11 septiembre, 2014

Impresionante testimonio de una cristiana iraquí


Khiria Al-Kas Isaac: «nací cristiana y si eso me lleva a la muerte, prefiero morir como cristiana»


Khiria Al-Kas Isaac, una mujer iraquí de 54 años de edad, ha explicado cómo plantó cara a los fundamentalistas islámicos que amenazaron con degollarla si no se convertía al Islam. Cuando le pusieron el cuchillo en la garganta, ella dijo que prefería perder la cabeza antes que apostatar de su fe. Junto a ella, otras cuarenta y seis mujeres cristianas se mantuvieron firmes en su fe, a pesar de ser azotadas y golpeadas durante diez días. Su testimonio de fidelidad a Cristo dará la vuelta al mundo.





(Catholic Herald/InfoCatólica) Khiria Al-Kas Isaac es una más entre los numerosos cristianos que han sufrido la violencia del Ejército Islamista.


Entre lágrimas explica que el pasado 7 de agosto tanto ella como su marido, Mufeed Wadee’ Tobiya, se dieron cuenta al despertarse que la localidad en la que vivían desde siempre había sido ocupada por los fundamentalistas.

Una vez detenidos, tanto ella como otras cuarenta y seis mujeres cristianas recibieron la «oferta» de convertirse para no morir decapitadas. Todas decidieron no renunciar a Cristo y entonces fueron separadas de sus familias, azotadas y golpeadas durante diez días para intentar lograr su «conversión» al Islam.

Cita el evangelio


Khiria explica que siempre que le ofrecían apostatar respondía: «Nací cristiana y si eso me lleva a la muerte, prefiero morir como cristiana». La mujer añade citando el evangelio: «Jesús dijo: Cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre que esté en el cielo» (MT 10,33)

La mujer explica que las mujeres eran reunidas frecuentemente como grupo para que se dieran cuenta de cómo habían sido torturadas cada una de ellas. Y asegura que ninguna de ellas capituló: «Todas llorábamos pero rechazamos convertirnos»

Feliz de morir como mártir


En otra ocasión tuvo la oportunidad de hablar con uno de sus captores, que le insistía en convertirse al Islam. Le aseguró que estaría feliz de morir como mártir y además le dijo que no entendía en qué manera su conversión, siendo mujer sin hijos, podía interesar para la expansión del Islam, tal y como era el deseo de los yihadistas.

Finalmente todos los cristianos que se habían negado a convertirse fueron expulsados de Qaraqosh. Khiria pudo ser entrevistada por Sahar Monsur en el campo de refugiados de Ankawa, cerca de la localidad de Irbil. Mansour asegura que la mujer apenas puede dormir por las pesadillas que le viene tras su experiencia.

Ver también:
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(http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=21904)

San Juan Gabriel Perboyre

 


Oh, San Juan Gabriel Perboyre, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, su amado santo y mártir,
dedicado a la predicación del Evangelio y que,
sufristeis cárcel y tormentos duros, para, al
final, colgado ser, en la Cruz que más amasteis
en toda vuestra santa vida: la Cruz de Cristo,
Dios y Señor Nuestro. “Nuestra religión debe
enseñarse en todas las naciones y propagarse
incluso entre los chinos, a fin de que conozcan
al verdadero Dios y posean la felicidad en el
cielo”. Decíais con valentía, en presencia
del mandarín. Y, éste agregó, “¿Qué puedes ganar
adorando a tu Dios? Y, con certera fe, dijisteis:
“La salvación de mi alma, el cielo al que espero
subir después de haber muerto”. Juan Pablo II,
de vos dijo: “Tenía una única pasión: Cristo y
el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad
a esa pasión, también él se halló entre los
humillados y los condenados; por eso la Iglesia
puede proclamar hoy solemnemente su gloria en
el coro de los santos del cielo”. Y que duda
cabe de ello, pues, os dedicasteis a enseñar
más con el ejemplo, que con la palabra. A
vuestros novicios, le hablabais así, de Jesús:
“Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es
el único que da la verdadera luz. Solamente
existe una cosa importante: conocer y amar a
Jesucristo, pues, no sólo es la luz, sino, el
modelo, el ideal. Así, que, no basta con conocerle,
sino que hay que amarle. Solamente podemos
conseguir la salvación mediante la conformidad
con Jesucristo”. Soportabais el hambre y la
sed para la mayor gloria de Dios, tanto que Él,
se os aparecía, y recibíais consuelo divino y
os invadía el gozo en vuestra alma. “¿Así que
sigues siendo cristiano?” Os preguntaban vuestros
impíos captores, una y otra vez, en medio
de vuestro dolor y tortura. Pero vos, con divina
fortaleza respondisteis: “¡Oh, sí¡ ¡Y me siento
feliz por ello!”. Y, el día llegó, en que, vuestra 

alma, al cielo voló, y una cruz luminosa apareció 
en el cielo. Y, ante el asombro de todos, vuestro 
rostro se mostró sereno y resplandeciente. Os 
mataron el cuerpo, pero, ganasteis vida eterna
como justo premio a vuestra entrega de amor;
oh, San Juan Gabriel Perboyre, “Cruz de Cristo".


© 2014 luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de septiembre
San Juan Gabriel Perboyre
Presbítero y Mártir


Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).

Fecha de canonización: Beatificado el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

La misión divina de la Iglesia se hace extensiva a toda la tierra y en todos los tiempos, según la frase de Jesús: Id, pues, y enseñad a todas las naciones. «Nuestra religión debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo», afirmaba con valentía San Juan Gabriel Perboyre, misionero en la China, ante un mandarín encargado de interrogarlo. Y este último agregó: «¿Qué puedes ganar adorando a tu Dios? – La salvación de mi alma, el cielo al que espero subir después de haber muerto».

El 2 de junio de 1996, con motivo de la canonización de San Juan Gabriel Perboyre, el Papa Juan Pablo II decía de él: «Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados; por eso la Iglesia puede proclamar hoy solemnemente su gloria en el coro de los santos del cielo».

En 1817, a los 15 años de edad, Juan Gabriel ingresa, junto con su hermano mayor Luis, en el seminario menor de Montauban (Francia), dirigido por los Padres Lazaristas, hijos espirituales de San Vicente de Paúl. Allí siente el deseo de consagrarse a las misiones en países paganos. Después de terminar el noviciado en Montauban, lo mandan a París para realizar estudios de teología, y luego es ordenado sacerdote. En 1832, su hermano Luis, que se había embarcado como sacerdote lazarista hacia la misión de la China, muere de unas fiebres durante la travesía. Juan Gabriel anuncia inmediatamente a la familia su deseo de ocupar el sitio que la muerte de su hermano ha dejado vacante.

Pero sus superiores no lo consideran conveniente a causa de su frágil salud, y es nombrado vicedirector del seminario parisino de los Lazaristas. Como activo ayudante de un director de seminario ya mayor, sigue el principio de enseñar más con el ejemplo que con la palabra. Comunica de ese modo a los novicios su amor por Jesús: «Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es el único que da la verdadera luz… Solamente existe una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo, pues no sólo es la luz, sino el modelo, el ideal… Así que no basta con conocerle, sino que hay que amarle… Solamente podemos conseguir la salvación mediante la conformidad con Jesucristo». Escribe lo siguiente a uno de sus hermanos: «No olvides que, ante todo, hay que ocuparse de la salvación, siempre y por encima de todo».

Sin embargo, en su corazón guarda el ardiente deseo de partir hacia las misiones; al mostrar a los seminaristas los recuerdos traídos hasta París del martirio de François-Régis Clet, les dice: «He aquí el hábito de un mártir… ¡cuánta felicidad si un día tuviéramos la misma suerte». Y les pide lo siguiente: «Rezad para que mi salud se fortifique y que pueda ir a la China, a fin de predicar a Jesucristo y de morir por Él».

Obtiene finalmente de sus superiores el favor de salir hacia la China, donde llega el 10 de marzo de 1836. Su celo por la salvación de las almas le ayuda a soportar el hambre y la sed para la mayor gloria de Dios. Sea de día o de noche, siempre está dispuesto a acudir donde se solicite su ministerio, de tal forma que las fatigas y las vigilias no cuentan en absoluto. Además, es asaltado por violentas tentaciones de desesperanza, pero Nuestro Señor se le aparece y lo consuela, y el gozo vuelve al alma del apóstol.

Víctima de los sufrimientos

En 1839 se desencadena una persecución contra los cristianos. El 15 de septiembre, el padre Perboyre y su hermano el padre Baldus se hallan en su residencia de Tcha-Yuen-Keou. De repente les avisan de que llega un grupo armado. Los misioneros huyen cada uno por su lado para no caer los dos en manos de los enemigos. Juan Gabriel se esconde en un espeso bosque, pero al día siguiente un desdichado catecúmeno lo traiciona por una recompensa de treinta taeles (moneda china). Los soldados le desgarran las vestiduras, lo visten con harapos, lo amordazan y se van a la posada a celebrar su arresto.

Interrogado por el mandarín de la subprefectura, Juan Gabriel responde con firmeza que es europeo y predicador de la religión de Jesús. Empiezan entonces a torturarlo, pero por temor a que sucumba lo sientan en una banqueta y le atan fuertemente las piernas. Así pasa la noche el piadoso padre, bendiciendo a Jesús por concederle el honor de padecer sus mismos sufrimientos. Trasladado a la prefectura, al cabo de un penosísimo viaje a pie, con grilletes en el cuello, en las manos y en los pies, sufre cuatro interrogatorios. Para obligarlo a hablar, lo ponen de rodillas durante muchas horas sobre cadenas de hierro. A continuación, lo cuelgan de los pulgares y le golpean en la cara cuarenta veces con suelas de cuero para obligarle a renegar de su fe. Pero, reconfortado por la gracia de Dios, lo sufre todo sin quejarse.

Después es trasladado a Ou-Tchang-Fou, ante el virrey, donde debe responder en una veintena de interrogatorios. El virrey quiere obligarlo en vano a caminar sobre un crucifijo. Lo golpean con correas de cuero y con palos de bambú hasta el agotamiento, o bien lo levantan a gran altura con la ayuda de poleas y lo dejan desplomarse hasta el suelo. Pero el alma del piadoso padre permanece unida a Dios. «¿Así que sigues siendo cristiano? – ¡Oh, sí¡ ¡Y me siento feliz por ello!». Finalmente, el virrey lo condena al estrangulamiento; pero como quiera que la sentencia no puede ejecutarse hasta que sea ratificada por el emperador, Juan Gabriel Perboyre sigue en prisión durante algunos meses.

«¡Irreconocible!»

Ningún cristiano había podido llegar junto a él mientras los mandarines lo torturaban; sin duda se vanagloriaban con la esperanza de que, al privarlo de cualquier ayuda, conseguirían vencer su constancia con mayor facilidad. Pero esa severa consigna es suavizada después del último interrogatorio. Uno de los primeros en poder penetrar en la cárcel es un religioso lazarista chino llamado Yang. ¡Qué desgarrador espectáculo aparece ante su mirada! Enmudece, derrama abundantes lágrimas y apenas consigue dirigir unas palabras al mártir. El padre Juan Gabriel desea confesarse, pero dos oficiales del mandarín que se hallan constantemente a su lado se lo impiden. Ante la petición de un cristiano que acompaña al padre Yang, consienten en apartarse un poco, y el misionero puede entonces confesarse.

Los demás prisioneros, encarcelados a causa de delitos comunes, testigos de la piadosa vida del padre Juan Gabriel, no tardan en apreciarlo; ideas hasta entonces desconocidas se abren paso en sus endurecidas almas. Admiradores de tantas virtudes, proclaman que tiene derecho a todo tipo de respeto. Él, por su parte, se halla completamente feliz en medio de los sufrimientos, porque lo vuelven más conforme con su divino modelo.

«Es todo lo que deseaba»
Por fin, el 11 de septiembre de 1840, después de un año entre grilletes y torturas, es conducido hasta el lugar de la ejecución. Le atan brazos y manos a la barra transversal de una horca en forma de cruz, y le sujetan ambos pies a la parte baja del poste, sin que toquen el suelo. El verdugo le pone en el cuello una especie de collar de cuerda en el que introduce un trozo de bambú. Con calculada lentitud, el verdugo aprieta dos veces la cuerda alrededor del cuello de la víctima. Una tercera torsión más prolongada interrumpe la plegaria continua del mártir, haciéndolo entrar en el inmenso y eterno gozo de la corte celestial. Tiene 38 años. Una cruz luminosa aparece en el cielo, visible hasta Pekín. Ante el asombro de todos, contrariamente a lo que sucede con los rostros de los ajusticiados por estrangulamiento, el de Juan Gabriel está sereno y conserva su color natural.

«El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana» (CIC, 2473). El sacrificio de San Juan Gabriel Perboyre produjo muchos frutos espirituales, muchos de los cuales son visibles: al igual que él, muchos cristianos chinos dieron su vida por Cristo, y la religión cristiana se desarrolló en China hasta requerir la construcción de catorce vicarías apostólicas. Más recientemente, las persecuciones del régimen comunista no han conseguido extinguir la fe.

San Juan Gabriel nos recuerda a nosotros mismos que «Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (CIC, 2472). Ese testimonio no siempre conduce al martirio de la sangre, pero supone la aceptación de la cruz de cada día. 

Empeñémonos en llevarla con amor, con la ayuda de la Santísima Virgen, y alcanzaremos el cielo, arrastrando con nosotros multitud de almas: «Más allá de la cruz, no hay otra escala por la que podamos subir al cielo» (Santa Rosa de Lima). Es la gracia que, en este comienzo de año, pedimos a San José, para Usted y para todos sus seres queridos, vivos y difuntos.
Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval
(Hoy también se recuerda a San Orlando)

10 septiembre, 2014

San Nicolás de Tolentino



 
Oh, San Nicolás de Tolentino; vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo. Y, en gratitud a San Nicolás de Bari
y a vuestros padres, “Nicolás” llamado,
que significa “regalo del cielo”. Y, sí;
así, fue, pues fuisteis un precioso regalo
para ellos. Hombre virtuoso, predicador
de dulce verbo, amable y poderoso, y, al
que, las gentes de aquél tiempo, en alma
y cuerpo se rindieron, mientras que,
de vuestras manos y labios, los milagros
de Dios, surgían. Vuestra vida, amar fue,
a las almas del purgatorio, a los afligidos
ayudar, convertir a los pecadores y sembrar
paz en los hogares. Vos, dijisteis antes
de morir: “No digan nada a nadie”. “Den
gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más
que un poco de tierra. Un pobre pecador”.
Así pues, por la vida pasasteis, con una
entrega total de amor y fe, imitando a Jesús,
Dios y Señor Nuestro, quien os premió con
corona de luz, com justo premio a vuestra
entrega. “Victorioso con el pueblo santo”;
y, “protector” de las almas del purgatorio;
Oh, San Nicolás, “amor por las almas de Dios”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Septiembre
San Nicolás de Tolentino
Año 1305

Obra santa y piadosa es orar por los difuntos, para que descansen de sus penas (2 Macab.) El nombre Nicolás significa: “Victorioso con el pueblo” (Nico = victorioso. Laos = pueblo).
El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió. Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.

Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: “No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará”. Estas palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.

Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole: “Dios te sanará”, y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pesar que sería de este joven religioso en el futuro.

Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente. Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: “A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás”. Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.

Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, los güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. Oportuna e inoportunamente”. Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.

A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: “Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala ida pasada”.

Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia. Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigos a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los que se arrepentían al escuchar sus sermones.

Nuestro santo recorría los barrios más pobres de la ciudad consolando a los afligidos, llevando los sacramentos a los moribundos, tratando de convertir a los pecadores, y llevando la paz a los hogares desunidos. En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: “No digan nada a nadie”. “Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre pecador”.

Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.

San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas. Quizás a nosotros nos quieran pedir también ese mismo favor las almas de los difuntos.

09 septiembre, 2014

San Pedro Claver

 


Oh, San Pedro Claver, vos sois el hijo
del Dios de la vida, y el “esclavo de
los negros para siempre”, por amor a
Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro. A
diario, las barracas en el puerto
visitabais, donde la palabra de Dios
predicabais, a miles convirtiendo y
bautizándolos. A los enfermos atendíais
y de igual modo a los moribundos, a
quienes dabais medicinas y alimentos,
y a los niños, una lluvia dulce de
caramelos. Así vuestra vida continuó
hasta el final, conforme lo habíais
prometido. Y, el día de la Natividad
de Nuestra Señora, fue vuestra alma
arrebatada, para corona de luz, recibir
del Padre eterno, como justo premio
a vuestra entrega de amor y fidelidad;
oh, San Pedro Claver, “alma de esclavo”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Setiembre
San Pedro Claver

Nació en 1581 en España, y desde niño mostró grandes cualidades de inteligencia y de espíritu, siendo destinado por sus padres al servicio de la Iglesia. Al terminar sus estudios en la universidad de Barcelona, y tras recibir las órdenes menores, el santo fue aceptado por la Compañía de Jesús.

Gracias a la influencia y consejos de San Alfonso Rodríguez -portero del monasterio jesuita donde San Pedro vivía- el santo decidió abandonar España en 1610 para asumir las misiones de evangelización en las Indias Occidentales, específicamente en la colonia de Nueva Granada, hoy república de Colombia.

En 1615 fue ordenado sacerdote en Cartagena, y fue ahí donde el santo, al ver la entrega y servicio del P. Alfonso Sandoval por los miles de esclavos negros provenientes del África, tomó la decición de convertirse en “esclavo de los negros para siempre” y pese a su timidez y falta de confianza en sí mismo, el santo se entregó a aquella misión con tenacidad y mucho entusiasmo. Sus labores empezaban con la visita casi diaria a las barracas en el puerto, donde conversaba y predicaba la palabra de Dios, logrando la conversión y el bautismo de miles de ellos.

Además, atendía a numerosos enfermos y moribundos, a quienes llevaba medicinas y alimentos, y a los niños, algunos dulces y caramelos. Su obra evangelizadora también se extendió por los valles y haciendas donde el santo iba a predicar y velar por el cuidado de sus “negros”, no sin antes vencer dificultades y penurias por parte de los hacendados.

La intensa actividad del santo deterioró su salud, y luego de bendecir a su sucesor en su misión apostólica falleció el 8 de setiembre de 1654, día de la Natividad de Nuestra Señora, y en medio de grandes muestras de amor y cariño popular. Fue canonizado el 1888, al mismo tiempo que su gran amigo San Alfonso Rodríguez.

08 septiembre, 2014

La Natividad de la Santísima Virgen María


 

¡Oh!, Santa María, Vos, sois la hija del Dios
de la vida y la predilecta Santa Madre de Jesús,
Dios y Señor Nuestro, y que, desde antes de que,
el mundo creado fuera, elegida fuisteis por Dios
Padre, porque, quiso Él, que así fuera, y así
fue, para gloria del universo todo. Así, Vos,
os convertisteis a su tiempo, en la depositaria
amorosa de la Divinidad de Cristo, por Dios Padre
dada, y, a quien, en vuestro seno cubristeis
con vuestra increíble humanidad de santo amor.
Y, desde siempre sois y seréis la “Kejaritomene”,
la “llena de gracia”, la “Reina del cielo” y la “bendita
entre todas las mujeres”. Salve, ¡oh!, vuestra
Natividad bendita, Santa María, Hija amorosa,
divina y celestial de Santa Ana y de San Joaquín;
¡Oh!, Santa María, Señora, Virgen y Reina del cielo.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Septiemmbre
La Natividad de la Santísima Virgen María


Esta fiesta mariana tiene su origen en la dedicación de una iglesia en Jerusalén, pues la piedad cristiana siempre ha venerado a las personas y acontecimientos que han preparado el nacimiento de Jesús. María ocupa un lugar privilegiado, y su nacimiento es motivo de gozo profundo. En esta basílica, que había de convertirse en la iglesia de Santa Ana (siglo XII), san Juan Damasceno saludó a la Virgen niña: “Dios te salve, Probática, santuario divino de la Madre de Dios … ¡Dios te salve, María, dulcísima hija de Ana!”. 

Aunque el Nuevo Testamento no reporta datos directos sobre la vida de la Virgen María, una tradición oriental veneró su nacimiento desde mediados del siglo V, ubicándolo en el sitio de la actual Basílica de “Santa Ana”, en Jerusalén. La fiesta pasó a Roma en el siglo VII y fue apoyada por el Papa Sergio I. Su fecha de celebración no tiene un origen claro, pero motivó que la fiesta de “La Inmaculada Concepción” se celebrara el 8 de diciembre (9 meses antes). El Papa Pío X quitó esta celebración del grupo de las fiestas de precepto.

Himno
I


Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.
De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
Gloria al Padre, y gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.


O bien

II



Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Dignan, Señora de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense desde ahora,
para cuando venga Dios.
Y nosotros que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.


Oración
Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/natividad_de_la_virgen.htm)

07 septiembre, 2014

Santa Regina

 

Oh, Santa Regina, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, que a temprana
edad, a Cristo, conocisteis y entregasteis
vuestro corazón y vuestra virginidad. Un día,
a los cuatro vientos confesasteis vuestra fe,
y, por ella, vuestras dificultades comenzaron,
y de pronto, marchasteis a la cárcel. Os
negasteis a hacer sacrificios a los ídolos,
y os torturaron y los hierros arañan y cortan
vuestra carne. Hay prodigios del cielo y, en
medio de vuestro martirio, tiembla la tierra,
voces celestiales se oyen, y hasta una paloma
se os acerca para consolaros y daros ánimo
y curaros. Y, entonces la gente se convierte
a centenares y luego degollada sois. Y, luego,
vuela vuestra alma al cielo, para corona de luz
recibir, como justo premio a vuestra entrega
de amor, fe y esperanza. Reina entre las reinas;
Oh, Santa Regina, “reina, virgen, mártir y luz”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Setiembre
Santa Regina
Mártir

Los niños piden -al menos así lo hacían en tiempos pasados- a los mayores que les cuenten un cuento a la hora de dormir. La condescendencia de los que les quieren, procurando su bien dormir, les lleva a ilustrar su imaginación con historias que unas veces son sólo producto del genio humano y otras… adornan la verdad de hechos ocurridos en la ordinariez de la vida con amplificaciones que hacen fantástica, amable y hasta apasionante la historia real. No sé si la historia de Regina servirá para rellenar esos momentos previos al descanso nocturno de los pequeños, pero no me cabe duda de que sí servirán a los adultos para que detengamos un momento nuestro ardoroso caminar.

Regina es palabra latina que se vierte al castellano por Reina. Así se llamaba nuestra protagonista de hoy. Fue una francesita hija de padre romano y de madre gala. Era el tiempo del Imperio. Cuando tenía quince años conoció a Cristo y le entregó su corazón, se bautizó y decidió darle para siempre su virginidad.

Es hermosa en demasía. El prefecto romano se enamoró de ella al verla. En su presencia, Regina confiesa su fe. Desde este momento comienzan las dificultades para la fidelidad. Fue puesta en la cárcel y con una amenaza: al regreso del prefecto, que necesariamente ha de ausentarse, ella debe haber cambiado de religión o conocerá el furor romano.

Sucede a la vuelta del personaje lo previsible con la gracia de Dios. Ella se niega a sacrificar a los ídolos, llegan las torturas, los hierros arañan y cortan su carne. También hay prodigios del Cielo: se producen terremotos, se oyen voces celestiales… hasta una paloma se acerca para consolarla, darle ánimos y curarla.

El ejemplo es tan llamativo que la gente se convierte a centenares. Por fin, es degollada. La candidez de la historia narrada, pletórica de elementos hiperbólicos y de adornos donados por la fantasía, expone un drama común y diario de mucha gente que bien merece la atención y el mimo del poeta, me refiero a todos esos que están dispuestos en serio a dar la vida por la fe que tienen y, llegado el momento, darla.

Fuente: Archidiócesis de Madrid

06 septiembre, 2014

San Zacarías

 
 
Oh, San Zacarías, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, su amado profeta
y santo, y, el mismo que, vaticinasteis
la vuelta del pueblo desterrado, a
la tierra prometida. Y, anunciasteis
que, un “pacífico rey”, Cristo Jesús,
Dios y Señor Nuestro, triunfante en
la Ciudad Santa de Jerusalén entraria.
Sois considerado como profetas y autor
del libro, que vuestro nombre lleva.
Además, honor hicisteis a vuestro nombre
que significa: “Yaveh ha Recordado”.
Y, Él, “os recordó”, la vida toda, porque
de vos se valió, y de Ageo para animar
a Zorobabel, al sumo sacerdote Jesúa
y a los exiliados que habían regresado,
para, la reconstrucción del templo,
concluir, que así se hizo. Hoy, desde
entonces, corona de luz lucís, como
justo premio a vuestros proféticos
dones, de anunciar las planes de Dios;
oh, San Zacarías, “palabra de Yaveh”.

© 2014 Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Septiembre
San Zacarías
Profeta del Antiguo Testamento

Martirologio Romano: Conmemoración de san Zacarías, profeta, vaticinador de la vuelta del pueblo desterrado a la tierra de promisión, anunciando al mismo tiempo que un rey pacífico, Cristo el Señor, entraría triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, lo que se llevó a cumplimiento.

Zacarías es uno de los profetas menores, a quien se atribuye el libro que lleva su nombre. Su nombre significa Yaveh Ha Recordado. Zacarías se llama a sí mismo hijo de Berekías hijo de Idó (Zac 1:1,7) pero en otros pasajes se omite el nombre de Berekías. Probablemente nació en algún lugar de Babilonia, puesto que su actividad profética empezó tan solo diecisiete años después del regreso del exilio, y es razonable pensar que para entonces tenía más de diecisiete años, aunque todavía se le consideraba joven.

Yahveh se valió de Zacarías y Ageo para animar a Zorobabel, al sumo sacerdote Jesúa y a los exiliados que habían regresado a terminar la reconstrucción del templo de Yaveh, aun cuando todavía estaba en vigor una prohibición del gobierno persa. La profecía de Zacarías contiene mensajes que pronunció con ese fin durante un período de dos años y un mes.

Una de las profecías que recoge el libro de Zacarías en el capitulo 11 y versículos 12 y 13 hace referencia directa al precio (treinta piezas de plata) que los principales de los sacerdotes ofrecieron a Judas por entregarles a Jesús. Ver el evangelio de San Mateo en el capítulo 26 y versículo 15.