21 abril, 2020

San Anselmo

 
Oración a San Anselmo - ACI Prensa
 
¡Oh!, San Anselmo; vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
su amado Obispo, doctor de la Iglesia y santo. Aunque
vuestra vida, entre dos mundos transcurrió, más pudo
el disipado, pero, éste, duró sólo por un tiempo, ya que,
el Espíritu Santo, obró en vos, y os premió con el talento
de ser la “pluma de oro”. Y, así, de vuestro ser surgieron
“El Monologio”, sobre la fe; y, el “Prosologio”, a cerca
de la inteligencia, dos grandes escritos en favor de Aquél
que todo lo ve y juzga. Profesor eminente, elocuente
predicador y reformador de la vida monástica, y, sobre todo,
gran teólogo. Vuestras obras filosóficas y meditaciones
sobre la Redención, provinieron del vivo impulso de vuestro
corazón y de vuestra inteligencia. Por ello, os llamaron
sin duda “padre de la Escolástica”, porque os asemejabais
mucho a San Agustín. Más tarde, os elevaron a la dignidad
de arzobispo primado de Inglaterra, y allí, con la humildad
que os caracterizaba, luchasteis contra la hostilidad
de Guillermo “el Rojo” y Enrique I, convirtiéndose en dos
destierros. En medio de todo, reclamasteis vuestros
derechos en Roma, pero, también, para que, disminuyesen
las sanciones contra vuestros adversarios, desarmando así,
la maldad de vuestros opositores. De María Santísima fiel
devoto y de viva perfección del amor de Dios, hoy, no sólo
os recordamos por vuestra prolífica obra, sino, por vuestras
palabras al final de vuestra santa vida: “Allí donde están
los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre
los deseos de vuestro corazón”. “Haz, te lo ruego, Señor,
que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia”.
Y, así, a su tiempo, entregasteis vuestra alma, a quien
os la dio: ¡Dios!, para vivir en la eternidad, como premio
justo a vuestra entrega increíble de amor y, fe. ¡Aleluya!
¡oh!, San Anselmo, “vivo amor, y perfección de Jesucristo”.


© 2020 Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Abril
San Anselmo
Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Nomandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros (1109).

Etimológicamente: Anselmo=Aquel que tiene la protección divina, es de origen germánico.

San Anselmo nació en Aosta (Italia) en 1033 de noble familia. Desde muy niño se sintió inclinado hacia la vida contemplativa. Pero su padre, Gandulfo, se opuso: no podía ver a su primogénito hecho un monje; anhelaba que siguiera sus huellas. A causa de esto, Anselmo sufrió tanto que se enfermó gravemente, pero el padre no se conmovió. Al recuperar la salud, el joven pareció consentir al deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios.
En efecto, pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía enseñaba el célebre maestro de teología, el monje Lanfranco.

Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas del maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo.

Su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: “Haz, te lo ruego, Señor—escribía—, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia”.

Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.

Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió dos destierros.

Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.

(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=706)

20 abril, 2020

San Marcelino de Embrún

 
 
 Santos de Dios: 20 de abril: San Marcelino de Embrún
 
 ¡Oh! San Marcelino de Embrún, vos sois el hijo del Dios
de la Vida, su obispo y su amado santo, que convertisteis
a Cristo la mayor parte de la población de los Alpes
Marítimos. Vos, os embarcasteis con Domingo y Vicente
con destino a Francia, guiados por el Espíritu Santo, para
la evangelización de los Alpes franceses. Vos, os quedasteis
en Embrun, donde construisteis na capilla, invitando para
su inauguración a san Eusebio de Vercelli, quien os ordenó
Obispo. Aquellos caminos saben de vos, y os recuerdan muy
bien, como cuando un arriero molía a palos a un mulo, porque
estaba agotado, y os dijo: “Usted va a hacer sus veces”.
Y así lo hicisteis, y cuando los cristianos vieron al arriero
para hacerle daño vos lo impidisteis: “No le hagáis daño,
es mi bienhechor. ¿No me ha permitido imitar un poco a Aquel
que cargó con nuestros pecados y quiso llevar la cruz de
la salvación?”. Así, ratificabais vuestro amor a Cristo,
y gracias a ello, lograstesi conversiones para la Iglesia.
También, diste una lucha sin cuartel contra el arrianismo
que Constancio II, implantar quería, por ello, una que otra
vez, tuvisteis que huir a las montañas para que no ser
capturado por vuestros perseguidores, hasta que quedasteis
libre a la muerte del impío emperador. Hasta que más
adelante, Dios os llamó para coronaros con corona de luz
como justo premio a vuestra entrega de amor y lealtad a Cristo;
!Oh!, San Marcelino de Embrún, “vivo Amor por el Dios Vivo”.



© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Abril
San Marcelino de Embrun
Obispo

Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net


Martirologio Romano: En Embrún, en la Galia, san Marcelino, primer obispo de esta ciudad, el cual, oriundo de África, convirtió a la fe de Cristo la mayor parte de la población de los Alpes Marítimos, siendo ordenado obispo por san Eusebio de Vercelli († c. 374).

Etimológicamente: Marcelino = Aquel que procede de Marte, con Marte como dios de la guerra romano. Es de origen latino.

Breve Biografía
Vino al mundo en la provincia romana de Africa y murió en Embrun (Alpes), el 13 de abril del año 374.

Este joven tuvo la feliz idea evangélica de embarcarse con dos compañeros, Domingo y Vicente, con destino a Francia.

Les guiaba llana y simplemente la evangelización de los Alpes franceses.

A sus dos amigos los envió a los Alpes Bajos. El se quedó en Embrun. En seguida, llevado por la urgencia de anunciar el evangelio y para tener un lugar apropiado en donde hacerlo, construyó una capilla en la ciudad.

Para su inauguración invitó a san Eusebio de Vercelli. A pesar de la distancia y de los caminos, vino desde el Piamonte para la consagración de la iglesia y, de camino, lo consagró Obispo.

Se cuenta que, a la vuelta de una incursión apostólica, Marcelino se encontró con una reata de mulos que llevaban sacos de trigo, uno de los arrieros le daba golpes al animal porque había caído muerto de extenuación y agotamiento.

Al ver pasar al obispo, le dijo: “Usted va a hacer sus veces”. Y así lo hizo. Cargó con el trigo hasta el pueblo. Cuando los cristianos lo vieron llegar de esta forma extraña, quisieron hacerle daño al arriero, pero Marcelino se lo impidió: “No le hagáis daño, es mi bienhechor. ¿No me ha permitido imitar un poco a Aquel que cargó con nuestros pecados y quiso llevar la cruz de la salvación?”.

Con estas pruebas de amor a Cristo, la gente se quedó alucinada. Gracias a esto, le fue más fácil lograr conversiones para la fe cristiana.

Junto a este amor limpio y sincero para con todo el mundo, también supo luchar con ahínco contra el arrianismo que quería implantar Constancio II en todo el Occidente. Por eso, alguna que otra vez tuvo que huir a las montañas para que no lo cogieran los funcionarios imperiales. Al morir el emperador, quedó libre.

(http://es.catholic.net/op/articulos/34973/marcelino-de-embrun-santo.html)

19 abril, 2020

Domingo II (A) (B) (C) de Pascua


 Encuentro de grupos de la Divina Misericordia – Arzobispado ...

Día litúrgico: Domingo II (A) (B) (C) de Pascua Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
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«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García
(La Fuliola, Lleida, España)


Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.

La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-04-19)

18 abril, 2020

Sábado de la octava de Pascua



 Sábado de la Octava de Pascua - ACI Prensa

 
Día litúrgico: Sábado de la octava de Pascua Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 16,9-15): Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. 

Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».
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«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»
P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy, confiando en Jesús resucitado, hemos de redescubrir el Evangelio como una “buena nueva”. El Evangelio no es una ley que nos oprime. Alguna vez hemos podido caer en la tentación de pensar que los que no son cristianos están más tranquilos que nosotros y hacen lo que quieren, mientras que nosotros tenemos que cumplir una lista de mandamientos. Es una visión de las cosas meramente superficial.

Personalmente, una de mis mayores preocupaciones es que el Evangelio se presente siempre como una buena nueva, una feliz noticia, que nos llene el corazón de alegría y consuelo.

La enseñanza de Jesús es por supuesto exigente, pero Teresa del Niño Jesús nos ayuda a percibirla realmente como una buena nueva, puesto que para ella el Evangelio no es otra cosa que la revelación de la ternura de Dios, de la misericordia de Dios con cada uno de sus hijos, y señala las leyes de la vida que llevan a la felicidad. El centro de la vida cristiana es acoger con reconocimiento la ternura y la bondad de Dios —revelación de su amor misericordioso— y dejarse transformar por dicho amor.

El itinerario espiritual tomado por santa Teresita, el “caminito”, es un auténtico camino de santidad, un camino con cabida para todos, hecho de tal manera que nadie puede desanimarse, ni los más humildes, ni los más pobres, ni los más pecadores. Teresa anticipa así el Concilio Vaticano II que afirma con seguridad que la santidad no es un camino excepcional, sino una llamada para todos los cristianos, de la que nadie debe ser excluido. Hasta el más vulnerable y miserable de los hombres puede responder a la llamada a la santidad.

Esta santidad consiste en un «camino de confianza y amor». Así, «el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! (…). Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias» (Santa Teresa de Lisieux).
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«María Magdalena (…) fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, pero no creyeron»
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos; no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos alguna vez, por un bien ilusorio, del peor oropel. En segundo lugar, aunque frecuentemente estamos tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios, ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13).

Afirmado todo esto, no puede sorprendernos la conducta de los discípulos. Han conocido personalmente a Jesús, le han apreciado los dotes de mente, de corazón, las cualidades incomparables de su predicación. Con todo, cuando Jesucristo ya había resucitado, una de las mujeres del grupo —María Magdalena— «fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos» (Mc 16,10) y, en lugar de interrumpir las lágrimas y comenzar a bailar de alegría, no le creen. Es la señal de que nuestro centro de gravedad es la tierra.

Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la Resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de ellos mismos. Hemos pecado, ¡sí! Le hemos traicionado, ¡sí! Le hemos celebrado una especie de exequias paganas, ¡sí! De ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos golpeado el pecho, lancémonos a los pies, con la cabeza bien alta mirando arriba, y… ¡adelante!, ¡en marcha tras Él!, siguiendo su ritmo. Ha dicho sabiamente el escritor francés Gustave Flaubert: «Creo que si mirásemos sin parar al cielo, acabaríamos teniendo alas». El hombre, que estaba inmerso en el pecado, en la ignorancia y en la tibieza, desde hoy y para siempre ha de saber que, gracias a la Resurrección de Cristo, «se encuentra como inmerso en la luz del mediodía».

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-04-18)

17 abril, 2020

Viernes de la octava de Pascua

 Viernes de la Octava de Pascua - ACI Prensa
 
Día litúrgico: Viernes de la octava de Pascua Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
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«Ésta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos»
+ Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)

Hoy, Jesús por tercera vez se aparece a los discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarle. Es lógico que, si era pescador antes de seguir a Jesús, continúe siéndolo después; y todavía hay quien se extraña de que no se tenga que abandonar el propio trabajo, honrado, para seguir a Cristo.

¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (…) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).

El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.

Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de San Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (…) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (…) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».

Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-04-179)

16 abril, 2020

Jueves de la octava de Pascua


 Jueves de la Octava de Pascua - ACI Prensa


Día litúrgico: Jueves de la octava de Pascua Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».
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«La paz con vosotros»

Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad.

Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’».

La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz.

«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí…»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en historia de salvación.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-04-16)

15 abril, 2020

Miércoles de la octava de Pascua


 Miércoles de la Octava de Pascua - ACI Prensa

Día litúrgico: Miércoles de la octava de Pascua Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
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«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
P. Luis PERALTA Hidalgo SDB (Lisboa, Portugal)

Hoy el Evangelio nos asegura que Jesús está vivo y continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en este contexto eclesial —en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios, en el amor compartido en gestos de fraternidad y de servicio— que los discípulos pueden realizar la experiencia del encuentro con Jesús resucitado.

Los discípulos cargados de tristes pensamientos, no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Pero sentían «arder» su corazón (cf. Lc 24,32), cuando Él les hablaba, «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra disipaba la dureza de su corazón y «sus ojos se abrieron» (cf. Lc 24, 31).

El icono de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. El divino Viajante sigue siendo nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se vuelve pleno, la luz de la Palabra sigue a la luz que brota del «Pan de vida», por el cual Cristo cumple de modo supremo su promesa de «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El Papa Benedicto XVI explica que «el anuncio de la Resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en el que vivimos».
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«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»
Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer (Barcelona, España)

Hoy «es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades, desánimos… Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere decir.

En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido. Conviene que nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y “hacer camino” con los que nos rodean. Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-04-15)