13 enero, 2014

Simpáticas fotos del Papa con un cordero en el cuello

El diario vaticanista L'Osservatore Romano publicó las imágenes que tuvieron lugar ayer en la parroquia San Alfonso de Liguori durante la fiesta de la Epifanía. Entrá a la nota y mirá la galería de fotos.
 
Simpáticas fotos del Papa con un cordero en el cuello
El papa Francisco visitó un pesebre viviente escenificado por unas 200 personas en una parroquia de Roma ayer por la tarde, día en que se celebra la Epifanía en Italia.

Dario Pompeo Criscuoli, el sacerdote de la parroquia Sant'Alfonso Maria de Liguori, situada en los barrios del norte de la capital italiana, había invitado al Papa.




Tres días atrás el pontífice aceptó la invitación de la parroquia, a título estrictamente privado, contó Criscuoli a Radio Vaticano.

Francisco, que acudió acompañado del cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, saludó durante más de una hora a los figurantes y a los cientos de personas presentes, entre ellas enfermos y niños.


San Hilario de Poitiers

Oh, San Hilario de Poitiers, vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo e ilustre defensor de la fe de vuestro
tiempo. Aquél que, con el verbo y la palabra
esclarecer lograsteis, los nubarrones
de vana pretensión, que socavar intentaban
los cimientos de luz, que reposaban a vos
gracias, más fuertes y prístinos por los siglos
de los siglos. Y, todo por la gloria de Aquél
que todo lo ve, el Dios eterno e inmortal.
Vos, sosteníais, la unidad de las tres personas,
y que, el Verbo, hombre se había hecho,
para salvación de aquellos. Y, Constancio
emperador, parte tomó de la arriana herejía,
y os desterró a Frigia. Vos, decíais: “Permanezcamos
siempre en el destierro, con tal que se predique
la verdad”. Nos legasteis vuestro tratado
de los Sínodos y los doce libros Sobre la Trinidad,
vuestra obra maestra. Pero, todo mal, su fin
tiene, y volvisteis a Poitiers, recibido siendo
por los católicos, para realizar labor de exégesis.
Compusisteis también himnos y os atribuyeron
con razón el “Gloria in excelsis”. Fuisteis vos,
el primero en introducir los cánticos en las iglesias
de Occidente. Y, por vuestro profundo amor
a la Iglesia y su defensa, os llaman el “Atanasio
de Occidente”. Hoy, corona de luz, lucís como
justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
Oh, San Hilario de Poitiers, “el sonriente”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de enero
San Hilario de Poitiers
Obispo y doctor de la Iglesia
 
Su nombre significa “sonriente”, nació en Poitiers, Francia, hacia el año 315. Sus padres eran nobles, pero gentiles. Ávido de saber, cultivó las letras y la filosofía. Después dio con los libros sagrados, y el Evangelio de San Juan iluminó su espíritu. En el año 345 recibió el bautismo. Desde entonces vivió con tanta honestidad y virtud que, al fallecer el obispo de Poitiers, fue escogido para ocupar aquella sede. Era el año 350.
 
El siglo en que vivió Hilario estaba convulsionado por contiendas dogmáticas, sobre todo por la herejía arriana, que afirmaba que el Verbo no era Dios, sino sólo la primera de las criaturas creadas por Dios. Hilario sostenía, de acuerdo con la ortodoxia, la unidad de las tres personas, y que el Verbo divino se había hecho hombre para convertir en hijos de Dios a los que lo recibiesen. Los seguidores de Arrio consiguieron que el emperador Constancio, inficionado de la herejía, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, situada en la extremidad del Imperio. Hacia allí se dirigió a fines del 356.
 
Durante cuatro años recorrió las ciudades de Oriente, discutiendo. “Permanezcamos siempre en el destierro -repetía- con tal que se predique la verdad”. Al mismo tiempo enviaba a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se consideraba su mejor obra.
Llamado por una orden general del emperador, asistió al concilio que se realizó en Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región montañosa de Tauro. Allí trató Hilario sobre los altos y dificultosos misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como Anticristo. Considerado como un agitador e intimidados por su intrepidez, sus mismos enemigos trabajaron para echarlo de Oriente.
 
Así volvió Hilario a Poitiers. San Jerónimo refiere el júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí realizó una profunda labor de exégesis, en los tratados que escribió sobre los divinos misterios, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el “Gloria in excelsis”.
 
Según Isidoro de Savella, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente. Vuelve a la lucha. En Milán está el arriano Auxencio. Hilario lo combate con su característica intrepidez y es condenado a abandonar Italia bajo pretexto de introducir la discordia en la Iglesia de esa ciudad.
 
Tuvo Hilario numerosos discípulos, el más ilustre de ellos san Martín de Tours, y muchos fueron los herejes que convirtió. Murió el 13 de enero del año 368. Sus reliquias reposaron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes. Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente.
 
San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe. Por la profunda influencia que ejerció como escritor, el papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos, declaró a san Hilario doctor de la Iglesia.
 

12 enero, 2014

Solemnidad del Bautismo del Señor

 
Oh, Bautismo de Jesús, con agua bendita
 hecho, y que, además ocupáis un lugar
 central en los evangelios descrito. Y,
 en el banquete de alianza entre Dios
 y los hombres, por Isaías profetizado,
 nunca faltó el agua. Y, que en San Juan,
 en su carta primera escrito está que:
 “Jesucristo vino por agua y sangre”. Y,
 que “tres son los que dan testimonio
 de Jesucristo: el Espíritu, el agua y
 la sangre, y los tres están de acuerdo”.
 Vos, Jesús, bautizado fuisteis por Juan
 y saliendo del agua, se abrieron los cielos
 y el Espíritu Santo descendió sobre Vos,
 en forma de paloma. Oh, agua que sois
 realidad presente en todos los bautizados
 y demostráis con ello, vuestra riqueza
 simbólica con los demás sacros elementos
 que os acompañan, para vivir, en Cristo;
 Oh, Bautismo de Jesús, con bendita agua.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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¡Oh! mi amado Jesús; Vos, no necesitasteis
 bautizado ser, pero, con humildad vinisteis
 a Juan, y en él, la escritura se cumplió.
 No bien salisteis del agua, el Espíritu Santo,
 como una paloma bajó del cielo y se posó
 sobre Vos, y vino una voz del cielo que decía:
“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.
¡Oh!, mi amado Jesús, gracias por enseñarnos,
 vuestro camino de amor, humildad y luz eterna.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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Solemnidad del Bautismo del Señor
12 de Enero

Primera: Is 55, 1-11; Segunda: 1Jn 5,1-9; Evangelio: Mc 1,7-11
Sagrada Escritura:
Is 55, 1-11; 1Jn 5,1-9; Mc 1,7-11

En el bautismo de Jesús, como en todo bautismo, el agua ocupa el puesto central (evangelio). En el banquete de alianza entre Dios y los hombres, imaginado por Isaías, no puede faltar el agua, al lado de otras bebidas (primera lectura). San Juan en su primera carta nos dice que “Jesucristo vino por agua y sangre” y que “tres son los que dan testimonio de Jesucristo: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo” (segunda lectura). En el evangelio, después de que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. El agua es la realidad más presente en todos los textos, el agua con toda su riqueza simbólica y con los demás elementos que la acompañan y completan.
 

Mensaje doctrinal
1. El hombre, sediento de Dios
 
El hombre es un ser naturalmente sediento: sediento de gozo y felicidad, sediento de justicia y de paz, sediento de eternidad, sediento de Dios. “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha de no cesar de buscar” (CIC 27). Esta sed de Dios nadie la puede apagar, si no es el mismo Dios. Por eso, Dios, a través de Isaías, invita y exhorta a los hombres: “Venid por agua todos los sedientos… prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis” (primera lectura).
 
2. El agua y Jesús
 
El agua que apaga la sed del hombre es el agua del bautismo. Jesús, prototipo de todo ser humano, quiso sumergirse en esas aguas de purificación, no por ser él pecador, sino por haber cargado con el pecado del mundo. En las aguas del Jordán, en las que Cristo se sumergió, la humanidad entera se sumergió en él y con él, y quedó purificada de su pecado. Jesucristo, el Santo de Dios, además santificó las aguas del Jordán, y así la sed de santidad que todo hombre tiene comienza a satisfacerse con el agua del bautismo y busca apagarse con el agua del Espíritu, a través de una existencia espiritual, es decir, guiada y promovida por el Espíritu de Dios.
 
3. El agua y la sangre
 
¿Basta el agua para apagar la sed? En la existencia cristiana se añade la sangre, esa sangre que, junto con el agua, brotó del costado de Cristo (Jn. 19, 34). Del costado de Cristo, atravesado por una lanza, manaron, nos dirán los Padres de la Iglesia, dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía. Ellos forman, junto con la confirmación, los sacramentos de la iniciación cristiana. Ahora ya no sólo el hombre tiene sed de Dios, sino que tiene sed del Dios, revelado en Jesucristo, “imagen perfecta de su ser” (Heb 1,3). “Bebed todos de ella (la copa), porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28).
 
4. El agua, la sangre y el Espíritu
 
 “Los tres están de acuerdo” (segunda lectura). ¿En qué consiste este acuerdo? En revelar el amor de Dios, que se nos ha hecho visible en Cristo Jesús. En efecto, el agua (bautismo de Jesús) y la sangre (crucifixión de Jesús) manifiestan que la humanidad de Jesús es una humanidad como la nuestra, contra toda idealización platónica o toda manipulación gnóstica. El Espíritu, por su parte, que viene del cielo, revela que ese Jesús, enteramente hombre, es el Hijo en que Dios tiene todas sus complacencias. ¿En qué consiste este acuerdo? Consiste además en que el Espíritu es quien da eficacia al agua para purificar del pecado y a la sangre para saciar la sed de redención. “El Misterio de salvación se hace presente en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo” (CIC 1111) y “la misión del Espíritu Santo es hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo con su poder transformador” (CIC 1112).

Sugerencias personales

1. La espiritualidad bautismal. Por el bautismo, el cristiano se ha revestido de Cristo, imagen y prototipo del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, y tiene delante de sí la tarea de hacerlo crecer hasta la plena madurez interior. La verdadera novedad abarca a todo el hombre, pero radica especialmente en el corazón, un corazón nuevo capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, y de amar a los hombres y a las cosas de Dios. Esta es la tarea inaplazable, fundamental y permanente de toda vida cristiana, en cualquier estado, en cualquier época y en cualquier situación.

A partir de este nuevo modo de ser, vivido conscientemente por acción del Espíritu Santo, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo Jesucristo, y mediante la purificación incesante de sus pasiones desordenadas de sensualidad y soberbia.

2. La construcción, día tras día, de este hombre nuevo constituye el objetivo primordial de la vida cristiana y del apostolado en la Iglesia. De aquí que sea necesario meditar asiduamente en la riqueza y hondura del don del bautismo y del compromiso que conlleva, una meditación tanto individual como comunitaria. Porque “todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo bautismo”, ya que éste le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales (CIC 1266). ¿Tenemos los cristianos suficiente conciencia de la espiritualidad bautismal? ¿Qué puedo hacer para desarrollar esta espiritualidad en mí mismo y en mis hermanos?

(http://es.catholic.net/sacerdotes/80/184/articulo.php?id=1173)

11 enero, 2014

San Higinio



Oh, San Higinio, vos, sois el hijo del Dios
 de la vida y su amado santo. Y, hay que decirlo,
 a vos, os debemos, que hayáis determinado
 varias atribuciones del clero y que, definieras
 los grados de la jerarquía eclesiástica.
 Además, instituisteis el “padrino” y la “madrina”,
 en el bautismo de los recién nacidos, para,
 en la vida cristiana guiarlos. Y, decretasteis
 que las iglesias viviesen siempre consagradas.
 Se os consideró como filósofo y como tal, os
 comportasteis durante vuestro pontificado,
 contra los gnósticos luchando con arador
 de corazón. Vos, erais hombre de superior ingenio,
 de eminente sabiduría, de extraordinaria grandeza
 de alma, de inflexible tesón, y de tanta intrepidez,
 que mirasteis con desprecio los mayores peligros,
 tanto que, parecíais buscar la corona del martirio,
 y que, hallándola al fin, terminasteis y donde,
 vuestra prístina alma, al cielo voló, luego
 de haber gastado vuestra vida, por Cristo Jesús,
 Dios y Señor Nuestro, para coronado ser con corona
 eterna de luz, como premio, a vuestra entrega de amor;
 Oh, San Higinio, Papa, “fe, esperanza, mártir y luz”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Enero
 San Higinio Papa
 Grecia 136-140
 Mártir Ateniense

Elegido en 136, murió en el 140. Determinó varias atribuciones del clero y definió los grados de la jerarquía eclesiástica. Instituyó el padrino y la madrina en el bautismo de los recién nacidos para guiarlos en la vida cristiana y decretó que las iglesias viniesen consagradas.

S. HIGINIO (136-140) Nació en Atenas. Se le consideró un filósofo y como tal se comportó duran-te su pontificado, sobre todo en la lucha contra los gnósticos. Tuvo que encararse en particular a Cerdón, quien negaba la validez del Antiguo Testamento y de parte del Evangelio de S. Lucas.

Dictó algunas disposiciones destinadas a reglamentar una jerarquía de sacerdotes que iba formándose; medida que se hizo necesaria si se considera la creciente expansión de las comunidades cristianas.

Dispuso la presencia de un padrino o de una madrina en el bautizo de los niños, con el fin de guiarles y aleccionarles en la vida cristiana. Prescribió que las iglesias fueran dedicadas.

La suya fue una época de persecuciones. En una de éstas probablemente fue martirizado. Fue enterrado cerca de la tumba de S. Pedro.
 San Higinio fue griego de nación, natural de Atenas, hijo de un filósofo, cuyo nombre y genealogía se ignora, quien por su eminente y recomendables prendas ascendió a la cátedra apostólica por muerte de San Telésforo, hacia la mitad del siglo II, en el reinado del emperador Antonino Pío.

En tiempo de su pontificado fueron muchas y graves las calamidades del mundo, y con especialidad del Imperio romano; y atribuyendo los gentiles estos males y castigos a la divina Justicia, a los vicios y delitos de los cristianos; enemigos de sus dioses, con esta falsa preocupación los perseguían de muerte, con el fin de aplacar el enojo de sus ídolos, a quienes suponían gravemente ofendidos.

No menos cruel que la persecución de los paganos fue la que sobrevino a la Iglesia en la época de este Papa por la malignidad de los herejes, que no perdonaban medio alguno para corromper la pureza de la fe y la santidad de las costumbres. Casi todos los enemigos declarados de Jesucristo habían concurrido a Roma con la perversa intención de envenenar la fuente de matriz de la doctrina evangélica, con singular atractivo y cultos modales hacía grandes progresos en su secta, engañando al vulgo con su doctrina afectación de reforma y una muy bien estudiada exterioridad de virtud.

Marción, otro famoso heresiarca, separado de la Iglesia por su mismo padre, obispo después de viudo, no pudiendo conseguir en Roma ser admitido a la comunión de los fieles, por más que se cubrió con la máscara de virtud y austeridad, precipitado por la herejía de Cerdon, añadiendo muchas impiedades a las de aquel perverso maestro, engañó a muchos sencillos y simples con las apariencias de arrepentido y devoto. Contra estos y otros herejes tuvo que luchar Higinio; y como era un hombre de superior ingenio, de eminente sabiduría, de extraordinaria grandeza de alma, de inflexible tesón, y de tanta intrepidez, que miraba con desprecio los mayores peligros, les persiguió hasta exterminarles, y no perdonó diligencia alguna para precaver a su rebaño de la ponzoña con el antídoto oportuno.

Mucho sirvió para la consecución de progresos tan felices San Justino Mártir, luz brillante de su siglo, y después mártir de Jesucristo, quien por aquel tiempo compuso su doctísima Apología en favor de los cristianos, capaz de confundir vergonzosamente a todos los enemigos del Evangelio, teniéndose por dichoso en contribuír a las empresas de tan gran Pontífice, a cuya vigilancia y celo se debió el fervor que en su tiempo acreditaron los fieles a pesar de las persecuciones de los gentiles y esfuerzos de los herejes.

Conseguidos tan recomendables triunfos, aplicó a la reforma del clero en los grados de su jerarquía; porque aunque ésta se hallaba ya establecida desde el tiempo apostólico con varios reglamentos posteriores de disciplina, confundidos unos, y relajados otros con motivo de las persecuciones de Trajano y Adriano, según escribe Baronio, los restituyó y perfeccionó Higinio, ordenando en cada uno de los grados eclesiásticos el modo y forma de ejercer sus respectivas funciones. También estableció muchos decretos útiles, entre ellos varios ritos y ceremonias para la celebración del Santo Sacrificio.

Señaló asimismo que fuese uno el padrino o madrina en el Bautismo, por haberse introducido mayor número, con inhibición de que lo fuese en el sacramento de la Confirmación el del Bautismo. Igualmente mandó que en la consagración de los templos se celebrase el Santo Sacrificio de la Misa, y que las Iglesias no se erigiesen o demoliesen sin licencia de los obispos, prohibiendo que lo cedido para el culto divino sirviese en usos profanos. Tres veces hizo órdenes en el mes de diciembre, en las que creó quince presbíteros, cinco diáconos, y siete obispos para diferentes Iglesias.

Hacía mucho tiempo que suspiraba nuestro Santo por la corona del martirio. Aquel ardiente celo que mostraba en todas sus acciones y providencias por dilatar el reino de Jesucristo, y consevar en su pureza el Sagrado Depósito de la Fe, le hacía acreedor a este favor del cielo; el cual logró con efecto en la persecución de Antonio Pío a los 11 de enero del año 140, después de haber gobernado la nave de la Iglesia cuatro años, tres meses y ocho días, sufriendo infinitos trabajos y fatigas por la defensa de la religión cristiana; y su cuerpo fue sepultado inmediato al Príncipe de los Apóstoles.

Legado de San Higinio: Jerarquizó los grados del clero eclesiástico, permitió en el sacramento del bautismo el padrino y la madrina.

(http://www.oremosjuntos.com/Papa/SanHiginio.html)

10 enero, 2014

Beata Ana de los Ángeles Monteagudo

10 de Enero
Beata Ana de los Ángeles Monteagudo


Biografía

Ana Monteagudo Ponce de León conocida como Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, es una beata peruana. Nació en Arequipa el 26 de julio de 1602 o 1604. Fue hija del español Sebastián Monteagudo de la Jara, y de la dama arequipeña Francisca Ponce de León. Fue la cuarta de ocho hermanos. No se conoce exactamente la fecha de su nacimiento porque su partida de bautismo se perdió durante un incendio en la Iglesia Mayor de Arequipa en 1620. A los tres años, fue entregada a las monjas catalinas que residían en el Monasterio de Santa Catalina, de la Orden Dominica para ser educada e instruida. Es de suponer que el trato con algunas religiosas de probada virtud fuera sembrando en su alma el deseo -que luego se transformó en vocación- de entregarse a Dios como religiosa dominica de clausura.

Su Noviciado

Cuando tenía aproximadamente 14 años de edad, sus padres decidieron que ya había llegado el momento de reintegrarla a la vida de la ciudad y fue retirada del monasterio, con el fin de comprometerla. La joven Ana, de vuelta a su casa, decidió seguir con el mismo género de vida que hasta entonces había llevado en el monasterio de Santa Catalina. Hizo de su habitación un lugar de retiro, donde trabajaba y rezaba, sin descuidar los quehaceres de la casa. Un día, mientras meditaba en su aposento, se le apareció en una visión, Santa Catalina de Siena, quien le hizo saber de parte de Dios, que había sido elegida para entrar en el estado religioso, vistiendo el hábito dominicano. Le dirigió estas palabras: “Ana, hija mía, este hábito te tengo preparado; déjalo todo por Dios; yo te aseguro que nada te faltará”.

Le daba a entender que debía prepararse para un gran combate espiritual, donde no faltarían las asechanzas del enemigo, pero que con la ayuda de Dios obtendría al final la victoria. Confortada por esta visión, Ana decidió buscar la forma más eficaz para regresar al monasterio de Santa Catalina, pues sus familiares no querían que se hiciera religiosa, hasta el punto de vigilarla constantemente. Aprovechando una ocasión en que nadie la vigilaba, salió de la casa y encontró a un niño llamado Domingo que -a petición de ella- la acompañó hasta el monasterio. Una vez llegados al lugar de destino, agradeció al muchacho el favor prestado y le pidió comunicara a sus padres el lugar donde estaba. Sus padres, al conocer el paradero de su hija se indignaron en extremo, pues ya tenían decidido darla por esposa a un joven distinguido y rico; y fueron al monasterio con la firme resolución de hacerla regresar a su casa.

A este fin nada dejaron de intentar para disuadirla de su propósito. Le ofrecieron regalos y prometieron darle cuanto le apeteciera; pero ella con todo respeto y humildad les respondió, que se quedasen con todo aquello, que sólo deseaba tener a Jesucristo como esposo y llevar el hábito que llevaba puesto. Les pidió que se resignasen como buenos cristianos con la voluntad de Dios. Viendo los padres de Ana que no conseguían su cometido, se llenaron de ira y recurrieron a las amenazas e injurias, secundados por la Madre Priora, quien -por temor y debilidad- quiso también que regresara con sus padres.

A pesar de todo, Ana permaneció firme en su decisión, apoyada por las demás monjas, que aconsejaron retenerla en el monasterio hasta que, calmados los ánimos, se pudiera juzgar lo que fuera para mayor Gloria de Dios. La Madre Priora, mal dispuesta con Ana, se propuso tratarla con mucha dureza, con la finalidad de cansarla y obligarla así a regresar con sus padres; pero Ana soportó esta prueba con gran paciencia y resignación. Entretanto, dolida por el comportamiento de sus padres, quiso reconciliarse con ellos, mediante los buenos oficios de su hermano Sebastián, quien no sólo logró su intento, sino que la socorrió con todo lo necesario para su mantenimiento. Intercedió también ante la Priora para que cambiara su manera de proceder, consiguiendo su cometido.

Efectivamente, la Priora reconoció la vocación y el buen espíritu de Ana, y comenzó a quererla como a todas las demás, aceptándola como novicia. Corría el año 1616 cuando Ana fue aceptada como novicia en el Monasterio de Santa Catalina. Fue entonces cuando añadió a su nombre el apelativo “de los Ángeles”. Bien pronto abrazó con alegría todas las austeridades del estado religioso, observando con exactitud la Regla Dominicana y desprendiéndose completamente de los bienes de este mundo. Leyendo un día la vida de San Nicolás de Tolentino, le llamó la atención la gran devoción que este Santo tenía por las benditas Ánimas del Purgatorio y los sufragios que ofrecía para librarlas de las penas de ese lugar; y tomó la resolución de dedicarse también ella a socorrer a esas almas necesitadas.

Durante el tiempo de su noviciado comenzó a desarrollar el espíritu de penitencia, castigando su cuerpo con disciplinas y ayunos, adquiriendo de esta manera un mayor dominio de sí misma. Sus delicias estaban en la oración y en la meditación. Especialmente llenaba su alma la consideración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Estaba muy a gusto con las demás novicias y las veía como mejores que ella, rogándoles le enseñasen a ser una verdadera religiosa dominica. Se consideraba a sí misma como una gran pecadora y cuando veía a las otras religiosas ocupadas en ejercicios humildes, suplicaba ser también ella empleada en esos servicios.

Terminado el año de noviciado y habiendo dado pruebas más que suficientes de su idoneidad, le llegó el tiempo de su profesión religiosa. Le faltaba la “dote”, que sus padres se negaban a entregar, con el objeto de obligarla a regresar con ellos. Francisco, su hermano sacerdote acudió en su ayuda, pagando generosamente la dote prescrita. Superadas estas dificultades pudo hacer su “Profesión Religiosa” con gran alegría y contento. Abrazado ya el estado religioso y hechos sus votos temporales, dirigió todas sus miradas y consagró todas sus energías a realizar el ideal de la vida religiosa, íntimamente persuadida de que toda su perfección y santidad consistía solamente en el exacto cumplimiento de sus votos y demás obligaciones de religiosa dominica.

Procuraba desasirse de los bienes terrenos, vistiendo hábitos usados y remendados, sandalias viejas -desechadas por otras religiosas-, y no poniéndose nunca cosa nueva, dando para las demás las cosas que recibía. Vivía una gran abstinencia, comiendo sólo para conservar la vida, sin regalar su gusto. Conseguía así que su alma tuviese un completo dominio sobre su cuerpo. Fue obediente en todo, casta y pura, mortificada interna y externamente, amante del retiro, diligente en el Coro, y cumplidora de todos sus deberes. Derramaba su espíritu en la oración asidua, tomando de ella la fuerza para el difícil camino de la perfección. La M. Priora, viendo que Ana se inclinaba a las cosas del servicio de Dios, la nombró sacristana oficio que ella ejerció con mucho gusto y exactitud. Cuidaba muchísimo la limpieza y decencia de todo lo relativo al culto y lo trataba con sumo cuidado. Lavaba con gran veneración los corporales y purificadores, considerando que iban a estar en contacto con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El celo por la casa de Dios y la pureza del culto fueron tan grandes en Ana, que con frecuencia amonestaba hasta a los mismos sacerdotes para que tratasen con todo respeto al Señor, rogándoles atendiesen a la santidad del corazón y a la pureza del alma. Era tan minucioso el cuidado que ponía en todo lo relativo al Santo Sacrificio del altar que, hasta preparaba agua aromática para que los sacerdotes se lavasen con ella las manos antes de celebrar la Santa Misa. Fue durante este tiempo cuando tuvo conocimiento de su parentesco con San Tomás de Villanueva, al que llegó a tener una gran devoción.

Necesitando el monasterio una imagen de la Santísima Virgen que presidiera los actos de la comunidad, fue Ana quien aceleró los trámites para traerla cuanto antes. Las monjas al ver la maravillosa imagen, tan tierna y acogedora, decidieron darle el nombre de “Nuestra Señora de los Remedios”. Una gran muestra de confianza hacia ella fue el encargo que se le hizo de ser Maestra de Novicias. Durante el tiempo que ejerció este delicado oficio ilustró siempre con su ejemplo todo cuanto enseñaba de palabra. Trataba a las novicias con gran caridad y afecto, pero nunca dejaba de exigirles el exacto cumplimiento de todas sus obligaciones.

Es elegida Priora

En 1647, Mons. Pedro de Ortega Sotomayor, recientemente nombrado Obispo de Arequipa, quiso visitar el Monasterio de Santa Catalina. Enseguida comprobó el abandono espiritual en que se encontraba. Conversando con varias de las religiosas descubrió las cualidades extraordinarias de la entonces Maestra de Novicias Ana de los Ángeles y manifestó el deseo de que fuera ella quien gobernase dicho monasterio. A los pocos meses eligieron a Sor Ana de los Ángeles como nueva Priora. Cuando recibió ese cargo, vivían en el monasterio cerca de 300 personas: 75 monjas de Coro; 17 legas; 5 novicias; 14 donadas; 7 criadas personales; 75 educandas; 130 siervas; y no pocas huérfanas y viudas. Éstas últimas se refugiaban en el monasterio para cuidar su buen nombre, pero no dejaban de vivir “según el mundo”, rodeadas de servidumbre, entregadas al cuidado de sus personas y gozando de todo lo que la moda de aquel tiempo les ofrecía. Al contacto con este género de vida algunas de las monjas se contagiaban, y degeneraba su espíritu religioso hasta el punto de ser en el monasterio origen de muchos conflictos y pésimo ejemplo para las religiosas más jóvenes. Entretanto la nueva Priora conoce muy bien esta situación y sabe con cuanta prudencia y energía deberá corregir esos graves abusos.

En un principio no quiso Ana de los Ángeles aceptar el cargo de Priora, pues se reputaba incapaz e indigna. Fue entonces cuando tomó las llaves del monasterio y las colocó delante de la imagen de Nuestro Señor, pidiéndole que encargase ese oficio a quien pudiese ejercerlo mejor que ella. Pero oyó una voz interior que le mandaba aceptar el gobierno del monasterio. Obedeció inmediatamente y tomó sobre sí aquel peso, confiando en el auxilio divino. Su principal preocupación fue devolver la disciplina al monasterio, haciendo observar las reglas a todas las religiosas sin admitir excepciones.

Daba avisos en privado y en público, corregía defectos, haciendo volver al camino correcto a quienes se hubieran apartado de él. Cuando alguna religiosa faltaba a sus obligaciones, la tomaba consigo y, estando a solas, como si no fuese ella la superiora, la amonestaba con inmenso cariño, a fin de evitar la repetición de la culpa. Fue siempre madre amantísima de todas sus religiosas; nunca desidiosa ni impaciente. Procuraba ingeniosamente servir a las demás, siempre con el rostro contento y afable. No perdía ocasión para insinuar en sus corazones el amor a la santa virtud de la caridad.

Disimulaba generosamente los defectos de las demás religiosas, pero no dejaba de buscar la oportunidad de corregírselos a solas con benevolencia y con cierta severidad. Con ocasión de las enfermedades, se olvidaba completamente de sí misma y se dedicaba a cuidar a las enfermas -día y noche- con gran afecto, y les prodigaba toda suerte de alivios y consuelos. Era especialmente solícita para que se les administrasen los Santos Sacramentos. Viendo los desórdenes de algunas religiosas contagiadas de las vanidades de este mundo y la dureza de sus rebeldías, se acercaba a ellas y les aconsejaba que se sometieran al suave yugo de la obediencia -”Mi yugo es suave y Mi carga ligera”, decía Jesús- y cumpliesen las obligaciones de su estado religioso. Gracias a sus exhortaciones y a su ejemplo, fueron muchas las religiosas que regresaron al camino correcto y a la observancia de sus obligaciones.

No obstante su gran amor por todas las monjas que tenía encomendadas, tuvo que aguantar muchas ofensas de parte de algunas religiosas que no querían volver al rigor de una vida de austeridad y entrega a Dios. Ana de los Ángeles supo siempre perdonar a quienes la habían ofendido a ejemplo de Jesús que perdonaba a los que le crucificaban. Una de sus preocupaciones fue la observancia del silencio en todo su rigor. Lo prescribió muy exigente en algunos tiempos del año, dando ella la primera el ejemplo conveniente.

El demonio, al ver las reformas que se estaban haciendo en el monasterio, se desató contra la Priora en formas muy diversas. Cuéntase que en cierta ocasión, caminaba ella acompañada de otras dos religiosas y comenzaron a lloverles carbones encendidos sobre sus cabezas, especialmente sobre la Priora. Cuando todo terminó comenzaron a averiguar quién pudiera haber cometido tal maldad, y dirigiéndose a la Priora para atenderla, la vieron contenta y sin lesión alguna. Ella les advirtió que no se asustasen, pues era el demonio quien las había atacado. En otra oportunidad fue empujada por el mismo enemigo y cayó en una fosa cavada para hacer los cimientos de la Iglesia, pero también salió sana y salva, ayudada esta vez por las benditas almas del purgatorio.

Terminado el oficio de Priora, que con tanto celo y prudencia había desempeñado, Ana de los Ángeles se sintió como aliviada de un gran peso y volvió con mucha alegría a ser súbdita, considerándose siempre, por su gran humildad, indigna de mandar a otras. Su vida siguió con toda normalidad, como la de cualquier otra de las religiosas. Pero su amor a Dios y a los demás, sus virtudes y su santidad iban creciendo constantemente.

Sus enfermedades

El año 1676, sor Ana quedó ciega y permaneció tullida en su lecho durante los últimos diez años de su vida. Sufría mucho y todo lo ofrecía a Dios por la salvación de las almas y la liberación de las que estaban en el purgatorio.

En estos últimos años, consiguió permiso del obispo para que un sacerdote pudiera celebrar cada día la misa en su celda y así poder comulgar diariamente. Les pidió a sus Superiores que le conmutasen la obligación de rezar el Oficio divino por una visita espiritual al Santísimo y por el rezo del rosario. El rosario era su oración predilecta, pues siempre estaba con el rosario en las manos. Y era tanta la rabia de los demonios que, varias veces, se lo quitaban de las manos.

Ella vivía tranquila, ofreciendo su dolor con amor. Nunca se quejaba y, sobre todo, era muy agradecida. Dice sor Catalina de Jesús que era tan agradecida a las personas que le ayudaban que les besaba las manos y les decía:¡Cómo se acuerdan de mí, siendo una pobre miserable, echada en un lecho, mientras otras están pasando necesidad! Y daba en limosna lo que recibía o mandaba celebrar misas por las almas benditas.

Su muerte

La Madre Ana murió el 10 de enero de 1686 a las siete de la mañana con fama de santa. Cuando murió, su cuerpo quedó en buen estado, flexible, con el rostro sereno y venerable y, después de 34 horas de su muerte, al sepultar su cuerpo, con el movimiento, salió sangre fresca y roja, recogida como reliquia.

Para amortajarla, según dice sor Juana de santo Domingo, fue preciso ponerle un hábito prestado, porque el que tenía en su última enfermedad lo había dado de limosna. Y, a la hora de la sepultura, asistió la mayor parte de la ciudad.
 Su cuerpo fue sepultado sin féretro debajo de la tierra el día 12, sábado. Le echaron gran cantidad de cal sobre el rostro y el pecho; y la sepultaron inundada en agua. El día de las honras fúnebres, la gente no cabía en la iglesia y gran gentío tuvo que quedar en las calles y plazas vecinas.

El 20 de enero de 1686, domingo, se hicieron las honras fúnebres en la iglesia del monasterio de santa Catalina con una misa pontifical celebrada por el obispo Antonio de León y a la que concurrieron todas las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad. En esta misa, el padre Juan Alonso de Zereceda, Rector del Colegio de la Compañía de Jesús, dio el sermón sobre las virtudes de sor Ana. El obispo mandó imprimirlo para conocimiento de las generaciones posteriores. Este sermón puede considerarse como una fuente segura para conocer su vida, ya que estuvieron presentes las religiosas y muchísima gente que la conocía personalmente. Por lo cual, no podía decir falsedades, pues hubieran sido detectadas de inmediato y el obispo no hubiera permitido que se hubieran impreso y publicado.

La exhumación de sus restos

El padre Luis Sánchez, que estuvo en el momento de sepultar a la Madre dentro del monasterio, asistiendo al obispo Don Antonio de León, afirma que, después de diez meses de enterrada sor Ana, volvió con el obispo para hacer el traslado del cuerpo. Y, después de sacarlo, se le encontró, no sólo incorrupto, sino también fresco y manejable, como si hubiese muerto en ese momento, sin rastros de mal olor. Y él le tocó un pie y se lo torció; y lo tenía todo entero y flexible. Y un cirujano que estaba presente le hizo una pequeña herida en el pecho y se vio la carne colorada y fresca. Las religiosas se acercaban al cuerpo y le tomaban las manos y los pies, y se los besaban con mucha devoción.

El doctor José del Corral declara que el día de la exhumación del cuerpo de la sierva de Dios, reconoció el cuerpo y no sólo estaba todo entero, sin corrupción alguna, aunque estaba muy húmedo por la mucha agua que le habían echado al sepultarlo. Pero la lengua, que debía estar más corrompida, estaba fresca y jugosa, sin mal olor. Todo ello es indicio de haber sido favorecida por Dios en aquel cuerpo que tantos años sirvió a Dios, manifestando que la lengua, que tanto se había empleado en alabar y servir a Dios, era justo que se conservase para eterna memoria.

Ésta primera exhumación tuvo lugar el 29 de octubre de 1686. Le cambiaron el hábito y colocaron su cuerpo en un féretro nuevo, forrado por dentro con tafetán blanco y por fuera con un tafetán negro, con franjas de oro. Fueron al sepulcro el obispo con otras personas que habían sido designadas previamente. Su cuerpo exhalaba un olor especial, que incitaba a devoción y a no moverse de aquel lugar.

El 22 de enero de 1731, sus restos fueron trasladados a una caja forrada de plomo y colocados en un sepulcro abierto en la pared izquierda, al pie del altar de Jesús Nazareno del monasterio. El 20 de junio de 1817 se trasladaron a una nueva caja forrada de plomo. El 9 de enero de 1950 se dispuso el traslado de sus restos a un lugar ubicado a la izquierda, entre el enrejado del coro bajo. Finalmente, el 22 de enero de 1985, el arzobispo Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio los hizo colocar en el interior de una urna de madera, en un altar construido al lado izquierdo del templo del monasterio.

Algunos datos complementarios más

Doña María de Garmendia refiere que tenía costras en los ojos y le dolían mucho. Ella, con agua templada, le quitaba las costras y la Madre se lo agradecía con grandes expresiones de agradecimiento, creyendo que no lo merecía. Cuando las religiosas iban a visitarla, les manifestaba su contento, les besaba las manos y les decía: ¿De dónde me viene ésta gracia de que las esposas de mi Señor vengan a visitarme?.

•En una oportunidad estuvo muy mal con tenesmo (sensación de querer evacuar el cuerpo) y las almas la condujeron a un camino brillante de luz y allí la curaron con una medicina que tenían en un frasco.

•Otra vez, estaba muy grave y las almas rodearon su lecho y le dijeron que venían a sanarla. Sacaron un frasco con una especie de licor, y con algodones le ungieron el lado donde tenía el dolor. Así la curaron, según le dijo la misma sierva de Dios en la última enfermedad a sor Catalina de Jesús.

Igualmente, Marta de san Nicolás atestigua que le dijo que en una ocasión vino el alma de una india, llamada Isabel, y la llevó en visión a un sendero y la curó con una medicina que tenía en un frasco, quedando sana de su malestar.

•Un día estaba con fuerte dolores y la visitó una novicia en su celda. La novicia le habló de que pensaba que se condenaría en el convento y había decidido volver a su casa. Entonces, la Madre Ana comprendió que la novicia estaba vencida por el demonio y, como casi no podía hablar por el dolor que sentía, le rogó a san Nicolás su patrono y a las almas benditas que le dieran alivio, lo que hicieron de inmediato. Y así pudo explicarle a la novicia que todo era un engaño del demonio que quería hacerle perder su vocación. Cuando la novicia se tranquilizó, le volvieron los dolores como antes.

•Dice el padre Zereceda: Diez años estuvo en cama sin poder moverse, ciega y con grandes dolores… Se llenó de llagas, estuvo continuamente mal del hígado. Todos los días sudaba durante tres horas y después sentía un hielo que le martirizaba los nervios y los huesos hasta el punto que parecía que se moría por tantos dolores. Y las almas del purgatorio venían a aliviarla, cubrirla y darle medicinas. Antes de la última enfermedad, la curaron de tres enfermedades diferentes, devolviéndole la salud. De hecho, en estos últimos años, todos creían que vivía sobrenaturalmente, porque era imposible vivir con un cuerpo con tantos males juntos y, sin embargo, nunca se sintió mal olor.

A pesar de tener tantos dolores, pues estaba ciega, con dolores de ojos, dolores de hígado, retención de orina; a veces, abrasada de calor o temblando de frío, no faltaba a sus oraciones por las benditas almas, quienes le asistían. Por eso, ella las llamaba sus doctores. También tenía una llaga y se la curaba con tierra. Y no obstante tantos males, nunca esta testigo (sor Petronila de Monserrat) sintió mal olor en su cama o en su celda. Y esto la dejaba maravillada, pues sor Ana tenía muchos sudores que empapaban las cubiertas.

•El padre Francisco de Vargas Machuca declara que estuvo de capellán del monasterio durante dos meses en su última enfermedad, en la cual no parecía posible naturalmente que, siendo de naturaleza tan delicada y débil, pudiera soportar tanto sufrimiento. Los sudores eran continuos y abundantes, de modo que era necesario cambiarla dos o tres veces. Sin embargo, su celda tenía buen olor.

•Sor Marina de la Concepción afirma que la misma Madre Ana había predicho muchas veces, que la encontrarían muerta. Una vez, hablando con la imagen de san Nicolás, dijo: ¿Ven a este santo? Él no se encontrará aquí cuando yo muera. Y así sucedió, pues la imagen de san Nicolás se encontraba en la casa del capellán Marcos de Molina, a quien, estando muy enfermo, la sierva de Dios le había enviado la imagen del santo.

Sor María de san José nos dice que, el día anterior a su muerte, dos religiosas fueron a visitarla y les dijo: Mañana me voy a morir. Ellas le dijeron: ¿Qué dice, Madre? Y se lo volvió a repetir.
 La víspera de su muerte llamó a una religiosa, a quien había formado en un espíritu semejante al suyo y le rogó que guardara algunas limosnas para las almas. Y le dijo: Hija, mañana moriré… Estáte atenta y toma a tu cuidado celebrar la fiesta de mi santo y los sufragios por las benditas almas.

Sor Petronila de Monserrat asegura que varias veces le había oído decir a la Madre Ana que moriría sin dar molestias y que, cuando menos lo pensaran, la encontrarían muerta. Y así ocurrió, porque cuando fueron a hablarle, la vieron sentada, con el cuerpo apoyado hacia un lado, con las manos cruzadas y con su rosario, como cuando estaba viva. Y viendo que no respondía, se acercaron y observaron que el cuerpo estaba frío, dándose cuenta de que ya estaba muerta.

•Doña María de Garmendia dio testimonio en el Proceso de que, pocos días antes de su muerte, estando en su celda con otras religiosas, tocaron a la puerta con tres golpes y la sierva de Dios dijo que había venido un hermano suyo difunto a decirle que ya era tiempo de partir (morir). Y que esa noticia le había dado una gran alegría. La noche anterior a su muerte, estando esta testigo con ella, le pidió cambiarle la camisa y le pidió que le diera una nueva, diciéndole: Mañana me pondrán aquí en medio de la celda. Y así sucedió, ya que al día siguiente murió y pusieron su cuerpo en medio de su celda en el lugar que indicó.

(http://www.hostraptors.com/convento/sor-ana-de-los-angeles-monteagudo.html)

09 enero, 2014

San Julián

08 enero, 2014

San Severino

 
 
Oh, San Severino, vos, sois el hijo
 del Dios de la vida y su amado santo,
 y, a quien, Él, le proveyó de maravillosos
 dones: el de profecía y el del buen
 consejo, que el Espíritu Santo, para vos,
 administraba, por vuestra oración constante
 y fe inmaculada. Vos, a menudo repetíais
 la bíblica palabra: “Para los que hacen
 el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero,
 para los que hacen el mal, la tristeza
 y castigos vendrán”. Y, anunciando que
 quienes dicen: “He pecado y nada malo me
 ha pasado”, están completamente equivocados,
 pues todo pecado, trae del cielo, castigos”.
 Y, esto, a muchos frenaba y les impedía
 seguir por la senda del vicio y del mal.
 “El remedio es rezar, dar limosnas a los
 pobres y hacer penitencia”. Decíais vos,
 y la gente os oía. ¡Qué maravilla vuestro
 obrar! ¡Qué talento! ¡Que profecías!
 Partisteis de este mundo, vuestra célebre
 frase pronunciando: “Todo ser que tiene
 vida, alabe al Señor”. Y, fue justo vuestro
 premio, pues, corona de luz, recibisteis
 por vuestro amor, fe y luz constantes
 oh, San Severino; “viva profecía de Dios”.
 

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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 8 de Enero
 San Severino
 Predicador
 

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles “Hunos”, bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: “Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar”. Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.” Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán” (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”. Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: “Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo”. Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: “¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?”. Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: “El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia”. Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz”. El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos”. Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: “Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.