sucediese a vuestro gusto. Yo penetro los secretos; y sé que te conviene mucho para tu bien, que algunas veces te deje desconsolado; para que no te ensoberbezcas en los sucesos prósperos, ni quieras complacerte en ti mismo por lo que no eres. Lo que yo te di, te lo puedo quitar, y volvértelo cuando me agradare.

5. Cuando te lo diere, mío es: cuando te lo quitare, no tomo cosa tuya, pues mía es cualquier dádiva buena y todo don perfecto. Si te enviare pesadumbre, o alguna contrariedad, no te indignes, ni desfallezca tu corazón. Presto puedo levantarte, y mudar toda pena en gozo. Justo soy, y digno de ser alabado, cuando así me porto contigo.

6. Si bien lo entiendes y lo miras a la luz de la verdad, nunca te debes entristecer, ni descaecer tanto por las adversidades; sino antes holgarte más y darme gracias. Y tener por único gozo el ver que afligiéndote con dolores, no te contemplo. Así como me amó el Padre, Yo os amo, dije a mis amados discípulos, los cuales no envié a gozos temporales, sino a grandes peleas; no a honras, sino a desprecios; no a ocio, sino a trabajos; no al descanso, sino a recoger grandes frutos de paciencia. Acuérdate, hijo mío, de estas palabras.

Capítulo XXXI

Del desprecio de todas las criaturas para hallar al Criador.

El Alma:
1. Señor, necesaria me es aún mayor gracia, si tengo de llegar adonde nadie ni criatura alguna me puedan embarazar. Porque mientras que alguna cosa me detiene, no puedo volar a Ti libremente. Deseaba volar libremente el que decía: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la pura intención? Y ¿quién más libre que el que nada desea en la tierra? Por eso conviene levantarse sobre todo lo criado, y olvidarse totalmente de sí mismo, elevándose, y quedando suspenso para ver que Tú, Criador de todo, no tienes semejanza con las criaturas. Y el que no se desocupare de lo criado, no podrá libremente entender en lo divino. Por esto, pues, se hallan pocos contemplativos, porque son raros los que saben desasirse del todo de las criaturas y de lo perecedero.
2. Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba sobre sí misma. Peso si no eleva al hombre levantado en espíritu y libre de todo lo criado, y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Mucho tiempo será niño y mundano el que estima alguna cosa por grande, sino solo el único, inmenso y eterno bien. Y lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe contar. Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto, y la ciencia del letrado y del estudioso clérigo. Mucho más noble es la doctrina que emana de la influencia divina, que la que se alcanza con el trabajo por el ingenio humano.

3. Se hallan muchos que desean la contemplación: pero no procuran ejercitar las cosas que para ella se requieren. Es grande impedimento fijarse en las cosas exteriores y sensibles, y descuidar la verdadera mortificación. No sé que es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que parece somos llamados espirituales, cuando tanto trabajo y solicitud ponemos en las cosas transitorias y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del todo a considerar nuestro interior.

4. ¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, nos distraemos y no escudriñamos nuestras obras con riguroso examen. Nos miramos dónde tenemos nuestras aflicciones, ni lloramos cuán manchadas están todas nuestras cosas. Toda carne había corrompido su camino, y por eso se siguió el gran diluvio. Porque nuestro afecto interior estando corrompido, es necesario que la obra que de él dimana (señal de la privación de la virtud interior) también se corrompa. Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.

5. Se examina cuanto hace alguno; pero no indagamos de cuánta virtud proceden sus acciones. Se averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen escritor, buen cantor, buen artista; pero poco se habla de cuán pobre sea de espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido. La naturaleza mira las cosas exteriores del hombre; mas la gracia se ocupa en las interiores. Aquella muchas veces se engaña, y ésta espera en Dios para no engañarse.

Capítulo XXXII

De la abnegación de sí mismo, y abdicación de todo apetito.

Jesucristo:
1. Hijo, no puedes poseer libertad perfecta, si no te niegas del todo a ti mismo. En prisiones están todos los ricos y amadores de sí mismos, los codiciosos, ociosos y vagabundos, y los que buscan siempre las cosas de gusto, y no las de Jesucristo: sino que antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de durar. Porque todo lo que no procede de Dios perecerá. Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo; deja tu apetito, y hallarás sosiego. Reflexiones bien esto; y cuando cumplieres, lo entenderás todo.
El Alma:
2. Señor, no es esta obra de un día, ni juego de niños; antes en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa.

Jesucristo:
3. Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en oyendo el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos aspirar a ellas con deseo. ¡Ojalá hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo, y estuvieses dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces me agradarías sobremanera, y toda tu vida correría gozosa y pacífica. Aún tienes mucho que dejar, que si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo que pides. Para que seas rico, te aconsejo que compres de Mí oro acendrado, esto es, la sabiduría celestial que desprecia complacencia.

4. Yo te dije que las cosas más viles al parecer humano, se deben comprar con las preciosas y altas. Porque muy vil y pequeña parece la verdadera sabiduría celestial, puesta casi en olvido entre los hombres. Ella no sabe grandezas de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra. Está en la boca de muchos, pero muy lejos de sus obras, siendo ella una perla preciosísima, escondida para los más.

Capítulo XXXIII

De la inconstancia del corazón, y que la intención final se ha de dirigir a Dios.

Jesucristo:
1. Hijo, no creas a tu deseo; pues el que ahora es, presto se te mudará en otro. Mientras vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras, porque ya te hallará alegre, ya triste, ya sosegado, ya turbado, ya devoto, ya indevoto, ya diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano. Mas el sabio bien instruido en el espíritu, es superior a estas mudanzas: no mirando lo que experimenta dentro de sí, ni de que parte sopla el viento de la instabilidad; sino a dirigir toda la intención de su espíritu al debido y deseado fin. Porque así podrá permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios casos, dirigiendo a Mí sin cesar la mira de su sencilla intención.
2. Y cuanto más pura fuere, tanto estará más constante entre las diversas tempestades. Pero en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención, porque se mira fácilmente a lo que se presenta como deleitable. Así es, que rara vez se halla quien esté enteramente libre de lunar de su propio interés. De este modo, los judíos en otro tiempo vinieron a casa de Marta y María Magdalena en Betania, no sólo por Jesús, si también para ver a Lázaro. Débense, pues, limpiar los ojos de la intención, para que sea sencilla y recta, y se enderece a Mí sin detenerse en los medios.

Capítulo XXXIV

Que Dios es para quien lo ama, más delicioso que todo, y en todo.

El Alma:
1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor dicha puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está. Mi Dios y mi todo. Al que entiende, basta lo dicho: y repetirlo muchas veces, es deleitable al que ama. Porque estando Tú presente, todo es agradable; mas estando ausente, todo fastidioso. Tú haces el corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva. Tú haces sentir bien de todo y que te alaben todas las cosas. No puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin Ti; pero si ha de agradar y gustarse de veras, conviene que tu gracia la presencie y tu sabiduría la sazone.
2. A quien Tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien? Y a quien de Ti no gusta, ¿qué le podrá agradar? Mas los sabios del mundo, y los que lo son según la carne, no tienen idea de tu sabiduría; en aquéllos se encuentra mucha vanidad, y en éstos la muerte. Pero los que te siguen, despreciando al mundo y mortificando su carne, estos son verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad a la verdad, y de la carne al espíritu. A estos es Dios sabroso, y cuanto bien hallan en las criaturas, todo lo refieren a gloria de su Criador. Pero diferente y muy diferente es el sabor del Criador y de la criatura, de la eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada.

3. ¡Oh luz perpetua, que estás sobre toda luz creada! Envía desde lo alto tal resplandor, que penetre todo lo secreto de mi corazón. Purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu y sus potencias, para que se una contigo con exceso de júbilo. ¡Oh, cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que Tú me hartes con tu presencia y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que esto no se me concediere no tendré gozo cumplido. Mas ¡ay dolor! que vive aún el hombre viejo en mí; no está del todo crucificado, ni perfectamente muerto. Aún codicia vivamente contra el espíritu; mueve guerras interiores y no consiente que esté quieto el dominio del alma.

4. Mas Tú, que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras; quebrántalas con tu virtud. Ruégote que muestres tus maravillas, y que sea glorificada tu diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a Ti, Señor Dios mío.

Capítulo XXXV

En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones.

Jesucristo:
1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque mientras vivieres, tienes necesidad de armas espirituales. Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten. Si pues no te vales del escudo de la paciencia a cada instante, no estarás mucho tiempo sin herida. Demás de esto, si no pones tu corazón fijo en Mí, con pura voluntad de sufrir por Mí todo cuanto viniere, no podrás pasar esta recia batalla, ni alcanzar la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper varonilmente con todo, y pelear con mucho esfuerzo contra lo que viniere. Porque al vencedor se da el maná, y al perezoso le aguarda mucha miseria.
2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena gana todas las cosas adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera.

3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar? Mis Santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsolaciones. Pero las sufrieron todas con paciencia y confiaron más en Dios que en sí; porque sabían que no son equivalentes todas las penas de esta vida, para merecer la gloria venidera. ¿Quieres hallar de pronto lo que muchos, después de copiosas lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor, trabaja y esfuérzate varonilmente; no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios con gran constancia.

Capítulo XXXVI

Contra los vanos juicios de los hombres.

Jesucristo:
1. Hijo, pon tu corazón fijamente en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa. Bueno es, y dichoso también padecer de esta suerte; y esto no es duro al corazón humilde que confía más en Dios que en sí mismo. Los más hablan demasiadamente, y por eso se les debe poco crédito. Y también satisfacer a todos no es posible. Aunque San Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue para todos; sin embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo.
2. Mucho hizo por la salud y edificación de los otros trabajando cuanto pudo y estaba de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y despreciasen alguna veces. Por eso lo encomendó todo a Dios, que le conoce todo, y con paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas y de los que piensan vanidades y mentiras, y las dicen como se les antoja. Y también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunas almas débiles en verle callar.

3. ¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece. Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu victoria. Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y dar a cada uno según sus obras.

Capítulo XXXVII

De la pura y entera renuncia de sí mismo para alcanzar la libertad del corazón.
Jesucristo:
1. Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio, y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará mayor gracia.

El Alma:
2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré, y en qué cosas me dejaré?

Jesucristo:
3. Siempre, y a cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo. De otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad interior y exteriormente? Cuando más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.

4. Algunos se renuncian, pero con alguna excepción no confían en Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de alguna tentación, se vuelven a sus comodidades, y por eso no aprovechan en la virtud. Estos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro ni a la gracia de mi suave familiaridad, si no se renuncian antes haciendo del todo cada día sacrificios de sí mismos, sin lo cual no están ni estarán en la unión con que se goza de mí.

5. Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate y gozarás de grande paz interior. Dalo todo por el todo: nada busques, nada exijas; está puramente y sin dudar en Mí, y me poseerás. Serás libre de corazón y no te ofuscarán las tinieblas. Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti, y vivir para Mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas, y los cuidados superfluos. Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado.

Capítulo XXXVIII

Del buen régimen en las cosas exteriores y del recurso a Dios en los peligros.
Jesucristo:
1. Hijo, con diligencia debes mirar que en cualquier lugar y en toda ocupación exterior, estés muy dentro de ti, libre y señor de ti mismo; y que todas las cosas estén debajo de ti; y no tú debajo de ellas. Para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo venal; sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y libertad de los hijos de Dios. Los cuales desprecian las cosas presentes y atienden a las eternas. Miran lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo celestial. Y no los atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas; antes ellos los atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas por Dios, e instituidas por el supremo Artífice, que no hizo cosa en lo criado sin orden.

2. Si en cualquier acontecimiento estás firme, y no juzgas de él según la apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y ver; antes luego por cualquier causa entras a lo interior, como Moisés en el tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió Moisés al tabernáculo, para determinar las dudas y dificultades, y tomó el auxilio de la oración para librar de los peligros y maldades a los hombres. A este modo debes tú entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo con eficacia el socorro divino. Por eso se lee, que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los Gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor, sino que creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.

Capítulo XXXIX

Que el hombre no sea importuno en los negocios.
Jesucristo:
1. Hijo, encomiéndame siempre tus negocios, y yo los dispondré bien y oportunamente. Espera mi voluntad, y sentirás provecho.

El Alma:
2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado. ¡Ojalá que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden venir, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad!

Jesucristo:
3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo que desea; mas cuando ya lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las aflicciones no duran mucho cerca de una misma cosa; sino que nos llevan de una cosa a otra. Por lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas pequeñas.

4. El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí es muy libre y está seguro. Mas el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos, no cesa de tentar; sino que de día y de noche pone graves asechanzas para precipitar, si pudiere, al incauto en el lazo del engaño. Velad y orad, dice el Señor, para que no entréis en tentación.

Capítulo XL

Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué alabarse.
El Alma:
1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿cómo justamente podré contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por Ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.

2. Mas Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora; porque Tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que a Ti solo se convierta y en Ti descanse mi corazón.

3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación.

4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente la gloria frívola es una verdadera peste y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti: cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras, y no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: mas de mi parte no hay qué, sino de mis flaquezas.

6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria es vanidad y necedad. ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada: a Ti sola sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

Capítulo XL

Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué alabarse.
El Alma:
1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿cómo justamente podré contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por Ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.

2. Mas Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora; porque Tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que a Ti solo se convierta y en Ti descanse mi corazón.

3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación.

4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente la gloria frívola es una verdadera peste y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti: cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras, y no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: mas de mi parte no hay qué, sino de mis flaquezas.

6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria es vanidad y necedad. ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada: a Ti sola sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

(Continuará...)

27 abril, 2009

Continuación...
Capítulo XI
Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.

Jesucristo:

1. Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no has aprendido bien. El Alma:

2. ¿Qué cosas son estas, Señor? Jesucristo:


3. Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden muchas veces, y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves por mi honra o por tu provecho. Si Yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier modo que Yo lo ordenare; pero si algo tienes escondido de amor propio, con que siempre te buscas, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava.

4. Guárdate, pues, no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin consultarlo conmigo; porque puede ser que después te arrepientas, y te descontente lo que primero te agradaba, y que por parecerte mejor lo deseaste. Porque no se puede seguir luego cualquier deseo que aparece bueno, ni tampoco huir a la primera vista toda afición que parece contraria. Conviene algunas veces reprimir el ímpetu, aun en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad en distracción del alma, y porque no causes escándalo a otros con tu indiscreción, o por la contradicción de otros te turbes luego y deslices.

5. También algunas veces conviene usar de fuerza, y contradecir varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere, sino andar más solícito, para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco y holgarse con lo sencillo, y no murmurar contra lo que es amargo.

Capítulo XII
Declárase qué cosa sea paciencia y la lucha contra el apetito.


El Alma:
1. Señor Dios, a lo que yo echo de ver, la paciencia me es muy necesaria; porque en esta vida acaecen muchas adversidades. Pues de cualquiera suerte que ordenare mi paz, no puede estar mi vida sin batalla y sin dolor. Jesucristo:

2. Así es, hijo; pero no quiero que busques tal paz, que carezca de tentaciones, y no sienta contrariedades. Antes cuando fueres ejercitado en diversas tribulaciones, y probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz. Si dijeres que no puedes padecer mucho ¿cómo sufrirás el fuego del Purgatorio? De dos males siempre se ha de escoger el menor. Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, estudia sufrir con paciencia por Dios los males presentes. ¿Piensas tú que sufren poco o nada los hombres del mundo? No lo creas, aunque sean los más regalados.

3. Pero dirás que tienen muchos deleites y siguen sus apetitos, y por esto se les da poco de algunas tribulaciones.

4. Mas aunque fuese así, que tengan cuanto quisieren, dime, ¿cuánto les durará? Mira que los muy sobrados y ricos en el siglo desfallecerán como humo; y no habrá memoria de los gozos pasados. Pues aun mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura, congoja y miedo. Porque de la misma cosa que se recibe el deleite, de allí frecuentemente reciben la pena del dolor. Justamente se procede con ellos; porque así como desordenadamente buscan y siguen los deleites, así los disfrutan con amargura y confusión. ¡Oh! ¡Cuán breves, cuán falsos, cuán desordenados y torpes son todos! Mas por estar embriagados y ciegos no discurren: sino a la manera de estúpidos animales, por un poco de deleite de la vida corruptible, caen en la muerte del alma. Por eso tú, hijo, no sigas tus apetitos y quebranta tu voluntad. Deléitate en el Señor, y te dará lo que le pidiere tu corazón.

5. Porque si quieres tener verdadero gozo, y ser consolado por Mí abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desprecio de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno, y así se te dará copiosa consolación. Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto hallarás en Mí más suaves y poderosas consolaciones. Mas no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la pelea. La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra costumbre mejor. La carne resistirá; pero la refrenarás con el fervor del espíritu. La serpiente antigua te instigará y exasperará: pero se ahuyentará con la oración, y con el trabajo provechoso le cerrarás del todo la puerta.

Capítulo XIII
De la obediencia del súbdito humilde a ejemplo de Jesucristo.

Jesucristo:

1. Hijo, el que procura sustraerse de la obediencia, él mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y murmura. Aprende, pues, a sujetarte prontamente a tu superior, si deseas tener tu carne sujeta. Porque tanto más presto se vence el enemigo exterior, cuanto no estuviere debilitado el hombre interior. No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu. Necesario es que tengas verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas muy desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.

2. Pero ¿qué mucho es que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por Dios, cuando Yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Me hice el más humilde y abatido de todos, para que vencieses tu soberbia con mi humildad. Aprende, polvo, a obedecer; aprende, tierra y lodo, a humillarte y postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tus inclinaciones, y rendirte a toda sujeción.

3. Enójate contra ti; y no sufras que viva en ti el orgullo; sino hazte tan sumiso y pequeño, que puedan todos ponerse sobre ti, y pisarte como el lodo de las calles. ¿Qué tienes, hombre despreciable, de qué quejarte? ¿Qué puedes contradecir, sórdido pecador, a los que te maltratan, pues tantas veces ofendiste a tu Criador, y muchas mereciste el infierno? Pero te perdonaron mis ojos, porque tu alma fue preciosa delante de Mí, para que conocieses mi amor, y fueses siempre agradable a mis beneficios. Y para que te dieses continuamente a la verdadera humildad y sujeción, y sufrieses con paciencia tu propio menosprecio.

Capítulo XIV
Cómo se han de considerar los secretos juicios de Dios, para que no nos envanezcamos.


El Alma:
1. Tus juicios, Señor, me aterran como un espantoso trueno, estremeciéndose todos mis huesos penetrados de temor y temblor, y mi alma queda despavorida. Estoy atónito, considero que los cielos no son limpios en tu presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será de mí? Cayeron las estrellas del cielo; y yo, que soy polvo, ¿qué presumo? Aquellos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron al profundo; y los que comían pan de ángeles, vi deleitarse con el manjar de animales inmundos.

2. No hay, pues, santidad, si Tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará discreción, si dejas de gobernar. No hay fortaleza que ayude, si dejas de conservarla. No hay castidad segura, si no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu santa vigilancia. Porque en dejándonos Tú, luego no vamos a fondo y perecemos; pero visitados de Ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos; pero por Ti, estamos firmes; nos entibiamos, mas Tú nos enciendes.

3. ¡Oh! ¡Cuán vil y bajamente debo sentir de mí! ¡Cuánto debo reputar por nada lo poco que acaso parezca tener de bueno! ¡Oh Señor! ¡Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y más que nada! ¡Oh peso inmenso! ¡Oh piélago insondable, donde nada hallo de mí, sino ser nada en todo! ¿Pues dónde se esconde el fundamento de la vanidad? ¿Dónde la confianza de mi propia virtud? Anegase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.

4. ¿Qué es toda carne en tu presencia? Por ventura, ¿podrá gloriarse el lodo contra el que lo trabaja? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas el corazón que está verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la verdad, ni se moverá por mucho que le alaben el que tiene firme toda su esperanza en Dios. Porque todos los que hablan son nada, y con el sonido de las palabras fallecerán; pero la verdad del Señor permanece para siempre.

CAPITULO XV
Cómo se debe uno haber y decir en todas las cosas que deseare.


Jesucristo:
1. Hijo, en cualquier cosa di así: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre. Señor, si vieres que me conviene, y hallares serme provechoso, concédemelo para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso, y nada provechoso a la salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo. Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos se hallan engañados al fin, que al principio parecían inspirados por buen espíritu.

2. Por eso siempre se debe desear y pedir con temor de Dios y humildad de corazón cualquier cosa apetecible que ocurriere al pensamiento, y sobre todo con propia resignación encomendarlo todo a Mí diciendo: Señor, Tú sabes lo que es mejor: haz esto o aquello, según te agradare. Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te agradare, y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, dispón de mi libremente en todo. En tu mano estoy, vuélveme y revuélveme a la redonda. Ve aquí tu siervo dispuesto a todo; porque no deseo, Señor, vivir para mí sino para Ti. ¡Ojalá que viva dignamente y perfectamente! Oración para conseguir la voluntad de Dios.

3. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a Ti. Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo; y no pueda querer ni no querer lo que Tú quieres y no quieres.

4. Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo; y dame que desee por Ti ser despreciado y olvidado en este siglo. Dame, sobre todo lo que se puede desear, descansar en Ti y aquietar mi corazón en Ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; Tú el único descanso: fuera de Ti todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz permanente, esto es, en Ti, Sumo y eterno Bien. Dormiré y descansaré. Amén.

CAPITULO XVI
En sólo Dios se debe buscar el verdadero consuelo.


El Alma:
1.
Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo solo estuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni perfectamente recreada sino en Dios, que es consolador de los pobres, y recibe a los humildes. Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso: las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.

2. Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada: mas en Dios, que crio todas las cosas, consiste toda tu bienaventuranza y tu felicidad. No como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo, sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo, y alguna veces gustan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El dichoso y verdadero consuelo es aquel que la Verdad hace percibir interiormente. El hombre devoto en todo lugar lleva consigo a su consolador Jesús, y le dice: Ayúdame, Señor, en todo lugar y tiempo. Sea, pues, mi consolación carecer de buena gana de todo humano consuelo. Y si tu consolación me faltare, sea mi mayor consuelo tu voluntad y justa probación. Porque no estarás airado perpetuamente, ni enojado para siempre.

CAPITULO XVII
Toda nuestra atención se ha de poner en sólo Dios.


Jesucristo:
1. Hijo, déjame hacer contigo lo que quiero; pues yo sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre, y sientes en muchas cosas como te sugiere el afecto humano.

El Alma:
2. Señor, verdad es lo que dices: mayor es el cuidado que Tú tienes de mí, que todo el cuidado que yo puedo poner en mirar por mí. Muy a peligro de caer está el que no pone toda su atención en Ti. Señor, esté mi voluntad firme y recta contigo, y haz de mi lo que te agradare. Que no puede ser sino bueno todo lo que Tú hicieres de mí. Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que esté en luz, seas también bendito. Si te dignares de consolarme, bendito seas; y si me quieres atribular, también seas bendito para siempre.

Jesucristo:
3. Hijo, así debes hacer si deseas andar conmigo. Tan pronto debes estar para padecer como para gozar. Tan de grado debes ser pobre y menesteroso, como abundante y rico. El Alma: 4. Señor, de buena gana padeceré por Ti todo lo que quisieres que venga sobre mí. Indiferentemente quiero recibir de tu mano lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste; y te daré gracias por todo lo que me sucediere. Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. Con tal que no me apartes de Ti para siempre, ni me borres del libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que venga sobre mí.

CAPITULO XVIII
Que sufran con serenidad de ánimo las miserias temporales, a ejemplo de Cristo.

Jesucristo:
1. Hijo, yo bajé del Cielo por tu salvación; abracé tus miserias, no por necesidad, sino por la caridad que me movía, para que aprendieses paciencia, y sufrieses sin enojo las miserias temporales. Porque desde la hora en que nací, hasta la muerte en la cruz, no me faltaron dolores que sufrir. Tuve mucha falta de las cosas temporales; oí muchas veces grandes quejas de Mí, sufrí benignamente sinrazones y afrentas. Por beneficios recibí ingratitudes, por milagros, y por la doctrina reprensiones.
El Alma:
2. Señor, si Tú fuiste paciente en tu vida, principalmente cumpliendo en esto el mandato de tu padre, justo es que yo, miserable pecador, sufra con paciencia según tu voluntad, y mientras Tú quisieres, lleve por mi salvación la carga de una vida corruptible. Pues aunque la vida presente se siente ser pesada, ya ésta se ha hecho por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los flacos por tu ejemplo y el de tus Santos. Y aun de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo pasado, bajo la ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo, y el camino parecía tan obscuro, que eran raros los que tenían cuidado de buscar el reino de los cielos. Pero aun los que entonces eran justos y se habían de salvar, no podían entrar en el reino celestial hasta que llegase tu pasión, y la satisfacción de tu sagrada muerte.

3. ¡Oh! ¡Cuántas gracias debo darte, porque te dignaste demostrarme a mí y a todos los fieles, el camino derecho y bueno de tu eterno reino! Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a Ti, que eres nuestra corona. Si Tú no nos hubieras precedido y enseñado, ¿quién cuidaría de seguirte? ¡Ay! ¡Cuántos quedarían lejos y muy atrás, si no mirasen tus heroicos ejemplos! Si con todo eso aún estamos tibios, después de haber oído tantas maravillas y lecciones tuyas, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para seguirte?

CAPITULO XIX
De la tolerancia de las injurias, y cómo se prueba el verdadero paciente.

Jesucristo:
1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte considerando mi pasión y la de los Santos. Aún no has resistido hasta derramar sangre. Poco es lo que padeces, en comparación de lo que padecieron tantos, tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, probados y ejercitados de tan diversos modos. Conviénete, pues, traer a la memoria las cosas muy graves de otros, para que fácilmente sufras tus pequeños trabajos. Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu impaciencia. Pero sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con paciencia.
2. Cuánto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras, y más mereces, y lo llevarás también más ligeramente si preparas con diligencia tu ánimo, y lo acostumbras a esto. No digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni debo aguantar semejantes cosas; porque me injurió gravemente, y me levanta cosas que nunca pensé; mas de otro sufriré de grado, y según me pareciere se debe sufrir. Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la paciencia, ni mira quién la ha de galardonar; antes se ocupa en hacer caso de las personas, y de las injurias que le hacen.

3. No es verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que le acomoda, y de quien le parece. El verdadero paciente no mira quién le ofende, si es superior, igual o inferior; si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno. Sino que cualquier adversidad que le venga de cualquiera criatura indiferentemente, y en cualquier tiempo, la recibe de buena gana, como de la mano de Dios, y la estima por mucha ganancia. Porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea, puede pasar sin mérito ante su divino acatamiento.

4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres conseguir la victoria. Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia. Sino quieres padecer, rehúsa ser coronado; pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia. Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la victoria.

El Alma:
5. Hazme, Señor, posible por la gracia, lo que me parece imposible por mi naturaleza. Tú sabes cuán poco puedo yo padecer, y que presto desfallezco a la más leve adversidad. Séame por tu nombre amable y deseable cualquier ejercicio de paciencia; porque el padecer y ser atormentado por Ti, es de gran salud para mi alma.

CAPITULO XX
De la confesión de la propia flaqueza y de las miserias de esta vida.

El Alma:
1. Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad; te confesaré mi flaqueza. Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y entristece. Propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña tentación me lleno de angustia. Algunas veces de la cosa más despreciable me viene una grave tentación. Y cuando me creo algún tanto seguro, cuando no lo advierto, me hallo a veces casi vencido y derribado de un ligero soplo.
2. Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien conocida. Compadécete, y sácame del lodo, porque no sea atollado, y quede desamparado del todo. Esto es lo que continuamente me acobarda y confunde delante de Ti; ver que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones. Y aunque no me induzcan enteramente al consentimiento, sin embargo me es molesto y pesado el domarlas, y muy tedioso el vivir así siempre en combate. En esto conozco yo mi flaqueza, en que las abominaciones imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí que se van.

3. ¡Ojalá, fortísimo Dios de Israel, celador de las almas fieles, mires el trabajo y dolor de tu siervo, y le asistas en todo lo que emprendiere! Fortifícame con fortaleza especial, de modo que ni el hombre viejo, ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, pueda señorearme: contra la cual conviene pelear en tanto que vivimos en este miserabilísimo mundo. ¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde todas las cosas están llenas de lazos y enemigos! Porque en faltando una tribulación o tentación viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera, sobrevienen otras muchas no esperadas.

4. Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en ella. Muchas veces nos quejamos de que el mundo es engañoso y vano; mas no por eso le dejamos fácilmente; porque los apetitos sensuales nos señorean demasiado. Unas cosas nos incitan a amar al mundo, y otras a despreciarlo. Nos incitan a amarlo la sensualidad, la codicia y la soberbia de la vida; pero las penas y miserias que les siguen, causan tedio y aversión al mundo.

5. Pero ¡oh dolor! que vence el deleite al alma que está entregada al mundo, y tiene por gusto estar envuelta en espinas; porque ni vio ni gustó la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud. Mas los que perfectamente desprecian al mundo y trabajan en vivir para Dios en santa vigilancia, saben que está prometida la divina dulzura a quien de veras se renunciare a sí mismo, y ven más claro cuán gravemente yerra el mundo, y de muchas maneras se engaña.

CAPITULO XXI
Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas.

El Alma:
1. Alma mía, descansa sobre todas y en todas las cosas siempre en Dios, que es el eterno descanso de los Santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honra; sobre todo poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda la fama y alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar y enviar; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles, sobre todo ejercito celestial; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es lo que eres Tú, Dios mío.
2. Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos los bienes junta y perfectamente. Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no puede mi corazón descansar del todo y contentarse verdaderamente, si no descansa en Ti trascendiendo todos los dones y todo lo criado.

3. ¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti? ¡Oh! ¿Cuando me será concedido ocuparme en Ti cumplidamente, y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en Ti, que ni me sienta a mí por tu amor, sino a Ti solo sobre todo sentido y modo, y de un modo manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con dolor. Porque en este valle de miserias acaecen muchos males que me turban a menudo, me entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen, halagan y embarazan para que no tenga libre entrada a Ti y no goce de tus suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévate mis suspiros, y la grande desolación que hay en la tierra.

4. ¡Oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando! Delante de Ti está mi boca muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría. Extienda su mano, y libre a este miserable de toda angustia. Ven, ven; pues sin Ti ningún día ni hora será alegre; porque Tú eres mi gozo, y sin Ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que Tú me recrees con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad, y muestres tu amigable rostro.

5. Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna otra cosa me agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar hasta que tu gracia vuelva y me hables interiormente.

Jesucristo:
6. Aquí estoy, a ti he venido, pues me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu humildad, y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti.

El Alma:
7. Y dije: Señor, yo te llamé, y deseé gozar de Ti, dispuesto a menospreciarlo todo por Ti. Pero Tú primero me despertaste para que te buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de Ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se rige el universo. Por eso alabanza y gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y bendígate mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado.


Capítulo XXII
De la memoria de los innumerables beneficios de Dios.

El Alma:
1. Abre, Señor, mi corazón a tu ley, y enséñame a andar en tus mandamientos. Concédeme que conozca tu voluntad, y con gran reverencia y diligente consideración tenga en la memoria tus beneficios, así generales como especiales, para que pueda de aquí adelante darte dignamente las gracias. Mas yo sé y confieso que no puedo darte las debidas alabanzas y gracias por el más pequeño de tus beneficios. Yo soy menor que todos los bienes que me has hecho; y cuando miro tu generosidad, desfallece mi espíritu a vista de tu grandeza.
2. Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo, y cuantas cosas poseemos en lo interior o en el exterior, natural o sobrenaturalmente, son beneficios tuyos, y te engrandecen, como bienhechor, piadoso y bueno, de quien recibimos todos los bienes. Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin Ti no se puede alcanzar la menor cosa. El que más recibió, no puede gloriarse de su merecimiento, ni estimarse sobre los demás, ni desdeñar al menor; porque aquel es mayor y mejor que menos se atribuye a sí, y es más humilde, devoto y agradecido. Y el que se tiene por más vil que todos, y se juzga por más indigno, está más dispuesto para recibir mayores dones.

3. Mas el que recibió menos, no se debe entristecer, indignarse, ni envidiar al que tiene más; antes debe reverenciarte, y engrandecer sobremanera tu bondad, que tan copiosa, gratuita y liberalmente reparte tus beneficios, sin acepción de personas. Todo procede de Ti, y por lo mismo en todo debes ser alabado. Tú sabes lo que conviene darse a cada uno. Y por que tiene uno menos y otro más, no nos toca a nosotros discernirlo, sino a Ti, que sabes determinadamente los merecimientos de cada uno.

4. Por eso, Señor Dios, tengo también por grande beneficio no tener muchas cosas de las cuales me alaben y honren los hombres; de modo que cualquiera que considere la pobreza y vileza de su persona, no sólo no recibirá pesadumbre, ni tristeza, ni abatimiento, sino más bien consuelo y grande alegría. Porque Tú, Dios, escogiste para familiares domésticos tuyos a los pobres, bajos y despreciados de este mundo. Testigos son tus mismos apóstoles, a quienes constituiste príncipes sobre toda la tierra. Mas conversaron en el mundo sin queja y fueron tan humildes y sencillos; viviendo sin malicia ni fraude, que se alegraban de padecer injurias por tu nombre, y abrazaban con grande afecto lo que el mundo aborrece.

5. Por eso ninguna cosa debe alegrar tanto al que te ama y reconoce tus beneficios, como tu voluntad para con él, y el beneplácito de tu eterna disposición. Lo cual le ha de consolar de manera que quiera tan voluntariamente ser el menor de todos como desearía otro el ser mayor. Y así tan pacífico y contento debe estar en el último lugar como en el primero; y tan de buena gana sufrir verse despreciado y desechado, y no tener nombre y fama, como si fuese el más honrado y mayor del mundo. Porque tu voluntad y el amor de tu honra ha de ser sobre todas las cosas; y más se debe consolar y contentar una persona con esto, que con todos los beneficios recibidos, o que puede recibir.

Capítulo XXIII
Cuatro cosas que causan paz.

Jesucristo:
1. Hijo, ahora te enseñaré el camino de la paz y de la verdadera libertad.
El Alma:
2. Haz, Señor, lo que dices, que me alegra mucho de oírlo.

Jesucristo:
3. Procura, hijo, hacer antes la voluntad de otro que la tuya. Escoge siempre tener menos que más. Busca siempre el lugar más bajo, y está sujeto a todos. Desea siempre, y ruega que se cumpla en ti enteramente la divina voluntad. Así entrarás en los términos de la paz y descanso.

El Alma:
4. Señor, este tu breve sermón mucha perfección contiene en sí. Corto es en palabras, pero lleno de sentido y de copioso fruto. Que si lo pudiese yo fielmente guardar, no había entrar en mí la turbación tan fácilmente. Porque cuantas veces me siento inquieto y agravado, hallo haberme apartado de esta doctrina. Mas Tú que todo lo puedes, y buscas siempre el provecho del alma, dame gracia más abundante para que pueda cumplir tu doctrina, y hacer lo que importa para mi salvación. Oración contra los malos pensamientos.

5. Señor, Dios mío, no te alejes de mí: Dios mío, cuida de ayudarme, pues se han levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores que afligen mi alma. ¿Cómo saldré sin daño? ¿Cómo los desecharé?

6. Yo, dices, iré delante de ti, y humillaré los soberbios de la tierra. Abriré las puertas de la cárcel, y te revelaré los secretos de las cosas escondidas.

7. Haz, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos. Esta es mi esperanza y única consolación, acudir a Ti en toda tribulación, confiar en Ti, invocarte de veras, y esperar constantemente que me consueles. Oración pidiendo la luz del entendimiento.

8. Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu lumbre interior, y quita de la morada de mi corazón toda tiniebla. Refrena mis muchas distracciones, y quebranta las tentaciones que me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias que son los apetitos halagüeños, para que venga la paz con tu virtud, y resuene la abundancia de tu alabanza en el santo palacio; esto es, en la conciencia limpia. Manda a los vientos y tempestades. Di al mar: sosiégate; y al cierzo: No soples; y habrá gran bonanza.

9. Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan sobre la tierra, porque soy tierra vana y vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el rocío celestial; concédeme las aguas de la devoción para sazonar la superficie de la tierra; porque produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el ánimo oprimido por el peso de los pecados, y emplea todo mi deseo en las cosas del cielo: porque después de gustada suavidad de la felicidad celestial, me sea enfadoso pensar en lo terrestre.

10. Apártame y líbrame de la transitoria consolación de las criaturas; porque ninguna cosa criada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi apetito. Uneme a Ti con el vínculo inseparable del amor; porque Tú solo bastas al que te ama, y sin Ti todas las cosas son despreciables.

Capítulo XXIV
Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas.

Jesucristo:
1. Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Sígueme tú. ¿Qué te importa que aquel sea tal o cual; o que este viva o hable de este o del otro modo? No necesitas tú responder por otros, sino dar razón de ti mismo. ¿Pues por qué te ocupas en eso? Mira que yo conozco a todos; veo cuanto pasa debajo del sol, y sé de que manera está cada uno, qué piensa, que quiere, y a qué fin dirige su intención. Por eso se deben encomendar a Mí todas las cosas; pero tú consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere. Sobre él vendrá lo que hiciere, porque no puede engañarme.
2. No tengas cuidado de la autoridad y gran nombre, ni de la familiaridad de muchos, ni del amor particular de los hombres. Porque esto causa distracciones y grandes tinieblas en el corazón. De buena gana te hablaría mi palabra, y te revelaría mis secretos, si tú esperases con diligencia mi venida, y me abrieses la puerta del corazón. Está apercibido, y vela en oración, y humíllate en todo.

Capítulo XXV
En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero aprovechamiento.

Jesucristo:
1. Hijo, yo dije: La paz os dejo, mi paz os doy; y no la doy como la del mundo. Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las cosas que pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz. El Alma: 2. ¿Pues qué haré?
Jesucristo:
3. Mira en todas las cosas lo que haces y lo que dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a Mí solo, y no desear ni buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado: con esto podrá ser poco o tarde te turbes. Porque el no sentir alguna tribulación, ni sufrir alguna fatiga en el corazón o en el cuerpo, no es de este siglo, sino propio del eterno descanso. No juzgues, pues, haber hallado la verdadera paz, porque no sientas alguna pesadumbre; ni que ya es todo bueno, porque no tengas ningún adversario; ni que está la perfección en que todo te suceda según tú quieres. Ni entonces te reputes por grande o digno especialmente de amor, porque tengas gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el provecho y perfección del hombre.

El Alma:
4. ¿Pues en qué consiste, Señor?

Jesucristo:
5. En ofrecerte de todo tu corazón a la divina voluntad, no buscando tu interés en lo poco, ni en lo mucho, ni en lo temporal, ni en lo eterno. De manera que con rostro igual, des gracias a Dios en las cosas prósperas y adversas, pensándolo todo con un mismo peso. Si fueres tan fuerte y firme en la esperanza que, quitándote la consolación interior, aún esté dispuesto tu corazón para padecer mayores penas, y no te justificares, diciendo que no debieras padecer tales ni tantas cosas, sino que me tuvieres por justo y alabares por santo en todo lo que Yo ordenare, cree entonces que andas en el recto camino de la paz, y podrás tener esperanza cierta de ver nuevamente mi rostro con júbilo. Y si llegares al perfecto menosprecio de ti mismo, sábete que entonces gozaras de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro.

(Continuará).

26 marzo, 2009



Libro Tercero


Capítulo I

Del habla interior de Cristo al alma fiel.

El alma: 1. Oiré lo que habla el Señor Dios en mí.
Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla, y de su boca recibe palabras de consolación.
Bienaventurados los oídos que perciben los raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones mundanas.
Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro.
Bienaventurados los ojos que están cerrados a las cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.
Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales.
Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo.
¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios.

2. Esto dice tu amado:

Jesucristo: Yo soy tu salud, tu paz y tu vida.
Consérvate cerca de mí, y hallarás paz.
Deja todas las cosas transitorias, y busca las eternas.
¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? Y ?qué te valdrán todas las criaturas, si fueres desamparado del Criador?
Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Criador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza.

Capítulo II

Cómo la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras.
El Alma: 1. Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.
Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.
Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.
No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.
No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.

2. Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.
Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón.
Dicen la letra; mas Tú abres el sentido.
Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.
Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo.
Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras los corazones.
Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad.
Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba.

3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por adentro.
No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.
Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras de vida eterna.
Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.

Capítulo III

Que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y cómo muchos no las consideran como deben.

Jesucristo:1. Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.
Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio, y recibirse con toda humildad y grande afecto.

El Alma: 2. Dijo David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor, instruyeres, y a quien mostrares tu ley; porque le guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.

Jesucristo: 3. Yo, dice Dios, enseñaré a los Profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y sordos a mi voz.
Oyen con más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el apetito de su carne, que el beneplácito divino.
El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con grande ansia: Yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales.
¿Quién Me sirve a Mí, y obedece en todo con tanto cuidado, como al mundo y a sus señores se sirve?
Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el por qué.
Por un pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la vida eterna con dificultad muchos levantan una vez el pie del suelo.
Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa no temen fatigarse de noche y de día.

4. Mas ¡ay dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que inestimable, y por la suma gloria sin fin.
Avergüénzate, pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.
Alégranse ellos más por la vanidad que tú por la verdad.
Porque algunas veces les miente su esperanza; pero mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en Mí.
Daré lo que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin.
Yo soy remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de todos los devotos.

5. Escribe tú mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias.
Lo que no entiendes ahora, cuando lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.
De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con tentación y con alivio.
Y dos lecciones les doy cada día: una reprendiendo sus vicios; otra amonestándolos al adelantamiento de las virtudes.
El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.
Oración para pedir la gracia de la devoción

6. Señor Dios mío, Tú eres todos mis bienes. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?
Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo, y gusanillo desechado, mucho más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.
Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo y nada valgo.
Tú solo eres bueno, justo y santo; Tú lo puedes todo, lo das todo, dejando vacío solamente al pecador.
Acuérdate de tus misericordias, y llena mi corazón de gracia; pues no quieres que sean vacías tus obras.

7. ¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortare tu gracia y misericordia?
No me vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no desvíes tu consuelo, porque no sea mi alma para Ti como la tierra sin agua.
Señor, enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante de Ti digna y humildemente, pues Tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y conociste antes que el mundo se hiciese, y yo naciese en el mundo.

Capítulo IV

Debemos conversar delante de Dios con verdad y humildad.

Jesucristo: 1. Hijo, anda delante de Mí en verdad, y búscame siempre con sencillez de corazón.
El que anda en mi presencia en verdad será defendido de los malos encuentros, y la verdad le librará de los engañadores, y de las murmuraciones de los malvados.
Si la verdad te librare, serás verdaderamente libre, y no cuidarás d las palabras vanas de los hombres.

El Alma: 2. Verdad es, Señor; y así te suplico que lo hagas conmigo. Enséñeme tu verdad, y ella me guarde y me conserve hasta alcanzar mi salvación.
Ella me libre de toda mala afición y amor desordenado, y andaré contigo en gran libertad de corazón.

Jesucristo: 3. Yo te enseñaré, dice la verdad, lo que es recto y agradable delante de Mí.
Piensa en tus pecados con gran descontento y tristeza, y nunca te juzgues ser algo por tus buenas obras.
En verdad eres pecador, sujeto y enredado en muchas pasiones.
Por ti siempre vas a la nada; pronto caes, pronto eres vencido, presto te turbas, y presto desfalleces.
Nada tienes de que puedas alabarte; pero mucho de que humillarte; porque eres más flaco de lo que puedes pensar.

4. Por eso, no te parezca gran cosa, alguna de cuantas haces.
Nada tengas por grande, nada por precioso y admirable; nada estimes por digno de reputación, nada por alto, nada por verdaderamente de alabar y codiciar sino lo que es eterno.
Agrádete sobre todas las cosas la verdad eterna, y desagrádete siempre sobre todo tu grandísima vileza.
Nada temas, ni desprecies, ni huyas cosa alguna tanto como tus vicios y pecados, los cuales te deben desagradar más que los daños de las cosas.
Algunos no andan sencillamente en mi presencia; sino que, guiados de cierta curiosidad y arrogancia, quieren saber mis secretos, y entender las cosas altas de Dios, no cuidando de sí mismos, ni de su salvación.
Estos muchas veces caen en grandes tentaciones y pecados por su soberbia y curiosidad, porque Yo les soy contrario.

5. Teme los juicios de Dios; atemorízate de la ira del Omnipotente; no quieras escudriñar las obras del Altísimo; sino examina tus maldades, en cuántas cosas pecaste, y cuántas buenas obras dejaste de hacer por negligencia.
Algunos tienen su devoción solamente en los libros, otros en las imágenes; y otros en señales y figuras exteriores.
Algunos me traen en la boca; pero pocos en el corazón.
Hay otros, que alumbrados en el entendimiento y purgados en el afecto, suspiran siempre por las cosas eternas, oyen con pena las terrenas, y con dolor sirven a las necesidades de la naturaleza; y éstos sienten lo que habla en ellos el espíritu de verdad.
Porque les enseña a despreciar lo terrestre y amar lo celestial, aborrecer el mundo y desear el cielo de día y de noche.

Capítulo V

Del maravilloso afecto del divino amor.

El Alma:1. Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de este pobre.
¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación! Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, algunas veces recreas con tu consolación.
Bendígote y te glorifico siempre con tu Unigénito Hijo, con el Espíritu Santo consolador por los siglos de los siglos.
¡Oh Señor Dios, amador santo mío! Cuando Tú vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis entrañas.
Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón.
Tú eres mi esperanza y refugio en el día de mi tribulación.

2. Mas porque soy aún flaco en el amor e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por Ti.
Por eso visítame, Señor, más veces, e instrúyeme con santas doctrinas.
Líbrame de mis malas pasiones, y sana mi corazón de todas mis aficiones desordenadas; porque sano y buen purgado en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para sufrir, y firme para perseverar.

3. Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado, y lleva con igualdad todo lo desigual.
Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo.
El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto.
El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido de ninguna cosa baja.
El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana; porque no se impida su vista, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, o caiga por algún daño.
No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra; porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios.

4. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado.
Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien.
No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los bienes.
El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.
El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene.
Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.

5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme.
Fatigado no se cansa; angustiado no se angustia; espantado no se espanta: sino, como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad.
Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz:
Grande clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, amor mío, Tú todo mío, y yo todo tuyo.

6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor.
Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por él grande fervor y admiración.
Cante yo cánticos de amor: sígate, amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu alabanza, alegrándome por el amor.
Amete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por Ti, y en Ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que emana de Ti como un resplandor de tu divinidad.

7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí mismo; porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.
El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, liviano, ni entiende en cosas vanas; es sombrío, casto, firme, quieto y recatado contra todos los sentidos.
El amor es sumiso y obediente a los superiores, vil y despreciado para sí; para Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en El, aun cuando no le regala, porque no vive ninguno en amor sin dolor.

8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo, y a hacer la voluntad del amado, no es digno de llamarse amante.
Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de El por cosa contraria que acaezca.

Capítulo VI

De la prueba del verdadero amor.

Jesucristo: 1. Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador.
El Alma: 2. ¿Por qué, Señor?

Jesucristo: 3. Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo comenzado, y buscas la consolación ansiosamente.
El constante amador está fuerte en las tentaciones, y no cree a las persuasiones engañosas del enemigo.
Como Yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en las adversidades.

4. El discreto amador no considera tanto el don del amante, cuando el amor del que da.
Antes mira a la voluntad que a la merced; y todas las dádivas estima menos que el amado.
El amador noble no descansa en el don, sino en Mí sobre todo don.
Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis Santos tan bien como deseas: no está todo perdido.
Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces, obra es de la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria celestial, sobre lo cual no se debe estribar mucho, porque va y viene.
Pero pelear contra las perturbaciones incidentes del ánimo, u menospreciar la sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran merecimiento.

5. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas materias que te ocurrieren.
Guarda tu firme propósito y la intención recta para con Dios.
Ni tengas a engaño que de repente te arrebaten alguna vez a lo alto, y luego te torne a las pequeñeces acostumbradas del corazón.
Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan pena y las contradices, mérito es y no pérdida.

6. Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se esfuerza para impedir tu deseo en el bien, y apartarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los pecados, la guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la virtud.
Te trae muchos pensamientos malos para disgustarte y atemorizarte, para desviarte de la oración y de la lección sagrada.
Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que dejases de comulgar.
No le creas, ni hagas caso de él; aunque muchas veces te arme lazos para seducirte.
Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelos a él, y dile:
Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate, desventurado; muy sucio eres, pues me traes tales cosas a la imaginación.
Apártate de mí, malvado engañador; no tendrás parte ninguna en mí; mas Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tú estarás confundido.
Más quiero morir y sufrir cualquier pena que condescender contigo.
Calla y enmudece, no te oiré ya aunque más me importunes. El Señor es mi luz y mi salud. ¿A quién temeré?
Aunque se ponga contra mi un ejercito, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayuda y mi Redentor.

7. Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por flaqueza de corazón, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor favor mío, y guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia.
Por eso muchos están engañados, y caen algunas veces en ceguedad casi incurable.
Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí.

Capítulo VII

Cómo se ha de encubrir la gracia bajo el velo de la humildad.

Jesucristo:1. Hijo, te es más útil y más seguro encubrir la gracia de la devoción, y no ensalzarte ni hablar mucho de ella, ni estimarla mucho; sino despreciarte a ti mismo, y temer, porque se te ha dado sin merecerla.
No es bien estar muy pegado a esta afección; porque se puede mudar presto en otra contraria.
Piensa cuando estás en gracia, cuán miserable y pobre sueles ser sin ella.
Y no está sólo el aprovechamiento de la vida espiritual en tener gracia de consolación, sino en que con humildad, abnegación y paciencia lleves a bien que se te quite, de suerte que entonces, no aflojes en el cuidado de la oración, ni dejes del todo las demás buenas obras que sueles hacer ordinariamente.
Mas como mejor pudieres y entendieres, haz de buena gana cuanto está en ti, sin que por la sequedad o angustia del espíritu que sientes, te descuides del todo.

2. Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden a su placer, se hacen impacientes o desidiosos.
Porque no está siempre en la mano del hombre su camino, sino que a Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere y cuanto quiere, y a quien quiere, según le agradare, y no más.
Algunos indiscretos de destruyeron a si mismos por la gracia de la devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su pequeñez, y siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón.
Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería, por esto perdieron pronto la gracia.
Se hallaron pobres, y quedaron viles los que pusieron en el cielo su nido, para que humillados y empobrecidos a prendan a no volar con sus alas, sino a esperar debajo de las mías.
Los que aún son nuevos e inexpertos en el camino del Señor, si no se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y perderse.

3. Si quieren más seguir su parecer que creer a los ejercitados, les será peligroso el fin, y si se niegan a ceder de su propio juicio.
Los que se tienen por sabios, rara vez sufren con humildad que otro los dirija.
Mejor es saber poco con humildad, y poco entender, que grandes tesoros de ciencia con vano contento.
Más te vale tener poco, que mucho con que te puedes ensoberbecer.
No obra discretamente el que se entrega todo a la alegría, olvidando su primitiva miseria y el casto temor del Señor, que recela perder la gracia concedida.
No tampoco sabe mucho de virtud el que en tiempo de adversidad y de cualquiera molestia de desanima demasiado, y no piensa ni siente de Mí con la debida confianza.

4. El que quisiere estar muy seguro en tiempo de paz, se encontrará abatido y temeroso en tiempo de guerra.
Si supieses permanecer siempre humilde y pequeño para contigo, y moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan presto en peligro ni pecado.
Buen consejo es que pienses cuando estás con fervor de espíritu, lo que puede ocurrir con la ausencia de la luz.
Cuando esto acaeciere, piensa que otra vez puede volver la luz, que para tu seguridad y gloria mía te quité por algún tiempo.

5. Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si tuvieses de continuo a tu voluntad las cosas que deseas.
Porque los merecimientos no se han de calificas por tener muchas visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o por estar levantado en dignidad más alta.
Sino que consiste en estar fundado en verdadera humildad y lleno de caridad divina, en buscar siempre pura y enteramente la honra de Dios, en reputarse a sí mismo por nada, y verdaderamente despreciarse, y en desear más ser abatido y despreciado, que honrado de otros.

Capítulo VIII

De la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios.

El Alma: 1. ¿Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza? Si por más me reputare, Tú estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio que no puedo contradecir.
Mas si me humillare y anonadare, y dejare toda propia estimación, y me volviere polvo como lo soy, será favorable para mí tu gracia, y tu luz se acercará a mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el valle de mi miseria, y perecerá para siempre.
Allí me hacer conocer a mí mismo lo que soy, lo que fui y en lo que he parado; porque soy nada y no lo conocí.
Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero al punto que Tú me miras, luego me hago fuerte, y me lleno de gozo nuevo.
Y es cosa maravillosa por cierto cómo tan de repente soy levantado sobre mí, y abrazado de Ti con tanta benignidad; siendo así que yo, según mi propio peso, siempre voy a lo bajo.

2. Esto hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome en tanta multitud de necesidades, guardándome también de graves peligros, y librándome de males verdaderamente innumerables.
Porque yo me pedí amándome desordenadamente; pero buscándote a Ti solo, y amándote puramente me hallé a mí no menos que a Ti; y por el amor me anonadé más profundamente.
Porque Tú, oh dulcísimo Señor, haces conmigo mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.

3. Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien, todavía tu liberalidad e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aun a los desagradecidos y apartados lejos de Ti.
Vuélvenos a Ti para que seamos agradecidos, humildes y devotos; pues Tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza.

Capítulo IX

Todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin.
Jesucristo: 1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, se deseas de verdad ser bienaventurado.
Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas veces a sí mismo, y a las criaturas.
Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces, y te quedas árido.
Atribúyelo, pues, todo principalmente a Mí, que soy el que todo lo he dado.
Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto todas las cosas se deben reducir a Mí como a su origen.

2. De Mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el rico; y los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.
Pero el que se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras.
Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena, ni atribuyas a algún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.
Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelca todo; y con todo rigor exijo que se me den gracias por ello.

3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entraren en el alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor propio.
La caridad divina lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma.
Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo has de esperar; porque ninguno es bueno sino sólo Dios, el cual es de alabar sobre todas las cosas, y debe ser bendito en todas ellas.


Capítulo X


En despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios.


El Alma:1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no callaré. Diré en los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey que está en el cielo: ¡Oh Señor, cuán grande e la abundancia de tu dulzura, que escondiste para los que te temen! Pero ¿qué eres para los que te aman? y ¿qué para los que te sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman. En esto me has mostrado singularmente tu dulce caridad, en que cuando yo no existía, me criaste, y cuando erraba lejos de Ti, me convertiste para que te sirviese, y me mandaste que te amase.


2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de Ti? ¿Cómo podré olvidarme de Ti, que te dignaste de acordarte de mí, aun después que yo me perdí y perecí? Usaste de misericordia con tu siervo sobre toda esperanza, y sobre todo merecimiento me diste tu gracia y amistad. ¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se concede a todos que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida retirada. ¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura está obligada a servirte? No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece grande y maravilloso que Tú te dignaste de recibir por siervo a un tan pobre e indigno y unirle con tus amados siervos.


3. Tuyas son, pues, todas las cosas que tengo y con que te sirvo. Pero por el contrario, Tú me sirves más a mí que yo a Ti. El cielo y la tierra que Tú criaste para el servicio del hombre, están prontos, y hacen cada día todo lo que les has mandado; y esto es poco, pues aún has destinado a los ángeles para servicio del hombre. Mas a todas estas cosas excede el que Tú mismo te dignaste de servir al hombre, y le prometiste que te darías a Ti mismo.


4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh! ¡Si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh! ¡Si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio! Verdaderamente Tú solo eres digno de todo servicio, de toda honre y de alabanza eterna. Verdaderamente Tú solo eres mi Señor, y yo soy un pobre siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte. Así lo quiero, así lo deseo; y lo que me falta, ruégote que Tú lo suplas.


5. Grande honra y gran gloria es servirte, y despreciar todas las cosas por Ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de toda voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio. Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal. Alcanzarán gran libertad de corazón los que entran por senda estrecha por amor tuyo, y por él desechan todo cuidado del mundo.


6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado de la profesión religiosa, que hace al hombre igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a los demonios, y recomendable a todos los fieles! ¡Oh esclavitud digna de ser abrazada y siempre deseada, por la cual se merece el Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará sin fin!
(Continuará...)

07 febrero, 2009


TOMÁS DE KEMPIS


CAPITULO 2
DEL BAJO APRECIO DE SÍ MISMO

....1.Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia, sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo. El que bien se conoce, tienese por vil, y no se deleita en alabanzas humanas. Si yo supiera cuanto hay en el mundo y no estubiera en caridad, ¿Que me aprovecharia delante de Dios, que me juzgará según mis obras?.....

2. No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay que, el saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el alma; mas la buena vida le da refrigerio, y la pura, conciencia causa gran confianza en Dios......

3. Cuanto más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente. Por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras saber cosas altas (Ron., 11, 21); mas confiesa tu ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen......

4. EI verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú a nadie tengas por más flaco que a ti.


CAPITULO 3


DE LA DOCTRINA DE LA VERDAD

.....1. Bienaventurado aquel a quien la Verdad por sí misma enseña, no por figuras y voces que se pasan, sino así como es. Nuestra estimación y nuestro sentimiento a menudo nos engañan y conocen poco. ¿Qué aprovecha la gran curiosidad de saber cosas oscuras y ocultas, pues que del no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura es que, dejadas las cosas útiles y necesarias, entendemos con gusto en las curiosas y dañosas. Verdaderamente, teniendo ojos, no vemos. ¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos. Aquel a quien habla el Verbo Eterno, de muchas opiniones se desembaraza. De este Verbo salen todas las cosas, y todas predican este Uno, y éste es el Principio que nos habla ( Je., 8, 25). Ninguno entiende o juzga sin él rectamente. Aquel a. quien todas las cosas le fueren uno, y las trajere a uno, y las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón y permanecer pacífico en Dios. ¡Oh Dios, que eres la Verdad! Hazme permanecer uno contigo en caridad perpetua. Enójame muchas veces leer y oír muchas cosas; en Ti está todo lo que quiero y deseo. Callen todos los doctores; callen las criaturas en tu presencia: háblame Tú solo.....


2. Cuanto alguno fuere más unido contigo, y más sencillo en su corazón, tanto más y mayores cosas entiende sin trabajo, porque de arriba recibe la luz de la inteligencia. El espíritu puro, sencillo y constante no se distrae, aunque entienda en muchas cosas, porque todo lo hace a honra de Dios; y esfuérzase en estar desocupado en sí de toda curiosidad. ¿Quién más te impide y molesta que la afición de tu corazón no mortificada? El hombre bueno y devoto, primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer de fuera. Y ellas no le llevan a deseos de inclinación viciosa; mas él las trae al albedrío de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencerse a sí mismo Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse......


3. Toda la perfección de esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna oscuridad El humilde conocimiento de ti mismo es más cierto camino para Dios que escudriñar la profundidad de la ciencia. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Pero porque muchos estudian más para, saber que para bien vivir, por eso yerran muchas veces, y poco o ningún fruto hacen......


4. Si tanta, diligencia pusiesen en desarraigar los vicios y sembrar las virtudes como en mover cuestiones, no se harían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta. disolución en los monasterios; Ciertamente, en el día del Juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán religiosamente vivimos. Dime: ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros que tú conociste cuando vivían y florecían en los estudios? Ya poseen otros sus rentas, y por ventura no hay quien de ellos se acuerde. En su vida parecían algo; ya no hay de ellos memoria......


5. ¡Oh, cuán presto se pasa la gloria del mundo! Pluguiera a Dios que su vida concordara con su ciencia, y entonces hubieran estudiado y leído bien. ¡Cuántos perecen en este siglo por su vana ciencia, que cuidan poco del servicio de Dios! Y porque eligen ser más grandes que humildes, por eso se hacen vanos en sus pensamientos. Verdaderamente es grande el que tiene gran caridad. Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño y tiene en nada la más encumbrada honra. Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por estiércol l (Phil., 3, 8) para ganar a Cristo. Y verdaderamente es sabio el que hace la voluntad de Dios y deja la suya.



CAPITULO 4


DE LA PRUDENCIA EN LAS ACCIONES


.....1. No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras......

2. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todo.


CAPITULO 5


DE LA LECCION DE LAS SANTAS ESCRITURAS

.....1. En las Santas Escrituras se debe buscar la verdad, no la elocuencia. Toda la Escritura. santa se debe leer con el espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que no la sutileza de palabras. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los sublimes y profundos. No te mueva la autoridad del que escribe si es de pequeña o grande ciencia; mas convídete a leer el amor de la pura verdad. No mires quién lo ha dicho, mas atiende qué tal es lo que se dijo. Los hombres pasan; mas la verdad del Señor permanece para siempre (Salmo ll6, 2)......

2. De diversas maneras nos habla Dios sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se debía pasar. Si quieres aprovechar, lee con humildad fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad y oye callado las palabras de los Santos; y no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dice) sin causa.


CAPITULO 6


DE LOS DESEOS DESORDENADOS.....

1. Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego.El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de espíritu viven en mucha paz.El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de cosas pequeñas y viles.El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede abstraer totalmente de los deseos terrenos.Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno le contradice.Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca.En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas.No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino en el que es fervoroso y espiritual.


CAPITULO 7


QUE SE HA DE HUIR LA VANA ESPERANZA Y LA SOBERBIA

.....1.Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en las criaturas. No te avergüences de servir a otros por amor a Jesucristo y parecer pobre en este siglo.No confíes de ti mismo, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas, y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia ni en la astucia de ningún viviente, sino en la gracia de Dios que ayuda a los humildes y abate a los presumidos. .....

2. Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas ni en los amigos, aunque sean poderosos, síno en Dios, que todo lo da, y, sobre todo, desea darse a Sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosura del cuerpo, que con pequeña enfermedad destruye y afea. No te engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que desagrades a Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres......

3. No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido por peor delante de Díos, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los juicios de Dios que los de los hombres, y a El muchas veces desagrada lo que a ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros, porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres debajo de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña frecuente.


02 enero, 2009



Beato Tomás de KempisAutor de "La Imitación de Cristo"
30 de Agosto 1471

La fama mundial de Tomás de Kempis se debe a que él escribió La Imitación de Cristo: el libro que más ediciones ha tenido, después de la Biblia. Este precioso librito es llamado "el consentido de los libros" porque se ha sacado en las ediciones de bolsillo más hermosas y lujosas, ha tenido ya más de 3,100 ediciones en los más diversos idiomas del mundo. Su primera edición salió en 1472, 20 años antes del descubrimiento de América (un año después de la muerte del autor), y durante más de 500 años ha tenido unas 6 ediciones cada año. Caso raro y excepcional.


Tomás nació en Kempis, cerca de Colonia, en Alemania, en el año 1380. Era un hombre sumamente humilde, que pasó su larga vida (90 años) entre el estudio, la oración y las obras de caridad, dedicando gran parte de su tiempo a la dirección espiritual de personas que necesitaban de sus consejos.


Empezar por uno mismo.En ese tiempo muchísimas personas deseaban que la Iglesia Católica se reformara y se volviera más fervorosa y más santa, pero pocos se dedicaron a reformase ellos mismos y a volverse mejores. Tomás de Kempis se dió cuenta de que el primer paso que hay que dar para obtener que la Iglesia se vuelva más santa, es esforzarse uno mismo por volverse mejor. Y que si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se va reformando poco a poco.


Una asociación muy útil.Kempis se reunió con un grupo de amigos en una asociación piadosa llamada "Hermanos de la Vida Común", y allí se dedicaron a practicar un modo de vivir que llamaban "Devoción moderna" y que consistía en emplear largos ratos de oración, la meditación, la lectura de libros piadosos y en recibir y dar dirección espiritual, y dedicarse cada uno después con la mayor exactitud que le fuera posible a cumplir cada día los deberes de su propia profesión. Los que pertenecían a esta asociación hacían progresos muy notorios y rápidos en santidad y la gente los admiraba y los quería.


Un ascenso difícil.Tomás tiene muchos deseos de ser sacerdote, pero en sus primeros 30 años no lo logra porque sus tentaciones son muy fuertes y frecuentes y teme que después no logre ser fiel a su voto de castidad. Pero al fin entra a una asociación de canónigos (en Windesheim) y allí en la tranquilidad de la vida retirada del mundo logra la paz de su espíritu y es ordenado sacerdote en el año 1414. Desde entonces se dedica por completo a dar dirección espiritual, a leer libros piadosos y a consolar almas atribuladas y desconsoladas. Es muy incomprendido muchas veces y sufre la desilusión de constatar que muchas amistades fallan en la vida (menos la amistad de Cristo) y va ascendiendo poco a poco, aunque con mucha dificultad, a una gran santidad.


Oficios delicados.Dos veces fue superior de la comunidad de canónigos en su ciudad. Bastante tiempo estuvo encargado de la formación de los novicios. Después lo nombraron ecónomo pero al poco tiempo lo destituyeron porque su inclinación a la vida espiritual muy elevada no lo hacía nada apto para dedicarse a comerciar y a administrar dineros y posesiones. Su alma va pasando por períodos de mucha paz y de angustias y tristezas espirituales, y todo esto lo irá narrando después en su libro portentoso.


El libro que lo hizo famoso.En sus ratos libres, Tomás de Kempis fue escribiendo un libro que lo iba a hacer célebre en todo el mundo: La Imitación de Cristo. De esta obra dijo un autor: "Es el más hermoso libro salido de la mano de un hombre" (Dicen que Kempis pidió a Dios permanecer ignorado y no conocido. Por eso la publicación de su libro sólo se hizo al año siguiente de su muerte). No lo escribió todo de una vez, sino poco a poco, durante muchos años, a medida que su espíritu se iba volviendo más sabio y su santidad y su experiencia iban aumentando. Lo distribuyó en cuatro pequeños libritos. Entre la redacción de un libro y la siguiente pasaron unos cuantos años.


El libro Primero de la Imitación de Cristo narra cómo es la lucha activa que hay que librar para convertirse y reformarse y los obstáculos que se le presentan a quiénes desean ser santos, entre los cuales está como principal: ser "la sirena" de este mundo, o sea la atracción, el deseo de darle gusto al propio egoísmo y de obtener honores, famas, altos puestos, riquezas y gozos sensuales y vida fácil y cómoda. Este primer librito es como el retrato de lo que Tomás tuvo que sufrir hasta sus 30 años de las luchas y peligros que se le presentaron.

El libro segundo. Fue escrito por Kempis después de haber sufrido muchas tribulaciones, contradicciones, humillaciones y desengaños, especialmente en el orden afectivo. Destituido del cargo de ecónomo, abandonado por amigos que se había imaginado le iban a ser fieles; es entonces cuando descubre que hay una amistad que no defrauda nunca y es la amistad con Jesucristo, y que allí se encuentra la solución para todas las penas del alma. Este libro segundo de la Imitación enseña cómo hay que comportarse en las tribulaciones y sufrimientos. Emplea mucho el nombre de Jesús indicando el afecto muy vivo y profundo que siente hacia el Redentor y que desea sientan sus lectores también.


Cuando redacta el Libro Tercero ya ha subido mas alto en espiritualidad. Aquí ya a Cristo lo llama El Señor. Se ha dado cuenta que la santidad no depende solamente de nuestros esfuerzos sino sobre todo de la ayuda de Dios. Ha crecido en humildad y exclama: "Cayeron los que eran como cedros del Líbano, y yo miserable ¿qué podré esperar de mis solas fuerzas?". Ahora ya no piensa en la muerte como algo miedoso, sino como una liberación del alma para ir a una Patria feliz.


El libro cuarto de la Imitación está dedicado a la Eucaristía y es uno de los más bellos tratados que se han escrito acerca del Santísimo Sacramento. Millones de personas en todos los continentes han leído este librito para prepararse o dar gracias cuando comulgan.

¿Un iluminado?Muchos autores han pensado que probablemente Tomás de Kempis recibió del cielo luces muy especiales al escribir La Imitación de Cristo. De otra manera no se podría explicar el éxito mundial que este librito ha tenido por más de cinco siglos, en todas las clases sociales.
Otro secreto de su triunfoPuede ser el que Kempis ha logrado comprender sumamente bien la persona humana con sus miserias y sus sublimes posibilidades, con sus inquietudes y su inmensa necesidad de tener un amor que llene totalmente sus aspiraciones.


Este libro está hecho para personas que quieran sostener una lucha diaria y sin contemplaciones contra el amor propio y el deseo de sensualidad que se opone diametralmente al amor de Dios y a la paz del alma. Está redactado para quienes quieran independizarse de lo temporal y pasajero y dedicarse a conseguir lo eterno e inmortal.


San Ignacio, San Juan Bosco, Juan XXIII, el presidente mártir, García Moreno y muchísimos más, han leído una página de la Imitación cada día. ¿La leeremos también nosotros? La mejor traducción actual es la que hizo el Apostolado Bíblico Católico, muy actualizada, toda con frases de la Santa Biblia. No dejemos de conseguirla y leerla.
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A continuación escudriñaremos juntos las páginas del libro "La Imitación de Cristo", una joya de la literatura espiritual, la misma que iremos publicando por "libros", de manera cotidiana hasta su conclusión, con sus cuatro libros. "La Imitación de Cristo", es un libro que exige una férrea conducta diaria, para seguir los pasos del Dios de la vida. Una tarea algo extenuante, pero no imposible.
Muchos hombres comunes y corrientes han bebido de sus páginas para tener una visión cabal del propósito del mismo y luego de llevarlo a la práctica; lo han logrado, porque Dios, no dá a nadie más peso, de lo que puede cargar sobre sus espaldas.
Ahora pues, os invito a transitar sobre estas maravillosas páginas que evocan el mismo espíritu de Cristo y que nos invita a imitarlo, en cada respiro y en cada acto que tengamos para con nuestros semejantes.
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IMITACION DE CRISTO

LIBRO PRIMERO
Avisos provechosos para la vida espiritual

CAPITULO PRIMERO

DE LA IMTACION DE CRISTO Y DESPRECIO
DE TODAS LAS VANIDADES DEL MUNDO


.....Quien me sigue no anda en tinieblas (Jn., 8, 12), dice el Señor.Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón. Sea, pues, nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo. La doctrina de Cristo excede a la de todos los Santos, y el que tuviese espíritu hallará en ella maná escondido.

LIBRO : PRIMERO

....1. Mas acaece que muchos, aunque a, menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quiera entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con Él toda su vida.


.....2. ¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la contrición que saber definirla. Si supieses toda. 1a Biblia. a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios Vanidad de vanidades y todo vanidad (Eccl., l, 2), sino amar y servir solamente a Dios. Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.


.....3. Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuida,: que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se paso: y no buscar con solicitud el gozo perdurable


....4. Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: No se harta la vista de ver ni el oído de oír (Eccl., 1, 8). Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia, y pierden la gracia de Dios. (Continuará)