14 marzo, 2010

Santa Matilde

Oh, Santa Matilde; vos sois
la hija del Dios de la vida y la
que reina siendo, nunca os
ufanasteis del título vuestro,
y mas bien, os disteis a manos
llenas del tesoro vuestro, a los
pobres y desposeídos de aquél
tiempo, amor derrochando a
imitación del Maestro Divino.
En vuestro reino, lograsteis paz
y sosiego, y aunque sufristeis
la insidia de vuestros enemigos,
en silencio; lo ofrecíais ante el
Sacramento Santo, y Dios, os
escuchaba y os respondía solícito,
y os daba sus dones y bondades.
Vos, que habías dado todo de sí,
sin medida alguna; el día que vos
partisteis, abrieron sé los cielos
de par en par, para coronaros, no
ya con metal, sino; con corona
de luz que brilla, eternamente;
oh, Santa Matilde, “valiente batalladora”.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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14 de Marzo

Santa Matilde
Reina

(Año 968)

Matilde significa: “valiente en la batalla”. Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres.

Muy jóven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.

Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde.

Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.

Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su santo comportamiento.

Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto. Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear joyas nunca más.

Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo ese dinero que Matilde afirmaba que había gastado en los pobres, lo tenía guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero. Ella decía con humor: “Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo menos se unieron”.

Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.

Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.

Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.

Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces más.

Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.

Petición

Matilde; reina santa y generosa: haz que todas las mujeres del mundo que tienen altos puestos o bienes de fortuna, sepan compartir sus bienes con los pobres con toda la generosidad posible, para que así se ganen los premios del cielo con sus limosnas en la tierra.
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Matilde.htm)

13 marzo, 2010

San Humberto

Oh, San Humberto, vos sois
el Hijo del Dios de la vida y el
mismo que sangre real llevabais
hasta el día aquél del Santo
Viernes, en que una voz os
habló: “Si no vuelves hacia
Dios, caerás en el infierno”. Y
vos, dejasteis de vivir vuestra
disipada vida, y vuestro corazón
oyó, y entonces servir al Rey de
reyes decidisteis, porque de Él,
vinieron los dones todos que
derramasteis generosamente entre
las gentes del tiempo vuestro,
con milagros a raudales y por
doquiera que andabais y las gentes
maravilladas todas, agradecían
al Padre eterno, vuestro amor.
“Ya no volveré a beber de este
Cáliz, fueron vuestras últimas
palabras” y volasteis hacia Él
para recibir, corona de luz eterna,
de los cazadores Patrono y guía;
oh, San Humberto; “pensar de luz”.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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13 de Marzo

San Humberto
Cazador y obispo
(Año 727)

Humberto significa: el que tiene pensamientos luminosos (Hum, en su idioma = pensamientos, Bert = luminoso). Es Patrono de los cazadores y de los obispos que tienen que gobernar regiones muy problemáticas.

Antiguas tradiciones

Humberto era hijo del rey Bertrand de Aquitania. De joven era muy aficionado a la cacería y valientísimo para luchar contra las fieras. Un día en un bosque su padre fue atacado por un oso furioso que lo iba a matar, pero el joven Humberto llegó a tiempo y arremetió tan fuertemente a la fiera feroz que ésta tuvo que soltar a Bertrand y así el rey salvó su vida.

Fue enviado a estudiar al palacio del rey de Neustria (Bélgica) pero allá había malas costumbres y salió huyendo para no volverse vicioso. Fue entonces al palacio del rey de Austrasia, donde recibió una buena educación, y se casó con una hija del rey y tuvo un hijo a quien llamó Floriberto.

Humberto olvidó los sabios consejos de su santa madre y se dedicó únicamente a fiestas y deportes y dejó de asistir al templo. Y un Viernes Santo en vez de ir a las ceremonias religiosas se fue de cacería. Peor sucedió que yendo en pleno bosque persiguiendo un venado, éste se detuvo repentinamente y los perros y los caballos saltaron asustados hacia atrás. Entre los cuernos del venado apareció una cruz luminosa y Humberto oyó una voz que le decía: “Si no vuelves hacia Dios, caerás en el infierno”.

El joven príncipe se fue en busca del obispo San Lamberto, ante el cual pidió de rodillas perdón por sus pecados. El santo obispo le concedió el perdón y se dedicó a instruirlo muy esmeradamente en la religión. Poco después murió la esposa y entonces Humberto quedó libre para dedicarse totalmente a la vida espiritual. Renunció al derecho que tenía de ser heredero del trono, repartió sus bienes a los pobres y fue ordenado de sacerdote. Entró de monje en el convento de los Padres Benedictinos y se dedicó a la oración, a la lectura y meditación y a humildes trabajos en el conventos, como hortelano, y pastor de ovejas.

Deseaba ir a Roma a visitar la tumba de los Apóstoles San Pedro y San Pablo y a escuchar al Sumo Pontífice. Y se fue a pie escalando montañas cubiertas de hielo y atravesando en barcas pequeñas ríos crecidísimos, hasta que logró llegar, después de mil peligros, a la Ciudad Eterna.

Estando un día en un templo de Roma orando muy devotamente fue mandado llamar por el Sumo Pontífice Sergio, el cual le contó que a su santo obispo Lamberto lo habían asesinado los enemigos de la religión y que al Papa le parecía que el mejor para reemplazar al obispo muerto era él, el monje Humberto. Aunque tenía miedo de aceptar tan alto cargo, una visión sobrenatural lo convenció de que debía aceptar, y fue consagrado obispo de la Iglesia Católica.

El territorio que le correspondió gobernar a San Humberto estaba poblado por gentes que adoraban ídolos y eran muy crueles. El fue recorriendo todas las regiones enseñando la verdadera religión y alejando a la gente de las falsas creencias y dañosas supersticiones. Dios le concedió el don de hacer milagros. Los que tenían malos espíritus, al encontrarse con el santo recobraban la paz, y el mal espíritu se les alejaba. Los que antes adoraban ídolos y dioses falsos, al oírlo predicar tan hermosamente acerca del Dios del cielo que hizo la tierra, y todo cuanto existe, exclamaban: “Nunca nos habían hablado así”, y se convertían y se hacían bautizar.

Por ríos tormentosos y cruzando selvas tenebrosas y haciendo viajes muy agotadores, y recorriendo los campos en procesión cantando y rezando, visitó todo el territorio de su diócesis, ofreciendo, los sacrificios de sus viajes, por la conversión de los pecadores, y Dios le respondió concediéndole que miles y miles se convirtieran a la verdadera fe.

Un día vio que ardía en llamas la casita de una pobre mujer. Se puso a rezar con toda fe y el incendio se apagó milagrosamente.

Le construyó un templo al santo obispo asesinado, San Lamberto, y llevó allá las reliquias del mártir (el cuerpo de Lamberto, al abrir su sepulcro después de varios años de enterrado, estaba incorrupto, como recién sepultado). Al paso de los restos del santo obispo varios paralíticos quedaron sanados y empezaron a andar, y varios ciegos recobraron la vista.

Un día mientras Humberto celebraba la misa entró al templo un hombre loco porque lo había mordido un perro con hidrofobia (o enfermedad de la rabia). Toda la gente salió corriendo a la plaza, pero el santo le dio una bendición al loco enfermo y éste quedó instantáneamente sano y salió a la plaza gritando: “Vuelvan tranquilos al templo que el santo obispo me ha curado con su bendición”. Por esto las gentes han invocado a San Humberto contra las mordeduras de perros rabiosos.

Otro día se acercó a la orilla del mar y vio que una terrible tempestad hundía una barca llena de gente y que todos los pasajeros caían entre las embravecidas olas. El santo se arrodilló a orar por ellos y milagrosamente los náufragos salieron a la orilla sanos y salvos. Por eso los marineros le han tenido mucha fe a San Humberto.

En el año 727 Dios le anunció que pronto iba a morir, y al terminar una misa les dijo a los fieles: “Ya no volveré a beber este cáliz entre vosotros”. Poco después se enfermó y murió santamente, dejando entre las gentes el recuerdo de una vida dedicada totalmente al bien de los demás.

Petición

Señor Jesús: envíanos muchos pastores santos y generosos como San Humberto, que consagren totalmente su existencia a la salvación de las almas y a hacerte amar más y más. Si Dios está con nosotros ¿Quién podrá contra nosotros? (S. Pablo).
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(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Humberto.htm)


11 marzo, 2010

San Eulogio de Córdova


Oh, San Eulogio de Córdova;
vos sois, el hijo del Dios de la
vida y el que instasteis, con la
palabra y el ejemplo a los fieles
de vuestro tiempo a no abandonar,
su fe en Cristo Jesús. Decías vos:
“Miedo tengo, a mis malas obras.
Mis pecados me atormentan. Veo
su monstruosidad. Frecuentemente
medito en el juicio que me espera,
y me siento merecedor de fuertes
castigos. Apenas me atrevo a mirar
el cielo, abrumado por el peso de
mi conciencia”. Gracias a vos, y
a vuestra obra: “Memorial de los
mártires”, sabemos hoy, de su
valerosa entrega. Próxima vuestra
muerte, dijisteis: “Yo proclamo
aquí solemnemente que hasta el
último momento, amador y adorador
quiero ser, de Cristo Señor Nuestro.
Y Dios, os escuchó y os premió,
colocándoos corona de eterna luz ;
oh, San Eulogio de Córdova, santo.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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09 de Marzo

San Eulogio de Córdoba
Arzobispo
(año 859)

Eulogio significa: el que habla bien (Eu = bien, logios = hablar). Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ira misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.

Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.

Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme”.

Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.

Su biógrafo lo describe así en su juventud: “Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España”.

Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: “Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo”. Decía confidencialmente: “Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.

Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.

En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.

Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado “Memorial de los mártires”, en el cual narra y elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.

A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: “Documento martirial”, y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.

El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.

Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su “Memorial de los mártires”.

En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.

Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.

Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: “Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida”. A lo cual Eulogio respondió: “Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.

Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.

San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.

Dichosos vosotros cuando os persigan y os traten mal por causa de la religión. Alegraos porque grande será vuestro premio en el reino de los cielos (Jesucristo Mt. 5).
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Eulogio_de_Córdoba.htm)

10 marzo, 2010

San Juan de la Mata


Oh, San Juan de la Mata, vos sois
el hijo del Dios de la vida y el que
os preocupasteis de liberar a nuestros
hermanos cristianos de las manos
musulmanas y evitasteis así, que
renunciaran a su en Cristo. Desde
la Santísima Trinidad, comunidad
vuestra; llevasteis la dulzura de la
libertad y el amor de Cristo Jesús,
Señor Nuestro, a nuestros hermanos
en africanas tierras. Dios, piloto
vuestro fue, y vos, su marinero fiel.
Sencillo y humilde como erais, os
preocupasteis de no daros a conocer
y ocultasteis vuestros prodigios,
carne haciendo, el viejo adagio que
dice: “Hay que amar el permanecer
oculto y el no ser conocido”. Al
final de vuestra vida, volasteis al
límpido cielo, donde corona de luz
recibisteis, que brilla por siempre;
Oh, San Juan de la Mata, libertador.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Marzo

San Juan de Mata

Fundador de la Comunidad de la Sma. Trinidad, o Padres Trinitarios

(año 1213)


Este santo es el fundador de la Comunidad de la Sma. Trinidad, o Padres Trinitarios, que tiene 75 casas en el mundo con 580 religiosos. Nació en Francia, en los límites con España, en 1160.

Durante sus primeros años se dedicó a los estudios de bachillerato y a la equitación y al deporte de la natación. Pero las dos actividades que más le agradaban eran la oración y el dedicarse a ayudar a los pobres.

Frecuentemente se retiraba a una ermita alejada del pueblo y allí pasaba varios días dedicado a la meditación. Su padre lo envió a París y allá obtuvo el doctorado y luego fue ordenado sacerdote. Las antiguas crónicas dicen que durante la celebración de su Primera Misa tuvo una visión celestial: vio a unos pobres cristianos prisioneros de los mahometanos y con peligro de renunciar a su religión, y observó cómo un religioso vestido de blanco y con una cruz roja y azul en el pecho los libraba y los salvaba de perder su fe.

Con esto creyó sentir una invitación celestial a fundar una comunidad para libertar cristianos. Juan fue a consultar a San Félix de Valois, que vivía retirado meditando y rezando y después de varios días de rezar con él, le narró la idea que tenía de fundar una comunidad de religiosos para libertar cautivos. A San Félix le pareció muy buena idea y los dos se fueron a Roma a conseguir el permiso del Papa.

Inocencio III no era muy amigo de fundar nuevas congregaciones religiosas pero las oraciones de estos dos santos lograron la buena voluntad del Pontífice y les concedió su aprobación. Juan fue consagrado obispo y a los religiosos se les concedió un hábito banco con una cruz roja y azul en el pecho. Superior General de la Comunidad fue nombrado Juan de Mata.

El rey de Francia Felipe Augusto les concedió autorización para conseguir fondos en favor de los prisioneros, y así nuestro santo hizo varios viajes al Africa a libertar cautivos. Los piratas mahometanos llegaban a las costas españolas y francesas y se llevaban prisioneros a todos los que encontraban. Y había el grave peligro de que aquellos pobres esclavos, en medio de tan terribles sufrimientos, renegaran de su fe para que no los trataran mal.

Por eso San Juan de Mata se propuso rescatarlos. En el año 1201 Juan de Mata y sus religiosos lograron rescatar en Marruecos 186 prisioneros. Al año siguiente en Túnez rescataron 110 prisioneros. Por cada uno había que pagar una crecida suma de dinero, y los Padres Trinitarios iban de ciudad en ciudad y de campo en campo consiguiendo con qué pagar el rescate de los pobres esclavos.

San Juan de Mata tuvo que sufrir mucho por parte de los mahometanos que le tenían mucha antipatía por los sabios consejos que les daba a los esclavos cristianos para que no se dejaran quitar su santa religión. Un día en que Juan volvía del Africa con 120 prisioneros cristianos que había libertado de la esclavitud de los musulmanes, un grupo de piratas mahometanos asaltó su barco, destruyó el timón y rasgó las velas (telas por las cuales el viento empujaba la embarcación).

Los pasajeros creyeron que iban a naufragar en el mar, pero el santo hizo unas nuevas velas uniendo los mantos de todos ellos, y se puso a rezar, y así sin timón, pero lleno de confianza en Dios, y suplicando que Nuestro Señor hiciera de piloto, y colocándose en la proa del barco con un crucifijo en las manos, logró tener un próspero viaje y desembarcaron sanos y salvos en Ostia (Italia). Los últimos años los pasó en Roma dedicado a la predicación y a conseguir ayudas para los pobres y murió santamente en el año 1213. Este santo se preocupó siempre de ocultar los hechos más admirables de su vida.

El cumplía aquel antiguo principio: “Hay que amar el permanecer oculto y el no ser conocido”. Un religioso de su comunidad, el Padre Juan Gil, recató en 1580 a Miguel de Cervantes, autor del Quijote, que estaba preso de los musulmanes desde 1575.

En el año 1660 la Santa Sede autorizó el culto a San Juan de Mata, y hoy en día son muchos los que en el mundo entero siguen recibiendo de Dios el mismo llamamiento que él recibió del cielo: ir a ayudar a los que sufren en cárceles y prisiones.

Jesús prometió que en el día del Juicio Final dirá a muchos de los que estarán a su derecha: “Venid benditos de mi Padre, porque cuando Yo estuve preso me fuisteis a ayudar. Todo lo que hicisteis con los demás aun con los más humildes, a Mí me lo hicisteis” (S. Mateo 25,41).
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Juan_de_Mata.htm)

09 marzo, 2010

Santa Francisca Romana

Oh, Santa Francisca Romana,
vos sois la hija del Dios de la
vida, que tesoros acumulasteis
para el cielo, en cada hermano
desposeído de vuestro tiempo,
Casada como estabais, vuestro
estado, no os desanimó jamás
para acrecentar aún más el amor
del Divino Maestro. “Muy buena
es la oración, pero la mujer
casada tiene que concederles
enorme importancia a sus deberes
caseros”. Antes de marcharos a
la casa del Padre, tuvisteis una
visión y pronunciasteis vuestras
últimas palabras: “El ángel del
Señor me manda que lo siga hacia
las alturas” y vuestra alma, solícita
como era, la siguió y la hacerla,
recibió el premio que vos, habíais
ya alcanzado en esta tierra: corona
de luz maravillosa y refulgente.
Esposa, madre, viuda y apóstol seglar;
Oh, Santa Francisca Romana, ¡ Santa!.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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09 de Marzo

Santa Francisca Romana
(año 1440)

Esposa, madre, viuda y apóstol seglar. Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama “Torre de los Espejos”.

Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación sino que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.

Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa acción. Pronto

Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un don que le concedió el Espíritu Santo.

En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guió siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.

A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía: “Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros”.

Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada su sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para el cielo.

Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.

Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.

Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre “Oblatas de María”, y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba “Torre de los Espejos”. Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.

Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre “Francisca Romana”.

Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución de sus dificultades.

Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.

Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.

Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: “El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”. Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.

Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que “toda la ciudad de Roma se movilizó”, para asistir a los funerales de Francisca.

Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.

Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.

He aquí la descripción de una mujer admirable. “Que las gentes comenten sus muchas buenas obras” (S. Biblia. Proverbios 31).
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(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Francisca_Romana.htm)

08 marzo, 2010

San Juan de Dios


Oh, San Juan de Dios; vos sois
el hijo del Dios de la vida, aquél
hombre que entregasteis la vuestra,
como agua, en amor convertida
y capaz es, de su carencia saciar.
La gente de vuestro tiempo y del
nuestro, imaginó jamás recibir
amor tanto, de vuestra obra, porque
felices hoy, tanto los de ayer como
los de hoy, por el entero mundo,
os agradecen por este regalo de la
la luz de Cristo. “Granada, tu cruz
será”, hecho Niño pobre Dios, os
dijo y así fue. Vuestra vida en una
“locura de amor” del mismo Cristo
convertisteis, hasta el día aquél, que
tarea cumplida y de rodillas postrado
exclamasteis: “Jesús, Jesús, en vuestras
manos me encomiendo” y volasteis
al cielo eterno, para justo premio
recibir y coronado ser de luz terna;
oh, San Juan de Dios, locura de amor.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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8 de Marzo

San Juan de Dios
Fundador de la Comunidad de Hermanos Hospitalarios
de San Juan de Dios
Año 1550

Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a los 55 años de edad. De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento.

En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de compromisos económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más espirituales.

Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.

La Sma. Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia, porque para eso no era muy adaptado.

Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.

Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel “pobrecito” era la representación de Jesús Niño, el cual le dijo: “Granada será tu cruz”, y desapareció.

Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famoso Padre San Luis de Avila. Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y empezó a gritar: “Misericordia Señor, que soy un pecador”, y salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.

Se confesó con San Juan de Avila y se propuso una penitencia muy especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.

Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos su pecados.

La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.

Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.

Aquella estadía de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su cuerpo.

Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.

Cuando San Juan de Avila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera “locura de amor”: gastar toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.

Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.

Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por las calles. El iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.

El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila ,y empezó a llamarlo “Juan de Dios”, y así lo llamó toda la gente en adelante. Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por varios siglos.

Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarle la vida a todos aquellos pobres.

Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir espantosos dolores.

Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien , y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco.

El santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.

Al llegar al la casa de la rica señora, exclamó Juan: “Oh, estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador”. Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado tarde.

El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: “Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo”, y quedó muerto, así de rodillas.

Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un santo.

Después de muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y el Papa lo declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales y de los que propagan libros religiosos.

San Juan de Dios: alcánzanos de Dios un gran amor hacia los enfermos y los pobres.

NOTA: Los religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216 casas en el mundo para el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de Colombia pertenecieron a esta santa Comunidad.

Todo lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos enfermos, conmigo lo hicisteis (Jesucristo Mt. 25,40).
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Juan_de_Dios.htm)


07 marzo, 2010

Santas Felicidad y Perpetua


Oh, Santas Felicidad y Perpetua;
vosotras sois las hijas del Dios de
la vida, y aquellas santas mujeres
que entregasteis vuestro abierto
corazón, a Cristo Jesús, Señor
Nuestro, en tiempos de idolatría
y paganismo. Obligadas erais a
la renuncia de vuestra fe a diario,
pero vosotras, irreductibles os
tornabais y la enfrentabais, con
valor y entereza, mientras la turba
ignorante, pedía vuestro martirio,
pero, Aquél que todo lo ve y juzga,
os premió con coronas de luz, que
brillan hoy, por siempre jamás.
Cierto es que aniquilaron vuestros
cuerpos, mas no vuestras almas;
oh, Santas Felicidad y Perpetua.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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7 de Marzo

Santas Felicidad y Perpetua
Mártires
(año 203)

Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203. Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.

Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.

Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.

Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.

El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.

Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.

Dice Perpetua en su diario: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.

Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol,y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: “Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”. Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.

El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.

Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.

Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? “Una bandeja”, respondió él. Pues bien: “A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre”.

Y añade el diario escrito por Perpetua: “Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo”.

El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: “Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: “Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.

A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.

A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.

Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.

El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: “Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño”. Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.

A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?

Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.

Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y renunciamos por El.
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(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Felicidad_y_Perpetua.htm)