06 agosto, 2013

La Transfiguración del Señor

 
Oh, Divino Cristo Transfigurado, Vos,
sois, el Hijo del Dios de la vida, y que,
vuestra Pasión y Muerte mostrasteis, antes
de que ellas sucedieran. De testigos a Pedro,
Santiago y Juan, quienes os Vieron en toda
vuestra gloria, pues, mientras orabais,
Vuestro cuerpo, se transfiguró y vuestros
vestidos más blancos que la nieve, y vuestro
rostro, resplandeciente más que el sol. Y,
en medio se aparecieron Moisés, por la Ley;
y Elías, por los profetas; que se alegraron,
porque sois Vos, el enviado del Dios eterno,
para, al mundo salvar y, del pecado librarlo.
Emocionado Pedro, os dijo: “Señor, que os
parece, si hacemos aquí tres campamentos,
uno para Vos, otro para Moisés y otro para Elías”.
Y, en seguida, los envolvió una nube, y se oyó,
la Voz de Vuestro Padre, que decía: “Este
es mi Hijo muy amado, escuchadlo”. Su voz,
se ha oído, se oye, y se seguirá oyendo en medio
de la negación de Dios y del bullicio material
de este mundo, hasta el fin de los tiempos
transfigurando los corazones de quienes,
escuchan su Voz y ponen en práctica su mensaje;
oh, Divino Cristo, Transfigurado, luz verdadera.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Agosto
La Transfiguración del Señor
 
Señor Jesús: transfigúranos también a nosotros en nuevas creaturas, totalmente agradables al Padre Dios.
 
Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.
 
Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías. Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo”.El Señor llevó consigo a los tres apóstoles que más le demostraban su amor y su fidelidad. Pedro que era el que más trabajaba por Jesús; Juan, el que tenía el alma más pura y más sin pecado; Santiago, el más atrevido y arriesgado en declararse amigo del Señor, y que sería el primer apóstol en derramar su sangre por nuestra religión. Jesús no invitó a todos los apóstoles, por no llevar a Judas, que no se merecía esta visión. Los que viven en pecado no reciben muchos favores que Dios concede a los que le permanecen fieles.
 
Eso sigue sucediendo a las personas que rezan con fervor. La oración les transfigura y embellece el alma y les vuelve mucho más agradables a Dios. Dos personas muy famosas del Antiguo Testamento; Moisés en nombre de la Ley, y Elías en nombre de los profetas, venían a respaldar y felicitar a Jesucristo y a proclamar que El es el enviado de Dios para salvar al mundo.
 
Es un elogio hermosísimo hecho por el Padre Dios, acerca de Jesucristo. Es su Hijo Unico. Es amadísimo por Dios, y es preferido por El a todos los demás seres que existen. Verdaderamente merece nuestro amor este Redentor tan amado por su Padre que es Dios.
 
 

05 agosto, 2013

Dedicación de la Basílica de Santa María

 
Dedicación de la Basílica de Santa María
 
Oh, Dedicación de la basílica de Santa María,
que alzada fuisteis en el monte Esquilino, y que,
el santo padre, Papa Sixto III, al pueblo de Dios
ofreció como recuerdo del Concilio de Efeso,
en el que, María Virgen, saludada fue como
Madre de Dios. Y, para alegría nuestra y luego
de él, se proclamó para la posteridad, como
escrito estaba, su Materna Divinidad. “Santa
María de las Nieves”, también se llama, porque
el sitio donde había de construirse, señalado
quedó, de milagroso modo, con fuerte nevada
en pleno verano, para asombro de los hombres.
Desde entonces, sois la iglesia más antigua
Dedicada en Occidente a Nuestra Señora, y uno
de los templos admirados y de Mística llenos
en Roma y de toda la cristiandad de la tierra;
oh, Dedicación de la Basílica de Santa María.
 
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Señora Nuestra de las Nieves
 
Oh, Señora Nuestra de las Nieves:
¿Qué es blanco y más, que la misma
nieve que no cega, pero que alegra
el alma, con amor y paz divinos?.
Adivinar no quiere mi alma y es mejor
decir con fe segura, que Sois Vos, ¡María!;
Madre del Dios vivo, y Madre mía.
A vos pues, blancura inimaginable,
más blanca y más perfecta; Señora y
Madre mía; os ofrezco esta poesía,
Oh, Señora Nuestra de las Nieves.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Agosto
Dedicación de la Basílica de Santa María
Llamada También Santa María de las Nieves
Santa María La Mayor
 
Dedicación de la basílica de Santa María, en Roma, construida en el monte Esquilino, que el Papa Sixto III ofreció al pueblo de Dios como recuerdo del Concilio de Efeso, en el que la Virgen María fue saludada como Madre de Dios (c. 434).
 
Una vez que el Concilio de Éfeso, en el año 431, proclamó la maternidad divina de María, el Papa Sixto III erigió en Roma, sobre el monte Esquilino, una basílica dedicada a la Santa Madre de Dios. Recibe también el nombre de Santa María de las Nieves porque el sitio donde había de construirse quedó señalado de modo milagroso con una fuerte nevada en pleno verano.
 
Es la iglesia más antigua dedicada en Occidente a la Virgen María y uno de los templos más visitados de Roma y de toda la cristiandad.
 
 

04 agosto, 2013

San Juan María Vianey


Oh, San Juan María Vianey; vos, sois
el hijo del Dios de la vida, su amado
santo y cantor de las gracias del cielo.
Nadie como vos, para, con las almas
charlar y la confianza y la amistad
devolverles con Dios. Vuestra parroquia,
convertisteis de “pobre e infeliz”,
en una “rica y feliz”, porque, en vos,
se cumplió lo que San Pablo había dicho:
“Dios ha escogido lo que no vale a los
ojos del mundo, para confundir a los
grandes”. Y, así fue, hasta el día en
que, abrazasteis la cruz de Cristo,
para ordenaros de sacerdote, y hacer
de Ars, un oasis santo del cielo. Y,
todo en mérito, a vuestra oración constante
ante el Sacramento Santísimo, a vuestras
duras penitencias y vuestro claro hablar
en los sermones diarios, en contra de
los vicios de vuestra feligresía. Cuando
confesando estabais, decíais vos: “El
confesionario es el ataúd donde me han
sepultado estando todavía vivo”. Y, así
era, pero, justo ahí, conseguíais grandes
victorias en favor de aquellos hermanos
nuestros, por medio del amor a Cristo.
Increíble, parecía que, cuando llegasteis
a Ars, un hombre solamente, a Misa iba,
y, cuando vos, de existir dejasteis,
solamente había un hombre en Ars, que
no iba a Misa, y erais vos, porque ya
habíais partido. Y, así y todo, siempre
os creísteis un miserable pecador. Y,
jamás hablabais de vuestras obras o
éxitos obtenidos. A un hombre, que os
insultó en la calle, pidiéndole perdón
le escribisteis, por todo, como si vos,
hubierais sido su ofensor. Así, negando
os, a vos mismo brillar, hicisteis que
el espíritu de Cristo lo hiciera, para,
a sus brazos volar, y premio justo recibir,
por vuestro amor y fidelidad, que dejará
nunca de brillar por la eternidad toda;
Oh, San Juan María, “Santo Cura de Ars”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Agosto
San Juan María Vianey
El Santo Cura de Ars
Párroco Año 1859


Santo Cura de Ars: Pide a Dios que nos envíe siempre buenos párrocos como tú.

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: “Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes”. Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.
 
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. “Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir”. Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.
 
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.
 
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: “Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada”. Y lo echaron. Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.
 
El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.
 
Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote. Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? – Ellos le repondieron: “Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo” “Pues si así es – añadió el prelado – que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás”.
 
Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.
 
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: “El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encantar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, para que haga un buen papel?”. Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: “Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que … están bautizadas”. El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.
 
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia:
 
-Rezar mucho.
-Sacrificarse lo más posible, y
-Hablar fuerte y duro.

¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas.
Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas. El prelado le pregunta: “¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? – Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? – pregunta Monseñor-. “Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes”.
 
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: “Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos”. Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
 
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: “Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo”.
 
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: “Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches”. Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
 
Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: “Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio”. Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.
 
Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes. Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
 
A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.
 
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes. A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios. En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: “El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”. Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando. Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores. Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: “Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército”. Y Dios premió su humildad con admirables milagros. El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
 
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/juan_vianey_8_4.htm)

03 agosto, 2013

Santa Lidia



Oh, Santa Lidia, vos, sois la hija
del Dios de la vida y su amada santa
y, aquella, que fuisteis la primera
en convertiros al cristianismo y
bautizada ser, con vuestra familia,
en aquellos tiempos. Comerciabais
con telas de color púrpura, teñidas
y la fortuna vuestra, con los pobres
y necesitados con quienes trabajabais
la donabais. La providencia divina,
quiso, que os encontrarais con San
Pablo y el evangelista San Lucas,
y por su predicación, os convertisteis
en quien fuisteis. Por ello y vuestro
amor hecho obra, el cielo ganasteis
y coronada estáis, con corona de luz,
como premio a vuestra entrega de amor;
oh, santa Lidia, “amor, esperanza y luz”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Agosto
Santa Lidia


Era natural de Tiatira, ciudad de Ásia, pero vivía en Filipos (Macedonia). Su familia fue la primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada. Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese color.
 
Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se mirase como se mirase. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente, compartiéndolas con los necesitados y con quienes trabajaban con ella. Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
 
Se sabe que llegó en un barco de los de entonces de la Grecia de Asia y se instaló en Filipos. La razón no fue otra que ser un buen puerto en el mar Egeo, ya que era muy conocido en aquellos años por su magnífico comercio en tejidos y en púrpura. Pero no fue la abundancia de piezas, ni la facilidad de transporte lo que a Lydia le engrandeció y le devolvió aún más la alegría que llevaba en su corazón de joven guapa.
 
Lo que verdaderamente le llevó a la gloria de su triunfo personal fue el encuentro con el apóstol San Pablo y el evangelista San Lucas, y por la predicación de ellos se convirtió esta mujer. Tanta fue la amistad que les unió que ella misma los invitó a que vivieran en su casa mientras que duró su predicación en aquella ciudad.
 
 

02 agosto, 2013

San Eusebio de Vercelli

Oh, San Eusebio de Vercelli, vos,
sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que, grande honor
hicisteis al significado de vuestro
nombre: “piadoso”. Y, San Ambrosio,
de vos, dice que, el primero fuisteis,
en organizar en grupos a vuestros
sacerdotes, para mejor formarse y,
a la santidad animarse y que, vos,
mismo, a vuestro pueblo en la fe
instruíais, para que, de la arriana
herejía, se librasen, que decía
de que, Jesucristo, Señor Nuestro,
no es Dios, y, a pesar de que, el
hereje Constancio, os amenazó de
muerte, desterrado fuisteis, pero,
vindicasteis jamás de la de la Trinidad
Santa. Y, como de milagro, liberado
fuisteis y a Vercelli, amada diócesis
vuestra, volvisteis y, junto a San
Atanasio y a San Hilario, a la herejía
falaz, combatisteis y derrotándola,
pasó a brillar nuestra santa religión.
Vos decíais: “Puedo equivocarme
en muchas cosas, pero jamás quiero
dejar de pertenecer a la verdadera
religión”. Y, así, considerado mártir,
vuestra alma, a la casa del Padre
partió, para recibir corona de luz,
como justo premio, a vuestro amor;
oh, San Eusebio de Vercelli, “piadoso”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de agosto
San Eusebio de Vercelli
Obispo
Año 371
 
Eusebio significa “piadoso”. Nació en Cerdeña, Italia. Al morir su padre, su madre lo llevó a vivir a Roma, donde el Papa Liberio lo tomó bajo su protección, lo educó y lo ordenó de sacerdote. Poco después en la ciudad de Vercelli, al norte de Italia, murió el obispo, y el pueblo y los sacerdotes proclamaron a Eusebio como el nuevo obispo, por su santidad y sus muchos conocimientos.
 
San Ambrosio dice que el obispo Eusebio de Vercelli fue el primero en Occidente al cual se le ocurrió organizar a sus sacerdotes en grupos para formarse mejor y ayudarse y animarse a la santidad. Para este santo su más importante labor como obispo era tratar de que sus sacerdotes llegaran a la santidad. Fue obispo de Vercelli por 28 años.
 
Una de sus grandes preocupaciones era instruir al pueblo en religión. Y él mismo iba de parroquia en parroquia instruyendo a los feligreses.
 
En aquellos tiempos se estaba extendiendo una terrible herejía llamada Arrianismo, que enseñaba que Cristo no era Dios. Los más grandes santos de la época se opusieron a tan tremendo error, pero el jefe de gobierno, llamado Constancio, la apoyaba. Hicieron entonces una reunión de obispos en Milán, para discutir el asunto, pero Eusebio al darse cuenta de que el ejercito del emperador iba a obligarlos a decir lo que él no aceptaba, no quiso asistir. Constancio le ordenó que se hiciera presente, y el santo le avisó que iría, pero que no aceptaría firmar ningún error. Y así lo hizo. A pesar de que hereje emperador lo amenazó con la muerte, él no quiso aceptar el que Jesucristo no sea Dios, por esto fue desterrado.
 
Fue llevado encadenado hasta Palestina y encerrado en un cuartucho miserable. Los herejes lo arrastraron por las calles y lo insultaron, pero él seguía proclamando que Jesucristo sí es Dios. En una carta suya cuenta los espantosos sufrimientos que tuvo que padecer por permanecer fiel a su santa religión, y expresa su deseo de poder morir sufriendo por el Reino de Dios.
 
Al morir Constancio, su sucesor decretó la libertad de Eusebio y éste pudo volver a su amada diócesis de Vercelli. San Jerónimo dice que toda la ciudad sintió enorme alegría por su llegada y que su vuelta fue como el termino de un tiempo de luto y dolor.
 
El resto de su vida lo empleó junto con grandes santos como San Atanasio y San Hilario en atacar y acabar la herejía de los arrianos, y en propagar por todas partes la santa religión. Murió el 1 de agosto del año 371.
 
La Iglesia lo considera mártir, no porque haya muerto martirizado, sino porque en sus tiempos de prisión tuvo que soportar sufrimientos horrorosos, y los supo sobrellevar con gran valentía.El repetía: “Puedo equivocarme en muchas cosas, pero jamás quiero dejar de pertenecer a la verdadera religión”.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Eucebio_vercelli_8_2.htm)

01 agosto, 2013

San Alfonso María de Ligorio

 
Oh, San Alfonso María de Ligorio, vos,
sois el hijo del Dios de la vida y su
amado santo, que, honor al significado
de vuestro nombre hicisteis: “listo para
el combate”. Doctor fuisteis a temprana
edad, y vuestra alma su pureza conservó.
Con frecuencia, a Jesús Sacramentado
visitabais y con devoción grande, a la
Virgen orabais. Dijisteis alguna vez:
“Mundo traidor, ya te he conocido. En
adelante no te serviré ni un minuto más”.
Y, Jesús os dijo: “Alfonso, apártate
del mundo y dedícate sólo a servirme
a mí” y vos, emocionado respondisteis:
“Señor, ¿qué queréis que yo haga?” .Y
luego, a los pies de Nuestra Señora de
la Merced y ante el sagrario, al mundo
renunciasteis, y dejasteis vuestra espada.
La “Congregación del Santísimo Redentor”
fundasteis y a imitación de Jesús, por
la ciudad y el campo marchasteis, el
evangelio predicando y sabe Dios, cómo
os disteis tiempo para predicar, confesar,
preparar misiones y escribir tanto que,
dejasteis ciento once libros, opúsculos
impresos y dos mil manuscritos y de ellos,
vuestro más famoso libro: “Las Glorias
de María”. “¿Jesús, me oyes?”. A Él, le
preguntabais, y quedabais encantado de
que os leyeran, las Vidas de Santos. Hoy
lucís, corona de luz, como premio justo
a vuestra entrega de amor, fe y esperanza;
oh, San Antonio María de Ligorio, “luz”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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1ro. de Agosto
San Alfonso M. de Ligorio
Fundador de la Congregación
del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas)
(1696 – 1787)
 
Alfonso significa: “listo para el combate”.
 
Nació cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José, Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri. Nuestro santo fue el primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo aún niño fue visitado por San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció: “Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien”.
 
A los 16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.Para conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones.
 
Su padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Y en su profesión de abogado iba obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto no lo dejaba satisfecho, por el gran peligro que en el mundo existe de ofender a Dios.
 
A sus compañeros les repetía: “Amigos, en el mundo corremos peligro de condenarnos”. Más tarde escribiría: “Las vanidades del mundo están llenas de amargura y desengaños. Lo sé por propia y amarga experiencia”. Su padre quería casarlo con alguna joven de familia muy distinguida para que formara un hogar de alta clase social. Pero cada vez que le preparaban algún noviazgo, la novia tenía que exclamar: “Muy noble, muy culto, muy atento, pero… ¡Vive más en lo espiritual que en lo material!.
 
Hubo un pleito famoso entre el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. El Dr. Alfonso defendía al de Orsini. Su exposición fue maravillosa, brillante. Sumamente aplaudida. Creía haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero apenas terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria, le alarga un papel y le dice: “Todo lo que nos ha dicho con tanta elocuencia cae de su base ante este documento”.
 
Alfonso lo lee, y exclama: “Señores, me he equivocado”, y sale de la sala diciendo en su interior: “Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no te serviré ni un minuto más”. Se encierra en su cuarto y está tres días sin comer. No hace sino rezar y llorar. Después se dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables le parece que Jesús le dice: “Alfonso, apártate del mundo y dedícate sólo a servirme a mí”. Emocionado le responde: “Señor, ¿qué queréis que yo haga?”.
 
Y se dirige luego a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario hace voto de dejar el mundo. Y como señal de compromiso deja su espada ante el altar de la Sma. Virgen. Pero tuvo que sostener una gran lucha espiritual para convencer a su padre, el cual cifraba en este hijo suyo, brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro de su familia. Fonso mío – le decía llorando – ¿Cómo vas a dejar tu familia? – y él respondía: Padre, el único negocio que ahora me interesa es el de salvar almas”.
 
Al fin, a los 30 años de edad logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña catecismo. Su padre que gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a escucharle una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado: “Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios”. Y esto lo repetirá después muchas veces.
 
Se le reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Su lema era el de Jesús: “Soy enviado para evangelizar a los pobres”.
 
Durante 30 años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente. La gente al ver su gran espíritu de sacrificio, corría a su confesionario a pedirle perdón de sus pecados. Solía decir que el predicador siembra y el confesor recoge la cosecha.
 
Es admirable como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba, confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había hecho votos de no perder ni un minuto de su tiempo. Y aprovechaba este tesoro hasta lo máximo. Al morir deja 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos. Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras.
 
Su obra ha sido traducida a 70 lenguas, y ya en vida llegó a ver más de 40 traducciones de sus escritos. Para su libro más famoso, “Las Glorias de María”, empezó San Alfonso a recoger materiales cuando tenía 38 años de edad, y terminó de escribirlo a los 54 años, en 1750. Su redacción le gastó 16 años. Sus obras las escribió en sus últimos 35 años, que fueron años de terribles sufrimientos.
 
En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a ese honor.Pero el Papa no le aceptó la renuncia. “Cúmplase la Voluntad de Dios. Este sufrimiento por mis pecados” – exclamó – y aceptó. Tenía 66 años.
 
Estuvo 13 años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su diócesis hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de la despedida. Vino el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos. Cuando le aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado una montaña de mis hombros.
 
Dios lo probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. “Soy medio sordo y medio ciego – decía – pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo acepto con gusto”. Su delicia era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba al sagrario, tocaba a la puertecilla y decía: “¿Jesús, me oyes?”.
 
Le encantaba que le leyeran Vidas de Santos. Un hermano tras otro pasaban a leerle por horas y horas. Preguntaba: ¿Ya rezamos el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi salvación . “Traedme, a Jesucristo”, decía, pidiendo la comunión.
 
San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años). El Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875. Para un devoto de la Virgen ninguna lectura más provechosa que “Las Glorias de María” de San Alfonso. No hay gente débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente que sí sabe rezar. (San Alfonso)
 

31 julio, 2013

San Ignacio de Loyola


Oh, San Ignacio de Loyola, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo, y el
que, Pamplona defendisteis hasta herido
caer, y convaleciente aún, obró la divina
providencia y en amante de la teología
os convertisteis. Gustabais de las lecturas
de piadosos libros, y allí, descubristeis,
en la vida de Jesús, y en la de los Santos,
vuestra vocación verdadera. Interiores
luchas os acosaron, entre piadosos deseos
y los del mundo, hasta que, venciendo
a los primeros, os dedicasteis, al servicio
de la fe, en un apostolado prístino. Así,
nuevamente la providencia divina, hizo
carne y os dirigió al Santuario de Nuestra
Señora de Montserrat y, haciendo confesión
sincera, vuestra espada y vuestras ropas,
a sus pies santos dejasteis, haciendo votos
de pobreza, una vida comenzasteis, de
oración y penitencia llenas, dedicándoos
en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre
todas las cosas. Con vuestros santos
escritos y con vuestros discípulos, Pedro
Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón,
Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla, y,
con vos, a la cabeza, la Compañía de Jesús,
fundasteis el Día de la Asunción de María,
en la cual, intensamente trabajasteis por la
reforma de Nuestra Santa Madre Iglesia.
Vuestro libro: “Ejercicios Espirituales”,
preciosa joya es, para domar el alma y alejar
los sentidos del mundo. Vuestra obra,
portentosa continúa hoy, y poderosa se
yergue y expande, por el orbe de la tierra,
tal y conforme, lo había ya, sentenciado
Jesús Nuestro Señor. Y, vos, que vuestra
vida gastasteis hasta el fin, entregasteis
vuestra alma al cielo, para recibir, justo
premio, hecho corona de gloria y de luz,
Santo Patrono de los “ejercicios espirituales;
oh, San Ignacio de Loyola, “luz de Cristo”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de Julio
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas
Año 1556
 
San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador.
“Todo para mayor Gloria de Dios” (San Ignacio)
 
San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia. Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.
 
Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.
 
A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez. Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que “La vida de Cristo” y el “Año Cristiano”, o sea la historia del santo de cada día. Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue impresionando profundamente.
 
Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: “¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?”. Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: “Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá” (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”.
 
Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su vida.
 
Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espirituales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad. Después de unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios “la noche oscura del alma”. Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.
 
Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a la desesperación. Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habilidad para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo que se llama “Discreción de espíritus”, que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades”.
 
En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia. A los 33 años empezó como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y adorarlo.
 
Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía pecadores hablándoles amablemente de lo importante que es salvar el alma. Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: “No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo”.
 
Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a todos. Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.
 
Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se había cambiado por ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor. San Ignacio se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.
 
En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada “Compañía de Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador”. Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.
 
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido.
 
El libro más famoso de San Ignacio se titula: “Ejercicios Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo. Su lema era: “Todo para mayor gloria de Dios”. Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido. En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien espiritualmente.
 
Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se iba a morir, y murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.