20 agosto, 2018

San Bernardo, Abad

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 ¡Oh!, San Bernardo; vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo y quizás, por tanto, preguntarme deba
y preguntaros a vos: ¿Qué carisma habría encerrado
en vos, Aquél que todo lo sabe y lo ve? ¿Con que fuerza
os sedujo, que un poco más, hacéis de vuestra casa,
convento familiar? ¡Sólo Dios! y más nadie, capaz es,
de tamaño milagro. ¿Qué dulzor en vuestro hablar?, que
atraían como abejas al panal celestial, a los jóvenes
de vuestro tiempo. No en vano, os llamaban “El cazador
de almas y vocaciones”, y “doctor boca de miel”. Porque,
también de vos, son las palabras a la “Llena de Gracia”,
de la salve: “Oh clemente, oh piadosa, oh siempre dulce
Virgen María”, de vuestro reverendísimo amor celestial.
“Batallador y valiente”, como el honor, que hicisteis
al significado de vuestro nombre y, así también, elevasteis
vuestro espíritu hasta la misma casa del Padre: “Mi
gran deseo -decíais vos- es ir a ver a Dios y a estar
junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve
a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga
lo que a Él mejor le parezca”. Y, así, y después de haber
llegado a ser el más famoso de Europa en vuestro tiempo
y de haber conseguido varios milagros, como el de hacer
hablar a un mudo, el cual muchos pecados confesó y, luego
de haber fundado varios monasterios con monjes llenos
de fe, vuestros discípulos os dijeron que pidieseis a Dios
la gracia de seguir viviendo unos cuantos años más y les
dijisteis: “Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar
junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a
querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que
a Él mejor le parezca”. Y, a Dios le pareció que ya habíais
sufrido y trabajado bastante y que merecíais el descanso
eterno y además, el premio que os había preparado para vos:
“ver con vuestros propios ojos al Dios de la Vida y estar junto a Él”;
¡oh!, San Bernardo; “vivo cazador de almas del Dios Vivo”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Agosto San Bernardo, Abad Doctor de la Iglesia y Fundador Año 1153

San Bernardo: Gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima: pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea.

“NO ERES MÁS SANTO PORQUE NO ERES MÁS DEVOTO DE MARÍA” (San Bernardo).

Bernardo significa: “Batallador y valiente”. (Bern=batallador; Nard=valiente)

En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.


La familia que se fue con Cristo

Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: “¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar”. Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que raros.


La personalidad de Bernardo

Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.


A mal grave, remedio terrible

Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo mucha paz.


Una visión cambia su rumbo

Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.


Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra

Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos. Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento.
La familia no aceptaba de ninguna manera.

Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al convento.


El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos. Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso.


En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban “el cazador de almas y vocaciones”. Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.


Fundador de Claraval

En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.


Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.


La oratoria de santo

Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban “El Doctor boca de miel” (doctor melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban.


Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.


Su amor a la Virgen Santísima
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. “Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial”. Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.


Viajero incansable

El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.


Exclamaba: “A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas”. (ya en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).


De carbonero a Pontífice

Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado “De consideratione”, en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: “Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación”.


Despedida gozosa

Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: “Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca”. Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a su eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Bernardo_8_20.htm)

19 agosto, 2018

Domingo XX (B) del tiempo ordinario

 Resultado de imagen para En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
 
Día litúrgico: Domingo XX (B) del tiempo ordinario Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 6,51-58): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».

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«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy continuamos con la lectura del Discurso del pan de vida que nos ocupa en estos domingos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Tiene una estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de ricas enseñanzas. ¡Qué bonito sería que los cristianos conociésemos mejor la Sagrada Escritura! Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios que se nos da como verdadero alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y hambrientas de eternidad. Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura capaz de cambiar los corazones.

Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí mismo diciéndonos que es Pan. Y el pan, como bien sabemos, se hace para comerlo. Y para comer —debemos recordarlo— hay que tener hambre. ¿Cómo podremos entender qué significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre de Dios? Hambre de conocerle, hambre de tratarlo como a un buen Amigo, hambre de darlo a conocer, hambre de compartirlo, como se comparte el pan de la mesa. ¡Qué bella estampa ver al cabeza de familia cortando un buen pan, que antes se ha ganado con el esfuerzo de su trabajo, y lo da a manos llenas a sus hijos! Ahora, pues, es Jesús quien se da como Pan de Vida, y es Él mismo quien da la medida, y quien se da con una generosidad que hace temblar de emoción.

Pan de Vida…, ¿de qué Vida? Está claro que no nos alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días. Preguntémonos con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí? Y comparémosla con la orientación real con que vivimos. ¿Es esto lo que querías? ¿No crees que el horizonte puede ser todavía mucho más amplio? Pues mira: mucho más aun que todo lo que podamos imaginar tú y yo juntos… mucho más llena… mucho más hermosa… mucho más… es la Vida de Cristo palpitando en la Eucaristía. Y allí está, esperándonos para ser comido, esperando en la puerta de tu corazón, paciente, ardiente como quien sabe amar. Y después de esto, la Vida eterna: «El que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). —¿Qué más quieres?

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-08-19)

18 agosto, 2018

San Alberto Hurtado

 
 
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 ¡Oh!, San Alberto Hurtado, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Vuestra obra, grande fue,
al igual que vuestro legado que trasmitisteis a vuestros
sucesores y a vuestro pueblo que fue cubierto de amor
total. Vos, escribisteis: “Sería peligroso sin embargo,
bajo el pretexto de guardar contacto con Dios, refugiarnos
en una pereza soñolienta, en una quietud inactiva. Entra
en el plan de Dios el ser estrujado. La caridad nos urge
de tal manera que no podemos rechazar el trabajo; consolar
un triste, ayudar un pobre, un enfermo que visitar, un
favor que agradecer, una conferencia que dar; dar un aviso,
hacer una diligencia, escribir un artículo, organizar
una obra, y todo esto añadido a las ocupaciones de cada
día, a los deberes cotidianos. Si alguien ha comenzado a
vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas
las miserias se darán cita en su puerta. Si alguien ha
tenido éxito en el apostolado, las ocasiones de apostolado
se multiplicarán para él. Si alguien ha llevado bien las
responsabilidades ordinarias, ha de estar preparado para
aceptar las mayores. Así nuestra vida y el celo por la
gloria de Dios nos echan a una marcha rápidamente acelerada,
que nos desgasta, sobre todo porque no nos da el tiempo
para reparar nuestras fuerzas físicas o espirituales. Y
un día llega en que la máquina se para o se rompe. ¡Y donde
nosotros creíamos ser indispensables se pone otro en nuestro
lugar!”. “Con todo esto, ¿podríamos rehusar? ¿No era el amor
de Cristo la que nos urgía? y darse a los hermanos ¿no
es acaso darse a Cristo?” “Mientras más amor hay, más
se sufre: el deseo de hacer el bien, siempre el bien, de
socorrer a los desgraciados, de siempre enseñar y siempre
adaptar la verdad eterna, todo esto no se puede realizar
sino en ínfima medida. Aun rehusándonos mil ofrecimientos,
imponiéndose una línea de frecuentes rechazos, queda uno
desbordado y no nos queda el tiempo de encontrarnos a nosotros
mismos y de encontrar a Dios. Doloroso conflicto de una doble
búsqueda: la del plan de Dios que hemos de realizar en nuestros
hermanos y la búsqueda del mismo Dios que deseamos contemplar
y amar; conflicto doloroso que no puede resolverse sino en
el amor que es indivisible.” “Las manos juntas para orar,
pero abiertas para dar”. Así, como pensasteis, así escribisteis
y así lo hicisteis en el esplendor de vuestra vida, fundando
el Hogar de Cristo, dador de amor, fe y esperanza a los pobres;
¡oh!, San Alberto Hurtado, “vivo amor y luz de Cristo Jesús”.


© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Agosto

San Alberto Hurtado Cruchaga Fundador del HOGAR DE CRISTO Sacerdote Jesuita Chileno

Martirologio Romano: En Santiago de Chile, beato Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero de la Compañía de Jesús, que fundó una obra para que los pobres que carecen de techo y los vagabundos, sobre todo niños, pudieran encontrar un verdadero y familiar hogar (1952).
UN SANTO DE NUESTRO TIEMPO

Muchos artículos escribió el Padre Alberto Hurtado, grande fue y es su obra, su trabajo fue tan impresionante como su legado, pues lo que dejó y transmitió a sus sucesores y a su pueblo, es una tarea de amor total, es así como me es difícil tomar una decisión sobre que escrito mostrar para hacer ver como pensó este santo de nuestro tiempo, porque cada cosa que leo, artículos, pensamientos, cada hecho o suceso, cada instante de su vida y obra, es camino de santidad.

En uno de sus tantos artículos escribió: “Sería peligroso sin embargo, bajo el pretexto de guardar contacto con Dios, refugiarnos en una pereza soñolienta, en una quietud inactiva. Entra en el plan de Dios el ser estrujado… La caridad nos urge de tal manera que no podemos rechazar el trabajo; consolar un triste, ayudar un pobre, un enfermo que visitar, un favor que agradecer, una conferencia que dar; dar un aviso, hacer una diligencia, escribir un artículo, organizar una obra, y todo esto añadido a las ocupaciones de cada día, a los deberes cotidianos. Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta. Si alguien ha tenido éxito en el apostolado, las ocasiones de apostolado se multiplicarán para él. Si alguien ha llevado bien las responsabilidades ordinarias, ha de estar preparado para aceptar las mayores. Así nuestra vida y el celo por la gloria de Dios nos echan a una marcha rápidamente acelerada, que nos desgasta, sobre todo porque no nos da el tiempo para reparar nuestras fuerzas físicas o espirituales… y un día llega en que la máquina se para o se rompe. ¡Y donde nosotros creíamos ser indispensables se pone otro en nuestro lugar!”

“Con todo esto, ¿podríamos rehusar? ¿No era el amor de Cristo la que nos urgía? y darse a los hermanos ¿no es acaso darse a Cristo?”

“Mientras más amor hay, más se sufre: el deseo de hacer el bien, siempre el bien, de socorrer a los desgraciados, de siempre enseñar y siempre adaptar la verdad eterna, todo esto no se puede realizar sino en ínfima medida. Aun rehusándonos mil ofrecimientos, imponiéndose una línea de frecuentes rechazos, queda uno desbordado y no nos queda el tiempo de encontrarnos a nosotros mismos y de encontrar a Dios. Doloroso conflicto de una doble búsqueda: la del plan de Dios que hemos de realizar en nuestros hermanos y la búsqueda del mismo Dios que deseamos contemplar y amar; conflicto doloroso que no puede resolverse sino en el amor que es indivisible.”

BIOGRAFIA
Valparaíso, es la segunda provincia en importancia de mi país, esta larga y angosta faja de más de 5.000 kilómetros, que nace por el oriente al pie de la cordillera de los Andes, la que en muchos lugares llega hasta el mismo mar, Océano Pacifico, dejando algunos valles entre mar y cordillera. Junto al mar, en la misma ciudad donde nací, Viña del Mar, pero 49 años antes, nace Alberto Hurtado Cruchaga nació el 22 de enero de 1901, hijo de Ana y Alberto, luego hermano también de Miguel, otro de los hijo del matrimonio.

El padre de Alberto murió cuatro años después que el hubo nacido, se dice que por asuntos económicos, luego su madre vendió las propiedades familiares y emigró a Santiago, la capital donde vivió como allegada, el espíritu solidario de su familia y su madre fue una característica que llego a marcar y formar a Alberto “Las manos juntas para orar, pero abiertas para dar”, quien de nacer en un hogar acomodado, hace luego una infancia que lo acerca a la vida humilde y a la pobreza.

Así fue, como a los ocho años de edad, Alberto ingresa a estudiar en el colegio San Ignacio de Santiago como alumno becado, donde se destaca por cumplir con sus obligaciones, reflejado en sus calificaciones, su natural inclinación por hacer el bien, su incondicional entrega a sus compañeros y amigos, sin dejar de ser un muchacho muy alegre y juguetón, lo que atrae con admiración a sus compañero de curso y sus maestros.

Por ser una escuela católica el Colegio San Ignacio, Alberto recibió una educación sólida y reforzada en la fe, es así como con tan sólo 15 años él manifestó sus inquietudes por ingresar a la Compañía de Jesús, siendo motivado a completar previamente su Bachillerato, del que egresó con el premio en Apologética y mención honrosa en todas las materias posteriormente, ya en 1918, ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica.

Por el año 1920, el país sufría algunas crisis laborales en el área minera, principal fuente de riqueza hasta el día de hoy, como así mismo la más importante fuente laboral, y no habiendo otros recursos de trabajos Santiago, la capital, recibía gran cantidad de emigrantes que quedaban marginados en la pobreza, habitando en miserables albergues. En esa realidad, Alberto, quien se destacaba por su espíritu solidario, siendo estudiante , luego de las clases universitarias, visitaba asiduamente a los trabajadores desamparados a fin de ofrecer su apoyo moral y espiritual, esta tarea la hacia motivando a otros amigos para que lo acompañaran.

No descanses mientras haya un dolor que mitigar, era un bello lema del Joven Alberto, quien desde temprana edad adolescente fue inquieto luchador por los más necesitados. Su labor inicial la hizo apoyada desde el Patronato de Andacollo, ubicado en un sector marginal de Santiago, barrio de Mapocho. Allí su acción y su entrega a favor de lucha contra la miseria, le permitió ejercer una loable actividad, motivando su apostolado de carácter social.

Alberto siente un natural impulso de aliviar el dolor de los demás, es así como este Joven de profunda espiritualidad, y de gran servicio a su prójimo, comienza a manifestar una bella actitud solidaria y samaritana en los pobres y sufridos hombres, abandonados a su suerte experimentando una espiritualidad muy profunda y de gran servicio. Es así, como en una ciudad fría, de cemento, inclemente, con una sociedad donde la aristocracia no se la juega por los pobres, y con grandes problemas de cesantía, Alberto, con un gesto valiente, solidario, inspirado en el amor de Cristo, su amigo y líder, vuelca todo su amor y muestra su adhesión y presta su apoyo a una causa ajena, en situaciones difíciles, llevando palabras de aliento y el mensaje de la Iglesia en cada albergue que visita.

El ejemplar comportamiento de vida y el respeto por la vida institucional de Alberto, se muestra también en el cumplimiento de su deber patriótico, y lo hace ingresado a cumplir con sus obligaciones militares como cualquier estudiante responsable en este deber.

Del mismo modo el vio la necesidad de no dejar de participar en los debates contingentes de la época en asuntos sociales a través de las organizaciones estudiantiles.

Dentro de toda su actividad, Alberto no descuida la oración, no deja de lado el ejercicio espiritual, participa en retiros, lo que indica que su buena enseñanza católica del Colegio san Ignacio, su buena educación en la familia, su grupo de amigos, es y sigue siendo algo muy importante en su fe cristiana, adoptando como forma de vida, las enseñanzas de Cristo y su incondicional amor por El, algo que refleja en sus actitud permanente con su prójimo y consigo mismo.

De esta manera, con esta actitud solidaria y comprometida con Cristo y sin entrar aún a la Compañía de Jesús, Alberto Hurtado concluye sus estudios de Derecho, con distinción unánime en la Universidad Católica de Chile.

Pero no era su carrera como abogado lo que el deseaba en su corazón, y es así como el 14 de agosto de 1923, ingresa a la Compañía de Jesús, con sus estudios en el Noviciado de Chillán, distante a poco mas de 400 Km. de su casa al sur de Chile, en ese lugar estaría dos años, después viaja a Argentina, ciudad de Córdoba, lugar donde continua con su etapa inicial preparatoria. En su caminar continua trasladándose por el año 1927 al Colegio Máximo de Sarriá de Barcelona, en España, hasta el año 1931, para cursar por tres años filosofía y teología y a continuación como consecuencia de la realidad política española de la época con la instauración de la República, se ve obligado a viajar a Bélgica, donde continua estudiando en la Universidad de Lovaina, allí cursa otras materia relacionadas con la pedagogía y psicología.

Por que así Dios lo quiso, así fue en el Plan de Vida de Alberto, es ordenado sacerdote en Lovaina, el 24 de agosto de 1933, luego continuando con su brillante formación recibe el grado de doctor en Pedagogía de la Universidad de Lovaina, finalizando su etapa de estudios jesuitas.

Así es, como en una de sus cartas escrita en le año 1933, refleja su inmensa alegría de ser sacerdote, expresándose así “¡Ya me tiene de sacerdote del Señor! Bien comprenderá mi felicidad y con toda sinceridad puedo decirte que soy plenamente feliz”, luego, tres años mas tarde, regresa a su país natal que es Chile a ejercer su tarea encomendada divinamente. Sus primeras tareas, como educador y formador, la hace impartiendo clase en la misma escuela que lo formó, el Colegio san Ignacio, en la misma Universidad Católica de Chile y en el Seminario Pontificio Mayor.

Sin embargo, el país no había experimentado grandes cambios y los problemas sociales continuaban, como país subdesarrollado, pobre, marginal, clasista y racista, donde los que tenía buena situación económica se autoproclamaban aristócratas, formando una clase separatista en categoría Alta, que se mostraba indiferente a los afligido. En esa realidad, el Padre Alberto Hurtado, siente la enorme necesidad de acudir a los desamparados, viendo en cada pobre el rostro sufriente de Jesús.

Pero como el Plan de Dios en los hombres ha de cumplirse, en el año 1937, la gran formadora de este Jesuita, doña Ana Cruchaga, madre de Alberto, se encamina al encuentro con el Señor, cuando ella muere, Alberto estaba en esos momento en sus Ejercicios Espirituales, y a pesar del dolor por la partida de su madre, se siente reconfortado porque su convicción de la vida eterna en la manos de Dios es dueña de su corazón.

El Padre Alberto, hombre de gran carisma, atrae a personas de toda edad, es feliz trabajando con los jóvenes, es feliz oyendo a cada necesitado, y con mucho entusiasmo invita a enloquecerse por Cristo, lo que el llamada con alegría motivadora el “chiflarse” por Cristo.

Entonces observando y sintiendo la triste realidad social del país, se empeña en llevar a cada rincón del territorio una palabra de aliento y esperanza, es así, como en este ambiente el ve la necesidad permanente de la Iglesia de aumentar las vocaciones sacerdotales, entonces esta la oportunidad de captar nuevos servidores y los exhorta a seguir el bello camino del servicio, con su ejemplo de vida la motivación siempre estaba en buenas manos. Es así como impartió Ejercicios Espirituales y dirigió espiritualmente a un grupo de jóvenes, que mas tarde dio como resultado a buenos hombres de fe y servicio social.

Por el año 1941, es nombrado asesor de la Juventud de la Acción Católica, que a partir de ese instante y a través de su conducción, el movimiento cobra gran auge, debiendo viajar constantemente por distintos lugares del país. El además se caracteriza por ser buen escritor, excelente crítico social, buen observador de las cosas cotidianas, buen analista de la realidad social de país, todo inspirado en su gran amor a Cristo, su irrenunciable fe, su amor al prójimo, su espíritu de servicio, su gran preocupación por la comunidad y principalmente los pobres.

El Padre Hurtado, conciente de lo que llamaba la “injusticia social trae más males que los que puede reparar la caridad”, se transforma en un buen obrero luchador por la transformación de una sociedad más justa, las tristes y pobres condiciones en las cuales viven los marginados socialmente en chile, la situación de los obreros, le causa un gran dolor, y una gran motivación para dedicarse a ellos, es tan vehemente, que busca, piensa y expresa todo los que puede ser de ayuda a los sufridos trabajadores, bajo el único concepto de justicia y amor que habita en su corazón, que es el espíritu de Cristo. Es así como él se hace presente en muchos sectores laborales, pala en mano se hace presente en las minas salitreras o de carbón en Chile.

En su incansable preocupación por los asuntos sociales, este notable solidario con sus hermanos, viaja a otros lugares como Paris en busca de elementos de juicio que aporten a su causa, llega a entrevistarse hasta con el Papa S.S.Pío XII, en Roma, a quien expone y presenta la realidad religiosa, social y política de su país Chile, haciéndole notar temas tan urgentes como llevar la doctrina social de la Iglesia al mundo sindical y hacer presente el espíritu cristiano en los trabajadores. También pasa por Bélgica, donde se ordeno sacerdote, para estudiar la liga de los campesinos católicos y los sindicatos cristianos.

En el año 1944 se involucra en lo que sería su proyecto más importante y de gran reconocimiento hoy en todo el País. Este comienza en una noche fría y lluviosa en una fecha que no es tradicional para la estación primaveral, en el mes de octubre, cuando es interceptado por un hombre de condición económica pobre que le solicita ayuda porque no tiene un lugar en donde dormir. Alberto con su gran corazón, se estremece, al verlo, desamparado y enfermo, y ve en aquel hombre pobre al mismo Cristo desolado.

Absolutamente conmovido, mas tarde cuenta su experiencia a un grupo de señoras de la congregación del Apostolado Popular que se encontraba en un retiro, con una gran respuesta, porque ellas también se conmovieron y sintieron el llamado de Cristo y decidieron entregar sus joyas y bienes que tenían a mano para dar impulso a una gran obra de caridad, así el 21 de diciembre de ese mismo año, el Padre Alberto Hurtado coloca la primera piedra del Hogar de Cristo.

El Hogar de Cristo es una de las obras de caridad mas grande y talvez la de mayor reconocimiento en el país, en ella el chileno expresa su solidaridad, en ella se refugian los pobres de Chile, en ella encuentran paz, descanso, comida y la presencia espiritual del Padre Alberto Hurtado. Esta obra surge de la espiritualidad del Padre Alberto, y de su gran concepto de lo que es ser solidario en Cristo, viéndolo a El en el rostro del desolado, el desamparado, el marginado y el hambriento hombre en busca de refugio.

“Dar al que lo necesita hasta que duela”, es una expresión acuñada en el corazón de muchos chilenos por el Padre Alberto Hurtado. También fue la invitación que ha sido acogida por sacerdotes y laicos que han estado dispuestos a trabajar por los más pobres, en un hogar que mucho amor, respeto y consideración se respira un aroma de autentica caridad para niños, adulto y ancianos, enfermos y sanos, chicos vagabundos, que habían hecho su hogar junto al Río, debajo de un puente, en una humilde choza de cartón, quienes en principio fueron recogidos por una típica camioneta de los años cincuenta que aún se conserva en excelentes condiciones.

Pero también, preocupado por la suerte del obrero chileno y sus paupérrimas condiciones, el Padre Alberto, se introdujo en el mundo del trabajo creando además la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH) en 1947, ocupando el cargo de Capellán. Allí en la (ASICH), formó dirigentes cristianos y organizó los servicios jurídicos y sociales para defender sus derechos. Cabe destacar el reconocimiento y la afiliación de esta organización a la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos e integrada a organismos internacionales como la ONU, UNESCO y la Organización Internacional del Trabajo.

También es el creador de la revista Mensaje, que público su primer número en octubre de 1951, revista con la cual se hicieron presente los valores de solidaridad, el servicio, la justicia social, y el Evangelio.

Así fue, como el 18 de agosto de 1952, a los cincuenta y dos años de edad, y estando enfermo de cáncer, fue llamado por Dios, del cual tenemos la convicción total, que fue recibido amorosamente, como uno de sus predilectos hijos, que se entregó por entero a vivir y trabajar en el espíritu del amor de Cristo como uno mas de sus apóstoles.

El Padre Alberto Hurtado Cruchaga, fue beatificado en Roma en 1994 y es el segundo de los chilenos, después de la carmelita Teresita de los Andes, y muy pronto también la joven Laurita Vicuña, que tiene un puesto de honor junto a todos los santos de Dios. Canonizado el 23 de octubre de 2005, por el Santo Padre, Papa Benedicto XVI.

(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=24755)

16 agosto, 2018

San Esteban de Hungría,

  
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¡Oh!, San Esteban de Hungría, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y, que siendo de alta alcurnia
os hicisteis el último de todos a imitación de vuestro
Maestro, Señor y Dios nuestro, Jesucristo. Vuestro poder
al servicio de los desposeídos, menesterosos y pobres
pusisteis, dando de vuestra fortuna “in extenso”, tanto
que, la gente os gritaba: “¡Ahora sí se van a acabar
los pobres!”. “Ellos representan mejor a Jesucristo, a
quien yo quiero atender de manera especial. Una cosa
sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor.
Si en mí existe la capacidad de hacerlo”, se os escuchaba
a menudo decir. Para mezclaros con los pobres y necesitados
os disfrazabais de albañil y así, salíais por la noche
por todas las calles a repartir ayuda. Pero, en una de ellas
al encontraros con un grupo de aquellos, repartisteis las
monedas que llevabais, tantas que, al final os las quitaron
y os agradieron con palos. Cuando cesó todo, os pusisteis
de rodillas y luego, disteis gracias a Dios por haberos
concedido tal sacrificio. Nuestra fe Católica expandisteis,
en su doctrina y en su obra. Tanto que, la devoción
por Nuestra Señora nunca la dejasteis y, en su honor templos
levantasteis, invocándola a cada instante con amor y fe,
y, con ello, la idolatría y las falsías religiones acabasteis.
Un día perdisteis en una cacería a vuestro amado hijo, a
quien habíais formado como vuestro sucesor. Al saberlo
sólo exclamasteis: “El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó. Bendito sea Dios”. Los últimos años de vuestra
vida, padecisteis enfermedades que os fueron purificando
y santificando cada vez más. Y, el día de la Asunción
de Nuestra Señora, fiesta amada por vos, voló vuestra
alma al cielo, así ganando, corona de luz eterna, como
justo premio a vuestra entrega de amor y misericordia.
Santo Patrono y conversor de todo el reino de Hungría;
¡oh!, San Esteban, “vivo Cristo de amor y misericordia”.


 © 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
____________________________________


16 de agosto
San Esteban rey de Hungría
Año 1038

Esteban significa: “coronado” (estebo= corona).


Este santo tiene el honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría. Fue bautizado por San Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de Alemania, la cual influyó mucho en su vida. Valiente guerrero y muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el hijo del mandatario anterior.
Cuando ya hubo derrotado a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa como primer rey de aquel país.
El cariño del rey Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.
La cantidad de limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente exclamaba: “¡Ahora sí se van a acabar los pobres!”. El personalmente atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: “Ellos representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera especial”.
Para conocer mejor la terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba. Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con más prudencia para evitar peligros. El les dijo: “Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo”.

A su hijo lo educó con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica. La gente al ver su modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: “El rey Esteban convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras”.

Dios, para poderlo hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan infausta noticia: “El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea Dios”. Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.

Los últimos años de su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y santificando cada vez más. El 15 de agosto del año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente. Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro se obraron admirables milagros.

Que nuestro Dios Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey Esteban.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Esteban_de_Hungria.htm)

San Esteban de Hungría

 
 
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 ¡Oh!, San Esteban de Hungría, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y, que siendo de alta alcurnia
os hicisteis el último de todos a imitación de vuestro
Maestro, Señor y Dios nuestro, Jesucristo. Vuestro poder
al servicio de los desposeídos, menesterosos y pobres
pusisteis, dando de vuestra fortuna “in extenso”, tanto
que, la gente os gritaba: “¡Ahora sí se van a acabar
los pobres!”. “Ellos representan mejor a Jesucristo, a
quien yo quiero atender de manera especial. Una cosa
sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor.
Si en mí existe la capacidad de hacerlo”, se os escuchaba
a menudo decir. Para mezclaros con los pobres y necesitados
os disfrazabais de albañil y así, salíais por la noche
por todas las calles a repartir ayuda. Pero, en una de ellas
al encontraros con un grupo de aquellos, repartisteis las
monedas que llevabais, tantas que, al final os las quitaron
y os agradieron con palos. Cuando cesó todo, os pusisteis
de rodillas y luego, disteis gracias a Dios por haberos
concedido tal sacrificio. Nuestra fe Católica expandisteis,
en su doctrina y en su obra. Tanto que, la devoción
por Nuestra Señora nunca la dejasteis y, en su honor templos
levantasteis, invocándola a cada instante con amor y fe,
y, con ello, la idolatría y las falsías religiones acabasteis.
Un día perdisteis en una cacería a vuestro amado hijo, a
quien habíais formado como vuestro sucesor. Al saberlo
sólo exclamasteis: “El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó. Bendito sea Dios”. Los últimos años de vuestra
vida, padecisteis enfermedades que os fueron purificando
y santificando cada vez más. Y, el día de la Asunción
de Nuestra Señora, fiesta amada por vos, voló vuestra
alma al cielo, así ganando, corona de luz eterna, como
justo premio a vuestra entrega de amor y misericordia.
Santo Patrono y conversor de todo el reino de Hungría;
¡oh!, San Esteban, “vivo Cristo de amor y misericordia”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de agosto
San Esteban rey de Hungría
Año 1038

Esteban significa: “coronado” (estebo= corona).


Este santo tiene el honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría. Fue bautizado por San Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de Alemania, la cual influyó mucho en su vida. Valiente guerrero y muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el hijo del mandatario anterior.

Cuando ya hubo derrotado a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa como primer rey de aquel país.

El cariño del rey Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.

La cantidad de limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente exclamaba: “¡Ahora sí se van a acabar los pobres!”. El personalmente atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: “Ellos representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera especial”.

Para conocer mejor la terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba. Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con más prudencia para evitar peligros. El les dijo: “Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo”.

A su hijo lo educó con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica. La gente al ver su modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: “El rey Esteban convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras”.

Dios, para poderlo hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan infausta noticia: “El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea Dios”. Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.

Los últimos años de su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y santificando cada vez más. El 15 de agosto del año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente. Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro se obraron admirables milagros.

Que nuestro Dios Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey Esteban.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Esteban_de_Hungria.htm)

15 agosto, 2018

La Asunción de la Virgen María a los cielos

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¡Oh!; Santa María, Madre del Dios Vivo, Asunta al cielo,
quiso Vuestro Hijo, jamás dejaros en este valle de lágrimas
y al cielo os elevó, en cuerpo y alma, para que desde lo alto
reinaseis el tiempo todo. Vuestra Asunción, gloriosa es
y toda ella, fundamento tiene, pues Vos, con la obra de amor
de Vuestro Hijo, contribuisteis ayudando gloriosamente
en la misión que Dios Padre, os encomendó. San Ambrosio,
San Epifanio y Timoteo, así, lo señalan. Y, San Germán
de Constantinopla, en labios de Jesús pone estas palabras:
“Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre
inseparable de tu Hijo”. San Juan Damasceno dice: “Era
necesario que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz
y recibido en pleno corazón la espada del dolor contemplara
a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre”. Vos, María,
la “nueva Eva” sois; que de Cristo, “nuevo Adán”, recibisteis
la plenitud de la gracia y de la gloria celestial, habiendo
sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder
soberano de vuestro Hijo. Por ello, Vos, María, entrasteis
en la gloria, porque al Hijo de Dios, acogisteis en Vuestro
virginal seno y, en Vuestro corazón. “¡Bendita Tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Y, hoy, más,
que nunca, en un mundo en el que la vida se desprecia,
se degrada, se tortura y se mata, y en el que, los derechos
de los niños no nacidos, se pisotean, porque a las madres,
las asedia un nuevo dragón: los “nuevos Herodes”, que
vestidos de blanco, no sólo ansían, sino que lo hacen,
tragarse el fruto de sus vientres, por ambición y codicia.
Por todo ello, honor de nuestra raza eres, “vida y esperanza
nuestra”. “¡Oh!, Reina, llévanos hacia Vos, queremos correr
tras el olor de Vuestros perfumes hasta la montaña santa,
hasta la casa de Dios”. Porque Vos, que, a la “Vida eterna”
albergasteis, no podías menos que, dormir la muerte terrenal
del sepulcro y, por ello, a Vos, vino al que ayer le brindasteis
vuestra santa humanidad: el “Dios Vivo” para llevaros consigo,
por la eternidad eterna de los siglos de los siglos. ¡Aleluya!
¡oh!, Santa María, Asunta al cielo, “Vivo amor y luz de Dios”.
 

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Amor

¡Oh!, Santa María Asunta al cielo
¿Cuánto amor por Vuestro Hijo?
¡Todo!
¿Cuánto amor de Vuestro Hijo?
¡Todo!
¿Cuánto amor por Vuestros Hijos?
¡Todo!
¡Oh!, Santa María Asunta al cielo.

 

© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Agosto
La Asunción de la Virgen María a los cielos

Por: Padre Jesús Martí Ballester

Los rosales en flor y los lirios del campo la rodean como en primavera


1. LA ASUNCIÓN DE MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
“¡Qué hermosa eres, amada mía! -exclama el Cantar de los Cantares ante la Esposa que sube a los cielos-, tus ojos de paloma por entre el velo; tu pelo es un rebaño de cabras descolgándose por las laderas de Galaad. Tus labios son cinta escarlata, y tu hablar, melodioso, tus sienes dos mitades de granada.”

La Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la participación de María en la misión de su Hijo, sostiene la perenne y concorde tradición de la Iglesia. La Asunción de la Virgen está integrada, desde siempre, en la fe del pueblo cristiano, quien, al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también proclamar la glorificación de su cuerpo, cuyo primer testimonio aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», que se remontan a los siglos II y III.

2. LOS PADRES. LA TRADICION. JUAN PABLO II
La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido. Así lo testifican san Ambrosio, san Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla pone en labios de Jesús estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, madre inseparable de tu Hijo». La misma tradición ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón, imagina que Cristo pregunta a Pedro y a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le responden: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convirtiera en tu morada inmaculada. Por tanto, dado que reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu madre y la lleves contigo, dichosa, al cielo». La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso. San Germán, lleno de poesía, dice que el amor de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo divino en el cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a él. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?». E integra la relación entre Cristo y María con la dimensión salvífica de la maternidad: «Era necesario que la madre de la Vida compartiera la morada de la Vida». San Juan Damasceno subraya: «Era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre».

A la luz del misterio pascual, se ve la oportunidad de que la Madre fuera glorificada después de la muerte junto con el Hijo. El Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción, lo une al privilegio de la Inmaculada Concepción: Precisamente porque fue «preservada libre de toda mancha de pecado original» (LG, 59), María no debía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y su santidad perfecta desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, se entiende el plan de la Providencia divina con respecto a la humanidad. María es la primera criatura humana después de Cristo, en la que se realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, mediante la resurrección de los cuerpos. En la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. Como había sucedido en el origen del género humano, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse en una pareja. Por eso, en la gloria celestial, al lado de Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva, primicias de la resurrección general de los cuerpos de toda la humanidad. Ciertamente, la condición escatológica de Cristo y la de María no se han de poner en el mismo nivel. María, nueva Eva, recibió de Cristo, nuevo Adán, la plenitud de gracia y de gloria celestial, habiendo sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder soberano del Hijo, lo que pone de relieve que la Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad del cuerpo humano.

Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad moderna somete frecuentemente el cuerpo femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano, llamado por el Señor a transformarse en instrumento de santidad y a participar en su gloria. María entró en la gloria, porque acogió al Hijo de Dios en su seno virginal y en su corazón. Contemplándola, el cristiano aprende a descubrir el valor de su cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección. La Asunción, privilegio concedido a la Madre de Dios, representa así un inmenso valor para la vida y el destino de la humanidad (Juan Pablo II).

3. LOS POETAS
“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas” (Ap 11,19). Maravillado y transido de belleza canta el poeta: “¿A dónde va, cuando se va la llama? ¿A dónde va, cuando se va la rosa? ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa, ¿qué amor de Padre la abraza y la reclama?. Esta vez como aquella, aunque distinto; el Hijo ascendió al Padre en pura flecha. Hoy va la Madre al Hijo, va derecha al Uno y Trino, el trono en su recinto. No se nos pierde, no; se va y se queda. Coronada de cielos, tierra añora y baja en descensión de Mediadora, rampa de amor, dulcísima vereda”.

4. SI MARIA TRIUNFA DEL PECADO, TAMBIEN DE LA MUERTE
El Apocalipsis pinta la imagen prodigiosa de una mujer glorificada que aparece encinta, a punto de dar a luz, “gritando entre los espasmos del parto”, y acosada por un “enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera”. El águila de Patmos vio en esta revelación a la Iglesia, en su doble dimensión de luminosidad y de oscuridad, de grandeza y de tribulación, coronada de estrellas y gritando de dolor. María, Madre del Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia que va a nacer, es también la primera hija privilegiada de la Iglesia, triunfadora del dragón que quiere devorar a la Madre y al Niño, pero fracasa en su intento porque el niño fue arrebatado al cielo junto al trono de Dios, mientras ella ha escapado al desierto. El misterio del mal en el mundo produce escándalo en algunos hombres. ¿Cómo Dios permite todo si lo puede arreglar todo? No se tiene en cuenta la libertad humana que Dios respeta conscientemente; ni la limitación del mundo creado, con sus leyes inmutables; ni la maldad del maligno, que intenta devorar a los hijos de la mujer mientras vivan en este destierro. Ni que Dios a ese mundo dolorido, probado y exhausto, le tiende la Mano Poderosa, que ayuda y restauradora del bien.

El pueblo de Israel fue llevado por Dios al desierto, como la esposa de Oseas, para hablarle al corazón y fortalecerlo en el amor y en el coraje para implantar “el reino de nuestro Dios”, “victoria que ya llega”. Con María estamos todos en el desierto con la fuerza del Espíritu que nos ayuda a vencer los peligros del erial repleto de emboscadas.

5. MARIA FIGURA Y PRIMICIA DE LA IGLESIA
Pero si María ha sido subida al cielo, como tipo de la Iglesia, también lo será la Iglesia. Aunque hoy nos sintamos terrenos y pecadores, porque en el desierto “la Iglesia es a la vez santa y pecadora”, seremos en el mundo futuro, resucitados y enaltecidos. Mirad cómo la traen entre alegría y algazara al palacio real ante la presencia del rey, prendado de la belleza de la reina, enjoyada de oro a la derecha del rey. Contemplad cómo le dice el rey: “Escucha, hija, inclina el oído a las palabras enamoradas que brotan de mi corazón encendido contemplando tu hermosura” (Sal 44). Y gozad con “el ejército de los ángeles que está lleno de alegría y de fiesta”. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1,39). Salta también de gozo Juan en el seno de Isabel. La fiesta de los ángeles del cielo se comunica por anticipado al pueblo de la montaña, donde, con la prisa del amor, llegó María, con un Jesús chiquitín en sus entrañas. El Espíritu Santo invadió aquella casa e hizo cantar a aquellas mujeres dichosas las grandezas y maravillas del Señor. María se sintió inspirada y proclamó el “Magnificat” cantando su alegría porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava. Y como supo que la llamarían feliz todas las generaciones de los hombres, lo cantó sin complejos. Y enalteció la misericordia que tiene y que tendrá siempre, de generación en generación, con sus fieles amados. Y afirmó que no se había olvidado de lo prometido a nuestros primeros padres, a Abraham y su descendencia para siempre: porque una mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, “el dragón rojo”. María, ya glorificada en el cielo, no se olvida de los hermanos de su Hijo, que se debaten en las tentaciones y asechanzas del dragón en el desierto. Porque en el cielo no ha dejado su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación (LG 62). “La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en el cielo en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que llegará a la perfección en la vida futura, así también en esta tierra antecede como una antorcha radiante de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante” (LG 68).

6. CULMINACION DEL EVANGELIO DE LA VIDA
En un mundo en que se desprecia la vida, en que se degrada la vida, en que se mata y se tortura la vida, en que se pisotean los derechos de las personas y del niño no nacido que el dragón en las madres, nuevos Herodes, quieren tragarse, tú honor de nuestra raza, eres “vida y esperanza nuestra”. Cuando el Papa Pío XII definió el dogma de la Asunción, la Escuela Psicoanalítica de Zurich, dirigida por Jung, declaró que la definición del dogma había sido una respuesta genial al desprecio de la vida y la persona humana. Hija de un designio eterno, María es el epítome de todas las perfecciones. Si Dios tuviese necesidad del tiempo como nosotros, habría tenido que emplear la eternidad para idear una criatura tan perfecta. Ni el pecado proyectó su sombra en aquella alma privilegiada, ni la fealdad sentó su garra en aquel cuerpo transfigurado por celestiales reverberos. Ni se marchitaron sus nardos, ni palideció su luz, ni desapareció la fragante frescura que había dejado en ella la gloria del Verbo, al descender como rocío silencioso a sus entrañas. Admirados y gozosos han celebrado los Santos Padres la belleza de María. “San Juan Damasceno llama a María “la buena gracia de la naturaleza humana y el ornamento de la creación”.

El Areopagita, si San Pablo no le hubiese enseñado el nombre del Dios único, deslumbrado por el brillo de su rostro, la hubiera tomado por la misma divi­nidad. “Nada puede compararse a su belleza, dice San Epifanio, una belleza en que se mezclan la dulzura y la majestad, que levanta hacia Dios e inspira los nobles pensamientos, que ilu­mina el alma y hace germinar el santo amor”. Viendo a Beatriz con los ojos fijos ante su imagen gloriosa, cantaba el Dante: “El amor que la precede, hiela los corazones vulgares y arranca los malos brotes del corazón. Todo el que se detenga a contemplarla, se convertirá en una noble criatura o morirá a sus pies.” En medio de los dolores del Calvario, grandes como el mar, pudimos llamarla la más hermosa entre las mujeres; y cuando, terminados los años de su peregrinación terrena, sale de esta tierra que se había iluminado con sus ojos y enjoyecidos con su llanto, los coros celestiales claman llenos de estupor: “¿Quién es ésta que viene del desierto, bañada de encantos, bella como la luna, escogida como el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?”.

7. LA MUERTE DE MARIA
La muerte no se atrevió a destruir aquella maravilla de la mano de Dios. Ella que se había reído de Nemrod el cazador, de Hércules el invencible, y de Alejandro, debelador de imperios, llegaba ahora tímida y temblando, como una madre que se acerca de puntillas a la cuna de su niño dormido. Ni reacciones dolorosas, ni muecas grotescas, ni violentas sacudidas, ni lágrimas, ni espasmos, ni terrores. Su cuerpo se durmió con la gracia de un clavel desprendido de la clavellina; como un susurro del viento en el hayedo; como un arpegio de arpa al impulso del aire, como una orquídea dorada mecida en el perfume de las albahacas, como una ola de espuma en la playa de un mar de oro. Como el parpadeo de una estrella que se va escondiendo en el cielo; con el balanceo de una espiga dorada y granada mecida por el susurro del viento primaveral. Asi se inclinaría el cuerpo de la Virgen María, así sería su último suspiro, así brillarían sus ojos purísimos en aquella hora. Calma dulcísima de atardecer, nube de incienso que se pierde en el azul, flor que se cierra, sol que se desmaya en la curva del horizonte para arder resplandeciendo en otro hemisferio infinitamente más luminoso y más bello. Eso sería la muerte de María; un sueño dulcísimo, una separación inefable, un éxtasis de amor. “Ella es -exclama San Bernardo- la que pudo decir con verdad: “He sido herida del amor”, porque la flecha del amor de Cristo la transverberó de tal modo que en su corazón virginal cada átomo se incendió en un fuego soberano.

Fue una muerte de amor, de aquel amor que es más fuerte que la muerte, el que transverberó a Santa Teresa. El que le hacía decir aquellas palabras escritas para ella: “Hijas de Jerusalén, por los ciervos del campo os conjuro, decidme si habéis visto a mi amado, porque me muero de amor.” “Vuelve, vuelve ya, amado mío vuelve con la celeridad del cervatillo”. San Francisco de Sales decía: “Es imposible imaginar que esta verdadera Madre natural del Hijo de Dios haya muerto de otra muerte; muerte la más noble de todas y debida a la más noble vida que hubo jamás entre las criaturas; muerte que los ángeles mismos desearían gustar, si fuesen capaces de morir.” Fue una “dormición”, como decían los primeros cristianos, y siguen diciendo los cristianos orientales; una salida, un éxodo, según la expresión de los españoles de la Edad Media. La Iglesia Romana dice Asunción. Dios quiso que María pasase por la muerte, como su Hijo, aunque no la merecía, para ofrecernos el tipo de una muerte santa y el consuelo de su auxilio en nuestra hora suprema. María pasó por la muerte, dice San Agustín, pero no se quedó en ella. Así cantaba el poeta: Meced a la esposa mía para que se duerma ahora: “Tota pulchra es María Tota pulchra et decora.” ¡Sueño bienaventurado! ¡Cuan dulcemente reposa! Por las cabras del collado, por los ciervos corredores, no despertéis a la esposa, que en los brazos del Amado se está muriendo de amores. Del cielo descendía la invitación apremi­ante: “Ven, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía; ya pasó el invierno, cesó la lluvia y el granizo; ven para ser coronada con corona de gracias.” Y María enamorada, susurraba:“Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el Amado cesó todo y quedéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.

8. LA HORA TRIUNFAL
Un rumor extraño se alza en el sepulcro de Getsemaní donde reposan los restos sagrados. Zumbidos de alas, súbitos resplandores, embajadas de ángeles, como el de la noche sobre la gruta de Belén. Los lirios esparcen sus más exquisitos perfumes, las brisas traen caricias de jardines, los olivos inclinan suavemente sus ramas. Después, una procesión de luces, un soberano concierto, una voz acariciadora, un sepulcro vacío y una mujer que atraviesa los cielos, vestida de sol, llevando la luna por pedestal y, en torno suyo, cortejo de ángeles y de serafines. Es la Madre de Dios; como decía el poeta medieval, “la llama coronada que se va en pos de su divina primogenitura; la rosa en que el Verbo se hizo carne; la estrella fulgente que triunfa en la altura como triunfó en los abismos”.

El prodigio epilogaba una vida endiosada. El círculo abierto en el misterio de la Concepción Inmaculada se cerraba con el de la Asunción gloriosa. De todos los siglos cristianos brota la exclamación admirada: “La Virgen María ha sido trasladada al tálamo celeste, donde el Rey de la gloria se sienta sobre un trono de estrellas.” Hace más de mil años clamaba ya la litur­gia en el día de la Asunción: “Alégremonos en el Señor al celebrar esta fiesta admirando tanto más la maravillosa traslación de María, cuanto más conveniente nos parece ese fin singular”. ¿Qué cosa más natural que pase a otra vida sin dolor la que había dado a luz sin dolor? ¿Y qué más conveniente que ver libre de la corrupción a la que había permanecido sin mancha? La Madre de la Vida, no podía dormir en la muerte. La Madre del camino no podía quedarse en medio del camino. La Madre de la Luz no debía dormir en las tinieblas del sepulcro. Ante esa figura que se aleja de nuestro suelo radiante y gloriosa, la Iglesia llena de admiración, estalla en cánticos de alabanza mezclados con las más bellas imágenes, los ecos del Antiguo Testamento, los encantos de la naturaleza y el fulgor del lirismo: Vi su radiante figura remontándose a la altura recostada en el Amado. Y era como una paloma que sube del agua pura cortando el aire callado: un inenarrable aroma dejaba su vestidura, como si todas las flores que tiene la primavera condensaran sus olores en su hermosa cabellera. Y ella subía, subía, Subía hasta el Cielo sumo como varita de humo, que hacia los aires envía la mirra más excelente. mezclada con el incienso; y el claro sol, a su ascenso, le rodeaba la frente.

9. LA RECEPCION CELESTIAL
El amor del Padre a la Madre Inmaculada de su Hijo y el del Hijo a su Madre, Esposa del Espíritu, a la gloria celeste la ensalzan. No se puede comparar el recibimiento que Salomón hizo a su madre Betsabé cuando llegó a su palacio real, que se levantó para recibirla y le hizo una inclinación; luego se sentó en el trono, mandó poner un trono para su madre, y Betsabé se sentó a su derecha” (1 Re 2,19), con el que el Rey del Cielo le ha hecho a su madre glorificada con su abrazo tierno y eterno. “Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí” (Cant 2,10). Cuando surge el amor en el alma, el cuerpo exulta y resplandece. Y el amor a María, que creció siempre enamorada y “enferma de amor”, “decidle que adolezco, peno y muero”, ha llegado a la cumbre donde Dios hace la suprema excelsa maravilla de la criatura nueva que a todos nos precede y nos arrastra, dominando la muerte. El río de amor rebosante convertido en mar, ha entrado en el océano infinito de felicidad y la dulzura. “ El día primero de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó solemnemente: “Declaramos, definimos, que la Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida mortal, fue asumpta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.

10. LA LEYENDA AUREA
Se escriben y se cuentan las narraciones más exquisitas de la leyenda dorada, un drama, lleno de vida, que termina con un epílogo bellísimo; una deliciosa historia, propia del genio oriental, ilumi­nada de estrellas y de ángeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas las maravillas del cielo y de todas las bellezas de la tierra. Empezó a difundirse por el Oriente en el siglo V con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes; más tarde, Gregorio de Tours la da a conocer en las Galias; los españoles de la Reconquista también la leían, y los cristianos de la Edad Media buscaron en sus páginas alimento de fe y entusiasmo religioso. Un Ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: “María, levántate; te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda.” María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica fue el preludio del gran acontecimiento. Poco después, los Apósto­les, que sembraban la semilla evangélica por toda la tierra, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa, que les llevaba hacia Jerusalén.

Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, con efluvios de altar, en que la Madre de su Maes­tro esperaba la venida de la muerte. De repente sonó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de perfumes, y apareció Cristo con un cortejo de serafines vestidos de dalmá­ticas de fuego. Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: “Ven, amada mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza.” Y María respondió: ” Proclama mi alma la grandeza al Señor.” Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desapa­recía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías.

El corazón limpio, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne inmaculada. Se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: “Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad este cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas.” Se formó el cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba San Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles batían sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: “No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré, porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable.” Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno del sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: “La paz sea con vosotros.” Era Jesús que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde, pero ahora tiene razón: viene de la India lejana: Interroga y escudriña; es inútil: en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires, una estela luminosa cae junto a los pies de Tomás, el ceñidor que le envía la Virgen en señal de despedida.

11. AUNQUE LA IGLESIA NO LA RECOGE EN SU LITURGIA, PERMITIO QUE SE EXTENDIERA
Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos. La Iglesia romana rehusó recogerla en sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Propagada por la piedad del pueblo, recorrió todos los países, penetró en la literatura, inspiró a los poetas y se hizo popular cuando en el valle de Josafat descubrieron los cruzados aquel sepulcro en que se habían obra­do tantas maravillas, y sobre el cual suspendieron ellos innu­merables lámparas de oro. Pero nadie la recogió con más amor ni la interpretó con tanta belleza como los artistas. La primera representación es anterior a la leyenda escrita. Se encuentra en un sarcófago romano de la basílica de Santa Engracia en Zaragoza. María apa­rece de pie en medio de los Apóstoles. Desde lo alto asoma una mano que aprisiona la suya, recordando aquellas frases del relato apócrifo: “El Señor extendió su mano y la puso sobre la Virgen; Ella la abrazó y la llevó a los ojos y lloró. Los discípulos se le acercaron diciendo: ¡0h Madre de la luz, ruega por este mundo que abandonas! Finalmente, el Señor extendió su mano santa y, tomando aquella alma pura, la llevó al tesoro del Padre.”

12. LOS TESTIMONIOS DE LA BELLEZA
Después se suceden las representaciones en las telas, en los marfiles y en los mosaicos. Tanto el ro­mánico como el gótico convierten el tema, en una verdadera historia en la piedra. Unas veces veremos a los Apóstoles en torno de María mori­bunda; otras, desfila el cortejo precedido por el discípulo ama­do; otras, el grupo apostólico aparece a la puerta del monumento; o se presenta el ángel para arrebatar su presa a la muerte y al sepulcro. Motivos particularmente amados por el Oriente, que, más que la Asunción, celebra la Dormición de María. Los occidentales prefieren representar el momento en que María atraviesa los cielos pisando estrellas y alas de ángeles. Murillo y Rafael y los imagineros del Siglo de Oro la representaron en sus retablos. Nos trasportan al Cielo, poniendo ante nuestros ojos el momento de la coronación, como el cuadro del Louvre en que Fray Angélico nos presenta a María coronada por su Hijo entre coros de vírgenes, de santos y de mártires, vestidos de celestes colores. Pero ya dos siglos antes el tema estaba tratado con grandeza en Notre Dame de París, y al escultor había precedido el maestro románico de Silos. Se ha combinado la Anunciación con la Coronación. Gabriel dobla la rodilla, pronunciando su mensaje con graciosa sonrisa. Dos ángeles salen de las nubes y colocan la corona en las sienes de María. Su diestra hace un gesto de sorpresa ante el anuncio del mensajero divino, pero todo en su actitud revela imperio y majestad. En el Cielo y en la tierra todo se reunía para celebrar el triunfo definitivo de la Madre de Dios: el hombre y el ángel, la flor y la estrella, la inocencia y el pecado, la fe y el amor, la poesía y el arte, en un concierto universal en honor del vuelo sublime. La Madre del amor y de la esperanza se aleja de nosotros; pero no se nos ocurre llorar, sino asociarnos a los júbilos del paraíso. Ni un eco de melancolía en las melodías de la liturgia; a no ser aquel en que, imaginando a María en el momento de trasponer las nubes, se nos ocurre levantar a ella nuestro anhelo, y, asiendo la punta de su manto, repetir las palabras bíblicas: “Oh Reina, llévanos en pos de ti; queremos correr tras el olor de tus perfumes hasta la montaña santa, hasta la casa de Dios”. Pero ya llegará el día de nuestro triunfo, porque también para nosotros hay una silla y una corona.

13. El MISTERIO DE ELCHE
Después del Concilio de Trento y basado en los Evangelios Apócrifos y en la Leyenda Aurea, surge El Misterio de Elche, drama asuncionista del siglo XV, que se celebra en la Basílica de Santa María, por bula papal de Urbano VIII en 1632, y que en la actualidad opta a ser declarado Patrimonio Oral e Intangible por la UNESCO. Se desarrolla en dos actos, en La Vesprá, se representa la muerte de María y La Festa, describe el entierro, la asunción y la coronación de la Virgen. Bajo la cúpula de la Basílica se coloca un cadafal, donde se desarrollan las escenas del drama asuncionista. En la cima de la cúpula, que dista 22 metros desde el cadafal, hay una abertura cubierta por una enorme tela pintada que simula el cielo, donde se esconden los artilugios que hacen aparecer y desaparecer los actores, que crean la magia del Misterio. La Festa La Magrana, una granada gigante desciende y al abrirse desprende una lluvia de oropel, transporta al ángel con la palma para comunicar a la Virgen su próxima muerte y su asunción a los cielos. En la Vesprá el Araceli transporta a cinco ángeles para llevar el alma de María al cielo y pedir a los apóstoles que la entierren en el valle de Josafat, y en la Festa, el ángel con el alma de la Virgen es sustituido por la imagen de la Virgen dormida. En la Coronación, Dios Padre corona a la Virgen en la apoteosis del Misterio. Para manifestar nuestro júbilo por la gloria de nuestra Madre, prenda sagrada de nuestra gloria. Es bien que todos llenemos nuestras almas de alegría, por la grandeza en que vemos a nuestra Madre María; pues Dios le ha querido dar tan soberanos honores, porque ella los ha de usar para mejor perdonar a los pobres pecadores. A la gloria celeste la ensalzan.

(http://www.mariologia.org/reflexionesmarianas917.htm)