¡Oh!, San León Magno; vos, sois el hijo del Dios de la Vida, su amado santo y aquél que, se entregó íntegro al servicio del Dios Vivo, tanto que, las huestes del mal por doquier aparecieron para atacar y destruir la cristiana doctrina de Cristo, Señor y Dios Nuestro. Pero, vos, fiel a vuestras convicciones, con todas acabasteis, una a una, tanto que, hasta el cruel Atila, huyó de vos. Con vuestras obras de amor y fe; y la santidad llevando como coraza a los hombres exhortabais en aquellas bellas navideñas noches con esta viva reflexión: “Reconoce oh, cristiano tu dignidad, El Hijo de Dios, se vino del cielo, por salvar tu alma”. Y, la gente maravillada os escuchaba. Vuestro papado muestras dio de poseer grandes cualidades para ese santo oficio, predicando todo el tiempo y prueba de ello, se conservan hasta hoy, noventa y seis bellísimos sermones vuestros. A los que estaban lejos, los instruíais por medio de cartas, llenas de Dios y de su inagotable Amor. Vuestra fama de sabio, muy grande era, tanto que, en el Concilio de Calcedonia vuestros enviados leyeron la carta que vos, enviasteis y los seiscientos obispos, os ovacionaron, y de pie exclamaron: “San Pedro ha hablado por boca de León”. Y, después de Atila, otro vil enemigo surgió: ¡Genserico!, jefe de los vándalos, que saqueó Roma, pero, no logró incendiarla. Así, pues, y durante los veintiún años que vuestro pastoreo duró, tanto a enemigos internos como a los externos los enfrentasteis, incluidos los que osaron destruir Roma y aquellos que, con sus herejías engatuzar a los católicos deseaban. Y, así, y, luego de haber gastado vuestra santa vida en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega increíble de gran amor y sabiduría; ¡Oh!, San León Magno; “viva santidad y Amor del Dios Vivo”.
Bendito sea Dios que ha enviado a su Santa Iglesia, jefes
tan santos y tan sabios. Que no deje nunca el Señor de enviarnos
pastores como San León Magno.
Lo llaman “Magno”, porque fue grande en obras y en santidad.
Es el Pontífice más importante de su siglo. Tuvo que luchar fuertemente
contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y
destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos
con errores y herejías.
Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba
muy correctamente el idioma nacional que era el latín. Llegó a ser
Secretario del Papa San Celestino, y de Sixto III, y fue enviado por
éste como embajador a Francia a tratar de evitar una guerra civil que
iba a estallar por la pelea entre dos generales. Estando por allá le
llegó la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice, el año 440.
Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes
cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y
de él se conservan 96 sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A
los que estaban lejos los instruía por medio de cartas. Se conservan 144
cartas escritas por San León Magno.
Su fama de sabio era tan grande que cuando en el Concilio de
Calcedonia los enviados del Papa leyeron la carta que enviaba San León
Magno, los 600 obispos se pusieron de pie y exclamaron: “San Pedro ha
hablado por boca de León”.
En el año 452 llegó el terrorífico guerrero Atila, capitaneando a los
feroces Hunos, de los cuales se decía que donde sus caballos pisaban no
volvía a nacer la yerba. El Papa San León salió a su encuentro y logró
que no entrara en Roma y que volviera a su tierra, de Hungría.
En el año 455 llegó otro enemigo feroz, Genserico, jefe de los
vándalos. Con este no logró San León que no entrara en Roma a saquearla,
pero sí obtuvo que no incendiara la ciudad ni matara a sus habitantes.
Roma quedó más empobrecida pero se volvió más espiritual.
San León tuvo que enfrentarse en los 21 años de su pontificado a
tremendos enemigos externos que trataron de destruir la ciudad de Roma, y
a peligrosos enemigos interiores que con sus herejías querían engañar a
los católicos. Pero su inmensa confianza en Dios lo hizo salir
triunfante de tan grandes peligros. Las gentes de Roma sentían por él
una gran veneración, y desde entonces los obispos de todos los países
empezaron a considerar que el Papa era el obispo más importante del
mundo.
Una frase suya de un sermón de Navidad se ha hecho famosa. Dice así:
“Reconoce oh cristiano tu dignidad, El Hijo de Dios se vino del cielo
por salvar tu alma”. Murió el 10 de noviembre del año 461.
¡Oh!, Santo Dios de la Vida, y que, en honor a Vos, Señor de los cielos y de la tierra; edificada está, Vuestra “Casa de Letrán”, a Fausta gracias, esposa de Constantino Emperador, y que, donada fue a Milcíades Papa. Ella, custodiada está, por dos discípulos amados vuestros: Juan “el Bautista”, y Juan “el Evangelista”. ¡Oh!, Santa Basílica de Letrán: “Madre y Cabeza de todas las iglesias de la ciudad y del mundo”. “Cuando recordamos la Consagración de un templo, en serio pensemos en aquello que San Pablo dijo: que, “cada uno de nosotros somos templo del Espíritu Santo”. Ojalá que nuestra alma la conservemos bella y limpia siempre, como le agrada a Dios, y, que sean sus templos santos. “Vivirá así, contento el Espíritu Santo en nuestra alma”. Decía, San Agustín, Obispo de Hipona, Doctor de Nuestra Santa Madre Iglesia y lumbrera viva. “¡Oh!Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo”. Así, reza, vuestra leyenda en su frontis; ¡Oh!, Basílica de Letrán, “Viva Casa del Rey de la Vida”
9 de noviembre Dedicación de la Basílica de Letrán Año 324
Basílica significa: “Casa del Rey”. En la Iglesia Católica se le da
el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás.
Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el
Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.
La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de
Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que
pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador
Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los
cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo
Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre
convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.
Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las
basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda:
“Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo”.
Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue
nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al
ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se
le puso ese nuevo nombre.
Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos
capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan
Evangelista, y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San
Juan.
Durante mil años, desde el año 324 hasta el 1400 (época en que los
Papas se fueron a vivir a Avignon, en Francia), la casa contigua a la
Basílica y que se llamó “Palacio de Letrán”, fue la residencia de los
Pontífices, y allí se celebraron cinco Concilios (o reuniones de los
obispos de todo el mundo). En este palacio se celebró en 1929 el tratado
de paz entre el Vaticano y el gobierno de Italia (Tratado de Letrán).
Cuando los Papas volvieron de Avignon, se trasladaron a vivir al
Vaticano. Ahora en el Palacio de Letrán vive el Vicario de Roma, o sea
el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de gobernar la Iglesia de
esa ciudad.
La Basílica de Letrán ha sido sumamente venerada durante muchos
siglos. Y aunque ha sido destruida por varios incendios, ha sido
reconstruida de nuevo, y la construcción actual es muy hermosa.
San Agustín recomienda: “Cuando recordemos la Consagración de un
templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros
somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma
bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así
vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma”.
San Adeodato fue el Papa número 68 de la Iglesia Católica (615-618),
hijo de un diácono de nombre Esteban. Nació en Roma en un tiempo en que
la península itálica estaba a merced de invasores lombardos y
bizantinos. Siendo muy joven ingresó al monasterio benedictino de Roma,
dedicado a San Erasmo, donde se formó para ser sacerdote.
Después de 40 años de servicio sacerdotal, Adeodato fue elegido Papa el
19 de octubre del año 615. Su pontificado duró tres años. Durante ese
tiempo, el Papa Adeodato jugó un papel importantísimo para la ciudad de
Roma. Si ya la Ciudad Eterna, durante el siglo VII, había sido asolada
por el desorden, las guerras y la peste, el año 618 trajo consigo una
pena aún mayor a causa de un terremoto que sumió a sus habitantes en la
catástrofe. En ese contexto, Adeodato contribuyó al mantenimiento del
orden y lideró la ayuda a los damnificados, entre los que habían
enfermos de peste y leprosos. Justamente, a él se atribuye la curación
milagrosa de muchos de ellos.
De acuerdo a la tradición, San Adeodato poseía el don de la curación. Se
dice que cuando sus labios tocaban las heridas de algún enfermo, estas
quedaban curadas. El Martirologio Romano señala cómo curó a un leproso
al besarle las heridas.
La historia también lo recuerda por haber sido el primer Papa que utilizó un sello pontificio.
Texto del Evangelio (Mc 12, 38-44):En
aquel tiempo, dijo Jesús a las gentes en su predicación: «Guardaos de
los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las
plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros
puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so
capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».
Jesús
se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente
monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también
una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as.
Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que
esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del
Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha
echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para
vivir».
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«Todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha
echado de lo que necesitaba» Pbro. José MARTÍNEZ Colín (Culiacán,
México)
Hoy, el Evangelio nos presenta a Cristo como Maestro, y nos habla del
desprendimiento que hemos de vivir. Un desprendimiento, en primer
lugar, del honor o reconocimiento propios, que a veces vamos buscando:
«Guardaos de (…) ser saludados en las plazas, ocupar los primeros
asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (cf.
Mc 12,38-39). En este sentido, Jesús nos previene del mal ejemplo de los
escribas.
Desprendimiento, en segundo lugar, de las cosas
materiales. Jesucristo alaba a la viuda pobre, a la vez que lamenta la
falsedad de otros: «Todos han echado de lo que les sobraba, ésta [la
viuda], en cambio, ha echado de lo que necesitaba» (Mc 12,44).
Quien
no vive el desprendimiento de los bienes temporales vive lleno del
propio yo, y no puede amar. En tal estado del alma no hay “espacio” para
los demás: ni compasión, ni misericordia, ni atención para con el
prójimo.
Los santos nos dan ejemplo. He aquí un hecho de la vida
de san Pío X, cuando todavía era obispo de Mantua. Un comerciante
escribió calumnias contra el obispo. Muchos amigos suyos le aconsejaron
denunciar judicialmente al calumniador, pero el futuro Papa les
respondió: «Ese pobre hombre necesita más la oración que el castigo». No
lo acusó, sino que rezó por él.
Pero no todo terminó ahí, sino
que —después de un tiempo— al dicho comerciante le fue mal en los
negocios, y se declaró en bancarrota. Todos los acreedores se le echaron
encima, y se quedó sin nada. Sólo una persona vino en su ayuda: fue el
mismo obispo de Mantua quien, anónimamente, hizo enviar un sobre con
dinero al comerciante, haciéndole saber que aquel dinero venía de la
Señora más Misericordiosa, es decir, de la Virgen del Perpetuo Socorro.
¿Vivo
realmente el desprendimiento de las realidades terrenales? ¿Está mi
corazón vacío de cosas? ¿Puede mi corazón ver las necesidades de los
demás? «El programa del cristiano —el programa de Jesús— es un “corazón
que ve”» (Benedicto XVI).
“Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma
irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor”, dice el
Evangelio (Lc. 1,6) sobre San Zacarías y Santa Isabel -padres de San
Juan Bautista y tíos de Jesús-, cuya fiesta litúrgica se celebra cada 5
de noviembre.
Tal como describe San Lucas, Zacarías pertenecía a la clase
sacerdotal de Abdías, mientras Isabel era descendiente de Aarón. Ambos
eran de edad avanzada y no habían podido tener hijos porque Isabel era
estéril.
Cierto día, a Zacarías le tocó ingresar al “Santuario del Señor” para
ofrecer la oración. De pronto, un ángel se le apareció y le dijo que su
esposa le daría un hijo al que llamarían Juan. “Precederá al Señor con
el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus
hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando
así al Señor un Pueblo bien dispuesto”, le dijo el ángel a Zacarías.
Este preguntó al ángel cómo podía estar seguro de lo que decía, si él y
su esposa ya eran ancianos. A lo que el ángel contestó “Yo soy Gabriel,
el que está delante de Dios”, y que había sido enviado para anunciar
esta buena noticia. Luego, sentenció “quedarás mudo por no haber
creído”.
Así, Isabel quedaría embarazada. De manera que la que habían llamado
estéril, eahora exultaba de gozo y gratitud a Dios: “Esto es lo que el
Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba
ante los hombres”.
Después de que el ángel Gabriel se le apareció a la Virgen María,
esta fue a casa de su prima Isabel para ayudarla. Isabel, al verla,
exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto
de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de
parte del Señor”.
Cuando Juan nació, todos se alegraron en casa de Zacarías por la
acción misericordiosa de Dios. El día de la circuncisión de Juan, los
familiares de Zacarías pidieron que el recién nacido se llame como su
padre, de acuerdo a la costumbre. Sin embargo, Isabel se opuso y dijo
que se llamaría Juan, de acuerdo a lo escrito por Zacarías en una
tablilla. Una vez hecho esto, Zacarías recuperó el habla al instante y
pronunció su célebre cántico -incorporado por la tradición de la Iglesia
en la Liturgia de las Horas (Laudes u oración de la mañana):
“Cántico de Zacarías” (Benedictus) Lucas 1,68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por la boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando su misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Ya ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombrade muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
¡Oh!, San Carlos Borromeo; vos, sois vos, el hijo del Dios de la Vida y su amado santo que, a la práctica llevasteis aquello que Jesús había dicho: “Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará”. Y, la verdad, que, así lo hicisteis y la ganasteis porque, cada segundo de la vuestra, por el Dios eterno la disteis con prudencia actuando y, honor dando al significado de vuestro nombre: “Hombre prudente”, pues en cada cosa que hicisteis dejasteis vuestro sello, porque sois uno de los santos más dados a la Iglesia y, sobre todo a vuestro pueblo, que os recuerda hasta hoy. Vuestra vida la gastasteis por nuestra religión a la que amabais de manera ejemplar. A los necesitados y pobres ayudabais constantemente, muchas almas salvasteis y os disteis tiempo para formar y seminarios fundar. Todo ello, gracias a las reformas del Concilio de Trento, imponiendo disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparos de aquellos que, a sus privilegios renunciar no querían. Vuestro escudo un lema de una sola palabra tenía: “Humilitas”: ¡humildad!. Vos, siendo noble y muy rico os privabais de todo y vivíais en contacto con el pueblo para sus necesidades y confidencias ecuchar, pues os llamaban “padre de los pobres”. Y, lo fuisteis en el sentido pleno de la palabra. Quizás por ello, atentaron contra vuestra vida mientras en vuestra capilla rezabais y, luego en el acto mismo de aquél crimen, perdonasteis a vuestro agresor. Así, erais, imitación pura y santa de vuestro Maestro: ¡Cristo! Y, joven aún, vuestra alma, por designios de Dios, voló al cielo, para premiaros con corona eterna de luz, como justo premio a vuestra entrega entera de amor y, así, os puso, al lado de vuestros amigos de toda la vida: San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino. Patrono de los catequistas y seminaristas; ¡Oh!, San Carlos Borromeo, “vivo Amor, Cruz, Pan, Cáliz y Luz”.
4 de Noviembre San Carlos Borromeo Cardenal Arzobispo de Milán
Por: P. Ángel Amo Fuente: Catholic.net
Martirologio Romano: Memoria de san Carlos Borromeo,
obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y
elegido obispo de Milán, fue en esta sede un verdadero pastor fiel,
preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, y para la
formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas
veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y
dio muchas normas para bien de los fieles. Pasó a la patria celeste en
la fecha de ayer (1584)
Etimología: Carlos = Prudente y dotado de noble inteligencia, es de origen germánico
La gigantesca estatua que sus conciudadanos le dedicaron en Arona,
sobre el Lago Mayor en el norte de Italia, expresa muy bien la gran
estatura humana y espiritual de este santo activo, bienhechor y
comprometido en todos los campos del apostolado cristiano.
Había nacido en 1538. Sobrino del Papa Pío IV, fue creado cardenal
diácono cuando sólo tenía 21 años. El mismo Papa lo nombró secretario de
Estado, siendo el primero que desempeñó este cargo en el sentido
moderno. Aún permaneciendo en Roma para dirigir los asuntos, tuvo el
privilegio de poder administrar desde lejos la arquidiócesis de Milán.
Cuando murió su hermano mayor, renunció definitivamente al título de
conde y a la sucesión, y prefirió ser ordenado sacerdote y obispo a los
24 años de edad. Dos años después, muerto el Papa Pío IV, Carlos
Borromeo dejó definitivamente Roma y fue recibido triunfalmente en la
sede episcopal de Milán, en donde permaneció hasta la muerte, cuando
tenía sólo 46 años.
En una diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia,
Suiza, Piamonte y Liguria, Carlos estaba presente en todas partes. Su
escudo llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad. No
era una simple curiosidad heráldica, sino una elección precisa: él,
noble y riquisimo, se privaba de todo y vivía en contacto con el pueblo
para escuchar sus necesidades y confidencias. Fue llamado “padre de los
pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra. Empleó todos sus
bienes en la construcción de hospitales, hospicios y casas de formación
para el clero.
Se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el
concilio de Trento, del que fue uno de los principales actores. Animado
por un sincero espíritu de reforma, impuso una rígida disciplina al
clero y a los religiosos, sin preocuparse por las hostilidades que se
iban formando en los que no querían renunciar a ciertos privilegios que
brindaba la vida eclesiástica y religiosa. Fue blanco de un atentado
mientras rezaba en la capilla, pero salió ileso, perdonando
generosamente a su atacante.
Durante la larga y terrible epidemia que estalló en 1576, viajó a
todos los rincones de su diócesis. Empleó todas las energías y su
caridad no conoció límites. Pero su robusta naturaleza tuvo que ceder
ante el peso de tanta fatiga. Murió el 3 de noviembre de 1584. Fue
canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.
¡Oh!, San Martín de Porres, vos, sois, el hijo del Dios de la Vida, su amado santo y, aunque vuestro color no fue del contento de aquella virreynal Lima, vos, el bien, hicisteis más que los “blancos” de aquella sociedad. Al mundo llegasteis y por que así lo quiso Dios, bautizado fuisteis en la misma pila bautismal de otro santo como vos: ¡Santa Rosa de Lima! Barbero, curandero y ayudante de médico erais pues, drenabais hinchazones y tumores con destreza. Con vuestros conocimientos a los menesterosos y pobres ayudabais. De labriegos, soldados, caballeros y corregidores amigo y, siempre hecho caridad contínua, como el mismo Cristo y Nuestra Señora, que envolvió a propios y extraños, pues vuestra persona y nombre, respeto imponía, tanto que, arreglabais matrimonios, dirimíais contiendas, fallabais en pleitos y reconciliabais familias. Al Virrey y al Arzobispo aconsejabais en asuntos referidos a la administración y a la Iglesia. Muchas veces os vieron en éxtasis, ante el santo Crucifijo, pues devoto fiel, erais de la Santa Eucaristía y, jamás en vida, faltasteis a ella. Vuestro convento, la casa de vuestra hermana y el hospital, de pobres lo llenasteis. Todos os buscaban curación pidiendo y a todos, los sanabais con caseros remedios, la oración y con el toque de vuestra mano. “La caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura”. Así, respondisteis alguna vez y en cada enfermo, veíais la figura de vuestro Maestro, y se os partía el alma, y por ello, con la ayuda de vuestro Arzobispo y la del Virrey, un asilo fundasteis, donde los atendías, los curabais, y les enseñabais la doctrina cristiana. Abristeis, las escuelas de Huérfanos de “La Santa Cruz”, donde los niños conocían a Jesucristo. Dios, os concedió infinidad de gracias, como en las que, curando estuvisteis en distintos sitios y a distancia, dotado del poder de “bilocación”. Os hacíais azotar, hasta derramar sangre, al igual que el otro pobre de Asís. Erais, de perros, mulos, ratones, gatos, amigo y sanador, pues a todos ellos los curabais, y jamás nunca, límites pusisteis al ejercicio de la caridad. Y, así, el día os llegó, y que, vos, mismo anunciasteis la fecha en la que vuestra alma al cielo partiría y, entonces, perdón pedisteis a los religiosos, por vuestros “malos ejemplos” y os marchasteis de este mundo, para coronado ser, con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega increíble y grande de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Oh!, San Martín de Porres, “vivo Amor del Dios de la Vida y del Amor”.
¡Oh, Martín! ¡Nadie como vos! La paz de vuestra escoba A perro, pericote y gato En santas palomas los convirtieron ¡Pues Cristo lo puede todo!
Si aquellas criaturas Dentro de sí supieron Que la paz y el amor se dan ¿Cuánto más podrá el hombre Si su corazón se abriera Al Dios de la Vida? ¡Oh; Martín, “de la Paz y del Amor”.
3 de Noviembre San Martín de Porres Religioso dominico
Oración
Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más
servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera
santidad.
El racismo, esa distinción que hacemos los hombres
distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan
sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la
masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta
lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente
distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y
estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos
juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.
Fue hijo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de
Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia
que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y
confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos
morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea
por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y
Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de
atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San
Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.
La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los
importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De
hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil,
dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso
maestro particular.
Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de
Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de
barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes,
extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer
de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias;
además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir
hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como
ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su
trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían
pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a
buscar alivio tanto caballeros como corregidores.
Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social
de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y
continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa
María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en
arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en
pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más
de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.
Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas
extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante
sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la
natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su
devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo,
sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.
Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la
religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario
donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los
frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que
vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le
asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien
dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone
de tablas y jergón como cama.
Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital.
Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su
trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la
oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la
salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.
Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque
en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo
en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por
motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento
anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad,
porque “la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no
tienen clausura”.
Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación
de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la
figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la
ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles,
curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios
dedicados a cultivar la tierra en Limatambo. También los dineros de don
Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de
Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a
Jesucristo.
No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios
y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.
El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre
haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro
pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que
curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a
los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso
límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al
orden cósmico.
Murió el día previsto para su muerte que había conocido con
anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple
fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos
ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega
-arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables
mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su
hábito que hubo de cambiarse varias veces.
Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.
Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.
¿Qué nos enseña su vida?
La vida de San Martín nos enseña:
A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de
atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen
servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos
ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.
A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud.
Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las
necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el
cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes,
necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios
A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la
vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu
sencillo.
A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato
amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo
merecen por ser hijos amados por Dios.
A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos…
A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.
San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de
servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera
importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que
no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y
el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.
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