12 noviembre, 2010

San Josafat de Lituania

Oh, San Josafat de Lituania;
vos sois, el hijo del Dios de
la vida; aquél, a quien vuestra
madre, os enseñó a mirar el
crucifijo y en su Cruz, meditar
y por ello quizás, vuestra
mortificación aquella, en
especial, la de soportar a los
ásperos e incomprensivos con
dulzor del cielo caído y, con
gran paciencia y grande amor,
convertirlos a la luz de la fe.
“Dios es mi juez”, vuestro
nombre significa y en verdad,
así fue y Juzgado fuisteis por
Él, ciñéndoos corona de luz, que
vos lucís por vuestro trabajo
en esta tierra. Patrono de los
que trabajan por la unión de los
cristianos; “ladrón de almas”;
oh, San Josafat de Lituania; Mártir.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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12 de Noviembre

San Josafat de Lituania

Mártir
Año 1623

La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (Tertuliano).

Josafat es una palabra hebrea que significa “Dios es mi juez”. La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice. Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que sus paisanos aceptaran el catolicismo.

Nació en 1580, de padres católicos fervorosos. Su madre le enseñó a mirar de vez en cuando el crucifijo y pensar en lo que Jesucristo sufrió por nosotros, y esto le emocionaba mucho y le invitaba a dedicar su vida por hacer amar más a Nuestro Salvador.

De joven entró de ayudante de un vendedor de telas, y en los ratos libres se dedicaba a leer libros religiosos. Esto le disgustaba mucho al principio al dueño del almacén, pero después, viendo que el joven se dedicaba con tanto esmero a los oficios que tenía que hacer, se dio cuenta de que las lecturas piadosas lo llevaban a ser más bueno y mejor cumplidor de su deber. Y tanto se encariñó aquel negociante con Josafat, que le hizo dos ofertas: permitirle casarse con su hija y dejarlo como heredero de todos sus bienes. El joven le agradeció sus ofrecimientos, pero le dijo que había determinado conseguir más bien otra herencia: el cielo eterno. Y que para ello se iba a dedicar a la vida religiosa.

Para su fortuna se encontró con dos santos sacerdotes jesuitas que lo fueron guiando en sus estudios, y lo encaminaron hacia el monasterio de la Sma. Trinidad en Vilma, capital de Lituania, y se hizo religioso, dirigido por los monjes basilianos en 1604. Al monasterio lo siguió un gran amigo suyo y personaje muy sabio, Benjamín Rutsky, que será en adelante su eficaz colaborador en todo.

En 1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos ortodoxos se habían opuesto violentamente y se habían producido muchos desórdenes callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a trabajar y a sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la Iglesia Católica. Pero le iba a costar hasta su propia sangre.

Josafat fue ordenado de sacerdote, pero su vida siguió siendo como la del monje más mortificado. Muchas horas cada día y cada noche dedicadas a la oración. Lectura y meditación en las Sagradas Escrituras y en los libros escritos por los santos. Como penitencias aguantaba los terribles fríos del invierno y los calores bochornosos del verano sin quejarse ni buscar refrescantes. Cuando lo sorprendía una espantosa tormenta de lluvias, truenos y rayos en pleno viaje, lo ofrecía todo por sus pecados. Cuando los pobres estaban en grave necesidad se iba de casa en casa pidiendo limosnas para ellos, y la humillación de estar pidiendo la ofrecía por sus pecados y por los de los demás pecadores. Pero su especial mortificación era soportar las gentes ásperas e incomprensivas, sin demostrar jamás disgusto ni resentimiento.

Fue nombrado superior del monasterio, en Vilma, pero varios de los monjes que allí vivían eran ortodoxos y antirromanos. Con gran paciencia, mucha prudencia y caridad llena de finura y de santa diplomacia, se los fue ganando a todos. Ellos se dieron cuenta de que Josafat tenía el don de consejo, y le iban a consultar sus problemas e inquietudes y sus respuestas los dejaban muy consolados y llenos de paz.

Con sus sabias conferencias los fue convenciendo poco a poco de que la verdadera Iglesia es la católica y que el sucesor de San Pedro es el Sumo Pontífice y que a él hay que obedecer.

Con razón los enemigos de la religión lo llamaban “ladrón de almas”. Como jefe de los monasterios tenía el deber de visitar las casas que pertenecían a la religión. Una vez fue a visitar oficialmente una casa donde vivían unos 200 hombres que decían que se dedicaban a la religión, pero que en verdad no llevaban una vida demasiado santa. El jefe de esa casa salió furioso a recibirlo con unos perros bravísimos, anunciándole que si se atrevía a entrar allí sería destrozado por esas fieras. Pero el santo no se acobardó. Les habló de buenas maneras y los logró apaciguar. Ellos habían determinado echarlo al río, pero después de escucharlo y al darse cuenta de que era un hombre de Dios, santo y amable, aceptaron su visita, se hicieron sus amigos y aceptaron sus recomendaciones. Las gentes decían: “Ahora sí que se repitió el milagro antiguo: Daniel fue al foso de los leones y estos no le hicieron nada”.

En 1617, fue nombrado arzobispo de Polotsk, y se encontró con que su arzobispado estaba en el más completo abandono. Se dedicó a reconstruir templos y a obtener que los sacerdotes se comportaran de la mejor manera posible. Visitó una por una todas las parroquias. Redactó un catecismo y lo hizo circular y aprender por todas partes. Dedicaba sus tiempos libres a atender a los pobres e instruir a los ignorantes. Las gentes lo consideraban un gran santo. Algunos decían que mientras celebraba misa se veían resplandores a su alrededor. En 1620 ya su arzobispado era otra cosa totalmente diferente.

Pero sucedió que un tal Melecio se hizo proclamar de arzobispo en vez de Josafat (mientras este visitaba Polonia) y algunos revoltosos empezaron a recorrer los pueblos atizando una revuelta contra el santo, diciendo que no querían obedecer al Papa de Roma. Muchos relajados se sentían molestos porque san Josafat atacaba a los vicios y a las malas costumbres.

En 1623, sabiendo que la ciudad de Vitebsk era la más rebelde y contraria a él, dispuso ir a visitarla para tratar de hacer las paces con ellos. Sus amigos le rogaban que no fuera, y varios le propusieron que llevara una escolta militar. Él no admitió esto y exclamó: “Si Dios me juzga digno de morir mártir, no temo morir“. El recibimiento fue feroz. Insultos, pedradas, amenazas. Cuando una chusma agresiva lo rodeó insultándolo, él les dijo: “Sé que ustedes quieren matarme y que me atacan por todas partes. En las calles, en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en todas partes me han insultado. Yo no he venido en son de guerra sino como pastor de las ovejas, buscando el bien de las almas. Pero me considero verdaderamente feliz de poder dar la vida por el bien de todos ustedes. Sé que estoy a punto de morir, y ofrezco mi sacrificio por la unión de todas las iglesias bajo la dirección del Sumo Pontífice”.

Los enemigos se propusieron poner una trampa al santo para poderlo matar. Le enviaron un individuo que todos los días llegaba a su casa, mañana y tarde a insultarlo. Al fin uno de los secretarios del arzobispo detuvo al insultante para que no faltara más al respeto al prelado, y esta era la señal que los asesinos buscaban. Inmediatamente dieron voz de alarma en toda la ciudad, reunieron la chusma y se lanzaron a despedazar a todos los ayudantes de San Josafat.

Cuando él vio que iban a linchar a sus colaboradores, salió al patio y gritó a los atacantes: “Por favor, hijos míos, no golpeen a mis ayudantes, que ellos no tienen la culpa de nada. Aquí estoy yo para sufrir en vez de ellos”.

Al oír esto los jefes de la sedición gritaron: “¡Que muera el amigo del Papa!” y se lanzaron contra él. Le atravesaron de un lanzazo, le pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo echaron al río Divna. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después los verdugos se convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su terrible crimen.

El Papa ha declarado a San Josafat, Patrono de los que trabajan por la unión de los cristianos.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Josafat_de_Lituania.htm)

11 noviembre, 2010

San Martín de Tours


Oh, San Martín de Tours; sois vos
el hijo del Dios de la vida, y
aquél de la media capa aquella,
que compartisteis con Aquél “pobre”,
que resultó siendo el mismo Jesús;
y desde entonces y por siempre,
con sumo amor y bondad os ganasteis
a cuanto hombre se cruzó con vos,
convirtiéndolos a la Buena Nueva
de la vida; “batallador”, como
significa vuestro nombre, ganasteis
corona de luz que brilla desde el
alto cielo. “Con la espada podía
vencer a los enemigos materiales.
Con la cruz estoy derrotando a los
enemigos espirituales”, dijisteis
de fe lleno y humildad y vos, que
respondisteis a quien os criticó
por qué abandonasteis el ejército,
y habíais abrazado la Cruz de Cristo:
“Con la espada podía vencer a los
enemigos materiales. Con la cruz
estoy derrotando a los enemigos
espirituales”; entregasteis vuestra
alma, para coronaros con corona de
luz, como premio justo a vuestra
vida, toda entregada de amor y lealtad;
oh, San Martín de Tours, batallador.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Noviembre

San Martín de Tours

Obispo
Año 397

Que el simpático San Martín nos obtenga de Dios la gracia de recordar siempre que todo favor que hacemos al prójimo lo recibe y lo paga Jesucristo, como si se lo hubiéramos hecho a Él en persona. Si tenéis fe, nada será imposible para vosotros (Jesucristo. Mt. 17,20).

Martín significa: “el batallador”. (De Mart = batalla). San Martín es un gran santo queridísimo para los franceses, y muy popular en todo el mundo. Nació en Hungría, pero sus padres se fueron a vivir a Italia. Era hijo de un veterano del ejército y a los 15 años ya vestía el uniforme militar.

Durante más de 15 siglos ha sido recordado nuestro santo por el hecho que le sucedió siendo joven y estando de militar en Amiens (Francia). Un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: “Martín, hoy me cubriste con tu manto”.

Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, cuenta que tan pronto Martín tuvo esta visión se hizo bautizar (era catecúmeno, o sea estaba preparándose para el bautismo). Luego se presentó a su general que estaba repartiendo regalos a los militares y le dijo: “Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión”. El general quiso darle varios premios pero él le dijo: “Estos regalos repártelos entre los que van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de Jesucristo, y mis premios serán espirituales”.

En seguida se fue a Poitiers donde era obispo el gran sabio San Hilario, el cual lo recibió como discípulo y se encargó de instruirlo. Como Martín sentía un gran deseo de dedicarse a la oración y a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en sitio solitario y allá fue con varios amigos, y fundó el primer convento o monasterio que hubo en Francia. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras. Los habitantes de los alrededores consiguieron por sus oraciones y bendiciones, muchas curaciones y varios prodigios. Cuando después le preguntaban qué profesiones había ejercido respondía: “fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma”.

Un día en el año 371 fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar.

En Tours fundó otro convento y pronto tenía ya 80 mojes. Y los milagros, la predicación, y la piedad del nuevo obispo hicieron desaparecer prontamente el paganismo de esa región, y las conversiones al cristianismo eran de todos los días. A los primeros que convirtió fue a su madre y a sus hermanos que eran paganos.

Un día un antiguo compañero de armas lo criticó diciéndole que era un cobarde por haberse retirado del ejército. Él le contestó: “Con la espada podía vencer a los enemigos materiales. Con la cruz estoy derrotando a los enemigos espirituales”.

Recorrió todo el territorio de su diócesis dejando en cada pueblo un sacerdote. Él fue fundador de las parroquias rurales en Francia. Dice su biógrafo y discípulo, que la gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.

Un día en un banquete San Martín tuvo que ofrecer una copa de vino, y la pasó primero a un sacerdote y después al emperador, que estaba allí a su lado. Y explicó el por qué: “Es que el emperador tiene potestad sobre lo material, pero al sacerdote Dios le concedió la potestad sobre lo espiritual”. Al emperador le agradó aquella explicación.

En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: “Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?”.

Con varios empleados oficiales tuvo fuertes discusiones, porque en ese tiempo se acostumbraba torturar a los prisioneros para que declararan sus delitos. Nuestro santo se oponía totalmente a esto, y aunque por ello se ganó la enemistad de altos funcionarios, no permitía la tortura.

Supo por revelación cuándo le iba a llegar la muerte y comunicó la noticia a sus numerosos discípulos. Estos se reunieron junto a su lecho de enfermo y le suplicaban llorando: “¿Te alejas padre de nosotros, y nos dejas huérfanos y solos y desamparados?”. El santo respondió con una frase que se ha hecho famosa: “Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehuso ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar”.

Pero Dios vio que ya había trabajado y sufrido bastante y se lo llevó a que recibiera en el cielo el premio por sus grandes labores en la tierra. El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir “medio manto” se dice “capilla”, la gente decía: “Vamos a orar donde está la capilla”. Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/San%20Martín%20de%20Tours.htm)



10 noviembre, 2010

San León Magno


Oh, San León Magno; vos sois el
hijo del Dios de la vida y además
aquél solícito hombre que entregó
se de manera tal, al servicio de
Dios Nuestro Señor, tanto que;
las huestes del mal, aparecieron
por doquier, para atacar y destruir
la cristiana doctrina de Cristo,
Señor y Dios Nuestro; y vos, fiel
a vuestras convicciones, acabasteis
con todas una a una, con vuestras
obras de fe y santidad; tal y
conforme lo decíais en aquellas
noches navideñas, cuando exhortabais
a los hombres del tiempo vuestro
con esta maravillosa reflexión:
“Reconoce oh, cristiano tu dignidad,
El Hijo de Dios, se vino del cielo,
por salvar tu alma”; y de verdad
que la salvó, como os consta a vos
y por vuestra obra y más, justo
premio recibisteis y hoy lucís,
corona de luz, refulgente que brilla
por siempre para los hombres de fe;
oh, San León Magno; santo de Dios.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Noviembre

San León Magno
Pontífice
Año 461

Bendito sea Dios que ha enviado a su Santa Iglesia, jefes tan santos y tan sabios. Que no deje nunca el Señor de enviarnos pastores como San León Magno.

Lo llaman “Magno porque fue grande en obras y en santidad. Es el Pontífice más importante de su siglo. Tuvo que luchar fuertemente contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos con errores y herejías.

Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba muy correctamente el idioma nacional que era el latín. Llegó a ser Secretario del Papa San Celestino, y de Sixto III, y fue enviado por éste como embajador a Francia a tratar de evitar una guerra civil que iba a estallar por la pelea entre dos generales. Estando por allá le llegó la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice, el año 440.

Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y de él se conservan 96 sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A los que estaban lejos los instruía por medio de cartas. Se conservan 144 cartas escritas por San León Magno.

Su fama de sabio era tan grande que cuando en el Concilio de Calcedonia los enviados del Papa leyeron la carta que enviaba San León Magno, los 600 obispos se pusieron de pie y exclamaron: “San Pedro ha hablado por boca de León”.

En el año 452 llegó el terrorífico guerrero Atila, capitaneando a los feroces Hunos, de los cuales se decía que donde sus caballos pisaban no volvía a nacer la yerba. El Papa San León salió a su encuentro y logró que no entrara en Roma y que volviera a su tierra, de Hungría.

En el año 455 llegó otro enemigo feroz, Genserico, jefe de los vándalos. Con este no logró San León que no entrara en Roma a saquearla, pero sí obtuvo que no incendiara la ciudad ni matara a sus habitantes. Roma quedó más empobrecida pero se volvió más espiritual.

San León tuvo que enfrentarse en los 21 años de su pontificado a tremendos enemigos externos que trataron de destruir la ciudad de Roma, y a peligrosos enemigos interiores que con sus herejías querían engañar a los católicos. Pero su inmensa confianza en Dios lo hizo salir triunfante de tan grandes peligros. Las gentes de Roma sentían por él una gran veneración, y desde entonces los obispos de todos los países empezaron a considerar que el Papa era el obispo más importante del mundo.

Una frase suya de un sermón de Navidad se ha hecho famosa. Dice así: “Reconoce oh cristiano tu dignidad, El Hijo de Dios se vino del cielo por salvar tu alma”. Murió el 10 de noviembre del año 461.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/León_Magno.htm)


09 noviembre, 2010

Dedicación de la Basílica de Letrán


Oh, Santo Dios de la vida, en honor
a Vos, Señor de los cielos y de la
tierra; edificada está Vuestra
Casa de Letrán, a Constantino
Emperador gracias; custodiada
por dos discípulos vuestros; Juan
el Bautista, y Juan el evangelista.
Oh, Basílica de Letrán, “Madre
y Cabeza de todas las iglesias
de la ciudad y del mundo”. Oh,
Basílica Santa, “Casa del Rey”.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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9 de noviembre

Dedicación de la Basílica de Letrán

Año 324
Basílica significa: “Casa del Rey”.

En la Iglesia Católica se le da el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.

La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.

Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: “Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo”.

Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre.

Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista, y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San Juan.

Durante mil años, desde el año 324 hasta el 1400 (época en que los Papas se fueron a vivir a Avignon, en Francia), la casa contigua a la Basílica y que se llamó “Palacio de Letrán”, fue la residencia de los Pontífices, y allí se celebraron cinco Concilios (o reuniones de los obispos de todo el mundo).

En este palacio se celebró en 1929 el tratado de paz entre el Vaticano y el gobierno de Italia (Tratado de Letrán). Cuando los Papas volvieron de Avignon, se trasladaron a vivir al Vaticano. Ahora en el Palacio de Letrán vive el Vicario de Roma, o sea el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de gobernar la Iglesia de esa ciudad.

La Basílica de Letrán ha sido sumamente venerada durante muchos siglos. Y aunque ha sido destruida por varios incendios, ha sido reconstruida de nuevo, y la construcción actual es muy hermosa.

San Agustín recomienda: “Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo”. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma”.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Basílica_de_Letrán.htm)


08 noviembre, 2010

Beata Isabel de la Trinidad


Oh, Beata Isabel de la Trinidad;
sois vos la hija del Dios de la vida
la misma que elevabais, alabanzas
de gloria a la Santísima Trinidad,
y crecisteis día a día en la carrera
del amor a las Tres Personas en
un solo Dios, aquél el de la inmortal
vida. El silencio, la soledad y la
contemplativa oración; vuestros
amigos, fueron la perfecta senda
de vuestra vida a la docilidad de la
voluntad divina entregada, que os
condujo, feliz, a la santidad; para
gloria de nuestro Señor Jesucristo
quien os coronó con corona de luz
como justo premio, a vuestra entrega.
“Alabanza de gloria de la Santísima
Trinidad”, para día en día crecer
“en la carrera del amor a los Tres”;
Oh, Beata Isabel de la Santa Trinidad.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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8 de noviembre

Beata Isabel de la Trinidad
1880

Isabel Catez Rolland, hija de Francisco José y de María, nació en Bourges, Francia, el 18 de Julio de 1880. Desde su más tierna edad se distinguió por su temperamento apasionado, propenso a arrebatos de cólera y de una sensibilidad exquisita. Cuando contaba siete años, perdió a su padre, lo que fue causa de su “conversión” y de su cambio de carácter como fruto de su vida de asceis y oración.

Aunque tomaba parte en las fiestas y participaba en los compromisos sociales, fue siempre fiel a sus promesas bautismales. A los 14 años hizo voto de virginidad y a los 19 empezó a recibir las primeras gracias místicas. Estaba dotada de gran talento musical y se ofreció a Dios como víctima por la salvación de Francia.

El 2 de enero de 1901, a los 21 años de edad, ingresaba en el convento carmelitano de Dijón, ciudad donde vivía con su familia. Isabel -que en el Carmelo se llamaría Sor Isabel de la Trinidad- se propuso como lema ser “Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad” y crecer de día en día “en la carrera del amor a los Tres”.

Vistió el hábito el 8 de diciembre de 1902 y el 11 de noviembre de 1903 saltaba de gozo al emitir sus votos religiosos en la Orden del Carmen, a la que amaba con toda su alma. Con su vida y su doctrina -breve pero sólida- ha ejercido un gran influjo en la espiritualidad de nuestros días, debido, sobre todo, a su experiencia trinitaria. Preciosas son sus Elevaciones, Retiros, Notas Espirituales y sus Cartas.

Corrió, voló, en el camino de la perfección y el 9 de noviembre de 1906 expiraba a cuasa de una úlcera de estómago. En el capítulo “El Carmelo escuela de santidad”, recordamos una bella anécdota entre el Cardenal Mercier y la M. Priora de Dijón, sobre esta veloz carrera hacia la meta de la santidad de Sor Isabel de la Trinidad.

Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25.11.1984, fiesta de Cristo Rey. Su fiesta se celebra el 8 de noviembre.

Su espiritualidad

Fue más su vida misma que su doctrina. Esta sólo en parte fue escrita por ella. Sor Isabel es un alma interior que se transforma de día en día en el Misterio Trinitario. El silencio, la soledad, la oración contemplativa son la palestra que la disponen a ser dócil a la voluntad divina, que cumple siempre y en todo a la mayor perfección.

Enamorada de Cristo, que es “su libro preferido”, se eleva a la Trinidad hasta que “Isabel desaparece, se pierde y se deja invadir por los Tres”. “La Trinidad: aquí está nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que jamás debemos salir… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí eso todo se iluminó para mí.”

“Creer que un ser que se llama El Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en sociedad con El, he aquí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado”

“Mi Esposo quiere que yo sea para El una humanidad adicional en la cual El pueda seguir sufriendo para gloria del Padre y para ayudar a la Iglesia”

Amó profundamente su vocación carmelita y trató de amar y de imitar a la “Janua coeíi”, como llamaba a la Virgen Purísima. Murmurando casi como en un canto “Voy a la luz, al amor, a la vida”, expiró.”

Su mensaje

Que corramos por el camino de la santidad, que el Espíritu Santo
eleve nuestro espíritu, que seamos siempre “alabanza de gloda de la Sma. Trinidad”, que seamos dóciles a las mociones del Espíritu.

Su oración

Oh Dios, rico en misericordia, que descubriste a la Beata Isabel de la Trinidad el misterio de tu presencia secreta en el alma del justo e hiciste de ella una adoradora en espíritu y verdad, concédenos, por su intercesión, que también nosotros, permaneciendo en el amor de Cristo, merezcamos ser transformados en templos del Espíritu de Amor, para alabanza de tu gloria. Amén.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Beata_Isabel_de_la_Trinidad.htm)


07 noviembre, 2010

San Wilibrordo

Oh, San Wilibrordo, vos sois el hijo
del Dios de la vida, que crecisteis
en ambiente de santidad y cultura
y a los quince años ratificasteis
vuestra monástica vida y mas tarde
fundasteis el monasterio que lleva
vuestro nombre. San Bonifacio,
decía de vos que erais varón “de gran
santidad y de austeridad maravillosa”,
dotado de paciencia y tenacidad
humilde y hábil, celoso y realista,
de inquebrantable voluntad y viva
prudencia nunca desmedida, gran
conductor de hombres y organizador.
San Beda “el Venerable”, de vos dice
estas postreras palabras “inflige todos
los días derrotas al diablo; a pesar de su
ancianidad combate todavía, pero el
viejo luchador suspira por la eterna
recompensa”, y claro, ya la habías
ganado y con exceso y corona de luz
recibisteis, -como lo sabéis-, y brilláis
en la eterna eternidad de los tiempos;
Oh, San Wilibrordo, virtud que brilla.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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San Wilibrordo

7 de noviembre

(+ 739)

Wilgils, el noble anglosajón, había quedado viudo. Cristiano ferviente, perteneciente a la primera generación de convertidos del paganismo, resolvió abrazar la vida solitaria. Todo lo abandonó, hasta la más dulce prenda que le quedaba: un día llamó Wilgils a la puerta del monasterio de Ripon y ofreció a Dios y al abad Wilfrido su hijito Wilibrordo.

Ripon era una abadía fervorosa; Wilfrido, un padre austero y a la vez cariñoso para sus religiosos. El hijo de Wilgils fue educado con esmero en la escuela abacial. Fue su preceptor San Ceolfrido, el mismo que años adelante debía ser, en Wearmouth, abad de San Beda el Venerable. El pequeño oblato creció en un ambiente de santidad y cultura. A los quince años ratificó libremente, con su profesión monástica, la propia donación a Dios hecha por su padre.

La vida del joven monje transcurría plácida y fervorosa al amparo de los muros claustrales cuando una fuerte conmoción vino a turbar la paz del monasterio. Había estallado un grave conflicto entre el rey Egfrido y Wilfrido, el cual, sin dejar de ser abad de sus nueve monasterios, ocupaba entonces la sede de York, la segunda de Inglaterra. Teodoro, arzobispo de Canterbury, aprovechó esta ocasión para dividir en varias diócesis el reino de Nortumbria, el gran territorio hasta entonces sometido a la sola jurisdicción espiritual del arzobispo de York, y Wilfrido, sintiéndose perjudicado en sus derechos, emprendió el camino de Roma para protestar ante el Papa. Fue entonces también cuando Wilibrordo abandonó a Ripon. Tal vez fuera su propósito vivir en el destierro como su abad San Wilfrido; acaso le atrajera irresistiblemente la fama de santidad y ciencia de la vecina Irlanda. Lo cierto es que el joven monje se dirigió a la Isla de los Santos. En ella halló una nueva patria. San Egberto, noble nortumbriano que había hecho voto de vivir en tierra extraña, le acogió paternalmente en su monasterio de Rathmelsigi. San Egberto y el cenobio de Rathmelsigi debieron de imprimir en el alma de Wilibrordo una huella duradera durante los doce años que permaneció allí.

Porque tampoco fue la abadía de Rathmelsigi el término de la peregrinación de nuestro monje. San Egberto, como tantos otros compatriotas suyos, sentía en su corazón ansias misioneras; su pensamiento atravesaba a menudo el mar y se trasladaba a las regiones del continente donde sus hermanos de raza vivían aún en las tinieblas del paganismo; Frisia atraía con preferencia su atención. Impedido por las circunstancias, no había podido llevar personalmente la luz del Evangelio a aquellas costas, pero había mandado allá a uno de sus monjes. Wigberto, el cual, tras dos años de inútiles esfuerzos, se vió obligado a regresar. Radbod, rey de los frisones, se mostraba adversario irreductible a toda predicación cristiana. Pero Egberto, sin desanimarse, aguardaba la ocasión propicia. Esta se presentó en 689, cuando el rey Radbod fue vencido por Pipino II, duque de Austrasia, y toda la Frisia meridional cayó en poder de los francos. Egberto designó entonces un grupo de doce monjes que debía dirigirse a Frisia. Al frente de los misioneros puso a Wilibrordo. Era el año 690.

No era fácil la tarea confiada a Wilibrordo y a su pequeña hueste monástica. El pueblo germánico de los frisones, que en el siglo ocupaba la desembocadura de los grandes ríos que mueren en las costas de los Paises Bajos, constituía un campo rebelde a todo cultivo. Aquellos bárbaros de estatura imponente, barba rubia y largas melenas eran guerreros feroces, testarudos, apegados a sus viejas tradiciones y extremadamente amantes de su libertad e independencia. El poder romano nunca habia sido estable en Frisia, y el cristianismo, que por vez primera había penetrado en la región con los funcionarios merovingios como religión de los invasores, no parece que alcanzara ninguna o muy pocas simpatías. Bien es verdad que en 678 San Wilfrido de York, camino de Roma, había penetrado hasta el corazón del país y conseguido algunos éxitos, mas también entonces la evangelización había chocado contra la resistencia del rey Radbod. Wilibrordo y sus compañeros, pues, debían trabajar en terreno prácticamente virgen. Pero aquellos monjes eran valientes y emprendedores. Les impulsaba al amor de Cristo, confiaban plenamente en Dios, pero no despreciaban la ayuda de los hombres. Experiencias ajenas habían probado que nada duradero podía llevarse a cabo sin el apoyo de los francos, y Wilibrordo buscó la protección de Pipino II. Su acción, para ser eficaz y legítima, debía tener la aprobación del Sumo Pontífice, y Wilibrordo corrió a Roma para conseguirla. Pipino II otorga su protección a los misioneros venidos de Irlanda, y el papa Sergio I colma a Wilibrordo de bendiciones, reliquias, objetos de culto y libros. La espada de los francos y los alientos de la Sede romana sostendrán la misión monástica de Frisia. La parte meridional de la vasta región, que se encontraba en poder de los francos, será el teatro de los afanes apostólicos de Wilibrordo y los suyos. Su predicación constante, inflamada por la caridad, no tarda en verse premiada con numerosas conversiones. La misión, conducida con habilidad y celo, progresa rápidamente. Y como las relaciones entre Pipino II y Radbod se hacen más amistosas y la paz parece asegurada por largos años, si no para siempre, parece llegado el momento de consolidar la naciente cristiandad frisona con la erección de una diócesis. Wilibrordo emprende nuevamente el largo camino de Roma (695), donde es recibido paternalmente por Sergio I. Al regresar poco después al campo de sus afanes, Wilibrordo posee ya la consagración episcopal, recibida de manos del Papa, quien le había otorgado también el palio, señal del favor apostólico. Frisia había sido constituida en iglesia sujeta inmediatamente a la Sede romana.

Pipino II regaló al arzobispo de los frisones el ruinoso castrum romano de Utrecht, donde surgió muy pronto la basílica del Salvador, la escuela y la residencia del arzobispo y sus clérigos. Utrecht, fue, pues, el centro de la nueva diócesis. Pero quiso, además, Wilibrordo, conforme al método benedictino que le trajo al continente europeo, fundar un monasterio destinado a servir de base a la acción misionera. La abadía se presentaba como el tipo concreto de la vida religiosa y social, y los monjes la señalaban como ejemplo a los que pretendían convertir al cristianismo. El monasterio de San Wilibrordo y de la misión de Frisia fue Echternach, situado prudentemente en Luxemburgo, es decir, en territorio franco, lejos de los riesgos de la vanguardia misionera. Cada dos años iba regularmente Wilibrordo a pasar unos meses de reposo y recogimiento en su querida abadía, su residencia favorita.

Entretanto se revelaban las bellas cualidades del arzobispo de los frisones. Era, según testimonio de San Bonifacio, varón “de gran santidad y de austeridad maravillosa”, pero bueno y paternal para los otros. Típico anglosajón paciente, y tenaz, humilde y hábil, celoso y realista, dotado de voluntad inquebrantable y prudencia nunca desmentida, Wilibrordo tenía temple de gran conductor de hombres, de gran organizador. La única preocupación que le guiaba en todas sus acciones era la salvaguarda y consolidación de su obra. Sus ansias apostólicas no desbordan los límites de lo que le parecía seguro. Verdad es que intentó evangelizar la Frisia del Norte y hasta estuvo en Dinamarca movido por el mismo impulso misionero; pero pronto comprendió que era empresa prematura y regresó a su campo de acción, el territorio dominado por la espada de Pipino II. No es que fuera un cobarde, un pusilánime: en cierta ocasión destruyó un ídolo con peligro de su vida y en momentos difíciles se mantuvo firme ante la ira del rey Radbod. Pero Wilibrordo nada tenía de aventurero. Iba siempre a lo seguro y positivo. Sus catecúmenos no fueron jamás bautizados rápidamente ni en masa; cada uno de ellos debía someterse a una seria preparación individual. Y así su obra no tuvo dimensiones enormes y espectaculares, pero fue segura y durable.

Esta obra, sin embargo, sufrió un rudo golpe a la muerte de Pipino II (714), cuando los frisones intentaron rechazar el yugo de los francos. Wilibrordo se retiró precipitadamente a Echternach, y los monjes pudieron entonces apreciar la prudencia de su abad y arzobispo que les había preparado aquel refugio seguro. Cuando Carlos Martel restableció la paz (718), Wilibrordo había alcanzado ya los sesenta años de edad. Pero no soñaba todavía en descansar; ni siquiera se lamentó ante los estragos causados por aquellos años destructores. La obra de su vida estaba casi totalmente arruinada. Él y sus monjes empezaron animosamente a rehacerla. En este tiempo difícil tuvo Wilibrordo un precioso ayudante en un monje compatriota suyo, Winfrido, el futuro San Bonifacio, apóstol de Alemania. Y la cristiandad de Frisia fue restaurada.

San Wilibrordo murió muy probablemente en Echternach el 7 de noviembre del año 739. Las últimas noticias que de él poseemos nos las proporciona San Beda el Venerable en 734. Wilibrordo-dice-”inflige todos los días derrotas al diablo; a pesar de su ancianidad combate todavía, pero el viejo luchador suspira por la recompensa eterna”.

GARCÍA M. COLOMBÁS, O. S. B.

(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/11/11-07_S-Wilibrordo.htm)



06 noviembre, 2010

San Alejandro de Sauli


Oh, San Alejandro de Sauli; vos sois
el hijo del Dios de la vida, realmente
“el que protege con fuerza” porque,
con vuestro decir y actuar a los fieles
de vuestro tiempo y del nuestro, seguís
protegiendo, en toda hora y en toda
circunstancia, en que el enemigo acecha.
Predicabais en todas partes con gran
entusiasmo y dando mucho fruto, tanto
que os llamaban, “el apóstol de la paz”
“el apóstol de Córcega”. Poseías vos
dones maravillosos, como el de milagros
hacer y el don de profecía y anunciabais
cosas que a suceder iban y, tal y cual se
cumplían, tanto que después de vuestra
muerte, seguíais haciendo milagros y,
por ello y vuestra grande obra, corona
de luz recibisteis, como justo premio,
que alumbra, fulgurante en el eterno cielo;
oh, San Alejandro de Sauli, fuerza de Dios.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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6 de Noviembre San Alejandro de Sauli Obispo Año 1592

Alejandro significa: “el que protege con fuerza” (Ale: con fuerza).

Nuestro santo nació en Milán en 1535. A los 15 años ya se atrevió a desbaratar un espectáculo inmoral en su barrio. A los 17 entró de religioso en la comunidad de los Padres Barnabitas, y una vez ordenado sacerdote empezó a predicar con tal elocuencia y tan formidable doctrina que San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán lo invitó a predicar la cuaresma en su catedral, y a sus sermones asistían el Sto. arzobispo y el cardenal Sfondrati, que después fue el Papa Gregorio XIV, y los dos personajes derramaban lágrimas de emoción al oírlo predicar.

Fue nombrado superior general de su comunidad, y San Carlos Borromeo lo designó como su confesor. Su fama llegó hasta el Santo Padre Pío V, el cual lo nombró como obispo de la isla de Córcega. Fue consagrado por el arzobispo San Carlos. San Alejandro encontró a Córcega en el más lastimoso estado moral. Los sacerdotes eran poco instruidos, el pueblo tenía muchas supersticiones; los campos estaban infectados por bandoleros y entre las familias había terribles venganzas. Se propuso transformar ese ambiente y lo consiguió.

Se consiguió varios religiosos de su comunidad y reuniendo a todo el clero les anunció que desde entonces se proponía enfervorizar lo más posible la vida religiosa de esa isla. Visitó una por una todas las parroquias exigiendo que se enseñara catecismo y se diera buen ejemplo. Predicaba en todas partes con gran entusiasmo y mucho fruto. El santo trabajó en Córcega durante veinte años y el cambio fue tan notable que las gentes lo llamaban “el apóstol de la paz” “el apóstol de Córcega”. Construyó una bella catedral.

Dios le concedió el don de hacer milagros. Y así por ejemplo un año en que se anunciaban malísimas cosechas y muchísima pobreza y escasez, pasó por los campos bendiciéndolos, y en ese año la cosecha fue mejor que en los demás años. Otra vez los piratas mahometanos llegaban con muchos barcos a atacar las costas de Córcega, y cuando las gentes huían despavoridas hacia las montañas, San Alejandro bendijo las aguas del mar y enseguida estalló una espantosa tormenta que alejó las naves de los piratas.

Poseía también el don de profecía y anunciaba hechos que iban a suceder, y se cumplía exactamente lo que había anunciado. Era muy amigo de San Felipe Neri, el cual decía que el obispo Alejandro era un admirable modelo de lo que debe ser un santo obispo. San Alejandro murió en 1592 y también después de su muerte siguió haciendo milagros. Dios nos conceda la gracia de que todos nuestros obispos sean muy santos.

( http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Alejandro_de_Sauli.htm)