30 marzo, 2024

Sábado Santo

 Sábado Santo, el día en que todos perdieron la fe, salvo María, Madre de  Dios | ACI Prensa

30 de Marzo
Sábado Santo

Es Sábado Santo, el día de la espera. El cuerpo inerte de Jesús ha sido colocado en el sepulcro y, no muy lejos de allí, María permanece en oración, acompañando a la Iglesia.

Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra

En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (...) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».

Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.

Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.

María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar

En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.

La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente", y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.

El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.

“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.

Aún más: incluso entre aquellas mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre se daba por muerto al Maestro; y muerto quería decir final. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.

¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudo. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!

Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios'', cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.

Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)

Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué, cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío, “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.

La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a esta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!

(https://www.aciprensa.com/.../sabado-santo-el-dia-en-que...)

29 marzo, 2024

Viernes Santo

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29 de Marzo
Viernes Santo 
 
Hoy es Viernes Santo y toda la Iglesia se une en duelo y espíritu penitencial para conmemorar la Pasión y Muerte del Señor.
 
La liturgia de hoy, en toda su riqueza, nos depara momentos intensos en los que podremos profundizar en el misterio del sacrificio de Cristo.
 
En todo el mundo cristiano se llevan a cabo diversas expresiones de fe: se reza el Vía Crucis [El camino de la cruz], se escucha el “Sermón de las Siete Palabras” -reflexión en torno a las palabras que Cristo dijo en la Cruz- y se realizan procesiones o liturgias públicas semejantes, presididos generalmente por la imagen de Cristo sufriente y de su Madre Dolorosa.
 
En Viernes Santo no se celebra la Santa Eucaristía ni ningún otro sacramento, a excepción, claro está, del Sacramento de la Reconciliación y la Unción de los Enfermos en caso de necesidad o urgencia.
 
Un día para poner el corazón frente al Señor
 
En la tarde del Viernes Santo se realiza la Celebración de la Pasión del Señor, que conmemora los distintos momentos por los que pasó el Salvador en las horas previas a su ejecución. Ese itinerario de dolor se recuerda paso a paso a través de la lectura de la Palabra, la Adoración de la Cruz y la Comunión Eucarística -consagrada el día previo, Jueves Santo-.
 
Paralelamente, la Santa Madre Iglesia nos invita a acompañar a la Virgen María en sus sufrimientos de madre. Ella nunca abandonó a su Hijo y, a diferencia de la gran mayoría de discípulos, no huyó y permaneció firme a los pies de la cruz.
 
Hacia el final de la Celebración de la Pasión, después de la Adoración de la Cruz, el Misal Romano contempla: "Según las condiciones del lugar o de las tradiciones populares y, según la conveniencia pastoral, puede cantarse el Stabat Mater, (...) o algún canto apropiado que recuerde el dolor de la Bienaventurada Virgen María" (VS, n. 20).
 
Por la noche, los fieles meditan el periplo de Jesucristo hacia el Calvario o Gólgota a través del Vía Crucis [El camino de la cruz]. Luego, antes de acabar el día, en numerosos lugares se celebra el “Oficio de las Tinieblas” en el que se recuerda la oscuridad en la que cayó el mundo cuando muere el Redentor. Dicha celebración, generalmente hecha dentro del templo y en un ambiente de creciente oscuridad, concluye con un signo de esperanza: después de dejar paulatinamente el templo a oscuras, se enciende una vela sobre el altar que recuerda que Jesús habrá de resucitar.
 
Todas estas formas de piedad dejan en evidencia que la Iglesia, como madre buena, provee de los medios necesarios para acercarnos a Dios y conocer mejor el misterio de su amor sacrificial, que es infinito. Nunca olvidemos que Cristo no se guardó nada para sí, sino que lo dio todo por nuestra salvación.
 
Nosotros, los fieles, debemos responder guardando ‘silencio’ -externo e interno- o fomentando el espíritu reflexivo. Debemos unirnos al duelo por la muerte de Jesucristo, tal y como lo recordaba el P. Donato Jiménez, OAR: ”Debemos hacer propios los sentimientos de la Iglesia”. Contribuye enormemente a ese propósito que ese día cumplamos con los preceptos de ayuno y abstinencia.
 
Lo que está roto será unido y renovado
 
El P. Jimenez recordaba además que en Viernes Santo “celebramos la muerte de Jesús, quien ha muerto por cada uno de nosotros y por toda la humanidad para reconciliarnos con el Padre”. Es decir, estamos celebrando hoy el amor extremo, el amor divino, el único capaz de pagar el más caro rescate por nuestra salvación: la vida del Hijo. Esto debería tener implicancias tremendas en nuestra vida diaria: gracias a Cristo, las puertas que se habían cerrado a causa de nuestros pecados han sido abiertas de nuevo para nunca jamás cerrarse de nuevo. ¿Quién, conociendo esta verdad, podría seguir viviendo igual?
 
Es importante, entonces, interiorizar que Jesús se entregó en la Cruz por cada uno. Esa entrega es personal: por mí, por tí, y no fue hecha de manera “masiva”. Es por eso que la Cruz es un signo de victoria: por la Cruz ‘muere la muerte’. En ella perece el pecado, su fuerza y sus consecuencias; Jesús libremente decidió ‘morir mi propia muerte’. ¿No es esta la victoria más grande de la historia? ¡Qué poco importa si a alguno le sabe a fracaso!
 
( https://www.aciprensa.com/noticias/54985/viernes-santo-acompanemos-a-cristo-en-su-pasion-y-muerte-en-la-cruz )

Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz

Las siete palabras de Jesús en la cruz: una canción para meditarlas

LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
P. Pedro CASALDÁLIGA

I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»

Sabiendo o no sabiendo lo que hacemos,
sabemos que nos amas,
porque ya hemos visto tus maneras
en los ojos y en la boca de tu Hijo Jesús.
Ya no eres más para nosotros el Dios terrible.
¡Sabemos que eres Amor!
Sabemos que no sabes castigar…
Tú eres un Dios vencido en la ternura.
Tú esperas siempre, Padre, y acoges y restauras la vida
hasta de los asesinos de tu Hijo
(que somos todos nosotros).
¡Perdónalos! ¡Perdónanos!
Atiende este pedido de tu Hijo en la cruz,
prueba mayor de tu amor de Padre.
¡Y acógenos, oh Padre, oh Madre, oh cuna, oh casa
de cuantos retornamos buscando tu abrazo!

II. «En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso»

Tu corazón sin puertas, siempre abierto,
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre…
Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama.
Tu corazón reclama, impaciente, a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!

III. «¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!»

Por causa de ese Hombre, el más totalmente humano,
¡tú eres la bendita entre todas las mujeres!
Madre de todas las madres, dulce Madre nuestra,
¡por causa de ese Hijo, hermano de todos!
¡Hagamos casa, pues, oh Madre!
¡Hagamos la familia de todas las familias de todas las naciones!
A cuenta de esa Carne, hermana de toda carne,
destrozada en la cruz, Hostia del mundo.
Cansados o perdidos,
necesitamos, Madre, tu agasajo,
sombra clara de Dios en toda cruz humana,
divina canción de cuna en todo humano sueño.
Queremos ser discípulos amados,
¡oh Maestra del Evangelio!
Queremos ser herederos de Jesús,
oh Madre, ¡vida de la Vida!
En ese cambio de hijos,
tú sabes bien, María,
que nos ganas a todos y no pierdes el Hijo
ya de vuelta a su Padre,
para esperarnos con la Casa pronta.

IV. «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?»

Todos nuestros pecados
se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo.
Todos nuestros rictus te deforman el Rostro.
En tu soledad se refugian
todas las soledades de la Historia Humana…
En tu grito vencido
(¡misteriosa victoria!)
detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados,
todas nuestras blasfemias…
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué nos abandonas
en la duda, en el miedo, en la impotencia?
¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas
delante de la injusticia,
en Rio o en Colombia,
en Africa, en el mundo,
ante los tribunales o en los bancos…?
¿No te importan los hijos que engendraste?
¿No te importa tu Nombre?
Es la hora de las tinieblas, del silencio del Padre,para su Hijo.
Es la hora de la fe, oscura y desnuda,
del silencio de Dios, para todos nosotros…

V. «¡Tengo sed!»

Tú tienes sed ¿de qué, oh Fuente Viva?
En el manantial quebrado de tu Cuerpo
los ángeles se sacian.
Y todos los humanos
bebemos en tus ojos moribundos
la luz que no se apaga.
Tierra de nuestra carne, calcinada
por todo el egoísmo que brota de la Humanidad,
tienes la sed del Amor que no tenemos,
ebrios de tantas aguas suicidas…
Sabemos, sin embargo,
que será de esa boca, reseca por la sed,
de donde nos vendrá el Himno de la Alegría,
el Vino de la Fraternidad,
¡la crecida jubilosa de la Tierra Prometida!
¡Danos sed de la sed!
¡Danos la sed de Dios!

VI. «Todo está consumado»

De Tu parte, ¡sí¡
De nuestra parte,
nos falta aún ese largo día a día
de cada historia humana,
de toda la Humana Historia.
Tú ya lo has hecho todo, ¡Rey y Reino!
Todo está por hacer, a la luz del Reino,
en esta noche que nos cerca
(de lucro y de egoísmo,
de miedo y de mentira,
de odios y de guerras).
El Padre te dio un Cuerpo de servicio
y Tú has rendido el ciento, el infinito.
Todo está consumado,
en el Perdón y en la Gloria.
Todo puede ser Gracia,
en la lucha y en el camino.
Ya has sido el Camino, Compañero.
Y eres, por fin, ¡la Llegada!
En tu Cruz se anulan
el poder del Pecado
y la sentencia de la Muerte.
Todo canta Esperanza…

VII. «¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!»

Gloria de su Gloria, Dios de Dios,
de siempre igual a El,
Tú has venido del Padre.
Y ahora al Padre vuelves
desde nosotros, igual a nosotros,
Dios y Hombre para siempre.
En el seno del Espíritu
el Padre te acoge, Hijo Bienamado,
Amén de su Amor ya satisfecho.
La Muerte ha sucumbido en tu Muerte
como un fantasma inútil, para siempre.
Y en tus Manos reposan nuestras vidas,
vencedoras de la muerte, a su hora.
En tu Paz descansa esperanzada
nuestra agitada paz.
Descansa en Paz, por fin,
en la Paz del Padre, eterna,
Tú que eres ¡nuestra Paz!

(http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/SS/siete_verba_2.htm)

28 marzo, 2024

Jueves Santo

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JUEVES 27 DE MARZO
JUEVES SANTO
 
Texto del Evangelio (Jn 13,1-15): Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
 
Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».
 
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».
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«Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros»
Mons. José Ángel SAIZ Meneses, Arzobispo de Sevilla
(Sevilla, España)
 
Hoy recordamos aquel primer Jueves Santo de la historia, en el que Jesucristo se reúne con sus discípulos para celebrar la Pascua. Entonces inauguró la nueva Pascua de la nueva Alianza, en la que se ofrece en sacrificio por la salvación de todos.
 
En la Santa Cena, al mismo tiempo que la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio ministerial. Mediante éste, se podrá perpetuar el sacramento de la Eucaristía. El prefacio de la Misa Crismal nos revela el sentido: «Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos».
 
Y aquel mismo Jueves, Jesús nos da el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Antes, el amor se fundamentaba en la recompensa esperada a cambio, o en el cumplimiento de una norma impuesta. Ahora, el amor cristiano se fundamenta en Cristo. Él nos ama hasta dar la vida: ésta ha de ser la medida del amor del discípulo y ésta ha de ser la señal, la característica del reconocimiento cristiano.
 
Pero, el hombre no tiene capacidad para amar así. No es simplemente fruto de un esfuerzo, sino don de Dios. Afortunadamente, Él es Amor y —al mismo tiempo— fuente de amor, que se nos da en el Pan Eucarístico.
 
Finalmente, hoy contemplamos el lavatorio de los pies. En actitud de siervo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, y les recomienda que lo hagan los unos con los otros (cf. Jn 13,14). Hay algo más que una lección de humildad en este gesto del Maestro. Es como una anticipación, como un símbolo de la Pasión, de la humillación total que sufrirá para salvar a todos los hombres.
 
El teólogo Romano Guardini dice que «la actitud del pequeño que se inclina ante el grande, todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde». Por esto, Jesucristo es auténticamente humilde. Ante este Cristo humilde nuestros moldes se rompen. Jesucristo invierte los valores meramente humanos y nos invita a seguirlo para construir un mundo nuevo y diferente desde el servicio.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hubiese hallado» (San Agustín)
 
«Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados» (Francisco)
 
«El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección, y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.337)
 

27 marzo, 2024

Miércoles Santo

 

Judas cobró poco más de 200 euros por su traición –

Miércoles 27 de Marzo
Miércoles Santo

Hoy, Miércoles Santo, concluye la Cuaresma y, al mismo tiempo, termina la primera parte de la Semana Santa, la Semana Mayor. Mañana, jueves, se da inicio al Triduo Pascual, núcleo de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia dentro del año.

Miércoles, el Día de la Traición

En este día se recuerda el episodio más oscuro de la vida de Judas Iscariote, el traidor, nada menos que uno de los Doce. Hoy viene a nuestras mentes, siguiendo las Sagradas Escrituras, la noche en la que el Iscariote se reúne con el Sanedrín, tribunal religioso judío, y pacta con sus miembros la manera de entregar a Jesús a cambio de 30 monedas.

El plan para matar a Jesús está en marcha. Por esta razón, muchos se refieren al Miércoles Santo como “el primer día de luto de la Iglesia”.

Judas, a quien Jesús “trató como a un amigo” (Mt 26, 50)

Los siguientes párrafos están tomados de la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 18 de octubre de 2006:

Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena.

(…) [Varios] pasajes muestran que la traición se estaba gestando: «Aquel que lo traicionaba», se dice de él durante la última Cena, después del anuncio de la traición (cf. Mt 26, 25) y luego en el momento en que Jesús fue arrestado (cf. Mt 26, 46. 48; Jn 18, 2. 5)… La traición en cuanto tal tuvo lugar en dos momentos: ante todo en su gestación, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por treinta monedas de plata, y después en su ejecución con el beso que dio al Maestro en Getsemaní.

En cualquier caso, los evangelistas insisten en que le correspondía con pleno derecho el título de Apóstol: repetidamente se le llama «uno de los Doce» (Mt 26, 14. 47; Mc 14, 10. 20; Jn 6, 71) o «del número de los Doce» (Lc 22, 3). Más aún, en dos ocasiones Jesús, dirigiéndose a los Apóstoles y hablando precisamente de él, lo indica como «uno de vosotros» (Mt 26, 21; Mc 14, 18; Jn 6, 70; 13, 21).

Se trata, por tanto, de una figura perteneciente al grupo de los que Jesús había escogido como compañeros y colaboradores cercanos. Esto plantea dos preguntas al intentar explicar lo sucedido. La primera consiste en preguntarnos cómo es posible que Jesús escogiera a este hombre y confiara en él. Ante todo, aunque Judas era de hecho el ecónomo del grupo (cf. Jn 12, 6; 13, 29), en realidad también se le llama «ladrón» (Jn 12, 6). Es un misterio su elección, sobre todo teniendo en cuenta que Jesús pronuncia un juicio muy severo sobre él: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mt 26, 24).

Es todavía más profundo el misterio sobre su suerte eterna, sabiendo que Judas «acosado por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Pequé entregando sangre inocente’ (Mt 27, 3-4). Aunque luego se alejó para ahorcarse (cf. Mt 27, 5).

Una segunda pregunta atañe al motivo del comportamiento de Judas: ¿por qué traicionó a Jesús? (…) Algunos recurren al factor de la avidez por el dinero; otros dan una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no incluía en su programa la liberación político-militar de su país.

En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que «el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo» (Jn 13, 2); de manera semejante, Lucas escribe: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce» (Lc 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, que cedió miserablemente a una tentación del Maligno.

Un acercamiento al Evangelio de hoy: Miércoles Santo

La lectura del Evangelio de hoy está tomada de San Mateo 26, 14 – 25. Jesús y los doce se encuentran a la espera de la Pascua. Los versículos introductorios registran el momento en que Jesús es traicionado:

«Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle» (Jn 26, 14 – 16). Mientras Judas consumaba su traición, no muy lejos, Jesús sufría horas de angustia.

El Iscariote, en su corazón endurecido, en su mirada corta, había resuelto entregar al amigo y Maestro. Las dudas se “habían disipado” para él: Jesús le había resultado una decepción, alguien que no cumplía con sus “estándares” o expectativas; o, si acaso quedase una mínima posibilidad, de pronto, al verse enfrentado a la muerte, Jesús “despertaría” y se rebelaría contra el invasor romano. Así su decepción desaparecería de cuajo y lo convertiría en el héroe que precipitó la “revolución” de Israel. Nada de esto sucedió. Y si existió alguna vez el deseo de darle “una última oportunidad” al Señor, sin duda, esta no habría nacido ni de la fe ni de la esperanza, y mucho menos del amor.

Al entregar al Maestro por treinta monedas, Judas, quien presumía ser el más astuto de los discípulos, dejaba en evidencia que no había entendido nada y que, por lo tanto, habría de fallar en todos los cálculos. Creyéndose vivo, ya podía ser contado entre los muertos:

«Y mientras comían, [Jesús] dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”.

Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno a uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”. El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!”. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: “¿Soy yo acaso, Rabbí?” Dícele: “Sí, tú lo has dicho”» (Jn 26, 21-25).

( https://www.aciprensa.com/…/miercoles-santo-conocido… )

26 marzo, 2024

Martes Santo

 Piensa en Judas y aprende a perdonar

Martes 25
Martes Santo 
 
Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.
 
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
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«Era de noche»
Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles, Bélgica)
 
Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
 
El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21).
 
Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).
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«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él»
Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)
 
Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios.
 
Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo, procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y puede llegar a esclavizar.
Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Para mí es mejor morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. Quiero a Aquel que murió por nosotros; quiero a Aquel que resucitó por nosotros… Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios» (San Ignacio de Antioquía)
 
«El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de allí! Todos los santos han bebido de aquí» (Francisco)
 
«En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas (…). Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo, el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.851)
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25 marzo, 2024

Lunes Santo

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25 deMarzo
Lunes Santo
 
Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.
 
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
 
Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
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«Ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos»
Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
 
Hoy, en el Evangelio, se nos resumen dos actitudes sobre Dios, Jesucristo y la vida misma. Ante la unción que hace María a su Señor, Judas protesta: «Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’» (Jn 12,4-5). Lo que dice no es ninguna barbaridad, ligaba con la doctrina de Jesús. Pero es muy fácil protestar ante lo que hacen los otros, aunque no se tengan segundas intenciones como en el caso de Judas.
 
Cualquier protesta ha de ser un acto de responsabilidad: con la protesta nos hemos de plantear cómo lo haríamos nosotros, qué estamos dispuestos a hacer nosotros. Si no, la protesta puede ser sólo —como en este caso— la queja de los que actúan mal ante los que miran de hacer las cosas tan bien como pueden.
 
María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos, porque cree que es lo que debe hacer. Es una acción tintada de espléndida magnanimidad: lo hizo «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro» (Jn 12,3). Es un acto de amor y, como todo acto de amor, difícil de entender por aquellos que no lo comparten. Creo que, a partir de aquel momento, María entendió lo que siglos más tarde escribiría san Agustín: «Quizá en esta tierra los pies del Señor todavía están necesitados. Pues, ¿de quién, fuera de sus miembros, dijo: ‘Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños... me lo hacéis a mí? Vosotros gastáis aquello que os sobra, pero habéis hecho lo que es de agradecer para mis pies’».
 
La protesta de Judas no tiene ninguna utilidad, sólo le lleva a la traición. La acción de María la lleva a amar más a su Señor y, como consecuencia, a amar más a los “pies” de Cristo que hay en este mundo.
 
Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«¡Oh don preciosísimo de la Cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados. Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie» (San Teodoro Estudita)
 
«El amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, busca sólo el bien del otro, vence la mezquindad, la cicatería, los resentimientos, la cerrazón que el hombre lleva a veces en su corazón» (Benedicto XVI)
 
«Jesús hace suyas estas palabras: ‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’ (Jn 12,8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: ‘comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias...’ (Am 8,6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.449).