12 enero, 2013

San Arcadio de Mauritania



Oh, San Arcadio, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo.
Nada, os hizo pensar dos veces, que,
por amor a Dios, os negasteis a honrar
a falsarios dioses, terrible martirio
sufriendo y entregando vuestra vida
a quien os la dio. Sí, acabaron con
vuestro cuerpo, pero vuestra alma,
al cielo voló, para coronada ser de
luz y eternidad, como premio a vuestra
entrega de amor y ejemplar valor;
oh, San Arcadio, “luz y ventura de Dios”.


© 2013 Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Enero
San Arcadio de Mauritania
Mártir


Martirologio Romano: En Cesarea de Mauritania (hoy Argelia), san Arcadio, mártir, que se escondió en tiempo de persecución, pero, al ser detenido un familiar suyo se presentó espontáneamente al juez y, por negarse a sacrificar a los dioses, sufrió dolorosos tormentos hasta consumar su martirio (c. 304).

Etimología: Arcadio = Aquel que es venturoso, es de origen griego.

Se desconoce la fecha exacta de su martirio, pero parece que tuvo lugar en alguna ciudad de Mauritania, probablemente en Cesarea, la capital.

Las persecuciones estaban en todo su furor y miles de cristianos eran torturados por los soldados romanos sin esperar la sentencia del juez.

En tan terribles circunstancias, San Arcadio se retiró a la soledad.

Sin embargo, el gobernador de la ciudad al saber que no se había presentado a los sacrificios públicos, capturó a un pariente y lo mantuvo como rehén hasta que el prófugo se presentara. Al saberlo, el mártir volvió a la ciudad y se entregó al juez quien lo obligó a que se sacrificase a los dioses.


Ante su negativa, el juez lo condenó a muerte, cortando cada uno de sus miembros de manera lenta.

Al encontrarse totalmente mutilado, el mártir se dirigió a la comunidad pagana, exhortándolos a abandonar a sus dioses falsos y a adorar al único Dios verdadero, el Señor Jesús.


Los paganos se quedaron maravillados de tanto valor y los cristianos recogieron su cadaver y empezaron a honrarlo como a un gran santo.


Hoy También celebramos a San Modesto, Mártir.


(http://www.es.catholic.net/santoraldehoy/)

11 enero, 2013

San Higinio, Papa




Oh, San Higinio, Papa, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo, -y
hay que decirlo-, a vos, os debemos, que
hayáis determinado varias atribuciones del
clero y que, definieras los grados de la
jerarquía eclesiástica. Además, instituisteis
el padrino y la madrina, en el bautismo
de los recién nacidos, para en la vida
cristiana guiarlos, y decretasteis que
las iglesias viviesen consagradas. Se os
consideró como filósofo y como tal, os
comportasteis durante vuestro pontificado,
luchando contra los gnósticos. Vos, erais
hombre de superior ingenio, de eminente
sabiduría, de extraordinaria grandeza de
alma, de inflexible tesón, y de tanta
intrepidez, que mirasteis con desprecio
los mayores peligros, tanto que, parecíais
buscar la corona del martirio, que al fin,
hallándola terminasteis y donde, vuestra
prístina alma, al cielo voló, luego de
haber gastado vuestra vida, por Cristo
Jesús Dios y Señor Nuestro, para coronado
ser con corona eterna de luz, como justo
premio, a vuestra entrega de amor y vida;
Oh, San Higinio, Papa, “mártir y luz”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Enero
San Higinio Papa
Grecia 136-140
Mártir Ateniense


Elegido en 136, murió en el 140. Determinó varias atribuciones del clero y definió los grados de la jerarquía eclesiástica. Instituyó el padrino y la madrina en el bautismo de los recién nacidos para guiarlos en la vida cristiana y decretó que las iglesias viniesen consagradas.

S. HIGINIO (136-140) Nació en Atenas. Se le consideró un filósofo y como tal se comportó duran-te su pontificado, sobre todo en la lucha contra los gnósticos. Tuvo que encararse en particular a Cerdón, quien negaba la validez del Antiguo Testamento y de parte del Evangelio de S. Lucas.

Dictó algunas disposiciones destinadas a reglamentar una jerarquía de sacerdotes que iba formándose; medida que se hizo necesaria si se considera la creciente expansión de las comunidades cristianas.

Dispuso la presencia de un padrino o de una madrina en el bautizo de los niños, con el fin de guiarles y aleccionarles en la vida cristiana. Prescribió que las iglesias fueran dedicadas.
La suya fue una época de persecuciones. En una de éstas probablemente fue martirizado. Fue enterrado cerca de la tumba de S. Pedro.


San Higinio fue griego de nación, natural de Atenas, hijo de un filósofo, cuyo nombre y genealogía se ignora, quien por su eminente y recomendables prendas ascendió a la cátedra apostólica por muerte de San Telésforo, hacia la mitad del siglo II, en el reinado del emperador Antonino Pío.


En tiempo de su pontificado fueron muchas y graves las calamidades del mundo, y con especialidad del Imperio romano; y atribuyendo los gentiles estos males y castigos a la divina Justicia, a los vicios y delitos de los cristianos; enemigos de sus dioses, con esta falsa preocupación los perseguían de muerte, con el fin de aplacar el enojo de sus ídolos, a quienes suponían gravemente ofendidos.

No menos cruel que la persecución de los paganos fue la que sobrevino a la Iglesia en la época de este Papa por la malignidad de los herejes, que no perdonaban medio alguno para corromper la pureza de la fe y la santidad de las costumbres. Casi todos los enemigos declarados de Jesucristo habían concurrido a Roma con la perversa intención de envenenar la fuente de matriz de la doctrina evangélica, con singular atractivo y cultos modales hacía grandes progresos en su secta, engañando al vulgo con su doctrina afectación de reforma y una muy bien estudiada exterioridad de virtud.

Marción, otro famoso heresiarca, separado de la Iglesia por su mismo padre, obispo después de viudo, no pudiendo conseguir en Roma ser admitido a la comunión de los fieles, por más que se cubrió con la máscara de virtud y austeridad, precipitado por la herejía de Cerdon, añadiendo muchas impiedades a las de aquel perverso maestro, engañó a muchos sencillos y simples con las apariencias de arrepentido y devoto. Contra estos y otros herejes tuvo que luchar Higinio; y como era un hombre de superior ingenio, de eminente sabiduría, de extraordinaria grandeza de alma, de inflexible tesón, y de tanta intrepidez, que miraba con desprecio los mayores peligros, les persiguió hasta exterminarles, y no perdonó diligencia alguna para precaver a su rebaño de la ponzoña con el antídoto oportuno.

Mucho sirvió para la consecución de progresos tan felices San Justino Mártir, luz brillante de su siglo, y después mártir de Jesucristo, quien por aquel tiempo compuso su doctísima Apología en favor de los cristianos, capaz de confundir vergonzosamente a todos los enemigos del Evangelio, teniéndose por dichoso en contribuír a las empresas de tan gran Pontífice, a cuya vigilancia y celo se debió el fervor que en su tiempo acreditaron los fieles a pesar de las persecuciones de los gentiles y esfuerzos de los herejes.

Conseguidos tan recomendables triunfos, aplicó a la reforma del clero en los grados de su jerarquía; porque aunque ésta se hallaba ya establecida desde el tiempo apostólico con varios reglamentos posteriores de disciplina, confundidos unos, y relajados otros con motivo de las persecuciones de Trajano y Adriano, según escribe Baronio, los restituyó y perfeccionó Higinio, ordenando en cada uno de los grados eclesiásticos el modo y forma de ejercer sus respectivas funciones. También estableció muchos decretos útiles, entre ellos varios ritos y ceremonias para la celebración del Santo Sacrificio.

Señaló asimismo que fuese uno el padrino o madrina en el Bautismo, por haberse introducido mayor número, con inhibición de que lo fuese en el sacramento de la Confirmación el del Bautismo. Igualmente mandó que en la consagración de los templos se celebrase el Santo Sacrificio de la Misa, y que las Iglesias no se erigiesen o demoliesen sin licencia de los obispos, prohibiendo que lo cedido para el culto divino sirviese en usos profanos. Tres veces hizo órdenes en el mes de diciembre, en las que creó quince presbíteros, cinco diáconos, y siete obispos para diferentes Iglesias.

Hacía mucho tiempo que suspiraba nuestro Santo por la corona del martirio. Aquel ardiente celo que mostraba en todas sus acciones y providencias por dilatar el reino de Jesucristo, y consevar en su pureza el Sagrado Depósito de la Fe, le hacía acreedor a este favor del cielo; el cual logró con efecto en la persecución de Antonio Pío a los 11 de enero del año 140, después de haber gobernado la nave de la Iglesia cuatro años, tres meses y ocho días, sufriendo infinitos trabajos y fatigas por la defensa de la religión cristiana; y su cuerpo fue sepultado inmediato al Príncipe de los Apóstoles.

Legado de San Higinio: Jerarquizó los grados del clero eclesiástico, permitió en el sacramento del bautismo el padrino y la madrina.

(http://www.oremosjuntos.com/Papa/SanHiginio.html)

10 enero, 2013

Beata Sor Ana de los Ángeles Monteagudo




10 de Enero
Beata
Sor Ana de los Ángeles Monteagudo

Biografía

Ana Monteagudo Ponce de León conocida como Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, es una beata peruana. Nació en Arequipa el 26 de julio de 1602 o 1604. Fue hija del español Sebastián Monteagudo de la Jara, y de la dama arequipeña Francisca Ponce de León. Fue la cuarta de ocho hermanos. No se conoce exactamente la fecha de su nacimiento porque su partida de bautismo se perdió durante un incendio en la Iglesia Mayor de Arequipa en 1620. A los tres años, fue entregada a las monjas catalinas que residían en el Monasterio de Santa Catalina, de la Orden Dominica para ser educada e instruida. Es de suponer que el trato con algunas religiosas de probada virtud fuera sembrando en su alma el deseo -que luego se transformó en vocación- de entregarse a Dios como religiosa dominica de clausura.

Su Noviciado

Cuando tenía aproximadamente 14 años de edad, sus padres decidieron que ya había llegado el momento de reintegrarla a la vida de la ciudad y fue retirada del monasterio, con el fin de comprometerla. La joven Ana, de vuelta a su casa, decidió seguir con el mismo género de vida que hasta entonces había llevado en el monasterio de Santa Catalina. Hizo de su habitación un lugar de retiro, donde trabajaba y rezaba, sin descuidar los quehaceres de la casa. Un día, mientras meditaba en su aposento, se le apareció en una visión, Santa Catalina de Siena, quien le hizo saber de parte de Dios, que había sido elegida para entrar en el estado religioso, vistiendo el hábito dominicano. Le dirigió estas palabras: “Ana, hija mía, este hábito te tengo preparado; déjalo todo por Dios; yo te aseguro que nada te faltará”.

Le daba a entender que debía prepararse para un gran combate espiritual, donde no faltarían las asechanzas del enemigo, pero que con la ayuda de Dios obtendría al final la victoria. Confortada por esta visión, Ana decidió buscar la forma más eficaz para regresar al monasterio de Santa Catalina, pues sus familiares no querían que se hiciera religiosa, hasta el punto de vigilarla constantemente. Aprovechando una ocasión en que nadie la vigilaba, salió de la casa y encontró a un niño llamado Domingo que -a petición de ella- la acompañó hasta el monasterio. Una vez llegados al lugar de destino, agradeció al muchacho el favor prestado y le pidió comunicara a sus padres el lugar donde estaba. Sus padres, al conocer el paradero de su hija se indignaron en extremo, pues ya tenían decidido darla por esposa a un joven distinguido y rico; y fueron al monasterio con la firme resolución de hacerla regresar a su casa.

A este fin nada dejaron de intentar para disuadirla de su propósito. Le ofrecieron regalos y prometieron darle cuanto le apeteciera; pero ella con todo respeto y humildad les respondió, que se quedasen con todo aquello, que sólo deseaba tener a Jesucristo como esposo y llevar el hábito que llevaba puesto. Les pidió que se resignasen como buenos cristianos con la voluntad de Dios. Viendo los padres de Ana que no conseguían su cometido, se llenaron de ira y recurrieron a las amenazas e injurias, secundados por la Madre Priora, quien -por temor y debilidad- quiso también que regresara con sus padres.

A pesar de todo, Ana permaneció firme en su decisión, apoyada por las demás monjas, que aconsejaron retenerla en el monasterio hasta que, calmados los ánimos, se pudiera juzgar lo que fuera para mayor Gloria de Dios. La Madre Priora, mal dispuesta con Ana, se propuso tratarla con mucha dureza, con la finalidad de cansarla y obligarla así a regresar con sus padres; pero Ana soportó esta prueba con gran paciencia y resignación. Entretanto, dolida por el comportamiento de sus padres, quiso reconciliarse con ellos, mediante los buenos oficios de su hermano Sebastián, quien no sólo logró su intento, sino que la socorrió con todo lo necesario para su mantenimiento. Intercedió también ante la Priora para que cambiara su manera de proceder, consiguiendo su cometido.

Efectivamente, la Priora reconoció la vocación y el buen espíritu de Ana, y comenzó a quererla como a todas las demás, aceptándola como novicia. Corría el año 1616 cuando Ana fue aceptada como novicia en el Monasterio de Santa Catalina. Fue entonces cuando añadió a su nombre el apelativo “de los Ángeles”. Bien pronto abrazó con alegría todas las austeridades del estado religioso, observando con exactitud la Regla Dominicana y desprendiéndose completamente de los bienes de este mundo. Leyendo un día la vida de San Nicolás de Tolentino, le llamó la atención la gran devoción que este Santo tenía por las benditas Ánimas del Purgatorio y los sufragios que ofrecía para librarlas de las penas de ese lugar; y tomó la resolución de dedicarse también ella a socorrer a esas almas necesitadas.

Durante el tiempo de su noviciado comenzó a desarrollar el espíritu de penitencia, castigando su cuerpo con disciplinas y ayunos, adquiriendo de esta manera un mayor dominio de sí misma. Sus delicias estaban en la oración y en la meditación. Especialmente llenaba su alma la consideración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Estaba muy a gusto con las demás novicias y las veía como mejores que ella, rogándoles le enseñasen a ser una verdadera religiosa dominica. Se consideraba a sí misma como una gran pecadora y cuando veía a las otras religiosas ocupadas en ejercicios humildes, suplicaba ser también ella empleada en esos servicios.

Terminado el año de noviciado y habiendo dado pruebas más que suficientes de su idoneidad, le llegó el tiempo de su profesión religiosa. Le faltaba la “dote”, que sus padres se negaban a entregar, con el objeto de obligarla a regresar con ellos. Francisco, su hermano sacerdote acudió en su ayuda, pagando generosamente la dote prescrita. Superadas estas dificultades pudo hacer su “Profesión Religiosa” con gran alegría y contento. Abrazado ya el estado religioso y hechos sus votos temporales, dirigió todas sus miradas y consagró todas sus energías a realizar el ideal de la vida religiosa, íntimamente persuadida de que toda su perfección y santidad consistía solamente en el exacto cumplimiento de sus votos y demás obligaciones de religiosa dominica.

Procuraba desasirse de los bienes terrenos, vistiendo hábitos usados y remendados, sandalias viejas -desechadas por otras religiosas-, y no poniéndose nunca cosa nueva, dando para las demás las cosas que recibía. Vivía una gran abstinencia, comiendo sólo para conservar la vida, sin regalar su gusto. Conseguía así que su alma tuviese un completo dominio sobre su cuerpo. Fue obediente en todo, casta y pura, mortificada interna y externamente, amante del retiro, diligente en el Coro, y cumplidora de todos sus deberes. Derramaba su espíritu en la oración asidua, tomando de ella la fuerza para el difícil camino de la perfección.

La M. Priora, viendo que Ana se inclinaba a las cosas del servicio de Dios, la nombró sacristana oficio que ella ejerció con mucho gusto y exactitud. Cuidaba muchísimo la limpieza y decencia de todo lo relativo al culto y lo trataba con sumo cuidado. Lavaba con gran veneración los corporales y purificadores, considerando que iban a estar en contacto con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El celo por la casa de Dios y la pureza del culto fueron tan grandes en Ana, que con frecuencia amonestaba hasta a los mismos sacerdotes para que tratasen con todo respeto al Señor, rogándoles atendiesen a la santidad del corazón y a la pureza del alma. Era tan minucioso el cuidado que ponía en todo lo relativo al Santo Sacrificio del altar que, hasta preparaba agua aromática para que los sacerdotes se lavasen con ella las manos antes de celebrar la Santa Misa. Fue durante este tiempo cuando tuvo conocimiento de su parentesco con San Tomás de Villanueva, al que llegó a tener una gran devoción.

Necesitando el monasterio una imagen de la Santísima Virgen que presidiera los actos de la comunidad, fue Ana quien aceleró los trámites para traerla cuanto antes. Las monjas al ver la maravillosa imagen, tan tierna y acogedora, decidieron darle el nombre de “Nuestra Señora de los Remedios”. Una gran muestra de confianza hacia ella fue el encargo que se le hizo de ser Maestra de Novicias. Durante el tiempo que ejerció este delicado oficio ilustró siempre con su ejemplo todo cuanto enseñaba de palabra. Trataba a las novicias con gran caridad y afecto, pero nunca dejaba de exigirles el exacto cumplimiento de todas sus obligaciones.

Es elegida Priora

En 1647, Mons. Pedro de Ortega Sotomayor, recientemente nombrado Obispo de Arequipa, quiso visitar el Monasterio de Santa Catalina. Enseguida comprobó el abandono espiritual en que se encontraba. Conversando con varias de las religiosas descubrió las cualidades extraordinarias de la entonces Maestra de Novicias Ana de los Ángeles y manifestó el deseo de que fuera ella quien gobernase dicho monasterio. A los pocos meses eligieron a Sor Ana de los Ángeles como nueva Priora. Cuando recibió ese cargo, vivían en el monasterio cerca de 300 personas: 75 monjas de Coro; 17 legas; 5 novicias; 14 donadas; 7 criadas personales; 75 educandas; 130 siervas; y no pocas huérfanas y viudas. Éstas últimas se refugiaban en el monasterio para cuidar su buen nombre, pero no dejaban de vivir “según el mundo”, rodeadas de servidumbre, entregadas al cuidado de sus personas y gozando de todo lo que la moda de aquel tiempo les ofrecía.

Al contacto con este género de vida algunas de las monjas se contagiaban, y degeneraba su espíritu religioso hasta el punto de ser en el monasterio origen de muchos conflictos y pésimo ejemplo para las religiosas más jóvenes. Entretanto la nueva Priora conoce muy bien esta situación y sabe con cuanta prudencia y energía deberá corregir esos graves abusos.

En un principio no quiso Ana de los Ángeles aceptar el cargo de Priora, pues se reputaba incapaz e indigna. Fue entonces cuando tomó las llaves del monasterio y las colocó delante de la imagen de Nuestro Señor, pidiéndole que encargase ese oficio a quien pudiese ejercerlo mejor que ella. Pero oyó una voz interior que le mandaba aceptar el gobierno del monasterio. Obedeció inmediatamente y tomó sobre sí aquel peso, confiando en el auxilio divino. Su principal preocupación fue devolver la disciplina al monasterio, haciendo observar las reglas a todas las religiosas sin admitir excepciones.

Daba avisos en privado y en público, corregía defectos, haciendo volver al camino correcto a quienes se hubieran apartado de él. Cuando alguna religiosa faltaba a sus obligaciones, la tomaba consigo y, estando a solas, como si no fuese ella la superiora, la amonestaba con inmenso cariño, a fin de evitar la repetición de la culpa. Fue siempre madre amantísima de todas sus religiosas; nunca desidiosa ni impaciente. Procuraba ingeniosamente servir a las demás, siempre con el rostro contento y afable. No perdía ocasión para insinuar en sus corazones el amor a la santa virtud de la caridad.

Disimulaba generosamente los defectos de las demás religiosas, pero no dejaba de buscar la oportunidad de corregírselos a solas con benevolencia y con cierta severidad. Con ocasión de las enfermedades, se olvidaba completamente de sí misma y se dedicaba a cuidar a las enfermas -día y noche- con gran afecto, y les prodigaba toda suerte de alivios y consuelos. Era especialmente solícita para que se les administrasen los Santos Sacramentos. Viendo los desórdenes de algunas religiosas contagiadas de las vanidades de este mundo y la dureza de sus rebeldías, se acercaba a ellas y les aconsejaba que se sometieran al suave yugo de la obediencia -”Mi yugo es suave y Mi carga ligera”, decía Jesús- y cumpliesen las obligaciones de su estado religioso. Gracias a sus exhortaciones y a su ejemplo, fueron muchas las religiosas que regresaron al camino correcto y a la observancia de sus obligaciones.

No obstante su gran amor por todas las monjas que tenía encomendadas, tuvo que aguantar muchas ofensas de parte de algunas religiosas que no querían volver al rigor de una vida de austeridad y entrega a Dios. Ana de los Ángeles supo siempre perdonar a quienes la habían ofendido a ejemplo de Jesús que perdonaba a los que le crucificaban. Una de sus preocupaciones fue la observancia del silencio en todo su rigor. Lo prescribió muy exigente en algunos tiempos del año, dando ella la primera el ejemplo conveniente.

El demonio, al ver las reformas que se estaban haciendo en el monasterio, se desató contra la Priora en formas muy diversas. Cuéntase que en cierta ocasión, caminaba ella acompañada de otras dos religiosas y comenzaron a lloverles carbones encendidos sobre sus cabezas, especialmente sobre la Priora. Cuando todo terminó comenzaron a averiguar quién pudiera haber cometido tal maldad, y dirigiéndose a la Priora para atenderla, la vieron contenta y sin lesión alguna. Ella les advirtió que no se asustasen, pues era el demonio quien las había atacado. En otra oportunidad fue empujada por el mismo enemigo y cayó en una fosa cavada para hacer los cimientos de la Iglesia, pero también salió sana y salva, ayudada esta vez por las benditas almas del purgatorio.

Terminado el oficio de Priora, que con tanto celo y prudencia había desempeñado, Ana de los Ángeles se sintió como aliviada de un gran peso y volvió con mucha alegría a ser súbdita, considerándose siempre, por su gran humildad, indigna de mandar a otras. Su vida siguió con toda normalidad, como la de cualquier otra de las religiosas. Pero su amor a Dios y a los demás, sus virtudes y su santidad iban creciendo constantemente.

Sus enfermedades

El año 1676, sor Ana quedó ciega y permaneció tullida en su lecho durante los últimos diez años de su vida. Sufría mucho y todo lo ofrecía a Dios por la salvación de las almas y la liberación de las que estaban en el purgatorio.

En estos últimos años, consiguió permiso del obispo para que un sacerdote pudiera celebrar cada día la misa en su celda y así poder comulgar diariamente. Les pidió a sus Superiores que le conmutasen la obligación de rezar el Oficio divino por una visita espiritual al Santísimo y por el rezo del rosario. El rosario era su oración predilecta, pues siempre estaba con el rosario en las manos. Y era tanta la rabia de los demonios que, varias veces, se lo quitaban de las manos.

Ella vivía tranquila, ofreciendo su dolor con amor. Nunca se quejaba y, sobre todo, era muy agradecida. Dice sor Catalina de Jesús que era tan agradecida a las personas que le ayudaban que les besaba las manos y les decía:¡Cómo se acuerdan de mí, siendo una pobre miserable, echada en un lecho, mientras otras están pasando necesidad! Y daba en limosna lo que recibía o mandaba celebrar misas por las almas benditas.

Su muerte

La Madre Ana murió el 10 de enero de 1686 a las siete de la mañana con fama de santa. Cuando murió, su cuerpo quedó en buen estado, flexible, con el rostro sereno y venerable y, después de 34 horas de su muerte, al sepultar su cuerpo, con el movimiento, salió sangre fresca y roja, recogida como reliquia.

Para amortajarla, según dice sor Juana de santo Domingo, fue preciso ponerle un hábito prestado, porque el que tenía en su última enfermedad lo había dado de limosna. Y, a la hora de la sepultura, asistió la mayor parte de la ciudad.

Su cuerpo fue sepultado sin féretro debajo de la tierra el día 12, sábado. Le echaron gran cantidad de cal sobre el rostro y el pecho; y la sepultaron inundada en agua. El día de las honras fúnebres, la gente no cabía en la iglesia y gran gentío tuvo que quedar en las calles y plazas vecinas.

El 20 de enero de 1686, domingo, se hicieron las honras fúnebres en la iglesia del monasterio de santa Catalina con una misa pontifical celebrada por el obispo Antonio de León y a la que concurrieron todas las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad. En esta misa, el padre Juan Alonso de Zereceda, Rector del Colegio de la Compañía de Jesús, dio el sermón sobre las virtudes de sor Ana. El obispo mandó imprimirlo para conocimiento de las generaciones posteriores. Este sermón puede considerarse como una fuente segura para conocer su vida, ya que estuvieron presentes las religiosas y muchísima gente que la conocía personalmente. Por lo cual, no podía decir falsedades, pues hubieran sido detectadas de inmediato y el obispo no hubiera permitido que se hubieran impreso y publicado.

La exhumación de sus restos

El padre Luis Sánchez, que estuvo en el momento de sepultar a la Madre dentro del monasterio, asistiendo al obispo Don Antonio de León, afirma que, después de diez meses de enterrada sor Ana, volvió con el obispo para hacer el traslado del cuerpo. Y, después de sacarlo, se le encontró, no sólo incorrupto, sino también fresco y manejable, como si hubiese muerto en ese momento, sin rastros de mal olor. Y él le tocó un pie y se lo torció; y lo tenía todo entero y flexible. Y un cirujano que estaba presente le hizo una pequeña herida en el pecho y se vio la carne colorada y fresca. Las religiosas se acercaban al cuerpo y le tomaban las manos y los pies, y se los besaban con mucha devoción.

El doctor José del Corral declara que el día de la exhumación del cuerpo de la sierva de Dios, reconoció el cuerpo y no sólo estaba todo entero, sin corrupción alguna, aunque estaba muy húmedo por la mucha agua que le habían echado al sepultarlo. Pero la lengua, que debía estar más corrompida, estaba fresca y jugosa, sin mal olor. Todo ello es indicio de haber sido favorecida por Dios en aquel cuerpo que tantos años sirvió a Dios, manifestando que la lengua, que tanto se había empleado en alabar y servir a Dios, era justo que se conservase para eterna memoria.

Ésta primera exhumación tuvo lugar el 29 de octubre de 1686. Le cambiaron el hábito y colocaron su cuerpo en un féretro nuevo, forrado por dentro con tafetán blanco y por fuera con un tafetán negro, con franjas de oro. Fueron al sepulcro el obispo con otras personas que habían sido designadas previamente. Su cuerpo exhalaba un olor especial, que incitaba a devoción y a no moverse de aquel lugar.

El 22 de enero de 1731, sus restos fueron trasladados a una caja forrada de plomo y colocados en un sepulcro abierto en la pared izquierda, al pie del altar de Jesús Nazareno del monasterio. El 20 de junio de 1817 se trasladaron a una nueva caja forrada de plomo. El 9 de enero de 1950 se dispuso el traslado de sus restos a un lugar ubicado a la izquierda, entre el enrejado del coro bajo. Finalmente, el 22 de enero de 1985, el arzobispo Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio los hizo colocar en el interior de una urna de madera, en un altar construido al lado izquierdo del templo del monasterio.

Algunos datos complementarios más

•Doña María de Garmendia refiere que tenía costras en los ojos y le dolían mucho. Ella, con agua templada, le quitaba las costras y la Madre se lo agradecía con grandes expresiones de agradecimiento, creyendo que no lo merecía. Cuando las religiosas iban a visitarla, les manifestaba su contento, les besaba las manos y les decía: ¿De dónde me viene ésta gracia de que las esposas de mi Señor vengan a visitarme?.

•En una oportunidad estuvo muy mal con tenesmo (sensación de querer evacuar el cuerpo) y las almas la condujeron a un camino brillante de luz y allí la curaron con una medicina que tenían en un frasco.

•Otra vez, estaba muy grave y las almas rodearon su lecho y le dijeron que venían a sanarla. Sacaron un frasco con una especie de licor, y con algodones le ungieron el lado donde tenía el dolor. Así la curaron, según le dijo la misma sierva de Dios en la última enfermedad a sor Catalina de Jesús.
Igualmente, Marta de san Nicolás atestigua que le dijo que en una ocasión vino el alma de una india, llamada Isabel, y la llevó en visión a un sendero y la curó con una medicina que tenía en un frasco, quedando sana de su malestar.

•Un día estaba con fuerte dolores y la visitó una novicia en su celda. La novicia le habló de que pensaba que se condenaría en el convento y había decidido volver a su casa. Entonces, la Madre Ana comprendió que la novicia estaba vencida por el demonio y, como casi no podía hablar por el dolor que sentía, le rogó a san Nicolás su patrono y a las almas benditas que le dieran alivio, lo que hicieron de inmediato. Y así pudo explicarle a la novicia que todo era un engaño del demonio que quería hacerle perder su vocación. Cuando la novicia se tranquilizó, le volvieron los dolores como antes.

•Dice el padre Zereceda: Diez años estuvo en cama sin poder moverse, ciega y con grandes dolores… Se llenó de llagas, estuvo continuamente mal del hígado. Todos los días sudaba durante tres horas y después sentía un hielo que le martirizaba los nervios y los huesos hasta el punto que parecía que se moría por tantos dolores. Y las almas del purgatorio venían a aliviarla, cubrirla y darle medicinas. Antes de la última enfermedad, la curaron de tres enfermedades diferentes, devolviéndole la salud. De hecho, en estos últimos años, todos creían que vivía sobrenaturalmente, porque era imposible vivir con un cuerpo con tantos males juntos y, sin embargo, nunca se sintió mal olor.

A pesar de tener tantos dolores, pues estaba ciega, con dolores de ojos, dolores de hígado, retención de orina; a veces, abrasada de calor o temblando de frío, no faltaba a sus oraciones por las benditas almas, quienes le asistían. Por eso, ella las llamaba sus doctores. También tenía una llaga y se la curaba con tierra. Y no obstante tantos males, nunca esta testigo (sor Petronila de Monserrat) sintió mal olor en su cama o en su celda. Y esto la dejaba maravillada, pues sor Ana tenía muchos sudores que empapaban las cubiertas.

•El padre Francisco de Vargas Machuca declara que estuvo de capellán del monasterio durante dos meses en su última enfermedad, en la cual no parecía posible naturalmente que, siendo de naturaleza tan delicada y débil, pudiera soportar tanto sufrimiento. Los sudores eran continuos y abundantes, de modo que era necesario cambiarla dos o tres veces. Sin embargo, su celda tenía buen olor.

•Sor Marina de la Concepción afirma que la misma Madre Ana había predicho muchas veces, que la encontrarían muerta. Una vez, hablando con la imagen de san Nicolás, dijo: ¿Ven a este santo? Él no se encontrará aquí cuando yo muera. Y así sucedió, pues la imagen de san Nicolás se encontraba en la casa del capellán Marcos de Molina, a quien, estando muy enfermo, la sierva de Dios le había enviado la imagen del santo.

Sor María de san José nos dice que, el día anterior a su muerte, dos religiosas fueron a visitarla y les dijo: Mañana me voy a morir. Ellas le dijeron: ¿Qué dice, Madre? Y se lo volvió a repetir.
La víspera de su muerte llamó a una religiosa, a quien había formado en un espíritu semejante al suyo y le rogó que guardara algunas limosnas para las almas. Y le dijo: Hija, mañana moriré… Estáte atenta y toma a tu cuidado celebrar la fiesta de mi santo y los sufragios por las benditas almas.

Sor Petronila de Monserrat asegura que varias veces le había oído decir a la Madre Ana que moriría sin dar molestias y que, cuando menos lo pensaran, la encontrarían muerta. Y así ocurrió, porque cuando fueron a hablarle, la vieron sentada, con el cuerpo apoyado hacia un lado, con las manos cruzadas y con su rosario, como cuando estaba viva. Y viendo que no respondía, se acercaron y observaron que el cuerpo estaba frío, dándose cuenta de que ya estaba muerta.

•Doña María de Garmendia dio testimonio en el Proceso de que, pocos días antes de su muerte, estando en su celda con otras religiosas, tocaron a la puerta con tres golpes y la sierva de Dios dijo que había venido un hermano suyo difunto a decirle que ya era tiempo de partir (morir). Y que esa noticia le había dado una gran alegría. La noche anterior a su muerte, estando esta testigo con ella, le pidió cambiarle la camisa y le pidió que le diera una nueva, diciéndole: Mañana me pondrán aquí en medio de la celda. Y así sucedió, ya que al día siguiente murió y pusieron su cuerpo en medio de su celda en el lugar que indicó.

(http://www.hostraptors.com/convento/sor-ana-de-los-angeles-monteagudo.html)






09 enero, 2013

San Julián



Oh, San Julián, vos, sois el hijo del
Dios de la vida, y, su amado santo,
que, a la vida en común hacer con
vuestra novia, os negasteis, y ella,
de acuerdo sobre las riquezas que
Dios, guarda para quienes, puros
se reportan a sus pies; al desierto
marcharon y fundando de Oración,
casas para Él, invitasteis e invitas a
los jóvenes seguidores vuestros en
la pureza, a imitaros. Vuestra vida,
continua cuaresma fue: ayuno, oración
abstinencia y meditación, todos los
días, hasta la misma tumba. Llegó,
el día de vuestro martirio y, a adorar
resistiéndoos a falsos dioses, valor
estoico mostrasteis, y entregasteis
feliz vuestra vida. ¿Dónde estaréis
ahora? ¿Dónde? No hay otro lugar
donde buscaros que, en el mismo
cielo y encontraros coronado de luz,
como justo premio a vuestro amor y fe;
oh, San Julián; “amor, virtud y luz”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Enero
San Julián
Mártir
Año 304


Nació San Julián en la ciudad de Antioquía (en Siria), de una familia que se preocupó por darle una muy buena formación religiosa. Los papás querían que se casara con una joven muy virtuosa y de familia muy rica, pero Julián tuvo una visión en la cual vio algunos de los premios que Dios reserva para quienes conservan su virginidad y narró su visión a la novia. Y entonces los dos, de común acuerdo, hicieron voto de castidad o sea un juramento de conservarse siempre puros.

Los papás creían que ellos formarían un hogar, pero los novios se habían comprometido a conservar para siempre su virginidad. Y poco tiempo después murieron los padres de los dos jóvenes, y entonces Julián y su prometida se fueron cada uno a un desierto a orar, y a hacer penitencia y cada cual fundó un monasterio. Julián un monasterio para hombres y ella uno para mujeres.

Muchos hombres deseosos de conseguir la santidad se fueron a acompañar a Julián en su vida de religioso y lo nombraron superior. El los dirigió con especial cariño y con gran prudencia. Era el que más duro trabajaba, el que mayores favores hacía a todos y el más fervoroso en la oración. Y dedicaba muchas horas a la lectura de libros religiosos y a la meditación.

Su vida fue una continua Cuaresma, o sea un ayunar y guardar abstinencia y orar y meditar, todos los días, sin cansarse. A los súbditos nunca los reprendía con altanería ni con malos modos o delante de los demás, sino en privado, con frases amables, comprensivas y animadoras, que les demostraban el gran aprecio y amor que les tenía, y que llegaban al fondo del alma y obtenían verdaderas conversiones.

Los religiosos decían que Julián era muy exigente y duro para sí mismo, pero admirablemente comprensivo y amable para con los demás, y que gobernaba con tal prudencia y caridad a los monjes que éstos se sentían en aquél desierto más felices que si estuvieran en el más cómodo convento de la ciudad.

La persecución

Y sucedió que estalló en Antioquía la persecución contra los cristianos, y el gobernador Marciano ordenó apresar a Julián y a todos sus monjes. Centenares de cristianos fueron siendo quemados por proclamar su amor a Jesucristo, y cuando le llegó el turno a nuestro santo, se produjo el siguiente diálogo entre el perseguidor y Julián:

- Le ordenamos que adore la estatua de nuestro emperador.
- Yo no adoro sino única y exclusivamente al Dios del cielo.
- Su Dios y emperador es el Cesar de Roma.
- Mi jefe a quien adoro y obedezco es Nuestro Señor Jesucristo.
- ¿Cómo se le ocurre creer en uno que fue crucificado?
- Es que el crucificado ya resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre.
- ¿Te ríes de nuestros dioses y del emperador? Pues ahora que te atormenten te arrepentirás de haber procedido así.
- Dios ayuda a los que son sus amigos, y Cristo Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso que el emperador, me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos.
El perseguidor, viendo que con amenazas no lo conmueve, se propone cambiar de táctica y ofrecerle a Julián grandes premios si deja la santa religión:
- Tus padres eran personas muy importantes en esta ciudad. Si dejas de ser cristiano y adoras a nuestros dioses, te concederemos puestos de primera clase.
- Mis padres me están observando desde el cielo y se sienten muy contentos y muy honrados de que yo proclame mi fe en Cristo y derrame por El mi sangre.

Empiezan a darle a Julián terribles latigazos, con fuetes que tienen pedacitos de hierro en los extremos, pero uno de los verdugos al retirar rápidamente el fuete, es herido gravemente en un ojo por la punta de hierro del látigo. Julián oye el grito de dolor y llamando al verdugo le coloca sus manos sobre el ojo destrozado y se obtiene inmediatamente la curación.

Los verdugos le cortan la cabeza al santo, pero en ese momento el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, al ver con qué gran valentía y alegría ha ido a la muerte este amigo de Cristo, se declara él también seguidor de Jesús y se hace cristiano. Esta conversión fue considerada como un verdadero milagro espiritual obtenido por el martirio de Julián.

Y los amigos de Jesús queremos proclamar siempre y en todas partes nuestra fe, y preferir mil muertes y diez mil tormentos, antes que dejar nuestra santísima religión por irnos a religiones falsas que ni dan felicidad en esta vida ni consiguen salvación eterna.

San Julián: pídele a Cristo que nosotros logremos perseverar fieles a nuestra santa religión hasta la muerte.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Julian.htm)

08 enero, 2013

San Severino




Oh, San Severino, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo
y, a quien, Él, le proveyó de dos dones
maravillosos: el de profecía y el del 

buen consejo, que el Espíritu Santo, 
administraba para vos, por vuestra 
oración constante y fe inmaculada. Vos,
a menudo repetíais la bíblica palabra: 
“Para los que hacen el bien, habrá 
gloria, honor y paz. Pero, para los que 
hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán”.
Y, anunciando que quienes dicen: “He
pecado y nada malo me ha pasado”,
están completamente equivocados, pues 

todo pecado, trae del cielo, castigos”. 
Y, esto, a muchos frenaba y les impedía 
seguir por la senda del vicio y del mal. 
“El remedio es rezar, dar limosnas a los 
pobres y hacer penitencia”. Decíais vos,
y la gente os oía. ¡Qué maravilla vuestro 

obrar! ¡Qué talento! ¡Que profecías!. 
Partisteis de este mundo, vuestra célebre 
frase pronunciando: “Todo ser que tiene 
vida, alabe al Señor”. Y, fue justo vuestro 
premio, pues, corona de luz, recibisteis;
oh, San Severino; “viva profecía y luz". 


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Enero
San Severino
Predicador


Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).
Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles “Hunos”, bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: “Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar”. Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.” Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán” (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”. Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: “Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo”. Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: “¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?”. Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: “El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia”. Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz”. El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos”. Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.
Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: “Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.


07 enero, 2013

San Raimundo de Peñafort



Oh, San Raimundo de Peñafort, vos,
sois el hijo del Dios de la vida y su
amado santo, que, recibisteis de Él,
“la eficacia de la palabra”, con la que,
a propios y extraños conquistasteis,
cuando os oían hablar en favor de la
doctrina de Nuestro Señor Jesucristo.
Con vuestra pluma, constancia dejasteis
de cómo, los antiguos respondían
respecto de la fe, en vuestro libro
“Summa”, así, como también en los
“Decretales”, para saber qué ordenaron
y qué prohibieron los Pontífices y
concilios del tiempo antiguo. Con San
Pedro Nolasco, la Orden de los “Mercedarios”,
fundasteis, al rescate dedicada de los
secuestrados cristianos, de manos de los
musulmanes ¿Qué premio del Creador
recibisteis, padre del “Buen Consejo”?:
¡Corona de luz! que brilla imperecedera;
oh, San Raimundo de Peñafort, “luz”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Enero
San Raimundo de Peñafort


Raimundo significa “Buen consejo”. Nació en Peñafort, cerca de Barcelona, España, en 1175. A los 20 años ya era profesor de filosofía en un colegio de Barcelona, y a los 30 años era profesor en la famosa Universidad de Bolonia (Italia), donde se había doctorado.

En 1222 entró en la Comunidad de Padres Dominicos cuando apenas hacía ocho meses que había muerto San Domingo de Guzmán, el fundador de esa Comunidad.

Pidió a sus superiores que le pusieran oficios duros y humillantes para hacer penitencia de sus pecados, especialmente de su orgullo. Pero los superiores le pusieron por oficio y tarea el dedicarse a coleccionar las respuestas que los sabios antiguos de la Iglesia daban a ciertas preguntas difíciles de los fieles, lo cual llamó “Casos de conciencia” y compuso entonces su famoso libro llamado “Summa” o resumen de respuestas difíciles en la confesión.

Raimundo obtuvo de Dios la “eficacia de la palabra”, o sea que su predicación lograra conmover a los oyentes y convertirlos. Y así recorrió ciudades y campos de Aragón, Castilla y Cataluña y los que lo acompañaban decían que parecía casi imposible que un predicador lograra tantas transformaciones con sus sermones.

Junto con San Pedro Nolasco, Raimundo fundó la Comunidad de los Padres Mercedarios, dedicada a rescatar a los cristianos secuestrados por los mahometanos o turcos.

En 1230 el Papa Gregorio IX llamó a Raimundo a Roma y entre otros cargos que le dio, lo nombró su confesor. Una de las penitencias que éste santo le puso al Sumo Pontífice fue que atendiera siempre muy bien las peticiones que le hicieran los pobres.

El Papa le encomendó que recogiera y publicara todos los decretos que habían dado los Pontífices y los Concilios. Después de tres años de trabajo publicó su famosísimo libro titulado “Decretales”, el cual han tenido que consultar después por varios siglos todos los que quieren saber que ordenaron o qué prohibieron los Pontífices y Concilios de la antigüedad.

El Pontífice lo nombró obispo, pero poco después el santo obtuvo que el Papa le aceptara la renuncia. Los religiosos de su Comunidad lo eligieron Superior General, pero a los dos años renunció. Se consideraba apto para predicar y escribir, pero no para mandar.

Los últimos 33 años de su vida los dedicó a convertir cristianos pecadores y a obtener que muchos musulmanes se pasaran al cristianismo. En una carta a su superior en 1256 le informa que ya ha logrado que 10,000 mahometanos se vuelvan cristianos.

Este santo murió cuando estaba por cumplir los 100 años, en 1275. Dos reyes asistieron a su entierro y en su sepulcro se obraron maravillosos milagros.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Raimundo_de_Peñafort.htm)



06 enero, 2013

Solemnidad de la Epifanía del Señor




Desde oriente
Los Magos Reyes
Ya llegaron
Y en la arena
Contritas rodillas
Adoran al Dios Niño
Oro
Incienso y
Mirra
Para el Rey del universo
Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
como Melchor, Gaspar y Baltazar?
¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?!.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor


La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del siglo IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.

Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.

Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.

Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.

El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).

A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.

La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.

Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.

Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.

Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.