16 agosto, 2019

San Esteban de Hungría


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 ¡Oh!, San Esteban de Hungría, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, su amado santo y, que, siendo de alta alcurnia
os hicisteis el último de todos a imitación de vuestro
Maestro, Señor y Dios nuestro, Jesucristo. Vuestro poder
al servicio de los desposeídos, menesterosos y pobres
pusisteis, dando de vuestra fortuna “in extenso”, tanto
que, la gente os gritaba: “¡Ahora sí se van a acabar
los pobres!”. “Ellos representan mejor a Jesucristo,
a quien yo quiero atender de manera especial. Una cosa
sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor.
Si en mí existe la capacidad de hacerlo”, se os escuchaba
a menudo decir. Para mezclaros con los pobres y necesitados
os disfrazabais de albañil y así, salíais por la noche
por todas las calles a repartir ayuda. Pero, en una de ellas
al encontraros con un grupo de aquellos, repartisteis las
monedas que llevabais, tantas que, al final os las quitaron
y os agradieron con palos. Cuando cesó todo, os pusisteis
de rodillas y luego, disteis gracias a Dios por haberos
concedido tal sacrificio. Nuestra fe Católica expandisteis
tanto en su doctrina, como en su obra. La devoción por
Nuestra Señora nunca la dejasteis y, en su honor templos
levantasteis, invocándola a cada instante con amor y fe,
y, con ello, la idolatría y las falsías religiones acabasteis.
Un día perdisteis en una cacería a vuestro amado hijo,
a quien habíais formado como vuestro sucesor. Al saberlo
sólo exclamasteis: “El Señor me lo dio, el Señor me lo
quitó. Bendito sea Dios”. Los últimos años de vuestra
vida, padecisteis enfermedades que os fueron purificando
y santificando cada vez más y más. Y, el día de la Asunción
de Nuestra Señora, fiesta amada por vos, voló vuestra
alma al cielo, así ganando, corona de luz eterna, como
justo premio a vuestra entrega de amor y misericordia.
Santo Patrono y conversor de todo el reino de Hungría;
¡oh!, San Esteban, “vivo Cristo de amor y misericordia”.



© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de agosto
San Esteban rey de Hungría
Año 1038

Que nuestro Dios Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey Esteban.
Esteban significa: “coronado” (estebo= corona).

Este santo tiene el honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría. Fue bautizado por San Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de Alemania, la cual influyó mucho en su vida. Valiente guerrero y muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el hijo del mandatario anterior.

Cuando ya hubo derrotado a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa como primer rey de aquel país.

El cariño del rey Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.

La cantidad de limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente exclamaba: “¡Ahora sí se van a acabar los pobres!”. El personalmente atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: “Ellos representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera especial”.

Para conocer mejor la terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba. Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con más prudencia para evitar peligros. El les dijo: “Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo”.

A su hijo lo educó con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica. La gente al ver su modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: “El rey Esteban convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras”.

Dios, para poderlo hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan infausta noticia: “El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea Dios”. Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.

Los últimos años de su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y santificando cada vez más. El 15 de agosto del año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente. Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro se obraron admirables milagros.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Esteban_de_Hungria.htm)

15 agosto, 2019

La Asunción de la Virgen María a los cielos

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 ¡Oh!; Santa María, Madre del Dios Vivo, Asunta al cielo,
quiso Vuestro Hijo, jamás dejaros en este valle de lágrimas
y al cielo os elevó, en cuerpo y alma, para que desde lo alto
reinaseis el tiempo todo. Vuestra Asunción, gloriosa es
y toda ella, fundamento tiene, pues Vos, con la obra de Amor
de Vuestro Hijo, contribuisteis ayudando gloriosamente
en la misión que Dios Padre, os encomendó. San Ambrosio,
San Epifanio y Timoteo, así, lo señalan. Y, San Germán
de Constantinopla, en labios de Jesús pone estas palabras:
“Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre
inseparable de tu Hijo”. San Juan Damasceno dice: “Era
necesario que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz
y recibido en pleno corazón la espada del dolor contemplara
a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre”. Vos, María,
la “nueva Eva” sois; que de Cristo, “nuevo Adán”, recibisteis
la plenitud de la gracia y de la gloria celestial, habiendo
sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder
soberano de vuestro Hijo. Por ello, Vos, María, entrasteis
en la gloria, porque al Hijo de Dios, acogisteis en Vuestro
virginal seno y, en Vuestro corazón. “¡Bendita Tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Y, hoy, más,
que nunca, en un mundo en el que la vida se desprecia,
se degrada, se tortura y se mata, y en el que, los derechos
de los niños no nacidos, se pisotean, porque a las madres,
las asedia un nuevo dragón: los “nuevos Herodes”, que
vestidos de blanco, no sólo ansían, sino que lo hacen,
tragarse el fruto de sus vientres, por ambición y codicia.
Por todo ello, honor de nuestra raza eres, “vida y esperanza
nuestra”. “¡Oh!, Reina, llévanos hacia Vos, queremos correr
tras el olor de Vuestros perfumes hasta la montaña santa,
hasta la casa de Dios”. Porque Vos, que, a la “Vida eterna”
albergasteis, no podías menos que, dormir la muerte terrenal
del sepulcro y, por ello, a Vos, vino al que ayer le brindasteis
vuestra santa humanidad: el “Dios Vivo” para llevaros consigo
por la eternidad eterna de los siglos de los siglos. ¡Aleluya!
¡oh!, Santa María, Asunta al cielo, “Vivo Amor y Luz de Dios”.



© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Amor

¡Oh!, Santa María Asunta al cielo
¿Cuánto amor por Vuestro Hijo?
¡Todo!
¿Cuánto amor de Vuestro Hijo?
¡Todo!
¿Cuánto amor por Vuestros Hijos?
¡Todo!
¡Oh!, Santa María Asunta al cielo.



  2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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 15 de Agosto
La Asunción de la Virgen María a los cielos

Por: Padre Jesús Martí Ballester

Los rosales en flor y los lirios del campo la rodean como en primavera


1. LA ASUNCIÓN DE MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

“¡Qué hermosa eres, amada mía! -exclama el Cantar de los Cantares ante la Esposa que sube a los cielos-, tus ojos de paloma por entre el velo; tu pelo es un rebaño de cabras descolgándose por las laderas de Galaad. Tus labios son cinta escarlata, y tu hablar, melodioso, tus sienes dos mitades de granada.”

La Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la participación de María en la misión de su Hijo, sostiene la perenne y concorde tradición de la Iglesia. La Asunción de la Virgen está integrada, desde siempre, en la fe del pueblo cristiano, quien, al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también proclamar la glorificación de su cuerpo, cuyo primer testimonio aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», que se remontan a los siglos II y III.


2. LOS PADRES. LA TRADICION. JUAN PABLO II

La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido. Así lo testifican san Ambrosio, san Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla pone en labios de Jesús estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, madre inseparable de tu Hijo». La misma tradición ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón, imagina que Cristo pregunta a Pedro y a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le responden: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convirtiera en tu morada inmaculada. Por tanto, dado que reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu madre y la lleves contigo, dichosa, al cielo». La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso. San Germán, lleno de poesía, dice que el amor de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo divino en el cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a él. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?». E integra la relación entre Cristo y María con la dimensión salvífica de la maternidad: «Era necesario que la madre de la Vida compartiera la morada de la Vida». San Juan Damasceno subraya: «Era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre».

A la luz del misterio pascual, se ve la oportunidad de que la Madre fuera glorificada después de la muerte junto con el Hijo. El Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción, lo une al privilegio de la Inmaculada Concepción: Precisamente porque fue «preservada libre de toda mancha de pecado original» (LG, 59), María no debía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y su santidad perfecta desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, se entiende el plan de la Providencia divina con respecto a la humanidad. María es la primera criatura humana después de Cristo, en la que se realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, mediante la resurrección de los cuerpos. En la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. Como había sucedido en el origen del género humano, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse en una pareja. Por eso, en la gloria celestial, al lado de Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva, primicias de la resurrección general de los cuerpos de toda la humanidad. Ciertamente, la condición escatológica de Cristo y la de María no se han de poner en el mismo nivel. María, nueva Eva, recibió de Cristo, nuevo Adán, la plenitud de gracia y de gloria celestial, habiendo sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder soberano del Hijo, lo que pone de relieve que la Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad del cuerpo humano.

Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad moderna somete frecuentemente el cuerpo femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano, llamado por el Señor a transformarse en instrumento de santidad y a participar en su gloria. María entró en la gloria, porque acogió al Hijo de Dios en su seno virginal y en su corazón. Contemplándola, el cristiano aprende a descubrir el valor de su cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección. La Asunción, privilegio concedido a la Madre de Dios, representa así un inmenso valor para la vida y el destino de la humanidad (Juan Pablo II).


3. LOS POETAS

“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas” (Ap 11,19). Maravillado y transido de belleza canta el poeta: “¿A dónde va, cuando se va la llama? ¿A dónde va, cuando se va la rosa? ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa, ¿qué amor de Padre la abraza y la reclama?. Esta vez como aquella, aunque distinto; el Hijo ascendió al Padre en pura flecha. Hoy va la Madre al Hijo, va derecha al Uno y Trino, el trono en su recinto. No se nos pierde, no; se va y se queda. Coronada de cielos, tierra añora y baja en descensión de Mediadora, rampa de amor, dulcísima vereda”.


4. SI MARIA TRIUNFA DEL PECADO, TAMBIEN DE LA MUERTE

El Apocalipsis pinta la imagen prodigiosa de una mujer glorificada que aparece encinta, a punto de dar a luz, “gritando entre los espasmos del parto”, y acosada por un “enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera”. El águila de Patmos vio en esta revelación a la Iglesia, en su doble dimensión de luminosidad y de oscuridad, de grandeza y de tribulación, coronada de estrellas y gritando de dolor. María, Madre del Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia que va a nacer, es también la primera hija privilegiada de la Iglesia, triunfadora del dragón que quiere devorar a la Madre y al Niño, pero fracasa en su intento porque el niño fue arrebatado al cielo junto al trono de Dios, mientras ella ha escapado al desierto. El misterio del mal en el mundo produce escándalo en algunos hombres. ¿Cómo Dios permite todo si lo puede arreglar todo? No se tiene en cuenta la libertad humana que Dios respeta conscientemente; ni la limitación del mundo creado, con sus leyes inmutables; ni la maldad del maligno, que intenta devorar a los hijos de la mujer mientras vivan en este destierro. Ni que Dios a ese mundo dolorido, probado y exhausto, le tiende la Mano Poderosa, que ayuda y restauradora del bien.

El pueblo de Israel fue llevado por Dios al desierto, como la esposa de Oseas, para hablarle al corazón y fortalecerlo en el amor y en el coraje para implantar “el reino de nuestro Dios”, “victoria que ya llega”. Con María estamos todos en el desierto con la fuerza del Espíritu que nos ayuda a vencer los peligros del erial repleto de emboscadas.


5. MARIA FIGURA Y PRIMICIA DE LA IGLESIA

Pero si María ha sido subida al cielo, como tipo de la Iglesia, también lo será la Iglesia. Aunque hoy nos sintamos terrenos y pecadores, porque en el desierto “la Iglesia es a la vez santa y pecadora”, seremos en el mundo futuro, resucitados y enaltecidos. Mirad cómo la traen entre alegría y algazara al palacio real ante la presencia del rey, prendado de la belleza de la reina, enjoyada de oro a la derecha del rey. Contemplad cómo le dice el rey: “Escucha, hija, inclina el oído a las palabras enamoradas que brotan de mi corazón encendido contemplando tu hermosura” (Sal 44). Y gozad con “el ejército de los ángeles que está lleno de alegría y de fiesta”. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1,39). Salta también de gozo Juan en el seno de Isabel. La fiesta de los ángeles del cielo se comunica por anticipado al pueblo de la montaña, donde, con la prisa del amor, llegó María, con un Jesús chiquitín en sus entrañas. El Espíritu Santo invadió aquella casa e hizo cantar a aquellas mujeres dichosas las grandezas y maravillas del Señor. María se sintió inspirada y proclamó el “Magnificat” cantando su alegría porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava. Y como supo que la llamarían feliz todas las generaciones de los hombres, lo cantó sin complejos. Y enalteció la misericordia que tiene y que tendrá siempre, de generación en generación, con sus fieles amados. Y afirmó que no se había olvidado de lo prometido a nuestros primeros padres, a Abraham y su descendencia para siempre: porque una mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, “el dragón rojo”. María, ya glorificada en el cielo, no se olvida de los hermanos de su Hijo, que se debaten en las tentaciones y asechanzas del dragón en el desierto. Porque en el cielo no ha dejado su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación (LG 62). “La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en el cielo en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que llegará a la perfección en la vida futura, así también en esta tierra antecede como una antorcha radiante de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante” (LG 68).


6. CULMINACION DEL EVANGELIO DE LA VIDA

En un mundo en que se desprecia la vida, en que se degrada la vida, en que se mata y se tortura la vida, en que se pisotean los derechos de las personas y del niño no nacido que el dragón en las madres, nuevos Herodes, quieren tragarse, tú honor de nuestra raza, eres “vida y esperanza nuestra”. Cuando el Papa Pío XII definió el dogma de la Asunción, la Escuela Psicoanalítica de Zurich, dirigida por Jung, declaró que la definición del dogma había sido una respuesta genial al desprecio de la vida y la persona humana. Hija de un designio eterno, María es el epítome de todas las perfecciones. Si Dios tuviese necesidad del tiempo como nosotros, habría tenido que emplear la eternidad para idear una criatura tan perfecta. Ni el pecado proyectó su sombra en aquella alma privilegiada, ni la fealdad sentó su garra en aquel cuerpo transfigurado por celestiales reverberos. Ni se marchitaron sus nardos, ni palideció su luz, ni desapareció la fragante frescura que había dejado en ella la gloria del Verbo, al descender como rocío silencioso a sus entrañas. Admirados y gozosos han celebrado los Santos Padres la belleza de María. “San Juan Damasceno llama a María “la buena gracia de la naturaleza humana y el ornamento de la creación”.

El Areopagita, si San Pablo no le hubiese enseñado el nombre del Dios único, deslumbrado por el brillo de su rostro, la hubiera tomado por la misma divi­nidad. “Nada puede compararse a su belleza, dice San Epifanio, una belleza en que se mezclan la dulzura y la majestad, que levanta hacia Dios e inspira los nobles pensamientos, que ilu­mina el alma y hace germinar el santo amor”. Viendo a Beatriz con los ojos fijos ante su imagen gloriosa, cantaba el Dante: “El amor que la precede, hiela los corazones vulgares y arranca los malos brotes del corazón. Todo el que se detenga a contemplarla, se convertirá en una noble criatura o morirá a sus pies.” En medio de los dolores del Calvario, grandes como el mar, pudimos llamarla la más hermosa entre las mujeres; y cuando, terminados los años de su peregrinación terrena, sale de esta tierra que se había iluminado con sus ojos y enjoyecidos con su llanto, los coros celestiales claman llenos de estupor: “¿Quién es ésta que viene del desierto, bañada de encantos, bella como la luna, escogida como el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?”.


7. LA MUERTE DE MARIA

La muerte no se atrevió a destruir aquella maravilla de la mano de Dios. Ella que se había reído de Nemrod el cazador, de Hércules el invencible, y de Alejandro, debelador de imperios, llegaba ahora tímida y temblando, como una madre que se acerca de puntillas a la cuna de su niño dormido. Ni reacciones dolorosas, ni muecas grotescas, ni violentas sacudidas, ni lágrimas, ni espasmos, ni terrores. Su cuerpo se durmió con la gracia de un clavel desprendido de la clavellina; como un susurro del viento en el hayedo; como un arpegio de arpa al impulso del aire, como una orquídea dorada mecida en el perfume de las albahacas, como una ola de espuma en la playa de un mar de oro. Como el parpadeo de una estrella que se va escondiendo en el cielo; con el balanceo de una espiga dorada y granada mecida por el susurro del viento primaveral. Asi se inclinaría el cuerpo de la Virgen María, así sería su último suspiro, así brillarían sus ojos purísimos en aquella hora. Calma dulcísima de atardecer, nube de incienso que se pierde en el azul, flor que se cierra, sol que se desmaya en la curva del horizonte para arder resplandeciendo en otro hemisferio infinitamente más luminoso y más bello. Eso sería la muerte de María; un sueño dulcísimo, una separación inefable, un éxtasis de amor. “Ella es -exclama San Bernardo- la que pudo decir con verdad: “He sido herida del amor”, porque la flecha del amor de Cristo la transverberó de tal modo que en su corazón virginal cada átomo se incendió en un fuego soberano.

Fue una muerte de amor, de aquel amor que es más fuerte que la muerte, el que transverberó a Santa Teresa. El que le hacía decir aquellas palabras escritas para ella: “Hijas de Jerusalén, por los ciervos del campo os conjuro, decidme si habéis visto a mi amado, porque me muero de amor.” “Vuelve, vuelve ya, amado mío vuelve con la celeridad del cervatillo”. San Francisco de Sales decía: “Es imposible imaginar que esta verdadera Madre natural del Hijo de Dios haya muerto de otra muerte; muerte la más noble de todas y debida a la más noble vida que hubo jamás entre las criaturas; muerte que los ángeles mismos desearían gustar, si fuesen capaces de morir.” Fue una “dormición”, como decían los primeros cristianos, y siguen diciendo los cristianos orientales; una salida, un éxodo, según la expresión de los españoles de la Edad Media. La Iglesia Romana dice Asunción. Dios quiso que María pasase por la muerte, como su Hijo, aunque no la merecía, para ofrecernos el tipo de una muerte santa y el consuelo de su auxilio en nuestra hora suprema. María pasó por la muerte, dice San Agustín, pero no se quedó en ella. Así cantaba el poeta: Meced a la esposa mía para que se duerma ahora: “Tota pulchra es María Tota pulchra et decora.” ¡Sueño bienaventurado! ¡Cuan dulcemente reposa! Por las cabras del collado, por los ciervos corredores, no despertéis a la esposa, que en los brazos del Amado se está muriendo de amores. Del cielo descendía la invitación apremi­ante: “Ven, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía; ya pasó el invierno, cesó la lluvia y el granizo; ven para ser coronada con corona de gracias.” Y María enamorada, susurraba:“Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el Amado cesó todo y quedéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.


8. LA HORA TRIUNFAL

Un rumor extraño se alza en el sepulcro de Getsemaní donde reposan los restos sagrados. Zumbidos de alas, súbitos resplandores, embajadas de ángeles, como el de la noche sobre la gruta de Belén. Los lirios esparcen sus más exquisitos perfumes, las brisas traen caricias de jardines, los olivos inclinan suavemente sus ramas. Después, una procesión de luces, un soberano concierto, una voz acariciadora, un sepulcro vacío y una mujer que atraviesa los cielos, vestida de sol, llevando la luna por pedestal y, en torno suyo, cortejo de ángeles y de serafines. Es la Madre de Dios; como decía el poeta medieval, “la llama coronada que se va en pos de su divina primogenitura; la rosa en que el Verbo se hizo carne; la estrella fulgente que triunfa en la altura como triunfó en los abismos”.

El prodigio epilogaba una vida endiosada. El círculo abierto en el misterio de la Concepción Inmaculada se cerraba con el de la Asunción gloriosa. De todos los siglos cristianos brota la exclamación admirada: “La Virgen María ha sido trasladada al tálamo celeste, donde el Rey de la gloria se sienta sobre un trono de estrellas.” Hace más de mil años clamaba ya la litur­gia en el día de la Asunción: “Alégremonos en el Señor al celebrar esta fiesta admirando tanto más la maravillosa traslación de María, cuanto más conveniente nos parece ese fin singular”. ¿Qué cosa más natural que pase a otra vida sin dolor la que había dado a luz sin dolor? ¿Y qué más conveniente que ver libre de la corrupción a la que había permanecido sin mancha? La Madre de la Vida, no podía dormir en la muerte. La Madre del camino no podía quedarse en medio del camino. La Madre de la Luz no debía dormir en las tinieblas del sepulcro. Ante esa figura que se aleja de nuestro suelo radiante y gloriosa, la Iglesia llena de admiración, estalla en cánticos de alabanza mezclados con las más bellas imágenes, los ecos del Antiguo Testamento, los encantos de la naturaleza y el fulgor del lirismo: Vi su radiante figura remontándose a la altura recostada en el Amado. Y era como una paloma que sube del agua pura cortando el aire callado: un inenarrable aroma dejaba su vestidura, como si todas las flores que tiene la primavera condensaran sus olores en su hermosa cabellera. Y ella subía, subía, Subía hasta el Cielo sumo como varita de humo, que hacia los aires envía la mirra más excelente. mezclada con el incienso; y el claro sol, a su ascenso, le rodeaba la frente.


9. LA RECEPCION CELESTIAL

El amor del Padre a la Madre Inmaculada de su Hijo y el del Hijo a su Madre, Esposa del Espíritu, a la gloria celeste la ensalzan. No se puede comparar el recibimiento que Salomón hizo a su madre Betsabé cuando llegó a su palacio real, que se levantó para recibirla y le hizo una inclinación; luego se sentó en el trono, mandó poner un trono para su madre, y Betsabé se sentó a su derecha” (1 Re 2,19), con el que el Rey del Cielo le ha hecho a su madre glorificada con su abrazo tierno y eterno. “Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí” (Cant 2,10). Cuando surge el amor en el alma, el cuerpo exulta y resplandece. Y el amor a María, que creció siempre enamorada y “enferma de amor”, “decidle que adolezco, peno y muero”, ha llegado a la cumbre donde Dios hace la suprema excelsa maravilla de la criatura nueva que a todos nos precede y nos arrastra, dominando la muerte. El río de amor rebosante convertido en mar, ha entrado en el océano infinito de felicidad y la dulzura. “ El día primero de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó solemnemente: “Declaramos, definimos, que la Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida mortal, fue asumpta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.


10. LA LEYENDA AUREA

Se escriben y se cuentan las narraciones más exquisitas de la leyenda dorada, un drama, lleno de vida, que termina con un epílogo bellísimo; una deliciosa historia, propia del genio oriental, ilumi­nada de estrellas y de ángeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas las maravillas del cielo y de todas las bellezas de la tierra. Empezó a difundirse por el Oriente en el siglo V con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes; más tarde, Gregorio de Tours la da a conocer en las Galias; los españoles de la Reconquista también la leían, y los cristianos de la Edad Media buscaron en sus páginas alimento de fe y entusiasmo religioso. Un Ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: “María, levántate; te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda.” María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica fue el preludio del gran acontecimiento. Poco después, los Apósto­les, que sembraban la semilla evangélica por toda la tierra, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa, que les llevaba hacia Jerusalén. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, con efluvios de altar, en que la Madre de su Maes­tro esperaba la venida de la muerte. De repente sonó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de perfumes, y apareció Cristo con un cortejo de serafines vestidos de dalmá­ticas de fuego. Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: “Ven, amada mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza.” Y María respondió: ” Proclama mi alma la grandeza al Señor.” Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desapa­recía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías.


El corazón limpio, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne inmaculada. Se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: “Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad este cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas.” Se formó el cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba San Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles batían sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: “No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré, porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable.” Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno del sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: “La paz sea con vosotros.” Era Jesús que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde, pero ahora tiene razón: viene de la India lejana: Interroga y escudriña; es inútil: en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires, una estela luminosa cae junto a los pies de Tomás, el ceñidor que le envía la Virgen en señal de despedida.


11. AUNQUE LA IGLESIA NO LA RECOGE EN SU LITURGIA, PERMITIO QUE SE EXTENDIERA

Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos. La Iglesia romana rehusó recogerla en sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Propagada por la piedad del pueblo, recorrió todos los países, penetró en la literatura, inspiró a los poetas y se hizo popular cuando en el valle de Josafat descubrieron los cruzados aquel sepulcro en que se habían obra­do tantas maravillas, y sobre el cual suspendieron ellos innu­merables lámparas de oro. Pero nadie la recogió con más amor ni la interpretó con tanta belleza como los artistas. La primera representación es anterior a la leyenda escrita. Se encuentra en un sarcófago romano de la basílica de Santa Engracia en Zaragoza. María apa­rece de pie en medio de los Apóstoles. Desde lo alto asoma una mano que aprisiona la suya, recordando aquellas frases del relato apócrifo: “El Señor extendió su mano y la puso sobre la Virgen; Ella la abrazó y la llevó a los ojos y lloró. Los discípulos se le acercaron diciendo: ¡0h Madre de la luz, ruega por este mundo que abandonas! Finalmente, el Señor extendió su mano santa y, tomando aquella alma pura, la llevó al tesoro del Padre.”


12. LOS TESTIMONIOS DE LA BELLEZA

Después se suceden las representaciones en las telas, en los marfiles y en los mosaicos. Tanto el ro­mánico como el gótico convierten el tema, en una verdadera historia en la piedra. Unas veces veremos a los Apóstoles en torno de María mori­bunda; otras, desfila el cortejo precedido por el discípulo ama­do; otras, el grupo apostólico aparece a la puerta del monumento; o se presenta el ángel para arrebatar su presa a la muerte y al sepulcro. Motivos particularmente amados por el Oriente, que, más que la Asunción, celebra la Dormición de María. Los occidentales prefieren representar el momento en que María atraviesa los cielos pisando estrellas y alas de ángeles. Murillo y Rafael y los imagineros del Siglo de Oro la representaron en sus retablos. Nos trasportan al Cielo, poniendo ante nuestros ojos el momento de la coronación, como el cuadro del Louvre en que Fray Angélico nos presenta a María coronada por su Hijo entre coros de vírgenes, de santos y de mártires, vestidos de celestes colores. Pero ya dos siglos antes el tema estaba tratado con grandeza en Notre Dame de París, y al escultor había precedido el maestro románico de Silos. Se ha combinado la Anunciación con la Coronación. Gabriel dobla la rodilla, pronunciando su mensaje con graciosa sonrisa. Dos ángeles salen de las nubes y colocan la corona en las sienes de María. Su diestra hace un gesto de sorpresa ante el anuncio del mensajero divino, pero todo en su actitud revela imperio y majestad. En el Cielo y en la tierra todo se reunía para celebrar el triunfo definitivo de la Madre de Dios: el hombre y el ángel, la flor y la estrella, la inocencia y el pecado, la fe y el amor, la poesía y el arte, en un concierto universal en honor del vuelo sublime. La Madre del amor y de la esperanza se aleja de nosotros; pero no se nos ocurre llorar, sino asociarnos a los júbilos del paraíso. Ni un eco de melancolía en las melodías de la liturgia; a no ser aquel en que, imaginando a María en el momento de trasponer las nubes, se nos ocurre levantar a ella nuestro anhelo, y, asiendo la punta de su manto, repetir las palabras bíblicas: “Oh Reina, llévanos en pos de ti; queremos correr tras el olor de tus perfumes hasta la montaña santa, hasta la casa de Dios”. Pero ya llegará el día de nuestro triunfo, porque también para nosotros hay una silla y una corona.


13. El MISTERIO DE ELCHE

Después del Concilio de Trento y basado en los Evangelios Apócrifos y en la Leyenda Aurea, surge El Misterio de Elche, drama asuncionista del siglo XV, que se celebra en la Basílica de Santa María, por bula papal de Urbano VIII en 1632, y que en la actualidad opta a ser declarado Patrimonio Oral e Intangible por la UNESCO. Se desarrolla en dos actos, en La Vesprá, se representa la muerte de María y La Festa, describe el entierro, la asunción y la coronación de la Virgen. Bajo la cúpula de la Basílica se coloca un cadafal, donde se desarrollan las escenas del drama asuncionista. En la cima de la cúpula, que dista 22 metros desde el cadafal, hay una abertura cubierta por una enorme tela pintada que simula el cielo, donde se esconden los artilugios que hacen aparecer y desaparecer los actores, que crean la magia del Misterio. La Festa La Magrana, una granada gigante desciende y al abrirse desprende una lluvia de oropel, transporta al ángel con la palma para comunicar a la Virgen su próxima muerte y su asunción a los cielos. En la Vesprá el Araceli transporta a cinco ángeles para llevar el alma de María al cielo y pedir a los apóstoles que la entierren en el valle de Josafat, y en la Festa, el ángel con el alma de la Virgen es sustituido por la imagen de la Virgen dormida. En la Coronación, Dios Padre corona a la Virgen en la apoteosis del Misterio. Para manifestar nuestro júbilo por la gloria de nuestra Madre, prenda sagrada de nuestra gloria. Es bien que todos llenemos nuestras almas de alegría, por la grandeza en que vemos a nuestra Madre María; pues Dios le ha querido dar tan soberanos honores, porque ella los ha de usar para mejor perdonar a los pobres pecadores. A la gloria celeste la ensalzan.

(http://www.mariologia.org/reflexionesmarianas917.htm)

14 agosto, 2019

San Maximiliano María Kolbe

 
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¡Oh!, San Maximiliano María Kolbe; vos, sois el hijo
del Dios de la vida, su amado santo e imitación de Cristo
Vivo, vuestro amado Maestro, porque, Él, dio la vida por
la redención del mundo, y vos, por la del prójimo. Jesús,
había dicho que: “no hay amor más grande, que el amor
de aquél, que la vida da por sus amigos”. Y, vos, así
lo hicisteis, honor haciendo al significado de vuestro
nombre: “El más importante de la familia”. Cuando erais
pequeño tuvisteis un sueño en el cual la Virgen María,
os ofrecía dos coronas, si erais fiel a la devoción
mariana: Una corona blanca y otra roja. La blanca era
la de la virtud de la pureza. Y la roja, la del martirio.
Y, cosas de Dios, tuvisteis la dicha de recibir las dos
coronas.“Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que
ha sido señalado para morir de hambre, porque, él tiene
esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero
y solo, y nadie me necesita”. Así, y lleno del Espíritu Santo
respondisteis aquél día, en que Dios, os probó para el bien.
Mucho antes, habíais gastado vuestra vida, difundiendo el amor
y la veneración a Nuestra Señora, fundando la “Ciudad de
la Inmaculada”, dos diarios: “El Caballero de la Inmaculada”
y “El Pequeño diario” en Polonia y otro similar en el Japón,
además de una revista católica. Y, del cielo bajó el Amor
de Dios, en plena guerra mundial: ¡Nagasaki, destruida
por una bomba atómica, y a vuestra imprenta, no le pasó
nada! Y, en el tiempo, vuestra respuesta resuena eterna
y valerosa por siempre, como modelo de desprendimiento, pues,
la vida disteis, por uno de vuestros compañeros de martirio,
para coronaros de luz y eternidad, como premio justo
a vuestra entrega de amor e imitación perfecta de Cristo Jesús;
Cuando el Santo Padre Pablo VI, os lo declaró beato, asistió
el hombre por el cual vos habíais ofrecido vuestra santa vida,
y Juan Pablo II, vuestro paisano, os declaró santo para siempre,
Santo Patrono de las familias y de los encarcelados de la tierra;
¡oh!, San Maximiliano Kolbe, “vivo grano del trigo de Dios”.

 

© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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14 de Agosto
San Maximiliano María Kolbe
Mártir
Año 1941


Maximiliano significa: “El más importante de la familia”. Es este uno de los mártires modernos. Murió en la Segunda Guerra Mundial. Había sido llevado por los nazis al terrorífico campo de concentración de Auschwitz. Un día se fugó un preso. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Hicieron el sorteo 1-2-3-4…9…10 y al que le iba correspondiendo el número 10 era puesto aparte para echarlo a un sótano a morirse de hambre. De pronto al oírse un 10, el hombre a quien le correspondió ese número dio un grito y exclamó: “Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?”.

En ese momento el padre Kolbe dice al oficial: “Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha sido señalado para morir de hambre”. El oficial le responde: ¿Y por qué? – Es que él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita. El oficial duda un momento y enseguida responde: Aceptado.

Y el prisionero Kolbe es llevado con sus otros 9 compañeros a morirse de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días son de angustias y agonías continuas. El santo sacerdote anima a los demás y reza con ellos. Poco a poco van muriendo los demás. Y al final después de bastantes días, solamente queda él con vida. Como los guardias necesitan ese local para otros presos que están llegando, le ponen una inyección de cianuro y lo matan. Era el 14 de agosto de 1941.

Su familia, polaca, era inmensamente devota de la Sma. Virgen y cada año llevaba a los hijos en peregrinación al santuario nacional de la Virgen de Chestokowa. El hijo heredó de sus padres un gran cariño por la Madre de Dios. Cuando era pequeño tuvo un sueño en el cual la Virgen María le ofrecía dos coronas, si era fiel a la devoción mariana. Una corona blanca y otra roja. La blanca era la virtud de la pureza. Y la roja, el martirio. Tuvo la dicha de recibir ambas coronas.

Un domingo en un sermón oyó decir al predicador que los Padres Franciscanos iban a abrir un seminario. Le agradó la noticia y con su hermano se dirigió hacia allá. En 1910 fue aceptado como Franciscano, y en 1915 obtuvo en la Universidad de Roma el doctorado en filosofía y en 1919 el doctorado en teología. En 1918 fue ordenado sacerdote.

Maximiliano gastó su vida en tratar de hacer amar y venerar a la Sma. Virgen. En 1927 fundó en Polonia la Ciudad de la Inmaculada, una gran organización, que tuvo mucho éxito y una admirable expansión. Luego funda en Japón otra institución semejante, con éxito admirable.

El padre Maximiliano fundó dos periódicos. Uno titulado “El Caballero de la Inmaculada”, y otro “El Pequeño diario”. Organizó una imprenta en la ciudad de la Inmaculada en Polonia, y después se trasladó al Japón y allá fundó una revista católica que pronto llegó a tener 15,000 ejemplares. Un verdadero milagro en ese país donde los católicos casi no existían. En la guerra mundial la ciudad de Nagasaki, donde él tenía su imprenta, fue destruida por una bomba atómica. A su imprenta no le sucedió nada malo.

Los nazis durante la guerra, al invadir Polonia, bombardearon la ciudad de la Inmaculada y se llevaron prisionero al padre Maximiliano, con todos los que colaboraban. El ya había fundado una radiodifusora y estaba dirigiendo la revista “El caballero de la Inmaculada”, con gran éxito y notable difusión. Todo se lo destruyó la guerra, pero su martirio le consiguió un puesto glorioso en el cielo.

Cuando el Santo Padre Pablo VI lo declaró beato, a esa gran fiesta asistió, el hombre por el cual él había ofrecido el sacrificio de su propia vida. Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos. En este gran santo sí se cumple lo que dijo Jesús: “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, produce mucho fruto. Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos”. Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de sacrificarnos como Cristo y Maximiliano, por el bien de los demás.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Maximiliano_Kolbe.htm)

13 agosto, 2019

Santos Ponciano e Hipólito

 
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¡Oh! Santos Ponciano e Hipólito, vosotros, sois
los hijos del Dios de la Vida y sus amados santos.
Vos, Ponciano Papa, y vos, Hipólito presbítero,
fuisteis deportados juntos a Cerdeña, con igual
condena y vuestros restos trasladados finalmente
a Roma. Ponciano Papa, al cementerio de Calisto
y vos Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina.
Cuando vos, Ponciano llegasteis a la Cátedra de Pedro,
encontrasteis a la Iglesia dividida por un cisma,
creado por vos, Hipólito, afamado por vuestro saber
de la Escritura y por lo profundo de vuestro pensar,
y que no aceptasteis la elección del diácono Calixto
como Papa y, que os erigisteis en jefe disidente
afirmando que vos, representabais la tradición.
Maximiano, el perseguidor de entonces, constató que
los cristianos se apoyaban en vosotros dos obispos,
y Maximiano, mandó que os arrestasen a ambos,
y os condenó a trabajos forzados . Y, así, ambos
renunciasteis a vuestros cargos y fueron deportados
a Cerdeña, uniéndose en una misma confesión de fe,
encontrando así, muerte gloriosa y ejemplar. Cuando
cesó la persecución, el Papa Fabián, llevó vuestros
restos a Roma, un día como hoy, hechos ya, santos
mártires, para daros cristiana sepultura. Mucho antes,
Dios, os había coronado, con corona de luz, como
justo premio a vuestra entrega de amor y fe. !Aleluya!
¡Oh!, Santos Ponciano e Hipólito, “viva luz de Cristo”.


 
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Agosto Santos Ponciano Papa e Hipólito presbítero Mártires.


Martirologio Romano: Santos mártires Ponciano, Papa, e Hipólito, presbítero, que fueron deportados juntos a Cerdeña, y con igual condena, adornados, al parecer, con la misma corona, fueron trasladados finalmente a Roma, Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina, y el papa Ponciano, al cementerio de Calisto (c. 236).

Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.

El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.

Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.

Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación.

Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.

(http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=531)

12 agosto, 2019

Santa Juana Francisca de Chantal

 
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 ¡Oh! Santa Juana Francisca de Chantal, vos, sois la hija del Dios
de la Vida y su amada santa, que siendo primero madre de familia,
tuvisteis seis hijos, a los que educasteis piadosamente, y muerto
vuestro esposo, bajo la dirección espiritual de san Francisco de
Sales, abrazasteis el camino de la perfección, realizando obras de
caridad, en especial para con los pobres y enfermos. Fundasteis
la “Orden de la Visitación de santa María”, la que dirigisteis con
amor y sabiduría. Vos, fuisteis contemporánea de San Carlos Borromeo,
Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Juan Eudes, el Cardenal
de Berulle, el Padre Olier y de vuestros dos renombrados directores
espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con la
dirección espiritual de San Francisco de Sales, vos, crecisteis en
sabiduría espiritual y auténtica santidad, tanto que, os dedicasteis
por completo a Dios y a la vida religiosa. Vos, fuisteis una mujer
muy contemplativa y espiritual. Erais una persona muy activa, llena
de planes para la gloria de Dios y la santificación de las almas.
Establecisteis más de medio centenar de casas de vuestra vuestra Orden
y escribisteis once mil cartas de gran espiritualidad. A Dios le
pedisteis alguna vez: “Puedes destruir y cortar y quemar todo lo que
en mí y en mi vida te parezca que es necesario sacrificar para cooperar
a la extensión de tu reino”. Y, vos, ya lo habíais hecho, a lo largo
de vuestra santa vida, y hoy, brilláis coronada toda de luz, como
premio a vuestra entrega increíble de amor y fe. ¡Aleleuya! ¡Aleleuya!
¡oh!, Santa Juana de Chantal, “vivo perfección del Dios de la Vida”.


 

© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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12 de agosto
Santa Juana Francisca de Chantal
Co-fundadora


Martirologio Romano: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que siendo primero madre de familia, tuvo como fruto de su cristiano matrimonio seis hijos, a los que educó piadosamente, y muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección y realizó obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos. Dio comienzo a la Orden de la Visitación de santa María, que dirigió también prudentemente, y su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al Aller, cerca de Nevers, en Francia, el día trece de diciembre (1641).

Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de 1641.
Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos cristianamente.
En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.
Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.
Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron como “las Joyas de nuestra Santa.” Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación religiosa.
A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.
Uno de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres. Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.
Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.
Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta naturaleza.

(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=38305)

11 agosto, 2019

Domingo XIX (C) del tiempo ordinario

 Resultado de imagen para En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».
 
Día litúrgico: Domingo XIX (C) del tiempo ordinario Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,32-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».
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«También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»

Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos recuerda y nos exige que estemos en actitud de vigilia «porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40). Hay que vigilar siempre, debemos vivir en tensión, “desinstalados”, somos peregrinos en un mundo que pasa, nuestra verdadera patria la tenemos en el cielo. Hacia allí se dirige nuestra vida; queramos o no, nuestra existencia terrenal es proyecto de cara al encuentro definitivo con el Señor, y en este encuentro «a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc 12,48). ¿No es, acaso, éste el momento culminante de nuestra vida? ¡Vivamos la vida de manera inteligente, démonos cuenta de cuál es el verdadero tesoro! No vayamos tras los tesoros de este mundo, como tanta gente hace. ¡No tengamos su mentalidad!

Según la mentalidad del mundo: ¡tanto tienes, tanto vales! Las personas son valoradas por el dinero que poseen, por su clase y categoría social, por su prestigio, por su poder. ¡Todo eso, a los ojos de Dios, no vale nada! Supón que hoy te descubren una enfermedad incurable, y que te dan como máximo un mes de vida,… ¿qué harás con tu dinero?, ¿de qué te servirán tu poder, tu prestigio, tu clase social? ¡No te servirá para nada! ¿Te das cuenta de que todo eso que el mundo tanto valora, en el momento de la verdad, no vale nada? Y, entonces, echas una mirada hacia atrás, a tu entorno, y los valores cambian totalmente: la relación con las personas que te rodean, el amor, aquella mirada de paz y de comprensión, pasan a ser verdaderos valores, auténticos tesoros que tú —tras los dioses de este mundo— siempre habías menospreciado.

¡Ten la inteligencia evangélica para discernir cuál es el verdadero tesoro! Que las riquezas de tu corazón no sean los dioses de este mundo, sino el amor, la verdadera paz, la sabiduría y todos los dones que Dios concede a sus hijos predilectos.

(https://evangeli.net/evangelio/dia/2019-08-11)

10 agosto, 2019

San Lorenzo, Mártir

 
 
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¡Oh!, San Lorenzo, sois vos; el hijo del Dios de la Vida
y su amado santo, que disteis honor al significado de vuestro
nombre: “coronado de laurel” y, a quien servisteis hasta
el mismo martirio con singular fe y valor. Vuestra vida
fue narrada por San Ambrosio, San Agustín, y Prudencio, “el
poeta”. “Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia.
Le aseguro que son más valiosos que los que posee el
emperador”. Así, le respondisteis al alcalde, y luego
le mostrasteis vuestro “oro”, hecho pobres, lisiados,
mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos
y leprosos a los que vos, ayudabais a dario. Y, Valeriano,
impío emperador y perseguidor de cristianos, que había
ordenado dar muerte a San Sixto, Papa y a sus diáconos;
cuatro días después, lo hizo contra vos, enviándoos verdugos
a quienes os enfrentasteis con valor y firmeza, lidiando
en suplicio pleno, tanto que, ardiendo, vivabais a Jesús,
Dios y Señor Nuestro, en la misma cara de los paganos
senadores, que, absortos, contemplaban el gran poder
de la luz, y, en el acto, se convertían, llenos de asombro.
“¡Ya estoy asado por un lado! Ahora que me vuelvan hacia
el otro lado para quedar asado por completo”. “¡La carne
ya está lista, pueden comer!”. Decíais, en increíble paz
y calma. Luego, y con tranquilidad increíble, orasteis
por la conversión de Roma y la expansión de la religión
cristiana. Y, así, vuestra alma, al cielo voló, para
recibir corona eterna de luz, como premio a vuestra
entrega de amor, pero, no en vano, pues, ésta, sirvió
para la conversión de Roma toda y el fin de su idolatría
obstinada y terca. Prudencio, el poeta, así lo afirma.
San Agustín, cuenta que Dios, obró muchos milagros
en Roma, en favor de los que se encomendaban a vos.
El Papa de aquél tiempo, os mandó construiros una
una Basílica en Roma, bautizándola con vuestro santo
nombre: “Basílica de San Lorenzo”, que hasta hoy, os
recuerda vívidamente, como testigo de vuestro amor a Cristo;
¡oh!, San Lorenzo, “viva generosidad y amor por el Dios Vivo”.


 © 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Agosto
San Lorenzo
Mártir
Año 258


Señor Dios: Tú le concediste a este mártir un valor impresionante para soportar sufrimientos por tu amor, y una generosidad total en favor de los necesitados. Haz que esas dos cualidades las sigamos teniendo todos en tu Santa Iglesia: generosidad inmensa para repartir nuestros bienes entre los pobres, y constancia heroica para soportar los males y dolores que tú permites que nos lleguen.

Su nombre significa: “coronado de laurel”.
Los datos acerca de este santo los ha narrado San Ambrosio, San Agustín y el poeta Prudencio. Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, o sea uno de los siete hombres de confianza del Sumo Pontífice. Su oficio era de gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las ayudas a los pobres. En el año 257 el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuatro días después fue martirizado su diácono San Lorenzo.

La antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que al Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: “Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?” y San Sixto le respondió: “Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás”. Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la gloria de Dios. Entonces Lorenzo viendo que el peligro llegaba, recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas.

El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: “Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar”.

Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: “Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador”.

Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: “¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!” .El alcalde lleno de rabia le dijo: “Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente”.

Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura. Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.

Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: “Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo”. El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: “La carne ya está lista, pueden comer”. Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.

El poeta Prudencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma porque la vista del valor y constancia de este gran hombre convirtió a varios senadores y desde ese día la idolatría empezó a disminuir en la ciudad. San Agustín afirma que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a San Lorenzo. El santo padre mandó construirle una hermosa Basílica en Roma, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Lorenzo_8_10.htm)