22 junio, 2011

San Paulino de Nola

Oh, San Paulino de Nola, vos sois
el hijo del Dios de la vida, y al que
proveyó de maravillosos dones, que
esconderlos no pudisteis más, pues
ellos hablaban por vos, de vuestro
amor y afabilidad en el trato con todos,
y vuestra misericordia con los pobres.
Vuestros escritos, lo mismo hicieron
y os delataron, pues os agradaba cartas
y poesías escribir, las que por su forma
y fondo, exquisitez y brillantez, hasta
hoy se conservan, pues poeta eximio
fuisteis del tiempo vuestro. Escribisteis
poemas en honor del santo de vuestra
devoción y lo hacíais recitar y difundir
entre todo el pueblo. Decía que para vos,
San Francisco de Sales, que un octavo
Sacramento existía y consistía “en ser
exquisitamente amable y bien educado
con todos”. San Jerónimo, San Ambrosio,
San Agustín y San Gregorio de Tours,
de vos, hicieron elogios grandes. Templo
bello, construisteis a San Félix, y cuando
moribundo estabais, y ante las carencias
materiales de aquél momento, dijisteis:
“Dios proveerá”. Y Aquél que todo lo
ve, os respondió al instante y os proveyó
a manos llenas y exclamasteis: “¡Bendito
sea Dios, que nunca me falló en nada!”.
Y, cuánta verdad en vuestra exclamación
porque de la misma forma, tampoco os
falló al coronaros con corona de luz eterna;
oh, San Paulino de Nola, poeta y santo.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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22 de junio
San Paulino de Nola
Obispo
Año 431

San Francisco de Sales decía que para San Paulino existía un octavo sacramento que consistía en ser exquisitamente amable y bien educado con todos. Ojalá lográramos imitarlo en esta bella cualidad. Pocos santos que hayan hecho tantos esfuerzos por mantenerse ignorados por todos y pasar desapercibidos, como San Paulino de Nola, y pocos como él que hayan recibido en vida tantas alabanzas de grandes sabios y santos. San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín y San Gergorio de Tours hicieron grandes elogios de él y lo presentaron ante los demás como un modelo de obispo, de apóstol y de verdadero amigo.

Nació San Paulino en Burdeos, Francia, en el año 353. Su padre era gobernador y su familia sumamente rica. Tuvo como maestros en su infancia los más famosos literatos de la región y según cuenta San Jerónimo, cuando Paulino llegó a la juventud dejaba admiradas a las gentes por la elegancia de sus estilos al hablar y al escribir. Nombrado para altos puestos en el gobierno tuvo que viajar por diversos países y en todas partes hizo muy buenas amistades, porque tenía un trato muy agradable y exquisito. En Milán se hizo amigo de San Ambrosio y de San Agustín. Y por carta mantuvo muy provechosas relaciones intelectuales con el gran sabio San Jerónimo.

Al trabar relaciones con San Delfín, obispo de Burdeos, se entusiasmó por la religión cristiana y se hizo bautizar como católico. Luego se fue a vivir a España y allá se casó con una mujer sumamente piadosa, llamada Teresa, de la cual tuvo un hijo. Pero el niño se murió a los ocho días de nacido, y entonces Paulino y Teresa se propusieron vivir en adelante como dos hermanos y repartir sus enormes riquezas entre los pobres. Así lo hicieron, y pronto fueron vendiendo fincas y casas y repartiendo el dinero entre los más necesitados.

Y resultó que llevaba una vida tan santa que en la Navidad del año 393 el pueblo de Barcelona, España, pidió por aclamación al Sr. Obispo que ordenara de sacerdote a Paulino. El Obispo aceptó y lo ordenó, aunque estaba casado, pero él y su esposa vivían ya como dos hermanos nada más. Paulino y Teresa se fueron a vivir en Nola (Italia) donde tenían unas posesiones y donde se veneraba con mucha fe la tumba de San Félix. Allí junto a la tumba del santo construyeron una casita sencilla y empezaron a vivir como verdaderos monjes, dedicados a la oración y a la caridad para con los pobres.

Paulino fue a Roma, pero el Papa no lo recibió muy bien, porque no aceptaba que lo hubieran ordenado sacerdote siendo casado (El próximo Pontífice ya lo recibiría con mucho cariño porque le habrán contado lo santamente que vive él en Nola). Pronto la casa de Paulino en Nola se convirtió en el sitio preferido para todos los pobres y necesitados de la región. El y su esposa, que seguían siendo todavía muy ricos, repartían ayudas con una generosidad extraordinaria. Y con su dinero le construyeron un hermoso templo a San Félix, que era el santo más popular de allí (Dicen que a San Paulino fue al que se le ocurrió llamar a las gentes a las reuniones con un instrumento de metal que retumbara a lo lejos, y como aquella región se llama Campania, por eso aquel instrumento se llamó “campana”).

En el año 409 al morir el obispo de Nola, todo el pueblo aclamó a Paulino como nuevo obispo, y tuvo que aceptar. En adelante se dedicará por toda su vida, hasta el año 431, a cuidar de la santidad de sacerdotes y fieles.
A este santo le agradaban mucho dos clases de apostolados intelectuales: las cartas y las poesías. Con la más exquisita gentileza y buena educación se comunicaba por carta con infinidad de personas. De él se conservan más de 50 cartas, que son modelo de buena redacción y de muy amable caridad. Y en cuanto a poesías, cada año en la fiesta de San Félix componía un poema en honor de su santo preferido, y lo hacía recitar y difundir entre el pueblo. Se conservan 13 de esos poemas, que colocan a San Paulino como uno de los mejores poetas de su tiempo.

Paulino fue gastando todas sus inmensas riquezas en ayudar a los más necesitados hasta quedar él totalmente pobre. Y sucedió que cuando en el año 410 llegaron a Nola los terribles vándalos del rey Gensérico se llevaron muchos prisioneros y esclavos y entre ellos al hijo único de una pobre viuda. Entonces nuestro santo se ofreció él personalmente para reemplazar a aquel joven. Le fue aceptado el canje y dejaron libre al muchacho. Pero sucedió que en el viaje, Dios cambió un poco el corazón de aquellos bárbaros y devolvieron libres al obispo Paulino y a los demás prisioneros, en un barco hacia Nola, y el barco lo enviaron cargado de víveres.

Cuando el santo ya estaba moribundo, vino el ecónomo a avisarle que se debían 40 monedas de unas telas que se habían comprado para vestidos de los pobres. El santo exclamó mirando al cielo: “Dios proveerá”. Y a los pocos minutos llegó un mensajero trayendo un envío que hacían para los menesterosos: era un paquetico con 40 monedas de plata. El obispo juntó las manos y exclamó: “¡Bendito sea Dios que nunca me falló en nada!”.

Murió San Paulino en el año 431 y fue sepultado en la iglesia de San Félix, pero después de muerto obtuvo tantos milagros, que llegó a ser más popular que el mismo San Félix, al cual él tanto había popularizado entre el pueblo.

21 junio, 2011

San Luis Gonzaga


Oh, San Luis Gonzaga, vos sois el hijo
del Dios de la vida. Sólo dos pecados
en vuestra corta vida tuvisteis. Uno,
el decir con vuestro labios, palabras
indecentes y el otro, atentar contra la
vida de de un grupo de soldados; por
los que llorasteis, y os arrepentisteis
por la vida toda. San Carlos Borromeo,
os dio la primera comunión y San Roberto
Belarmino, os aconsejó de tres medios
para llegar a ser santo: frecuente confesión
y comunión; mucha devoción a la Santísima
Virgen; y leer vidas de Santos” y ante la
imagen de Nuestra Señora, jurasteis
manteneros casto siempre y, cuando
ibais a hacer o decir algo os preguntabais:
“¿De qué sirve esto para la eternidad?” y,
si no os servía para la eternidad, ni lo
hacíais, ni lo decíais. Cierta vez, se os
apareció la Virgen María, bajo la advocación
de Nuestra Señora del buen consejo y os
dijo: “¡Debes entrar en la Compañía de
mi Hijo!” y luego, entendiendo, tales
palabras. Buscasteis haceros jesuita, pero
vuestro padre, como algunos padres de
este tiempo, os lo negó, y os llevó a una
vida mundana frenética, para que olvidarais,
sacerdote ser, pero, vuestro corazón en
nada cambió y vos, sólo pensabais en
serlo, día y noche, y os convertisteis en
seminarista. Muy joven a la casa del padre
partisteis, y voló, vuestra alma, el crucifijo
viendo y diciendo “Que alegría cuando
me dijeron: vamos a la casa del Señor”.
Patrono de los Jóvenes, de santa pureza,
brilláis hoy, coronado de luz y eternidad;
oh, San Luis Gonzaga, ”batallador glorioso”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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21 de Junio
San Luis Gonzaga

Luis en alemán significa: batallador glorioso. San Luis Gonzaga nació en Castiglione, Italia, en 1568. Hijo del marqués de Gonzaga; de pequeño aprendió las artes militares y el más exquisito trato social. Siendo niño sin saber lo que decía, empezó a repetir palabras groseras que les había oído a los militares, hasta que su maestro lo corrigió. También un día por imprudencia juvenil hizo estallar un cañón con grave peligro de varios soldados. De estos dos pecados lloró y se arrepintió toda la vida. La primera comunión se la dio San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán.

San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres. Y así se libró de muchas tentaciones. Su director espiritual fue el gran sabio jesuita San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: 1º. Frecuente confesión y comunión. 2º. Mucha devoción a la Sma. Virgen. 3ro. Leer vidas de Santos.Ante una imagen de la Sma. Virgen en Florencia hizo juramento de permanecer siempre puro. Eso se llama “Voto de castidad”. Cuando iba a hacer o decir algo importante se preguntaba: “¿De qué sirve esto para la eternidad?” y si no le servía para la eternidad, ni lo hacía ni lo decía.

Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Sma. Virgen le decía: “¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!”. Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita. Le pidió permiso al papá para hacerse religioso, pero él no lo dejó. Y lo llevó a grandes fiestas y a palacios y juegos para que se le olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: “¿Todavía sigue deseando ser sacerdote?”, y el joven le respondió: “En eso pienso noche y día”. Entonces el papá le permitió entrar de jesuita. (En un desfile de orgullosos jinetes en caballos elegantes, Luis desfiló montado en un burro y mirando hacia atrás. Lo silbaron pero con eso dominó su orgullo).

En 1581 el joven Luis Gonzaga, que era seminarista y se preparaba para ser sacerdote, se dedicó a cuidar a los enfermos de la peste de tifo negro. Se encontró en la calle a un enfermo gravísimo. Se lo echó al hombro y lo llevó al hospital para que lo atendieran. Pero se le contagió el tifo y Luis murió el 21 de junio de 1591, a la edad de sólo 23 años. Murió mirando el crucifijo y diciendo “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. La mamá logró asistir en 1621 a la beatificación de su hijo. San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo”.

Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor. (A veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Su confesor San Roberto, que lo acompañó en la hora de la muerte, dice que Luis Gonzaga murió sin haber cometido ni un sólo pecado mortal en su vida. Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo.

Santa Magdalena de Pazzi vio en un éxtasis o visión a San Luis en el cielo, y decía: “Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso”. Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más. El era extraordinariamente amable y bien educado. Después de muerto se apareció a un jesuita enfermo, y lo curó y le recomendó que no se cansara nunca de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

San Luis fue avisado en sueños que moriría el viernes de la semana siguiente al Corpus, y en ese día murió. Ese viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La oración que la Iglesia le dirige a Dios en la fiesta de este santo le dice: “Señor: ya que no pudimos imitar a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar en la penitencia. Amén”.


20 junio, 2011

San Juan Fischer


Oh, San Juan Fischer, vos sois el hijo
del Dios de la vida, verdadero sabio,
benefactor de los pobres del tiempo
vuestro y sublime dador de generosidad
y amor. De todos parecía vuestra casa,
menos vuestra, pues siempre las puertas
abiertas las teníais para los peregrinos
y necesitados. Os dedicabais al estudio
consciente del libro de la vida y a libros
escribir y, vuestra vida, cambió en nada,
pues, austera, en lo más mínimo era y
parecida a la de un monje. Penitencias
hacíais y, en vuestra mesa, una calavera
frente a vos teníais, para recordaros
que, la muerte es para todos, y, que del
juicio de Dios, nadie escapa. Ahorrabais
para comprar nuevos libros, pues leer era
vuestro placer y, después de leídos, los
donabais. Combatisteis a Lutero y sus
errores en buena lid, en cuatro libros.
Aún, con el peligro de vuestra vida perder,
nunca de acuerdo estuvisteis con Enrique
VIII, reyezuelo y defendisteis el Católico
Matrimonio, y, en pleno Parlamento
exclamasteis: “Querer reemplazar al
Papa de Roma por el rey de Inglaterra,
como jefe de nuestra religión es como
gritarle un ‘muera’ a la Iglesia Católica”.
Y, el reyezuelo aquél, os mandó cortar la
cabeza, sin saber jamás que, al hacerlo,
vuestro espíritu, trascendería el tiempo
con vuestro martirio, y que, los cielos se
abrirían de par en par, para recibiros y
como justo premio recibir, corona de luz;
oh, San Juan Fischer, santo y mártir.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Junio
San Juan Fischer Cardenal y Mártir
Año 1535

Este santo mártir nació en Beverley, Inglaterra, en el año 1469, su padre murió cuando Juan era todavía muy niño. A los 14 años ya era el más sobresaliente entre sus compañeros estudiantes y a los 20 fue nombrado profesor del colegio San Miguel. Se doctoró con gran brillo en la famosa Universidad de Cambridge, y a los 22 años, obtuvo ser dispensado de la falta de edad, y fue ordenado sacerdote. Poco después recibió el nombramiento de vicecanciller o vicerrector de la gran universidad. Margarita, la madre del rey, al quedar viuda por tercera vez, y desilusionada de la vida de intrigas del mundo, dispuso dedicarse a la vida espiritual, e impresionada por la santidad y la sabiduría de Juan, lo eligió como su director espiritual. Guiada por el santo distribuyó su fortuna en ayudar a instituciones benéficas, y a la que más ayudas concedió fue a la Universidad de Cambridge.

San Juan Fisher recordaba después con emoción que cuando él empezó a ser director espiritual de la madre del rey, la universidad tenía pocas cátedras o ramas de enseñanza y que luego se pusieron nuevas y muy modernas facultades de estudio. Que la Biblioteca de la universidad sólo tenía 300 libros y que luego se consiguieron millares de ejemplares para el estudio de los universitarios. Juan fue elegido Canciller de la Universidad y este cargo lo tuvo hasta su muerte. Era un verdadero sabio y un gran benefactor.

En 1504 fue elegido nuestro santo como obispo de Rochester, cuando sólo tenía 35 años. Y él, como hacía con todos los cargos que le confiaban, se dedicó a este oficio con todas las fuerzas de su recia personalidad. Con un entusiasmo no muy frecuente en su época, se dedicó a visitar todas y cada una de las parroquias para observar si cada uno estaba cumpliendo con su deber, y animar a los no muy entusiastas. A los sacerdotes les insistía en la grave responsabilidad de cumplir muy exactamente sus deberes sacerdotales. Iba personalmente a visitar las chozas de los más pobres. Distribuía limosnas con enorme generosidad, y en su casa siempre las puertas estaban abiertas para recibir a visitantes, peregrinos y necesitados.

Y aunque parezca imposible, además de todos sus demás trabajos, dedicaba horas y horas al estudio y a escribir libros. Se hicieron famosos sus discursos fúnebres a la muerte del rey Enrique VII y en el funeral de la reina Margarita. Aunque era obispo y además canciller de la universidad, llevaba una vida tan austera como la de un monje. No dormía más de seis horas. Hacía fuertes penitencias. En su mesa tenía frente a sí una calavera, para recordar que también a él le llegaría la muerte y la hora de tener que darle cuentas a Dios de todos sus comportamientos.

Decía que su deporte favorito era leer. Sus ahorros eran para comprar nuevos libros, que después de leídos los obsequiaba a la Biblioteca de la Universidad. Cuando le ofrecían otras diócesis que producían más en dinero, respondía: “No cambio a esta esposa pobre pero amable y muy fiel, por la viuda más rica que exista”. Cuando Lutero empezó a difundir los errores de los protestantes, el obispo Fisher fue elegido para atacar tan fatales errores, y escribió cuatro voluminosos libros para combatir los errores de los luteranos. Esto lo hizo famoso.

El embajador de España llegó a afirmar que el obispo Juan era el prelado más santo del país en ese tiempo. Y el rey de Inglaterra exclamó: “ningún otro reino tiene actualmente un obispo tan sabio y tan santo como Juan Fisher”. En un Sínodo o reunión de todo el clero de Inglaterra, el obispo Fisher protestó fuertemente contra la mundanalidad de algunos eclesiásticos, y la vanidad de aquellos que lo buscaban eran altos puestos y no la verdadera santidad. Criticaba fuertemente los defectos que era necesario corregir, pero él personalmente daba muy buenos ejemplos de vida santa.

Cuando el rey Enrique VIII dispuso divorciarse de su legítima esposa y casarse con su concubina Ana Bolena, el obispo Juan Fisher fue el primero en oponerse a semejante escándalo. Y aunque muchos altos personajes, por conservar la amistad del rey, declararon que ese divorcio sí se podía hacer, en cambio Juan, aun con peligro de perder sus cargos y ser condenado a muerte, declaró públicamente que el matrimonio católico es indisoluble y que el divorcio no es posible para un matrimonio católico que no sea nulo.

Muchos le decían que la mayoría de los altos empleados oficiales aprobaban el divorcio del rey, y él les respondía: “Ellos tienen que cumplir lo que les diga su propia conciencia. Yo para salvarme estoy obligado a obedecer lo que mi conciencia me dice, y ella me afirma que este divorcio no lo puedo aprobar”. El terrible rey Enrique VIII se declaró jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra en reemplazo del Sumo Pontífice, y todos los que deseaban conservar sus altos puestos en el gobierno y en la Iglesia, lo apoyaron. Pero Juan Fisher declaró que esto era absolutamente equivocado y en pleno Parlamento exclamó: “Querer reemplazar al Papa de Roma por el rey de Inglaterra, como jefe de nuestra religión es como gritarle un ‘muera’ a la Iglesia Católica”.

Las amenazas de los enemigos empezaron a llegar sobre él. Dos veces lo llevaron a la cárcel. Otra vez trataron de envenenarlo. Una bala pasó sobre sus hombros mientras leía en su escritorio. Le inventaron toda clase de calumnias, y como no lograron que dejara de proclamar sus creencias católicas lo encerraron en la terribilísima Torre de Londres. Tenía 66 años, pero los muchos sufrimientos, y sus ayunos y el excesivo trabajo lo hacían aparecer como de ochenta. Un testigo decía: “su cuerpo está tan débil que casi no es capaz de soportar el peso de su vestido”. Pero su espíritu seguía fuerte e invencible. Las gentes se admiraban de que hubiera podido resistir diez meses de prisión en tan horrorosa Torre.

Estando en prisión, recibió del sumo Pontífice el nombramiento de Cardenal. El impío rey exclamó: “Le mandaron el sombrero de Cardenal, pero no podrá ponérselo, porque yo le mandaré cortar la cabeza”. Y así fue. El 17 de junio de 1535 le leyeron la sentencia de muerte. El rey Enrique VIII mandaba matarlo por no aceptar el divorcio y por no aceptar que el rey reemplazara al Papa en el gobierno de la Iglesia Católica.

Unos días después al amanecer llegan los guardias a llevarlo al sitio donde debe morir. Lleva en sus manos el Nuevo Testamento. Abre donde primero salga y lee esta frase: “La Vida Eterna consiste en conocerte a Ti Padre Dios y a tu Enviado Jesucristo. Padre yo te he glorificado en la tierra y he cumplido la tarea que tú lleno de ánimo y de consuelo me habías confiado”. Esta lectura lo llenó de ánimo y de consuelo.

Al llegar al sitio donde le van a cortar la cabeza, el venerable anciano se dirige a la multitud y les dice a todos que muere por defender a la Santa Iglesia Católica fundada por Jesucristo. Pide a los verdugos que le concedan unos minutos para recitar el Himno Tedeum, en acción de gracias. Al decir la última frase: “En Ti Señor espero, no sea yo confundido eternamente”, inclina su cabeza, la cual es cortada por un hachazo de los verdugos de un rey impuro. Dios nos conceda por medio del mártir San Juan Fisher, un gran valor por defender y practicar nuestra santa religión hasta el último momento de nuestra vida.



19 junio, 2011

La Santísima Trinidad



Distintas personas sois
y sin embargo
Tres y un solo Dios.

Dios Padre; ¡Dios!
Desde siempre y por
siempre Creador.

Dios Hijo; ¡Dios!
Hecho Hombre Jesucristo
Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo; ¡Dios!.
Consolador de la vida
Y Santificador del hombre

Distintas personas sois
y sin embargo
Tres y un solo Dios.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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La Santísima Trinidad

En el evangelio Jesús nos revela el misterio más grande que existe, es un dogma de fe, es decir, una verdad que debemos creer, si nos llamamos cristianos. Cada vez que rezamos el Credo, decimos creer en un solo y único Dios, que es Padre Creador, que es Hijo Redentor y que es Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida y Santificador.

El misterio de la Santísima Trinidad, es uno de los “misterios escondidos en Dios, -que como dice el Concilio Vaticano II-, si no son revelados, no pueden ser conocidos” Y, aun después de la Revelación, es el misterio más profundo de la fe, que el entendimiento por sí solo no puede comprender ni penetrar.

En cambio, el mismo entendimiento, iluminado por la fe, puede en cierto modo, aferrar y explicar el significado del dogma, para acercar al hombre al misterio de la vida íntima del Dios Uno y Trino.

Toda la Sagrada Escritura revela esta verdad: “Dios es Amor en la vida interior de una única Divinidad, como una inefable comunión de personas”. Son Tres Personas distintas en un sólo Dios, como aprendimos en el catecismo.

El misterio de la Santísima Trinidad es la revelación más grande hecha por Jesucristo. Los judíos adoran la unicidad de Dios y desconocen la pluralidad de personas en la unicidad de la sustancia. Los demás pueblos adoran la multiplicidad de los dioses. El cristianismo es la única religión que ha descubierto, en la revelación de Jesús, que Dios es uno en tres personas. Ante esta revelación divina de su íntima esencia, no nos queda otra cosa que agradecerle esta confianza y adorar a las Tres Personas Divinas.

¿En qué consiste el Misterio?

Sabemos que hay UN SOLO DIOS, en tres personas distintas entre sí, no por su naturaleza -que es la divinidad misma- sí por su obrar en la historia de la salvación. Así decimos que:

DIOS PADRE, es el “Principio-sin principio”; no fue creado ni engendrado; es por sí sólo el Principio de Vida; es la vida misma, que posee en absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo.

DIOS HIJO, es engendrado -no creado- por el Padre; Jesús es Hijo eterno y consustancial (de la misma naturaleza o sustancia); Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e Hijo como el que es engendrado.

DIOS ESPÍRITU SANTO, procede del Padre y del Hijo; es como una “espiración”, soplo del Amor consustancial entre el Padre y el Hijo; se puede decir que Dios en su vida íntima es amor, que se personaliza en el Espíritu Santo.

Diferentes “misiones”

Si quisiéramos identificar a la Santísima Trinidad por sus “misiones” en el tiempo, o atribuciones, diríamos que:

EL PADRE es el Principio de Vida, de quien todo procede. Se le atribuye la Creación.

EL HIJO procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. Se le atribuye la Redención.

EL ESPÍRITU SANTO es enviado por el Padre y el Hijo, como también procede de ellos, por vía de voluntad, a modo de amor; se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús y luego el día de Pentecostés sobre los discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad (Cf. Ef 4,30). Se le atribuye la Santificación.

Porque el entendimiento humano no es capaz de comprender la esencia divina, no puede penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios, sólo puede conocer lo que Dios revela y asumirlo con la fe; se puede aplicar aquí la frase de San Agustín: “Si lo comprendes, no es Dios”.

“Que todos sean uno…”

“Te preguntarás: ¿si no lo podemos comprender, para qué entonces quiso Dios revelarnos el gran misterio de la Santísima Trinidad?
En el evangelio de San Juan, Jesús ruega al Padre por lo que es su gran deseo:

“Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mi y Yo en Ti. Sean también uno en nosotros: así el mundo creerá que tú me has enviado”. (Jn 17, 21)
Cuando revela el misterio de la Santísima Trinidad, deja ver también las relaciones que hay entre las tres Divinas Personas; aunque esas relaciones son distintas, tampoco dividen la misma y única esencia de Dios.

ª El Padre es pura Paternidad.
ª El Hijo es pura Filiación.
ª El Espíritu Santo es puro Nexo de Amor.

Son relaciones “subsistentes”, que en virtud de su impulso vital salen al encuentro una de la otra en una comunión, en la cual la totalidad de la Persona es apertura a la otra.

Es esto, el paradigma supremo de la sinceridad y libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales humanas, siempre tan lejanas a este modelo trascendente.

“El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que ‘todos sean uno, como nosotros también somos uno’ abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”
(Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 24). .

Compromiso cristiano

“Conocer el misterio de la Santísima Trinidad, nos involucra y compromete para adquirir ciertas actitudes en las relaciones humanas:

“la perfectísima unidad de las tres Personas divinas, es el vértice trascendente que ilumina toda forma de auténtica relación y comunión entre nosotros, seres humanos”
(Juan Pablo II, “Creo en Dios Padre”, p.170)

No se trata de que queramos entender el Misterio de la Santísima Trinidad, esto es imposible. Jesús nos reveló ese Misterio para mostrarnos el modelo de lo que deben ser las relaciones humanas de los cristianos.
La Iglesia universal nos invita a “glorificar a la Santísima Trinidad”, como manifestación de la celebración del Jubileo. No hay mejor forma de hacerlo que revisando las relaciones con nuestros hermanos, para mejorarlas y así vivir la unidad querida por Jesús “que todos sean uno”.



San Romualdo


Oh, San Romualdo; vos sois el hijo del
Dios de la vida, y “glorioso en el mando”,
el significado de vuestro nombre, al que
grandísimo honor y fama disteis. Decíais
vos, en la montaña: “Dichosos los ermitaños
que se alejan del mundo a estas soledades,
donde las malas costumbres y los malos
ejemplos no los esclavizan” y allí, en la
la soledad de la misma, os dedicasteis
a rezar y penitencia hacer, tanto que,
vuestro padre, arrepentido de su antigua
vida, os siguió feliz. Fundador de conventos,
de milagros hacedor, vidas de santos leíais
y os esmerabais por imitarlos, en aquellas
cualidades y virtudes sobresalientes. Comías
poco y dedicabais muy pocas horas al sueño,
día y noche y, en medio de aquella disciplina,
os azotaban terribles tentaciones de impureza,
y los más horribles ataques del maligno, tanto
que, clamabais a gritos: ”¡Jesús misericordioso!,
compasión ten de mí”, y al oír esto, huía el
demonio y la paz y la tranquilidad os cubría.
Felizmente, os quedasteis entre nosotros
con vuestros “Camaldulenses” religiosos,
observando perpetuo silencio y dedicados a
la oración y a la meditación. En claro y vívido
éxtasis, decíais: “Amado Cristo Jesús, ¡Vos sois
el consuelo más grande que existe para vuestros
amigos!”. Y decía San Grignon de Monfort:
“Ante estos campeones de la santidad, nosotros
somos unos pollos mojados y unos burros muertos”.
Y así, campeón de campeones, partisteis a
la gloria del Padre Eterno, para ser coronado
con corona de luz, que jamás nunca marchita;
oh, San Romualdo, “glorioso en el mando”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Junio
San Romualdo
Fundador de los Camaldulenses
Año 1027

Romualdo significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar). En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo. San Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad. Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: “Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan”.

Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino.

Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.

En la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte.

Durante 30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades. El por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.

Y entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: “Jesús misericordioso, ten compasión de mí”, y al oír esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.

Volvió otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.

Dios le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó “Camaldulenses”, o sea, religiosos del Campo de Málduli. En una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.

San Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo. Un día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.

En el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.

San Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.

Veinte años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: “Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!”. Adonde quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.

La última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial.

Todos estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese tiempo. Al recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: “Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos”.



18 junio, 2011

Santa Juliana de Falconieri


Oh, Santa Juliana de Falconieri;
vos, sois la hija del Dios de la vida,
y, San Alejo dijo de vos, a vuestra
madre: “Dios no sólo te dio una
hija, sino que te regaló un ángel
verdadero”. La Pasión y muerte
de Nuestro Señor Jesucristo, los
viernes meditabais y los sábados,
a pensar y leer, acerca de Nuestra
Señora. Hacer oración y diario ayuno,
y, prendada de la Comunión vivir.
Ésa, vuestra santa vida fue y en
medio de todo, os disteis tiempo
para formar, de maravillosa manera
a las “muchachas de la pañoleta”
y, a las “Siervas de la Virgen María”.
Bien y caridad, vuestro ser desbrozaba
y lo dabais como flor, que sus aromas
regala, y así; como el ángel que dijo
San Alejo, erais; así, partisteis, hacia
la patria celeste, que os recibió feliz,
porque habías gastado vuestra vida,
en buena lid, para coronaros de luz,
como justo premio a vuestro amor
por Cristo Jesús y Nuestra Señora;
oh, Santa Juliana de Falconieri, “luz” .

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de junio
Santa Juliana de Falconieri
Fundadora
Año 1341

Esta santa tuvo la dicha de ser sobrina de un santo (San Alejo Falconieri, hermano de su padre) y de ser dirigida espiritualmente por otro santo (San Felipe Benicio). Nació en Florencia en el año 1270. Su padre era riquísimo y había construido por su propia cuenta un templo en honor de la Sma. Virgen de quien era sumamente devoto. Los papacitos habían suplicado por muchos años a Dios que les concediera descendencia y al fin consiguieron que les diera esta hija que iba a ser su gloria y su alegría.

De joven era tan virtuosa, que San Alejo le dijo a la mamá de Juliana: “Dios no sólo te dio una hija, sino que te regaló un verdadero ángel”. De niña acostumbraba pasar largos ratos rezando en el templo, por lo cual la mamá le repetía: “Si no concedes más tiempo a la costura y a la cocina, no vas a encontrar marido”. Pero aquella amenaza no le producía ningún temor, ya que sentía una inmensa inclinación hacia la virginidad. Habiendo muerto su padre cuando ella era muy pequeña, la mamá y el tío le prepararon un honroso matrimonio, pero ella los llamó aparte y les dijo que había tomado la decisión inquebrantable de quedarse soltera y dedicar su vida a la oración, a la meditación, a la caridad y al apostolado. Tenía apenas 15 años.

Bien preparada por su tío, San Alejo (fundador de los Siervos de María) recibió del gran apóstol San Felipe Benicio el distintivo de Terciaria de los Siervos de María. Este distintivo era un manto sobre la cabeza. Ella siguió viviendo en su casa con la mamá, pero observando una conducta tan religiosa y tan santa como la de una fervorosa religiosa. A otras les agradó este modo de practicar la vida religiosa (quedándose con sus familiares, pero observando una conducta como la de una santa monja) y siguieron su ejemplo. Todas llevaban como distintivo un manto sobre la cabeza, por lo cual la gente las llamaba: las muchachas de la pañoleta.

Creció mucho el número de las jóvenes Terciarias (se llaman terciarias a las que pertenecen a la tercera rama de una comunidad religiosa; la primera son los hombres; la segunda son las monjas y la tercera son las personas laicas que viven en el mundo pero llevando una conducta como de gente muy piadosa) y tuvieron que conseguir una casa para reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su asociación tomó el nombre de “Siervas de la Virgen María”. Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a esta piadosa asociación, llevándola a un alto grado de perfección.

Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo que se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a pensar y leer acerca de la Santísima Viren (de quien fue supremamante devota desde sus primeros años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy superior a ella (cumpliendo lo que recomienda San Pablo: “Considerad a los demás como superiores en todo a vosotros).”(Filip. 2,3).

Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma era la más exacta en cumplir cada uno de los artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas. Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al recibir las demostraciones de su afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los que necesitaban de su colaboración.

Los sacerdotes decían que a los pecadores les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta sencilla religiosa seglar, que los sermones de los mejores predicadores. Muchos pecadores se convirtieron de su vida de maldad, después de tener una charla con Juliana, la de la “pañoleta”.

Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban para siempre la paz, cuando la santa se dedicaba a volverlos otra vez a la amistad. Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo. A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le respondía: “Es para alejar las tentaciones”. Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento más.

Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias. En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y esto constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia. Y sucedió que en la última visita que le hizo el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel la Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y su estómago no le permitía, pero su fe le consiguió el prodigio de poder comulgar.

Después de muerta encontraron sobre su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran cortado para que pasara una Hostia. En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia. Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció, Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor hacia Nuestro Señor. En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan grande santa que nos obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo Santísimo de Cristo.

17 junio, 2011

San Gregorio Barbarigo


Oh, San Gregorio Barbarigo, vos sois
el hijo del Dios de la vida y el mismo
que habiendo una exquisita educación
recibido, gustabais más, de las cosas
de Dios y claro, os decidisteis por Él.
A los enfermos visitabais y os dedicasteis
a enterrar muertos, ayudar viudas y
consolar en la orfandad hogares. De
personal manera enseñabais el Catecismo
y no dejabais de ayudar a la gente pobre.
Horas largas pasabais en oración y decíais:
“Ése es mi deber, y no puedo obrar de
otra manera”. Imprentas fundasteis, para
propagar religiosos libros y nunca de
lado dejasteis, el formar muy bien a
los seminaristas, y obtener así, santos
y brillantes sacerdotes. La gente de vos
decía: “Monseñor es misericordioso con
todos. Con el único con el cual severo
es, es consigo mismo” y siempre decíais:
“para el cuerpo basta poco alimento y
ordinario, pero para el alma son necesarias
muchas lecturas y que sean bien espirituales”
y cuanta verdad en vuestras palabras, que
reposo hallaron, en la casa del Eterno
Padre, que os premió con corona de luz;
oh, San Gregorio Barbarigo, “dador eterno”.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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17 de Junio
San Gregorio Barbarigo
Obispo
Año 1697

Dios nos mande muchos Gregorios más, así de santos y generosos. Quien generosamente da, generosamente recibirá. Prv. 11.

Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifo negro, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible. El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.

Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento. Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.

Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.

Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.

Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.

Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.

Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.

El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: “ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!”. El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: “Los de Milán tuvieron un obispo santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Mr. Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí”. En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.

El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote. Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes. Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: “Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo”. Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: “para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales”. San Gregorio murió santamente el 17 de junio del año 1697.