10 abril, 2024

Beatos colombianos de San Juan de Dios, martirizados en España

 Beatos Colombianos de San Juan de Dios

 

!Oh¡, Santos Mártires de Colombia,
vosotros sois los hijos del Dios de
la vida, que decidisteis por el amor
a Cristo, Dios y Señor Nuestro, en los
débiles vuestro servicio y amor dar
y, no teniendo mayor delito que, el de
haberlo seguido; vuestras vidas santas
entregasteis, tras un inhumano y
cruel martirio a manos de los impíos
ateos. A vosotros pues Santos Beatos:
Juan Bautista Velásquez, Esteban
Maya, Melquiades Ramírez de
Sonsón, Eugenio Ramírez,Rubén
de Jesús López, Arturo Ayala, y
Gaspar Páez Perdomo; sean dadas
glorias y alabanzas, porque ahora
vivís la eternidad de la vida; todos
coronados de luz, como premio
justo a vuestra entrega de amor y fe.
Dijo Cristo: “Si alguno se declara a
Mi favor ante la gente de esta tierra,
yo me declararé a su favor ante
los ángeles del cielo”; ¡aleluya!;
¡Oh!, Santos Mártires de Colombia.

© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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10 de Abril
Los Mártires Colombianos de la
Comunidad de San Juan de Dios
(año 1936)

Desde 1934 estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas y masones y de la extrema izquierda. Por medio del fraude y de toda clase de trampas fueron quitándoles a los católicos todos los puestos públicos. En las elecciones, tuvo el partido católico medio millón de votos más que los de la extrema izquierda, pero al contabilizar tramposamente los votos, se les concedieron 152 curules menos a los católicos que a los izquierdistas. La persecución anticatólica se fue volviendo cada vez más feroz y terrorífica. En pocos meses de 1936 fueron destruidos en España más de mil templos católicos y gravemente averiados más de dos mil.

Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas y miles y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia Católica.

Las comunidades que más mártires tuvieron fueron: Padres Claretianos: 270. Padres Franciscanos 226. Hermanos Maristas 176. Hermanos Cristianos 165. Padres Salesianos 100. Hermanos de San Juan de Dios 98.

En 1936 los católicos se levantaron en revolución al mando del General Francisco Franco y después de tres años de terribilísima guerra lograron echar del gobierno a los comunistas y anarquistas anticatólicos, pero estos antes de abandonar las armas y dejar el poder cometieron la más espantosa serie de asesinatos y crueldades que registra la historia. Y unas de sus víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España.

Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.

Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, de Jardín (Antioquía) 27 años. Esteban Maya, de Pácora Caldas, 29 años. Melquiades Ramírez de Sonsón (Antioquía) 27 años. Eugenio Ramírez, de La Ceja (Antioquía) 23 años. Rubén de Jesús López, de Concepción (Antioquía) 28 años. Arturo Ayala, de Paipa (Boyacá) 27 años y Gaspar Páez Perdomo de Tello (Huila) 23 años.

Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Hombres totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa Religión. Y por esta causa los mataron.

Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español (dirigido por los bolcheviques desde Moscú) y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo.

A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.

Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.

El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: “Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: “¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos”.

Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían “venga mañana”. Al fin una mañana me dijeron: “Fueron llevados al Hospital Clínico”. Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.

Aterrado, lleno de cólera y de dolor exigí entonces que me llevaran a la morgue o depósito de cadáveres, para identificar a mis compatriotas sacrificados.

En el sótano encontré más de 120 cadáveres, amontonados uno sobre otro en el estado más impresionante que se puede imaginar. Rostros trágicos. Manos crispadas. Vestidos deshechos. Era la macabra cosecha que los comunistas habían recogido ese día.

Me acerqué y con la ayuda de un empleado fui buscando a mis siete paisanos entre aquel montón de cadáveres. Es inimaginable lo horrible que es un oficio así. Pero con paciencia fui buscando papeles y documentos hasta que logré identificar cada uno de los siete muertos. No puedo decir la impresión de pavor e indignación que experimenté en presencia de este espectáculo. Los ojos estaban desorbitados. Los rostros sangrantes. Los cuerpos mutilados, desfigurados, impresionantes. Por un rato los contemplé en silencio y me puso a pensar hasta qué horrores de crueldad llega la fiera humana cuando pierde la fe y ataca a sus hermanos por el sólo hecho de que ellos pertenecen a la santa religión.

Redacté una carta de protesta y la envié a las autoridades civiles. Después el gobierno colombiano protestó también, pero tímidamente, por temor a disgustar aquel gobierno de extrema izquierda.

En aquellos primero días de agosto de 1936, Colombia y la Comunidad de San Juan de Dios perdieron para esta tierra a siete hermanos, pero todos los ganamos como intercesores en el cielo. En cada uno de ellos cumplió Jesús y seguirá cumpliendo, aquella promesa tan famosa: “Si alguno se declara a mi favor ante la gente de esta tierra, yo me declararé a su favor ante los ángeles del cielo”.

Estos son los primeros siete beatos colombianos. Los beatificó el Papa Juan Pablo II en 1992. Y ojalá sean ellos los primeros de una larguísima e interminable serie de amigos de Cristo que lo aclamen con su vida, sus palabras y sus buenas obras en este mundo y vayan a hacerle compañía para siempre en el cielo.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Mártires_Colombianos.htm)

09 abril, 2024

Santa Casilda de Toledo

 Santa Casilda de Toledo

  ¡Oh!, Santa Casilda de Toledo, vos, sois la hija
del Dios de la Vida, virgen y su amada santa, que
nacida en la religión musulmana, ayudasteis con
misericordia a los cristianos detenidos en la cárcel
y después, ya cristiana, vivisteis como eremita.
Almacrin, vuestro padre sanguinario perseguidor
de los cristianos, dicen unos y otros como apacible
y bondadoso. Vos, estabais rodeada de una natural
clemencia y ternura, sintiendo piedad con los cautivos
pobres y los consolabais llevándoles comida en el
hondón de vuestra falda, hasta que, un vuestro padre
os sorprendió en esta tarea misericordiosa, preguntándoos
por lo que llevabais, y vos contestasteis que «¡rosas!»
y rosas aparecieron al extender vuestra falda. ¡Milagro!
del Dios Vivo!. Y, quizás, así, los mismos cautivos
cristianos quienes, viendo vuestro recto corazón, os
hablaron de Cristo; correspondiendo así, a vuestras
múltiples atenciones, instruyéndoos en la fe cristiana.
En Burgos os bautizan y recuperasteis milagrosamente
la salud y así, resolvisteis pasar el resto de vuestros
días santos, en la soledad, dedicada a la oración y
la penitencia. Y, así, ya de edad avanzada, marchó
vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
de luz como justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, Santa Casilda de Toledo, “viva luz del amor de Dios".

© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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9 de Abril

Santa Casilda de Toledo
Virgen Eremita

Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid

La virgen mora que vino de Toledo

Martirologio Romano: En el lugar llamado San Vicente, cerca de Briviesca, en la región de Castilla, en España, santa Casilda, virgen, que, nacida en la religión mahometana, ayudó con misericordia a los cristianos detenidos en la cárcel y después, ya cristiana, vivió como eremita († 1075).

Etimológicamente: Casilda = Aquella que canta con alegría, es de origen árabe.
 

Breve Biografía

En el cerro que domina el valle, en el santuario actual, descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -«la virgen mora que vino de Toledo», muy venerada en Burgos, en la urna, obra de Diego de Siloé, rematada por su propia imagen yacente. El lugar ha sido centro de peregrinación durante siglos y no deja de frecuentarlo la piedad de nuestros contemporáneos.

En torno a santa Casilda todo lo que encontramos es incierto, confuso y contradictorio. Pero su figura tiene el encanto de la sencillez y el sabor de lo heroico en el amor. Cautivó al pueblo cristiano medieval y le animó a la fidelidad. Su propio nombre -casida en árabe significa cantar- es como un verso con alas de canción.

Ni siquiera se conoce con exactitud el nombre de su padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almacrin o Almamún. Sobre su condición, unos lo describen como un sanguinario perseguidor de los cristianos, mientras que otros lo presentan como apacible y bondadoso.

La princesita mora tiene un natural abundante en clemencia y ternura. Rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que están en las mazmorras. Siente una especial piedad con los cautivos pobres y los intenta consolar llevándoles viandas en el hondón de su falda. Un día, cuando realizaba esta labor misericordiosa, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que «rosas» y ¡rosas aparecieron al extender la falda!

Quizá fueron los mismos cautivos cristianos quienes, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; posiblemente correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas de la mejor manera que podían, instruyéndola en la fe cristiana.

Pero, aunque en su corazón era ya de Cristo, ¿cómo podría recibir ella el Bautismo con los lazos tan fuertes del Islam que la rodeaban?

Comienza una grave dolencia. El flujo de sangre aumenta y la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla. El Cielo le revela que encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente, allá por la Castilla cristiana. Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real. En Burgos recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca. Recuperada la salud según se le dijo, decide consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.

Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en la misma ermita que ella mandó construir. Pronto se convirtió en lugar de peregrinación. Cuentan que los caminantes sintieron desde entonces su especial protección y las mujeres la invocan contra el flujo de sangre, y hasta dicen que basta que una mujer pruebe las aguas y eche una piedra al lago para tener asegurada la descendencia.

Se juntan la historia, la imaginación del pueblo sencillo y la bruma del misterio en torno a la santa. Resta aprender la lección del ejemplo. El amor a Cristo hace posible el trueque del regalo propio de la corte morisca por la aspereza de una vida austera y penitente.

(http://es.catholic.net/op/articulos/36286/casilda-de-toledo-santa.html#modal)



08 abril, 2024

Solemnidad de la Anunciación del Señor

 Solemnidad de la Anunciación 2024

08 de Abril
Solemnidad de la Anunciación del Señor 
 
Hoy, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Es decir, se recuerda de manera solemne que, un día como hoy, se produjo un acontecimiento que cambiaría para siempre la historia de la humanidad. Dios Todopoderoso invitaba a una humilde doncella de Nazaret (Israel) llamada María, a cooperar en su plan salvífico: Ella será invitada por medio del ángel a ser madre del Hijo unigénito de Dios, el Señor Jesús.
 
María, quien había consagrado su virginidad a Dios, responde a la propuesta divina con un valiente y generoso “¡Sí!” (Cfr. Lc 1, 26-38); por lo que será llamada la ‘llena de gracia’. Es necesario recordar que desde el preciso momento en que la Virgen de Nazaret queda encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, las puertas del cielo se abren nuevamente y la amistad entre Dios y el hombre, quebrada antaño por el pecado, habrá de ser restablecida.
 
Por su ‘sí’ la Virgen será elevada a la condición de ‘Madre de Dios’. Ella llevará a Jesús en su vientre: primero será abrigo y protección; después, la encargada de educar a Aquel que es salud para el género humano.
 
Tradicionalmente la Anunciación del Señor se celebra el 25 de marzo -nueve meses antes del día de Navidad-, pero este año, el 25 fue Lunes de Semana Santa, por lo que la Solemnidad fue trasladada a hoy, 8 de abril, un día después de concluida la Octava de Pascua.
 
El porqué de la celebración: ¡El Verbo de Dios se ha hecho carne!
 
“‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel” (Lc. 1, 35 - 38).
 
Este pasaje forma parte del Evangelio de hoy (Lc 1, 26-38), en el que se recuerda el diálogo del ‘mensajero’ de Dios, Gabriel, con la Virgen. La claridad y sencillez de la respuesta de María denota que sobre ella no hubo imposición, sino libertad. María podría haber rechazado la propuesta venida por boca del ángel y Dios habría respetado su decisión de la misma manera como respeta incondicionalmente la libertad humana. Para alegría y gratitud de todas las generaciones, la “bendita entre las mujeres” aceptó la voluntad de Dios con amor y docilidad. Dios no había puesto vanamente su confianza en María: “Hágase en mí según tu palabra”, contesta, y se produce el más grande de todos los milagros: la Encarnación del Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Este hecho constituye la auténtica y plena irrupción del Amor infinito en la historia de la humanidad, cuyo significado y repercusiones jamás podrán ser ponderadas del todo, no, por lo menos, hasta el final de los tiempos.
 
Volviendo al pasaje bíblico que nos ocupa -el encuentro de la Virgen María con el ángel-, es claro también que el porvenir no se le presentaba libre de dificultades a la Madre de Dios. Ya para ese momento, María estaba comprometida con José y era obvio que lo planeado hasta ese momento sería alterado. No resulta difícil pensar que ese plan tendría que ser dejado de lado. Además, principalmente, María era conocedora de las profecías sobre el Mesías, así que era muy consciente de que muchas dificultades e incertidumbres habrían de aparecer.
 
Muy pronto, José, desconcertado por lo que María le revelaría, decide repudiarla en secreto, intentando, en la medida de lo posible, no avergonzarla frente a todos. Ella, por su parte, seguirá aferrada a la Providencia divina.
 
Finalmente, como Dios no abandona a los suyos, envió un ángel que le habla en sueños a José. Dios también esperaba muchísimo de él. Quería que su Hijo estuviera bajo el cuidado paternal de un santo varón. Por esta razón, el santo carpintero recibiría el privilegio de ser el padre de Jesús en la tierra y de formar con María un hogar lleno del amor divino: la Sagrada Familia de Nazaret.
 
El espíritu de la celebración: un periodo de gestación
 
La Solemnidad de la Anunciación (habitualmente, 25 de marzo) se celebra nueve meses antes de la Navidad (25 de diciembre), por lo que puede ser considerada una ‘festividad navideña’. Así lo ha dispuesto la tradición de la Iglesia. Existen fuentes que testimonian que la Anunciación del Señor se celebra de esta manera desde el siglo VI en Oriente y desde el siglo VII en Occidente (Roma).
 
Ciertamente se ha producido un cambio en la designación después del Vaticano II. En el Novus Ordo se ha preferido la expresión “Anunciación del Señor" en vez de la muy popular “Anunciación de María” con el propósito de evitar posibles ambigüedades en torno significado de la celebración y, al mismo tiempo, subrayar la centralidad de Jesús.
 
La Anunciación y la cultura de la vida
 
María tuvo en su vientre a Jesús. Fueron nueve meses de espera albergando a la fuente de la vida dentro de sí. Nueve meses en los que cada instante era una confirmación de que la naturaleza humana posee una grandeza y dignidad incalculables.
 
Abrazando lo que somos, Dios quiso vivir cada etapa de nuestra vida terrena, desde la concepción hasta la muerte. No se encarnó a los tres meses de gestación, ni a los seis, ni nada por el estilo, como podría seguirse de esas discusiones contemporáneas sobre cuándo empieza la vida humana y cuándo un ser humano “realmente” lo es. Dios nos alecciona claramente: se es persona desde la concepción.
 
Y es que la Encarnación se produjo en el instante mismo en el que María concibió del Espíritu Santo: he aquí la razón más elevada por la que la Iglesia defiende a cada ser humano desde el primer instante de su existencia. Por la misma razón, cada 25 de marzo, la Iglesia celebra también “El día del niño por nacer”.
 
¡Feliz día de la Anunciación!
¡Por María entró la alegría al mundo entero!
(ACI prensa).

07 abril, 2024

Domingo de la Octava de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia

 Puede ser una imagen de 1 persona y texto que dice "Domingo de la Divina Misericordia "Jesús en vos confío" aciprensa.com"

07 de Abril
Domingo II de Pascua
Fiesta de la Divina Misericordia 
 
Texto del Evangelio (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
 
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
 
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
 
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
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«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (Tremp, Lleida, España)
 
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
 
Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
 
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Y a ti, oh Señor, que ves nítidamente con tus ojos los abismos de la conciencia humana, ¿qué podría pasarte desapercibido de mí, aun cuando yo me negara a confesártelo?» (San Agustín)
 
«Muchas veces pensamos que ir a confesarnos es como ir a la tintorería. Pero Jesús en el confesionario no es una tintorería. La confesión es un encuentro con Jesús que nos espera tal como somos» (Francisco)
 
«Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: ‘Hijo, tus pecados están perdonados’ (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de Él para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.484)
 

06 abril, 2024

Sábado de la Octava de Pascua

 

06 de Abril
Sábado de la Octava de Pascua 
 
La Octava de Pascua va llegando a su fin. Sin embargo, no debemos perder de vista que lo que nos ha dado estos días hermosos -el gozo de este ‘gran domingo’- ha de prolongarse el resto del Tiempo Pascual. Sin duda, desde el cielo seguirán cayendo torrentes de gracia en nuestras vidas, si nos disponemos a cooperar con ella y así fortalecer nuestra fe en Cristo resucitado. Con Él crece la esperanza en que algún día también nosotros habremos de resucitar. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra, como en los días previos, presenta los hechos acontecidos tras la resurrección de Cristo; aunque el Evangelio de hoy muestra un giro que apunta a la misión apostólica.
 
En la Primera Lectura, también tomada de los Hechos de los Apóstoles, Juan y Pedro, tras comparecer ante el sanedrín, son conminados a dejar de proclamar y obrar en nombre de Jesús. No obstante, esta resulta una reacción tardía por parte de los ancianos y saduceos. Ellos mismos se han percatado de un hecho inexorable: “En aquellos días, los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, se quedaron sorprendidos al ver el aplomo con que Pedro y Juan hablaban, pues sabían que eran hombres del pueblo sin ninguna instrucción” (ver: Hch 4, 13-21) .
 
Sábado de la Octava de Pascua
 
Hoy, sábado 6 de abril, celebramos el séptimo día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada de San Marcos (Mc 16, 9-15), quien, haciendo un recuento de las recientes apariciones de Jesús resucitado, fuerza a tomar conciencia de la debilidad humana, de nuestra poca fe -débil como la de sus discípulos-. A pesar de eso, el final del pasaje evangélico resulta por demás esperanzador: el Señor expresa su incondicional confianza en los hombres y les encomienda la misión de predicar su Evangelio por el mundo.
 
San Marcos recuerda cómo a María Magdalena los discípulos no le creyeron cuando dio testimonio del encuentro con Jesús en la mañana de su resurrección. Los apóstoles tampoco les creyeron a los discípulos de Emaús, aún cuando lo que decían portaba una fuerza inusitada. En ambos casos los testigos -María Magdalena y los discípulos de Emaús- eran absolutamente confiables y sus testimonios elocuentes. Igual se toparon con el muro de la incredulidad. Finalmente, Jesús se aparece a los Once y encuentra dudas y temor. ¡Qué podría haber hecho el Maestro sino reprochar semejante incredulidad! Inevitablemente las cosas deberán tomar un curso nuevo. Aquellos que no creyeron, serán ahora los que den testimonio: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), nuestra amable compañía en estos días, nos lanza directamente al blanco: «La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino, no es vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; (...) fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Y con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén».
 
Evangelio según San Marcos (Mc 16, 9-15)
 
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
 
Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
 
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.(ACI prensa)

05 abril, 2024

Viernes de la Octava de Pascua

Hoy es Viernes de la Octava de Pascua: "El discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”
 
 
05 de Abril
Viernes de la Octava de Pascua
 
Los días de la Octava de Pascua son días en los que el Señor se acerca a nosotros de una manera especial: en las circunstancias más cotidianas, sencillas o habituales Él “se aparece” para compartir con nosotros. Así lo hizo con los discípulos de Emaús, así también con los apóstoles en el lago de Tiberíades. Por eso, mantengamos encendida la llama de la alegría porque Cristo resucitado está a nuestro lado, cerca, pase lo que pase, aún si le hemos fallado. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
 
La Liturgia de la Palabra en estos días continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección de Cristo. El Señor se muestra sin aspavientos, irradiando caridad, suscitando cercanía y confianza; está fortaleciendo a sus discípulos para la misión más grande y hermosa.
 
Por su parte, los discípulos habrán de seguir lidiando con sus temores y dudas, pero ya no son los mismos. La Resurrección lo ha transformado todo. Los apóstoles van dejando al ‘hombre viejo’ para dar paso al ‘hombre nuevo’ (Cf. Ef 4, 20-24). Así lo evidencia la secuencia que se sigue esta semana en la Primera Lectura, siempre tomada de los Hechos de los Apóstoles. Juan y Pedro han curado a un paralítico y ahora proclaman la resurrección de los muertos. Cuestionados por los saduceos y los ancianos sobre el origen de su tal autoridad, Pedro contesta con firmeza que ellos actúan “en el nombre de Jesús de Nazaret”. Esto viene del cielo y no por mérito humano (Hch 4, 1-12).
 
Viernes de la Octava de Pascua
 
Hoy, viernes 5 de abril, celebramos el sexto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan (Jn 21, 1-14), quien da cuenta del encuentro de Cristo resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades.
 
Juan llama a esta “la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos”. Dice la Escritura que estaban Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos más, quienes salieron juntos a pescar. Las horas pasan y no logran pescar nada. Cuando estaba por amanecer, Jesús se aparece en la orilla -los discípulos no lo reconocen- y desde allí les pregunta si han logrado pescar algo. La respuesta fue más que contundente: “No”. Jesús entonces les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y pescaron tal cantidad de peces que las redes parecían reventar. Al ver lo que acababa de suceder frente a sus ojos, Juan se da cuenta de que esta pesca no puede venir sino de Dios. Entonces le dice a Pedro: “¡Es el Señor!”; quien, embargado por la emoción, se lanza al mar en el acto, y nada en dirección a donde estaba Jesús. El resto permanece en la barca, tirando de la red también hacia la orilla. Llegados a tierra ven que Jesús los esperaba con el fuego encendido, y sobre este un pescado y un pan. “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”, pidió el Señor, y Pedro acude a la orden de inmediato. Y aunque nadie se atrevía a preguntar, todos sabían bien que era Jesús a quien tenían enfrente. Él tomó el pan y el pescado y lo repartió entre ellos.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), dice: «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo", y anuncia también el profeta David: “(...) Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros”.
 
Evangelio según San Juan (Jn 21, 1-14)
 
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
 
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
 
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
 
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
 


 

04 abril, 2024

Jueves de la Octava de Pascua

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Jueves 4 de Abril
Jueves de la Octava de Pascua

Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. Que siga resonando fuerte el ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en la fe, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.

Esos mismos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cfr. Ef 4, 20-24). Llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y del mérito propio. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).

Jueves de la Octava de Pascua

Hoy, jueves 4 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.

Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque este empezó a mezclarse con alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, la pregunta por el alimento evoca familiaridad y cercanía, interrumpida por el proceso que condenó a muerte a Jesús. Ahora, los amigos están reunidos otra vez, y en núcleo del gozo por el reencuentro está el Maestro, volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo que fue escrito siglos atrás. No obstante, la historia no ha de acabar allí. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».

Evangelio según San Lucas (Lc 24, 35-48)

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.(ACI prensa).