15 septiembre, 2014

Nuestra Señora, Virgen de los Dolores

 


 ¡Oh!, Nuestra Señora, Virgen de los Dolores, siete
vuestros dolores, los que os acompañaron hasta
el pie de la Cruz: la profecía de Simeón, vuestra
huida a Egipto, los tres días en que Vuestro
amadísimo hijo Jesús, perdido estuvo, el encuentro
con Él, la Cruz llevando, su Muerte en el Calvario,
su Descendimiento y la colocación en el sepulcro.
¿Qué valor para superar aquél dolor? Soldadesca,
gritos, escupitajos, insultos, vinagre en vez
de agua, lanza en su costado y vuestro amado Hijo,
sin chistar nada. Y, Vos, igual; hecha lágrimas
de sangre. Permitidnos, pues; Corredentora nuestra,
marchar junto a Vos, compartiendo vuestro sufrir
y en cada palpitar, suplicaros que intercedáis
por la humanidad toda, para que, al veros, vuestra
fe y valor, ellos se apoderen de nosotros, y
juntos, comprender podamos el amor infinito e
inescrutable de Vuestro Hjo, Jesucristo, que,
siendo Dios, humano se hizo para convivir entre
nosotros como uno más, igual en todo, jamás,
en el pecado, y a quien Vos, le disteis vuestra
humanidad, y Dios Padre su maravillosa divinidad
¡Oh!, Señora Nuestra, Virgen de los Dolores, “luz”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de septiembre Nuestra Señora, Virgen de los Dolores

Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.

Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: “Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc 2,34).

El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.

No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.

La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.

La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.

La Palabra de Dios

“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.

Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

“Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.” Lc 2, 34-45

“Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” Lc 2, 48 “Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta,” Lam 1, 12

Oración propia de la Novena

¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu Hijo. Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores. Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu Corazón herido.

Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que desea). ¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti, Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este valle de lágrimas.

Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios. Señor Jesucristo, te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos de tu Pasión y Muerte.

Ofrecimiento

María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón, traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme. Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.

Himno – Stabat Mater

Ante el hórrido Madero Del Calvario lastimero, Junto al Hijo de tu amor, ¡Pobre Madre entristecida! Traspasó tu alma abatida Una espada de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente Ver en tosca Cruz pendiente Al Amado de tu ser! Viendo a Cristo en el tormento, Tú sentías el sufrimiento De su amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría Contemplando la agonía De María ante la Pasión? ¿Habrá un corazón humano Que no compartiese hermano Tan profunda transfixión? Golpeado, escarnecido, Vio a su Cristo tan querido Sufrir tortura tan cruel, Por el peso del pecado De su pueblo desalmado Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente, Haz mi espíritu ferviente Y haz mi corazón igual Al tuyo tan fervoroso Que al buen Jesús piadoso Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida Haz renacer cada herida De mi amado Salvador, Contigo sentir su pena, Sufrir su mortal condena Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío, Llorar por mi Rey tan pío Cada día de mi existir: Contigo honrar su Calvario, Hacer mi alma su santuario, Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada, De todas predestinada, Partícipe en tu pesar Quiero ser mi vida entera, De Jesús la muerte austera Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas, Con Sangre de sus heridas Satura mi corazón Y líbrame del suplicio, Oh Madre en el día del juicio No halle yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora, Sea María mi defensora, Tu Cruz mi palma triunfal, Y mientras mi cuerpo acabe Mi alma tu bondad alabe En tu reino celestial. Amén, Aleluya.

Oración

Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión, estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

14 septiembre, 2014

Revista Fortune desmiente mito de “grandes riquezas” del Vaticano

Revista Fortune desmiente mito de “grandes riquezas” del Vaticano

Basílica de San Pedro, en Ciudad del Vaticano. Foto: Wikipedia / Janericloebe / Dominio Público


LIMA, 13 Sep. 14 / 05:26 pm (ACI/EWTN Noticias).- La revista estadounidense Fortune, especializada en temas económicos, desmintió el mito de las “grandes riquezas” del Vaticano, y aseguró que si la Santa Sede fuera una corporación, ni siquiera se acercaría a las 500 más adineradas de su famosa lista Fortune 500.

En su artículo titulado “This pope means business” (“Este Papa va en serio”), Fortune indicó que “a menudo se asume que el Vaticano posee una gran riqueza, pero si fuera una compañía, sus ingresos no la acercarían a formar parte de Fortune 500”.

La lista de Fortune 500 está encabezada este año por la multinacional Wal-Mart, que registró 476,294 millones de dólares de ingresos, y con la gigante de la tecnología Apple en el 5 lugar, con 179,919 en ingresos.

El último puesto de su lista lo ocupó la empresa United Rentals, con un reporte de ingresos de 4,955 millones de dólares.

Fortune señaló que el presupuesto operativo del Vaticano es de apenas 700 millones de dólares, y “en 2013 se registró un pequeño superávit global de 11,5 millones de dólares”.

La revista estadounidense señaló además que la mayoría de los activos más valiosos del Vaticano “algunos de los más grandes tesoros de arte del mundo, son prácticamente invaluables y no están a la venta”.

“La Iglesia Católica es altamente descentralizada financieramente. En términos de dinero, el Vaticano básicamente está por su cuenta. Esa es una importante razón por la que sus finanzas son mucho más frágiles y su situación económica es mucho más modesta que su imagen de lujosa riqueza”.

El Vaticano, indicó la revista económica, no tiene acceso al dinero ni de las diócesis ni de las órdenes religiosas.

Explicó que “cada diócesis”, en términos económicos, “es una corporación separada con sus propias inversiones y presupuestos, incluyendo las arquidiócesis metropolitanas”.

Fortune señaló que las diócesis de todo el mundo “mandan cantidades importantes de dinero al Vaticano cada año, pero la mayoría de este está destinado para trabajo misionero o las donaciones de caridad del Papa”.

El Vaticano, indicó, “paga salarios relativamente bajos, pero ofrece beneficios generosos de salud y de retiro”.

“Los Cardenales y Obispos en las congregaciones y consejos a menudo reciben tan poco como 46 mil dólares al año”.

“A los soldados rasos, incluyendo monjas y sacerdotes, también se les paga sueldos menores a los del mercado”, publicó la revista, pero subrayó que “los empleados del Vaticano no pagan impuestos por ingresos”.

“Los empleados laicos del Vaticano tienen trabajos de por vida, y virtualmente nadie se va antes de la edad de jubilación”, señaló.


(https://www.aciprensa.com/noticias/revista-fortune-desmiente-mito-de-grandes-riquezas-del-vaticano-48091/#.VBXX8CliCwQ.twitter)

Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz

 


Oh, Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz,
os recordamos hoy, porque recuperada fuisteis
por el emperador Heraclio, quien os logró rescatar
de los Persas, impíos ladrones, que os hurtaron
de Jerusalén. Y, Heraclio, con gran pompa y lujo,
planeó vuestro arribo, pero, de pronto se dio
cuenta de que capaz no era, de avanzar. Entonces,
Zacarías, Arzobispo de Jerusalén, le dijo: “Es
que todo ese lujo de vestidos que lleva, están
en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso
de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas
calles”. Entonces el emperador dejó lujo y realeza
de lado y descalzo empezó a caminar y así, recorrer
las calles pudo, en piadosa procesión. Para evitar
que os robasen de nuevo, partida fuisteis, en
pedazos. Uno para Roma, otro para Constantinopla,
y un tercero, en un cofre de plata en Jerusalén.
Otro tanto, se partió en pequeñísimas astillas
para las iglesias de todo el orbe de la tierra;
Oh, Gloriosísima Exaltación de la Santa Cruz.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Septiembre
La Exaltación de la Santa Cruz

La fiesta del Triunfo de la Santa Cruz se hace en recuerdo de la recuperación de la Santa Cruz obtenida en el año 614 por el emperador Heraclio, quien la logró rescatar de los Persas que se la habían robado de Jerusalén.

Al llegar de nuevo la Santa Cruz a Jerusalén, el emperador dispuso acompañarla en solemne procesión, pero vestido con todos los lujosos ornamentos reales, y de pronto se dió cuenta de que no era capaz de avanzar. Entonces el Arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: “Es que todo ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles”.

Entonces el emperador se despojó de su manto de lujo y de su corona de oro, y descalzo, empezó a recorrer así las calles y pudo seguir en la piadosa procesión. La Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron “Veracruz”(verdadera cruz).

Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció, pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.

A San Antonio Abad (año 300, fiesta el 17 de enero) le sucedió que el demonio lo atacaba con terribilísimas tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante cada vez que le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la cruz y el enemigo huía. Y dicen que entonces empezó la costumbre de hacer la señal de la cruz para librarse de males.

De una gran santa se narra que empezaron a llegarle espantosas tentaciones de tristeza. Por todo se disgustaba. Consultó con su director espiritual y este le dijo: “Si Usted no está enferma del cuerpo, ésta tristeza es una tentación del demonio”. Le recomendó la frase del libro del Eclesiástico en la S. Biblia: “La tristeza no produce ningún fruto bueno”. Y le aconsejó: “Cada vez que le llegue la tristeza, haga muy devotamente la señal de la cruz”. La santa empezó a notar que con la señal de la cruz se le alejaba el espíritu de tristeza.

Cuando Nuestra Señora se le apareció por primera vez a Santa Bernardita en Lourdes (Año 1859), la niña al ver a la Virgen quiso hacerse la señal de la cruz. Pero cuando llegó con los dedos frente a la cara, se le quedó paralizada la mano. La Virgen entonces hizo Ella la señal de la cruz muy despacio desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Y tan pronto como la Madre de Dios terminó de hacerse la señal de la cruz, a la niña se le soltó la mano y ya pudo hacerla ella también. Y con esto entendió que Nuestra Señora le había querido dar una lección: que es necesario santiguarnos más despacio y con más devoción.

Mire a la gente cuando pasa por frente a una iglesia. ¿Cómo le parece esa cruz que se hacen? ¿No es cierto que más parece un garabato que una señal de la Cruz? ¿Cómo la haremos de hoy en adelante? Como recuerdo de esta fecha de la exaltación de la Santa Cruz, quiero hacer con más devoción y más despacio mi señal de la Cruz.

13 septiembre, 2014

San Juan Crisóstomo

 
 
Oh, San Juan Crisóstomo, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, y al mismo al que,
vuestros hermanos os llamaban “Crisóstomo”, que
significa “boca de oro”, porque, vuestras prédicas,
como el manjar eran. Convertisteis en monasterio
vuestra casa, dedicándoos al estudio, la oración
y la penitencia. Marchasteis al desierto por seis
años, a la muerte de vuestra madre y a orar os
dedicasteis, penitencias hacer y leer la Biblia.
Y, cuando, a la ciudad volvisteis, predicando
seguisteis, bajo la guía, del Santo Espíritu. Trece
libros nos legasteis, que prueba son, de vuestra
exquisitez de alma y espíritu. Aplauso y llanto,
y viceversa, en vuestras prédicas recogíais, prueba
de abrir el alma y el espíritu, para luego, recoger
los frutos de la conversión. Y, de la trifulca
de los impuestos, al “Discurso de las estatuas”,
que, conmovieron a vuestros fieles, e hicieron
de vos, famoso predicador en el mundo de aquél
entonces. ¿Castigo? No más a la ciudad, por vuestros
ruegos. Vos, aconsejabais diciendo : “sed pobres
en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y
así, buen ejemplo dar, y, con lo que ahorréis,
ayudad a los necesitados”. Con vuestros sermones,
atacasteis toda clase de lujos, en el vestir y
en sus mobiliarios y, cuando obró el mal en vos,
dijisteis: “¿Qué me destierran? ¿A qué sitio me
podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando
de mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me Pueden
quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué me matarán?
Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y
como Él, daré mi vida por mis ovejas”. Ni bien
salisteis, terremoto en Constantinopla y de terror
llenos, los gobernantes os rogaron que volvieseis.
Y así fue, pues un inmenso gentío salió a recibiros.
Basilisco Santo, se os apareció en sueños, y os
decía: “ánimo, Juan, mañana estaremos juntos” Y,
vos, dijisteis antes de morir: “Sea dada la gloria
a Dios por todo”. Y, así, luego de haber gastado
vuestra santa vida, voló vuestra alma al cielo,
para coronada ser, con corona de luz como premio
justo a vuestra increíble entrega de amor. Santo
Patrono de todos los predicadores de la tierra;
oh, San Juan Crisóstomo, “luz y boca de Dios”.

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Septiembre
San Juan Crisóstomo
Patrono de los predicadores
Año 407

A este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de “Crisóstomo” que significa: “boca de oro”, porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha sido superada después por ninguno de los demás predicadores.

Nació en Antioquía (Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa también.

A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de su hijo Juan. Desde sus primeros años el jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con sus declamaciones y con las intervenciones en las academias literarias. La mamá lo puso a estudiar bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día Libanio acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el arte de enseñar oratoria, respondió: “Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las plazas”.

Juan deseaba mucho irse de monje al desierto, pero su madre le rogaba que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla se quedó en su hogar pero convirtiendo su casa en un monasterio, o sea viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al estudio y la oración y a hacer penitencia.

Cuando su madre murió se fue de monje al desierto y allá estuvo seis años rezando, haciendo penitencias y dedicándose a estudiar la S. Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos le dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que si quería seguir viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a la ciudad, porque la vida de monje en el desierto no era para una salud como la suya.

El llegar otra vez a Antioquía fue ordenado de sacerdote y el anciano Obispo Flaviano le pidió que lo reemplazara en la predicación. Y empezó pronto a deslumbrar con sus maravillosos sermones. La ciudad de Antioquía tenía unos cien mil cristianos, los cuales no eran demasiado fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo. Después cada tres días. Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los templos donde predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus sermones duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos, por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era impresionante. Sus temas, siempre tomados de la S. Biblia, el libro que él leía día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en 13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.

Era un verdadero pescador de almas. Empezaba tratando temas elevados y de pronto descendía rápidamente como un águila hacia las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido contra los vicios y los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades, mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.

El pueblo le escuchaba emocionado y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.

El emperador Teodosio decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se disgustó y por ello armó una revuelta y en el colmo de la trifulca derribaron las estatuas del emperador y de su esposa y las arrastraron por las calles. La reacción del gobernante fue terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad y con la orden de tomar una venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y a todos los invadió el terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del airado emperador y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda de Dios.

Y fue entonces cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión para pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos “Discursos de las estatuas” que conmovieron enormemente a sus miles de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás los mejores de toda su vida y lo hicieron famoso en los países de los alrededores. Su fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión a que hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones fueran escuchadas por Dios y que el emperador desistiera del castigo a la ciudad.

En el año 398, habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le pareció al emperador que el mejor candidato para ese puesto era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno y respondía que había muchos que eran más dignos que él para tan alto cargo. Sin embargo el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros con la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a la fuerza. Así que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a Constantinopla con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto porque si en Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador se iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue que tuvo que aceptar ser arzobispo.

Apenas posesionado de su altísimo cargo lo primero que hizo fue mandar quitar de su palacio todos los lujos. Con las cortinas tan elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los pobres que se morían de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles ordinarios, y con la venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban terribles necesidades. El mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente como un monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes: ser pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen ejemplo y con lo que se ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.

Pronto, en sus elocuentes sermones empezó a atacar fuertemente el lujo de las gentes en el vestir y en sus mobiliarios y fue obteniendo que con lo que muchos gastaban antes en vestidos costosísimos y en muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar a la gente pobre. El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante sus palabras y su modo tan pobre y mortificado de vivir.

En aquellos tiempos había una ley de la Iglesia que ordenaba que cuando una persona se sentía injustamente perseguida podía refugiarse en el templo principal de la ciudad y que allí no podían ir las autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se sintió injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su primer ministro y se refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades quisieron ir allí a apresarla pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo permitió. Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde Eudoxia peleó con su primer ministro y se propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse en el templo del arzobispo y aunque la policía de la emperatriz quiso llevarlo preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro que antes había querido llevarse prisionera a una pobre mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo defendido por el propio santo. Eudoxia ardía de rabia por todo esto y juraba vengarse pero el gran predicador gritaba en sus sermones: “¿Cómo puede pretender una persona que Dios le perdone sus maldades si ella no quiere perdonar a los que le han ofendido?”

Eudoxia se unió con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo de los que odiaban al santo y entre todos lo acusaron de un montón de cosas. Por ej. Que había gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas a los pobres. Que prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que a los sacerdotes que no se portaban debidamente los amenazaba con el grave peligro que tenían de condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las maldades que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso matar al profeta Elías, etc., etc.

Al oír estas acusaciones, el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan quedaba condenado al destierro. Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo renunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: “¿Qué me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi vida por mis ovejas…”

Ocultamente fue enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en Constantinopla y llenos de terror los gobernantes le rogaron que volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a recibirlo en medio de grandes aclamaciones.

Eudoxia, Teófilo y los demás enemigos no se dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el Papa de Roma y muchos obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar Negro. El anciano arzobispo fue tratado brutalmente por algunos de los militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo debilitó muchísimo. 

El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San Basilisco, un famoso obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y le decía: “Animo, Juan, mañana estaremos juntos”. Se hizo aplicarlos últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo y al día siguiente diciendo estas palabras: “Sea dada gloria a Dios por todo”, quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.

Eudoxia murió unos días antes que él, en medio de terribles dolores. Al año siguiente el cadáver del santo fue llevado solemnemente a Constantinopla y todo el pueblo, precedido por las más altas autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando. El Papa San Pío X nombró a San Juan Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores católicos del mundo. Que Dios nos siga enviando muchos predicadores como él. ¿Si Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo Rom.8).

12 septiembre, 2014

Santísimo Nombre de María

 


 ¡Oh!, Santísimo Nombre de María, vuestro
Nombre es, ¡Oh!, Santa Madre del Redentor.
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos
dice el Evangelio. Y, en la Sagrada Escritura
y en la liturgia, vuestro nombre un sentido
cobra, más profundo que el de nuestros días.
La expresión representa la personalidad
de la que lo lleva, de la misión que Dios
le encomienda al nacer, la razón de ser
de su vida. María, nombre de la Madre de Dios,
escogido no fue al azar y del cielo traído.
Y, desde siempre, todos los siglos, se ha
invocado el nombre de María con respeto,
confianza y amor. Si los nombres de personajes
bíblicos importantes son, en nuestra redención
y llenos están de sentido, ¡cuánto más el de María!
Madre del Redentor, tenía que ser y es el más
simbólico y representativo de su tarea en el
mundo y la eternidad. María, el más dulce y
el más bello de cuantos nombres se han pronunciado
en la tierra después de el de Jesús. Por ello,
y sólo para los nombres de María y el de Jesús,
la liturgia una fiesta especial ha establecido;
¡Oh!, Santísimo Nombre de María, victoria total.

© 2014 luis Ernesto Chacón Delgado
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¡Que gozo y alegría!
el nombre de María
pronunciar siempre.
María, por nombre

sus padres, le pusieron.
Y, María, nombre hebreo es, y en latín es Domina; Soberana o Señora significa. Y, éso, es Ella, por la autoridad misma de Tu Hijo, soberano y Señor del universo. Alegres pues, llamemos a María, Nuestra Señora, como a Jesús llamamos Nuestro Señor; porque su nombre pronunciar, afirmar su poder es, implorar su ayuda y bajo su maternal protección, siempre ponernos. 

¡Que gozo y alegría!
el nombre de María
pronunciar siempre.


© 2012 luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Setiembre
El Santísimo Nombre de María
MARÍA, EL NOMBRE DE LA VIRGEN

“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.

El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor… Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!… Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.

España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513. Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.

La Virgen en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los cristianos.

Después de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia. Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena. Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa María!»

Se lanzan al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar este triunfo de la Virgen.

«Y el nombre de la Virgen era María»… Preguntas: «¿quién eres?»> Con suavidad te responde: «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperanza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).

ESTRELLA, LUZ, DULZURA

María, Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.

María, Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».

Está llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: ,Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la. miel, mi heredad mejor que los panales» (Si 24, 19‑20).

María, mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan…
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más excelente no puede hacerla»». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios. Debajo de ti, cuanto no es Dios>>.

«Dios te salve, María…» San Bernardo, entusiasmado al mirarla, siente su corazón arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este destierro, muéstranos a jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María…!»

MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA

“Estrella de los mares. Ave, Maris stella”, le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.

Es la estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la ruta del cielo.
San Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».

«Dios te salve, María…» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.

El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino… Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación. “Siguiéndola a ella, no te desviarás. Rogándole, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás”.

Padre Tomás Morales, s. j.

(http://www.mariologia.org/solemnidaddulcenombredemaria01.htm)

11 septiembre, 2014

Impresionante testimonio de una cristiana iraquí


Khiria Al-Kas Isaac: «nací cristiana y si eso me lleva a la muerte, prefiero morir como cristiana»


Khiria Al-Kas Isaac, una mujer iraquí de 54 años de edad, ha explicado cómo plantó cara a los fundamentalistas islámicos que amenazaron con degollarla si no se convertía al Islam. Cuando le pusieron el cuchillo en la garganta, ella dijo que prefería perder la cabeza antes que apostatar de su fe. Junto a ella, otras cuarenta y seis mujeres cristianas se mantuvieron firmes en su fe, a pesar de ser azotadas y golpeadas durante diez días. Su testimonio de fidelidad a Cristo dará la vuelta al mundo.





(Catholic Herald/InfoCatólica) Khiria Al-Kas Isaac es una más entre los numerosos cristianos que han sufrido la violencia del Ejército Islamista.


Entre lágrimas explica que el pasado 7 de agosto tanto ella como su marido, Mufeed Wadee’ Tobiya, se dieron cuenta al despertarse que la localidad en la que vivían desde siempre había sido ocupada por los fundamentalistas.

Una vez detenidos, tanto ella como otras cuarenta y seis mujeres cristianas recibieron la «oferta» de convertirse para no morir decapitadas. Todas decidieron no renunciar a Cristo y entonces fueron separadas de sus familias, azotadas y golpeadas durante diez días para intentar lograr su «conversión» al Islam.

Cita el evangelio


Khiria explica que siempre que le ofrecían apostatar respondía: «Nací cristiana y si eso me lleva a la muerte, prefiero morir como cristiana». La mujer añade citando el evangelio: «Jesús dijo: Cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre que esté en el cielo» (MT 10,33)

La mujer explica que las mujeres eran reunidas frecuentemente como grupo para que se dieran cuenta de cómo habían sido torturadas cada una de ellas. Y asegura que ninguna de ellas capituló: «Todas llorábamos pero rechazamos convertirnos»

Feliz de morir como mártir


En otra ocasión tuvo la oportunidad de hablar con uno de sus captores, que le insistía en convertirse al Islam. Le aseguró que estaría feliz de morir como mártir y además le dijo que no entendía en qué manera su conversión, siendo mujer sin hijos, podía interesar para la expansión del Islam, tal y como era el deseo de los yihadistas.

Finalmente todos los cristianos que se habían negado a convertirse fueron expulsados de Qaraqosh. Khiria pudo ser entrevistada por Sahar Monsur en el campo de refugiados de Ankawa, cerca de la localidad de Irbil. Mansour asegura que la mujer apenas puede dormir por las pesadillas que le viene tras su experiencia.

Ver también:
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(http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=21904)

San Juan Gabriel Perboyre

 


Oh, San Juan Gabriel Perboyre, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, su amado santo y mártir,
dedicado a la predicación del Evangelio y que,
sufristeis cárcel y tormentos duros, para, al
final, colgado ser, en la Cruz que más amasteis
en toda vuestra santa vida: la Cruz de Cristo,
Dios y Señor Nuestro. “Nuestra religión debe
enseñarse en todas las naciones y propagarse
incluso entre los chinos, a fin de que conozcan
al verdadero Dios y posean la felicidad en el
cielo”. Decíais con valentía, en presencia
del mandarín. Y, éste agregó, “¿Qué puedes ganar
adorando a tu Dios? Y, con certera fe, dijisteis:
“La salvación de mi alma, el cielo al que espero
subir después de haber muerto”. Juan Pablo II,
de vos dijo: “Tenía una única pasión: Cristo y
el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad
a esa pasión, también él se halló entre los
humillados y los condenados; por eso la Iglesia
puede proclamar hoy solemnemente su gloria en
el coro de los santos del cielo”. Y que duda
cabe de ello, pues, os dedicasteis a enseñar
más con el ejemplo, que con la palabra. A
vuestros novicios, le hablabais así, de Jesús:
“Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es
el único que da la verdadera luz. Solamente
existe una cosa importante: conocer y amar a
Jesucristo, pues, no sólo es la luz, sino, el
modelo, el ideal. Así, que, no basta con conocerle,
sino que hay que amarle. Solamente podemos
conseguir la salvación mediante la conformidad
con Jesucristo”. Soportabais el hambre y la
sed para la mayor gloria de Dios, tanto que Él,
se os aparecía, y recibíais consuelo divino y
os invadía el gozo en vuestra alma. “¿Así que
sigues siendo cristiano?” Os preguntaban vuestros
impíos captores, una y otra vez, en medio
de vuestro dolor y tortura. Pero vos, con divina
fortaleza respondisteis: “¡Oh, sí¡ ¡Y me siento
feliz por ello!”. Y, el día llegó, en que, vuestra 

alma, al cielo voló, y una cruz luminosa apareció 
en el cielo. Y, ante el asombro de todos, vuestro 
rostro se mostró sereno y resplandeciente. Os 
mataron el cuerpo, pero, ganasteis vida eterna
como justo premio a vuestra entrega de amor;
oh, San Juan Gabriel Perboyre, “Cruz de Cristo".


© 2014 luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de septiembre
San Juan Gabriel Perboyre
Presbítero y Mártir


Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).

Fecha de canonización: Beatificado el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

La misión divina de la Iglesia se hace extensiva a toda la tierra y en todos los tiempos, según la frase de Jesús: Id, pues, y enseñad a todas las naciones. «Nuestra religión debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo», afirmaba con valentía San Juan Gabriel Perboyre, misionero en la China, ante un mandarín encargado de interrogarlo. Y este último agregó: «¿Qué puedes ganar adorando a tu Dios? – La salvación de mi alma, el cielo al que espero subir después de haber muerto».

El 2 de junio de 1996, con motivo de la canonización de San Juan Gabriel Perboyre, el Papa Juan Pablo II decía de él: «Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados; por eso la Iglesia puede proclamar hoy solemnemente su gloria en el coro de los santos del cielo».

En 1817, a los 15 años de edad, Juan Gabriel ingresa, junto con su hermano mayor Luis, en el seminario menor de Montauban (Francia), dirigido por los Padres Lazaristas, hijos espirituales de San Vicente de Paúl. Allí siente el deseo de consagrarse a las misiones en países paganos. Después de terminar el noviciado en Montauban, lo mandan a París para realizar estudios de teología, y luego es ordenado sacerdote. En 1832, su hermano Luis, que se había embarcado como sacerdote lazarista hacia la misión de la China, muere de unas fiebres durante la travesía. Juan Gabriel anuncia inmediatamente a la familia su deseo de ocupar el sitio que la muerte de su hermano ha dejado vacante.

Pero sus superiores no lo consideran conveniente a causa de su frágil salud, y es nombrado vicedirector del seminario parisino de los Lazaristas. Como activo ayudante de un director de seminario ya mayor, sigue el principio de enseñar más con el ejemplo que con la palabra. Comunica de ese modo a los novicios su amor por Jesús: «Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es el único que da la verdadera luz… Solamente existe una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo, pues no sólo es la luz, sino el modelo, el ideal… Así que no basta con conocerle, sino que hay que amarle… Solamente podemos conseguir la salvación mediante la conformidad con Jesucristo». Escribe lo siguiente a uno de sus hermanos: «No olvides que, ante todo, hay que ocuparse de la salvación, siempre y por encima de todo».

Sin embargo, en su corazón guarda el ardiente deseo de partir hacia las misiones; al mostrar a los seminaristas los recuerdos traídos hasta París del martirio de François-Régis Clet, les dice: «He aquí el hábito de un mártir… ¡cuánta felicidad si un día tuviéramos la misma suerte». Y les pide lo siguiente: «Rezad para que mi salud se fortifique y que pueda ir a la China, a fin de predicar a Jesucristo y de morir por Él».

Obtiene finalmente de sus superiores el favor de salir hacia la China, donde llega el 10 de marzo de 1836. Su celo por la salvación de las almas le ayuda a soportar el hambre y la sed para la mayor gloria de Dios. Sea de día o de noche, siempre está dispuesto a acudir donde se solicite su ministerio, de tal forma que las fatigas y las vigilias no cuentan en absoluto. Además, es asaltado por violentas tentaciones de desesperanza, pero Nuestro Señor se le aparece y lo consuela, y el gozo vuelve al alma del apóstol.

Víctima de los sufrimientos

En 1839 se desencadena una persecución contra los cristianos. El 15 de septiembre, el padre Perboyre y su hermano el padre Baldus se hallan en su residencia de Tcha-Yuen-Keou. De repente les avisan de que llega un grupo armado. Los misioneros huyen cada uno por su lado para no caer los dos en manos de los enemigos. Juan Gabriel se esconde en un espeso bosque, pero al día siguiente un desdichado catecúmeno lo traiciona por una recompensa de treinta taeles (moneda china). Los soldados le desgarran las vestiduras, lo visten con harapos, lo amordazan y se van a la posada a celebrar su arresto.

Interrogado por el mandarín de la subprefectura, Juan Gabriel responde con firmeza que es europeo y predicador de la religión de Jesús. Empiezan entonces a torturarlo, pero por temor a que sucumba lo sientan en una banqueta y le atan fuertemente las piernas. Así pasa la noche el piadoso padre, bendiciendo a Jesús por concederle el honor de padecer sus mismos sufrimientos. Trasladado a la prefectura, al cabo de un penosísimo viaje a pie, con grilletes en el cuello, en las manos y en los pies, sufre cuatro interrogatorios. Para obligarlo a hablar, lo ponen de rodillas durante muchas horas sobre cadenas de hierro. A continuación, lo cuelgan de los pulgares y le golpean en la cara cuarenta veces con suelas de cuero para obligarle a renegar de su fe. Pero, reconfortado por la gracia de Dios, lo sufre todo sin quejarse.

Después es trasladado a Ou-Tchang-Fou, ante el virrey, donde debe responder en una veintena de interrogatorios. El virrey quiere obligarlo en vano a caminar sobre un crucifijo. Lo golpean con correas de cuero y con palos de bambú hasta el agotamiento, o bien lo levantan a gran altura con la ayuda de poleas y lo dejan desplomarse hasta el suelo. Pero el alma del piadoso padre permanece unida a Dios. «¿Así que sigues siendo cristiano? – ¡Oh, sí¡ ¡Y me siento feliz por ello!». Finalmente, el virrey lo condena al estrangulamiento; pero como quiera que la sentencia no puede ejecutarse hasta que sea ratificada por el emperador, Juan Gabriel Perboyre sigue en prisión durante algunos meses.

«¡Irreconocible!»

Ningún cristiano había podido llegar junto a él mientras los mandarines lo torturaban; sin duda se vanagloriaban con la esperanza de que, al privarlo de cualquier ayuda, conseguirían vencer su constancia con mayor facilidad. Pero esa severa consigna es suavizada después del último interrogatorio. Uno de los primeros en poder penetrar en la cárcel es un religioso lazarista chino llamado Yang. ¡Qué desgarrador espectáculo aparece ante su mirada! Enmudece, derrama abundantes lágrimas y apenas consigue dirigir unas palabras al mártir. El padre Juan Gabriel desea confesarse, pero dos oficiales del mandarín que se hallan constantemente a su lado se lo impiden. Ante la petición de un cristiano que acompaña al padre Yang, consienten en apartarse un poco, y el misionero puede entonces confesarse.

Los demás prisioneros, encarcelados a causa de delitos comunes, testigos de la piadosa vida del padre Juan Gabriel, no tardan en apreciarlo; ideas hasta entonces desconocidas se abren paso en sus endurecidas almas. Admiradores de tantas virtudes, proclaman que tiene derecho a todo tipo de respeto. Él, por su parte, se halla completamente feliz en medio de los sufrimientos, porque lo vuelven más conforme con su divino modelo.

«Es todo lo que deseaba»
Por fin, el 11 de septiembre de 1840, después de un año entre grilletes y torturas, es conducido hasta el lugar de la ejecución. Le atan brazos y manos a la barra transversal de una horca en forma de cruz, y le sujetan ambos pies a la parte baja del poste, sin que toquen el suelo. El verdugo le pone en el cuello una especie de collar de cuerda en el que introduce un trozo de bambú. Con calculada lentitud, el verdugo aprieta dos veces la cuerda alrededor del cuello de la víctima. Una tercera torsión más prolongada interrumpe la plegaria continua del mártir, haciéndolo entrar en el inmenso y eterno gozo de la corte celestial. Tiene 38 años. Una cruz luminosa aparece en el cielo, visible hasta Pekín. Ante el asombro de todos, contrariamente a lo que sucede con los rostros de los ajusticiados por estrangulamiento, el de Juan Gabriel está sereno y conserva su color natural.

«El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana» (CIC, 2473). El sacrificio de San Juan Gabriel Perboyre produjo muchos frutos espirituales, muchos de los cuales son visibles: al igual que él, muchos cristianos chinos dieron su vida por Cristo, y la religión cristiana se desarrolló en China hasta requerir la construcción de catorce vicarías apostólicas. Más recientemente, las persecuciones del régimen comunista no han conseguido extinguir la fe.

San Juan Gabriel nos recuerda a nosotros mismos que «Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (CIC, 2472). Ese testimonio no siempre conduce al martirio de la sangre, pero supone la aceptación de la cruz de cada día. 

Empeñémonos en llevarla con amor, con la ayuda de la Santísima Virgen, y alcanzaremos el cielo, arrastrando con nosotros multitud de almas: «Más allá de la cruz, no hay otra escala por la que podamos subir al cielo» (Santa Rosa de Lima). Es la gracia que, en este comienzo de año, pedimos a San José, para Usted y para todos sus seres queridos, vivos y difuntos.
Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval
(Hoy también se recuerda a San Orlando)