28 octubre, 2011

San Simón y San Judas Tadeo


Oh, San Simón y San Judas Tadeo;
vosotros, sois los hijos del Dios
de la vida, y sus lumbreras amadas
pues, llamados fuisteis por Cristo
Jesús, para ser de los Doce, y
desde aquél momento, andabais
juntos por doquiera el Espíritu
del Señor, os dirigiera en vuestro
andar santo. Tadeo: “valiente para
proclamar su fe” y Simón: “Dios
ha oído mi súplica”; juntos, honor
hicisteis, al significado de vuestros
nombres. Llano, Tadeo, a los ruegos
para empleo o casa conseguir y
Simón, igual de solícito. Qué
hermoso haber servido al Dios vivo,
de la forma como lo habéis hecho,
poniendo os, vuestro ser íntegro
al servicio del amor y la verdad.
Hoy, lucís vuestras coronas de luz
como premio justo, y quiera Dios
que los hombres de nuestro tiempo
hayan, que, os imiten en vuestra
integridad y fidelidad por siempre.
Amigos y Apóstoles del Dios vivo;
oh, Santos, Simón y Judas Tadeo.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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28 de octubre
San Simón y San Judas Tadeo Apóstoles

San Judas Tadeo es uno de los santos más populares, a causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe. En Alemania, Italia, América y muchos sitios más, tiene numerosos devotos que consiguen por su intercesión admirable ayuda de Dios, especialmente en cuanto a conseguir empleo, casa u otros beneficios.

Santa Brígida cuenta en sus Revelaciones que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los pidiera por medio de San Judas Tadeo. Judas es una palabra hebrea que significa: “alabanzas sean dadas a Dios”.

Tadeo quiere decir: “valiente para proclamar su fe”.

Simón significa: “Dios ha oído mi súplica”.

A San Simón y San Judas Tadeo se les celebra la fiesta en un mismo día porque según una antigua tradición los dos iban siempre juntos todas partes a predicanr la Palabra de Dios. Ambos fueron llamados por Jesús para formar parte del grupo de sus 12 escogidos o apóstoles. Ambos recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego el día de Pentecostés y presenciaron los milagros de Jesús en Galilea y Judea y oyeron sus sermones; le vieron ya resucitado y hablaron con Él después de su santa muerte en la Cruz, le vieron luego de Su gloriosa resurrección y fueron testigos prescenciales de su ascensión al cielo.

A Judas se le llama Tadeo para diferenciarlo de Judas Iscariote que fue el que entregó a Jesús.

San Judas Tadeo escribió una de las Cartas del Nuevo Testamento. En la misma, ataca a los gnósticos y dice que los que tienen fe pero no hacen buenas obras son como nubes que no tienen agua, árboles sin fruto, y olas con sólo espumas, y que los que se dedican a los pecados de impureza y a hacer actos contrarios a la naturaleza, sufrirán la pena del fuego eterno.

La antigua tradición cuenta que a San Simón lo mataron aserrándolo por medio y, a San Judas Tadeo, cortándole la cabeza de un hachazo. A San Judas le pintan muchas veces con un hacha en la mano.



27 octubre, 2011

Santos Vicente, Sabina y Cristeta; ...


Oh, Santos Mártires, por Cristo Jesús,
Dios y Nuestro Señor, vosotros, sois los
hijos y las hijas del Dios de la vida y hoy,
el mundo católico todo, os recuerda y
celebra, porque hoy, juntaron se, las
estrellas del cielo y todas, os entonan
cánticos de gloria, por entregado haber,
vuestras vidas por Aquél que todo lo ve.


¡Oh! Santos Vicente, Sabina y Cristeta
¡oh! San Florencio
¡oh! Santas Capitolina y Eroteida
¡oh! San Frumencio
¡oh! San Elesbaán
¡oh! San Odraimo de Jona
¡oh! San Tekla Haimanot
¡oh! Beata Antonia de Brescia
¡oh! San Abraham
!oh! San Néstor


Vosotros, la misma sal de la tierra
sois y, ante el Dios de la vida, rogad
por nosotros para que, de valor y de
fe, proveídos, os imitemos con ardoroso
corazón y un día gozar podamos de las
alegrías del cielo y lucir como todos
vosotros, coronas de luz imperecederas;
oh, Santos Mártires; “estrellas del cielo”.


© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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27 DE OCTUBRE

Santos Vicente, Sabina y Cristeta, hermanos, mártires españoles; el prefecto Daciano los sorprendió en Avila, y después de someterlos al tormento del potro, les mandó rematar magullándoles las cabezas, 304.

San Florencio, mártir, Francia, s. lll.

Santas Capitolina y Eroteida, mártires, en tiempo de Diocleciano, en Asia Menor.

San Frumencio, obispo. Puede considerársele como apóstol de Etiopía, a donde fue en viaje con un tío suyo, pero el navio fue apresado y sus pasajeros pasados a cuchillo. Sólo se perdono a nuestro Santo porque era muy joven. Llevado a la corte del rey, se conquistó muy pronto todas las simpatías y se le dejó libre; de su libertad tomó partido para predicar el Evangelio a aquellas gentes. San Atanasio de Alejandría bendijo sus proyectos y le consagró obispo de Etiopía, s. IV.

San Elesbaán, rey de Etiopía; victorioso de sus enemigos, envió la corona real a Jerusalén y se apartó del mundo para abrazar la vida monástica, s. VI.

San Odraimo de Jona, en Irlanda, discípulo de San Columbano, s. VI.

San Tekla Haimanot, propagador de la vida monástica en Etiopía. s. VII.

Beata Antonia de Brescia, religiosa dominica; reformó el convento de Ferrara (Italia), 1507.

San Abraham, anacoreta; vivió en las soledades de Tabena, Egipto, bajo la disciplina de San Pacomio y San Teodoro, s. IV.

San Néstor, mártir. El menologio basilio dice que venció en el circo a un gladiador famoso, por lo que irrito al emperador Maximiano, y para vengar la muerte del vencido, que era pagano, mandó cortar la cabeza al cristiano Néstor, s. IV.


 

26 octubre, 2011

Santa Paulina Jaricot


Oh, Santa Paulina Jaricot; vos,
sois, la hija del Dios de la vida, y
la siempre solícita y dadivosa
creatura del Dios eterno, que,
iluminada aquél día, por vuestra
amable sirvienta, se os ocurrió,
la “Fundación de la Propagación
de la fe” crear, en favor de los
santos hombres que, diseminados
por el orbe de la tierra, sus
vidas entregan, difundiendo
la buena nueva, en las regiones
más remotas y peligrosas del
mundo nuestro. Quiera Dios, que,
los jóvenes de este tiempo y de
los venideros, se animen, a sus
filas engrosar de tal forma que,
más hombres y más mujeres sean
cautivados por la causa de Aquél
que todo lo ve y lo juzga, y que,
puedan corona de luz lucir, como
vos, la lucís ahora, como premio
justo, a vuestra obra imperecedera;
oh, Santa Paulina Jaricot; “amor de fe”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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26 de Octubre
Santa Paulina Jaricot
Fundadora de la Propagación de la Fe
Año 1862

En cada parroquia del mundo, el tercer domingo de octubre se celebra el Día de las Misiones, una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y limosnas por las misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a hablar de la joven a la cual se le ocurrió esa idea.

La idea feliz nació de una simple charla con la sirvienta de la casa. Un día llegó Paulina Jaricot de su trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna narración que le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la sirvienta que le contara algo ameno y agradable. La buena mujer le respondió: “si me ayuda a terminar este trabajito que estoy haciendo, le contaré luego algo que le agradará mucho”. La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando el oficio la cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas tierras, en medio de terribles penurias económicas, y con grandes peligros y dificultades, escribían narrando sus hazañas, y pidiendo a los católicos que les ayudaran con sus oraciones, limosnas y sacrificios, para poder continuar con éxito su difícil labor misionera.

En ese momento pasó por la mente de Paulina una idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas y obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y algún pequeño sacrifico por las misiones y los misioneros, y enviar después todo esto a los que trabajan evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso empezar a llevar a cabo esa misma semana tan bella idea.

Paulina había nacido en la ciudad de Lyon (Francia) y desde muy niña había demostrado un gran espíritu religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser misionero y (quizás por falta de suficiente información) le pintaban las misiones como algo terrorífico donde los misioneros tenían que viajar por los ríos sobre el cuello de terribles cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces tigres. Esto la emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de misionera. Sin embargo sentía una gran inclinación a ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía a Dios que la iluminara. Y el Señor la iluminó por medio de una simple lectura hecha por una sirvienta.

De pequeñita aprendió que un gran sacrificio que sirve mucho para salvar almas es el vencer las propias inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la pereza, y se propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de esos pequeños sacrificios.

Cuando en 1814 el Papa Pío VII quedó libre de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el pueblo entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre al pasar por frente a su casa la bendijera y le pusiera las manos sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que nunca olvidó.

De joven se hizo amiga de una muchacha sumamente vanidosa y ésta la convenció de que debía dedicarse a la coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y llena de adornos, de coloretes y de joyas (pero nada de esto la satisfacía). Su mamá rezaba por su hija para que no se fuera a echar a perder ante tanta mundanidad. Y Dios la escuchó.

Un día en una fiesta social resbaló con sus altas zapatillas por una escalera y sufrió un golpe durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse. Entonces la mamá le hizo este ofrecimiento a Dios: “Señor: yo ya he vivido bastante. En cambio esta muchachita está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a mí a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y consérvale la vida”.

Y Dios le aceptó esta petición. La mamá se enfermó y murió, pero Paulina recuperó el habla, y la salud física y mental y se sintió llena de vida y de entusiasmo.

Poco después, un día entró a un templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de lo pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que son las vanidades de la vida. Después del sermón fue a confesarse con el predicador y éste le aconsejó: “Deje las vanidades y lo que la lleva al orgullo y dedíquese a ganarse el cielo con humildad y muchas buenas obras”. Desde aquel día ya nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos de vanidad, ni a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y deslumbrar. Sus vestidos son sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas amigas le critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a visitar enfermos pobres en los hospitales.

Y es entonces cuando nace la nueva obra llamada Propagación de la fe. Son grupitos de 10 personas, las cuales se comprometen a dar cada una alguna limosna para los misioneros, y ofrecer oraciones y pequeños sacrificios por ellos. Paulina va organizando numerosos grupos (llamados coros) entre sus amistades y las gentes de su alrededor y pronto empiezan ya a recoger buenas ayudas para enviar a lejanas tierras.

Su hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote, propone la idea de Paulina a otros sacerdotes en París y a muchos les agrada y empiezan a fundar coros de Propagación de la Fe. La idea se extendió rapidísimo por toda la nación y las ayudas a los misioneros se aumentaron inmensamente. Casi nadie sabía quién había sido la fundadora de este movimiento, pero lo importante era ayudar a extender nuestra santa religión.

Para poder conseguir más oraciones con menos dificultad, Paulina formó grupitos de 15 personas, de las cuales cada una se comprometía a rezar un misterio del rosario al día por los misioneros. Así entre todos rezaban cada día un rosario completo por las misiones. Fue una idea muy provechosa.

Paulina se fue a Roma a contarle al Santo Padre Gregorio XVI su idea de la Propagación de la Fe. El Sumo Pontífice aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso recomendarla a toda la Iglesia Universal.

Al volver a Francia fue a confesarse con el más famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura de Ars. El santo le dijo proféticamente: “Sus ideas misioneras son muy buenas, pero Dios le va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener más éxito”. Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante los sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa fueron enormes.

Al principio recogía ella misma las limosnas para las misiones, pero varios avivados le robaron descaradamente. Entonces se dio cuenta de que debía dejar esto a sacerdotes y laicos especializados que no se dejaran estafar tan fácilmente.

Después recibió ayudas para fundar obras sociales en favor de los obreros pobres, pero varios negociantes sin escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero. Paulina se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo espiritual, y que debía dejar la administración de lo material a manos de expertos que supieran mucho de eso.

En 1862, después de haber perdonado generosamente a todos los que la habían estafado y hecho sufrir, y contenta porque su obra de la Propagación de la Fe estaba ya muy extendida murió santamente y satisfecha de haber podido contribuir eficazmente a favor de las misiones católicas.

Veinte años después, en 1882, el Papa León XIII extendió la Obra de la Propagación de la Fe a todo el mundo, y ahora cada año, el mes de octubre (y especialmente en el tercer domingo de este mes) los católicos fervorosos ofrecen oraciones, sacrificios y limosnas por las misiones y los misioneros del mundo entero.

¡Gracias Paulina Jaricot!. La bendición de Dios será siempre tu mejor recompensa (S. Biblia Ecl. 11, 22).



25 octubre, 2011

Los Santos Macabeos


Oh, Santos Macabeos, vosotros,
sois los hijos del Dios de la
vida y, las voces, que elevaron
se, el día aquél, de vuestro
suplicio glorioso, en aras de
nuestra santa religión, cuando,
al reyezuelo frente y, que, de
de rabia y absorto os miraba,
porque, no os pudo convencer ni
vencer, para que, de vuestra fe
renegaseis y, de la palabra del
Dios eterno dudaseis y frente
a aquella mujer, madre vuestra
que, cómo, uno a uno, veía a sus
amados hijos, sangre de la suya
al cielo ascender, camino a la
eternidad, en la inexpugnable
gloria de Nuestro Padre Eterno.
Felices vosotros, por haberos
mantenido fieles, hasta el fin
y no haberos teñido el alma, con
el estigma de la claudicación y,
hoy, en virtud de vuestro valor
y martirio, lucís, coronas de
luz eterna, que aviva nuestra
fe, y anima, desde el cielo la
mies viviente de todo el mundo;
oh, Santos Macabeos, “viva fe”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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25 de Octubre
Los Santos Macabeos
Siglo II a. C.

En la S. Biblia hay dos libros llamados de Los Macabeos (palabra que significa: “fuerte contra el adversario”). Allí se narran las historias heroicas de quienes prefirieron perder todos sus bienes y hasta morir, con tal de defender la santa religión del verdadero Dios.

En el libro 2o de los Macabeos, capítulo 7º, se narra la historia de los siete hermanos mártires, los cuales fueron cruelmente atormentados para hacerles renegar de la fe, pero prefirieron toda clase de tormentos con tal de permanecer fieles a los mandatos de Dios hasta la muerte. La siguiente es su historia, según la cuenta la S. Biblia:

Sucedió que siete hermanos israelitas fueron apresados, junto con su madre, y eran forzados por el rey a que renegaran de la santa religión verdadera. Fueron flagelados con azotes y fuetes de cuero, para que hicieran lo que la santa religión prohibe.

Uno de ellos decía al impío rey Antíoco que pretendía alejarlos de la religión de sus padres: -”¿Qué pretendes de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que desobedecer las leyes que Dios les dio a nuestros antepasados”.

El rey lleno de rabia, mandó prender fuego debajo de sartenes y calderas, e hizo echar allí la lengua del que había hablado en nombre de los demás. Hizo que le arrancaran toda la piel de la cabeza, y que le cortaran las manos y los pies, en presencia de sus hermanos y de su madre. Cuando quedó completamente inutilizado, viendo que todavía respiraba, mandó el rey que lo echaran a un sartén que estaba sobre el fuego y allí lo tostaran. Aparte, mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos, junto con su madre, se animaban mutuamente a morir con generosidad y decían:

“El Señor Dios cuida de todos nosotros y está presenciando lo que sucede. Siempre se cumplirá lo que prometió Moisés: Dios se compadece de sus amigos”.

Cuando el primero pasó a la eternidad, llamaron al segundo, y después de arrancarle la piel de la cabeza y todos sus cabellos, le preguntaron: “¿Está dispuesto a hacer lo que le prohibe su religión? ¿O quiere ser torturado en su cuerpo, parte por parte?”.

Él respondió: “¡De ninguna manera y por ninguna causa haré jamás lo que prohibe mi santa religión!”.

Y entonces lo torturaron del mismo modo que habían hecho con el primero. Antes de que le arrancaran la lengua dijo al rey: “Tú, injusto y criminal, nos privas de la vida presente. Pero el Rey de los cielos nos resucitará para la vida eterna a los que morimos por cumplir sus santas leyes”.

Luego llamaron al tercero. Este presentó la lengua para que la arrancaran y las manos para que se las cortaran, pero antes dijo: “Por bondad del Dios del cielo poseo esta lengua y estas manos. Pero por cumplir sus santas leyes renuncio a todo esto que es tan precioso y útil. Yo espero que en la eternidad me devolverá el Señor lo que he sacrificado por su amor”. El rey y sus acompañantes estaban admirados y sorprendidos del valor de aquel muchacho que no tenía miedo a tan terribles dolores con tal de cumplir lo que le mandaba su santa religión. Lo maltrataron y asesinaron como a los otros dos.

Hicieron pasar en seguida al cuarto hermano y lo maltrataron con feroces suplicios. Cuando ya estaba agonizante y cerca de su fin, exclamó: “Es preferible morir a manos de los hombres con tal de conseguir ser resucitado para la vida eterna. En cambio para los enemigos de Dios y de su religión no hay esperanza para la eternidad”.

En seguida llevaron al quinto hermano y se pusieron a atormentarlo. Él, mirando al rey le dijo: “¿Se imagina que porque tiene un alto puesto de gobierno puede hacer todo lo que se le antoja? Pero no crea que Dios ha abandonado a quienes pertenecemos a la verdadera religión. Ya verá que pasado un poco de tiempo, nuestra santa religión triunfará, mientras a ustedes les sucederán cosas muy desagradables”.

Después de este, trajeron al sexto hermano el cual, cuando estaba a punto de morir a causa de tan terribles tormentos, exclamó: “No se hagan ilusiones los que combaten contra la religión del verdadero Dios, pensando que nada malo les va a suceder por todo esto. A nosotros nos sirven estos sufrimientos para poder pagar nuestros pecados, pero a los que luchan contra Dios, les esperan males espantosos”.

Sigue diciendo la S. Biblia, en el Capítulo 7º del 2º libro de los Macabeos: “Admirable en todo aspecto y digna de todo glorioso recuerdo, fue aquella madre que al ver morir a todos sus hijos en el espacio de un solo día, padecía todo esto con valentía, porque tenía la esperanza puesta en los premios que Nuestro Señor tiene reservados para sus fieles amigos. Animaba a cada uno de ellos hablándoles en su lenguaje patrio, llena de generosos sentimientos y estimulándonos a sufrir con gran valor les decía:

- Yo no sé cómo mi Dios me concedió el honor de ser madre de cada uno de ustedes. Qué honrada me siento al ver que ahora entregan su espíritu al Creador por defender sus santas leyes. Él en cambio les concederá la gloria eterna”.

El rey Antíoco se propuso ganarse al más pequeño de los hermanos y le ofreció regalos y hacerlo rico y concederle altos empleos con tal de que abandonara la religión del Dios de Israel. Viendo que el muchacho no le hacía caso, el rey llamó a la mamá y le pidió que tratara de convencer al joven para que salvara su vida renegando de su religión.

Entonces aquella valerosa mujer se acercó a su hijo y le dijo: “Hijo: ten compasión de mí, por amor a tu madre no vayas a renegar jamás de la santa religión de nuestros antepasados. Recuerda que estás obedeciendo al Dios que creó los cielos y la tierra. No le tengas miedo a este verdugo que te quiere quitar la vida del cuerpo, porque si perseveras fiel, nos encontraremos todos juntos con tus hermanos en la vida eterna del cielo”.

Tan pronto como la mamá terminó de hablar, el joven gritó: “¿Qué más esperan? Jamás obedeceré al mandato del rey que pretende hacerme renegar de mi religión y que yo desobedezca a las leyes que Dios nos dio por medio de Moisés. Y Usted rey, que es el causante de todos estos males que suceden en nuestro pueblo de Israel, ¡esté seguro de que no se va a librar de los castigos del Dios! Nosotros sufrimos para pagar nuestros pecados y los pecados de nuestro pueblo, pero con esto estamos calmando la ira de Dios. Pero a usted rey criminal y malvado, lo espera el terrible juicio de Dios y de Él no logrará librarse. Y Dios todo lo ve y todo lo sanciona. Mis hermanos después de haber sufrido estos tormentos han ido a la vida eterna. Pero a los enemigos de la religión les espera el castigo merecido por sus pecados. Yo, como hicieron mis hermanos, ofrezco mi vida por mi patria y por mi religión, para que tenga misericordia de nuestro pueblo y retire de nosotros los castigos que merecemos”.

Al oír tales declaraciones el rey se llenó de furor y mandó que al séptimo y más joven de los hermanos lo atormentaran con mayor crueldad que a los demás. Y después de matarlo a él, hizo asesinar también a la santa heroica madre.

Feliz familia que en un solo día conquistó el reino de los cielos proclamando con valor que es preferible morir antes que renegar de la verdadera religión, la que nos enseñaron nuestros antepasados. Cada día haz algo que tenga el sabor de amor y de servicio a quien no te lo pida.



24 octubre, 2011

San Antonio María Claret


Oh, San Antonio María Claret;
vos, sois el hijo del Dios de la
vida, y el hombre que su vida
agotó, al prójimo dándose de
entera manera y predicando de
vívida manera. Impresas de por
miles sencillas hojas religiosas y
libros hicieron de vos y de vuestro
apostolado inolvidable, y más;
cuando vuestra santa orden, de
“los Claretianos” y “las Claretianas”,
esparcieron se por todo el orbe
de la tierra, el evangelio llevando
del amor de Cristo Jesús, Señor
y Dios Nuestro. Nada mejor que
imitaros en la palabra y en la
acción, para brillar luego, con
corona de luz, como vos, ahora
mismo lo hacéis, como premio
justo a vuestro amor, y fidelidad;
oh, San Antonio María Claret.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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24 de octubre
San Antonio María Claret
Fundador


Sus primeros años. San Antonio María Claret nace el 23 de diciembre del 1807 en el pueblo de Sallent, a 51 kilómetros de Barcelona. Para los que no tienen ni idea de esta población, diremos que es una villa trabajadora de unos 2.000 habitantes, esencialmente textil, donde precisamente el padre de Antonio tenía una pequeña fábrica de tejidos.

La infancia de “Tonet”, conocido así popularmente por sus amigos, transcurre durante la llamada “Guerra del francés” (1808-1814). Se explica que ante el temor de la llegada de los franceses, el pueblo de Sallent se refugió en las montañas. El abuelo de Antonio, a causa de su estado de salud, no podía seguir aquella fila de vecinos que subían al monte, pero Antonio volvió hacia atrás para acompañar en todo momento a su abuelo. ordenación sacerdotal. Fue luego nombrado vicepárroco y pronto empezó el pueblo a conocer cuál era la cualidad principal que Dios le había dado: era un predicador impresionante, de una eficacia arrolladora. De todas partes lo llamaban a predicar misiones populares, predicando hasta diez sermones en un día. Viajaba siempre a pie y sin dinero.

Durante 15 años predicó incansablemente por el norte de España, y difícilmente otro predicador del siglo pasado logró obtener triunfos tan grandes como los del padre Claret al predicar. En su vida predicó más de 10,000 sermones. Lo que hizo San Juan Bosco en Italia en ese tiempo a favor de las buenas lecturas, lo hizo San Antonio Claret en España. Él se dio cuenta de que una buena lectura puede hacer mayor bien que un sermón y se propuso emplear todo el dinero que conseguía en difundir buenos libros. Mandaba imprimir y regalaba hojas religiosas, por centenares de miles. Ayudó a fundar la Librería religiosa de Barcelona y fue el que más difundió los libros de esa librería. Él mismo redactó más de 200 libros y folletos sencillos para el pueblo, que tuvieron centenares de ediciones. Los regalaba donde quiera que llegaba. En todas partes reglaba medallas, rosarios, hojas y libros religiosos.

La ciudad de La Habana llevaba 14 años sin arzobispo porque eran tiempos de persecuciones contra la Iglesia Católica. Finalmente, a la Reina de España le pareció que el sacerdote mejor preparado para ese cargo era el Padre Claret. Le escribió la Reina al Sumo Pontífice y este lo nombró Arzobispo de La Habana. Él se negaba a aceptar el cargo porque le parecía que no era digno, pero sus amigos sacerdotes le dijeron que en conciencia tenía que aceptarlo porque esa era la voluntad de Dios. Y desde 1889, por espacio de siete años, fue un dulcísimo y extraordinario pastor de la Iglesia en La Habana, y toda Cuba.

En Cuba administró el sacramento de la confirmación a 300,000 cristianos y arregló 30,000 matrimonios. Logró formar con los sacerdotes una verdadera familia de hermanos donde todos se sentían bien atendidos y estimados en la casa del Arzobispo.

En 1857 fue llamado a España como capellán de la reina Isabel. En 1849 al darse cuenta de que para mantener viva la fe del pueblo se necesitan sacerdotes entusiastas que vayan por campos y ciudades predicando y propagando buenas lecturas, se reunió con cinco compañeros y fundó la Comunidad de Misioneros del Corazón de María, que hoy se llaman Claretianos. Actualmente son 3,000 en 385 casas en el mundo. Fundó también las Hermanas Claretianas que son 650 en 69 casas. Estas comunidades han hecho inmenso bien con su apostolado en muchos países.

Asistió al Concilio Vaticano en Roma en 1870. En el mismo, pronunció un memorable discurso que fué muy bien recibido, comentado y elogiado. En Francia, los monjes cistercienses del monasterio de Fuente Fría le hospedaron, y allí, después de haber escrito por orden del superior de su comunidad su autobiografía, enfermó. Falleció el 24 de octubre de 1879. Tenía apenas 63 años. Después de su muerte, se le han atribuído numerosos milagros.

23 octubre, 2011

San Juan de Capistrano


Oh, San Juan de Capistrano;
vos, sois el hijo del Dios de
la vida, el mismo que llevasteis
la predicación a su más alta
cumbre, entre los pecadores
hombres de vuestro tiempo y más
aún, cuando de solícita manera,
empuñasteis la Cruz de Cristo,
hecha bandera, para arenga de
soldados en defensa de nuestra
santa religión, con vuestra
palabra logrando, y la ayuda
del Dios Altísimo, la victoria
ansiada, sobre aquél, cruel
enemigo. Los campos de batalla
y más, los de la vida, saben de
vuestro portento y gigante obra,
tanto que, os recordarán, como
las palabras de Juan el Bautista:
“Raza de víboras, arrepiéntanse
que el reino de los cielos está
cerca”. Quiera Dios, y el orbe
todo, cubierto sea por hombres
santos, que abracen el sacerdocio,
y consecuentes sean, con la
defensa y la expansión de la
buena nueva, por doquiera estén;
para lucir como vos, ahora,
corona refulgente de luz eterna,
como premio a vuestra entrega
y sacrificio de amor y lealtad;
oh, San Juan de Capistrano, “luz”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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23 de Octubre
San Juan de Capistrano
Religioso, predicador
Año 1456

Gran apóstol: alcánzanos de Dios entusiasmo y valor para defender siempre nuestra amada religión católica. Orad y trabajad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien (S. Biblia. Jeremías 29).

Es este uno de los predicadores más famosos que ha tenido la Iglesia Católica. Nació en un pueblecito llamado Capistrano, en la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente consagrado a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia. Pero en una guerra contra otra ciudad cayó prisionero, y en la cárcel se puso a meditar y se dio cuenta de que en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores y dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.

Como era muy vanidoso y le gustaba mucho aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de papel en el cual había escrito en grandes letras: “Soy un miserable pecador”. La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó hasta el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.

El Padre maestro de novicios dispuso ponerle pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era capaz de ser religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo dedicaba a los oficios más cansones y humildes, pero Juan en vez de disgustarse le conservó una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un verdadero carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las dificultades de la vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir fruto, pero si muere producirá mucho fruto”(Jn. 12,24).

A los 33 años fue ordenado de sacerdote y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al gran San Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa predicando la conversión y la penitencia.

Juan tenía que predicar en los campos y en las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias. Su presencia de predicador era impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba “El padre piadoso”, “el santo predicador”. Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán. Y les repetía las palabras del Bautista: “Raza de víboras: tienen que producir frutos de conversión. Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la vida de cada uno, y árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y echado al fuego” (Lc. 3,7).

Muchos pedían a gritos la confesión, prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las gentes traían sus objetos e superstición y los libros de brujería y otros juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas. Muchos jóvenes al oírlo predicar se proponían irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las comunidades religiosas y en Polonia 130.

Sus sermones eran de dos y tres horas, pero a los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo a los vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban sus malas amistades y las borracheras. Después de predicar se iba a visitar enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables curaciones.

Juan convertía pecadores no sólo por su predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia. Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era débil pero en su espíritu era un gigante.

Después de muerto reunieron los apuntes de los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes. La Comunidad Franciscana lo eligió por dos veces como Vicario General, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de reformar la vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en toda Europa esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.

Muchos se le oponían a sus ideas de reformar y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía sufrir era que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se cumplía en él lo que dice el Salmo: “Aquél que comía conmigo el pan en la misma mesa, se ha declarado en contra de mí”. Pero esas incomprensiones le sirvieron para no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las felicitaciones de Dios. Él repetía la frase de San Pablo: “Si lo que busco es agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo”.

Juan tenía unas dotes nada comunes para la diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas. Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos.

40 años llevaba Juan predicando de ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera. En 1453 los turcos musulmanes se habían apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría.

Las noticias que llegaban de Serbia, nación invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera cristiano católico. Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se formó un buen ejército de creyentes.

Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50,000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue aquí cuando intervino Juan de Capistrano. El gran misionero salvó a la ciudad de Bucarest de tres modos:

El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron vencedores los católicos.

El segundo, fue cuando ya los católicos estaban dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se llenaron de valor y resistieron heroicamente.

Y el tercer modo, fue cuando ya Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando entusiasmado: “Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión”. Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.

Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación. Las gentes decían que aquellos cuarteles de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: “Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas”. Y los oficiales afirmaban: “Este padrecito tiene más autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación”.

Mientras los católicos luchaban con las armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Angelus (o tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Sma. Virgen consiguió de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua a San Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más crueles enemigos de nuestra santa religión.

Y sucedió que la cantidad de muertos en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de tifo. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El santo se contagió de tifo, y como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.

22 octubre, 2011

San Hilarión

Oh, San Hilarión, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, y el que hizo
de la abstinencia y del ayuno, su
perpetuo modo de vida. Imitasteis
a San Antonio Abad, viviendo en un
desierto. “Estoy debilitando un poco
a este asno salvaje que es mi cuerpo,
para que no le lance tantas coces
a mi alma”; decíais vos, cuando os
proponíais ayunar y absteneros de
comida y bebida. Hoy admirados, nos
rendimos ante vuestra fe y vida,
amando la misma, en cada oración,
en la abstinencia y en cada ayuno,
por vos hechos. ¿Quién podrá hacer
lo que vos, hicisteis? Tal vez como vos,
nadie, pero, habrán quienes deseen
imitaros en la fe y el amor hacia
Cristo y vuestra peculiar forma de
vida osen y por Él, y en Él hacia
los demás lleguen y recibir puedan
mañana, más tarde, el premio justo:
corona de luz, como la que lucís
hoy, por vuestro amor, entrega y
vuestra fe. Venerable “santo de la
abstinencia, la bebida y la comida”;
oh, San Hilarión, “el muy alegre”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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22 de Octubre
San Hilarión
Monje
Año 371

Quiera Dios darnos también a nosotros la gracia de independizarnos de lo que es meramente mundanal y material y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad. Dijo Jesús: Si tenéis fe, todo será posible para vosotros.

Hilarión significa: “El muy alegre”. Es el santo de la abstinencia y del ayuno perpetuo. Nació en Palestina pero no era judío. Sus padres eran paganos. Fue a estudiar a Alejandría (en Egipto) donde había una escuela muy afamada de los cristianos, y allá se convirtió al cristianismo y se hizo bautizar.

Oyó hablar del famoso monje San Antonio Abad y se fue a visitarlo al desierto. Estuvo en su compañía durante dos meses y se quedó admirado de la gran santidad de este monje y de su bondad exquisita, como también de los ayunos y mortificaciones que hacía. Se propuso imitarlo en cuanto más le fuera posible. Pero viendo que allá en Egipto era mucha la gente que iba a visitar a San Antonio para consultarle, se volvió a su patria a vivir en perfecta soledad en un desierto.

Vendió las posesiones que le habían dejado sus padre y repartió el dinero entre los pobres y se marchó a un desierto de Palestina a orar y meditar. San Antonio le había regalado una túnica hecha de material muy rudo y tosco, y con esa túnica pasó mucho tiempo, sin estrenar jamás un vestido, como penitencia de sus pecados.

Siendo de constitución muy débil y sumamente sensible al frío y al calor, sin embargo durante los espantosos calores del desierto durante el día no tomaba ni una gota de líquido. Y en los fríos intensísimos de la noche no se abrigaba con nada más que con su tosca túnica. Era una penitencia capaz de hacer santo a cualquiera (con razón decía San Luis de Montfort que ante las mortificaciones de los santos nosotros somos como unos pollos mojados y unos burros muertos, o sea: ¡muy poquita cosa!).

Se propuso no comer nada ningún día antes de que se ocultara el sol, y lo cumplió toda la vida (¡qué comparación con nuestra flojedad que no nos permite ni siquiera pasar medio día sin comer o beber!). Los primeros años únicamente se alimentaba con unos dátiles que comía cada anochecer. Pero luego se dio cuenta de que esto le estaba perjudicando en su salud, y empezó a comer de vez en cuando algunas verduras y un poco de pan y aceite. Cuando las tentaciones impuras lo atacaban con más fuerza, reducía su alimentación a la mitad de lo que comía de ordinario, y decía: “Estoy debilitando un poco a este asno salvaje que es mi cuerpo, para que no le lance tantas coces a mi alma”.

Se construyó una celda tan corta y angosta que apenas cabía acostado o de rodillas. Dos metros de larga, metro y medio de ancha y metro y medio de alta. Y rara vez salía de allí. San Jerónimo que conoció tal rancho se quedó aterrado ante tanta mortificación. Pero así conseguía convertir pecadores y pagar sus propios pecados.

Sentía gran deseo de ir a visitar los santos lugares donde nació, vivió y murió Jesús, y estando en ese mismo país le quedaba fácil hacerlo. Pero no lo hizo sino una sola vez en su vida y esta vez con grandes sentimientos de piedad y veneración. Después hizo el sacrificio de no volver más por allí. Hasta en esos deseos tan santos sabía mortificarse.

En varios sitios donde estuvo viviendo, su modo de ganarse la vida era recorrer terrenos solitarios, y recoger leña y mandar a algunos de sus discípulos a venderla, y con eso comprar el alimento para él y para otros.

Cuando ya llevaba 20 años haciendo penitencia en el desierto, unos esposos acudieron a él a pedirle que rezara para que en su hogar hubiera hijos, pues eran estériles. San Hilarión oró por ellos y Dios les concedió unos hijitos muy hermosos. Esto hizo que se volviera sumamente popular en los alrededores, y empezaron a llegar montones de gente a visitarlo y a pedirle consejos y oraciones.

Varios hombres quisieron imitar a San Hilarión y se fueron a vivir también en cabañas en esas soledades. Él los dirigía y les enseñaba el arte de orar, de meditar y de saber dominar el cuerpo por medio de mortificaciones costosas. Hilarión sufría mucho de sequedades espirituales pero esto mismo le servía para poder comprender a los que pasaban por horas de tristeza y de crisis y angustias.

Cuando ya tenía unos 65 años se dio cuenta de que no le era posible vivir en soledad. Un gran número de monjes le pedían dirección espiritual y una continua peregrinación de gentes llegaba a suplicarle oraciones y a pedirle consejos. Entonces decidió irse a un sitio más alejado y solitario, y empezó una vida errante, la cual es uno de los casos más típicos y raros en la historia de la Iglesia.

Se fue hacia los desiertos de Egipto donde hacía muy poco tiempo había muerto el gran San Antonio. Allí los discípulos del santo le hicieron recorrer metro por metro los terrenos donde había vivido el famoso monje. Le decían: “allí pasaba las noches rezando. En aquella roca se subía cuando quería que nadie fuera a molestarlo mientras meditaba…”. Hilarión suspiraba por llegar a ser como su modelo: el gran Antonio.

Pero sucedió que en aquella región hacía muchos meses que no llovía y la gente estaba sufriendo a causa del largo verano. El pueblo acudió a implorar las oraciones de San Hilarión a quien consideraban como el sucesor de San Antonio Abad. El santo rezó con mucha fe y llegaron lluvias muy abundantes. Esto le consiguió una gran popularidad. Luego empezaron a llegar campesinos mordidos por serpientes venenosas, y al ser ungidos con aceite bendecido por San Hilarión quedaban curados. El santo viendo que no lograba vivir oculto y que cada día llegaban más y más personas a buscarlo, dispuso huir una vez más.

Para sus largos viajes no aceptaba sino a los religiosos que fueran capaces de andar con él durante todo el día sin beber ni una gota de agua ni comer, desde el amanecer hasta el anochecer. Ahora se fue a la Isla de Sicilia, y se estableció con varios de sus discípulos en un sitio muy deshabitado. Pero otro discípulo suyo que lo amaba mucho, San Hesiquio, se puso a buscarlo por todas partes. Al fin un comerciante le dijo que en Sicilia había un famoso monje que hacía muchos milagros. Hacia allá se fue San Hesiquio, y logró encontrar a su maestro. Y se dio cuenta de que la gente lo estimaba muchísimo por su santidad, por sus milagros y porque jamás recibía ningún dinero ni regalo alguno.

San Hilarión dijo que quería huir a un sitio donde nadie lo conociera. Y se fueron a la isla de Chipre. Pero allá un maremoto amenazaba con ahogar a las gentes de la costa, y destruir todas sus habitaciones. El santo echó una bendición a las olas y estas se calmaron. Con esto su fama se extendió por toda la isla.

Al fin obtuvo que lo dejaran irse a vivir a una altísima roca donde nadie lo distrajera en su oración y en sus meditaciones, y allí murió muy santamente a la edad de 80 años.