05 abril, 2024

Viernes de la Octava de Pascua

Hoy es Viernes de la Octava de Pascua: "El discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”
 
 
05 de Abril
Viernes de la Octava de Pascua
 
Los días de la Octava de Pascua son días en los que el Señor se acerca a nosotros de una manera especial: en las circunstancias más cotidianas, sencillas o habituales Él “se aparece” para compartir con nosotros. Así lo hizo con los discípulos de Emaús, así también con los apóstoles en el lago de Tiberíades. Por eso, mantengamos encendida la llama de la alegría porque Cristo resucitado está a nuestro lado, cerca, pase lo que pase, aún si le hemos fallado. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra en estos días continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección de Cristo. El Señor se muestra sin aspavientos, irradiando caridad, suscitando cercanía y confianza; está fortaleciendo a sus discípulos para la misión más grande y hermosa.
 
Por su parte, los discípulos habrán de seguir lidiando con sus temores y dudas, pero ya no son los mismos. La Resurrección lo ha transformado todo. Los apóstoles van dejando al ‘hombre viejo’ para dar paso al ‘hombre nuevo’ (Cf. Ef 4, 20-24). Así lo evidencia la secuencia que se sigue esta semana en la Primera Lectura, siempre tomada de los Hechos de los Apóstoles. Juan y Pedro han curado a un paralítico y ahora proclaman la resurrección de los muertos. Cuestionados por los saduceos y los ancianos sobre el origen de su tal autoridad, Pedro contesta con firmeza que ellos actúan “en el nombre de Jesús de Nazaret”. Esto viene del cielo y no por mérito humano (Hch 4, 1-12).
 
Viernes de la Octava de Pascua
 
Hoy, viernes 5 de abril, celebramos el sexto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan (Jn 21, 1-14), quien da cuenta del encuentro de Cristo resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades.
 
Juan llama a esta “la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos”. Dice la Escritura que estaban Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos más, quienes salieron juntos a pescar. Las horas pasan y no logran pescar nada. Cuando estaba por amanecer, Jesús se aparece en la orilla -los discípulos no lo reconocen- y desde allí les pregunta si han logrado pescar algo. La respuesta fue más que contundente: “No”. Jesús entonces les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y pescaron tal cantidad de peces que las redes parecían reventar. Al ver lo que acababa de suceder frente a sus ojos, Juan se da cuenta de que esta pesca no puede venir sino de Dios. Entonces le dice a Pedro: “¡Es el Señor!”; quien, embargado por la emoción, se lanza al mar en el acto, y nada en dirección a donde estaba Jesús. El resto permanece en la barca, tirando de la red también hacia la orilla. Llegados a tierra ven que Jesús los esperaba con el fuego encendido, y sobre este un pescado y un pan. “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”, pidió el Señor, y Pedro acude a la orden de inmediato. Y aunque nadie se atrevía a preguntar, todos sabían bien que era Jesús a quien tenían enfrente. Él tomó el pan y el pescado y lo repartió entre ellos.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), dice: «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo", y anuncia también el profeta David: “(...) Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros”.
 
Evangelio según San Juan (Jn 21, 1-14)
 
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
 
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
 
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
 
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
 


 

04 abril, 2024

Jueves de la Octava de Pascua

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Jueves 4 de Abril
Jueves de la Octava de Pascua

Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. Que siga resonando fuerte el ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en la fe, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.

Esos mismos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cfr. Ef 4, 20-24). Llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y del mérito propio. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).

Jueves de la Octava de Pascua

Hoy, jueves 4 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.

Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque este empezó a mezclarse con alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, la pregunta por el alimento evoca familiaridad y cercanía, interrumpida por el proceso que condenó a muerte a Jesús. Ahora, los amigos están reunidos otra vez, y en núcleo del gozo por el reencuentro está el Maestro, volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo que fue escrito siglos atrás. No obstante, la historia no ha de acabar allí. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».

Evangelio según San Lucas (Lc 24, 35-48)

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.(ACI prensa).

03 abril, 2024

Miércoles de la Octava de Pascua

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03 de Abril
Miércoles de la Octava de Pascua 
 
Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener vivo el espíritu celebrativo del Domingo de Resurrección e invita a los fieles a exclamar constantemente, con profunda alegría: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra se adentra en los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección del Señor, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos confirmándolos en la fe y preparándolos para la misión que habrán de cumplir.
 
Esos mismos discípulos, quienes en el momento de la prueba fueron presa fácil del miedo, ahora aparecen con espíritu renovado, llenos de confianza y fortaleza interior, dando testimonio de la grandeza del Maestro. Por esto, la primera lectura de cada día de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles.
 
Miércoles de la Octava de Pascua
 
Hoy, miércoles 3 de abril, celebramos el cuarto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Lucas (Lc 24, 13-35), quien presenta lo acontecido en el camino de Emaús.
 
Dos de los discípulos de Cristo van de camino a un pueblo llamado Emaús, no muy lejos de Jerusalén. Mientras se dirigen a su destino van conversando sobre los recientes acontecimientos. En medio de la discusión se les acercó Jesús y les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. 
 
Ellos no lo reconocieron y, sorprendidos por la pregunta (toda Jerusalén estaba conmocionada), le increparon no estar al tanto de lo sucedido. El Señor insistió entonces en que le cuenten lo sucedido. 
 
Ellos le relataron cómo los sumos sacerdotes y las autoridades del pueblo entregaron a Jesús el Nazareno para ser crucificado. Su desilusión había sido muy grande porque esperaban que ese Jesús, en quien reconocían a “un profeta poderoso en obras y palabras”, fuese el libertador de Israel. Eran ya tres días desde la muerte del Maestro y pensaban que nada había sucedido; todo les sabía a fracaso. Ni siquiera el testimonio de las mujeres que afirmaban que Jesús había resucitado les parecían creíbles.
 
La llamada de atención del Señor no se haría esperar: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón!”. Entonces empezó a explicarles las Escrituras que se referían a él, de cómo el Mesías debía padecer y morir, pero que al final habría de resucitar. Algo tuvo que suceder en el corazón de esos discípulos para que le pidieran a su ocasional compañía que se quedara con ellos “porque la tarde está cayendo”. Al llegar la hora se sentaron a la mesa, Él partió el pan, lo bendijo y se los dio. En ese momento recién los discípulos pudieron reconocerlo, pero Él desapareció. Tarde se les abrieron los ojos: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
 
En este cuarto día de la Octava hagámonos eco -con nuestras palabras y acciones- del llamado del Papa San Juan Pablo II hecho ya hace poco más de cuarenta años: «Cada uno invite a Cristo como aquellos discípulos que caminaban con Él por ese camino, sin saber con quién caminaban: "Quédate con nosotros, pues el día ya declina" (Lc, 24, 29). Que se quede Jesús, tome el pan, pronuncie las palabras de la bendición, lo parta y lo distribuya. Y que entonces se abran los ojos de cada uno, cuando lo reconozca "en la fracción del pan" (Lc 24, 35)».
 
Evangelio según San Lucas (Lc 24, 13-35)
 
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
 
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
 
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.
 
Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
 
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
 
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
 

02 abril, 2024

Martes de la octava de Pascua

 Imagen

02 de Abril
Martes de la octava de Pascua
 
Texto del Evangelio (Jn 20,11-18): En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir “Maestro”». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
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«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»
Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
 
Hoy, en la figura de María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la historia, tan afectos y leales como la Magdalena.
 
No obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).
 
Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he visto.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«No es grande cosa creer que Cristo muriese; porque esto también lo creen los paganos y judíos y todos los inicuos: todos creen que murió. La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo» (San Agustín)
«En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad» (Benedicto XVI)
«(…) La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos y asustados. Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y ‘sus palabras les parecían como desatinos’ (Lc 24,11). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua ‘les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado’ (Mc 16,14)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 643).

01 abril, 2024

Segundo Día de la Octava de Pascua, Lunes del Ángel

Puede ser una imagen de 2 personas y texto que dice "Lunes del Ángel "No tengáis miedo, ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho". Mt 28, 5-6 aciprensa.com"

1 de abril
Segundo Día de la Octava de Pascua
Lunes del Ángel
 
Oremos
Oh Dios, que en la gloriosa resurrección de tu Hijo has devuelto la alegría al mundo entero, por intercesión de la Virgen María, concédenos disfrutar de la alegría de la vida eterna. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.
 
Hoy, 1 de abril, segundo día de la Octava de Pascua, la Iglesia celebra el ‘Lunes del Ángel’, llamado así para que ningún cristiano olvide que fue un ángel el encargado de anunciar a las mujeres que habían acudido al sepulcro, que Cristo ya no debía ser contado más entre los muertos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).
 
Si consideramos por un momento que cada detalle en torno a la Resurrección del Señor está repleto de sentido, no podemos sino darle gracias a Dios, quien envía mensajeros -a sus ángeles- para anunciar las grandezas del plan de salvación. Es a través de ellos como los hombres hemos podido conocer importantes acontecimientos y aspectos de la providencia amorosa del Creador.
 
La palabra ‘ángel’ procede del latín angĕlus, que a su vez proviene del griego ἄγγελος (ángelos), que quiere decir “mensajero”.
 
¿Por qué ‘Lunes del Ángel’?
 
Este día se presta como ocasión propicia para recordar al querido San Juan Pablo II, quien el 4 de abril de 1994, lunes de la Octava de Pascua de aquel año, reflexionó sobre el sentido de esta conmemoración. En su alocución, tras el rezo del Regina Coeli, el Papa Santo dijo:
 
«¿Por qué se le llama así? Me parece que es acertado ese nombre: ‘Lunes del Ángel’. Conviene dejar un poco de espacio a este ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”... Estas palabras —Ha resucitado— eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: “No está aquí, ha resucitado”».
 
El Evangelio de San Mateo es la fuente de donde San Juan Pablo II toma las palabras del ángel del Señor y que reproduce en su discurso. Dice el evangelista:
 
«El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: “Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho”» (Mt 28, 5-7).
 
Mensajeros de la salvación
 
Es importante recordar que los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad. Son seres personales e inmortales; carecen de corporalidad y, por estar en presencia de Dios eternamente, superan en perfección a todas las criaturas visibles.
Cristo es el centro y cabeza de los ángeles y estos le obedecen porque aman la voluntad de Dios. Por eso, Dios les encomendó el anuncio de sus designios salvíficos.
 
Y la Virgen escuchó de boca del ángel: “Alégrate, María”
 
Desde hoy hasta el final de la cincuentena de Pascua, el día de Pentecostés, se reza la oración del Regina Coeli [Reina del Cielo] en lugar del Ángelus. De manera semejante, vale decir, al concluir el rezo del Santo Rosario, podemos reemplazar la Salve por esta misma oración.
 
En el año 2009, el Papa Benedicto XVI recordaba que el “Alégrate, María” pronunciado por el ángel resuena como una invitación a la alegría: “Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia”, es decir: “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.
 
Regina Coeli
 
Reina del cielo alégrate; aleluya.
Porque el Señor a quien has merecido llevar; aleluya.
Ha resucitado según su palabra; aleluya.
Ruega al Señor por nosotros; aleluya.
Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
Porque verdaderamente ha resucitado el Señor; aleluya. ( ACI prensa).

31 marzo, 2024

Domingo de Resurrección

 Semana Santa 2024: Domingo de Resurreccion

31 de Marzo
Domingo de Resurrección
Inicio de Tiempo Pascual 
 
Hoy, 31 de marzo, celebramos el Domingo de Resurrección, día en el que Cristo venció a la muerte y al pecado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
 
Hoy se da inicio al Tiempo Pascual, período litúrgico de cincuenta días en los que la Iglesia Católica celebra la cúspide de la obra de la salvación: la Resurrección de Cristo, el Señor. El Tiempo Pascual -conocido también como “Cincuentena Pascual”- concluye con la Solemnidad de Pentecostés.
 
El domingo más grande
 
Simultáneamente, hoy también empieza la Octava de Pascua, primera semana de la Cincuentena Pascual. La Octava de Pascua, como sugiere el propio nombre, equivale al periodo de ocho días continuos en los que se celebra la Resurrección de Cristo. Lo hermoso de estos ocho días -de domingo a domingo- radica en que deben ser vividos como si fueran “un solo día”. Se trata, pues, de un “largo domingo” o “gran domingo” en el que el júbilo por Cristo vuelto a la vida se prolonga con la misma intensidad con que se vive el Domingo de Resurrección.
 
Para que sigas de cerca la Octava de Pascua te recomendamos acceder a los recursos dispuestos para cada día, a través del siguiente enlace.
 
La Sagrada Escritura en el día a día
 
Las lecturas diarias de la Octava se centran en los relatos de las apariciones de Cristo Resucitado y las experiencias que los discípulos tuvieron en su gloriosa presencia. Esto habrá de continuar el resto de la Cincuentena, especialmente los domingos.
 
Podrás constatar también que, a lo largo del Tiempo Pascual, la Primera Lectura, comúnmente tomada del Antiguo Testamento, se cambiará por un pasaje de los Hechos de los Apóstoles.
 
Segundo domingo de la Octava: la Divina Misericordia
 
El Segundo Domingo de Pascua, con el que concluye la Octava, es llamado Domingo de la Divina Misericordia, de acuerdo a la disposición dejada por San Juan Pablo II durante su pontificado, a propósito de la canonización de su compatriota Faustina Kowalska.
 
El decreto de Su Santidad fue emitido el 23 de mayo del año 2000 por la entonces Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, hoy convertida en Dicasterio. En el documento se detalla que la celebración de la Divina Misericordia tendrá lugar siempre el segundo domingo de Pascua, con lo que se convierte en fecha movible en el Calendario Litúrgico. La denominación oficial de esta celebración es «Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia».
 

30 marzo, 2024

Sábado Santo

 Sábado Santo, el día en que todos perdieron la fe, salvo María, Madre de  Dios | ACI Prensa

30 de Marzo
Sábado Santo

Es Sábado Santo, el día de la espera. El cuerpo inerte de Jesús ha sido colocado en el sepulcro y, no muy lejos de allí, María permanece en oración, acompañando a la Iglesia.

Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra

En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (...) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».

Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.

Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.

María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar

En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.

La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente", y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.

El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.

“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.

Aún más: incluso entre aquellas mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre se daba por muerto al Maestro; y muerto quería decir final. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.

¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudo. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!

Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios'', cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.

Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)

Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué, cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío, “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.

La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a esta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!

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