27 junio, 2018

San Cirilo de Alejandría

 
 
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¡Oh!, San Cirilo de Alejandría; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, gloria increíble disteis
al significado de vuestro nombre: “el que tiene que mandar”.
¿Qué mayor gloria que la de defender a la Madre de Dios?
¡La mayor!. Y, Nestorio, infame hereje, con su falsía siguió
al sostener que María, la Madre de Dios no era. Pero, Éfeso
llegó y nombrado fuisteis Presidente y con vuestra elocuencia
irreductible y sabiduría grande, os escucharon, para luego,
  condenar al hereje y a su herejía, entonces con gran
solemnidad le dijeron al mundo todo, que María, sí, es ¡Madre
de Dios! Y, vos, lo narrasteis a los monjes de Egipto,
como terminó el Concilio de Efeso: “No se puede imaginar
la alegría de este pueblo fervoroso cuando supo que el
Concilio había declarado que María sí es Madre de Dios y que
los que no aceptaran esa verdad quedan fuera de la Iglesia.
Toda la población permaneció desde el amanecer hasta la noche
junto a la Iglesia de la Madre de Dios donde estabamos
reunidos los doscientos obispos del mundo. Y cuando supieron
la declaración del Concilio empezaron a gritar y a cantar,
y con antorchas encendidas nos acompañaron a nuestras casas
y por el camino iban quemando incienso. Alabemos con nuestros
himnos a María, Madre de Dios y a su Hijo, Jesucristo a quien
sea todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Y, vos, mismo, de emoción lleno exclamasteis así: “Os saludamos
¡oh! María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo,
antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido,
sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha
venido al mundo, el que es Bendito por los siglos. Por Vos,
la Trinidad Santa, ha recibido más gloria en la tierra; por Vos,
la cruz nos ha salvado; por Vos, los cielos se estremecen
de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo
del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas
somos elevados al puesto de honor”. “¡Y la Madre de Dios es
también Madre mía!” Exclamasteis, gozoso de alegría ante todos,
aquél día. ¡Suprema y eterna verdad! Por todo ello, cuando
vuestra alma surcó la eternidad, con justicia, alcanzasteis
corona de luz, como premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San Cirilo de Alejandría, “vivo y vívido Primer defensor de María”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Junio
San Cirilo de Alejandría
Arzobispo Año 444


Cirilo significa: el que tiene autoridad (Ciris: mandar). Este santo se hizo famoso en la antigüedad porque fue el que defendió ante todos los enemigos, que María es Madre de Dios. Él dirigió el famoso Concilio de Efeso que declaró que María sí es Madre de Dios. Y sucedió entonces que Nestorio, patriarca de Constantinopla, empezó a decir que María no era Madre de Dios, sino simplemente madre de un hombre. La gente se escandalizaba enormemente al oírle predicar semejante barbaridad.

San Cirilo le escribió diciéndole que a María la llamamos Madre de Dios, no porque Ella haya creado a Dios (porque a Dios nadie lo ha creado), sino porque es Madre de uno que es Dios. Y le pedía que por favor retirara esas afirmaciones heréticas que había hecho. Pero Nestorio respondió con insultos y siguió enseñando sus errores y herejías.

Entonces Cirilo escribió al Papa Celestino, a Roma, informándole de este error que estaba propagando Nestorio. El Papa reunió a los principales sabios católicos de Roma, y asesorado por ellos condenó el error de Nestorio y lo amenazó con excomunión si no retiraba sus afirmaciones heréticas. Pero el hereje no quiso retractarse y siguió propagando sus errores. Entonces en el año 431 se reunieron en Efeso todos los 200 obispos de la cristiandad de ese entonces. Fue elegido presidente de ese concilio San Cirilo, como el más venerable de todos, y como representante del Papa Celestino. Y Cirilo con su fogosa elocuencia y su gran sabiduría obtuvo que los obispos condenaran la herejía de Nestorio y proclamaran solemnemente que María sí es Madre de Dios.

Los enemigos del gran arzobispo obtuvieron que el gobierno pusiera preso a Cirilo por tres meses, pero cuando llegaron los delegados del Papa de Roma, estos intercedieron por él y le consiguieron la libertad y así pudo seguir oponiéndose con toda su autoridad a las enseñanzas de la herejía.

El santo narra así a los monjes de Egipto en una carta, como fue el final de aquellas reuniones del Concilio de Efeso: “No se puede imaginar la alegría de este pueblo fervoroso cuando supo que el Concilio había declarado que María sí es Madre de Dios y que los que no aceptaran esa verdad quedan fuera de la Iglesia. Toda la población permaneció desde el amanecer hasta la noche junto a la Iglesia de la Madre de Dios donde estabamos reunidos los 200 obispos del mundo. Y cuando supieron la declaración del Concilio empezaron a gritar y a cantar, y con antorchas encendidas nos acompañaron a nuestras casas y por el camino iban quemando incienso. Alabemos con nuestros himnos a María Madre de Dios y a su Hijo Jesucristo a quien sea todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.

Cuando el Concilio de Efeso declaró que María sí es Madre de Dios, San Cirilo de Alejandría exclamó gozoso delante de todos: “Te saludamos oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo el que es Bendito por los siglos. Por Ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por Ti la cruz nos ha salvado; por Ti los cielos se estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de honor”. “Y la Madre de Dios es también Madre mía”.

(http://www.churchforum.org/santoral/Junio/2706.htm)

26 junio, 2018

San Josemaría Escrivá de Balaguer

 
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¡Oh!, San Josemaría Escrivá de Balaguer, vos, sois el hijo
del Dios de la Vida, su amado santo y, fundador del Opus Dei
para gloria eterna del Dios Vivo. Desde pequeño mostrasteis
vuestro espíritu de servicio hacia a los demás. La frase
de Jesús que más os impresionaba era esta: “El hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar
la vida en redención de muchos”. Comprendisteis que Jesús,
desde su nacimiento en el pesebre, hasta su muerte no tuvo
otro fin que el de dar gloria al Padre Dios y hacer el mayor
bien al hombre. Y, otro tanto lo hicisteis vos, ya ordenado
de sacerdote dedicándoos al apostolado con ardor
de corazón, con vuestro lema: “El sacerdote está constituido
a favor de los hombres”. Vuestra madre, Doña Dolores, os
enseñó una frase que decía: “Para lo único que hay que tener
vergüenza es para pecar”. Y, así, a vos, jamás os dió
vergüenza hablar de Cristo y de su mensaje a todo el mundo.
Dios, os concedió todas las cualidades para lograr vuestro
cometido, pues erais sumamente alegre y jovial, y ello
os hacía ganar simpatía en todos los ambientes. Alguien
dijo de vos: “Me consta que jamás Monseñor Escrivá se sintió
enemigo de nadie”. Ninguno de vuestros triunfos apostólicos
lo atribuíais a vuestras cualidades o esfuerzos personales,
sino todo a la bendición de Dios. Un día, en pleno invierno,
sobre la nieve visteis las huellas de unos pies descalzos
de un capuchino, que por amor de Dios y por salvar almas
andaba así. Y vos, os preguntasteis: “Todo esto hacen
los demás, y yo ¿qué voy a hacer por Cristo y por las almas?”.
Allí, os propusisteis desgastaros por hacer amar más a
Dios y por conseguir salvar almas. Y, entonces durante unos
Ejercicios Espirituales, Dios os iluminó aquél día y, así,
fundasteis una asociación en la cual cada persona, siguiendo
sus labores ordinarias en el mundo, se dedicara a conseguir
la santidad y a propagar el reino de Cristo: El “Opus Dei”,
la Obra de Dios, que hoy, extendida está, por el mundo,
con el lema de San Pablo: “Esta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación”. Y, vos decíais: “El creyente, ya sea
barrendero o gerente, ya sea pobre o rico, sabio o ignorante,
conseguirá su santificación y un gran puesto en el cielo si
todo lo que tiene que hacer lo hace por amor de Dios y con
todo el esmero que le sea posible. En el servicio de Dios
no hay oficios de poca categoría. Todos son de gran categoría
si se hacen por amor a Nuestro Señor”. Vos, escribisteis
un librito hermoso llamado “Camino”, con mil pensamientos
acerca de los temas para alcanzar la santidad. San Juan Pablo
II dijo de vos: “comprendió más claramente que la misión
de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo
sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior
la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes”.
Y, así, y luego de gastar vuestra vida en buena lid, voló
vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona de luz,
como justo premio a vuestra grande e increible entrega de amor;
¡oh!, San Josemaría “vivo creador de la Obra del Dios Vivo”.



© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de junio San Josemaría Escrivá de Balaguer Fundador del Opus Dei Año 1975

San Josemaría Escrivá es uno de los más populares fundadores y apóstoles del siglo XX. Nació en Barbastro Aragón, España, de un hogar sumamente creyente y ejemplar y fundó en 1928 una de las asociaciones apostólicas más fuertes del mundo, el Opus Dei.

Desde muy pequeño tuvo una gran cualidad: su espíritu de servicio a los demás. Parecía que su oficio más agradable era poder ser útil a los demás en todo lo que le fuera posible ayudarles. La frase de Jesús que más le impresionaba era esta: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida en redención de muchos” (Mt. 20, 28). Y le impresionaba el meditar que Jesús desde su nacimiento en el pesebre hasta su muerte en la cruz, no tuvo otro fin que el de dar gloria al Padre Dios y hacer el mayor bien a las criaturas humanas. Y él se propuso emplear también todas sus cualidades al servicio de Dios y de las personas humanas.

José María se propuso pues imitar el espíritu de servicio de Jesús, y dedicar su vida entera a lograr hacer el mayor bien posible a toda clase de gentes.

Después de obtener su doctorado en la universidad, fue ordenado de sacerdote en 1925 y se dedicó al apostolado con todas las fuerzas de su alma, tendiendo como lema aquella frase de la S. Biblia: “El sacerdote está constituido a favor de los hombres” (Hebr. 5, 1).

Su madre, Doña Dolores, le había enseñado una frase que ella repitió muchas veces y que a él le fue muy útil en el apostolado: “Para lo único que hay que tener vergüenza es para pecar”. Así que al joven sacerdote no le dio jamás vergüenza hablar de Cristo y de su mensaje en todas partes y ante toda clase de personas. Y esto mismo enseñó con la palabra y el ejemplo a sus millares de discípulos de todo el mundo.

Cuando Dios encamina a una persona hacia una gran obra le concede todas las cualidades necesarias para desempeñar bien el oficio que le ha encomendado. Al Padre Escrivá le concedió un espíritu sumamente alegre y jovial que le ganaba la simpatía a todos los ambientes. Una alegría que se contagiaba a los que lo escuchaban. Lo dotó también la Divina Providencia de un corazón sumamente generoso para amar a todos. Uno de sus socios, que lo acompañó por muchos años, declaró: “Me consta que jamás Monseñor Escrivá se sintió enemigo de nadie”. Quiso bien a todos y los seguía queriendo aún después de que lo trataran mal. Su única moneda de cambio con quienes se dedicaban a atacarlo, era rezar por ellos.

José María fue un instrumento en las manos de Dios, por medio del cual la Iglesia Católica logró conseguir líderes apostólicos en todos los continentes y empezó nuevas obras de apostolado en muchas naciones. Pero él siempre se consideraba un simple instrumento en manos de Dios. Ninguno de sus triunfos apostólicos lo atribuía a sus cualidades o a sus esfuerzos personales, sino todo solamente a la bendición de Dios. Recordaba la famosa frase del libro de los proverbios: “Lo que nos produce éxitos es la bendición de Dios. Nuestros afanes no le añaden nada”. Sabía que cuanto mejor preparado está el instrumento (por ejemplo el pincel, con el cual le agradaba mucho compararse) mejor saldrá la obra del artista. Por eso trataba de prepararse lo mejor posible siempre, pero también estaba convencido de que sin la acción del artista, (que siempre en el apostolado es Dios) el instrumento nada logra conseguir por sí mismo.

Pero la humildad de Escrivá no era un apocamiento, un creerse sin valor o un inútil y sin cualidades (porque eso sería mentira. Y la humildad es la verdad). Su humildad no era un no atreverse a proponer nuevas iniciativas o dejar de exigir derechos que son deberes. Era un estar convencido de que se es incapaz de realizar nada valioso sin la bendición de Dios, pero a la vez una convicción de que entre más preparado y calificado esté el apóstol, mayores éxitos podrá obtener si confía plenamente en la ayuda divina.

Siendo muy joven en Logroño en pleno y terrible invierno vio sobre la nieve las huellas de unos pies de un religioso capuchino, que por amor de Dios y por salvar almas andaba descalzo sobre ese hielo tan temible. Y José María se preguntó: “Todo esto hacen los demás, y yo ¿qué voy a hacer por Cristo y por las almas?”. Desde entonces se propuso gastarse y desgastarse por hacer amar más a Dios y por conseguir salvar almas.

El 2 de octubre de 1928 José María sintió que Dios le iluminaba una idea maravillosa (durante unos Ejercicios Espirituales), fundar una asociación en la cual cada persona, siguiendo sus labores ordinarias en el mundo, se dedicara a conseguir la santidad y a propagar el reino de Cristo. Y fundó entonces la famosa organización llamada Opus Dei (Obra de Dios) que ahora está extendida por todos los países del mundo. Su lema era la frase de San Pablo: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes. 4, 3).

El famoso fundador repetía: “El creyente, ya sea barrendero o gerente, ya sea pobre o rico, sabio o ignorante, conseguirá su santificación y un gran puesto en el cielo si todo lo que tiene que hacer lo hace por amor de Dios y con todo el esmero que le sea posible. En el servicio de Dios no hay oficios de poca categoría. Todos son de gran categoría si se hacen por amor a Nuestro Señor”.

Desde 1928 hasta su muerte en 1975, José María Escrivá dedicó todas sus energías y sus grandes cualidades y todo su tiempo, a extender y a perfeccionar la obra maravillosa que Dios le había encomendado: El Opus Dei, una asociación para llevar hacia la santidad a las personas, pero permaneciendo cada cual en su propia profesión y oficio.

Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II en Roma el 17 de mayo de 1992.
Escribió Monseñor Escrivá un librito pequeño pero hermosísimo que ha influido en millones de personas en el mundo entero. Se llama “Camino”. Son mil pensamientos (numerados) acerca de los temas más importantes para conseguir la santidad. Su estilo es simpático, impactante, incisivo y muy agradable. Y como antes de escribir rezó mucho por lo que iba a redactar, las frases del libro “Camino” llegan hasta el corazón de sus lectores y lo conmueven profundamente.


He aquí algunos de esos pensamientos cortos de su libro “Camino”: Acostúmbrate a decir No a lo que es malo… ¿Qué no puedes hacer más? ¿No será que no puedes hacer menos?… ¿Virtud sin orden? ¿Y a eso llamas virtud?… ¡Qué hermoso desgastar la vida por Dios y por los demás!… Tu mayor enemigo es: tu egoísmo… Si no te dominas a ti mismo, aunque seas poderoso, eres poca cosa… Al que puede ser sabio no se le perdona que no lo sea… Tu orgullo: ¿de qué?…

Dios le concedió la gracia de ser muy simpático para los universitarios, para los profesionales y para los de las clases dirigentes. Y él empleó este don tan especial para conseguir que muchísimos líderes de diversos países aprovecharan sus notables influencias en los demás para llevarles los mensajes de la Iglesia Católica y extender así nuestra Santa Religión. La simpatía personal del Padre Escrivá le atraía amigos en todas las naciones a donde llegaba su influencia y muchos de ellos ocupan ahora puestos influyentes, para gloria de Dios.

El 6 de octubre de 2002, más de 400.000 personas asisten en la plaza de san Pedro a la canonización de Josemaría Escrivá. En la homilía, Juan Pablo II señaló que el nuevo santo “comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes.

El Papa animó a los peregrinos llegados desde los cinco continentes a seguir sus huellas. “Difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu”.
(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/06/06-26_San_josemaria_escriva_de_balague.htm)

25 junio, 2018

San Guillermo de Vercelli

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¡Oh!, San Guillermo, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
y su amado santo, que, en la humildad de vuestra mortificación
el don de milagros recibisteis. “Es necesario que mediante
el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para
el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para
poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el
día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo
al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación
y la de nuestros hermanos”. Decíais vos, e invitabais a los
que querían seguiros e imitaros al lado vuestro. Santiago de
Compostela, os recuerda vuestra peregrinación, cuando, cargando
cadenas, que casi arrastrar no podíais y, sin casi alimentaros,
a la casa de cierto caballero llegasteis y dijisteis: “Señor,
estas cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos
honores porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno
que me dieras una coraza para llevarla escondida junto a mis
carnes y un casquete para mi cabeza?” ¡Y, así fue! Con supremo
esfuerzo, y con dolor inenarrable, con Dios cumplisteis.
En Montevergine, fundasteis vuestro monasterio y purificasteis
la corte y los palacios de tanto pecado como se cometía.
Príncipes y labriegos, hombres y mujeres, su mala vida dejaron,
imitándoos y dejando todo, por seguir a Jesucristo. Y, vos,
hombre de virtuosa y humilde vida, después de haberos gastado
en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser
de luz, como justo premio a vuestra increíble entrega de amor;
¡oh!, San Guillermo; “viva mortificación y milagros por el Dios Vivo”.
 

© 2018 Luis Ernesto Chacón Delgado

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25 de Junio
Guillermo de Vercelli
Abad



Martirologio Romano: En Goleto, cerca de Nusco, en la Campania italiana, san Guillermo, abad, el cual, nacido en Vercelli, se hizo peregrino y pobre por amor a Cristo, y, aconsejado por san Juan de Matera, fundó el monasterio de Monte Virgen, en el que reunió a unos monjes a los que impartió una profunda doctrina espiritual, y también otros diversos monasterios, tanto masculinos como femeninos, en varias regiones de la Italia meridional. Fundó el monasterio de Monte Virgen, en el que reunió a unos monjes a los que impartió una profunda doctrina espiritual. San Guillermo fue el abad y fundador de una congregación religiosa conocida como los ermitaños de Monte Virgen.

Biografía

Guillermo nació en Vercelli, Italia, en 1085, de una familia acomodada en. Sus padres murieron cuando él era un bebé y fue criado por familiares. Cuando Guillermo tenía catorce años, se fue en peregrinación a Santiago de Compostela en España. Allí decidió que quería vivir sólo para Dios y se convirtió en un ermitaño.

Un día se Dios obró un milagro a través de este Santo en donde sanó a un hombre ciego, y de repente se hizo muy famoso sin siquiera quererlo.

Pronto, sacerdotes y laicos se comenzaron a acercar a él y querían aprender de su forma de vida y orar con él. Guillermo era demasiado humilde como para ser feliz con la admiración de la gente. Él realmente quería seguir siendo un ermitaño para que pudiera dar toda su atención a Dios, pero no pudo quedarse sólo. Muchos hombres se reunieron en torno al santo y el pueblo entero se multiplicó, así que comenzó una comunidad religiosa y construyó un monasterio al que dedicó a la Virgen María.
Sus seguidores se convirtieron en monjes del monasterio. Las personas nombraron a la montaña como la montaña de la Virgen.

Después de un tiempo, algunos de los monjes comenzaron a quejarse de que la vida en el monasterio era demasiado duro. Ellos querían una mejor alimentación y que el trabajo fuese más fácil. Guillermo no quería aligerar la regla ni para sí mismo. Por el contrario, eligió un nuevo jefe para los monjes. Entonces él y cinco fieles seguidores iniciaron otro monasterio, tan estricto como al que estaban acostumbrados.

Una amistad santa

Uno de sus compañeros fue San Juan de Mantua. Tanto Guillermo y Juan de Mantua eran líderes y grandes amigos, pero ellos vieron las cosas de manera diferente. Pronto se dieron cuenta de que cada uno lo haría mejor si trabajaban por separados, así que cada uno inició un monasterio. Juan se fue al este y Guillermo se fue al oeste. Ambos hicieron muy bien. De hecho, ambos se convirtieron en santos.

Más tarde, Guillermo se convirtió en el consejero del rey Roger I de Nápoles y el rey, a cambio, ayudó mucho a San Guillermo en todas las necesidades del monasterio. La buena influencia que Guillermo ejercía en el rey, hizo que algunos hombres malvados, pertenecientes a la corte, se pusieran muy celosos. Trataron de demostrar al rey que Guillermo era una persona mala, y que se escondía detrás de un hábito santo.

Enviaron una mala mujer para tentar a Guillermo y hacerlo pecar, pero fracasaron. Más bien, Guillermo logró que la mujer se lamentara de lo que había hecho. Ella se arrepintió y abandonó su vida de pecado.

San Guillermo murió el 25 de junio 1142 en Guglietto en Italia.Cuando San Guillermo murió, él aún no había escrito una regla oficial para sus religiosos; su segundo sucesor, Roberto, por temor a la disolución de una comunidad sin constituciones, los colocó bajo la de San Benito, y es considerado como el primer abad de la Congregación benedictina de Monte-Virgen

(http://www.pildorasdefe.net/liturgia/santoral-catolico-san-guillermo-vercelli-abad-25-junio)

24 junio, 2018

24 de Junio: El Nacimiento de san Juan Bautista

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Día litúrgico: 24 de Junio: El Nacimiento de san Juan Bautista Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

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«El niño crecía y su espíritu se fortalecía»
Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona, España)

Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.

Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).

Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-06-24)

23 junio, 2018

San José Cafasso

 
 
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¡Oh!, San José Cafasso, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, grande amigo
y benefactor de San Juan Bosco, y formador
de sacerdotes. Desde muy pequeño, inclinado estabais
a la piedad y a la ayuda de los pobres y desposeídos.
No en vano os conocían como “el santito” de todos.
A San Francisco de Sales, y a San Felipe Neri, al
milímetro imitasteis, tanto que, vuestros discípulos
y la gente del pueblo se alegraban y apreciaban
vuestra forma de ser. De presos y más de los a muerte
condenados amigo y luz, pues, ni uno sólo
murió sin saber de Dios, confesarse y arrepentirse.
“Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me
lleven a ahorcar”: ¡Pedían y clamaban los condenados!
Vuestro “don de consejo” a obispos, obreros,
comerciantes, sacerdotes, militares, y a cuanta
gente que se os acercaba les disteis con mucho amor.
Ellos, a su casa volvían con el alma en paz y prestos
para santificarse. Teníais vuestra calma y serenidad
que os hicieron popular. Vos, encorvado y pequeño
de estatura erais, pero, con un rostro de sonrisa amable
siempre y de sonora voz encantadora. En vuestra
conversación irradiabais alegría contagiosa, que
San Juan Bosco admiraba e imitaba feliz. Desde niño
fuisteis devoto de Nuestra Señora, y, a vuestros
alumnos sacerdotes los entusiasmabais por esta
devoción. Cuando hablabais de la Madre de Dios se
os notaba un entusiasmo extraordinario. Los sábados
y en las fiestas de la Virgen no negabais favores a
quienes os lo pedían. “Es pequeño de cuerpo, pero
gigante de espíritu”, comentaba la gente de vos.
Recordabais a vuestros sacerdotes: “Nuestro Señor
quiere que lo imitemos en su mansedumbre”. Devoto
de Nuestra Señora, en éxtasis entrabais y decíais:
“qué bello morir un día sábado, día de la Virgen,
para ser llevados por Ella al cielo”. Y, así, os
sucedió y poco antes de partir escribisteis: “No
será muerte sino un dulce sueño para vos, alma mía,
si al morir os asiste Jesús, y os recibe la Virgen
María”. Y, así, todo cubierto de gloria, marchó
vuestra alma al cielo, para coronada ser de luz,
como justo premio a vuestra grande entrega de amor;
¡oh!, San José Cafasso, “vivo consejero de Dios”.
 

 
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de junio
San José Cafasso
Confesor
Año 1860


Antes de morir escribió esta estrofa:
“No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María”. Y seguramente así le sucedió en realidad.

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX. Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.
Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: “Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ‘¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?’. Él con una agradable sonrisa me respondió: ‘Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo’. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ‘Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices’. Él añadió: ‘Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo’.

Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ‘No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas’. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ‘Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito”.

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos. En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados. Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio.

El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.
En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: “Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar” (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).

La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era “el don de consejo”. Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: “Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”. A sus sacerdotes les repetía: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre”.

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un día en un sermón exclamó: “qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/José_Cafasso_6_23.htm)

22 junio, 2018

Santo Tomás Moro

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 ¡Oh!, Santo Tomás Moro, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, os opusisteis a
los caprichos del impío reyezuelo, que, acabar quiso
con la Católica Religión. Con “Utopía”, atacais
duramanete las injusticias que cometen los ricos
y los funcionarios del gobierno contra los pobres y
los desprotegidos, proponiendo una nación ideal.
Vuestra rutina diaria jamás cambió: Misa, Confesión y
Comunión. Y, aquello, no gustaba al infame rey,
pero vos, fiel, a vuestros principios y fe, jamás
aceptasteis la falsía de su cruel pensar; menos
su infame divorcio, ni aquél, en el que, tratara
de reemplzar al Vicario de Cristo en Roma, y así,
mantuvisteis vuestro valor y vuestras convicciones.
Entonces os destituyeron de vustro alto puesto,
os confiscaron vuestros bienes y el rey os mandó
encerraros a la Torre de Londres, conjuntamente
que San Juan Fisher, pues se negaron a aceptar
la conducta infame del rey. A vuestros verdugos os
respondisteis: “tengo que obedecer a lo que mi
conciencia me manda, y pensar en la salvación de
mi alma. Eso es mucho más importante que todo lo
que, el mundo pueda ofrecer. No acepto esos
errores del rey”. Y, entonces el espíritu de Dios,
os movió a repetir el Salmo cincuenta: “Misericordia
Señor por tu bondad”. Y, luego, entregasteis
vuestra Santa y proba vida. “Este hombre, aunque no
hubiera sido mártir, bien merecía que lo canonizaran,
porque su vida fue un admirable ejemplo de lo que
debe ser el comportamiento de un servidor público:
un buen cristiano y un excelente ciudadano”. Dijo
de vos, alguien famoso de vuestro tiempo. Y, desde
entonces los cielos del Dios de la vida, con mayor
intensidad brillan, porque aumentó con vuestra
vida, que ilumina desde allí, la tierra toda y
se cubra de hombres íntegros como vos. Ejemplo
y “Patrono de los gobernantes” de toda la tierra;
¡oh!, Santo Tomás Moro, “fe, corazón y martirio”.


 © 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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22 de junio Santo 
Tomás Moro Mártir  
Año 1535

“Dichosos los que sufren persecución por causa de la religión, porque su premio será muy grande en el reino de los cielos” (Mt 5,11).
Su vida

Este es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es San Juan Fisher (20 de junio). Tomás significa: “el gemelo”. Y en verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero de martirio, San Juan Fisher.

Nació Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad de Oxford. Su padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba después: “Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme en casa y en la biblioteca estudiando”. Lo cual le fue de gran provecho para su futuro.

A los 22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: “Es un intelectual muy brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable simpatía”. Le llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y fue un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.

Para con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba ir personalmente a visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil encontrar otro de conversación más amena.

Tomás Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa: “Lo que no existe” (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda Europa.

El joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario del alcalde de la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores. Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con todos. Alguien llegó a afirmar: “Parece que lo hubieran elegido Canciller, solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados”. Otro añadía: “El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este”. Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino humor: “El rey es de tal manera que si le ofrecen una buena casa por mi cabeza, me la mandará cortar de inmediato”.

Ya llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.

Tomás Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15 meses.

Verdaderamente hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le dice: “Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así”.

El día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían querido aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: “Mire cómo van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa religión”.

Tomás fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el rey le mandaba y él respondió: “Tengo que obedecer a lo que mi conciencia me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey”. Se le dictó entonces sentencia de muerte. El se despidió de su hijo y de su hija y volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.

En la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo al salir al corredor frío: “por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero un resfriado sí no me quiero conseguir”. Al llegar al sitio donde lo iban a matar rezó despacio el Salmo 51: “Misericordia Señor por tu bondad”. Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores, y declaró públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
Tomás Moro fue declarado santo por el Papa en 1935. Un sabio decía:
“Este hombre, aunque no hubiera sido mártir, bien merecía que lo canonizaran, porque su vida fue
un admirable ejemplo de lo que debe ser el comportamiento de un servidor público: un buen cristiano y un excelente ciudadano”.

Proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos

CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO PARA LA PROCLAMACIÓN DE SANTO TOMÁS MORO COMO PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE LOS POLÍTICOS
JUAN PABLO II
SUMO PONTÍFICE
PARA PERPETUA MEMORIA

1. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana.

Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación de santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre los firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.

2. Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su País. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del Arzobispo de Canterbury Juan Morton, Canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam.

Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia 
Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la lectio divina, así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a Misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos.

3. En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes.

Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del País, el Rey le nombró Canciller del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al Rey y al País. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.

Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado.

Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a la Iglesia. En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica. Así fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre ellos el Obispo Juan Fisher, fue beatificado por el Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo Obispo, fue canonizado después por Pío XI en 1935, con ocasión del IV centenario de su martirio.

4. Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre éstas, la necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos económicos muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales. Por otra parte, las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones, mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos resultados a una opinión pública desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados.

En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el Estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo.

Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí que “la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres” (n. 17).

Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el elemento que mejor define la personalidad del gran Estadista inglés. Él vivió su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre “buen humor”, incluso ante la muerte. Éste es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad. El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, “el hombre es criatura de Dios, y por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan en el designio de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son también derechos de Dios” (Discurso 7.4.1998, 3).

Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es “testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma” (Enc. Veritatis splendor, 58). Aunque, por lo que se refiere a su acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo.

El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Gaudium et spes, señala cómo en el mundo contemporáneo está creciendo “la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas las cosas, y sus derechos y deberes son universales e inviolables” (n.26). La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas ingerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre.

5. Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos ayude al bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu del Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano.

Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido las peticiones recibidas, constituyo y declaro Patrono de los Gobernantes y de los Políticos a santo Tomás Moro, concediendo que le vengan otorgados todos los honores y privilegios litúrgicos que corresponden, según el derecho, a los Patronos de categorías de personas.

Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero de mi Pontificado
IOANNES PAULUS PP.II

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Tomás_Moro_6_25.htm)
(http://www.ewtn.com/new_library/Spanish/Proclamaciones/tomás_moro_proclamación.htm)

21 junio, 2018

San Luis Gonzaga

 
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¡Oh!, San Luis Gonzaga, vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo, y que, honor, hicisteis al significado
de vuestro nombre: “batallador glorioso”. Vos, en práctica
pusisteis los consejos de San Roberto Belarmino: Frecuente
confesión y comunión, mucha devoción a Nuestra Señora y
vidas de santos leer, para serlo algún día. “Voto de castidad”,
hicisteis ante la imagen de Nuestra Señora, y os mantuvisteis
puro siempre. A menudo solíais preguntaros, antes de hacer
o algo decir: “¿De qué sirve esto para la eternidad?”. Un día,
os dijo la Madre de Dios: “¡Debes entrar en la Compañía de
mi Hijo!”. Y vos, cumplisteis con Ella, dándoos íntegro. Las
palabras de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a
servidumbre, no sea que, enseñando a otros a salvarse, me
condene yo mismo”. Un día pedisteis permiso a vuestro padre,
para haceros religioso, pero él no os dejó y por el contrario, os
llevó a grandes fiestas, palacios y juegos para que se os olvidara
el deseo de ser sacerdote. Después de varios meses os preguntó:
“¿Todavía sigue deseando ser sacerdote?”, y vos respondisteis:
“En eso pienso noche y día”. Por, ello, él, os hizo desfilar junto
a la caballería, montado en un burro y mirando hacia atrás. Os
silbaron pero con ello, dominasteis tal afrenta. Finalmente,
vuestro padre, os permitió entrar de jesuita. Vuestro confesor,
San Roberto, que os acompañó en la hora de la muerte, dijo que
vos, moristeis sin haber cometido ni un sólo pecado mortal
en vida. Y de milagro, vuestro padre, empezó a volverse mucho
más piadoso de lo que era antes, muriendo santamente. Y,
por ello, en vuestro día, reza la Iglesia: “Señor: ya que no pudimos
imitar a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos
imitar en la penitencia. Amén”. Y, un día, desde el cielo os llamó,
Nuestro Padre, y posando vuestros ojos, en el santo crucifijo
dijisteis: “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del
Señor”. Y, así, voló, vuestra alma al cielo, y éste, se alegró de
teneros, como vos, lo habíais ansiado siempre: ¡Coronado todo,
con corona de luz eterna! Santa Magdalena de Pazzi, os vio
en un éxtasis en el cielo, y djo: “Yo nunca me había imaginado
que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso”.
¡Santo Patrono de todos los Jóvenes mantenidos puros y castos!;
¡Oh!, San Luis de Gonzaga, “vivo amor, santidad y pureza de Dios”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Junio
San Luis Gonzaga

(Luis en alemán significa: batallador glorioso).

San Luis Gonzaga nació en Castiglione, Italia, en 1568. Hijo del marqués de Gonzaga; de pequeño aprendió las artes militares y el más exquisito trato social. Siendo niño sin saber lo que decía, empezó a repetir palabras groseras que les había oído a los militares, hasta que su maestro lo corrigió. También un día por imprudencia juvenil hizo estallar un cañón con grave peligro de varios soldados. De estos dos pecados lloró y se arrepintió toda la vida. La primera comunión se la dio San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán.

San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres. Y así se libró de muchas tentaciones. Su director espiritual fue el gran sabio jesuita San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: 1º. Frecuente confesión y comunión. 2º. Mucha devoción a la Sma. Virgen. 3ro. Leer vidas de Santos. Ante una imagen de la Sma. Virgen en Florencia hizo juramento de permanecer siempre puro. Eso se llama “Voto de castidad”. Cuando iba a hacer o decir algo importante se preguntaba: “¿De qué sirve esto para la eternidad?” y si no le servía para la eternidad, ni lo hacía ni lo decía.

Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Sma. Virgen le decía: “¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!”. Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita. Le pidió permiso al papá para hacerse religioso, pero él no lo dejó. Y lo llevó a grandes fiestas y a palacios y juegos para que se le olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: “¿Todavía sigue deseando ser sacerdote?”, y el joven le respondió: “En eso pienso noche y día”. Entonces el papá le permitió entrar de jesuita. (En un desfile de orgullosos jinetes en caballos elegantes, Luis desfiló montado en un burro y mirando hacia atrás. Lo silbaron pero con eso dominó su orgullo).

En 1581 el joven Luis Gonzaga, que era seminarista y se preparaba para ser sacerdote, se dedicó a cuidar a los enfermos de la peste de tifo negro. Se encontró en la calle a un enfermo gravísimo. Se lo echó al hombro y lo llevó al hospital para que lo atendieran. Pero se le contagió el tifo y Luis murió el 21 de junio de 1591, a la edad de sólo 23 años. Murió mirando el crucifijo y diciendo “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. La mamá logró asistir en 1621 a la beatificación de su hijo. San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo”.

Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor. (A veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Su confesor San Roberto, que lo acompañó en la hora de la muerte, dice que Luis Gonzaga murió sin haber cometido ni un sólo pecado mortal en su vida. Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo.

Santa Magdalena de Pazzi vio en un éxtasis o visión a San Luis en el cielo, y decía: “Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso”. Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más. El era extraordinariamente amable y bien educado. Después de muerto se apareció a un jesuita enfermo, y lo curó y le recomendó que no se cansara nunca de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

San Luis fue avisado en sueños que moriría el viernes de la semana siguiente al Corpus, y en ese día murió. Ese viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La oración que la Iglesia le dirige a Dios en la fiesta de este santo le dice: “Señor: ya que no pudimos imitar a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar en la penitencia. Amén”.

(http://www.ewtn.com/spanish/saints/Luis_Gonzaga_6_21.htm)