¡Oh!, San Damián de Molokai,
vos sois el hijo del Dios de la vida,
y aquella maravillosa síntesis del
amor al prójimo y entrega viva del
supremo mandamiento del Dios eterno:
“Amaos los unos a los otros, como yo,
os he amado”, y que vos, con vuestra
alma y vuestra carne, realidad hicisteis
cuando dijisteis: “Sé que voy a un
perpetuo destierro, y que tarde o
temprano me contagiaré de la lepra.
Pero ningún sacrificio es demasiado
grande si se hace por Cristo” y así
lo hicisteis. “El leproso voluntario”,
os llamaban, porque aceptasteis serlo
“por amor a Dios”. Locura perfecta
de amor, a imitación del mismo Cristo
Jesús. Las arenas, las palmeras, el
viento, el sol y el frío y los de Molokai
leprosos hermanos, de vos saben y
del día aquél en que contagiado ya
del mal dijisteis: “Señor, por amor a
Vos, y por la salvación de estos hijos
vuestros, acepté esta terrible realidad.
La enfermedad me irá carcomiendo
el cuerpo, pero me alegra el pensar
que cada día en que me encuentre más
enfermo en la tierra, estaré más cerca
de Vos para del cielo” y, de otoño un
día, al cielo volasteis que de alegría
lloró, para recibiros y premio justo
recibisteis de las manos mismas de Aquél,
a quien vos habíais imitado y vuestra
corona de luz brilla y brillará, por los
siglos de los siglos. De los que trabajan
con los leprosos hermanos del mundo,
Patrono Santo e imitador de Cristo;
¡oh!, San Damián de Molokai “Vivo Cristo”.
© 2021 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 deAbril
San Damián de Molokai
(José de Veuster)
Apóstol de los Leprosos
“Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”.
Su Vida
Lo han llamado “el leproso
voluntario”, porque con tal de poder atender a los leprosos que estaban
en total abandono, aceptó volverse leproso como ellos. Lo beatificó el
Papa Juan Pablo II en el año 1994.
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica. De
pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas
como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir
un día a lejanas tierras a misionar. De joven fue arrollado por una
carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó
exclamó: “Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy
grandes”.
Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a
vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración.
El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición.
Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los
devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño
le espera en el futuro?. De joven tuvo que trabajar muy
duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le
dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de
construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a
ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los
18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los
compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de
hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un
día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno
de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron,
pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se
ganó las simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso
para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su
hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que
dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde). Una
gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen
del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: “Por favor
alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú”. Y sucedió
que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a
las islas Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián
que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el
viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo:
“yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si
me confesaría”. Damián le respondió: “Todavía no soy sacerdote pero
espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle
todos sus pecados”. Años mas tarde esto se cumplirá de manera
formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado
sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las
pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos
los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos
campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí
empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a
todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al
catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con
muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas
por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de
numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran
los leprosos.Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había
muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo
de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en
un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en
cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas.
Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los
vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.
Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le
permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le
parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y
allá se fue. En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir
había dicho : “Sé que voy a un perpetuo destierro, y
que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio
es demasiado grande si se hace por Cristo”. Los leprosos lo recibieron
con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de
una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se
dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban
desesperados.
El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los
leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue
recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como
abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó
la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.
Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá
le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en
las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y
también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres.
Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban
donativos para sus leprosos.
Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno
prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban
por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder
confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba
provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y
casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo
confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión,
y recibió la absolución de sus faltas.
Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les
hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura y
fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas.
Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando
llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba
a ayudar a reconstruirlos.
El santo para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos,
aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles
la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo
que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de
manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua
sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que
estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó:
“Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté
esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero
me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la
tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo”.
La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los
enfermos comentaban: “Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a
vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad”. Pero él
añadía: “No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el
alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios”.
Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un
barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero.
En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se
confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a
confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre
de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito
calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al
catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 “el leproso voluntario”, el Apóstol de los
Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su
admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber
comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero,
lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de
lepra.
Oraciones.
1. Dios, Padre Nuestro, Tú nos has manifestado tu
amor en tu hijo Jesús que vino para servirnos y dar su vida por
nosotros. Te damos gracias por las maravillas que realizaste en la vida
del Bienaventurado Damián de Molokai Él escuchó el llamado de Jesús a
seguirlo y entregó su vida por los más pobres, los leprosos, a quienes
hizo recuperar su dignidad de personas humanas. Animados por su ejemplo y
confiados en su intercesión, venimos a Ti con nuestros sufrimientos,
nuestras penas, y con nuestras esperanzas.
Que el Espíritu Santo abra nuestros corazones ante la miseria del
mundo, entonces, como Damián, te encontraremos en los rostros marginados
por la sociedad y podremos revelarles el amor que Tú tienes por cada
uno de ellos Bendito seas Tú, Señor, Padre lleno de ternura y amor, Tú
que eres nuestro Dios, desde siempre y por toda la eternidad. Amén.
2. Glorioso y venerado Beato Damián: Sois modelo y patrono de los
leprosos. Por vuestro amor os entregásteis en cuerpo y alma al cuidado
de los leprosos de Molokai. Yo, impulsado por la confianza que me
inspira tu valimiento poderoso ante Dios y tu caridad hacia los más
necesitados, acudo a ti. Llena mi corazón de amor hacia los más
necesitados, alcánzame un gran espíritu de fe, saber aceptar y ofrecerte
todas las contrariedades de la vida y poder gozar un día de vuestra
compañía en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Padre_Damián_Veuster_7_1.htm)