26 mayo, 2023

San Felipe Neri, Catequista y Director espiritual, el santo de la alegría, patrono de maestros y humoristas

 
 

 

 

¡Oh! San Felipe Neri, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
su amado siervo y santo, que desde niño mostrabais alegría
y bondad, tanto que la gente os llamaba “Felipín el bueno”.
Huérfano de madre, vuestro padre os envió a casa de un tío
rico, pero vos, os disteis cuenta de que las riquezas os
impedirían el dedicaros a Dios, y un día tuvisteis lo que
vos llamasteis vuestra primera “conversión”. En adelante
confiaríais solo en Dios y no en las riquezas. En Roma os
hospedasteis debajo de una escalera y os comprometisteis
a brindarle clases a los hijos de vuestro bienhechor. Vuestra
alimentación era una comida al día: un pan, un vaso de agua
y unas aceitunas. Vuestro bienhechor dijo que, desde que vos,
les dabais clases a sus hijos, estos se comportaban como
ángeles. Os ocupabais en leer, rezar, hacer penitencia y
meditar. Más adelante estudiasteis filosofía y teología.
Pero, por inspiración de Dios, os dedicasteis por entero
a enseñar catecismo a las gentes pobres, tarea que hicisteis
por cuarenta años, cambiando totalmente la ciudad. Vos,
recibisteis de Dios, el don de la alegría y de amabilidad,
por lo simpático de tratar a la gente, pues de manera natural
os hacíais amigo de obreros, empleados, vendedores y niños
de la calle, porque les hablabais del alma, de Dios y de
la salvación. Frecuentemente preguntabais: “amigo, ¿y cuándo
vamos a empezar a volvernos mejores?”. Y, vos, le explicabais
los modos fáciles para llegar a ser más piadosos y comenzar
a portarse como Dios quiere. A las personas que os mostraban
sus deseos de progresar en santidad, le llevabais a atender
enfermos en hospitales de caridad. También los exhortabais
a empezar una vida nueva, visitando devotamente a los siete
templos de Roma y en cada uno orar y meditar. Y así, con la
caridad y la oración lograbais transformar a mucha gente.
Desde el alba, hasta el anochecer enseñabais catecismo a los
niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales,
y llevando grupos a las iglesias a rezar y meditar. Pero,
vos, al anochecer os retirabais a algún sitio solitario
para orar y meditar en lo que Dios ha hecho por nosotros.
Muchas veces pasabais la noche rezando y os encantaba iros
a rezar en las puertas de los templos y las catacumbas
romanas, donde están enterrados los mártires del Dios Vivo
y Eterno. La noche de la vigilia de Pentecostés, estabais
rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con
todo vuestro corazón. Y, vuestro corazón, se creció y se os
saltaron dos costillas y vos, emocionado y casi muerto
decíais: “¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta
alegría!”. Fundasteis la hermandad para socorrer a los 
pobres y para dedicarse a orar y meditar, y, con ellos un
hospital llamado “De la Santísima Trinidad y los peregrinos”.
Propagasteis por toda Roma la costumbre de las “cuarenta horas"
para adorar a Cristo Sacramentado. Siendo sacerdote
recibisteis otro regalo generoso de Dios: su gran don de saber
confesar muy bien. Pasabais horas de horas, en esta tarea  
bellísima, y gentes de todas las clases sociales cambiaban
como por milagro. Leíais, los pecados más ocultos y obteníais
increíbles conversiones. Vos, quisisteis marchar al Asia, pero
vuestro director espiritual os dijo amorosamente que no.
Formasteis el “Oratorio”, para que las gentes llegasen a orar.
Fundasteis la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos
o Filipenses, con aprobación del Papa. En vuestra casa de Roma
os reuníais con niños desamparados para educarlos y volverlos
buenos cristianos. Decíais:“Haced todo el ruido que queráis, que
a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro
Señor. Lo importante es que no pequéis. Lo demás no me disgusta”.
Un día os dolía la vesícula y dijisteis: “Por favor háganse
a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme”.
¡Y quedasteis sano inmediatamente! Curasteis a muchos enfermos
con solo imponerles las manos y a otros tantos, les anunciasteis
lo que les iba a suceder en el futuro. En la celebración de la
Santa Misa y la oración, entrabais en éxtasis y vuestro rostro
se os llenaba de luces y resplandores. Y a pesar de ello, os
manteníais humilde y os considerabais el último de todos y el
más indigno pecador. El Espíritu Santo os concedió el don de
saber aconsejar y aunque estabais débil de salud, atendíais
en vuestra celda. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes,
monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos,
todos querían pediros un sabio consejo y volvían a sus casas
llenas de paz y cambiados. Antes de que vuestra alma partiera
a la Casa del Padre, vuestro médico os vio increíblemente
contento que os dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan
alegre”, y vos respondisteis muy feliz y contento: “Me alegré
cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”. A media
noche os dio un ataque y levantando la mano para bendecir
amorosamente a vuestros sacerdotes expirasteis dulcemente.
¡Oh! San Felipe Neri "Viva alegría del Dios Vivo y eterno".

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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San Felipe Neri
Sacerdote fundador
Año 1595

Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de San Felipe Neri. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.

San Felipe nació en Florencia, Italia, en 1515. Su padre se llamaba Francisco Neri. Desde pequeño demostraba tal alegría y tan grande bondad, que la gente lo llamaba “Felipín el bueno”. En su juventud dejó fama de amabilidad y alegría entre sus compañeros y amigos.

Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera “conversión”. Y consistió en que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quería confiar solamente en Dios y no en riquezas o familiares pudientes.

Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a ofrecerle una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso de agua y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban como ángeles.

Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar, hacer penitencia y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios de filosofía y de teología. Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por 40 años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la ciudad.

Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus preguntas más frecuentes era esta: “amigo ¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?”. Si la persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere.

A aquellas personas que le demostraban mayores deseos de progresar en santidad, las llevaba de vez en cuando a atender enfermos en hospitales de caridad, que en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y necesitados de todo.

Otra de sus prácticas era llevar a las personas que deseaban empezar una vida nueva, a visitar en devota procesión los siete templos principales de Roma y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y así con la caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a muchísima gente.

Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a los niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho por nosotros. Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le encantaba irse a rezar en las puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas subterráneas de Roma donde están encerrados los antiguos mártires.

Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios. Y la vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando aquella noche rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón, éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe entusiasmado y casi muerto de la emoción exclamaba: “¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!”. En adelante nuestro santo experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su cuerpo de estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia Nuestro Señor. Cuando lo fueron a enterrar notaron que tenía dos costillas saltadas y que estas se habían arqueado para darle puesto a su corazón que se había ensanchado notablemente.

En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado “De la Santísima Trinidad y los peregrinos”, y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron a 145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando por toda Roma la costumbre de las “40 horas”, que consistía en colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las personas devotas en esta adoración.

A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue ordenado de sacerdote, en el año 1551.

Y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de saber confesar muy bien. Ahora pasaba horas y horas en el confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían confesado con él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como penitencia por los pecados y a escuchar predicaciones. Así la conversión era más completa.

San Felipe quería irse de misionero al Asia pero su director espiritual le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada el “Oratorio”, porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos Borromeo.

San Felipe tuvo siempre en don de la alegría. Donde quiera que él llegaba se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar los dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las gentes se reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes les parecía que él debería ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era de verdad).

En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados para educarlos y volverlos buenos cristianos. Estos muchachos hacían un ruido ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San Felipe les decía: “Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no pequéis. Lo demás no me disgusta”. Esta frase la repetirá después un gran imitador suyo, San Juan Bosco.

Una vez tuvo un ataque fortísimo de vesícula. El médico vino a hacerle un tratamiento, pero de pronto el santo exclamó: “Por favor háganse a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme”. Y quedó sanado inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles las manos. A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de todo esto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos y el más indigno pecador.

Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación.

Empezó a sentir tales fervores y tan grandes éxtasis en la Santa Misa, después de la consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el final de la misa.

El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan alegre”, y él le respondió: “Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”. A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años. El Papa lo declaró santo en el año 1622 y las gentes de Roma lo consideraron como a su mejor catequista y director espiritual.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Felipe_Neri_5_28.htm)



 

25 mayo, 2023

San Beda, Patrono de los Historiadores

¡Oh!, San Beda, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
Presbítero, Doctor y su amado santo, que, desde
pequeño encontrasteis en “La luz del mundo”, Cristo
Jesús, la pasión de vuestra vida toda, dedicándoos
con fervor a meditar y compartir las Escrituras Sagradas,
y vuestro canto en la Iglesia. Vos, hacíais lo que más
os gustaba: aprender, enseñar y escribir. Burke, de vos,
dijo que: “erais padre de la erudición inglesa”, pues,
en vuestra pluma, brilló la filosofía, la cronología,
la aritmética, la gramática, la astronomía, la música
y la Teología, y, en grado sumo, el ejemplo de San Isidro,
seguido de sencilla manera y sin complicaciones. A
vos, se os presenta como uno de los padres de la cultura
inglesa, influyendo por medio de la escuela de York
y la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea.
Vuestra “Historia Eclesiástica Gentis Anglorum”, os
mereció, para ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana:
“venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”.
A vos, os gustaba definiros como: “historicus verax”, o
“historiador veraz”, porque prestasteis grande servicio
a la verdad. Terminasteis vuestra gigante obra histórica
con esta reverente oración: “Te pido, Jesús mío, que me
concediste saborear con delicia las palabras de tu
sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un
día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”.
“Ahora sostenme la cabeza y haz que pueda dirigir los
ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento
que me invade una gran dulzura. He vivido bastante y
Dios ha dispuesto bien de mi vida”. Vuestras últimas
palabras fueron, mientras el monje escribano sostenía
vuestra cabeza, luego de haber dictado la última página
de vuestro comentario a san Juan. Y, terminado ello, voló
vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona
de luz, como premio justo a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Beda, “Vivo siervo del Dios de la Vida y del Amor”.

© 2023 Luis Ernesto Chacón Delgado.
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25 de Mayo
San Beda “el Venerable”
Presbítero y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida en el monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en meditar y exponer las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron siempre estudiar, o enseñar, o escribir (735).

Etimológicamente: Beda = Aquel que es un buen guerrero, es de origen germánico.

El nombre de Beda o Baeda en lengua sajona quiere decir oración. San Beda, “padre de la erudición inglesa” como lo definió el historiador Burke, murió a los 63 años en la abadía de Jarrow, en Inglaterra, después de haber dictado la última página de un libro suyo y de haber rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el 25 de mayo del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He vivido bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.

Beda nació en el año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y recibió su formación en dos monasterios benedictinos de Wearmouth y Jarrow, en donde fue ordenado a los 22 años.

Las dos más grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo en tres verbos: aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra de escritor tiene su origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre filosofía, cronología, aritmética, gramática, astronomía, música, siguiendo el ejemplo de san Isidro. Pero san Beda es ante todo un teólogo, de estilo sencillo, accesible a todos.

Se le presenta como uno de los padres de toda la cultura posterior, influyendo, por medio de la escuela de York y la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea. Entre los monumentos insignes de la historiografía queda su Historia eclesiástica gentis Anglorum, que le mereció ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana, en el 836, “venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”. Le gustaba definirse “historicus verax”, historiador veraz, consciente de haber prestado un servicio a la verdad.

Terminó su voluminosa obra histórica con esta oración: “Te pido, Jesús mío, que me concediste saborear con delicia las palabras de tu sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”. El Papa Gregorio II lo había llamado a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara en la laboriosa soledad del monasterio de Jarrow, del que se alejó sólo por pocos meses, para poner las bases de la escuela de York, de la que después salió el célebre Alcuino, maestro de la corte carolingia y fundador del primer estudio parisiense.

Después de haber dictado la última página de su Comentario a san Juan, le dijo al monje escribano: “ahora sostenme la cabeza y haz que pueda dirigir los ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento que me invade una gran dulzura”. Fueron sus últimas palabras.

(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=733)

24 mayo, 2023

Santa María Auxiliadora, “Auxilio potentísimo de los cristianos"

 


 

¡Oh!, Santa María Auxiliadora, a Vos, que sois la Santa Madre
del Redentor en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría
y Atenas acostumbran llamaros con el nombre de “Auxiliadora”,
“Boetéia”, que significa: “La que trae auxilios venidos del cielo”.
San Juan Crisóstomo, os llama con razón “Auxilio potentísimo
de los cristianos». Y, vuestros títulos más antiguos que se leen
en monumentos de Oriente como “Madre de Dios” y “Auxiliadora”
son en realidad “Teotocos” y “Boetéia”. Procolo, el orador decía:
“La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae
auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea, os llama: “Auxiliadora
de los que sufren”. Y, cuenta de cómo a un enfermo, al cual
se le llevó junto a una imagen de Vos, la salud recuperó, y que,
aquella imagen de la “Auxiliadora de los enfermos”, popular
se volvió entre aquella gente. Melone, el poeta, os llama:
“Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus
y ayuda de los que somos débiles”. Y que, ojalá Vos, seais
Auxiliadora de los que gobiernan”, pues Cristo dijo: “Dad
al gobernante lo que es del gobernante”, confirmando lo que
Jeremías dijo: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque
su bien será vuestro bien”. San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén
dijo de Vos: “María es Auxiliadora de los que están en la tierra
y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno,
predicador, propagó esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad
por nosotros”. Y, explicó: “La Virgen es auxiliadora para conseguir
la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora
en la hora de la muerte”. San Germán, en un bello sermón dijo
de vos:“Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres,
valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora
de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora
de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora
del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”. Pío V, Papa, gran
devoto vuestro, armó un ejército y venció en Lepanto. Por ello,
con una gran multitud las calles de Roma rezando el Santo Rosario
recorrió, en gratitud de tan increíble victoria y ordenó que cada
año el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, se celebrase
y que, en las letanías se rezara siempre esta oración: “María
auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”. Napoleón, por su ego,
ambición y falso orgullo osó poner en prisión al Papa Pío VII,
y éste hizo una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta
indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la
Iglesia Católica”. Y, así un día como hoy, triunfante regresó a Roma,
y en memoria de este noble favor de la Virgen María, decretó que
en adelante se celebrara la fiesta de María Auxiliadora, en acción
de gracias a la Madre de Dios. A San Juan Bosco, os aparecisteis
en sueños, mandándoos que adquiriera “ciencia y paciencia”, porque
Dios lo destinó para educar a niños pobres. Y, más adelante os
aparecisteis una vez más, y le pedisteis que os construyeran un
templo y que os invocase con el título de “Auxiliadora”. San Juan
Bosco, decía: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro
de la Santísima Virgen”. “Propagad la devoción a María Auxiliadora
y veréis lo que son milagros” y acotaba: “María Auxiliadora, rogad
por nosotros”. Y, yo, digo, que como Vos, nadie hay ni habrá jamás;
¡Oh! Santa María Auxiliadora, “Vivo auxilio de los cristianos de Dios”.

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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24 de Mayo
Santa María Auxiliadora

Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua

Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra “Boetéia”, que significa “La que trae auxilios venidos del cielo”.  

Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama “Auxilio potentísimo” de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: “La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen “Auxiliadora de los que sufren” y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la “Auxiliadora de los enfermos” se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo.

El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María “Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles” e insiste en que recemos para que Ella sea también “Auxiliadora de los que gobiernan” y así cumplamos lo que dijo Cristo: “Dad al gobernante lo que es del gobernante” y lo que dijo Jeremías: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien”.

En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: “María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad por nosotros”. Y repite: “La “Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte”.

San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: “Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”.

La batalla de Lepanto

En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego – de manera admirable – el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios.

Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.

El Papa y Napoleón

El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica”. Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: “Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados”, vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.

San Juan Bosco y María Auxiliadora

El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. Su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera “ciencia y paciencia”, porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.

Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.

San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros” y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Auxiliadora_5_24.htm)

23 mayo, 2023

San Juan Bautista Rossi, Confesor

 


 

¡Oh!, San Juan Bautista Rossi, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que aceptasteis el
mortificaros, el
sufrir y el trabajar cada día haciendo
el bien a cada instante y en cada momento, a ello
sumando vuestra infinita paciencia con todos,
de especial manera con los pobres, enfermos
y abandonados a quienes amabais con piedad
y amor, y les enseñabais el catecismo y los
preparabais para los sacramentos santos recibir.
“Antes yo me preguntaba cuál sería el camino

para lograr llegar al cielo y salvar muchas almas
Y he descubierto que la ayuda que yo puedo
dar a los que se quieren salvar es: ¡confesarlos!
Es increíble el gran bien que se puede hacer
en la confesión”, dijisteis vos en cierta ocasión
a un amigo vuestro y, aquella labor no la dejasteis

nunca más pues, como abejas atraídas a un panal,
así los penitentes acudían ante vos, para absueltos
ser de sus pecados y cada penitente rebosante
de alma pura, a otras tantas traía, para amistarlas,
con Dios. Confesabais y predicabais a presos
y carceleros; a enfermos, pobres, desamparados
y niños de la calle y comunes pecadores.Y, todos
os rendían ante vuestros consejos y palabras de

amor. Para ellos habíais venido al mundo, y por
ellos, vuestra vida entregasteis al Padre; quien
con justicia plena, os coronó con corona de luz
y eternidad, Santo Confesor del Dios Vivo y eterno;
¡oh!, San Juan Bautista Rossi, «vivo amor por Cristo».

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Mayo

San Juan Bautista Rossi
Confesor
(Año 1764)

«Todo el bien que habéis hecho a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo habéis hecho». (Jesucristo).

Nació en 1698, en un pueblecito cerca de Génova (Italia). Cuando tenía diez años, fueron a su pueblo dos esposos muy piadosos a veranear y al ver lo piadoso y bueno que era el muchachito, pidieron permiso a sus padres para llevarlos a su casa de Génova y educarlo allá. Y sucedió que a la casa de estos esposos iban frecuentemente de visita unos padres capuchinos a pedir ayuda para los pobres y estos religiosos le dieron recomendaciones tan laudatorias del buen joven al Padre Provincial que éste lo recomendó a un Canónigo de Roma el cual lo llevó a estudiar a la ciudad eterna.

En el Colegio Romano hizo estudios con gran aplicación, ganándose la simpatía de sus profesores y compañeros, y fue ordenado sacerdote, a los 23 años. Leyó un libro algo exagerado que recomendaba hacer penitencias muy fuertes, y se dedicó a mortificarse en el comer, en el beber y en el dormir, tan exageradamente que le sobrevino una depresión nerviosa que lo dejó varios meses sin poder hacer nada. Logró rehacer sus fuerzas, pero de ahí en adelante tuvo siempre que luchar contra su mala salud.

Y aprendió que la mejor mortificación es aceptar los sufrimientos y trabajos de cada día, y hacer bien en cada momento lo que tenemos que hacer y tener paciencia con las personas y las molestias de la vida, en vez de andar dañándose la salud con mortificaciones exageradas. Desde cuando era seminarista sentía una gran predilección por los pobres, los enfermos y los abandonados. El Sumo Pontífice había fundado un albergue para recibir a las personas que no tenían en dónde pasar la noche, y allá fue por muchos años el joven Juan Bautista a atender a los pobres y necesitados y a enseñarles el catecismo y prepararlos para recibir los sacramentos. Se llevaba varios compañeros más, sobre los cuales él ejercía una gran influencia.

También le agradaba irse por las madrugadas a la Plaza de mercado a donde llegaban los campesinos a vender sus productos. Allí enseñaba catecismo a los niños y a los mayores y preparó a muchos para hacer la confesión y recibir la Primera Comunión.

Los primeros años de su sacerdocio no se atrevía casi a confesar porque le parecía que no sabría dar los debidos consejos. Pero un día un santo Obispo le pidió que se dedicara por algún tiempo a confesar en su diócesis. Y allí descubrió Juan Bautista que este era el oficio para el cual Dios lo tenía destinado. Al volver a Roma le dijo a un amigo: “Antes yo me preguntaba cuál sería el camino para lograr llegar al cielo y salvar muchas almas. Y he descubierto que la ayuda que yo puedo dar a los que se quieren salvar es: confesarlos. Es increíble el gran bien que se puede hacer en la confesión”.

Se fue a ayudar a un sacerdote en un templo a donde acudían muy pocas personas. Pero desde que comenzó Rossi a confesar allí, el templo se vio frecuentado por centenares y centenares de penitentes que venían a ser absueltos de sus pecados. Cada penitente le traía otras personas para que se confesaran con él y las conversiones que se obraban eran admirables.

El Sumo Pontífice le encomendó el oficio de ir a confesar y a predicar a los presos en las cárceles y a los empleados que dirigían las prisiones. Y allí consiguió muchas conversiones. De todas partes lo invitaban para que fuera a confesar enfermos, presos y gentes que deseaban convertirse. A muchos sitios tenía que ir a predicar misiones y obtenía del cielo numerosas conversiones. En los hospitales era estimadísimo confesor y consolador de los enfermos. Sus amigos de siempre fueron los pobres, los desamparados, los enfermos, los niños de la calle y los pecadores que deseaban convertirse. Para ellos vivió y por ellos desgastó totalmente su vida.

El se mantenía siempre humilde y listo a socorrer a todo el que le fuera posible. El 23 de mayo del año 1764, sufrió un ataque al corazón y murió a la edad de 66 años. Su pobreza era tal que el entierro tuvieron que costeárselo de limosna. La estimación por él en Roma era tan grande que a su funeral asistieron 260 sacerdotes, un arzobispo, muchos religiosos e inmenso gentío. La misa de réquiem la cantó el coro pontificio de la Basílica de Roma.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Bautista_Rossi_5_23.htm)

22 mayo, 2023

Santa Rita de Casia, esposa y madre, la “santa de los imposibles”

 

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¡Oh!, Santa Rita de Casia, vos, sois la hija del Dios
de la Vida y su amada santa. Abogada de los imposibles
con el  corazón lleno de humildad y presto para beber
la tragedia y el dolor, la miseria moral, material
y social, que os revelasteis para alegría de Nuestro Señor
Jesucristo. Obediente y dulce mujer, que, en silencio
sufristeis los excesos de vuestro esposo Pablo, a quien
su alma y corazón cambiasteis, con paciencia y dulzor.
Cuando, a Dios pedisteis, que se llevara a vuestros
hijos, antes de empañar vuestra familia, Dios, os escuchó,
vuestros “incomprensibles ruegos”, para el hombre común,
pero, muy certeros para vos. Y, de pronto, os quedasteis,
sin esposo y sin hijos, y sólo, os quedó, el convento de
las agustinas de Casia, del que, increíblemente, rechazada
fuisteis. Pero, el cielo, no lo hizo jamás, y, a vuestros
tres santos protectores os encomendasteis y les pedisteis
aquél milagro. San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás
de Tolentino, ellos mismos os visitaron, y “agustina” os
hicieron, y os dedicasteis a la penitencia, a la oración
y al amor por Cristo crucificado, quien os regaló un estigma
en la frente, que llevasteis por catorce años, en señal de
ser predilecta hija suya. Vos, pedisteis cargar con los
dolores del prójimo para la redención de nuestros pecados.
Y, pasado un tiempo, y cumplida vuestra tarea en esta
tierra, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con
corona de luz como premio a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, Santa Rita de Casia, “vivo amor por el Dios de la Vida”.

© 2023 Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Mayo
Santa Rita de Casia
Religiosa Viuda y
Abogada de Imposibles

ORACIÓN

¡Oh! Dios omnipotente, que te dignaste conceder a Santa Rita tanta gracia, que amase a sus enemigos y llevase impresa en su corazón y en su frente la señal de tu pasión, y fuese ejemplo digno de ser imitado en los diferentes estados de la vida cristiana. Concédenos, por su intercesión, cumplir fielmente las obligaciones de nuestro propio estado para que un día podamos vivir felices con ella en tu reino. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.

Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.

Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.

Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.

Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.

(http://es.catholic.net/santoraldehoy/)

21 mayo, 2023

La Ascensión del Señor (A)

 Palabra de Dios diaria.: LECTURAS DEL DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA  ASCENSIÓN DEL SEÑOR 8 DE MAYO (BLANCO)

La Ascensión del Señor (A)

Texto del Evangelio (Mt 28,16-20):En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

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«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» Dr. Josef ARQUER (Berlin, Alemania)

Hoy, contemplamos unas manos que bendicen —el último gesto terreno del Señor (cf. Lc 24,51). O unas huellas marcadas sobre un montículo —la última señal visible del paso de Dios por nuestra tierra. En ocasiones, se representa ese montículo como una roca, y la huella de sus pisadas queda grabada no sobre tierra, sino en la roca. Como aludiendo a aquella piedra que Él anunció y que pronto será sellada por el viento y el fuego de Pentecostés. La iconografía emplea desde la antigüedad esos símbolos tan sugerentes. Y también la nube misteriosa —sombra y luz al mismo tiempo— que acompaña a tantas teofanías ya en el Antiguo Testamento. El rostro del Señor nos deslumbraría.

San León Magno nos ayuda a profundizar en el suceso: «Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado ahora a sus misterios». ¿A qué misterios? A los que ha confiado a su Iglesia. El gesto de bendición se despliega en la liturgia, las huellas sobre tierra marcan el camino de los sacramentos. Y es un camino que conduce a la plenitud del definitivo encuentro con Dios.

Los Apóstoles habrán tenido tiempo para habituarse al otro modo de ser de su Maestro a lo largo de aquellos cuarenta días, en los que el Señor —nos dicen los exegetas— no “se aparece”, sino que —en fiel traducción literal— “se deja ver”. Ahora, en ese postrer encuentro, se renueva el asombro. Porque ahora descubren que, en adelante, no sólo anunciarán la Palabra, sino que infundirán vida y salud, con el gesto visible y la palabra audible: en el bautismo y en los demás sacramentos.

«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Todo poder…. Ir a todas las gentes… Y enseñar a guardar todo… Y El estará con ellos —con su Iglesia, con nosotros— todos los tiempos (cf. Mt 28,19-20). Ese “todo” retumba a través de espacio y tiempo, afirmándonos en la esperanza.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Se aprovecharon tanto los Apóstoles de la Ascensión del Señor que todo lo que antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. Desde aquel momento elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra del Padre» (San León Magno)
  • «La Ascensión de Jesús al cielo constituye el fin de la misión que el Hijo ha recibido del Padre y el inicio de la continuación de esta misión por parte de la Iglesia, que durará hasta el final de la historia y gozará de la ayuda del Señor resucitado» (Francisco)
  • «La Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo, que ha prometido estar con los suyos ‘para siempre hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 80)

(https://evangeli.net/evangelio/dia/2023-05-21)

20 mayo, 2023

San Bernardino de Siena, promotor de la devoción al Santísimo Nombre de Jesús

 

 

¡Oh!, San Bernardino de Siena, vos, sois, el hijo del Dios
de la Vida, y su amado santo, que, desde los “Devotos de
Nuestra Señora”, os dedicasteis a obrar en caridad pura
y preparabais a las gentes para el buen morir. “Voy a visitar
a una personita de la cual estoy enamorado”. Decíais vos,
y vuestro secreto amor, Nuestra Señora era, a quien le rezabais
con gran amor y fe. A Nuestro Señor pedisteis y a su Santa
Madre, el poder dedicaros con pasión a evangelizar. Y, así
fue y Ella, nunca os abandonó y siempre estaba con vos.
Y, vuestra voz, que, de débil, en potente y agradable se
tornó, os posibilitó que predicarais en los campos, pueblos
y ciudades. “Temblad tierra entera, al ver que la criatura se
ha atrevido a ofender a su Creador”. Vos, decíais y todas las
gentes, arrepentidas lloraban. Vuestros estandartes mucho
dicen de vos, y, las tres letras JHS: Jesús, Hombre, Salvador,
señeras ondean en el tiempo, en palacios, casas y campos.
Predicación, ayunos, penitencia y milagros constantes, vuestra
vida fue. Y, vos, erais tan humilde, que, como simple discípulo,
escuchabais las clases del buen predicar de afamados maestros,
que enseñaban cómo hablar bien en público, ya entrado en
años. Vuestras predicaciones de milagros y prodigios eran
seguidos. Y, en Siena, vuestra tierra, divisiones y peleas había,
y para allá, les predicasteis, y volvió la paz. Y, así, vos, por los
pueblos predicando a Dios, viajabais con poca salud, pero, con
entusiasmo. Un día, os sentisteis débil y, al llegar al convento
de los franciscanos en Aquila, voló, vuestra alma al cielo,
para, “predicando” desde allá seguir, coronado con corona de luz,
como premio a vuestra entrega de amor y fe.¡Aleluya!¡Aleluya!
Fiel “Propagador de la Devoción al Santísimo Nombre de Jesús”;
¡oh!, San Bernardino de Siena, “vivo predicador del Dios Vivo”.

© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Mayo
San Bernardino de Siena,
Predicador
(Año 1444)

Suplícale al buen Dios y pídele a la Virgen Santísima, que nos envíe muchos y muy buenos predicadores, como tú. Ay de mí si no propago el evangelio. (San Pablo).

San Bernardino fue el más famoso predicador del 1400 y sus sermones sirvieron de modelos de predicación para muchos oradores en los siglos siguientes.

Nació cerca de Siena en Italia en el año 1380. Su padre era gobernador. El niño quedó huérfano de padre y madre a los siete años. Dos tías se encargaron de su educación y lograron formarlo lo mejor posible en ciencias religiosas y darle una educación muy completa. Sus estudios de bachillerato los hizo con tal dedicación que obtuvo las mejores notas.

Era muy simpático en el trato y las gentes gozaban en su compañía. Pero cuando oía a alguien que empleaba un vocabulario grosero y atrevido le corregía con toda valentía, para que abandonara esa mala costumbre.

Era muy bien parecido y un día un compañero lo incitó a cometer una acción impura. Bernardino le respondió dándole una sonora bofetada. Otro día un estudiante invitó a los compañeros del curso a cometer impurezas y Bernardino los animó a todos contra el impuro y le lanzaron barro y basura por la cara hasta hacerlo salir huyendo. Pero en el resto de su vida Bernardino fue siempre un modelo de amabilidad y bondad.

De joven se afilió a una asociación piadosa llamada “Devotos de Nuestra Señora” que se dedicaba a hacer obras de caridad con los más necesitados. Y sucedió que en el año 1400 estalló en Siena la epidemia de tifo negro. Cada día morían centenares de personas y ya nadie se atrevía a atender los enfermos ni a sepultar a los muertos, por temor a contagiarse. Entonces Bernardino y sus compañeros de la asociación se dedicaron a atender a los apestados. Trabajaban de día y de noche. Bernardino preparaba muy bien a los que ya se iban a morir, para que murieran en paz con Dios y bien arrepentidos de sus pecados. Y como por milagro, este grupo de jóvenes se libró del contagio de la peste del tifo. Pero cuando pasó la enfermedad, Bernardino estaba tan débil y sin alientos, que estuvo por varios meses postrado en cama, con alta fiebre. Esto le disminuyó mucho las fuerzas de su cuerpo, pero le sirvió enormemente para aumentar la santidad de su alma.

Cuando ya recobró otra vez su salud, de vez en cuando se alejaba de casa y a quienes le preguntaba a dónde se dirigía les respondía: “Voy a visitar a una personita de la cual estoy enamorado”. La gente creía que era que se iba a casar, pero un día sus tías le siguieron los pasos y se dieron cuenta de que se iba a una ermita donde había una estatua de la Virgen Santísima y allí le rezaba con gran fervor.

En el año 1402 entró de religioso franciscano. Lo recibieron en un convento cercano a su familia, pero como allí iban muchos amigos a visitarlo pidió que lo enviaran a otro más alejado y donde la disciplina era muy rígida, y así en el silencio, la oración y la mortificación se fue santificando.

Nuestro santo nació el día de la fiesta del nacimiento de la Santísima Virgen, el 8 de septiembre. Y en esa misma fecha recibió el bautismo. Y también un 8 de septiembre recibió el hábito de franciscano y en ese gran día de la Natividad de Nuestra Señora recibió la ordenación sacerdotal (en 1404). Fue pues siempre para él muy grata y muy significativa esta santa fecha.

Los primeros 12 años de sacerdocio los pasó Bernardino casi sin ser conocido de nadie. Vivía retirado, dedicado al estudio y la oración. Dios lo estaba preparando para su futura misión.

Ni la voz ni las cualidades oratorias le ayudaban a Bernardino para tener éxito en la predicación. Entonces se dedicó a pedir a Nuestro Señor y a la Sma. Virgen que lo capacitaran para dedicarse a evangelizar con éxito y de pronto Dios le envió a predicar. Y esto sucedió de un modo bien singular. Durante tres días seguidos, estando rezando todos los religiosos por la mañana, de pronto un joven novicio, sin poder contenerse, interrumpió la oración y le dijo: “Hermano Bernardino: no ocultes más las cualidades que Dios te ha dado. Vete a Milán a predicar”. Iguales palabras le fueron dichas cada uno de los tres días. Todos consideraron que esto era una manifestación de la voluntad de Dios y le aconsejaron que se fuera a la gran ciudad a predicar la Cuaresma. Y los éxitos fueron impresionantes. Las multitudes empezaron a asistir en inmensas cantidades a sus sermones. Al principio le costaba mucho hacerse oír a lo lejos pero le pidió con toda fe a la Virgen Santísima y Ella le concedió una voz potente y muy sonora (en vez de la voz débil y desagradable que antes tenía).

Y desde 1418 hasta su muerte, por 26 años Bernardino recorre pueblos, ciudades y campos predicando de una manera que antes la gente no había escuchado. Se levantaba a las 4 de la mañana y durante horas y horas preparaba sus sermones. Y el efecto de cada predicación era un entusiasmarse todos por Jesucristo y una gran conversión de pecadores. Muchísimos terminaban llorando de arrepentimiento al escuchar sus palabras. Cuando su voz potentísima gritaba en medio de la silenciosa multitud: “Temblad tierra entera, al ver que la criatura se ha atrevido a ofender a su Creador”, a las gentes les parecía que el piso se movía debajo de sus pies y empezaban a llorar con gran arrepentimiento. Casi siempre tenía que predicar en las plazas y campos porque en los templos no cabía la gente que deseaba escucharle.

Recorrió todo su país (Italia) a pie, predicando. Cada día predicaba bastantes horas y varios sermones. A todos y siempre les recomendaba que se arrepintieran de sus pecados y que hicieran penitencia por su vida mala pasada. Atacaba sin compasión los vicios y las malas costumbres e invitaba con gran vehemencia a tener un intenso amor a Jesucristo y la Virgen María.

Por todas partes llevaba y repartía un estandarte con estas tres letras: JHS (Jesús, Hombre, Salvador) e invitaba a sus oyentes a sentir un gran cariño por el nombre de Jesús. Donde quiera que San Bernardino predicaba, quedaban muchos estandartes en palacios y casas con sus tres letras: JHS.

En Polonia predicó contra los juegos de azar y las gentes quemaron todos los juegos de azar que tenían. Un fabricante de naipes se quejó con el santo diciéndole que lo había dejado en la ruina, y él aconsejó: “Ahora dedíquese a imprimir estampas de Jesús”. Así lo hizo y consiguió más dinero que el que había logrado conseguir imprimiendo cartas de naipe.

Los envidiosos lo acusaron ante el Papa diciendo que Bernardino recomendaba supersticiones. El Papa le prohibió predicar, pero luego lo invitó a Roma y lo examinó delante de los cardenales y quedó tan conmovido el Sumo Pontífice al oírle sus predicaciones, que le dio orden para que pudiera predicar por todas partes.

Durante 80 días predicó en Roma e hizo allí 114 sermones con enorme éxito. El Papa quiso nombrarlo arzobispo, pero el santo no se atrevió a aceptar. Entonces lo nombraron superior de los franciscanos, porque era el que más vocaciones había conseguido para esa comunidad.

Cuando Bernardino entró en la comunidad de franciscanos observantes, solamente había en Italia 300 de estos religiosos. Cuando él murió ya había más de 4,000.

Los grandes sacrificios que tenía que hacer para predicar tantas veces y en tan distintos sitios, y los muchos ayunos y penitencias que hacía, lo fueron debilitando notoriamente. En su rostro se notaba que era un verdadero penitente, pero esta misma apariencia de austero y mortificado, le atraía más la admiración de las gentes. El único lujo que aceptó en sus últimos años, fue el de un borriquillo, para no tener que hacer a pie todos sus largos viajes.

Era tal su deseo de progresar en el arte de la elocuencia y del buen predicar, que donde quiera que sabía que había un buen predicador, se iba a escucharlo y aún ya lleno de años, se sentaba como simple discípulo para escuchar las clases de los maestros afamados que enseñaban cómo hablar bien en público.

Y acompañaba sus predicaciones con admirables milagros y prodigios. En su ciudad natal, Siena, había muchas divisiones y peleas. Se fue allá y predicó 45 sermones que devolvieron la paz a toda esa región. Uno de los oyentes logró copiar esos sermones y se conservan como una verdadera joya de la elocuencia sagrada, donde se combinan la teología con los consejos prácticos y la agradabilidad con la profundidad. Verdaderamente Bernardino era un gran maestro de oratoria.

En 1444, mientras viajaba por los pueblos predicando, con muy poca salud pero con un inmenso entusiasmo, se sintió muy débil y al llegar al convento de los franciscanos en Aquila, murió santamente el 20 de mayo.En su sepulcro se obraron numerosos milagros y el Papa Nicolás V ante la petición de todo el pueblo, lo declaró santo en 1450 a los 6 años de haber muerto.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Bernardino_siena_5_20.htm)