17 septiembre, 2013

San Roberto Belarmino




Oh, San Roberto Belarmino, vos, sois,
el hijo del Dios la vida, y su amado
santo y, el que, fama dio al significado
de vuestro nombre: “el que brilla,
por su buena fama”. Pues, fuisteis
valientes defensor de la Iglesia
Católica, contra los errores de los
protestantes. A las multitudes atraíais,
con vuestros sermones, prédicas y
conferencias. Y, para vuestros oyentes,
ídolo a ser, llegasteis, de manera
increíble. Predicador preferido fuisteis
por los miles de universitarios de Roma
Lovaina y París. Con anticipación
profesores y estudiantes, con horas
muchas, “tomaban” las plazas, donde vos,
ibais a dar vuestras prédicas. Y, cuando
se os anunciaba en los templos, éstos,
de “bote a bote” se llenaban. Os, debemos
el maravilloso Catecismo Resumido, y, el
Explicado, a vos gracias. Con “Las Controversias”,
pulverizasteis con sabiduría admirable,
lo que los evangélicos y calvinistas decían.
Al cielo voló vuestra alma, y, aunque
de noche vuestros funerales fueron, el gentío
os arrobó con su calor y su amor. Y, Cristo
Jesús, Dios y Señor Nuestro, os ciñó corona
de luz, como justo premio a vuestro amor;
oh, San Roberto Belarmino, “el brillante”.



© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Septiembre
San Roberto Belarmino
Cardenal Año 1621


San Roberto Belarmino: Pídele a Dios que nos envíe sabios defensores de la Iglesia, que nos ayuden a librarnos de los ataques y errores de los protestantes.


Roberto significa: “el que brilla por su buena fama”. (Ro: buena fama. Bert: brillar). Belarmino quiere decir: “guerrero bien armado”. (Bel: guerrero. Armin: armado). Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos: “Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo responderle”.

San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: “Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro”.

Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: “De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas”. Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.

Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: “Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los débiles y enfermos”. Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.

Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: “Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto”. Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y escucharlo.

Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.

Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos. Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él dice.

Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se llamaba “Las controversias”, para enseñar a sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: “Controversias”. En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: “Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica”.

Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro. El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: “Este es el sacerdote más sabio de la actualidad”.

Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.

Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo: “Las paredes no sufren de frío”. Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: “Es que fue mi discípulo”.

En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio. En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.

Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.

Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.



16 septiembre, 2013

San Cornelio y San Cipriano


Oh, Santos Cornelio y Cipriano,
vosotros, sois los hijos del Dios
de la vida y sus santos mártires.
Ni fieras, ni reyezuelos, menos
emperadores, jueces y verdugos.
Nada, ni nadie, sobre la fe vuestra,
siempre fortalecidas, en el momento
de la entrega de vuestras vidas.
Vos, Cornelio, terminando la vuestra
en el destierro. Y, vos Cipriano,
que valiente os vendasteis los ojos,
y dijisteis a vuestro verdugo,
que, la espada blandiera sobre vos.
Vuestras almas, al cielo volaron,
para coronadas ser, con coronas
de luz, que brillan inmarcesibles
y eternas por siempre, como justo
premio a vuestra entrega de amor;
“Yo soy cristiano y soy obispo. No
reconozco a ningún otro Dios, sino
al único y verdadero Dios que hizo
el cielo y la tierra. A El rezamos
cada día los cristianos”. Palabras
santas, que hasta hoy, resuenan
Cipriano, y con vos, Cornelio, como
un “cuerno fuerte”, vuestro nombre
y fe, nos dejasteis, clara prueba,
de vuestro incondicional amor a Dios;
Oh, Santos Cornelio y Cipriano, “luces”
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de Septiembre

San Cornelio y San Cipriano

Mártires

San Cornelio Papa y Mártir año 253
Cornelio significa: “fuerte como un cuerno”.Este Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el año 253. Su Pontificado se vió amargado por la rebelión de un hereje llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.
El hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el adulterio, no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró que si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde Africa y todos los demás obispos de occidente.
El gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.
San Cipriano Obispo de Cartago y Mártir año 258
A San Cipriano le rogamos que ruegue a Dios para que los que somos seguidores de Cristo, no sintamos nunca vergüenza de ser cristianos, y proclamemos siempre y en todas partes con palabras y buenas obras nuestra santa religión. Este fue el Santo más importante del Africa y el más brillante de los obispos de este continente, antes de que apareciera San Agustín.
Había nacido en el año 200 en Cartago (norte de Africa) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.
Llegado a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.
Fue ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad. El se resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: “Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes”. Y llegó a ser el más importante de todos los obispos que tuvo Cartago.
Un escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: “Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor”.
En el año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión.
El mal es inmenso
Cipriano, con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos los jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía continuas cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión por nada en la vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando: “Pedimos que Cipriano sea echado a los leones”. Pero no lo lograron encontrar para echarlo a las fieras.
Hubo un corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero encontró que algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían apostatado de la religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta relajación y en adelante a todo renegado que quiso volver a la Iglesia le exigió que hiciera antes cierto tiempo de penitencia.
Así preparaba a los creyentes para que en las próximas persecuciones no se dejaran dominar por el miedo y no renegaran tan fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta severidad, pero era necesaria para prevenir el peligro de apostasías en la próxima persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes que quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires gloriosos.
El año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por centanares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.
El año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes. Dicen así:
El juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?
Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos.
El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir: “¿Es usted el responsable de toda esta gente?
Cipriano: Si, lo soy.
El juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.

Cipriano: No lo haré nunca.

El juez: Píenselo bien.

Cipriano: Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.

El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: “Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano; queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada”.
Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda la inmensa multitud gritaba: “Que nos maten también a nosotros, junto con él”, y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio. Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.
A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Cornelio_y_San_Cipriano.htm)

15 septiembre, 2013

Nuestra Señora, Virgen de los Dolores


Oh, Nuestra Señora, Virgen de los Dolores,
siete vuestro dolores, que os acompañaron
hasta el pie de la Cruz. De Simeón el anciano,
la profecía; a Egipto vuestra huida; los tres
días en que Jesús perdido estuvo; el encuentro
aquél, llevando nuestra Cruz redentora en el Calvario
y su muerte y,  de la Cruz, el descendimiento
y la colocación de su Amadísimo cuerpo en el sepulcro
santo.  ¿Qué valor para superar aquél, dolor?
Soldadesca, gritos, escupitajos, insultos, vinagre
en vez de agua, lanza en su costado y vuestro
amado Hijo, sin chistar nada. Y, Vos, igual; hecha
lágrimas de sangre. Permitidnos, pues; Corredentora
nuestra, marchar junto a Vos, compartiendo
vuestro sufrir y en cada palpitar, suplicaros
que intercedáis por la humanidad toda, para que,
al veros, vuestra fe y valor, ellos se apoderen
de nosotros, y juntos, comprender podamos
el amor infinito e inescrutable de Cristo, que,
siendo Dios, humano se hizo para convivir entre
nosotros como uno más, igual en todo, jamás,
en el pecado, y a quien Vos, le disteis vuestra
humanidad, y Dios Padre su maravillosa divinidad
Oh, Señora Nuestra; Virgen de los Dolores, “luz”.

© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de septiembre

Nuestra Señora, Virgen de los Dolores
Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: “Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc 2,34).
El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.
No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
La Palabra de Dios
“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
“Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.” Lc 2, 34-45
“Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” Lc 2, 48 “Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta,” Lam 1, 12
Oración propia de la Novena
¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu Hijo. Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores. Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu Corazón herido.
Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que desea). ¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti, Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este valle de lágrimas.
Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios. Señor Jesucristo, te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos de tu Pasión y Muerte.
Ofrecimiento
María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón, traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme. Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.
Himno Stabat Mater
Ante el hórrido Madero Del Calvario lastimero, Junto al Hijo de tu amor, ¡Pobre Madre entristecida! Traspasó tu alma abatida Una espada de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente Ver en tosca Cruz pendiente Al Amado de tu ser! Viendo a Cristo en el tormento, Tú sentías el sufrimiento De su amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría Contemplando la agonía De María ante la Pasión? ¿Habrá un corazón humano Que no compartiese hermano Tan profunda transfixión? Golpeado, escarnecido, Vio a su Cristo tan querido Sufrir tortura tan cruel, Por el peso del pecado De su pueblo desalmado Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente, Haz mi espíritu ferviente Y haz mi corazón igual Al tuyo tan fervoroso Que al buen Jesús piadoso Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida Haz renacer cada herida De mi amado Salvador, Contigo sentir su pena, Sufrir su mortal condena Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío, Llorar por mi Rey tan pío Cada día de mi existir: Contigo honrar su Calvario, Hacer mi alma su santuario, Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada, De todas predestinada, Partícipe en tu pesar Quiero ser mi vida entera, De Jesús la muerte austera Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas, Con Sangre de sus heridas Satura mi corazón Y líbrame del suplicio, Oh Madre en el día del juicio No halle yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora, Sea María mi defensora, Tu Cruz mi palma triunfal, Y mientras mi cuerpo acabe Mi alma tu bondad alabe En tu reino celestial. Amén, Aleluya.
Oración
Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión, estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

14 septiembre, 2013

Exaltación de la Santa Cruz




Oh, Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz,
os recordamos hoy, porque recuperada fuisteis
por el emperador Heraclio, quien os logró rescatar
de los Persas, impíos ladrones, que os hurtaron
de Jerusalén. Y, Heraclio, con gran pompa y lujo,
quiso recibiros, pero, de pronto se dio cuenta
de que capaz no era, de avanzar. Entonces, Zacarías,
Arzobispo de Jerusalén, le dijo: “Es que todo
ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo
con el aspecto humilde y doloroso de Cristo,
cuando iba cargando la cruz por estas calles”.
Entonces el emperador dejó lujo y realeza de lado
y descalzo, caminar y empezó así, a recorrer
las calles y seguir pudo, en piadosa procesión.
Para evitar que os la robasen de nuevo, partida
fuisteis, en pedazos varios. Uno a Roma, llevado,
otro a Constantinopla, un tercero, quedó, en un cofre
de plata en Jerusalén. Otro, se partió en pequeñísimas
astillas para las iglesias de todo el orbe de la tierra;
Oh, Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz.



© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Septiembre
La Exaltación de la Santa Cruz


La fiesta del Triunfo de la Santa Cruz se hace en recuerdo de la recuperación de la Santa Cruz obtenida en el año 614 por el emperador Heraclio, quien la logró rescatar de los Persas que se la habían robado de Jerusalén.

Al llegar de nuevo la Santa Cruz a Jerusalén, el emperador dispuso acompañarla en solemne procesión, pero vestido con todos los lujosos ornamentos reales, y de pronto se dió cuenta de que no era capaz de avanzar. Entonces el Arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: “Es que todo ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles”.

Entonces el emperador se despojó de su manto de lujo y de su corona de oro, y descalzo, empezó a recorrer así las calles y pudo seguir en la piadosa procesión. La Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron “Veracruz”(verdadera cruz).
Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció, pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.

A San Antonio Abad (año 300, fiesta el 17 de enero) le sucedió que el demonio lo atacaba con terribilísimas tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante cada vez que le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la cruz y el enemigo huía. Y dicen que entonces empezó la costumbre de hacer la señal de la cruz para librarse de males.

De una gran santa se narra que empezaron a llegarle espantosas tentaciones de tristeza. Por todo se disgustaba. Consultó con su director espiritual y este le dijo: “Si Usted no está enferma del cuerpo, ésta tristeza es una tentación del demonio”. Le recomendó la frase del libro del Eclesiástico en la S. Biblia: “La tristeza no produce ningún fruto bueno”. Y le aconsejó: “Cada vez que le llegue la tristeza, haga muy devotamente la señal de la cruz”. La santa empezó a notar que con la señal de la cruz se le alejaba el espíritu de tristeza.


Cuando Nuestra Señora se le apareció por primera vez a Santa Bernardita en Lourdes (Año 1859), la niña al ver a la Virgen quiso hacerse la señal de la cruz. Pero cuando llegó con los dedos frente a la cara, se le quedó paralizada la mano. La Virgen entonces hizo Ella la señal de la cruz muy despacio desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Y tan pronto como la Madre de Dios terminó de hacerse la señal de la cruz, a la niña se le soltó la mano y ya pudo hacerla ella también. Y con esto entendió que Nuestra Señora le había querido dar una lección: que es necesario santiguarnos más despacio y con más devoción.

Mire a la gente cuando pasa por frente a una iglesia. ¿Cómo le parece esa cruz que se hacen? ¿No es cierto que más parece un garabato que una señal de la Cruz? ¿Cómo la haremos de hoy en adelante? Como recuerdo de esta fecha de la exaltación de la Santa Cruz, quiero hacer con más devoción y más despacio mi señal de la Cruz.



13 septiembre, 2013

San Juan Crisóstomo



Oh, San Juan Crisóstomo, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, y su amado santo, y el
mismo al que, nuestros hermanos llamaban
“Crisóstomo”, que significa “boca de oro”,
porque, vuestras prédicas, como el manjar
eran. Convertisteis en monasterio vuestra
casa, dedicándoos al estudio, la oración
y la penitencia. Marchasteis al desierto
por seis años, a la muerte de vuestra madre
y a orar os dedicasteis, penitencias hacer
y leer la Santa Biblia. Y cuando, a la ciudad
volvisteis, predicando seguisteis, bajo
la guía, del Santo Espíritu. Trece libros
nos legasteis, que prueba son, de vuestra
exquisitez de alma y espíritu. Aplauso
y llanto, y, viceversa, en vuestras prédicas
recogíais, prueba de abrir el alma y el espíritu,
para luego, recoger los frutos de la conversión.
Y, de la trifulca de los impuestos, al “Discurso
de las estatuas”, que, conmovieron a vuestros
fieles, e hicieron de vos, el famoso predicador
en el mundo de aquél entonces. Castigo
no mas a la ciudad, por vuestros ruegos. Vos,
aconsejabais diciendo : “sed pobres en el vestir,
en el comer, y en el mobiliario, y así, buen
ejemplo dar, y, con lo que ahorréis, ayudad
a los necesitados”. Con vuestros sermones,
atacasteis toda clase de lujos, en el vestir
y en sus mobiliarios y, cuando obró el mal,
dijisteis: “¿Qué me destierran? ¿A qué sitio
me podrán enviar que no esté mi Dios allí
cuidando de mí? ¿Qué me quitan mis bienes?
¿Qué me Pueden quitar si ya los he repartido
todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más
semejante a mi Maestro Jesús, y como Él,
daré mi vida por mis ovejas”. San Basilisco,
se os apareció en sueños, y os decía: “ánimo,
Juan, mañana estaremos juntos” Y, vos, dijisteis
antes de morir: “sea dada la gloria a Dios
por todo”. Y, así, entregasteis vuestra alma
al cielo, que coronada fue, con corona de luz
como justo premio a vuestra entraga de amor.
Santo Patrono de los predicadores del orbe,
oh, San Juan Crisóstomo, luz y “boca de oro”.

© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Septiembre
San Juan Crisóstomo
Patrono de los predicadores
Año 407


A este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de “Crisóstomo” que significa: “boca de oro”, porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha sido superada después por ninguno de los demás predicadores.
Nació en Antioquía (Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa también.
A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de su hijo Juan. Desde sus primeros años el jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con sus declamaciones y con las intervenciones en las academias literarias. La mamá lo puso a estudiar bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día Libanio acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el arte de enseñar oratoria, respondió: “Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las plazas”.
Juan deseaba mucho irse de monje al desierto, pero su madre le rogaba que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla se quedó en su hogar pero convirtiendo su casa en un monasterio, o sea viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al estudio y la oración y a hacer penitencia.
Cuando su madre murió se fue de monje al desierto y allá estuvo seis años rezando, haciendo penitencias y dedicándose a estudiar la S. Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos le dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que si quería seguir viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a la ciudad, porque la vida de monje en el desierto no era para una salud como la suya.
El llegar otra vez a Antioquía fue ordenado de sacerdote y el anciano Obispo Flaviano le pidió que lo reemplazara en la predicación. Y empezó pronto a deslumbrar con sus maravillosos sermones. La ciudad de Antioquía tenía unos cien mil cristianos, los cuales no eran demasiado fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo. Después cada tres días. Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los templos donde predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus sermones duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos, por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era impresionante. Sus temas, siempre tomados de la S. Biblia, el libro que él leía día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en 13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.
Era un verdadero pescador de almas. Empezaba tratando temas elevados y de pronto descendía rápidamente como un águila hacia las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido contra los vicios y los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades, mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El pueblo le escuchaba emocionado y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.
El emperador Teodosio decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se disgustó y por ello armó una revuelta y en el colmo de la trifulca derribaron las estatuas del emperador y de su esposa y las arrastraron por las calles. La reacción del gobernante fue terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad y con la orden de tomar una venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y a todos los invadió el terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del airado emperador y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda de Dios.
Y fue entonces cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión para pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos “Discursos de las estatuas” que conmovieron enormemente a sus miles de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás los mejores de toda su vida y lo hicieron famoso en los países de los alrededores. Su fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión a que hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones fueran escuchadas por Dios y que el emperador desistiera del castigo a la ciudad.
En el año 398, habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le pareció al emperador que el mejor candidato para ese puesto era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno y respondía que había muchos que eran más dignos que él para tan alto cargo. Sin embargo el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros con la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a la fuerza. Así que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a Constantinopla con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto porque si en Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador se iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue que tuvo que aceptar ser arzobispo.
Apenas posesionado de su altísimo cargo lo primero que hizo fue mandar quitar de su palacio todos los lujos. Con las cortinas tan elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los pobres que se morían de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles ordinarios, y con la venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban terribles necesidades. El mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente como un monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes: ser pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen ejemplo y con lo que se ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto, en sus elocuentes sermones empezó a atacar fuertemente el lujo de las gentes en el vestir y en sus mobiliarios y fue obteniendo que con lo que muchos gastaban antes en vestidos costosísimos y en muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar a la gente pobre. El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante sus palabras y su modo tan pobre y mortificado de vivir.
En aquellos tiempos había una ley de la Iglesia que ordenaba que cuando una persona se sentía injustamente perseguida podía refugiarse en el templo principal de la ciudad y que allí no podían ir las autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se sintió injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su primer ministro y se refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades quisieron ir allí a apresarla pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo permitió. Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde Eudoxia peleó con su primer ministro y se propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse en el templo del arzobispo y aunque la policía de la emperatriz quiso llevarlo preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro que antes había querido llevarse prisionera a una pobre mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo defendido por el propio santo. Eudoxia ardía de rabia por todo esto y juraba vengarse pero el gran predicador gritaba en sus sermones: “¿Cómo puede pretender una persona que Dios le perdone sus maldades si ella no quiere perdonar a los que le han ofendido?”
Eudoxia se unió con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo de los que odiaban al santo y entre todos lo acusaron de un montón de cosas. Por ej. Que había gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas a los pobres. Que prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que a los sacerdotes que no se portaban debidamente los amenazaba con el grave peligro que tenían de condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las maldades que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso matar al profeta Elías, etc., etc.
Al oír estas acusaciones, el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan quedaba condenado al destierro. Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo renunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: “¿Qué me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi vida por mis ovejas…”
Ocultamente fue enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en Constantinopla y llenos de terror los gobernantes le rogaron que volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a recibirlo en medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia, Teófilo y los demás enemigos no se dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el Papa de Roma y muchos obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar Negro. El anciano arzobispo fue tratado brutalmente por algunos de los militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo debilitó muchísimo. El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San Basilisco, un famoso obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y le decía: “Animo, Juan, mañana estaremos juntos”. Se hizo aplicarlos últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo y al día siguiente diciendo estas palabras: “Sea dada gloria a Dios por todo”, quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.
Eudoxia murió unos días antes que él, en medio de terribles dolores. Al año siguiente el cadáver del santo fue llevado solemnemente a Constantinopla y todo el pueblo, precedido por las más altas autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando. El Papa San Pío X nombró a San Juan Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores católicos del mundo. Que Dios nos siga enviando muchos predicadores como él. ¿Si Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo Rom.8).