26 abril, 2025

Sábado de la Octava de Pascua

 

Sábado 26 de abril
Sábado de la Octava de Pascua

Hoy es Sábado de la Octava de Pascua: «Por último, se apareció Jesús a los Once”

La Octava de Pascua va llegando a su fin y no debemos perder de vista todo lo que hemos recibido en estos días hermosos –el gozo de este ‘gran domingo’ que ha de prolongarse el resto del Tiempo Pascual– . Sin duda, desde el cielo seguirán cayendo torrentes de gracia sobre nuestras vidas si nos disponemos a cooperar con ella y fortalecer nuestra fe en Cristo resucitado. Con Él crece la esperanza en que algún día también nosotros habremos de resucitar. Que siga resonando fuerte en nuestros corazones: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

La Liturgia de la Palabra, como en los días previos, presenta los hechos acontecidos tras la resurrección de Cristo; aunque el Evangelio de hoy muestra un giro que apunta a la misión apostólica.

En la Primera Lectura, también tomada de los Hechos de los Apóstoles, Juan y Pedro, tras comparecer ante el sanedrín, son conminados a dejar de proclamar y obrar en nombre de Jesús. No obstante, esta resulta una reacción tardía por parte de los ancianos y saduceos. Ellos mismos se han percatado de un hecho inexorable: “En aquellos días, los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, se quedaron sorprendidos al ver el aplomo con que Pedro y Juan hablaban, pues sabían que eran hombres del pueblo sin ninguna instrucción” (ver: Hch 4, 13-21) .

Sábado de la Octava de Pascua

Hoy, sábado 26 de abril, celebramos el séptimo día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada de San Marcos (Mc 16, 9-15), quien, haciendo un recuento de las recientes apariciones de Jesús resucitado, fuerza a tomar conciencia de la debilidad humana, de nuestra poca fe -débil como la de sus discípulos-. A pesar de eso, el final del pasaje evangélico resulta por demás esperanzador: el Señor expresa su incondicional confianza en los hombres y les encomienda la misión de predicar su Evangelio por el mundo.

San Marcos recuerda cómo a María Magdalena los discípulos no le creyeron cuando dio testimonio del encuentro con Jesús en la mañana de su resurrección. Los apóstoles tampoco les creyeron a los discípulos de Emaús, aún cuando lo que decían portaba una fuerza inusitada. Aunque en ambos casos los testigos -María Magdalena y los discípulos de Emaús- eran absolutamente confiables y sus testimonios elocuentes, igual el muro de la incredulidad bloqueaba los corazones. Finalmente, Jesús se aparece a los Once topándose con sus dudas y temores. ¡Qué podría haber hecho el Maestro sino reprochar semejante incredulidad! Inevitablemente las cosas deberán tomar un curso nuevo: aquellos que no creyeron, serán ahora los que den testimonio –“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”–.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), nuestra amable compañía en estos días, nos lanza directamente al blanco: «La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino, no es vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; (…) fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Y con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén».

Evangelio según San Marcos (Mc 16, 9-15)

Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.(ACI prensa).

25 abril, 2025

Viernes de la Octava de Pascua

25 de abril
Viernes de la Octava de Pascua
"El discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”
 
Los días de la Octava de Pascua son días en los que el Señor se acerca a nosotros de una manera especial: en las circunstancias más cotidianas, sencillas o habituales Él “se aparece” para compartir con nosotros. Así lo hizo con los discípulos de Emaús, así también con los apóstoles en el lago de Tiberíades. Por eso, mantengamos encendida la llama de la alegría porque Cristo resucitado está a nuestro lado, cerca, pase lo que pase, aún si le hemos fallado. Que siga resonando fuerte: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! 
 
La Liturgia de la Palabra en estos días continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección de Cristo. El Señor se muestra sin aspavientos, irradiando caridad, suscitando cercanía y confianza; fortaleciendo a sus discípulos para la misión más grande y hermosa: renovar el mundo.
Por su parte, los discípulos seguirán lidiando con sus temores y dudas, aunque ya no son los mismos. La Resurrección lo ha transformado todo. Los apóstoles van dejando al ‘hombre viejo’ para dar paso al ‘hombre nuevo’ (Cf. Ef 4, 20-24). Así lo evidencia la secuencia que se sigue la Primera Lectura en esta semana, cuyos fragmentos están tomados de los Hechos de los Apóstoles. Juan y Pedro han curado a un paralítico y ahora proclaman la resurrección de los muertos. Cuestionados por los saduceos y los ancianos sobre el origen de su tal autoridad, Pedro contesta con firmeza que ellos actúan “en el nombre de Jesús de Nazaret”. Su don viene del cielo y no por mérito humano (Hch 4, 1-12).
 
Viernes de la Octava de Pascua
 
Hoy, viernes 25 de abril, celebramos el sexto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan (Jn 21, 1-14), quien da cuenta del encuentro de Cristo resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades.
 
Juan llama a esta “la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos”. Dice la Escritura que estaban Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos más, quienes salieron juntos a pescar. Las horas pasan y no logran pescar nada. Cuando estaba por amanecer, Jesús se aparece en la orilla -los discípulos no lo reconocen- y desde allí les pregunta si han logrado pescar algo. La respuesta fue contundente: “No”. Jesús entonces les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y pescaron en tal cantidad que las redes parecían reventar. Al ver lo que acababa de suceder frente a sus ojos, Juan se da cuenta de que esta pesca no puede venir sino de Dios. Entonces le dice a Pedro: “¡Es el Señor!”. Pedro, embargado por la emoción, se lanza al mar en el acto, y nada en dirección a donde estaba Jesús. El resto permanece en la barca, tirando de la red también hacia la orilla. Llegados a tierra ven que Jesús los esperaba con el fuego encendido, y sobre este un pescado y un pan. “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”, pidió el Señor, y Pedro acude a la orden de inmediato. Y aunque nadie se atrevía a preguntar, todos sabían bien que era Jesús a quien tenían enfrente. Él tomó el pan y el pescado y lo repartió entre ellos.
 
En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), dice: «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo", y anuncia también el profeta David: “(...) Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros”.
 
Evangelio según San Juan (Jn 21, 1-14)
 
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
 
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
 
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
 
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
 
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.(ACI prensa).

24 abril, 2025

Jueves de la Octava de Pascua

 
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Jueves 24 de abril
Jueves de la Octava de Pascua
“No tengáis miedo”
¡Aleluya! ¡No tengáis miedo!

Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener encendida la llama de la alegría que calienta los corazones en virtud de la resurrección de Cristo, aun cuando pueda haber dolor o sufrimiento. ¡Ese dolor ha sido redimido! ¡Que siga resonando fuerte el Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

La Liturgia de la Palabra continúa presentando los hechos extraordinarios acontecidos tras la victoria del Señor sobre la muerte y el pecado, victoria sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos para confirmarlos en su llamado, preparándolos para la misión que habrán de cumplir más adelante.

Esos discípulos, quienes en su momento dejaron abandonado al Maestro, siguen dando muestras de que “son otros”, de que en ellos, gracias al Señor, ha nacido un ‘hombre nuevo’ (Cf. Ef 4, 20-24). Ellos, llenos de confianza y fortaleza interior, siguen dando testimonio de que ese cambio viene del cielo y está dando fruto en sus vidas. Como los días anteriores, la primera lectura de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3, 11-26).

Jueves de la Octava de Pascua

Hoy, jueves 24 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.

Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque empezó a amainar y a dar paso a la alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, evoca con su pedido la familiaridad y cercanía de siempre, interrumpida por el proceso que lo condenó a muerte. Ahora, los amigos están reunidos otra vez en comunidad, en un reencuentro cuyo centro es el Maestro, quien volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Y en ese momento se produce otro milagro: por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo escrito siglos atrás. No obstante, la historia no acaba allí, no; recién comienza. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores».

Evangelio según San Lucas (Lc 24, 35-48)

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona, tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.(ACI prensa).

 

22 abril, 2025

Martes de la Octava de Pascua

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22 de abril
Martes de la Octava de Pascua: «Jesús dijo: ¡María! Ella se volvió y exclamó: ¡Maestro!»
 
La liturgia en estos días de gozo
 
Durante los días de la Octava de Pascua, la Liturgia de la Palabra se caracteriza por mantener al tope el espíritu dominical del día de la Resurrección, lo que se evidencia en la secuencia de pasajes tomados de los evangelios, a ser proclamados día a día.
 
Al mismo tiempo, son subrayados momentos claves de la vida de los apóstoles después de la Resurrección de Cristo. Los discípulos, quienes en su mayoría se sintieron abatidos por la muerte del Maestro y eran presa del miedo, aparecen ahora impregnados de un espíritu nuevo, llenos de una fuerza espiritual inusitada. Ese impulso sólo tiene una explicación: brota del acontecimiento más significativo de la historia: ¡El Dios-Hecho-Hombre ha vuelto a la vida! y ha trocado el miedo en valor, la tristeza en alegría. Así se podrá apreciar en la primera lectura de cada día de la Octava, pues están tomadas de los Hechos de los Apóstoles.
 
Martes de la Octava de Pascua
 
Hoy, martes 22 de abril, celebramos el tercer día de la Octava Pascual. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Juan, quien presenta el momento del encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Se trata sólo de ocho versículos, pero cuya elocuencia es impactante.
 
María está llorando frente al sepulcro y la idea de que se han robado el cuerpo de Jesús atraviesa su mente sumiéndola en el desconcierto. Sin que las lágrimas dejen de brotar de sus ojos, se acerca al sepulcro y se asoma para ver el interior. De pronto se percata que está en presencia de dos ángeles. 
 
Estos le preguntaron: «“¿Por qué estás llorando, mujer?” Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”». La mujer mira hacia atrás y se topa con Jesús, a quien no reconoce y cree el jardinero del lugar. Jesús le hace la misma pregunta que los ángeles: “Mujer, ¿por qué estás llorando?”, y ella insiste en la sospecha de que alguien se ha llevado el cuerpo del Señor. 
 
Entonces se precipita el dulce final. Jesús la llama por su nombre “¡María!” y como si sus ojos recién se hubiesen abierto, la mujer lo reconoce e instantáneamente responde: ¡Maestro! El Señor resucitado se aparta y María Magdalena se enrumba hacia donde están los apóstoles para contarles que Cristo, el Señor, ha resucitado. 
 
San Anastasio de Antioquía en el siglo VI decía: “El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese (...) Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado… le es restituida a través de la cruz (...) El evangelista [San Juan] identifica la gloria con la muerte en cruz”. 
 
Evangelio según San Juan (Jn 20, 11-18)
 
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando, mujer?” Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
 
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!” Ella se volvió y exclamó: “¡Rabbuní!”, que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ ”.
 
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.(ACI prensa).

21 abril, 2025

Lunes del Ángel

 

21 de abril

Lunes del Ángel

Hoy, 21 de abril, segundo día de la Octava de Pascua, la Iglesia celebra el ‘Lunes del Ángel’, llamado así para que ningún cristiano olvide que fue un ángel el encargado de anunciar que Cristo había resucitado.

Un ángel fue el que dijo a las mujeres llegadas al sepulcro que Cristo ya no debía ser contado más entre los muertos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).

Considerando que cada detalle en torno a la Resurrección del Señor está repleto de sentido, no podemos sino darle gracias a Dios por enviarnos mensajeros, sus ángeles, para anunciar las grandezas de la salvación. Es a través de ellos como los hombres hemos conocido importantes acontecimientos y aspectos de la providencia amorosa del Creador.

La palabra ‘ángel’ procede del latín angĕlus, transliteración del griego ἄγγελος [ángelos], que quiere decir “mensajero”.

¿Por qué ‘Lunes del Ángel’?

Las razones son varias. Para empezar, este día puede ser una ocasión para recordar al querido San Juan Pablo II, quien el 4 de abril de 1994, lunes de la Octava de Pascua de aquel año, reflexionó sobre el sentido de esta conmemoración y su raíz teológica. En su alocución, tras el rezo del Regina Coeli, el Papa Santo dijo:

Comunicado de Michael P. Warsaw, presidente del Consejo y Director Ejecutivo de EWTN, sobre la muerte del Papa Francisco

«¿Por qué se le llama así? Me parece que es acertado ese nombre: ‘Lunes del Ángel’. Conviene dejar un poco de espacio a este ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”… Estas palabras —Ha resucitado— eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: “No está aquí, ha resucitado”».

El Evangelio de San Mateo es la fuente de donde San Juan Pablo II toma las palabras del ángel del Señor y que reproduce en su discurso. Dice el evangelista:

«El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: “Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho”» (Mt 28, 5-7).

Finalmente, un Lunes del Ángel es propicio para profundizar en la sabiduría de Dios que ha dispuesto que sus ángeles sean mediadores entre Él y cada uno de nosotros. Los ángeles custodian, advierten y comunican los dones de Dios en el día a día de nuestras vidas.

Mensajeros de la salvación

Es importante recordar que los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad. Son seres personales e inmortales; carecen de corporalidad y, por estar en presencia de Dios eternamente, superan en perfección a todas las criaturas visibles.

Cristo es el centro y cabeza de los ángeles y estos le obedecen porque aman la voluntad de Dios. Por eso, Dios les encomendó el anuncio de sus designios salvíficos. Es importante saber que la Escritura y la Tradición bastan para entender el papel de los ángeles y que es indispensable evitar deformaciones sobre su naturaleza y misión que vienen de visiones ajenas al cristianismo, como en el caso de la llamada ‘nueva era’. En el paganismo o en las distintas formas de sincretismo los ángeles aparecen como seres subordinados a los intereses o deseos humanos, más que a la voluntad de Dios.

Y la Virgen escuchó de boca del ángel: “Alégrate, María”

Desde hoy hasta el final de la cincuentena de Pascua, el día de Pentecostés, se reza la oración del Regina Coeli [Reina del Cielo] en lugar del Ángelus. De manera semejante, vale decir, al concluir el rezo del Santo Rosario, podemos reemplazar la Salve por esta misma oración.

En el año 2009, el Papa Benedicto XVI recordaba que el “Alégrate, María” pronunciado por el ángel resuena como una invitación a la alegría: “Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia”, es decir: “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.

Regina Coeli

Reina del cielo alégrate; aleluya.

Porque el Señor a quien has merecido llevar; aleluya.

Ha resucitado según su palabra; aleluya.

Ruega al Señor por nosotros; aleluya.

Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

Porque verdaderamente ha resucitado el Señor; aleluya.

Oremos

Oh Dios, que en la gloriosa resurrección de tu Hijo has devuelto la alegría al mundo entero, por intercesión de la Virgen María, concédenos disfrutar de la alegría de la vida eterna. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.(ACI prensa).

20 abril, 2025

Domingo de Pascua

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Domingo 19 de abril
PASCUA DE RESURRECCIÓN
JESÚS HA RESUCITADO
 
Texto del Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
 
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
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«Entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó»
Mons. Joan Enric VIVES i Sicília Obispo de Urgell
(Lleida, España)
 
Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
 
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
 
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
 
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
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Pensamientos para el Evangelio de hoy
 
«Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer que no se apartaba del sepulcro. Ella fue la única en verlo, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas» (San Gregorio Magno)
«Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo, como Lázaro y los otros muertos que Jesús resucitó. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; en la inmensidad de Dios» (Benedicto XVI)
«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce’. El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 639)
 
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Otros comentarios
VIGILIA PASCUAL (A) (Mt 28,1-10) «No está aquí, ha resucitado»
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM
(Barcelona, España)
 
Hoy, en el Evangelio de la Vigilia pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren hacia el sepulcro, un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas asustados caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de camino de aquellas mujeres…
La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).
Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.
Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.
El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!
Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad y contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».
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Otros comentarios
VIGILIA PASCUAL (B) (Mc 16,1-7): «Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado»
Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida
(Lleida, España)
 
Hoy, la Iglesia celebra con júbilo la fiesta principal: el triunfo de su Cabeza, Cristo Jesús. La Resurrección de Jesucristo es un hecho del que no podemos dudar. Es comprensible que no sea extraño que un hecho celestial, un cuerpo resucitado, no pueda ser captado por medios terrenales. Pero muy pronto María Magdalena y la madre del Apóstol Santiago, recibían un testimonio indudable, comprobado después con muchas apariciones, realizadas de tal modo que excluyen del todo la sospecha de alucinaciones: «No os asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron» (Mc 16,6).
 
Además del gozo por el hecho de la Resurrección de Cristo, este acontecimiento nos trae la alegría de contar con una respuesta, jubilosa y clara, a los interrogantes del hombre: ¿qué nos espera al final de la vida?; ¿qué sentido tiene el sufrimiento en la tierra? No podemos dudar de que, después de la muerte, nos espera una vida nueva, que será eterna: «Allí le veréis, tal como os dijo» (Mc 16,7). San Pablo lo afirma con gran convencimiento: «Si hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre Él» (Rm 6,8-9). Lógicamente, al interrogante sobre el final de la vida, el cristiano responde con alegre esperanza.
El Evangelio de hoy pone de relieve que el joven —el ángel— que habla a las mujeres, une los dos conceptos de dolor y gloria: el que ha resucitado es el mismo que fue crucificado. Dice san León Magno: «… (por tu cruz) los creyentes sacan fuerza de la debilidad, gloria del oprobio, y vida de la muerte», las cruces cotidianas son, pues, camino de Resurrección.
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Otros comentarios
VIGILIA PASCUAL (C) (Lc 24,1-12) «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. Ha resucitado»
Fr. Austin NORRIS
(Mumbai, India)
Hoy, contemplamos la Gloria del Señor resplandeciente en su victoria sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Promete una vida nueva a todos aquellos que buscan y creen en la Verdad de Jesús. Nadie se sentirá defraudado como no se sintieron aquellas mujeres que «fueron a la tumba con perfumes y ungüentos» (Lc 24,1).
 
Los perfumes y ungüentos que debemos llevar durante nuestra existencia son una vida dando testimonio de la Palabra de Dios, cuando Jesús hecho hombre, dijo: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí (…) vivirá, y no morirá jamás» (Jn 11,25-26).
 
Dentro de nuestra confusión y dolor parece que nos volvamos miopes y no podamos ver más allá de nuestro entorno inmediato. Y el «¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5) es una llamada a seguir a Jesús y a buscar la presencia del Señor "aquí y ahora", en medio del pueblo del Señor y de su sufrimiento y dolor. En uno de sus discursos de Miércoles de Ceniza, el Santo Padre Benedicto XVI dice que «la salvación, de hecho, es don, es gracia de Dios, pero para tener efecto en mi existencia requiere mi asentimiento, una acogida demostrada con obras, o sea, con la voluntad de vivir como Jesús, de caminar tras Él».
 
Por nuestra parte, «al regresar del sepulcro…» (Lc 24,9) de nuestras miserias, dudas y confusiones, podemos también brindar a nuestros semejantes en este valle de lágrimas, esperanza y seguridad. La oscuridad del sepulcro «dará paso algún día a la brillante promesa de la inmortalidad» (Prefacio de las Misas de Difuntos). Ojalá la Gloria del Señor Jesús nos mantenga en pie cara al cielo y ojalá podamos siempre ser considerados como un "Pueblo Pascual". Ojalá podamos pasar de ser un "pueblo de Viernes Santo" a uno de Pascua.(evangeli net).

19 abril, 2025

Sábado Santo

 Semana Santa 2025: Sábado Santo | ACI Prensa

Sábado 19 de abril
SÁBADO SANTO
Por el RP Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)
 
Hoy no meditamos un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del Evangelio.
 
La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la muerte.
 
Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada, Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.
 
De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3). Ahora se ha terminado la obra de la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan de la cruz.
 
La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no entregarás mi alma al abismo». Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.
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Por el Rev. D. Joan BUSQUETS i Masana (Sabadell, Barcelona, España)
 
Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o —mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva), porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva.
 
Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya terminado el día, hasta mañana, que comenzará con la Solemne Vigilia de la resurrección. Hoy es día de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de espera. Hoy no encontramos la Reserva Eucarística en el sagrario. Hay sólo el recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos devotamente.
 
Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La tenemos que acompañar para poder entender un poco el significado de este sepulcro que velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el Salvador de los hombres, está triste y dolida: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Es también la tristeza de la otra madre, la Santa Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos hombres y mujeres que no han acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la Vida.
 
Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de Cristo reflexiona y va repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp 2,8-9).
 
Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua sobre el Sábado Santo que la Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura: «Hoy hay un gran silencio en la tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra se ha estremecido y se ha quedado inmóvil porque Dios se ha dormido en la carne y ha resucitado a los que dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha despertado a los del abismo».
 
Preparémonos con María de la Soledad para vivir el estallido de la Resurrección y para celebrar y proclamar —cuando se acabe este día triste— con la otra madre, la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como lo había anunciado! (cf. Mt 28,6).(evangeli.net)