10 mayo, 2025

San Damián de Molokai, Héroe de la Caridad

 

10 de mayo
San Damián de Molokai
Héroe de la Caridad
 
Cada 10 de mayo, la Iglesia Católica celebra a San Damián de Molokai, misionero belga de la Congregación de los Sagrados Corazones, reconocido mundialmente como un héroe de la caridad pues hizo propio el sufrimiento de los enfermos de lepra que vivían en la isla de Molokai (archipiélago de Hawái, EE. UU.) a fines del siglo XIX. El Padre Damián se encargó de cuidarlos, hasta que, contagiado por la mortal enfermedad, entregó la vida por ellos.
 
San Damián es el patrono de los leprosos, los marginados por la sociedad, los enfermos de sida -de alguna manera, “la lepra” del siglo XX-, y del estado norteamericano de Hawái.
Hasta hace un tiempo al Padre Damían se le conmemoraba el día 15 de abril, fecha establecida tras su beatificación. Después de ser canonizado en 2009, su memoria fue trasladada al 10 de mayo de cada año.
 
“Sobre el león y la víbora pisarás” (Sal 91, 12)
 
El Padre Damián, como también es conocido, tuvo otro nombre. Originariamente su nombre fue Jozef de Veuster, natural de Tremelo, Reino de Bélgica, donde nació el 3 de enero de 1840.
 
Jozef fue admitido en la vida religiosa como miembro de la ‘Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar’, más conocidos como los ‘Sagrados Corazones de Jesús y María’ (SS.CC).
 
Después de un periodo de preparación fue enviado como misionero al desaparecido Reino de Hawái (1810-1894). En marzo de 1864, arribó al puerto de la capital, Honolulu, y en esa ciudad fue ordenado sacerdote unas semanas después, el 24 de mayo de 1864. Inmediatamente pasó a apoyar a algunas parroquias de los alrededores, en días en los que el país se sumía en una crisis sanitaria de proporciones mayúsculas, que terminó completamente fuera de control.
 
Hawái, por su ubicación estratégica en el Pacífico, era punto obligado para el comercio marítimo, las expediciones y el intercambio cultural. Navegantes de Asia, Europa y Oceanía se mezclaban allí, lo que favoreció la proliferación de enfermedades de todo tipo, entre ellas la lepra -en ese entonces incurable-. Contraerla significaba, primero, aislamiento y marginación social; segundo, una condena a muerte que habría de cumplirse lentamente, con mucho dolor.
 
Es así que el rey Kamehameha IV de Hawai, temeroso de que la plaga acabase con toda la población, tomó la decisión de segregar a los leprosos del reino. Estos fueron trasladados a una colonia en el norte de la isla Molokai -isla contigua al sur este de Hawái, parte del mismo archipiélago-.
 
Desde Inglaterra llegarían las primeras ayudas de suministros y comida, luego sucedería lo mismo con otros cargamentos provenientes de otras partes de Europa. Lamentablemente, sin el apoyo médico indispensable.
 
“Otros te vestirán y te llevarán adonde no quieras ir” (Jn 21, 18)
 
Transcurría el año 1865 y el Padre Damián había sido destacado a la Misión Católica de Kohala, ubicada en la isla principal (Hawái). Entonces, su obispo, Mons. Louis Maigret, vicario apostólico, le solicita que asista espiritualmente a los leprosos. El sacerdote pide un tiempo para rezar y meditar su decisión -la misión implicaba el altísimo riesgo de contagiarse y morir-, pasado el cual acepta y se enrumba hacia su destino en Molokai.
 
“Ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”, solía decir San Damián, consciente de las implicancias siempre posibles de ser sacerdote: se acepta la vocación para ser como Cristo, y no se aspira a nada menos.
 
“Dijo Jesús: ‘Soy la luz que brilla en las tinieblas’” (Jn 1, 5)
 
Molokai se había convertido en sinónimo de desesperanza y vacío. La isla empezó a hacerse conocida como “la colonia de la muerte”, y sus habitantes a sentirse como verdaderos muertos en vida. Mujeres, hombres, ancianos, niños, jóvenes; familias enteras estaban contagiados y parecía que nada más podía hacerse.
 
El Padre Damián, por su parte, se convirtió en testigo silencioso de todo tipo de expresiones de miseria moral: el desprecio de los sanos por los enfermos, los lamentos de los moribundos; los cadáveres abandonados aquí y allá -futuro alimento para las alimañas-; fosas llenas de cuerpos a medio enterrar; seres humanos abandonados a su suerte en el momento final de sus vidas. Y como si fuera poco, vio algo peor: a los que mueren con el corazón lleno de odio y resentimiento; lejos de Dios, de su ternura y misericordia.
 
Por eso, el santo misionero se propuso dar una respuesta contundente desde el Evangelio: Dios no sólo no abandona, sino que sufre con nosotros y nos eleva a las cumbres del gozo, así parezca todo perdido. Una brecha se abrió y dejó pasar una intensa luz: el Padre Damián viviría para sus enfermos, abriría corazones a la gracia, alcanzaría el perdón de Dios a los que se consideraban irredentos, y a muchos incrédulos los animó a recuperar el sentido de la vida, de cada día, de cada minuto.
 
Gracias a Dios, la ayuda espiritual del sacerdote fue transformando de a pocos a todos en Molokai. Como había que poner “manos a la obra”, organizó la construcción de la iglesia dedicada a Santa Filomena, un hospital, una enfermería, una escuela y hasta casas para los sin techo.
 
“Tu bondad y tu amor me acompañan y en tu casa, Señor, por siempre viviré” (Sal 23, 6)
El misionero trabajó a tiempo y a destiempo por años, hasta que en 1885 contrajo la lepra. Tenía 45 años. Las autoridades y muchos de sus hijos espirituales le pidieron que abandonase la isla, pero él no aceptó. Decidió morir allí, antes de que alguien siquiera pensara que Dios podría estarlo abandonando.
El santo llegaría a decir: "Hasta este momento me siento feliz y contento, y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: ‘Me quedo para toda la vida con mis leprosos’”.
 
Sin tratamiento alguno, Damián sabía que su muerte era inminente, aunque Dios le concedió vivir cuatro años más. Mientras las fuerzas le respondieron, siguió trabajando pastoralmente. Grande fue su consuelo, poco antes de morir, cuando vio llegar al nuevo sacerdote, el Padre Wendelin, acompañado de un grupo de religiosas franciscanas quienes llegaban a hacerse cargo de la enfermería y el hospital. Entre esas valientes mujeres estaba Santa Mariana Cope, servidora de los leprosos por 30 años. La Madre Mariana fue canonizada por el Papa Benedicto XVI en 2012.
 
San Damián de Molokai partió a la Casa del Padre el 15 de abril de 1889 a los 49 años.
“¡Logré yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones!” (Sal 45, 18)
Cuando se produjo la incorporación de Hawai a la Unión Americana (EE. UU) en 1959, los hawaianos decidieron que sea una estatua del misionero belga la que los represente en el Capitolio de Estados Unidos, como símbolo máximo de su historia.
 
Hoy, la vida del Padre Damián continúa haciendo resonar el nombre de Dios, una y otra vez, como eco inacabable, recordándonos a ese Jesús que no se aparta jamás y que llama al corazón humano, una y otra vez: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
 
San Damián de Molokai fue canonizado el 11 de octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.(ACI prensa).

09 mayo, 2025

Santa Luisa de Marillac, patrona de los huérfanos, viudas y las obras sociales

 Santa Luisa de Marillac

¡Oh!; Santa Luisa de Marillac, vos, sois la hija del Dios
de la Vida, su amada santa, y que, desde pequeña ansiabais
haceros religiosa. Un sacerdote santo os dijo: “Probablemente,
Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Y no se
equivocó. Vuestros biógrafos dicen de vos así: “Luisa fue
un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró
transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta
obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones
de cada día”. Al viuda quedar, dijisteis: “Ya he servido
bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente
a servir a Dios”. Y, así fue, pues jamás cometisteis ningún
mortal pecado en toda vuestra vida y San Francisco de Sales
y San Vicente de Paúl, así lo confirman. Con el segundo,
trabajasteis por treinta años, siendo vos, su fiel discípula
y servidora. “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe.
Que Él, sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las
dificultades”. Os, dijo él. A los enfermos visitabais,
instruías a los ignorantes y repartíais ayuda a los pobres
con entusiasmo, bondad y alegría. Un día, votos de pobreza,
castidad y obediencia hicisteis con cuatro amigas, naciendo
así, la famosa y mentada comunidad femenina de las “Hermanas
Vicentinas, Hijas de la Caridad”. Y, San Vicente, os hizo
este reglamento: “Por monasterio tendrán las casas de los
enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro
tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite
de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será
el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia
o castidad”. Y, así, reunisteis a mendigos y los pusisteis
a trabajar. Las mujeres hilaban y cosían, los hombres hacían
manualidades, hasta lograr convertirse en personas útiles,
pues la alegría, el trabajo y Dios, reinaban en aquél asilo.
Los enfermos mentales, recibían de vos, mucho amor, alimentación
y medicinas adecuadas, logrando su recuperación. San Vicente,
no pudo asistiros en la hora de la muerte, pues él, enfermo
se hallaba, pero, os envió una nota que decía así: “Usted se
va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto,
y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió. Y, luego,
voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe. Santa
Patrona de los huérfanos, viudas y de las obras sociales;
¡oh!; Santa Luisa de Marillac, “vivo Amor de Cristo Vivo y Eterno”.

© 2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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09 de Mayo
Santa Luisa de Marillac
Fundadora

Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años, sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo: “Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Se casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia, María de Médicis.

Dicen sus biógrafos: “Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada día”.

Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente le escribió diciéndole: “Jamás he visto una madre tan madre como usted”.

Y en otra carta le dice el santo: “Que felicidad nos debe traer el pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted tiene hacia el suyo”.

A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. “Ya he servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios”. Claro está que en la vida “mundana” que había tenido se había comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado mortal en toda su vida.

Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618 (tres años antes de la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta discípula y servidora.

San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos de caridad existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado misiones, pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa persona providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.

Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el santo se entusiasmó y le escribió diciendo: “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades”.

En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: “Su salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene”.

Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella misma por sus propios esfuerzos había conseguido.

Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad, les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte de aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba por conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e instruía a los ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y rejuvenecido.

La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie hablara mal en su presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que tanto los habían hecho padecer.

En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad.

San Vicente les hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia o castidad”

En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para socorrer a los más necesitados.

Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con exquisita caridad.

Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su recuperación.

En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: “De hoy en adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este título que es el más hermoso que puedan tener”.

De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa Teresa: “Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió“. Las religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas conferencias que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.

Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: “La hermana Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el cansancio”.

San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una nota diciéndole: “Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió.

El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese mismo año).

Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de 3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París, allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se dedican exclusivamente a obras de caridad.

El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.

07 mayo, 2025

Beata Sor María de San José, Cofundadora de las Hermanas Agustinas

 Beata María de San José

7 de mayo
Beata Sor María de San José
Cofundadora de las Hermanas Agustinas
 
Cada 7 de mayo, celebramos a la primera beata nacida en Venezuela, Sor María de San José. Ella fue una dedicada religiosa, cofundadora de la Congregación de las Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús y su primera superiora general.
 
Las Hermanas Agustinas Recoletas se dedican al cuidado de adultos mayores en estado de abandono, personas sin recursos económicos, niños de la calle y enfermos en general; para el cumplimiento de su tarea cuentan con albergues y hospitales.
 
Laura Alvarado Cardozo, conocida como la Madre María de San José, o, simplemente, la Madre María, nació el 25 de abril de 1875 en el pueblo de Choroní (Venezuela). Fue bautizada en octubre de ese mismo año recibiendo el nombre de Laura Evangelista.
 
Consagrada a amar y servir
 
Cuando tenía 5 años toda la familia se mudó a la ciudad de Maracay, capital del estado de Aragua, en la región central del país. El 8 de diciembre de 1888, día de la Inmaculada Concepción, Laura hizo la Primera Comunión y prometió al Señor, de forma privada, que se mantendría virgen a perpetuidad. En ese momento tenía solo 13 años.
 
Unos años más tarde, a los 18, Laura empezó a ser la encargada de la preparación para la Primera Comunión en su parroquia. Era 1893 y la joven, con la compañía espiritual del sacerdote y párroco de Maracay, P. Justo Vicente López Aveledo, se convirtió en cofundadora de la Sociedad de las Hijas de María. Laura integraba el grupo inicial de voluntarias y hace sus primeros votos a los 22 años. Por ese entonces, el P. López inaugura el primer hospital de la ciudad, el Hospital San José, donde la beata se dedica al cuidado de los enfermos. A punto de cumplir los 24 años, en 1899, Laura recibe del P. López un encargo importantísimo: ser la directora y administradora del Hospital San José.
 
Los frutos de la caridad y la oración
 
Para 1901 el P. Vicente López, con la mente puesta en el crecimiento de esta obra que Dios había suscitado, funda la congregación de las ‘Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús’, Orden aprobada por San Pio X, a la que Laura se integra el 22 de enero de 1901. La joven se consagra como hermana hospitalaria agustina y adopta el nombre de ‘Sor María de San José’. Dos años más tarde, en 1903, la ‘Madre Laura’ se convertía en la primera superiora de la congregación.
 
En los años sucesivos, las agustinas recoletas se dedican con esfuerzo y tenacidad a trabajar por y con los más débiles. Se fundan asilos, orfanatos, casas maternas, hospitales y colegios. Y como si esto fuera poco, las hermanas agustinas recoletas llegaron a abrir hasta 35 casas a lo largo y ancho del territorio venezolano.
 
La Madre María se ocuparía de servir a su comunidad religiosa y sus obras apostólicas por muchos años, viviendo y trasladándose por distintas partes de Venezuela como Maracaibo, Caracas, Coro, Ciudad Bolívar, la mayoría de las veces laborando como directora en centros de salud u hospitales, pero siempre en contacto directo con los que sufren.
 
A la etapa inmediatamente posterior a la fundación de la Orden pertenece la creación del Instituto Agustiniano Casa Hogar ‘Doctor Gualdrón’, a la que seguiría la fundación de la que sería la Unidad Educativa (U.E.) Instituto ‘Madre María’ en 1945. Tras la muerte de la Madre, dicho Instituto fue cedido a la Arquidiócesis de Barquisimeto.
 
La Madre María de San José falleció el 2 de abril de 1967 en su querida Maracay. Sus restos reposan en la Capilla de las Hermanas Agustinas de la Casa Hogar ‘Inmaculada Concepción’ de su ciudad, donde la Madre vivió la mayor parte de su vida.
 
Una profecía y el milagro
 
En 1982 ocurrió el milagro por el que la Madre María sería beatificada. Se trata de la curación de la Hermana Teresa Silva, quien había quedado inválida a causa de una penosa enfermedad. La Madre le había profetizado su curación años antes de morir.
 
El 7 de mayo de 1995, el Papa San Juan Pablo II proclamó ‘beata’ a la Madre María. En la ceremonia de beatificación, el Santo Padre dijo: "La Madre María es una mujer que supo fundir de manera admirable oración y acción (...) consumándose en un amor ilimitado hacia Dios y en la práctica de la más genuina caridad hacia el prójimo".(ACI prensa).

06 mayo, 2025

Santo Domingo Savio, Discípulo de San Juan Bosco

 Biografía de Santo Domingo Savio

 

¡Oh!, Santo Domingo Savio, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida y su amado santo. Adorabais a ¨Jesús Eucaristía”
y lo imitabais con ardor de corazón, amando a María, con
entrega total. Decíais vos: “Si vosotros sois santos,
alegres estad siempre”. Vuestra corta y santa vida, era
toda amabilidad, cortesía y alegría, diciendo a menudo:
“Prefiero morir antes que pecar”. Mamá Margarita, la madre
de San Juan Bosco, le dijo un día a él: “Entre tus alumnos
tienes muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno
iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan
alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto
siempre a ayudar a todos y en todo”. Tres años ganasteis
el Premio de Compañerismo, entre todos los ochocientos
alumnos. Vos decíais: “Nosotros demostramos la santidad,
estando siempre alegres”. Un día, después de confesaros,
comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sentisteis
que partíais al cielo y exclamasteis: “Papá, papá, qué
cosas tan hermosas veo”. Y, sonriendo expirasteis en paz.
Más tarde, a los ocho días, aparecisteis a vuestro padre
y le dijisteis que salvo era, luego a San Juan Bosco,
rodeado de muchos jóvenes le dijisteis: “Lo que más me
consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la
Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen
mucho y con fervor. Y, dígales a los jóvenes que los espero
en el Paraíso”. Don Bosco, os escuchó admirado, y escribió
sobre vos, el fiel retrato de vuestro amor a Jesús y María,
testimonio de oro, para la familia, los jóvenes y los
mayores. Hoy, desde el cielo, alumbráis el sendero de
los jóvenes del mundo, que os aman, porque vos, en vuestra
corta vida, entregasteis todo de sí, y con justicia Dios os
coronó de luz, por vuestra maravillosa entrega de amor y fe;
¡oh!, Santo Domingo Savio, “viva consagración al Dios Vivo”.

© 2025 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de mayo
Santo Domingo Savio
Discípulo de San Juan Bosco
 
Cada 6 de mayo la Iglesia Católica celebra a Santo Domingo Savio (Domenico Savio) (1842-1857), el pequeño discípulo de San Juan Bosco en el Oratorio de San Francisco de Sales.
 
Domingo, dada su madurez espiritual, se hizo santo precozmente; el único que, sin haber padecido el martirio, ha llegado a los altares con sólo catorce años.
 
¡Quién no quiere ser feliz!
 
“¡Quiero ser santo!”, exclamaba Domingo cada vez que se le presentaba una buena oportunidad para esforzarse. Esta era su alegre forma de dirigirse a Dios, ofreciéndole amorosamente cada instante de su vida.
 
Este jovencito italiano es el santo patrono de los niños que integran los coros de las iglesias, y de todos aquellos que participan en el ministerio de la música. También lo es de las embarazadas, en virtud a un encargo recibido de la Virgen María y que cumplió con el patrocinio de su preceptor, San Juan Bosco.
 
El Oratorio de San Francisco de Sales y la Compañía de María
 
Domingo Savio nació en San Giovanni da Riva, Piamonte (Italia), en 1842. Desde muy pequeño se sintió llamado al sacerdocio y, apenas conoció a Don Bosco, en octubre de 1854, le pidió ingresar al Oratorio de San Francisco de Sales en Turín.
 
Allí organizó un grupo de amigos devotos llamado la “Compañía de la Inmaculada”, para la que escribió un “reglamento” que San Juan Bosco aprobaría haciéndole mínimas modificaciones.
Junto a sus compañeros de la ‘Compañía’ frecuentaba los sacramentos, rezaba el Rosario, ayudaba en los quehaceres domésticos y cuidaba de los niños más difíciles. Era de los que mantenía siempre el espíritu alegre; un niño como cualquier otro, que le gustaba jugar y estudiar, pero que tenía una disposición interior única: quería hacerle las cosas fáciles a Jesús, evitando cualquier cosa que pudiera empañar la amistad que tenía con Él.
 
Don Bosco
 
El primer biógrafo de Santo Domingo Savio fue el propio San Juan Bosco. El fundador de los salesianos quería conservar por escrito la vida aleccionadora y llena de amor del pequeño Domingo. Impulsado por ese deseo, se animó a escribir una biografía del pequeño. Se dice que después de haberla concluido, la releía con cierta frecuencia. Y cada vez que lo hacía, las lágrimas terminaban rodando por sus mejillas.
 
En aquella Vita (biografía), intitulada Vida del jovencito Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales (1859), Don Bosco no solo relató aquellos pasajes de la vida de Domingo que revelaban su madurez para las cosas de Dios, sino también esos momentos en los que se gastaba bromas con los amigos o arrancaba sonrisas. Quedaron también plasmadas las imágenes que permanecerían para siempre en la memoria del sacerdote, como las varias ocasiones en las que vio a Domingo arrobado después de recibir la Eucaristía o hincado de rodillas rezando en la capilla.
 
En la Vita del Giovanetto Savio Domenico [Vida del jovencito Domingo Savio] se describe un episodio singular.
 
Cierto día, Don Bosco encontró a Domingo en el coro del templo. Dijo el santo: «Voy a ver, y hallo a Domingo que hablaba y luego callaba, como si diese lugar a contestación; entre otras cosas entendí claramente estas palabras: “Sí, Dios mío, os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir: os amo y quiero seguir amándoos hasta la muerte. Si veis que he de ofenderos, mandadme la muerte; sí, antes morir que pecar”». Cuando Don Bosco le preguntó qué hacía en esos momentos, Domingo le contestó: “Es que a veces me asaltan tales distracciones que me hacen perder el hilo de mi oración, y me parece ver cosas tan bellas que se me pasan las horas en un instante”».
 
Intercesor de las mujeres en estado de buena esperanza
 
Durante el proceso de investigación llevado a cabo para su canonización, la hermana de Domingo, Teresa, narró que cierta vez el pequeño santo se presentó ante Don Bosco y le pidió permiso para ir a casa de su familia. Don Bosco le preguntó el motivo y el joven le contestó: “Mi madre está muy delicada y la Virgen la quiere curar”.
 
Entonces, el sacerdote le preguntó quién le había hecho llegar tales noticias, a lo que Domingo contestó que nadie, pero que él lo sabía con certeza. Don Bosco, que ya conocía de los sorprendentes dones del chiquillo, le concedió el permiso y le dio dinero para el viaje.
 
El 12 de septiembre de 1856, cuando el muchacho llegó a ver a su madre en Mondonio, se percató de que estaba embarazada, pero que sufría de fuertes dolores. Domingo, acto seguido, la abrazó fuertemente, la besó y se sentó junto a ella para oírla. La madre le pidió que fuera inmediatamente con unos vecinos. Domingo, por supuesto, obedeció.
 
Al rato llegó el doctor y después de examinarla vio que la mujer estaba repuesta y lucía sana. Mientras el médico y algunas vecinas preparaban todo para que la madre diera a luz, quedó al descubierto alrededor del cuello de la mujer una cinta verde que estaba unida a una seda doblada y cosida como un escapulario. Era el presente que Domingo le había dado como signo de que la Virgen sería su compañía. Sin mayores contratiempos, ese día nació su hermana Catalina.
 
Después, Domingo le pediría a su madre que conservara el escapulario y que lo prestase a las mujeres del pueblo cada vez que lo necesitaran. Así se hizo; y muchas de ellas obtuvieron gracias particulares por haber tenido puesto el escapulario de la Virgen.
 
“Prefiero morir antes que pecar” (Domingo Savio)
 
No pasaron muchos días hasta que Domingo Savio emprendió el retorno hacia el oratorio salesiano. Lamentablemente, no permanecería allí por mucho tiempo más. Su salud se resquebrajó al punto que los médicos se convencieron de que no sobreviviría. Aparentemente estaba desarrollando una pulmonía.
Savio tuvo que despedirse de Don Bosco y sus compañeros y volver a su casa en Mondonio. Antes de morir, con su último aliento, alcanzó a decir: “¡Qué cosa tan hermosa veo!”; ¡bendita visión del cielo!
Santo Domingo Savio partió a la Casa del Padre el 9 de marzo de 1857, a los catorce años de edad.(ACI prensa).



05 mayo, 2025

San Ángel de Sicilia, Mártir

 SAN ANGEL, mártir

5 de mayo
San Ángel de Sicilia
Mártir 
 
Cada 5 de mayo la Iglesia celebra a San Ángel de Sicilia, mártir, conocido también como San Ángel de Jerusalén, presbítero nacido en Palestina y uno de los primeros miembros de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (carmelitas). Al lado de San Bartolo, fundador de la Orden, Ángel viajó desde su tierra natal hasta Roma con el propósito de pedir la aprobación de la Regla para su Orden.
 
La etapa final de su vida la pasó en Sicilia, donde predicó contra los vicios de la sociedad local, con lo que se hizo de peligrosos enemigos. Murió asesinado por odio a la fe en 1226.
 
El camino de la oración y el anuncio
 
Este santo nació en la ciudad de Jerusalén en 1185. Sus padres fueron judíos conversos al cristianismo. De acuerdo a una antigua tradición, la Virgen María se apareció a sus progenitores para hacerlos discípulos de su Hijo.
 
Ángel mostró desde niño un gran interés por las cosas de Dios y un corazón deseoso de servir. Con poco más de 10 años empezó a estudiar y a los 15 ya dominaba el griego, el latín y el hebreo. Al llegar a los 25, más maduro en la fe, solicitó ser incorporado al Carmelo en el monasterio de Santa Ana en Jerusalén.
 
Durante los siguientes cinco años vivió como ermitaño y el mismo Jesús se le apareció para mostrarle el mal que le esperaba a Tierra Santa a causa de la invasión de los sarracenos. El Señor le encomendó luego que se dirija hacia Occidente para predicar y convertir a los pecadores, y así despertar en ellos el amor a Dios y a la Iglesia.
 
Ángel, tras ser ordenado sacerdote en 1218, recibió de su Orden la misión de viajar a Roma y obtener la aprobación pontificia de la nueva Regla del Carmelo. Esta llegaría posteriormente por mandato del Papa Honorio III en 1226.
 
Cristo y las ‘nuevas columnas de la Iglesia’
 
Por orden del Sumo Pontífice, San Ángel predicó por un tiempo en la basílica de San Juan de Letrán (Roma), con abundantes frutos de santidad. Esos intensos días de oración y predicación fueron ocasión para un encuentro inesperado.
 
San Ángel tuvo una visión de Cristo que le mostraba los rostros de dos grandes santos: Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Luego, el Salvador le dijo: “Hay dos nuevas y firmes columnas de la Iglesia”, en alusión a los dos grandes fundadores de las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos, respectivamente.
 
Frutos de conversión
 
Concluída esta etapa, San Ángel sería enviado como predicador a la isla de Sicilia (Italia), con el propósito de aleccionar y convertir a los seguidores del ‘catarismo’ (herejía que condenaba el sacramento de matrimonio, negaba la resurrección de los muertos y planteaba una comprensión errada de la doctrina moral cristiana; sus partidarios se autodenominaba ‘los puros’). Con la ayuda de Dios, el santo tuvo éxito convirtiendo a muchos de los herejes; y gracias a su ascendencia judía, logró acercar el Evangelio a muchos de sus connacionales. Incluso se dice que logró convertir a más de 200 judíos en Palermo.
 
La vida de nuestro santo acabó el 5 de mayo de 1220, en la ciudad de Licata (Leocata, o Locata), al suroeste de Sicilia. Cuando terminaba de predicar a la multitud, fue acuchillado por una banda de malhechores, encabezados por Berengario, líder de los arrianos quien devino en enemigo acérrimo de Ángel. Herido de muerte, cayó de rodillas, perdonó a sus asesinos y ofreció su muerte por la conversión de los pecadores.
 
La devoción a San Ángel de Sicilia se hizo muy popular desde mediados del siglo XV, cuando su culto fue oficialmente reconocido por el Papa Pío II, en 1459.(ACI prensa).

04 mayo, 2025

Domingo III (C) de Pascua

 

Domingo 05 de mayo
Domingo III (C) de Pascua 
 
Texto del Evangelio (Jn 21,1-19): En aquel tiempo, se apareció Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
 
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Al oír Simón Pedro que era el Señor se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
 
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
 
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
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«Jesús les dice: ‘Venid y comed’»
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
 
Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.
 
Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!
 
Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. ¿De qué vida? De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Para demostrarles la veracidad de su resurrección, se dignó a comer con ellos, para que viesen que había resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario» (San Beda)
 
«¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión» (Francisco)
 
«El encuentro con Jesús resucitado se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’ (Jn 21,7)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 448). (Evangeli net).

03 mayo, 2025

Veneración de la Santa Cruz o hallazgo de la Santa Cruz

 Santo del día 3 de mayo: “La Cruz de mayo”. Santoral católico | ACI Prensa

 

 

Santa y maravillosa Cruz de Cristo
 
¡Oh!, Santa y maravillosa Cruz de Cristo,
Cuenta Eusebio de Cesarea historiador
que Constantino, aún general y de Santa Elena, hijo,
pagano era, pero respetaba a los cristianos y,
que, teniendo que medir armas con Majencio,
de Roma jefe, la noche anterior a la batalla
un sueño tuvo, en el cual vio una Cruz luminosa
en los aires y oyó una voz que le decía:
“Con este signo vencerás”. Entonces, Constantino,
  antes de empezar batalla, mandó colocar la Cruz aquella
en todos los estandartes de sus batallones y
exclamando: “Confío en Cristo en quien cree
mi madre Elena”, se lanzó a la justa. Y, cosas de Dios:
¡total fue la victoria! y de general a Emperador y
libertó a los cristianos luego de tres siglos
  que perseguidos eran por gobernantes paganos,
¡Oh!, Santa y maravillosa Cruz de Cristo, “vivo madero del Dios Vivo”



© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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Santa Cruz de Cristo

Sea la Santa Cruz de Cristo
El signo de mi vida toda
El que hasta el final de mis días
Me recuerde lo que Cristo por mi hizo
Dar su vida sin culpa alguna
Por mis pecados y los del mundo
Y todo por Amor al hombre
¡Oh! Santa Cruz de Cristo.


 

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Madero Santo de la Cruz

 
¡Oh!, Madero Santo de la Cruz;
del cuerpo del Señor Nuestro
reposo cruento, y Santa Elena
de Constantino, madre; él, su
hijo; en Cristo Jesús, creyó
porque entre sueños vio, una
brillante Cruz, y como eco,
una voz que le decía: “con
este signo vencerás”. Y, fue
así, venció Constantino y a
los cristianos libertó. Y,
Elena, en Jerusalén, el Madero
halló y resucitaron muertos y
muchos prodigios incontables
allí se obraron de maravilla
¡oh!, Madero Santo de la Cruz.


 

© 2025by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Mayo
Veneración de la Santa Cruz
La Invención o hallazgo de la Santa Cruz
Año 326


Una canción religiosa dice: “Venid oh cristianos – la cruz veneremos – la cruz recordemos – de Cristo Jesús”. Tengamos siempre en nuestras casas la Santa Cruz. Un crucifijo que nos recuerde lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos. Y ojalá besemos de vez en cuando sus manos y sus pies. Así lo hacían siempre los santos.

No nos acostemos jamás ni nos levantemos ningún día sin hacer la señal de la cruz, bien hecha, despacio, desde la frente hasta el pecho y del hombro izquierdo hasta el derecho, y pronunciando los tres Santísimos nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto trae bendición y muchos favores celestiales, y aleja al demonio y libra de muchos males y peligros.

Oración
 
Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

Historia
 
“Con este signo vencerás”. Cuenta el historiador Eusebio de Cesarea que el general Constantino, hijo de Santa Elena, era pagano pero respetaba a los cristianos. Y que teniendo que presentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio, jefe de Roma, el año 311, la noche anterior a la batalla tuvo un sueño en el cual vio una cruz luminosa en los aires y oyó una voz que le decía: “Con este signo vencerás”, y que al empezar la batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y que exclamó: “Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena”. Y la victoria fue total, y Constantino llegó a ser Emperador y decretó la libertad para los cristianos, que por tres siglos venían siendo muy perseguidos por los gobernantes paganos.

Escritores sumamente antiguos como Rufino, Zozemeno, San Cristótomo y San Ambrosio, cuentan que Santa Elena, la madre del emperador, pidió permiso a su hijo Constantino para ir a buscar en Jerusalén la cruz en la cual murió Nuestro Señor. Y que después de muchas y muy profundas excavaciones encontró tres cruces. Y como no sabían cómo distinguir la cruz de Jesús de las otras dos, llevaron una mujer agonizante. Al tocarla con la primera cruz, la enferma se agravó, al tocarla con la segunda, quedó igual de enferma de lo que estaba antes. Pero al tocarla con la tercera cruz, la enferma recuperó instantáneamente la salud. Y entonces Santa Elena, y el obispo de Jerusalén, Macario, y miles de devotos llevaron la cruz en piadosa procesión por las calles de Jerusalén. Y que por el camino se encontraron con una mujer viuda que llevaba a su hijo muerto a enterrar y que acercaron la Santa Cruz al muerto y éste resucitó.

Por muchos siglos se ha celebrado en Jerusalén y en muchísimos sitios del mundo entero, la fiesta de la Invención o hallazgo de la Santa Cruz el día 3 de Mayo.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Santa_Cruz_5_3.htm)