07 diciembre, 2012

San Ambrosio



Oh, San Ambrosio; vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo.
“Inmortal”, vuestro nombre significa,
fuisteis famoso poeta, y por vuestra
labia, defensor de los pobres y humildes.
“¡Ambrosio obispo!, ¡Ambrosio obispo!”.
Se escuchó aquél día y aclamado fuisteis,
sin siquiera sacerdote ser. Y, mas
tarde San Agustín, os escuchó y vos,
lo bautizasteis. “He tratado de vivir
de tal manera que no tenga que sentir
miedo al presentarme ante el Divino
Juez”. Dijisteis antes de partir a la
casa del Padre, -como que así fue-, pues
ahora, brilláis con corona de luz, que
os puso el mismo Dios, como premio justo,
a vuestro amor y vuestra obra. Las gentes
os recuerdan, al lado de San Agustín,
San Jerónimo y San León, sobre la senda
que, al habitáculo eterno conduce, donde
los benditos del Dios eterno moran. Por
vuestro pensar, vuestra prolífica pluma,
el decir y sobre todo, el buen obrar a
cada instante, fue siempre vuestra conducta
mientras duró vuestra vida, en esta tierra;
oh, San Ambrosio; “pureza y luz inmortal”.


© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Diciembre
San Ambrosio
Arzobispo de Milán y Doctor de la Iglesia
Año 397


San Ambrosio: que así como tu palacio de Arzobispo estaba siempre abierto para que entraran todos los necesitados de ayudas materiales o espirituales, que así también cada uno de nosotros estemos siempre disponibles para hacer todo el mayor bien posible a los demás.

Ambrosio significa “Inmortal”. Este santo es uno de los más famosos doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad (junto con San Agustín, San Jerónimo y San León).

Nació en Tréveris (sur de Alemania) en el año 340. Su padre que era romano y gobernador del sur de Francia, murió cuando Ambrosio era todavía muy niño, y la madre volvió a Roma y se dedicó a darle al hijo la más exquisita educación moral, intelectual, artística y religiosa. El joven aprendió griego, llegó a ser un buen poeta, se especializó en hablar muy bien en público y se dedicó a la abogacía.

Las defensas que hacía de los inocentes ante las autoridades romanas eran tan brillantes, que el alcalde de Roma lo nombró su secretario y ayudante principal. Y cuando apenas tenía 30 años fue nombrado gobernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán. Cuando su formador en Roma lo despidió para que fuera a posesionarse de su alto cargo dijo: “Trate de gobernar más como un obispo que como un gobernador”. Y así lo hizo.

En la gran ciudad de Milán, Ambrosio se ganó muy pronto la simpatía del pueblo. Más que un gobernante era un padre para todos, y no negaba un favor cuando en sus manos estaba el poder hacerlo. Y sucedió que murió el Arzobispo de Milán, y cuando se trató de nombrarle sucesor, el pueblo se dividió en dos bandos, unos por un candidato y otros por el otro. Ambrosio temeroso de que pudiera resultar un tumulto y producirse violencia se fue a la catedral donde estaban reunidos y empezó a recomendarles que procedieran con calma y en paz. Y de pronto una voz entre el pueblo gritó: “Ambrosio obispo, Ambrosio obispo”. Inmediatamente todo aquel gentío empezó a gritar lo mismo: “Ambrosio obispo”. Los demás obispos que estaban allí reunidos y también los sacerdotes lo aclamaron como nuevo obispo de la ciudad. Él se negaba a aceptar (pues no era ni siquiera sacerdote), pero se hicieron memoriales y el emperador mandó un decreto diciendo que Ambrosio debía aceptar ese cargo.

Desde entonces no piensa sino en instruirse lo más posible para llegar a ser un excelente obispo. Se dedica por horas y días a estudiar la S. Biblia, hasta llegar a comprenderla maravillosamente. Lee los escritos de los más sabios escritores religiosos, especialmente San Basilio y San Gregorio Nacianceno, y una vez ordenado sacerdote y consagrado obispo, empieza su gran tarea: instruir al pueblo en su religión.

Sus sermones comienzan a volverse muy populares. Entre sus oyentes hay uno que no le pierde palabra: es San Agustín (que todavía no se ha convertido). Éste se queda profundamente impresionado por la personalidad venerable y tan amable que tiene el obispo Ambrosio. Y al fin se hace bautizar por él y empieza una vida santa.

Nuestro santo era prácticamente el único que se atrevía a oponerse a los altos gobernantes cuando estos cometían injusticias. Escribía al emperador y a las altas autoridades corrigiéndoles sus errores. El emperador Valentino le decía en una carta: “Nos agrada la valentía con que sabe decirnos las cosas. No deje de corregirnos, sus palabras nos hacen mucho bien”. Cuando la emperatriz quiso quitarles un templo a los católicos para dárselo a los herejes, Ambrosio se encerró con todo el pueblo en la iglesia, y no dejó entrar allí a los invasores oficiales.

El emperador de ese tiempo era Teodosio, un creyente católico, gran guerrero, pero que se dejaba llevar por sus arrebatos de cólera. Un día los habitantes de la ciudad de Tesalónica mataron a un empleado del emperador, y éste envió a su ejército y mató a siete mil personas. Esta noticia conmovió a todos. San Ambrosio se apresuró a escribirle una fuerte carta al mandatario diciéndole: “Eres humano y te has dejado vencer por la tentación. Ahora tienes que hacer penitencia por este gran pecado”. El emperador le escribió diciéndole: “Dios perdonó a David; luego a mí también me perdonará”. Y nuestro santo le contestó: “Ya que has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo una gran penitencia, como la que hizo él”.

Teodosio aceptó. Pidió perdón. Hizo grandes penitencias, y en el día de Navidad del año 390, San Ambrosio lo recibió en la puerta de la Catedral de Milán, como pecador arrepentido. Después ese gran general murió en brazos de nuestro santo, el cual en su oración fúnebre exclamó: “siendo la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer penitencia como cualquier otro pecador, y lloró su falta toda la vida. No se avergonzó de pedir perdón a Dios y a la Santa Iglesia, y seguramente que ha conseguido el perdón”.
San Ambrosio componía hermosos cantos y los enseñaba al pueblo. Cuando tuvo que estarse encerrado con todos sus fieles durante toda una semana en un templo para no dejar que se lo regalaran a los herejes, aprovechó esas largas horas para enseñarles muchas canciones religiosas compuestas por él mismo. Después los herejes lo acusaban de que les quitaba toda la clientela de sus iglesias, porque con sus bellos cantos se los llevaba a todos para la catedral de Milán. Sabía ejercitar su arte para conseguirle más amigos a Dios.

Este gran sabio compuso muy bellos libros explicando la S. Biblia, y aconsejando métodos prácticos para progresar en la santidad. Especialmente famoso se hizo un tratado que compuso acerca de la virginidad y de la pureza. Las mamás tenían miedo de que sus hijas charlaran con este gran santo porque las convencía de que era mejor conservarse vírgenes y dedicarse a la vida religiosa (Él exclamaba: “en toda mi vida nunca he visto que un hombre haya tenido que quedarse soltero porque no encontró una mujer con la cual casarse”). Pero además de su sabiduría para escribir, tenía el don de poner las paces entre los enemistados. Así que muchísimas veces lo llamaron del alto gobierno para que les sirviera como embajador para obtener la paz con los que deseaban la guerra, y conseguía muy provechosos armisticios o tratados de paz.

El viernes santo del año 397, a la edad de 57 años, murió plácidamente exclamando: “He tratado de vivir de tal manera que no tenga que sentir miedo al presentarme ante el Divino Juez” (San Agustín decía que le parecía admirable esta exclamación).


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