
¡Oh!, Santa María Auxiliadora, a Vos, que sois la Santa Madre
del Redentor en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría
y Atenas acostumbran llamaros con el nombre de “Auxiliadora”,
“Boetéia”, que significa: “La que trae auxilios venidos del cielo”.
San Juan Crisóstomo, os llama con razón “Auxilio potentísimo
de los cristianos». Y, vuestros títulos más antiguos que se leen
en monumentos de Oriente como “Madre de Dios” y “Auxiliadora”
son en realidad “Teotocos” y “Boetéia”. Procolo, el orador decía:
“La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae
auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea, os llama: “Auxiliadora
de los que sufren”. Y, cuenta de cómo a un enfermo, al cual
se le llevó junto a una imagen de Vos, la salud recuperó, y que,
aquella imagen de la “Auxiliadora de los enfermos”, popular
se volvió entre aquella gente. Melone, el poeta, os llama:
“Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus
y ayuda de los que somos débiles”. Y que, ojalá Vos, seais
Auxiliadora de los que gobiernan”, pues Cristo dijo: “Dad
al gobernante lo que es del gobernante”, confirmando lo que
Jeremías dijo: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque
su bien será vuestro bien”. San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén
dijo de Vos: “María es Auxiliadora de los que están en la tierra
y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno,
predicador, propagó esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad
por nosotros”. Y, explicó: “La Virgen es auxiliadora para conseguir
la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora
en la hora de la muerte”. San Germán, en un bello sermón dijo
de vos:“Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres,
valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora
de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora
de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora
del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”. Pío V, Papa, gran
devoto vuestro, armó un ejército y venció en Lepanto. Por ello,
con una gran multitud las calles de Roma rezando el Santo Rosario
recorrió, en gratitud de tan increíble victoria y ordenó que cada
año el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, se celebrase
y que, en las letanías se rezara siempre esta oración: “María
auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”. Napoleón, por su ego,
ambición y falso orgullo osó poner en prisión al Papa Pío VII,
y éste hizo una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta
indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la
Iglesia Católica”. Y, así un día como hoy, triunfante regresó a Roma,
y en memoria de este noble favor de la Virgen María, decretó que
en adelante se celebrara la fiesta de María Auxiliadora, en acción
de gracias a la Madre de Dios. A San Juan Bosco, os aparecisteis
en sueños, mandándoos que adquiriera “ciencia y paciencia”, porque
Dios lo destinó para educar a niños pobres. Y, más adelante os
aparecisteis una vez más, y le pedisteis que os construyeran un
templo y que os invocase con el título de “Auxiliadora”. San Juan
Bosco, decía: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro
de la Santísima Virgen”. “Propagad la devoción a María Auxiliadora
y veréis lo que son milagros” y acotaba: “María Auxiliadora, rogad
por nosotros”. Y, yo, digo, que como Vos, nadie hay ni habrá jamás;
¡Oh! Santa María Auxiliadora, “Vivo auxilio de los cristianos de Dios”.
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Mayo
Santa María Auxiliadora
Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua
Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en
Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban
llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su
idioma, el griego, se dice con la palabra “Boetéia”, que significa “La
que trae auxilios venidos del cielo”.
Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en
345, la llama “Auxilio potentísimo” de los seguidores de Cristo. Los
dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente
(Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y
Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: “La Madre de Dios
es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto”. San Sabas
de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen “Auxiliadora de los que
sufren” y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una
imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la
“Auxiliadora de los enfermos” se volvió sumamente popular entre la gente
de su siglo.
El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María
“Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda
de los que somos débiles” e insiste en que recemos para que Ella sea
también “Auxiliadora de los que gobiernan” y así cumplamos lo que dijo
Cristo: “Dad al gobernante lo que es del gobernante” y lo que dijo
Jeremías: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será
vuestro bien”.
En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María
Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En
Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de
Jerusalén dijo en el año 560: “María es Auxiliadora de los que están en
la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan
Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta
jaculatoria: “María Auxiliadora rogad por nosotros”. Y repite: “La
“Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para
evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte”.
San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón:
“Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente
Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos
para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que
nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita
de tu ayuda”.
La batalla de Lepanto
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese
tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y
ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo
lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los
católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya
estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el
Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los
Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de
religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del
enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un
sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y
88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de
empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la
Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la
Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en
busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable
para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que
ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o
sea movidos por el viento. Pero luego – de manera admirable – el viento
cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército
cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces
nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron
por completo a sus adversarios.
Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío
V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando
el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V
mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la
fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta
oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.
El Papa y Napoleón
El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador
Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner
prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en
prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la
libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese
entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era
siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una
promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te
honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica”. Y muy
pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: “Las excomuniones
del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados”,
vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había
ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se
les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso
ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al
volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte
ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego
expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se
vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo
entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó
triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la
Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se
celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a
la madre de Dios.
San Juan Bosco y María Auxiliadora
El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de
María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores
de la Madre de Dios. Su constructor fue San Juan Bosco, humilde
campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los
tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que
andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había
aparecido en sueños mandándole que adquiriera “ciencia y paciencia”,
porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente
se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que
la invocara con el título de Auxiliadora.
Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero
fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor
de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran
Basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo
corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Desde aquel santuario
empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el
título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora
concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha
llegado a ser una de las más populares.
San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y
veréis lo que son milagros” y recomendaba repetir muchas veces esta
pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. El decía que
los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores
del cielo.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Auxiliadora_5_24.htm)