
¡Oh! San Juan de Rivera, vos sois el hijo del Dios de la vida
y con justicia plena llamado “Lumbrera de todos los obispos
españoles”, porque de vos, las gentes aquellas de vuestro
tiempo el dulzor y el amor bebieron de profesar la Santa
doctrina del Dios eterno y además, porque sois vos, el que,
caminando por senderos impensables, apostolado hicisteis,
visitando a toda vuestra grey, apoyo y ayuda brindando
y llevando almas a la casa del Señor, no solo con vuestra
palabra, sino mas bien, con vuestro obrar, porque en
más de una vez, os despojasteis de todo cuanto os teníais, para
a los pobres y necesitados dárselo. Os agradaba mucho dar
clases de catecismo a los niños. Vos, en persona los preparabais
para la Primera Comunión. La gente os veía con agrado todo
rodeado de niños ensañándoles el catecismo. Os repartíais
dulces, monedas y otros regalitos a los que respondían mejor
las preguntas del catecismo, y a los más pobres les regalabais
el vestido de la Primera Comunión. ¿Dónde estáis ahora?
¿Dónde os encontráis? Más preguntas no se haga, porque
vos mismo, con vuestro obrar corona de luz ganasteis, que os
puso el mismo Dios, por quien os disteis todo; ¡Aleluya!
¡oh!, San Juan de Rivera; “viva lumbrera del Dios Vivo”.
© 2022 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Enero
San Juan de Rivera
Arzobispo de Valencia
San Juan de Rivera: ruega por los universitarios, por los colegiales, por los sacerdotes y los obispos
para que se vuelvan santos y salgan vencedores de los ataques de los enemigos de la salvación.
Nació en la ciudad de Sevilla, España. Su padre era virrey de
Nápoles. Creció sin el amor materno, porque la madre murió cuando él era
todavía muy niño. Pero en sus familiares aprendió los más admirables
ejemplos de santidad. En su casa se repartían grandes limosnas a los
pobres y se ayudaba a muchísimos enfermos muy abandonados. A una
familiar suya, Teresa Enríquez. La llamaban “la loca por el Santísimo
Sacramento”, porque buscaba las mejores uvas de la región para fabricar
el vino de la Santa Misa y escogía los mejores trigos para hacer las
hostias, y trataba de entusiasmar a todos por la Eucaristía.
Juan de Rivera estudió en la mejor universidad que
existía en ese entonces en España, la Universidad de Salamanca, y allá
tuvo de profesores a muy famosos doctores, como el Padre Vitoria. El
Arzobispo de Granada escribió después: “Cuando don Juan de Rivera fue a
Salamanca a estudiar yo era también estudiante allí pero en un curso
superior y de mayor edad que él. Y pude constar que era un estudiante
santo y que no se dejó contaminar con las malas costumbres de los malos
estudiantes”.
Cuando tenía unos pocos años de ser sacerdote y contaba solamente con
30 años de edad, el Papa Pío IV lo nombró obispo de Badajoz. Allí se
dedicó con toda su alma a librar a los católicos de las malas enseñanzas
de los protestantes. Organizó pequeños grupos de jóvenes catequistas
que iban de barrio en barrio enseñando las verdades de nuestra religión y
previniendo a las gentes contra los errores que enseñan los enemigos de
la religión católica. San Juan de Avila escribió: ”Estoy contento
porque Monseñor Rivera está enviando catequistas y predicadores a
defender al pueblo de los errores de los protestantes, y él mismo les
costea generosamente todos los gastos”.
El joven obispo confesaba en las iglesias por horas y horas como un
humilde párroco; cuando le pedían llevaba la comunión a los enfermos, y
atendía cariñosamente a cuantos venían a su despacho. Pero sobre todo
predicaba con gran entusiasmo. Los campesinos y obreros decían: “Vayamos a oír al santo apóstol”.
En dos ocasiones vendió el mobiliario de su casa y toda la
loza de su comedor para comprar alimentos y repartirlos entre la gente
más pobre, en años de gran carestía.
El día en que partió de su diócesis en Badajoz para irse de obispo a
otra ciudad, repartió entre los pobre todo el dinero que tenía y todos
los regalos que le habían dado, y el mobiliario que su familia le había
regalado.
Arzobispo de Valencia
Cuando lo nombraron Arzobispo de esa ciudad, llegó allá sin un solo centavo. Muchas
veces en la vida le sucedió quedarse sin ningún dinero, por repartirlo
todo entre los pobres. Pero Dios nunca le permitió que le faltar lo
necesario.
Su horario
Como Arzobispo se levantaba a las cuatro de la madrugada. Dedicaba
dos horas a leer la Sagrada Escritura y otros libros religiosos. Otras
dos horas las dedicaba a la celebración de la Santa Misa y rezar los
Salmos. Luego durante dos o tres horas preparaba sus sermones. Desde
mediodía hasta la noche atendía a las gentes. Todo el que quisiera
hablar con él, hallaba siempre abierta la puerta de la casa Arzobispal.
Visitó once veces las 290 parroquias rurales de su
arzobispado. Hasta los sitios más alejados y de más peligrosos caminos,
allá llegaba a evangelizar y a visitar sus fieles católicos y a
administrar el Sacramento de la Confirmación. Después de emplear todo el
día en predicar, en confirmar y en atender a la gente, los párrocos
notaban que en cada parroquia se quedaba hasta altas horas de la noche
estudiando libros religiosos. Desde 1569 hasta 1610 hizo 2,715 visitas
pastorales a las parroquias y los resultados de esas visitas los dejó en
91 volúmenes con 91,000 páginas.
Celebró siente Sínodos, o reuniones con todos los párrocos
para estudiar los modos de evangelizar con mayor éxito a las gentes. Los
decretos de cada Sínodo eran poquitos y bien prácticos para que no se
les olvidaran o se quedaran sin cumplir. Todos estos sínodos tenían por objeto principal obtener que los sacerdotes se hicieran más santos.
Su trato con los sacerdotes
Trataba a todos y cada uno de los sacerdotes con la más exquisita
cortesía y amabilidad. Cada uno de ellos podía exclamar: “Lo aprecio
porque tuvo tiempo para mí”. Cada año les hacía dedicar unos diez días
en silencio para hacer Retiros Espirituales. Siempre les advertía
francamente los errores que debían corregir, pero las correcciones las
hacía en privado y lejos de los demás. A un joven sacerdote que iba a
comenzar a confesar y a dar dirección espiritual le dijo: “Mire hijo que
usted es muy mozo, y su oficio es peligroso”. Y es que él mismo recién
ordenado de sacerdote tuvo sus peligros. Un día una joven penitente, con
pretexto de que se iba a confesar, le declaró que estaba enamorada de
él. Y Juan rechazó valientemente aquella trampa y después logró que
aquella pobre pecadora se convirtiera.
En el colegio, en la Universidad y ahora como obispo, lo que lo libró
siempre de caer en las trampas de la impureza fue practicar mucho la
mortificación y el dedicar bastante tiempo a la oración. Se cumplía en
su vida lo que dijo Jesús: “Ciertos malos espíritus sólo se alejan con
la oración y la mortificación”.
Le agradaba mucho dar clases de catecismo a los niños. El en persona los preparaba a la Primera Comunión. La
gente veía con agrado al Arzobispo sentado en un taburete en la mitad
del patio, rodeado de muchos niños, ensañándoles el catecismo. Les
repartía dulces, monedas y otros regalitos a los que respondían mejor
las preguntas del catecismo, y a los más pobres les regalaba el vestido
de la Primera Comunión.
Para los jóvenes que tenían nobles ideas puso un colegio en su propia
casa arzobispal, y allí los iba formando con todo esmero y muy buena
disciplina. Del colegio de San Juan de Rivera salieron un cardenal, un
Arzobispo, doce obispos, numerosos religiosos y muchos líderes
católicos.
El rey lo nombró Virrey de Valencia, y así llegó a ser al mismo tiempo jefe religioso y jefe civil.
Y la tranquilidad que en mucho tiempo no reinaba en aquella región,
llegó como por encanto. El personalmente se preocupaba porque se
administrara justicia con toda seriedad.
Una vez vino alguien a decirle que un juez le estaba haciendo
injusticia en un pleito. El Sr. Arzobispo se fue donde el juez y le
pidió que revisara todo el expediente. Y el inocente fue absuelto.
Después el juez contaba: “un rico me había ofrecido dinero para
que fallara en contra del inocente. Pero vino el Sr. Arzobispo y me
convenció y me obligó a hacer justicia y logré que mi conciencia quedara
en paz”.
La Santa Misa la celebraba con tal devoción que al acólito le decía que después de la elevación podía retirarse, pues él duraba hasta dos horas en éxtasis allí ante Jesús Sacramentado, después de elevar la Santa Hostia.
Cansado de ver que la gente era muy indiferente para la religión le
pidió al Papa que le quitara de aquel cargo, pero el Sumo Pontífice le
pareció que él era el más indicado para ese arzobispado y le rogó que
hiciera el sacrificio de seguir en ese sagrado oficio. Y así por 42 años estuvo de Arzobispo de Valencia obteniendo enormes frutos espirituales.
Murió en enero de 1611. Cuando se supo la noticia de su muerte, los niños recorrían las calles cantando: “El señor Arzobispo está en la gloria obteniendo el premio de sus victorias”.
Durante los funerales, en el momento de la elevación de la
Santa Hostia en la misa, los que estaban junto al cadáver vieron que
abría los ojos y que el rostro se le volvía sonrosado por unos momentos,
como adorando al Santísimo Sacramento.
El Papa San Pío Quinto lo llamaba “La lumbrera de todos los obispos
españoles”. Hizo muchos milagros. Fue beatificado en 1796 y fue
declarado Santo por el Papa Juan XXIII en 1960.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_de_Rivera.htm) Anuncios