11 mayo, 2023

San Francisco de Jerónimo, Misionero y Predicador Jesuita "El Apóstol de Nápoles"

 

 

 

¡Oh! San Francisco de Jerónimo, vos sois el hijo del Dios de la Vida
y su amado santo. Vos, mostrasteis siempre inclinación para la virtud,
y confiaron vuestra educación a una sociedad de sacerdotes que vivían
en santidad. Más adelante, os encargaron enseñar catecismo a los niños
y cuidar del orden en la iglesia; y por vuestra piedad, el arzobispo
de Tarento os confirió la tonsura eclesiástica. Estudiasteis teología,
filosofía, derecho canónico y civil con los jesuitas. Os ordenaron
sacerdote y luego de haberos estado como prefecto de disciplina en el
colegio jesuita de Nápoles, pedisteis vuestra admisión en la Compañía
de Jesús. Os prohibieron celebrar la santa misa más de tres veces por
semana, pero Jesús se os apareció para daros la santa comunión por el
gran amor que os tenía. Os enviaron a las misiones acompañando al padre
Agnello Bruno, famoso predicador de aquél tiempo evangelizando la región
de Otranto, convirtiendo a pecadores y fortificando a los justos. “Los
padres Bruno y Jerónimo parecen no ser simples mortales, sino ángeles
enviados expresamente para salvar las almas”, decían las gentes de aquél
tiempo. Luego, os nombraron predicador de la iglesia de Gesù Nuovo, la
casa profesa de los jesuitas en Nápoles. Incrementasteis el entusiasmo
religioso de la congregación de trabajadores, que secundaba la labor
misionera de los padres jesuitas. A ellos, los animabais a tomar en serio
la religión, que frecuentaran los sacramentos los Domingos y las fiestas
de Nuestra Señora; que todos los días, se hiciese oración mental,
para progresar en la vida espiritual; que practicaran mortificaciones
y penitencias para dominar el cuerpo, y que, fueran devotos del Via
Crucis y de Nuestra Señora. Y, ¡milagro de milagros!, ellos se volvieron
excelentes cooperadores, atrayendo una multitud de pecadores a vuestros
pies. Instituisteis una caja de auxilio, para los gastos en caso de
enfermedad y en caso de muerte. Establecisteis una comunión general el
tercer domingo de cada mes, en aquella Iglesia, con un éxito total.
Vuestros superiores un día os dijeron que "vuestras Indias y vuestro
Japón" serían la ciudad y el reino de Nápoles. Y, así fue, pues la
evangelizasteis durante cuarenta años. Salíais a las calles predicando
sobre la conversión y de la penitencia, de lo inesperado de la muerte
y de la necesidad de estar preparado para ella, del terrible juicio
de Dios y, de los tormentos eternos del infierno. Predicabais en las
calles, plazas e iglesias y el pueblo se aglomeraba para aproximaros
para veros, besaros las manos y tocar vuestra ropa. Vuestros sermones
cortos y directos pero, enérgicos y elocuentes llegaban al fondo de los
corazones de los culpables, tanto que lograbais conversiones milagrosas.
Cuando exhortabais a los pecadores al arrepentimiento, parecíais profeta
del Antiguo Testamento y vuestra voz se tornaba más potente y poderosa,
quizás por ello, el pueblo decía de vos: “Es un cordero cuando habla,
pero un león cuando predica”. Hablabais a la feligresía mostrando la
enormidad del pecado y el terror de los juicios divinos y luego vuestra
voz cambiaba de tono y hablabais de la dulzura y de la bondad de Nuestro
Señor Jesucristo, como esperanza de salvación, conquistando así, los
corazones más endurecidos. Rematabais vuestra prédica, y llamabais a la
conversión, y miles de gentes rodillas en loza, pedían perdón por sus
desmanes. Una vez trajisteis una calavera a su vuestro púlpito para
hablar de la muerte. Otras, vos mismo os descubríais vuestras espaldas
os flagelabais hasta sangrar. En medio de todo, los pecadores confesaban
sus crímenes en voz alta, mujeres de mala vida se arrodillaban delante
del Crucifijo, para ellas, fundasteis refugios y un Asilo del Espíritu
Santo, para sus hijos. Muchas de ellas, abrazaron la vida religiosa.
Un día, predicabais en una plaza cerca de una casa de mala fama, y la
mujer que en ella habitaba, hizo todos los ruidos posibles para no oír
la predicación y otro día viendo que estaba cerrada, preguntasteis qué
había pasado y os respondieron que la mujer, Catalina, había muerto
súbitamente. “¡Muerta!” —exclamasteis sorprendido. “Vamos a verla”.
Y, en compañía del pueblo, subisteis hasta donde estaba el cadáver de
la infeliz. Vos, os quebrasteis y preguntasteis: “Catalina, dime, ¿dónde
estás?” Dos veces repetisteis la misma pregunta y cuando lo hicisteis
por tercera vez, los ojos del cadáver se abrieron, los labios temblaron
y, a la vista de todo mundo, ella respondió con una voz que parecía
venir del otro mundo: “¡En el infierno! ¡En el infierno!”. La respuesta
hizo que todos huyeron de aquel lugar. Y nadie tuvo el valor de volver
a casa, sin antes haber hecho una buena confesión. Vuestro amor, os
llevó hasta los condenados a las galeras, y transformasteis aquél lugar
en refugio de paz y resignación, consiguiendo la conversión de varios
esclavos moros a la verdadera fe. Decíais vos: “Mientras yo conserve
un aliento de vida iré, aunque sea arrastrado, por las calles de Nápoles.
Si caigo debajo de la carga, daré gracias a Dios. Un animal de carga
debe morir bajo su fardo”. Y, así voló vuestra alma al cielo, para ser
coronada con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡Oh! San Francisco de Jerónimo, "vivo Cristo del Dios de la Vida y del Amor".


© by Luis Ernesto Chacón Delgado


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11 de Mayo
San Francisco de Jerónimo
Apóstol de Nápoles


San Francisco de Jerónimo, santo poco conocido en América, a quien hoy presentamos. Francisco de Jerónimo nació en la pequeña ciudad de Grottaglie, cerca de Taranto, al sur de Italia, el día 17 de setiembre de 1642. Sus padres, Juan Leonardo de Jerónimo y Gentilesca Gravina, además de tener una posición honorífica en la región, se destacaban sobre todo por la virtud. Tuvieron once hijos, de los cuales Francisco fue el primogénito. A todos les proporcionaron una excelente educación religiosa. Como el hijo mayor mostraba una fuerte inclinación para la virtud, al cumplir los once años sus padres lo confiaron a una sociedad de sacerdotes que vivían santamente, sin obligarse por votos.


Debido a las excelentes cualidades del adolescente, fue encargado de enseñar catecismo a los niños y cuidar del orden en la iglesia. Impresionado por su piedad, el arzobispo de Tarento le confirió la tonsura eclesiástica a la edad de dieciséis años. Sus padres lo enviaron entonces a esa ciudad para estudiar filosofía y teología. Francisco fue después a Nápoles para estudiar derecho canónico y civil en el Gesù Vecchio, de los jesuitas, que figuraba en aquel tiempo entre las mejores universidades de Europa.

Recibió la comunión directamente de Nuestro Señor Jesucristo Francisco de Jerónimo fue ordenado sacerdote en 18 de marzo de 1666. Después de pasar cuatro años en el cargo de prefecto de disciplina en el colegio jesuita de Nápoles, pidió su admisión en la Compañía de Jesús a los 28 años de edad. En el noviciado, a pesar de ser el más humilde, fervoroso, mortificado y obediente de todos, para probarlo, los superiores le prohibieron celebrar la santa misa más de tres veces por semana. Se cuenta que los otros días el mismo Jesucristo se le aparecía para darle la santa comunión. Francisco fue entonces enviado a las misiones populares acompañando a un famoso predicador de la época, el padre Agnello Bruno.

Durante tres años evangelizaron la región de Otranto convirtiendo a pecadores y fortificando a los justos, de tal modo que se decía en la región: “Los padres Bruno y Jerónimo parecen no ser simples mortales, sino ángeles enviados expresamente para salvar las almas”. Lo nombraron después predicador de la iglesia de Gesù Nuovo, la casa profesa de los jesuitas en Nápoles. Francisco comenzó por incrementar el entusiasmo religioso de una congregación de trabajadores, cuya finalidad era secundar la labor misionera de los padres jesuitas. Quería que los congregados, incluso los más humildes, tomaran muy en serio la religión: que frecuentaran los sacramentos los domingos y fiestas de la Santísima Virgen; que todos los días ellos hicieran oración mental, sin la cual no es posible el menor progreso verdadero en la vida espiritual; que practicaran también mortificaciones y penitencias para dominar el propio yo, y que fueran devotos del Via Crucis y de Nuestra Señora. Poco a poco esos trabajadores se volvieron excelentes cooperadores, haciendo mucho apostolado y trayendo una multitud de pecadores a los pies de San Francisco de Jerónimo.

Como vivían apenas del parco salario, el santo instituyó entre ellos una caja de auxilio que les permitiera contar con una módica suma para sus gastos en caso de enfermedad. Y, en caso de muerte, recibir un digno funeral, con el insigne privilegio de poder ser enterrados en el cementerio de la propia iglesia de Gesù Nuovo. San Francisco estableció también, en aquella iglesia, una comunión general el tercer domingo de cada mes. Sus congregados se dedicaban a difundir esa devoción, y lo hacían con tal éxito que era común ver a más de quince mil hombres comulgando los domingos.

Sus Indias y su Japón: el reino de Nápoles

Pero el celo apostólico de San Francisco no se limitaba a ello. Quería ir a las Indias para convertir infieles como su patrono San Francisco Javier. Pero sus superiores le respondieron que “sus Indias y su Japón” serían la ciudad y el reino de Nápoles. Durante 40 años él evangelizará
esta región de modo notable.

Salía a las calles de la ciudad predicando sobre la necesidad de la conversión y de la penitencia, de lo inesperado de la muerte y de la necesidad de estar preparado para ella, del terrible juicio de Dios, de los tormentos eternos del infierno. Escogía para sus sermones de preferencia las calles donde hubiese ocurrido algún escándalo. Algunos días de la semana visitaba los alrededores de Nápoles, a veces hasta 50 poblados en un sólo día. Predicaba en las calles, plazas e iglesias. Y el resultado era sorprendente. Documentos de la época describen a San Francisco de Jerónimo como de estatura alta, cejas amplias, grandes ojos oscuros, nariz aguileña, mejillas secas, pálido, y con una mirada que reflejaba su austeridad y vida ascética. Todo eso producía una maravillosa impresión. El pueblo se aglomeraba para aproximarse a él, verlo, besarle las manos y tocar su ropa.

Sus sermones cortos, pero enérgicos y elocuentes, tocaban las conciencias culpables de sus oyentes, operando conversiones milagrosas. Cuando exhortaba a los pecadores al arrepentimiento, adquiría aires de profeta del Antiguo Testamento y su voz se hacía más potente y terrible. Por eso el pueblo decía de él: “Es un cordero cuando habla, pero un león cuando predica”.

Prédicas, arrepentimientos y conversiones

Su método ordinario era el de mostrar primero la enormidad del pecado y el terror de los juicios divinos, para suscitar en los oyentes un santo temor e indignación a causa de sus pecados. Una vez obtenido eso, cambiaba totalmente el tono, y hablaba de la dulzura y de la bondad de Nuestro Señor Jesucristo, de modo que la esperanza sustituya a la desesperación y conquistar así los corazones más endurecidos. Era el momento que escogía para dirigir un llamado a la conversión, tan dulce y persuasivo que llevaba a muchos a caer de rodillas y pedir perdón por sus desmanes. Al final, añadía algún ejemplo categórico de los castigos o de las gracias de Dios para dejar en las almas una impresión más profunda. Ante un auditorio voluble e impresionable, Francisco utilizaba todo cuanto pudiera poner aquellas imaginaciones al servicio de sus propias almas.

Así, una vez trajo una calavera a su púlpito improvisado para hablar de la muerte. Otras, cuando nada parecía conmover a sus oyentes, paraba el sermón, descubría las espaldas y se flagelaba hasta correr sangre. El efecto era irresistible. Pecadores comenzaban a confesar sus crímenes en voz alta, mujeres de mala vida se arrodillaban delante del Crucifijo que él traía y se cortaban los cabellos en señal de arrepentimiento. San Francisco de Jerónimo fundó dos refugios para esas pecadoras arrepentidas y el Asilo del Espíritu Santo, que pronto cobijó a 190 hijos de esas infelices, para darles la oportunidad de encontrar un futuro menos sombrío. El santo tuvo la consolación de ver a 22 de esas mujeres abrazar la vida religiosa.

“Catalina, dime, ¿dónde estás?”

Pero no fue siempre así. Un día que predicaba en una plaza cerca de una casa de mala fama, la mujer que en ella habitaba comenzó a hacer todos los ruidos posibles para entorpecer la predicación. El santo continuó hasta el fin. Otro día, predicando en el mismo lugar y viendo la casa cerrada, preguntó qué había pasado. Le respondieron que la mujer, Catalina, había muerto súbitamente. “¡Muerta!” —exclamó San Francisco Jerónimo sorprendido. “Vamos a verla”. Y, en compañía del pueblo, subió la escalera hasta la sala donde estaba el cadáver de la infeliz. Se produjo un silencio sepulcral, que el santo quebró preguntando: “Catalina, dime, ¿dónde estás?” Dos veces repitió la misma pregunta. Cuando lo hizo por tercera vez con voz más autoritaria, los ojos del cadáver se abrieron, los labios temblaron y, a la vista de todo mundo, ella respondió con una voz que parecía venir del otro mundo: “¡En el infierno! ¡En el infierno!”. El susto que provocó fue tan grande, que todos huyeron de aquel lugar maldito. Y nadie tuvo el valor de volver a casa sin antes haber hecho una buena confesión.

San Francisco de Gerónimo

La caridad de San Francisco de Jerónimo lo llevaba también hasta los condenados a las galeras, transformando aquel lugar de rebelión y dolor en refugio de paz y resignación. Allí, con su insuperable caridad y celo por los almas, consiguió la conversión de varios esclavos moros a la verdadera fe. Para que sus bautismos influenciaran a fondo los corazones, los celebraba lo más pomposamente posible. El santo quería trabajar hasta el fin de sus fuerzas. Decía: “Mientras yo conserve un aliento de vida iré, aunque sea arrastrado, por las calles de Nápoles. Si caigo debajo de la carga, daré gracias a Dios. Un animal de carga debe morir bajo su fardo”. Y eso sucedió el día 11 de mayo de 1716, cuando entregó su bella alma a Dios, a los 73 años de edad.

(https://www.tesorosdelafe.com/articulo-822-san-francisco-de-jeronimo)



10 mayo, 2023

San Juan de Ávila, Misionero y director de almas

 

 Puede ser una imagen de 1 persona y texto que dice "LA COMUNIÓN TE HACE PARTICIPANTE DE LA PASIÓN DE CRISTO. San Juan de Avda"

 

¡Oh!, San Juan de Ávila, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida y su amado santo. Aquél, que, llamado
“Misionero y de almas Director”, quiso Él, daros
sublime misión: “guía ser de hombres y mujeres santos
y santas”, y que, desde el “vívido” sermón y los hechos,
multitudes quedaron cautivadas y satisfechas con la fuerza
de vuestro corazón hecho palabra, que, en caro amor
y esperanza, desbrozabais ante aquellos, que, hasta ayer,
impíos y herejes eran, y, todos luego, convertidos ya, rodillas
en loza por horas puestas, al cielo clamaban de alegría
y, a los que vos, el Santo Crucifijo les acercabais,
junto con el tierno Amor de María Santísima. Muchos
sacerdotes os seguían para ayudaros a confesar y hacer
catequesis para los niños y administrar los sacramentos.
Ricos y pobres, jóvenes y viejos, a escucharos acudían
pues de vos, dimanaban sabrosos trozos de cielo y miel
de vida. Vuestra devoción a Nuestra Señora, os hacía
exclamar: “Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin
devoción a la Virgen María”. Fundasteis muchos colegios
y ayudabais a las universidades católicas. Vuestra
autoridad y vuestro ascendiente grande y considerado
era en todas partes. Vuestros últimos años fueron de enormes
sufrimientos. En vos, se cumplía aquello que dijo Jesús: “Mi
Padre, al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca
mayor fruto”. Pero, vos no dejabais de recorrer ciudades
y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual
y edificando a todos con vuestra vida de gran santidad. Tres
temas os llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía,
el Espíritu Santo y la Virgen María. Así fue, hasta el día
aquél, en que, agonizante respondisteis, invitado por Dios
Padre, al cielo anhelado, y viendo cómo, un sacerdote os
trataba con especial veneración le dijisteis: “Padre,
tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he
sido y nada más”. Entonces tomando el crucifijo entre vuestras
santas manos, exclamasteis: “Dios mío, si, sí te parece
bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. “Jesús
y María” “Jesús y María”. Y, luego vuestra santa alma, voló
al cielo, para coronada ser, con justicia, con corona
de luz; como justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
de todos los sacerdotes españoles Santo Patrono y Guía”;
¡oh!, San Juan de Ávila; “vivo amor, fe y luz del Dios Vivo”.

3 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Mayo
San Juan de Avila
Misionero y Director de Almas
(1569)

Petición

San Juan de Avila: tú que con tus sermones lograste tantas conversiones de pecadores, alcánzanos del Señor Dios, que también nosotros nos convirtamos.

Juan significa: “Dios es misericordioso”. San Juan de Avila tuvo el privilegio de ser amigo y consejero de seis santos: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada. Dicen que él es la figura más importante del clero secular español del siglo 16.

Nació en el año 1500. De una familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y después de tres años de oración y meditación se decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá y allá hizo amistad con el Padre Guerrero que fue después arzobispo de Granada y su amigo de toda la vida.

Desde el principio de su sacerdocio demostró una elocuencia extraordinaria. El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones donde quiera que él iba a predicar. Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas de oración de rodillas. A veces pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus discípulos les decía: “Las almas se ganan con las rodillas”. A uno que le preguntaba como hacer para lograr convertir a alguna persona en cada sermón, le dijo: “¿Y es que Ud. espera convertir en cada sermón a alguna persona?”. “No, ¡eso no!”, respondió el otro. “Pues por eso es que no los convierte”, le dijo el santo, “porque para poder obtener conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La fe mueve montañas!.”

A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser un buen predicador, le respondió: “La principal cualidad es: ¡amar mucho a Dios!”. Pidió viajar de misionero a América del sur, pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: “Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre nosotros!”. Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo el sur de España. Y las conversiones que conseguía eran asombrosas. Su predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados, pero animaba enormemente a todos los que deseaban salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de sacerdotes le seguía para ayudarle a confesar y colaborarle en la catequesis de los niños y en la administración de los sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a escucharle.

Dios le concedió a San Juan de Avila la cualidad especialísima de ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo Pontífice lo ha nombrado “Patrono de los sacerdotes españoles”. Bastaba con que lo vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados de su modo de obrar y predicar. Y después en sus sermones, ellos estaban allá entre el público oyéndole con gran atención. El sabio escritor Fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para predicar luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Avila predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios.

Fue reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los sacramentos, los iba enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguía eran inmenoss. Unos 30 de esos sacerdotes se hicieron después Jesuitas. Otros colaboraron con la reforma que San Juan de la Cruz y Santa Teresa hicieron de los padres Carmelitas y muchos más llenaron de buenas obras las parroquias con su gran fervor.

Un día en Granada, mientras San Juan de Avila pronunciaba un gran sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan de Dios que había sido antes militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante San Juan de Dios tendrá siempre como consejero al Padre Juan de Avila, a quien atribuirá su conversión.

Los enemigos y envidiosos lo acusaron de que su predicación era demasiado miedosa y de que se proponía hacer que las gentes fueran demasiado espirituales. Y el santo fue llevado a la cárcel y allí estuvo de 1532 a 1533. Aprovechó su prisión para meditar más y crecer en santidad. Cuando se le reconoció su inocencia y fue sacado de la prisión el pueblo lo ovacionó como a un héroe.

A muchas personas les dio dirección espiritual por medio de cartas. Después reunió una colección de esas cartas y las publicó con el título de “Oye hija” y fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los lectores.

Su devoción a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: “Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María”. Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Su autoridad y su ascendiente eran muy grandes en todas partes.

Sus últimos 17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que era muy deficiente. En él se cumplía aquello que dijo Jesús: “Mi Padre, al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto”. Pero aunque sus padecimientos eran muy intensos, no por eso dejaba de recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y edificando a todos con su vida de gran santidad. Tres temas le llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María.

Una de sus cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador. Cuando estaba agonizante vio que un sacerdote lo trataba con muy grande veneración y le dijo: “Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”.

Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: “Dios mío, si sí te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. El 10 de mayo del año 1569, diciendo “Jesús y María” murió santamente. Fue beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Juan_de_Avila_5_10.htm)

 

09 mayo, 2023

Santa Luisa de Marillac, Co fundadora de las Hermanas Vicentinas

 Santa Luisa de Marillac - Brujula Cotidiana

 

¡Oh!; Santa Luisa de Marillac, vos, sois la hija del Dios
de la Vida, su amada santa, y que, desde pequeña ansiabais
haceros religiosa. Un sacerdote santo os dijo: “Probablemente,
Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Y no se
equivocó. Vuestros biógrafos dicen de vos así: “Luisa fue
un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró
transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta
obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones
de cada día”. Al viuda quedar, dijisteis: “Ya he servido
bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente
a servir a Dios”. Y, así fue, pues jamás cometisteis ningún
mortal pecado en toda vuestra vida y San Francisco de Sales
y San Vicente de Paúl, así lo confirman. Con el segundo,
trabajasteis por treinta años, siendo vos, su fiel discípula
y servidora. “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe.
Que Él, sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las
dificultades”. Os, dijo él. A los enfermos visitabais,
instruías a los ignorantes y repartíais ayuda a los pobres
con entusiasmo, bondad y alegría. Un día, votos de pobreza,
castidad y obediencia hicisteis con cuatro amigas, naciendo
así, la famosa y mentada comunidad femenina de las “Hermanas
Vicentinas, Hijas de la Caridad”. Y, San Vicente, os hizo
este reglamento: “Por monasterio tendrán las casas de los
enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro
tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite
de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será
el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia
o castidad”. Y, así, reunísteis a mendigos y los pusisteis
a trabajar. Las mujeres hilaban y cosían, los hombres hacían
manualidades, hasta lograr convertirse en personas útiles,
pues la alegría, el trabajo y Dios, reinaban en aquél asilo.
Los enfermos mentales, recibían de vos, mucho amor, alimentación
y medicinas adecuadas, logrando su recuperación. San Vicente,
no pudo asistiros en la hora de la muerte, pues él, enfermo
se hallaba, pero, os envió una nota que decía así: “Usted se
va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto,
y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió. Y, luego,
voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe. Santa
Patrona de los Asistentes Sociales de todo el orbe de la tierra;
¡oh!; Santa Luisa de Marillac, “vivo Amor de Cristo Vivo y Eterno”.

© 2023by Luis Ernesto Chacón Delgado
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09 Mayo

Santa Luisa de Marillac
Fundadora de las Hermanas Vicentinas
(año 1660)

Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años, sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo: “Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Se casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia, María de Médicis.

Dicen sus biógrafos: “Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada día”.

Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente le escribió diciéndole: “Jamás he visto una madre tan madre como usted”.

Y en otra carta le dice el santo: “Que felicidad nos debe traer el pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted tiene hacia el suyo”.

A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. “Ya he servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios”. Claro está que en la vida “mundana” que había tenido se había comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado mortal en toda su vida.

Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618 (tres años antes de la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta discípula y servidora.

San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos de caridad existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado misiones, pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa persona providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.

Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el santo se entusiasmó y le escribió diciendo: “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades”.

En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: “Su salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene”.

Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella misma por sus propios esfuerzos había conseguido.

Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad, les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte de aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba por conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e instruía a los ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y rejuvenecido.

La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie hablara mal en su presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que tanto los habían hecho padecer.

En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad.

San Vicente les hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia o castidad”

En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para socorrer a los más necesitados.

Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con exquisita caridad.

Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su recuperación.

En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: “De hoy en adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este título que es el más hermoso que puedan tener”.

De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa Teresa: “Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió“. Las religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas conferencias que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.

Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: “La hermana Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el cansancio”.

San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una nota diciéndole: “Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió.

El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese mismo año).

Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de 3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París, allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se dedican exclusivamente a obras de caridad.

El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Luisa_de_Marillac.htm)

08 mayo, 2023

Beata Miriam Teresa Demjanovich

 No hay ninguna descripción de la foto disponible.

La hermana Miriam Teresa nació en Bayonne, Nueva Jersey en 1901, la más joven de los siete hijos de una familia católica rutena (de rito oriental) provenientes del este de Eslovaquia. Tuvo una vida breve pues murió a los 26 años, tras sufrir muchas enfermedades. Desde joven estuvo vinculada a la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Elizabeth, al principio a través del colegio de Santa Isabel y luego ingresó a la familia religiosa en 1925. Murió dos años después tras haberse destacado por la búsqueda de la perfección en la vida religiosa, por sus escritos espirituales, y su relación mística con el Señor.

Es autora del libro “Mayor perfección”, publicado póstumamente. Su causa de beatificación fue iniciada en la diócesis de Paterson en 1945. El Papa Benedicto XVI aprobó el decreto de sus virtudes heroicas y el Papa Francisco aprobó el decreto del milagro obrado por su intercesión el 17 de diciembre de 2013.

El Obispo de Paterson, Mons. Arthur Serratelli, escribió hace unos días que Miriam Teresa “se graduó de la secundaria pública local, disfrutaba la música, la poesía, el teatro y la danza apropiada para las jóvenes de su edad. Pero debajo de las experiencias ordinarias de la casa, la parroquia, la escuela y los amigos, estaba nutriendo una relación extraordinaria con Dios”.

“Su simplicidad, devoción y su oración dejaron una huella duradera en los que la conocieron. Su director espiritual inmediatamente reconoció su santidad única y le pidió escribir diversas conferencias para que él las pudiera dar a otras novicias”, dijo el Prelado.

Dios le dio la gracia de tener experiencias místicas y visiones, pero fue su constante esfuerzo por agradarle, incluso en las cosas más pequeñas, lo que la Iglesia “reconoce como ejemplo a seguir en el camino de la santidad. Su constante mensaje que todos estamos llamados a la santidad se anticipó a la enseñanza del Concilio Vaticano II”.

Se trata de un joven declarado ciego debido a la degeneración macular bilateral, cuya vista fue restaurada a partir de la oración con la intercesión de la hermana Miriam Teresa en 1964. El milagro se produjo en la arquidiócesis de Newark.

Las Hermanas de la Caridad fueron fundadas por Santa Elizabeth Ann Seton, en Maryland en 1809, en el espíritu de San Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac. Se dedican a la educación, cuidados de salud, servicios sociales en 22 diócesis de los Estados Unidos y en El Salvador y Haití.

El 4 de octubre de 2014 se convirtió en la primera en ser beatificada en suelo de los Estados Unidos.

(https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=712)

07 mayo, 2023

Domingo 5 (A) de Pascua

 Imagen

Domingo 7 de Abril
Domingo 5 (A) de Pascua
 
Texto del Evangelio (Jn 14,1-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino».
 
Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto».
 
Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre».
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«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»
Pbro. Walter Hugo PERELLÓ (Rafaela, Argentina)
 
Hoy, la escena que contemplamos en el Evangelio nos pone ante la intimidad que existe entre Jesucristo y el Padre; pero no sólo eso, sino que también nos invita a descubrir la relación entre Jesús y sus discípulos. «Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3): estas palabras de Jesús, no sólo sitúan a los discípulos en una perspectiva de futuro, sino que los invita a mantenerse fieles al seguimiento que habían emprendido. Para compartir con el Señor la vida gloriosa, han de compartir también el mismo camino que lleva a Jesucristo a las moradas del Padre.
 
«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,5). Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14,6-7). Jesús no propone un camino simple, ciertamente; pero nos marca el sendero. Es más, Él mismo se hace Camino al Padre; Él mismo, con su resurrección, se hace Caminante para guiarnos; Él mismo, con el don del Espíritu Santo nos alienta y fortalece para no desfallecer en el peregrinar: «No se turbe vuestro corazón» (Jn 14,1).
 
En esta invitación que Jesús nos hace, la de ir al Padre por Él, con Él y en Él, se revela su deseo más íntimo y su más profunda misión: «El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza» (San Gregorio de Nisa).
 
Un Camino para andar, una Verdad que proclamar, una Vida para compartir y disfrutar: Jesucristo.
 
Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«No se te dice: ‘Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la vida’; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido. Levántate, pues, y anda» (San Agustín)
 
«El Señor es el único camino que nos conduce a la verdadera vida. La construcción de un mundo donde reine el amor y la concordia comienza en cada corazón humano, cuando en él se hacen vida la escala de valores y las actitudes evangélicas del Señor» (San Juan Pablo II)
 
«La fe en Él introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre, porque Jesús es ‘el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14,6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con Él en el Padre (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.614)
 

06 mayo, 2023

Santo Domingo Savio, Patrono de las embarazadas


 

¡Oh!, Santo Domingo Savio, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida y su amado santo. Adorabais a ¨Jesús Eucaristía”
y lo imitabais con ardor de corazón, amando a María, con
entrega total. Decíais vos: “Si vosotros sois santos,
alegres estad siempre”. Vuestra corta y santa vida, era
toda amabilidad, cortesía y alegría, diciendo a menudo:
“Prefiero morir antes que pecar”. Mamá Margarita, la madre
de San Juan Bosco, le dijo un día a él: “Entre tus alumnos
tienes muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno
iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan
alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto
siempre a ayudar a todos y en todo”. Tres años ganasteis
el Premio de Compañerismo, entre todos los ochocientos
alumnos. Vos decíais: “Nosotros demostramos la santidad,
estando siempre alegres”. Un día, después de confesaros,
comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sentisteis
que partíais al cielo y exclamasteis: “Papá, papá, qué
cosas tan hermosas veo”. Y, sonriendo expirasteis en paz.
Más tarde, a los ocho días, aparecisteis a vuestro padre
y le dijisteis que salvo era, luego a San Juan Bosco,
rodeado de muchos jóvenes le dijisteis: “Lo que más me
consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la
Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen
mucho y con fervor. Y, dígales a los jóvenes que los espero
en el Paraíso”. Don Bosco, os escuchó admirado, y escribió
sobre vos, el fiel retrato de vuestro amor a Jesús y María,
testimonio de oro, para la familia, los jóvenes y los
mayores. Hoy, desde el cielo, alumbráis el sendero de
los jóvenes del mundo, que os aman, porque vos, en vuestra
corta vida, entregasteis todo de sí, y con justicia Dios os
coronó de luz, por vuestra maravillosa entrega de amor y fe;
¡oh!, Santo Domingo Savio, “viva consagración al Dios Vivo”.

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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06 de Mayo
Santo Domingo Savio
Estudiante
(1857)

Historia

Domingo significa: El que está consagrado al Señor.

Entre los miles de alumnos que tuvo el gran educador San Juan Bosco, el más famoso fue Santo Domingo Savio, joven estudiante que murió cuando apenas le faltaban tres semanas para cumplir sus 15 años.

Nació Domingo Savio en Riva de Chieri (Italia) el 2 de abril de 1842.
Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía familiar haciendo costuras para sus vecinas.

Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar a la Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy de mañana y se encontraba cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía, mientras llegaba el sacristán a abrir.

El día anterior a su primera confesión fue donde la mamá y le pidió perdón por todos los disgustos que le había proporcionado con sus defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el famoso propósito que dice: “Prefiero morir antes que pecar”.

A los 12 años se encontró por primera vez con San Juan Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el santo tenía para niños pobres. Don Bosco para probar que tan buena memoria tenía le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: “Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor”. Esto se cumplió admirablemente.

Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba malas conversaciones. El sacerdote le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció aunque esto le costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño de ducha. Y San Juan Bosco añade al narrar este hecho: “Si este jovencito hubiera seguido yendo a aquel sitio no habría llegado a ser santo”. Pero la obediencia lo salvó.

Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le fue posible. Entonces cuando los dos peleadores estaban listos para lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo: “Antes de lanzarse las pedradas digan: ”. Los dos enemigos se dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la tal pelea.

Por muchos años recordaban con admiración este modo de obrar de su amiguito santo. Cada día Domingo iba a visitar al Santísimo Sacramento en el templo, y en la santa Misa después de comulgar se quedaba como en éxtasis hablando con Nuestro Señor. Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas. Tanto le emocionaba la visita de Jesucristo en la Santa Hostia.

Por tres años se ganó el Premio de Compañerismo, por votación popular entre todos los 800 alumnos. Los compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial con todos. El repetía: “Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres”.

Con los mejores alumnos del colegio fundó una asociación llamada “Compañía de la Inmaculada” para animarse unos a otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado. Y es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo Savio.

En un sueño – visión, supo que Inglaterra iba a dar pronto un gran paso hacia el catolicismo. Y esto sucedió varios años después al convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres ingleses al catolicismo.

Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una casa lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos sacramentos. El sacerdote fue allá y le ayudó a bien morir.

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: “Te podía pegar yo también porque tengo más fuerza que tú. Pero te perdono, con tal de que no vuelvas a decir lo que no conviene decir”. El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.

Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó. Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él respondió: “Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían”.

Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a ayudar a todos y en todo”.

San Juan Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía triste jamás, aunque su salud era muy deficiente y sus problemas enormes. Pero un día los alumnos lo vieron extraordinariamente serio. ¿Qué pasaba? Era que se alejaba de su colegio el más amado y santo de todos sus alumnos: Domingo Savio. Los médicos habían dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba demasiado débil para seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a descansar en su pueblo. Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que habría de morir primero. Domingo les dijo a los compañeros: “el Padrenuestro de este mes será por mí”. Nadie se imaginaba que iba a ser así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su santo educador que en sólo tres años de bachillerato lo había llevado a tan grande santidad, los alumnos que lo rodeaban comentaban: “Miren, parece que Don Bosco va a llorar”.

– Casi que se podía repetir aquel día lo que la gente decía de Jesús y un amigo suyo: “¡Mirad, cómo lo amaba!”. Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: “El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios”. Y así fue.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba para cumplir los 15 años, y cursaba el grado 8º. De bachillerato, Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la eternidad. Llamó a su papacito a que le rezara oraciones del devocionario junto a su cama (la mamacita no se sintió con fuerzas de acompañarlo en su agonía y se fue a llorar a una habitación cercana). Y a eso de las 9 de la noche exclamó: “Papá, papá, qué cosas tan hermosas veo” y con una sonrisa angelical expiró dulcemente. A los ocho días su papacito sintió en sueños que Domingo se le aparecía para decirle muy contento que se había salvado. Y unos años después se le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que están en el cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso”.

Hagamos el propósito de conseguir la hermosa Biografía de Santo Domingo, escrita por San Juan Bosco. Y hagámosla leer en nuestra familia a jóvenes y mayores. A todos puede hacer un gran bien esta lectura.

Domingo: ¡Quiero ser como tú!.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Domingo_Savio_5_6.htm)

 

05 mayo, 2023

San Ángel de Sicilia, Mártir

 

 

 

¡Oh! San Ángel, vos, sois el hijo del Dios de la Vida
su mártir y amado santo, cristiano católico y
miembro de la antiquísima Orden de Nuestra Señora
del Monte Carmelo. Viajasteis a Roma, al lado de San
Bartolo, fundador de la Orden, para pedir la aprobación
de la Regla para vuestra Orden. La Virgen María se
apareció a vuestros padres, haciéndolos discípulos de
su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Vos, desde pequeño
mostrasteis interés por las cosas de Dios, porque vuestro
corazón, ansioso estaba para servirlo. A muy temprana
edad dominabais el griego, el latín y el hebreo. Cuando
estuvisteis más maduro en la fe, pedisteis ser incorporado
al Carmelo, en el monasterio de Santa Ana en Jerusalén.
Durante cinco años vivisteis como ermitaño y el mismo
Jesús se os apareció para mostraros el mal que le esperaba
a Tierra Santa, a causa de la invasión de los musulmanes.
El Señor os encomendó luego, que os dirigieses hacia
Occidente para predicar y convertir a los pecadores,
y despertar amor por la tierra donde nació y vivió.
Vos, tras ser ordenado sacerdote, recibisteis de vuestra
Orden, marchar a Roma, y obtener la aprobación de la
nueva Regla del Carmelo. Allí, predicasteis en la basílica
de San Juan de Letrán, con abundantes frutos de santidad.
En medio de aquellas tareas tuvisteis la visión de Cristo
que os mostraba los rostros de dos grandes santos: Santo
Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, y Él, mismo
os dijo: “Hay dos nuevas y firmes columnas de la Iglesia”,
aludiendo a los dos grandes fundadores de las órdenes
mendicantes: los dominicos y los franciscanos. Más tarde,
os enviaron como predicador, a la isla de Sicilia, para
convertir a los seguidores de la herejía del catarismo,
que condenaba el sacramento del matrimonio, negaba la
resurrección de los muertos y planteaba una comprensión

errada de la doctrina moral cristiana. Allí con la
ayuda de Dios, convertisteis a muchos herejes e hicisteis
cercano el Evangelio de Cristo a muchos paisanos vuestros.
El enemigo os buscaba ya, hace mucho tiempo, hasta
que, un día, terminando de predicar fuisteis acuchillado
y herido de muerte, caísteis de rodillas, perdonasteis
a vuestros asesinos y ofrecisteis vuestra muerte por la
conversión de los pecadores. Volando así, vuestra alma al
cielo para ser coronada con corona de luz, como justo
premio a vuestra entrega increíble de amor y fe. ¡Aleluya!
¡Oh! San Ángel de Sicilia «vivo siervo del del Dios Vivo».

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado


5 de Mayo
San Ángel
Mártir

Cada 5 de mayo la Iglesia celebra a San Ángel de Sicilia, cristiano católico nacido en Palestina y uno de los primeros miembros de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (carmelitas).

Al lado de San Bartolo, fundador de la Orden, Ángel viajó desde su tierra natal hasta Roma con el propósito de pedir la aprobación de la Regla para su Orden. Murió mártir en 1226 en Sicilia, Italia.

El camino de la oración y el anuncio

Este santo nació en la ciudad de Jerusalén en 1185. Sus padres fueron judíos conversos al cristianismo. De acuerdo a una antigua tradición, la Virgen María se apareció a sus progenitores para hacerlos discípulos de su Hijo.

Ángel mostró desde niño un gran interés por las cosas de Dios y que su corazón estaba hecho para entregarse a su servicio. Con poco más de 10 años empezó a estudiar y a los 15 ya dominaba el griego, el latín y el hebreo. Al llegar a los 25, más maduro en la fe, solicitó la incorporación al Carmelo, en el monasterio de Santa Ana en Jerusalén.

Durante los siguientes cinco años vivió como ermitaño y el mismo Jesús se le apareció para mostrarle el mal que le esperaba a Tierra Santa a causa de la invasión de los musulmanes. El Señor le encomendó luego que se dirija hacia Occidente para predicar y convertir a los pecadores, y así despertar en las gentes el deseo de velar por la tierra donde nació y vivió.

Ángel, tras ser ordenado sacerdote en 1218, recibió de su Orden la misión de viajar a Roma y obtener la aprobación pontificia de la nueva Regla del Carmelo. Esta llegaría posteriormente por mandato del Papa Honorio III en 1226.

El santo a quien Cristo mostró el futuro de la Iglesia

Por orden del Sumo Pontífice, San Ángel predicó por un tiempo en la basílica de San Juan de Letrán (Roma) con abundantes frutos de santidad. Estos intensos días de oración y predicación se convirtieron en ocasión propicia para un encuentro inesperado.

San Ángel tuvo una visión de Cristo que le mostraba los rostros de dos grandes santos: Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Luego el Salvador le dijo: “Hay dos nuevas y firmes columnas de la Iglesia”, en alusión a los dos grandes fundadores de las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos, respectivamente.

Abundantes frutos de conversión

Concluída esta etapa, San Ángel sería enviado como predicador a la isla de Sicilia (Italia), con el propósito de aleccionar y convertir a los seguidores del catarismo (herejía que condenaba el sacramento de matrimonio, negaba la resurrección de los muertos y planteaba una comprensión errada de la doctrina moral cristiana).

Con la ayuda de Dios, el santo tuvo éxito convirtiendo a muchos herejes; y gracias a su ascendencia judía, logró acercar el Evangelio a muchos de sus connacionales. Incluso se dice que logró convertir a más de 200 judíos en Palermo.

La vida de nuestro santo acabó en la ciudad de Licata, al suroeste de Sicilia. Cuando terminaba de predicar a la multitud, fue acuchillado por una banda de malhechores. Herido de muerte, cayó de rodillas, perdonó a sus asesinos y ofreció su muerte por la conversión de los pecadores.

La devoción a San Ángel de Sicilia se hizo muy popular desde mediados del siglo XV, cuando su culto fue oficialmente reconocido por el Papa Pío II, en 1459.

(https://www.aciprensa.com/noticias/hoy-se-conmemora-a-san-angel-martir-de-los-carmelitas-90505)