12 enero, 2011

San Arcadio


Oh, San Arcadio, vos sois el hijo
del Dios de la vida y al que, los
tormentos de vuestro tiempo, jamás
os intimidaron y hasta el final de
vuestro martirio, rindiéndoos ante
el Dios único y eterno seguisteis,
mientras que los paganos impíos os
veían absortos en vuestra fidelidad
y a la vez, maravillados quedaban
por vuestra fe, tanto que creían
ver al mismo Cristo en su cruz; de
amor muriendo por los hombres del
mundo. “Primero lograrán sacar de
mi cuerpo el corazón, que sacar de
mi alma el amor hacia Jesucristo”;
decíais vos, en martirio pleno y
vuestra fe y amor eran indeclinables
y cada vez fuertes. Cuando, vuestros
verdugos os mostraban partes mutiladas
de vuestro cuerpo, dijisteis vos
ante la multitud:“Dichoso cuerpo mío
que ha podido ofrecer este sacrificio
a mi Señor Jesucristo”. Y agregasteis
luego ”Los sufrimientos de esta vida
no son comparables con la gloria que
nos espera en el cielo. Jamás les
ofrezcan oraciones o sacrificios a los
ídolos. Sólo hay un Dios verdadero:
nuestro Dios que está en el cielo.
Y un sólo Señor: Jesucristo, Nuestro
Redentor”. Y así, vuestro cuerpo
de existir dejó, pero vuestra alma
voló para coronada ser, con corona
de luz y eternidad, como merecéis;
oh, San Arcadio, mártir de luz y vida.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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12 de enero
San Arcadio

Señor Dios Omnipotente: te pedimos el favor de poder exclamar como tu mártir San Arcadio: “primero lograrán sacar de mi cuerpo el corazón, que sacar de mi alma el amor hacia Jesucristo”. Haz que la esperanza del premio que nos espera en el cielo nos lleve a resistir con valentía contra los enemigos del alma nuestra. Amén.

Fue martirizado en la persecución de Diocleciano en el año 304, en Mauritania (hoy Argelia), al norte de Africa. Pertenecía a una familia muy distinguida.

Diocleciano había decretado que todo el que se declarara amigo de Cristo debía ser asesinado. Los soldados y policías penetraban a las casas de los cristianos y sacaban arrastrando a hombres y mujeres y si no querían quemar incienso a los ídolos y asistir a las procesiones de los falsos dioses, los llevaban ante los jueces para que los condenaran a muerte.

Arcadio al darse cuenta de todo esto, huyó a las montañas para que no lo llevaran a adorar ídolos. Pero la policía llegó a su casa y se llevó a uno de sus familiares como rehén, amenazando que si Arcadio no aparecía, moriría su familiar.

Entonces el joven regresó de su escondite de la montaña y se presentó ante el tribunal pidiendo que lo apresaran a él pero que dejaran libre a su familiar.

El juez le prometió la libertad para él y para su pariente si adoraba ídolos y les quemaba inciensos. Arcadio respondió: “Yo sólo adoro al Dios Unico del cielo y a su Hijo Jesucristo”. Su pariente fue puesto en libertad, pero él fue a la prisión.

Los jueces dispusieron convencerlo a base de amenazas y le dijeron que si no dejaba de ser cristiano lo despedazarían cortándole manos y pies, pedazo por pedazo. Arcadio respondió: “Pueden inventar todos los tormentos que quieran contra mí. Pero estén seguros de que nadie ni nada me apartará del amor de Jesucristo. Espero no traicionar nunca mi fe. Es tan alto el premio que espero en el cielo, que los tormentos de la tierra me parecen pocos con tal de conseguirlo”.

Le presentaron entonces ante sus ojos todos los instrumentos con los cuales acostumbraban torturar a los cristianos para que renunciaran a su religión: garfios de hierro afilados, azotes con punta de plomo, carbones encendidos, etc., etc. Pero nuestro mártir no se dejó asustar y continuó diciendo que prefería morir antes que ser infiel a la religión de Cristo.

Entonces el tribunal decreta que sea despedazado a cuchilladas, primero los brazos, pedazo por pedazo, y luego los pies. Así lo hacen. Arcadio siente que su cuerpo se estremece de dolor, pero al mismo tiempo recibe en su alma una fuerza tal del Espíritu Santo que lo mueve a entonar himnos de adoración y acción de gracias a Dios. Los que están allí presentes se sienten emocionados ante tan enorme valentía.

Cuando le presentan ante sus ojos todos los pedazos de manos y de pies que le habían quitado a cuchilladas, exclama: “Dichoso cuerpo mío que ha podido ofrecer este sacrificio a mi Señor Jesucristo”. Y dirigiéndose a los presentes les dice: ”Los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que nos espera en el cielo. Jamás les ofrezcan oraciones o sacrificios a los ídolos. Sólo hay un Dios verdadero: nuestro Dios que está en el cielo. Y un sólo Señor: Jesucristo, Nuestro Redentor”.

Y quedó suavemente dormido. Había muerto mártir de Cristo. Los paganos se quedaron maravillados de tanto valor, y los cristianos recogieron su cadáver y empezaron a honrarlo como a un gran santo.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Arcadio.htm)

11 enero, 2011

San Teodosio


Oh, San Teodosio, vos sois el
hijo del Dios de la vida y aquél
hombre que lleno de Él, a vuestros
religiosos pedisteis, que cada
quien, sus tumbas cavasen y
mientras así lo hacían repitieran:
“Yo he de morir, yo no sé cuándo;
yo he de morir, yo no sé dónde;
yo he de morir, yo no sé cómo;
pero lo que sí sé, de cierto es que,
si muero en pecado mortal, me
condenaré para siempre”. Y de
de seguro, que todos recordaron
que aquellos -y hoy nosotros- de
polvo somos y a él, volveremos.
Forjador de los santos del desierto;
a la Casa del Padre partisteis, para
corona de luz recibir, como premio
justo, por vuestro amor al Dios vivo;
oh, San Teodosio, “Regalo de Dios”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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11 de enero

San Teodosio


Señor Dios: gracias por darnos ejemplos tan maravillosos en tus santos. Te suplicamos que a imitación de San Teodosio vivamos de manera tan santa cada día, que a cualquier hora que vengas a llamarnos a la eternidad nos puedas decir aquellas palabras del evangelio: “Bien siervo bueno y prudente: has sido fiel en lo poco, ahora te constituiré sobre lo mucho”. Amen.

Su nombre significa: “Regalo de Dios”. Nació en Turquía en el año de 423. Sus padres lo acostumbraban desde jovencito a leer cada día con atención una página de la Sagrada Escritura, lo cual le sirvió muchísimo para llegar a la santidad.

Al leer en el Génesis que Abraham agradó a Dios al dejar su patria y su familia para irse a la Tierra Santa a servir al verdadero Dios, dispuso hacer él otro tanto, y dejando sus grandes riquezas y su familia, se fue a Jerusalén.

Antes que todo se fue a visitar al famoso San Simeón el Estilita, el cual le anunció muchas de las cosas que le iban a suceder durante su vida y le dio consejos muy prácticos para saber comportarse bien.

Después de visitar en peregrinación a Jerusalén, Belén y Nazaret, se propuso dedicarse a vivir como un religioso solitario. Pero luego, el temor de tener que vivir sin un director espiritual y por lo tanto quedar expuesto a graves equivocaciones, lo hizo quedarse cerca de Belén, donde vivía el más sabio director de religiosos de esas regiones, el abad Longinos.

Después de ser ordenado sacerdote, recibió de Longinos la orden de encargarse del culto de una iglesia que estaba en el camino entre Jerusalén y Belén. Después de los actos de culto en la iglesia se iba a una cueva solitaria a meditar y rezar.

Pronto vinieron muchos jóvenes a pedirle ser admitidos como religiosos. El recibía a todos aquellos que demostraban estar dispuestos sinceramente a hacer penitencia y convertirse. A uno de sus discípulos, el que después fue obispo de Petra, le debemos los datos que vamos a narrar en seguida.

A sus jóvenes religiosos les hacía cavar ellos mismos su propia sepultura (una pala cada noche cada uno, antes de acostarse diciendo: “Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo so sé cómo; pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre”). Esto para que recordaran que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir y que “a la hora menos pensada vendrá el Hijo de Dios a tomarnos cuentas y que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora”.

Cuando terminaron de cavar la primera sepultura, el abad Teodosio, les dijo: “La sepultura ya está lista; ¿quién desea ocuparla?”. Un sacerdote llamado Basilio se adelantó y dijo: “Padre, si al buen Dios le parece bien así, yo acepto ser el primero en morir. Pero rezad por mí y dadme la bendición”. Teodosio mandó que rezaran por Basilio las oraciones por los moribundos. A los cuatro días el sacerdote cayó muerto de repente, sin haber estado enfermo antes. Pero estaba bien preparado para la muerte.

Un día de pascua no había nada con qué almorzar. Los monjes empezaron a murmurar pero Teodosio les recomendó que tuvieran fe en la Divina Providencia. A medio día llegó una recua de mulas cargadas con alimentos. Nadie supo de dónde llegaron ni quién las envió.

Como la fama de santidad de Teodosio atraía muchos jóvenes que venían a vivir como religiosos, tuvo que hacer tres conventos: uno para los que hablaban griego, otro para los que hablaban idiomas eslavos y el tercero para los de idiomas orientales como hebreo, árabe y persa. Todos cerca de Belén. Los salmos los rezaba cada convento en su propio idioma, pero la Eucaristía la celebraban todos juntos en el templo.

También construyó Teodosio cerca de Belén tres hospitales: uno con ancianato, otro para los que sufrían toda clase de enfermedades, y el tercero para los que padecían enfermedades mentales. Esta idea era muy nueva en esos tiempos y poco frecuente en el mundo.

Eran tantos los enfermos que venían a ser atendidos, que los historiadores de ese tiempo cuentan que hubo días en que llegaron cien enfermos a ser curados. Cuando no había alimentos o medicinas, Teodosio ponía a sus monjes a rezar con toda fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.

Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás como deseaba ser tratado por ellos. El silencio era perfecto. Todos estaban obligados a dedicar varias horas del día a trabajos manuales para conseguir lo necesario para alimentar a tanta gente. El Arzobispo de Jerusalén quedó tan admirado de aquel orden y seriedad, que nombró a Teodosio “Superior de todos los religiosos que vivían en Tierra Santa”.

El emperador de Constantinopla apoyaba una herejía que le negaba algunas cualidades de Jesucristo, y para que Teodosio lo apoyara le envió una gran cantidad de dinero. Teodosio recibió el dinero y lo repartió entre los pobres pero recorrió toda Palestina diciéndole a la gente cristiana: “El que enseñe algo acerca de Jesucristo, contrario a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, sea maldito”. Y los sermones de este santo producían efectos maravillosos en los oyentes.

También obtenía milagros de Dios. Una vez una mujer que tenía un tumor maligno incurable, tocó con fe el manto de Teodosio y quedó curada instantáneamente.

El emperador se disgustó porque el abad no apoyaba sus herejías y lo desterró. Pero enseguida murió el emperador, y él que lo reemplazó mandó a nuestro santo que volviera inmediatamente a sus conventos de Belén.

Teodosio enfermó de una afección dolorosísima. Como el había curado a tantos enfermos con su oración, un discípulo le aconsejó que le pidiera a Dios que le quitara la enfermedad. El santo le respondió: “Eso sería falta de paciencia; eso sería no aceptar la santa voluntad del Señor”. ¿No sabes que “Todo redunda en bien de los que aman a Dios?”.

Cuando sintió que se iba a morir mandó reunir junto a su lecho a sus religiosos y les recomendó vivir de tal manera bien que cada día estuvieran prontos para presentarse ante el Juicio de Dios. Y anunció varios hechos que sucedieron después.

Murió a los 105 años, en el año 529. Era admirable su vigor en la ancianidad, a pesar de que ayunaba y empleaba muchas noches en la oración. De él se pudo decir lo que la S. Biblia afirma de Moisés: “Conservó su robustez y vigor hasta la más avanzada ancianidad”.

El Arzobispo de Jerusalén y muchísimos cristianos de esa Ciudad Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros. Lo sepultaron en la cueva en la cual escamparon los Reyes Magos cuando viajaban de Jerusalén a Belén.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Teodisio.htm)

10 enero, 2011

Beata Laura Vicuña


Oh, Beata Laura Vicuña, vos
sois la hija del Dios de la
vida y aquella santa criatura
que ofreciendo vuestra vida
la de vuestra madre salvasteis
que en terrible pecado vivía.
Si entregó Cristo su vida por
los pecados del mundo, vos lo
imitasteis entregando vuestra
vida, por el ser que al mundo
os trajo y todo por el grande
amor que teníais – y tenéis-
por Jesús Sacramentado y por
María Auxiliadora; Señora
Nuestra de los cielos. “¡Que
contenta se siente el alma a
la hora de la muerte, cuando
se ama a Jesucristo y a María
Santísima! Gracias Jesús,
gracias María”, y partisteis
de este mundo y hoy, corona
de luz gozáis, como premio
de vuestro amor a Jesucristo;
oh, Beata Laura Vicuña, luz.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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10 de Enero

Beata Laura Vicuña

La hija que ofreció la vida por salvar a la madre. Nació en Santiago de Chile, el 5 de abril de 1891 y murió en Argentina el 22 de enero de 1904, a la edad de sólo 13 años. El Papa Juan Pablo II la beatificó el 3 de septiembre de 1988.

Su padre es un alto militar y jefe político de Chile. Una revolución derroca al gobierno y la familia Vicuña tiene que salir huyendo, desterrados a 500 kilómetros de la capital. Allá muere el papá y la familia queda en la miseria. Laura tiene apenas dos años cuando queda huérfana de padre.

La mamá, con sus dos hijas, Laura y Julia, emprende un larguísimo viaje de ocho meses hacia las pampas de Argentina. Allá encuentra un ganadero brutal y matón, y movida por su gran miseria, la pobre Mercedes se va a vivir con él en unión libre. El hombre se llamaba Manuel Mora.

En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes.

Allí, en clase de religión, al oír que la profesora dice que a Dios le disgustan mucho los que viven en unión libre, sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase de religión, cuando la religiosa empieza a hablar otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. La profesora cambia de tema pero consulta el caso con la hermana directora del colegio: “¿Por qué será que Laura Vicuña se asusta tanto cuando se habla del pecado que es el vivir en unión libre?”. La superiora le aconseja: “Vuelva a tratar de ese tema, y si ve que la niña se asusta, cambie de tema”. Así lo hace.

Laurita se ha dado cuenta de un gravísimo mal: su madre, el ser que ella más ama en el mundo, después de Dios y la Virgen, su mamá Mercedes, vive en pecado mortal y está en grave peligro de condenación eterna. ¡Es terrible!.

Y Laura hace un plan: ofrecerá su vida a Dios, con tal de que la mamá abandone a ese hombre con el cual vive en pecado. Comunica el plan al confesor, el Padre Crestanello, salesiano. El le dice: “Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto”. Pero la niña está resuelta a salvar el alma de la mamá a cualquier costo, y ofrece su vida al Señor Dios, en sacrificio para salvar el alma de la propia madre.

En el colegio es admirada por las demás alumnas como la mejor compañera, la más amable y servicial. Las superioras se quedan maravilladas de su obediencia y del enorme amor que siente por Jesús Sacramentado y por María Auxiliadora.

El día de su primera comunión ofrece su vida en sacrificio a Jesús, y al ser admitida como “Hija de María”, consagra su pureza a la Sma. Virgen María.

Va a pasar vacaciones a donde vive su madre. Manuel Mora trata de irrespetarla pero ella no lo permite. Prefiere ser abofeteada y azotada brutalmente por él pero no admite ningún irrespeto a su virtud. Manuel aprende a respetarla.

En una gran inundación que invade el colegio. Laura por salvar la vida de las más pequeñas, pasa largas horas de la noche entre las friísimas aguas sacando niñas en peligro, y adquiere una dolorosa enfermedad en los riñones. Dios empieza a aceptar el sacrificio que le ofreció por salvar el alma de su mamá.

Laura empieza a palidecer y a debilitarse. Siente enorme tristeza al oír de los superiores que no la podrán aceptar como religiosa porque su madre vive en concubinato. Sigue orando por ella. Cae a cama. Dolores intensísimos. Vómitos continuos. Se retuerce del dolor. La vida de Laura se está apagando. “Señor: que yo sufre todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve”.

Va a entrar en agonía. La madre se acerca y ella le dice: ”Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente”. Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?

“¡Ay hija mía! Exclama doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida”.

Laura manda llamar al Padre Confesor. “Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre”. Madre e hija se abrazan llorando.

Desde aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Siente que ya nada le retiene en esta tierra. La Divina Misericordia ha triunfado en el corazón de su amadísma mamacita. Su misión en este mundo ya está cumplida. Dios la llama al Paraíso.

Recibe la unción de los enfermos y su última comunión. Besa repetidamente el crucifijo. A su amiga que reza junto a su lecho de moribunda le dice: ¡Que contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima!.

Lanza una última mirada a la imagen que está frente a su cama y exclama: “Gracias Jesús, gracias María”, y muere dulcemente. Era el 22 de enero de 1904. Iba a cumplir los 13 años.

La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.

Laura Vicuña ha hecho muchos milagros a los que le piden que rece por ellos ante Nuestro Señor. Y el Papa Juan Pablo II la declaró Beata en 1988.

Señor Jesús: Tú que concediste a Laura Vicuña la gracia de ofrecer su vida por la salvación del alma de su propia madre, concédenos también a todos nosotros la gracia de obtener buenas obras, la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Laura_Vicuña.htm)

09 enero, 2011

San Julián


Oh, San Julián, vos sois el hijo
del Dios de la vida, que a vida
común hacer con vuestra novia,
os negasteis, y ella, de acuerdo
sobre las riquezas que Dios guarda
para quienes, puros se reportan a
sus pies; al desierto marcharon
y fundando de Oración casas, para
Dios, invitasteis a los jóvenes
seguidores vuestros en la pureza
a imitaros, tanto de vuestro tiempo
como del nuestro. Vuestra vida,
continua cuaresma fue: ayuno, oración
abstinencia y meditación, todos
los días, hasta la misma tumba.
Llegó el día de vuestro martirio,
y a adorar resistiéndoos a falsos
dioses, mostrasteis valor estoico,
y entregasteis feliz vuestra vida.
¿Dónde estaréis ahora? ¿Dónde?
No hay otro lugar donde buscaros
que en el mismo cielo, y encontraros
coronado de luz, como justo premio
a vuestra fe e increíble amor y fidelidad;
oh, San Julián; mártir, virtud y luz.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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9 de Enero

San Julián
Mártir

Año 304

Nació San Julián en la ciudad de Antioquía (en Siria), de una familia que se preocupó por darle una muy buena formación religiosa. Los papás querían que se casara con una joven muy virtuosa y de familia muy rica, pero Julián tuvo una visión en la cual vio algunos de los premios que Dios reserva para quienes conservan su virginidad y narró su visión a la novia. Y entonces los dos, de común acuerdo, hicieron voto de castidad o sea un juramento de conservarse siempre puros.

Los papás creían que ellos formarían un hogar, pero los novios se habían comprometido a conservar para siempre su virginidad. Y poco tiempo después murieron los padres de los dos jóvenes, y entonces Julián y su prometida se fueron cada uno a un desierto a orar, y a hacer penitencia y cada cual fundó un monasterio. Julián un monasterio para hombres y ella uno para mujeres.

Muchos hombres deseosos de conseguir la santidad se fueron a acompañar a Julián en su vida de religioso y lo nombraron superior. El los dirigió con especial cariño y con gran prudencia. Era el que más duro trabajaba, el que mayores favores hacía a todos y el más fervoroso en la oración. Y dedicaba muchas horas a la lectura de libros religiosos y a la meditación.

Su vida fue una continua Cuaresma, o sea un ayunar y guardar abstinencia y orar y meditar, todos los días, sin cansarse. A los súbditos nunca los reprendía con altanería ni con malos modos o delante de los demás, sino en privado, con frases amables, comprensivas y animadoras, que les demostraban el gran aprecio y amor que les tenía, y que llegaban al fondo del alma y obtenían verdaderas conversiones.

Los religiosos decían que Julián era muy exigente y duro para sí mismo, pero admirablemente comprensivo y amable para con los demás, y que gobernaba con tal prudencia y caridad a los monjes que éstos se sentían en aquél desierto más felices que si estuvieran en el más cómodo convento de la ciudad.

La persecución.

Y sucedió que estalló en Antioquía la persecución contra los cristianos, y el gobernador Marciano ordenó apresar a Julián y a todos sus monjes. Centenares de cristianos fueron siendo quemados por proclamar su amor a Jesucristo, y cuando le llegó el turno a nuestro santo, se produjo el siguiente diálogo entre el perseguidor y Julián:

- Le ordenamos que adore la estatua de nuestro emperador.

- Yo no adoro sino única y exclusivamente al Dios del cielo.

- Su Dios y emperador es el Cesar de Roma.

- Mi jefe a quien adoro y obedezco es Nuestro Señor Jesucristo.

- ¿Cómo se le ocurre creer en uno que fue crucificado?

- Es que el crucificado ya resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre.

- ¿Te ríes de nuestros dioses y del emperador? Pues ahora que te atormenten te arrepentirás de haber procedido así.

- Dios ayuda a los que son sus amigos, y Cristo Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso que el emperador, me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos.

El perseguidor, viendo que con amenazas no lo conmueve, se propone cambiar de táctica y ofrecerle a Julián grandes premios si deja la santa religión:

- Tus padres eran personas muy importantes en esta ciudad. Si dejas de ser cristiano y adoras a nuestros dioses, te concederemos puestos de primera clase.

- Mis padres me están observando desde el cielo y se sienten muy contentos y muy honrados de que yo proclame mi fe en Cristo y derrame por El mi sangre.

Empiezan a darle a Julián terribles latigazos, con fuetes que tienen pedacitos de hierro en los extremos, pero uno de los verdugos al retirar rápidamente el fuete, es herido gravemente en un ojo por la punta de hierro del látigo. Julián oye el grito de dolor y llamando al verdugo le coloca sus manos sobre el ojo destrozado y se obtiene inmediatamente la curación.

Los verdugos le cortan la cabeza al santo, pero en ese momento el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, al ver con qué gran valentía y alegría ha ido a la muerte este amigo de Cristo, se declara él también seguidor de Jesús y se hace cristiano. Esta conversión fue considerada como un verdadero milagro espiritual obtenido por el martirio de Julián.

Y los amigos de Jesús queremos proclamar siempre y en todas partes nuestra fe, y preferir mil muertes y diez mil tormentos, antes que dejar nuestra santísima religión por irnos a religiones falsas que ni dan felicidad en esta vida ni consiguen salvación eterna.

San Julián: pídele a Cristo que nosotros logremos perseverar fieles a nuestra santa religión hasta la muerte.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Julian.htm)


08 enero, 2011

San Severino


Oh, San Severino, vos sois el
hijo del Dios de la vida y fiel
mancebo del Dios eterno y a quien,
Aquél que todo lo ve, le proveyó
de dos dones maravillosos: el de
profecía y el de consejo, que el
Espíritu Santo, administraba para
vos, por vuestra oración constante
y fe inmaculada. Vos repetíais
a menudo la bíblica frase: “Para
los que hacen el bien, habrá gloria,
honor y paz. Pero para los que
hacen el mal, la tristeza y castigos
vendrán”. Y anunciando que quienes
dicen: “He pecado y nada malo me
ha pasado”, están completamente
equivocados, pues todo pecado,
trae del cielo, castigos” y esto, a
muchos frenaba y les impedía seguir
por la senda del vicio y del mal.
“El remedio es rezar, dar limosnas
a los pobres y hacer penitencia”,
decíais vos, y la gente os oía.
¡Qué maravilla vuestro obrar! ¡Qué
profecías!. Partisteis de este mundo,
vuestra célebre frase pronunciando:
“Todo ser que tiene vida, alabe al
Señor”; y fue justo vuestro premio,
pues recibisteis corona de eterna luz;
oh, San Severino; “viva profecía”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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8 de Enero

San Severino
Predicador

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles “Hunos”, bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: “Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar”. Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.” Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán” (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”. Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: “Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo”. Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: “¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?”. Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: “El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia”. Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz”. El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos”. Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: “Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Severino.htm)

07 enero, 2011

San Raimundo de Peñafort


Oh, San Raimundo de Peñafort
vos sois el hijo del Dios de
la vida, y siervo maravilloso
hombre, que recibió de Aquél,
“la eficacia de la palabra”,
con la que, a propios y extraños
conquistasteis al oíros hablar
en favor de la doctrina de
Nuestro Señor Jesucristo y,
que, además con vuestra pluma,
dejasteis constancia de cómo
los antiguos respondían respecto
de la fe, en vuestro libro
“Summa”, así como también en
los “Decretales”, para saber
qué ordenaron y qué prohibieron
los Pontífices y concilios del
tiempo antiguo. Fundasteis la
Orden de los “Mercedarios”, con
San Pedro Nolasco, al rescate
dedicada de los secuestrados
cristianos, de manos de los
musulmanes ¿Que premio de
vuestro Creador recibisteis “Buen
Consejo”?: ¡Corona de luz! que
brilla imperecedera y eterna;
oh, San Raimundo de Peñafort.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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7 de Enero

San Raimundo de Peñafort

Raimundo significa “Buen consejo”. Nació en Peñafort, cerca de Barcelona, España, en 1175. A los 20 años ya era profesor de filosofía en un colegio de Barcelona, y a los 30 años era profesor en la famosa Universidad de Bolonia (Italia), donde se había doctorado.

En 1222 entró en la Comunidad de Padres Dominicos cuando apenas hacía ocho meses que había muerto San Domingo de Guzmán, el fundador de esa Comunidad.

Pidió a sus superiores que le pusieran oficios duros y humillantes para hacer penitencia de sus pecados, especialmente de su orgullo. Pero los superiores le pusieron por oficio y tarea el dedicarse a coleccionar las respuestas que los sabios antiguos de la Iglesia daban a ciertas preguntas difíciles de los fieles, lo cual llamó “Casos de conciencia” y compuso entonces su famoso libro llamado “Summa” o resumen de respuestas difíciles en la confesión.

Raimundo obtuvo de Dios la “eficacia de la palabra”, o sea que su predicación lograra conmover a los oyentes y convertirlos. Y así recorrió ciudades y campos de Aragón, Castilla y Cataluña y los que lo acompañaban decían que parecía casi imposible que un predicador lograra tantas transformaciones con sus sermones.

Junto con San Pedro Nolasco, Raimundo fundó la Comunidad de los Padres Mercedarios, dedicada a rescatar a los cristianos secuestrados por los mahometanos o turcos.

En 1230 el Papa Gregorio IX llamó a Raimundo a Roma y entre otros cargos que le dio, lo nombró su confesor. Una de las penitencias que éste santo le puso al Sumo Pontífice fue que atendiera siempre muy bien las peticiones que le hicieran los pobres.

El Papa le encomendó que recogiera y publicara todos los decretos que habían dado los Pontífices y los Concilios. Después de tres años de trabajo publicó su famosísimo libro titulado “Decretales”, el cual han tenido que consultar después por varios siglos todos los que quieren saber que ordenaron o qué prohibieron los Pontífices y Concilios de la antigüedad.

El Pontífice lo nombró obispo, pero poco después el santo obtuvo que el Papa le aceptara la renuncia. Los religiosos de su Comunidad lo eligieron Superior General, pero a los dos años renunció. Se consideraba apto para predicar y escribir, pero no para mandar.

Los últimos 33 años de su vida los dedicó a convertir cristianos pecadores y a obtener que muchos musulmanes se pasaran al cristianismo. En una carta a su superior en 1256 le informa que ya ha logrado que 10,000 mahometanos se vuelvan cristianos.

Este santo murió cuando estaba por cumplir los 100 años, en 1275. Dos reyes asistieron a su entierro y en su sepulcro se obraron maravillosos milagros.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Raimundo_de_Peñafort.htm)


06 enero, 2011

Epifanía del Señor


Desde oriente
Los Magos Reyes
Ya llegaron

Y en la arena
Contritas rodillas
Adoran al Dios Niño

Oro
Incienso y
Mirra
Para el Rey del universo

Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
como Melchor, Gaspar y Baltazar?
¿Cuántos? ¿Cuántos? ¿Cuántos?.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

“Ya viene el Señor del universo;
en sus manos está la Realeza, el
Poder y el Imperio”.

Hombres y animales de la tierra
Inclinaos ante el Rey de la Vida
Y adoradle eternamente, porque

Montes, mares y montañas
Abismos, desiertos y selvas
Noches y días; estrellas y planetas

Bóveda celeste y universo entero
Son su obra y portento maravilloso
¡Vos sois Dios, desde siempre

Y por siempre!, -dijeron aquella
Santa Noche-, Gaspar, Melchor y
Baltasar. ¡Aleluya, Aleluya!.

“Ya viene el Señor del universo;
En sus manos está la Realeza, el
Poder y el Imperio”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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6de Enero

Epifanía del Señor

La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.

Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.

Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.

Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.

El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).

A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.

La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.

Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.

Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.

Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.


(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Epifanía.htm)