15 marzo, 2014

Santa Luisa de Marillac


Oh, Santa Luisa de Marillac, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, y que desde pequeña
sentisteis deseos de haceros religiosa, pero admitida
no fuisteis, por ello un sacerdote os dijo: “Probablemente,
Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”.
Y así fue. Vuestros biógrafos dicen de vos así: “Luisa
fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad
logró transformar a su esposo que era duro y violento,
y hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común
las oraciones de cada día”. Cuando quedasteis viuda,
dijisteis: “Ya he servido bastante tiempo al mundo,
ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios”. Pero
en verdad, vos no cometisteis ningún mortal pecado
en toda vuestra vida. Vuestros directores espirituales
fueron: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl.
Con San Francisco de Sales tuvisteis conversaciones
Espirituales y con San Vicente de Paúl trabajasteis
por treinta años, siendo vos, su fiel discípula y servidora.
“Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe.
Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las
dificultades”. Os dijo San Vicente, cuando vos quedasteis
a cargo de sus tareas. Visitabais a los enfermos e instruías
a los ignorantes y repartíais ayuda a los pobres, con
entusiasmo, bondad y alegría. Votos de pobreza, castidad
y obediencia, hicisteis con cuatro amigas, naciendo así,
la comunidad femenina de las “Hermanas Vicentinas,
Hijas de la Caridad”. Y, San Vicente os hizo este reglamento:
“Por monasterio tendrán las casas de los enfermos.
Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán
las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite
de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa
será el temor de ofender a Dios. El velo protector será
la modestia o castidad”. Así, reuníais a los pordioseros
y los poníais a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y
los hombres a hacer manualidades. Así los fuisteis
transformando en personas útiles, pues la alegría y el
trabajo reinaban en aquél asilo. En otra casa atendíais
a los enfermos mentales, y a base de alimentación y
de medicinas adecuadas y de mucho amor, lograbais
su recuperación. Son las cosas de Dios y nadie más
que él sabe el porqué. San Vicente, no pudo asistiros
en la hora de la muerte pue él, enfermo se hallaba,
pero os envió una nota así: “Usted se va adelante hacia
la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos
volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió. Vuestra
alma voló al cielo, para ser premiada con justicia con
corona de luz eterna, como premio a vuestro santo amor,

Patrona de los asistentes sociales del orbe de la tierra;
oh Santa Luisa de Marillac, amor, fe, esperanza y luz.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Marzo
Santa Luisa de Marillac
Fundadora de las Hermanas Vicentinas
(año
1660)


Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años, sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo: “Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Se casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia, María de Médicis.
 
Dicen sus biógrafos: “Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada día”.
 
Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente le escribió diciéndole: “Jamás he visto una madre tan madre como usted”.
 
Y en otra carta le dice el santo: “Que felicidad nos debe traer el pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted tiene hacia el suyo”.
 
A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. “Ya he servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios”. Claro está que en la vida “mundana” que había tenido se había comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado mortal en toda su vida.
Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618 (tres años antes de la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta discípula y servidora.
 
San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos de caridad existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado misiones, pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa persona providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.
 
Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el santo se entusiasmó y le escribió diciendo: “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades”.
 
En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: “Su salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene”.
 
Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella misma por sus propios esfuerzos había conseguido.
 
Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad, les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte de aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba por conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e instruía a los ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y rejuvenecido.
 
La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie hablara mal en su presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que tanto los habían hecho padecer.
 
En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad.
 
San Vicente les hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia o castidad”.
 
En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para socorrer a los más necesitados.
 
Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con exquisita caridad.
 
Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su recuperación.
 
En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: “De hoy en adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este título que es el más hermoso que puedan tener”.
 
De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa Teresa: “Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió“. Las religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas conferencias que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.
 
Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: “La hermana Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el cansancio”.
 
San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una nota diciéndole: “Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió.
 
El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese mismo año).
 
Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de 3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París, allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se dedican exclusivamente a obras de caridad.
 
El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Luisa_de_Marillac.htm)

14 marzo, 2014

Santa Matilde

 
 
Oh, Santa Matilde; vos, sois la hija
del Dios de la vida y su amada santa,
que, reina siendo, nunca del título
vuestro os ufanasteis, y mas bien honor
disteis al significado de vuestro nombre:
“valiente y batalladora”. Disteis a manos
llenas del tesoro vuestro a los pobres
y desposeídos de aquél tiempo, a imitación
de Cristo Jesús. En vuestro reino, paz
y sosiego lograsteis y, aunque sufristeis
la insidia de vuestros enemigos, en silencio
lo ofrecíais ante el Sacramento Santo,
y Dios, os escuchaba y os respondía solícito,
y hasta os daba sus dones y bondades a
manos llenas, pues vos, que habías dado
todo de sí, sin medida alguna, así lo
merecíais. El día que partió vuestra
santa alma, las puertas del cielo, de par
en par se abrieron, para coronaros, no
ya, con metal terreno, sino, con corona
de luz espiritual, que brilla eternamente
y jamás deja de hacerlo, como premio
justo a vuestra entrega de amor sin fin,
oh, Santa Matilde, “amor, fe y luz eterna”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Marzo
Santa Matilde
Reina
 
Matilde significa: “valiente en la batalla”. Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres.
 
Muy jóven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.
 
Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde.
 
Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.
 
Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su santo comportamiento.
 
Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto. Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear joyas nunca más.
 
Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo ese dinero que Matilde afirmaba que había gastado en los pobres, lo tenía guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero. Ella decía con humor: “Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo menos se unieron”.
 
Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.
 
Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.
 
Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.
 
Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces más.
 
Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.
 
Petición
 
Matilde; reina santa y generosa: haz que todas las mujeres del mundo que tienen altos puestos o bienes de fortuna, sepan compartir sus bienes con los pobres con toda la generosidad posible, para que así se ganen los premios del cielo con sus limosnas en la tierra.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Matilde.htm)

13 marzo, 2014

Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia, Mártires

13 de Marzo
Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia
Mártires
†: s. inc. – país: Turquía
Canonización: pre-congregación


En Nicomedia, de Bitinia, santos mártires Macedonio, presbítero, Patricia, su esposa, y Modesta, su hija.
 
El Martirologio Hyeronimianum, del siglo VI, inscribe en esta fecha a «Macedonio, sacerdote, Patricia su esposa y su hija Modesta» y a varios mártires más; aunque distintas transmisiones del texto han dado lugar a inscripciones ligeramente distintas, se puede decir que estos tres mártires están bien atestiguados. Lamentablemente, no hay más datos ciertos que las inscripciones que, partiendo del Hyeronimianum en sus distintas variantes, se han esparcido por los martirologios de Beda, de Floro, de Usuardo, etc.
 
No es posible afirmarlo con certeza, pero es probable que estos mártires -y los que por las confusas inscripciones se han quitado en el actual- pertenezcan al mismo contexto que en estos días (por ejemplo en Mígdono y compañeros) hemos estado leyendo sobre la persecusión de Diocleciano en Nicomedia que, nos decían Lactancio y Eusebio, dio lugar a una verdadera muchedumbre de mártires, la inmensa mayoría de los cuales permanecieron anónimos. Si fuera así, hay que inscribirlos en el año 303.
 
Recordemos que al furor persecutorio de Diocleciano se sumó que en su propia corte de Nicomedia halló muchos cristianos, y que incluso supo allí que su esposa y su hija estaban interesadas en el nuevo culto, por lo que la ejecución del edicto fue en este sitio más cruel, si cabe, que en otros.
 
Para los distintos martirologios que mencionan a los tres mártires y los nombres que en uno y otro los acompañan, Acta Sanctorum, marzo II, pág. 256 (día XIII, ed. 1865); sobre la persecusión de Diocleciano en Nicomedia ver Eusebio, Historia Eclesiástica, VIII, 5ss.
Abel Della Costa – El Testigo Fiel

(http://vidas-santas.blogspot.com/2013/03/santos-macedonio-patricia-y-modesta.html)

12 marzo, 2014

San Luis Orione

 
Oh, San Luis Orione, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo. Alumno de San Juan
Bosco, de quien, lecciones de caridad y de fe
recibisteis. Y, más tarde impactado por ello,
sus santos pasos seguisteis, colegios fundando
para los pobres y desposeídos. Instituisteis
también un especial voto: “fidelidad al Papa”,
en vuestras comunidades que, hoy, todos ellos
os dan las gracias eternamente. Vuestro sueño,
alcanzar la unión de todas las Iglesias separadas
era, y que, ojala, pronto así sea. La libertad,
la unidad de la Iglesia, la “cuestión romana”,
el modernismo, el socialismo y, la cristianización
del mundo obrero, fueron problemas de los que os
interesasteis, con sublime esperanza. En medio
de devastadores terremotos, la mano tendisteis
a vuestros hermanos de aquél tiempo y, sin más
duda, la “Congregación de las Pequeñas Hermanas
Misioneras de la Caridad”, las “Hermanas Adoratrices
Sacramentinas Invidentes” y las “Contemplativas
de Jesús Crucificado”, para gloria de Dios Padre
fundasteis. Los “Pequeños Cottolengos”, para
los que sufren y para los abandonados, fueron
los “nuevos púlpitos” para, de Cristo hablar y
de la Iglesia. América y Europa saben de vos, y,
de vuestra entrega de amor, y más, Nuestra Señora,
a quien os encomendabais vuestro trabajo y la paz
del mundo. Vos, decíais: “no es entre las palmeras
donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres
que son Jesucristo”. Y, así, vuestra alma, abandonó
este mundo suspirando: “!Jesús! !Jesús! Voy”. Y,
Dios, os recibió feliz, para coronaros de luz,
como justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
oh, San Luis Orione, “amor, fe y solidaridad”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Marzo
San Luis Orione
Fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia y de la
Congregación de las Pequeñas Religiosas Misioneras de la Caridad
 
Luis Orione nació en Pontecurone, diócesis de Tortona, el 23 de junio de 1872. A los 13 años fue recibido en el convento franciscano de Voghera (Pavía) que abandonó después de un año por motivos de salud. De 1886 a 1889 fue alumno de San Juan Bosco en el Oratorio de Valdocco de Turín.
 
El 16 de octubre de 1889 entró en el seminario de Tortona. Siendo todavía un joven clérigo, se dedicó a vivir la solidaridad con el prójimo en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente. El 3 de julio de 1892, abrió en Tortona el primer Oratorio para cuidar la educación cristiana de los jóvenes. Al año siguiente, el 15 de octubre de 1893, Luis Orione, un clérigo de 21 años, abrió un colegio para chicos pobres en el barrio San Bernardino.
 
El 13 de abril de 1895, Luis Orione fue ordenado sacerdote y, al mismo tiempo, el Obispo impuso el hábito clerical a seis alumnos de su colegio. En poco tiempo, Don Orione abrió nuevas casas en Mornico Losana (Pavía), en Noto (Sicilia), en Sanremo, en Roma.
 
Alrededor del joven Fundador crecieron clérigos y sacerdotes que formaron el primer núcleo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. En 1899 inició la rama de los ermitaños de la Divina Providencia. El Obispo de Tortona, Mons. Igino Bandi, con Decreto del 21 de marzo de 1903, reconoció canónicamente a los Hijos de la Divina Providencia (sacerdotes, hermanos coadjutores y ermitaños), congregación religiosa masculina de la Pequeña Obra de la Divina providencia, dedicada a «colaborar para llevar a los pequeños, los pobres y el pueblo a la Iglesia y al Papa, mediante las obras de caridad», profesando un IV voto de especial «fidelidad al Papa».En las primeras Constituciones de 1904, entre los fines de la nueva Congregación aparece el de trabajar «para alcanzar la unión de las Iglesias separadas».
 
Animado por una gran pasión por la iglesia y por la salvación de las almas, se interesó activamente por los problemas emergentes en aquel tiempo, como la libertad y la unidad de la Iglesia, la «cuestión romana», el modernismo, el socialismo, la cristianización de las masas obreras.
 
Socorrió heroicamente a las poblaciones damnificadas por los terremotos de Reggio y de Messina (1908) y por el de la Marsica (1915). Por deseo de Pío X fue Vicario General de la diócesis de Messina durante tres años.
 
A los veinte años de la fundación de los Hijos de la Divina Providencia, como en «una única planta con muchas ramas», el 29 de junio de 1915 dio inicio a la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, animadas por el mismo carisma fundacional y, en el 1927, las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, a las que se añadirán después las Contemplativas de Jesús Crucificado.
 
Organizó a los laicos en las asociaciones de las «Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos». Después tomará cuerpo el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.
 
Después de la primera guerra mundial (1914-1918) se multiplicaron las escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y asistenciales. Entre las obras más características, creó los «Pequeños Cottolengos», para los que sufren y los abandonados, surgidos en la periferia de las grandes ciudades como «nuevos púlpitos» desde los que hablar de Cristo y de la Iglesia, «faros de fe y de humanidad».
El celo misionero de Don Orione, que ya se había manifestado con el envío a Brasil en 1913 de sus primeros religiosos, se extendió después a Argentina y Uruguay (1921), Inglaterra (1935) y Albania (1936). En 1921-1922 y en 1934-1937, él mismo realizó dos viajes a América Latina, Argentina, Brasil y Uruguay, llegando hasta Chile.
 
Gozó de la estima personal de los Papas y de las autoridades de la Santa Sede, que le confiaron numerosos y delicados encargos para resolver problemas y curar heridas tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones con el mundo civil. Fue predicador, confesor y organizador infatigable de peregrinaciones, misiones, procesiones, «belenes vivientes» y otras manifestaciones populares de la fe. Muy devoto de la Virgen, promovió su devoción por todos los medios y, con el trabajo manual de sus clérigos, construyó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Fumo.
 
En el invierno de 1940, intentando aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, fue a la casa de San Remo, aunque, como decía, «no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo». Después de tan sólo tres días, rodeado del afecto de sus hermanos, Don Orione falleció el 12 de marzo de 1940, suspirando «!Jesús! !Jesús! Voy».
 
Su cuerpo, intacto en el momento de la primera exhumación en 1965, fue puesto en un lugar de honor en el santuario de la Virgen de la Guardia de Tortona, después de que, el 26 de octubre de 1980, Juan Pablo II inscribiera su nombre en el elenco de los Beatos.
 
Su Santidad Juan Pablo II lo canonizó el 16 de Mayo de 2004.
 
Reproducido con autorización de Vatican.va
 

11 marzo, 2014

San Eulogio de Córdova

 
Oh, San Eulogio de Córdova; vos, sois,
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo, y el que, instasteis, con la
palabra y el ejemplo a los fieles de
vuestro tiempo, a no su fe, abandonar
en Cristo Jesús. Vos, decías: “Miedo
tengo, a mis malas obras. Mis pecados
me atormentan. Veo su monstruosidad.
Frecuentemente medito en el juicio que
me espera, y me siento merecedor de
fuertes castigos. Apenas me atrevo a
mirar el cielo, abrumado por el peso
de mi conciencia”. Gracias a vos, y,
a vuestro escrito: “Memorial de los
mártires”, sabemos hoy, de su valerosa
existencia y entrega sublime, que, de
ejemplo sublime sirvieron y sirven a
las generaciones de todos los tiempos.
Renovasteis el fervor por la religión
católica, casi extinto en medio de un
extranjero gobierno, no solo en vuestra
ciudad, sino, que se expandió más allá
de sus fronteras. Y, respondisteis a
vuestros verdugos, con ardoroso corazón:
“Ah, si supieses los inmensos premios
que nos esperan a los que proclamamos
nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías
que debo dejar mi religión, sino que tu
dejarías a Mahoma y empezarías a creer en
Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que
hasta el último momento quiero ser amador
y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.
Voló vuestra alma al cielo, y aunque la vida
perdisteis, Dios, os premió ciñéndoos corona
de luz, como justo premio por vuestro amor;
oh, San Eulogio de Córdova, “luz, fe y valor”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Marzo
San Eulogio de Córdoba
Arzobispo
(año 859)
 
Eulogio significa: el que habla bien (Eu = bien, logios = hablar). Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ira misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.
 
Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.
Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme”.
 
Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.
 
Su biógrafo lo describe así en su juventud: “Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España”.
 
Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: “Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo”. Decía confidencialmente: “Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.
 
Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.
 
En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.
 
Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado “Memorial de los mártires”, en el cual narra y elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.
A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: “Documento martirial”, y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.
 
El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.
 
Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su “Memorial de los mártires”.
 
En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.
Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.
 
Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: “Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida”. A lo cual Eulogio respondió: “Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.
 
Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.
 
San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.
 
Dichosos vosotros cuando os persigan y os traten mal por causa de la religión. Alegraos porque grande será vuestro premio en el reino de los cielos (Jesucristo Mt. 5).
 
 

10 marzo, 2014

San Simplicio, Papa

 
Oh, San Simplicio, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, Papa y su amado
santo que, vivisteis difíciles tiempos,
abrumado por la herejía y el error,
que la Iglesia consumía. Atendisteis
de manera especial al clero y procurando
su reforma, localizasteis el “error” y
a la vez, propusisteis la solución
armado solo, con la verdad en la mano.
Perseverasteis firmemente para reprimir
las ansias del querer, el poder y el tener
de los miembros del clero. “Quien abusa
de su poder merece perderlo”. Así,
escribisteis a uno de vuestros obispos.
En vuestra diócesis os comportabais
con celo y modelo episcopal, entregándoos
al cuidado vuestros fieles, a quienes
instruíais con fervoroso amor y paciencia.
Distribuías las limosnas entre los pobres
y dabais normas para atender de manera
preferente los bautismos. Vuestra vida
fue austera y de oración constante,
tanto que, como monje rezabais y os
mortificabais como habitante del desierto.
Vuestra vida gastasteis y Dios, os
premió coronándoos de luz, como justo
premio a vuestra entrega de amor y fe;
oh, San Simplicio, “justicia y verdad”.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Marzo
San Simplicio Papa
 
Natural de Tívoli, en el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos formando parte del clero romano y sucediendo al papa san Hilario en la Sede de Roma, en marzo del año 467.
 
Le toca vivir y ser Supremo Pastor en un tiempo difícil por la herejía y la calamidad dentro de la Iglesia que aparece como inundada por el error. En Occidente, Odaco se ha hecho dueño de Italia y es arriano como los godos en las Galias, los de España y los vándalos en África; el panorama no es muy consolador, no. Los ingleses aún están en el paganismo. Para Oriente no van mejor las cosas, aunque con otros tonos, en cuanto a la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano Basílico favorecen la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado ambiciosos de poder y las sedes patriarcales son una deseada presa más que un centro de irradiación cristiana. ¡Lamentable estado general de la Iglesia que está necesitando un buen timonel!
 
El nuevo papa adopta en su pontificado una actitud fundamental: atiende preferente al clero. Procura su reforma, detectando el error y proponiendo el remedio con la verdad sin condescendencias que lo acaricien; muestra perseverancia firme y tesón férreo cuando debe reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.
 
Modera la Iglesia que está en Oriente siendo un muro de contención frente a las ambiciones de poder y dominio que muestra Acacio, Patriarca de Constantinopla, cuando pretendía los derechos de Alejandría y Antioquía. No cedió a las pretensiones del usurpador Timoteo Eluro, ni a las del intruso Pedro el Tintorero. Defendió la elección canónica de Juan Tabenas como Patriarca de Alejandría frente a las presiones de Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.
 
Gobierna la Iglesia que está en Occidente mandando cartas a otro Zenón -obispo de Sevilla-, encargándole rectitud y alabando su dedicación permanente a la familia cristiana que tiene encomendada. También escribe a Juan, Obispo de Rávena, en el 482, con motivo de ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su poder -le dice- merece perderle». En el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo corregir a Gaudencio y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó ilícitamente al tiempo que da orientaciones para distribuir los bienes de la Iglesia y evitar abusos.
 
En su diócesis de Roma se comporta como modelo episcopal, entregándose al cuidado de sus fieles como si no tuviera en sus hombros a la Iglesia Universal. Aquí cuida especialmente la instrucción religiosa de los fieles, facilita la distribución de limosnas entre los más pobres y dicta normas para atender primordialmente la administración del bautismo. Aún tuvo tiempo para dedicar el primer templo en el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam Mariam o iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.
 
También convocó un concilio para explicitar la fe ante los errores que había difundido Eutiques, equivocándose en la inteligencia de la verdad, pues, en su monofisismo, sólo admitía en Cristo la naturaleza divina con lo que se llegaba a negar la Redención.
 
Los datos exactos de su óbito no están aún perfectamente esclarecidos, si bien se conoce que fue en el mes de Febrero del año 483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.
 
Los contemporáneos del santo conocieron bien la austeridad de su vida y su constante oración hasta el punto de afirmar que rezó como un monje y se mortificó como un solitario del desierto. Sin esos medios su labor de servicio a la Iglesia hubiera resultado imposible.
 

09 marzo, 2014

Santa Francisca Romana

 
 
Oh, Santa Francisca Romana, vos sois
la hija del Dios de la vida, y su amada
santa. Esposa, madre, viuda y apóstol
seglar y que vuestra vida, pronto en
ejemplo se convirtió. Dolor y nostalgia
sentíais por no poder dedicaros de lleno
a la oración y a la contemplación. Con
vuestra cuñada os propusisteis a ser
excelentes madres de familia, y, a la vez,
dedicar los tiempos libres a ayudar a
los pobres y enfermos. Hospitales visitabais,
instruíais ignorantes y a los pobres
socorríais. “Muy buena es la oración,
pero la mujer casada tiene que concederles
enorme importancia a sus deberes caseros”.
Decías vos, cuando vuestro marido os
requería, pero siempre os dedicasteis
a la oración, la mortificación, a las
buenas lecturas, y, a estar siempre muy
ocupada, evitando así, las tentaciones
del mal. Pronto vuestra vida cambio, y
literalmente en la calle quedasteis, pero
nada felizmente cambió en vos y os dedicasteis
a limosna pedir para vuestros enfermos
de vuestro hospital. Enfermasteis y por años
padecisteis en silencio con ellas, porque
sabíais, de los premios del cielo. Sanabais
enfermos, alejabais malos espíritus y
conseguíais poner paz entre las gentes que
peleadas estaban y lograbais que empezaran
a amarse. Fundasteis las “Oblatas de María”.
Ayunabais a pan y agua muchos días y os
dedicabais muchas horas a la oración y a
la meditación. Y, Dios empezó a concederos
éxtasis y visiones. “El ángel del Señor
me manda que lo siga hacia las alturas”,
dijisteis por última vez y quedasteis muerta,
pero más parecíais dormida en paz. Voló,
entonces vuestra alma al cielo, y corona
de luz eterna recibió de Él, por vuestro
amor, constancia, entrega y fidelidad;
oh, Santa Francisca Romana, amor y luz.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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09 de Marzo
Santa Francisca Romana
(año 1440)
 
Esposa, madre, viuda y apóstol seglar. Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama “Torre de los Espejos”.
 
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación sino que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.
 
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa acción.
 
Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un don que le concedió el Espíritu Santo.
 
En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guió siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.
 
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía: “Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros”.
 
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada su sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para el cielo.
 
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
 
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.
 
Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre “Oblatas de María”, y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba “Torre de los Espejos”. Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
 
Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre “Francisca Romana”.
 
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución de sus dificultades.
 
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
 
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: “El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”. Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
 
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que “toda la ciudad de Roma se movilizó”, para asistir a los funerales de Francisca.
 
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.
 
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.
 
He aquí la descripción de una mujer admirable. “Que las gentes comenten sus muchas buenas obras” (S. Biblia. Proverbios 31).