07 abril, 2024

Domingo de la Octava de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia

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07 de Abril
Domingo II de Pascua
Fiesta de la Divina Misericordia 
 
Texto del Evangelio (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
 
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
 
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
 
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
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«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (Tremp, Lleida, España)
 
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
 
Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
 
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Y a ti, oh Señor, que ves nítidamente con tus ojos los abismos de la conciencia humana, ¿qué podría pasarte desapercibido de mí, aun cuando yo me negara a confesártelo?» (San Agustín)
 
«Muchas veces pensamos que ir a confesarnos es como ir a la tintorería. Pero Jesús en el confesionario no es una tintorería. La confesión es un encuentro con Jesús que nos espera tal como somos» (Francisco)
 
«Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: ‘Hijo, tus pecados están perdonados’ (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de Él para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.484)
 

06 abril, 2024

Sábado de la Octava de Pascua

 

06 de Abril
Sábado de la Octava de Pascua 
 
La Octava de Pascua va llegando a su fin. Sin embargo, no debemos perder de vista que lo que nos ha dado estos días hermosos -el gozo de este ‘gran domingo’- ha de prolongarse el resto del Tiempo Pascual. Sin duda, desde el cielo seguirán cayendo torrentes de gracia en nuestras vidas, si nos disponemos a cooperar con ella y así fortalecer nuestra fe en Cristo resucitado. Con Él crece la esperanza en que algún día también nosotros habremos de resucitar. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra, como en los días previos, presenta los hechos acontecidos tras la resurrección de Cristo; aunque el Evangelio de hoy muestra un giro que apunta a la misión apostólica.
 
En la Primera Lectura, también tomada de los Hechos de los Apóstoles, Juan y Pedro, tras comparecer ante el sanedrín, son conminados a dejar de proclamar y obrar en nombre de Jesús. No obstante, esta resulta una reacción tardía por parte de los ancianos y saduceos. Ellos mismos se han percatado de un hecho inexorable: “En aquellos días, los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, se quedaron sorprendidos al ver el aplomo con que Pedro y Juan hablaban, pues sabían que eran hombres del pueblo sin ninguna instrucción” (ver: Hch 4, 13-21) .
 
Sábado de la Octava de Pascua
 
Hoy, sábado 6 de abril, celebramos el séptimo día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada de San Marcos (Mc 16, 9-15), quien, haciendo un recuento de las recientes apariciones de Jesús resucitado, fuerza a tomar conciencia de la debilidad humana, de nuestra poca fe -débil como la de sus discípulos-. A pesar de eso, el final del pasaje evangélico resulta por demás esperanzador: el Señor expresa su incondicional confianza en los hombres y les encomienda la misión de predicar su Evangelio por el mundo.
 
San Marcos recuerda cómo a María Magdalena los discípulos no le creyeron cuando dio testimonio del encuentro con Jesús en la mañana de su resurrección. Los apóstoles tampoco les creyeron a los discípulos de Emaús, aún cuando lo que decían portaba una fuerza inusitada. En ambos casos los testigos -María Magdalena y los discípulos de Emaús- eran absolutamente confiables y sus testimonios elocuentes. Igual se toparon con el muro de la incredulidad. Finalmente, Jesús se aparece a los Once y encuentra dudas y temor. ¡Qué podría haber hecho el Maestro sino reprochar semejante incredulidad! Inevitablemente las cosas deberán tomar un curso nuevo. Aquellos que no creyeron, serán ahora los que den testimonio: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), nuestra amable compañía en estos días, nos lanza directamente al blanco: «La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino, no es vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; (...) fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Y con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén».
 
Evangelio según San Marcos (Mc 16, 9-15)
 
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
 
Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
 
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.(ACI prensa)

05 abril, 2024

Viernes de la Octava de Pascua

Hoy es Viernes de la Octava de Pascua: "El discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”
 
 
05 de Abril
Viernes de la Octava de Pascua
 
Los días de la Octava de Pascua son días en los que el Señor se acerca a nosotros de una manera especial: en las circunstancias más cotidianas, sencillas o habituales Él “se aparece” para compartir con nosotros. Así lo hizo con los discípulos de Emaús, así también con los apóstoles en el lago de Tiberíades. Por eso, mantengamos encendida la llama de la alegría porque Cristo resucitado está a nuestro lado, cerca, pase lo que pase, aún si le hemos fallado. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra en estos días continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección de Cristo. El Señor se muestra sin aspavientos, irradiando caridad, suscitando cercanía y confianza; está fortaleciendo a sus discípulos para la misión más grande y hermosa.
 
Por su parte, los discípulos habrán de seguir lidiando con sus temores y dudas, pero ya no son los mismos. La Resurrección lo ha transformado todo. Los apóstoles van dejando al ‘hombre viejo’ para dar paso al ‘hombre nuevo’ (Cf. Ef 4, 20-24). Así lo evidencia la secuencia que se sigue esta semana en la Primera Lectura, siempre tomada de los Hechos de los Apóstoles. Juan y Pedro han curado a un paralítico y ahora proclaman la resurrección de los muertos. Cuestionados por los saduceos y los ancianos sobre el origen de su tal autoridad, Pedro contesta con firmeza que ellos actúan “en el nombre de Jesús de Nazaret”. Esto viene del cielo y no por mérito humano (Hch 4, 1-12).
 
Viernes de la Octava de Pascua
 
Hoy, viernes 5 de abril, celebramos el sexto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan (Jn 21, 1-14), quien da cuenta del encuentro de Cristo resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades.
 
Juan llama a esta “la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos”. Dice la Escritura que estaban Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos más, quienes salieron juntos a pescar. Las horas pasan y no logran pescar nada. Cuando estaba por amanecer, Jesús se aparece en la orilla -los discípulos no lo reconocen- y desde allí les pregunta si han logrado pescar algo. La respuesta fue más que contundente: “No”. Jesús entonces les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y pescaron tal cantidad de peces que las redes parecían reventar. Al ver lo que acababa de suceder frente a sus ojos, Juan se da cuenta de que esta pesca no puede venir sino de Dios. Entonces le dice a Pedro: “¡Es el Señor!”; quien, embargado por la emoción, se lanza al mar en el acto, y nada en dirección a donde estaba Jesús. El resto permanece en la barca, tirando de la red también hacia la orilla. Llegados a tierra ven que Jesús los esperaba con el fuego encendido, y sobre este un pescado y un pan. “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”, pidió el Señor, y Pedro acude a la orden de inmediato. Y aunque nadie se atrevía a preguntar, todos sabían bien que era Jesús a quien tenían enfrente. Él tomó el pan y el pescado y lo repartió entre ellos.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), dice: «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo", y anuncia también el profeta David: “(...) Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros”.
 
Evangelio según San Juan (Jn 21, 1-14)
 
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
 
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
 
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
 
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
 


 

04 abril, 2024

Jueves de la Octava de Pascua

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Jueves 4 de Abril
Jueves de la Octava de Pascua

Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. Que siga resonando fuerte el ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en la fe, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.

Esos mismos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cfr. Ef 4, 20-24). Llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y del mérito propio. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).

Jueves de la Octava de Pascua

Hoy, jueves 4 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.

Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque este empezó a mezclarse con alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, la pregunta por el alimento evoca familiaridad y cercanía, interrumpida por el proceso que condenó a muerte a Jesús. Ahora, los amigos están reunidos otra vez, y en núcleo del gozo por el reencuentro está el Maestro, volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo que fue escrito siglos atrás. No obstante, la historia no ha de acabar allí. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».

Evangelio según San Lucas (Lc 24, 35-48)

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.(ACI prensa).

03 abril, 2024

Miércoles de la Octava de Pascua

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03 de Abril
Miércoles de la Octava de Pascua 
 
Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener vivo el espíritu celebrativo del Domingo de Resurrección e invita a los fieles a exclamar constantemente, con profunda alegría: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra se adentra en los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección del Señor, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos confirmándolos en la fe y preparándolos para la misión que habrán de cumplir.
 
Esos mismos discípulos, quienes en el momento de la prueba fueron presa fácil del miedo, ahora aparecen con espíritu renovado, llenos de confianza y fortaleza interior, dando testimonio de la grandeza del Maestro. Por esto, la primera lectura de cada día de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles.
 
Miércoles de la Octava de Pascua
 
Hoy, miércoles 3 de abril, celebramos el cuarto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Lucas (Lc 24, 13-35), quien presenta lo acontecido en el camino de Emaús.
 
Dos de los discípulos de Cristo van de camino a un pueblo llamado Emaús, no muy lejos de Jerusalén. Mientras se dirigen a su destino van conversando sobre los recientes acontecimientos. En medio de la discusión se les acercó Jesús y les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. 
 
Ellos no lo reconocieron y, sorprendidos por la pregunta (toda Jerusalén estaba conmocionada), le increparon no estar al tanto de lo sucedido. El Señor insistió entonces en que le cuenten lo sucedido. 
 
Ellos le relataron cómo los sumos sacerdotes y las autoridades del pueblo entregaron a Jesús el Nazareno para ser crucificado. Su desilusión había sido muy grande porque esperaban que ese Jesús, en quien reconocían a “un profeta poderoso en obras y palabras”, fuese el libertador de Israel. Eran ya tres días desde la muerte del Maestro y pensaban que nada había sucedido; todo les sabía a fracaso. Ni siquiera el testimonio de las mujeres que afirmaban que Jesús había resucitado les parecían creíbles.
 
La llamada de atención del Señor no se haría esperar: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón!”. Entonces empezó a explicarles las Escrituras que se referían a él, de cómo el Mesías debía padecer y morir, pero que al final habría de resucitar. Algo tuvo que suceder en el corazón de esos discípulos para que le pidieran a su ocasional compañía que se quedara con ellos “porque la tarde está cayendo”. Al llegar la hora se sentaron a la mesa, Él partió el pan, lo bendijo y se los dio. En ese momento recién los discípulos pudieron reconocerlo, pero Él desapareció. Tarde se les abrieron los ojos: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
 
En este cuarto día de la Octava hagámonos eco -con nuestras palabras y acciones- del llamado del Papa San Juan Pablo II hecho ya hace poco más de cuarenta años: «Cada uno invite a Cristo como aquellos discípulos que caminaban con Él por ese camino, sin saber con quién caminaban: "Quédate con nosotros, pues el día ya declina" (Lc, 24, 29). Que se quede Jesús, tome el pan, pronuncie las palabras de la bendición, lo parta y lo distribuya. Y que entonces se abran los ojos de cada uno, cuando lo reconozca "en la fracción del pan" (Lc 24, 35)».
 
Evangelio según San Lucas (Lc 24, 13-35)
 
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
 
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
 
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.
 
Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
 
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
 
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
 

02 abril, 2024

Martes de la octava de Pascua

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02 de Abril
Martes de la octava de Pascua
 
Texto del Evangelio (Jn 20,11-18): En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir “Maestro”». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
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«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»
Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
 
Hoy, en la figura de María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la historia, tan afectos y leales como la Magdalena.
 
No obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).
 
Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he visto.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«No es grande cosa creer que Cristo muriese; porque esto también lo creen los paganos y judíos y todos los inicuos: todos creen que murió. La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo» (San Agustín)
«En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad» (Benedicto XVI)
«(…) La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos y asustados. Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y ‘sus palabras les parecían como desatinos’ (Lc 24,11). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua ‘les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado’ (Mc 16,14)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 643).

01 abril, 2024

Segundo Día de la Octava de Pascua, Lunes del Ángel

Puede ser una imagen de 2 personas y texto que dice "Lunes del Ángel "No tengáis miedo, ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho". Mt 28, 5-6 aciprensa.com"

1 de abril
Segundo Día de la Octava de Pascua
Lunes del Ángel
 
Oremos
Oh Dios, que en la gloriosa resurrección de tu Hijo has devuelto la alegría al mundo entero, por intercesión de la Virgen María, concédenos disfrutar de la alegría de la vida eterna. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.
 
Hoy, 1 de abril, segundo día de la Octava de Pascua, la Iglesia celebra el ‘Lunes del Ángel’, llamado así para que ningún cristiano olvide que fue un ángel el encargado de anunciar a las mujeres que habían acudido al sepulcro, que Cristo ya no debía ser contado más entre los muertos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).
 
Si consideramos por un momento que cada detalle en torno a la Resurrección del Señor está repleto de sentido, no podemos sino darle gracias a Dios, quien envía mensajeros -a sus ángeles- para anunciar las grandezas del plan de salvación. Es a través de ellos como los hombres hemos podido conocer importantes acontecimientos y aspectos de la providencia amorosa del Creador.
 
La palabra ‘ángel’ procede del latín angĕlus, que a su vez proviene del griego ἄγγελος (ángelos), que quiere decir “mensajero”.
 
¿Por qué ‘Lunes del Ángel’?
 
Este día se presta como ocasión propicia para recordar al querido San Juan Pablo II, quien el 4 de abril de 1994, lunes de la Octava de Pascua de aquel año, reflexionó sobre el sentido de esta conmemoración. En su alocución, tras el rezo del Regina Coeli, el Papa Santo dijo:
 
«¿Por qué se le llama así? Me parece que es acertado ese nombre: ‘Lunes del Ángel’. Conviene dejar un poco de espacio a este ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”... Estas palabras —Ha resucitado— eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: “No está aquí, ha resucitado”».
 
El Evangelio de San Mateo es la fuente de donde San Juan Pablo II toma las palabras del ángel del Señor y que reproduce en su discurso. Dice el evangelista:
 
«El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: “Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho”» (Mt 28, 5-7).
 
Mensajeros de la salvación
 
Es importante recordar que los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad. Son seres personales e inmortales; carecen de corporalidad y, por estar en presencia de Dios eternamente, superan en perfección a todas las criaturas visibles.
Cristo es el centro y cabeza de los ángeles y estos le obedecen porque aman la voluntad de Dios. Por eso, Dios les encomendó el anuncio de sus designios salvíficos.
 
Y la Virgen escuchó de boca del ángel: “Alégrate, María”
 
Desde hoy hasta el final de la cincuentena de Pascua, el día de Pentecostés, se reza la oración del Regina Coeli [Reina del Cielo] en lugar del Ángelus. De manera semejante, vale decir, al concluir el rezo del Santo Rosario, podemos reemplazar la Salve por esta misma oración.
 
En el año 2009, el Papa Benedicto XVI recordaba que el “Alégrate, María” pronunciado por el ángel resuena como una invitación a la alegría: “Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia”, es decir: “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.
 
Regina Coeli
 
Reina del cielo alégrate; aleluya.
Porque el Señor a quien has merecido llevar; aleluya.
Ha resucitado según su palabra; aleluya.
Ruega al Señor por nosotros; aleluya.
Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
Porque verdaderamente ha resucitado el Señor; aleluya. ( ACI prensa).