05 abril, 2024
Viernes de la Octava de Pascua


04 abril, 2024
Jueves de la Octava de Pascua
Jueves 4 de Abril
Jueves de la Octava de Pascua
Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. Que siga resonando fuerte el ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en la fe, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.
Esos mismos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cfr. Ef 4, 20-24). Llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y del mérito propio. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).
Jueves de la Octava de Pascua
Hoy, jueves 4 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.
Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque este empezó a mezclarse con alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, la pregunta por el alimento evoca familiaridad y cercanía, interrumpida por el proceso que condenó a muerte a Jesús. Ahora, los amigos están reunidos otra vez, y en núcleo del gozo por el reencuentro está el Maestro, volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo que fue escrito siglos atrás. No obstante, la historia no ha de acabar allí. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».
Evangelio según San Lucas (Lc 24, 35-48)
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.
Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.(ACI prensa).


03 abril, 2024
Miércoles de la Octava de Pascua


02 abril, 2024
Martes de la octava de Pascua


01 abril, 2024
Segundo Día de la Octava de Pascua, Lunes del Ángel


31 marzo, 2024
Domingo de Resurrección


30 marzo, 2024
Sábado Santo
30 de Marzo
Sábado Santo
Es Sábado Santo, el día de la espera. El cuerpo inerte de Jesús ha sido colocado en el sepulcro y, no muy lejos de allí, María permanece en oración, acompañando a la Iglesia.
Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra
En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (...) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».
Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.
María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar
En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.
La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente", y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.
El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.
“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.
Aún más: incluso entre aquellas mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre se daba por muerto al Maestro; y muerto quería decir final. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.
¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudo. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!
Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios'', cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.
Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)
Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué, cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío, “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.
La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a esta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!
(https://www.aciprensa.com/.../sabado-santo-el-dia-en-que...)

