08 julio, 2013

Santos Aquiles y Priscila (Prisca)

 

Oh, Santos Aquiles y Priscila, vosotros sois
los hijos del Dios de la vida y sus amados
Santos, que siendo esposos, entregasteis
vuestra vida, en honor de Aquél que todo
lo ve y juzga. Vosotros tuvisteis la alegría
de ser discípulos de San Pablo, y con él,
viajasteis doquiera os llevaba el Espíritu
Santo. Claudio, el emperador, prohibió
que los judíos habitasen en Roma, y,
como vosotros lo erais, abandonasteis
Italia, y os dirigisteis a Corinto. Pablo, os
visitó y os acompañó durante su estancia
en Corinto. Vosotros, instruisteis a Apolo,
judío de Alejandría y conocedor de las
Escrituras, quien, oyó del Señor, a unos
discípulos del Bautista. San Pablo dice de
vosotros así, en su carta a los romanos:
“Saluda a Priscila y Aquiles y a la iglesia
de su casa.” “Mis colaboradores en Jesucristo,
que expusieron la vida por salvarme. Gracias
les sean dadas, no sólo de mi parte, sino
de parte de todas las iglesias de los gentiles".
Vosotros, de fe, llenos vuestras vidas entregasteis,
martirizados en Roma, y Dios, testigo de
vuestra entrega, os premio con coronas de  luz;
oh, santos Aquiles y Priscila, “amor, fe y luz”.

© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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8 de Julio
Santos Aquiles y Priscila (Prisca)
Esposos Mártires


Lo poco que sabemos sobre Aquiles y Priscila procede de la Sagrada Escritura. Ambos eran discípulos de San Pablo. Como su maestro, viajaron mucho y cambiaron con frecuencia de lugar de residencia.
 
La primera vez que nos hablan de ellos los Hechos de los Apóstoles (18:1-3), acababan de partir de Italia, pues el emperador Claudio había publicado un decreto por el que prohibía a los judíos habitar en Roma.
 
Aquiles era un judío originario del Ponto. Al salir de Italia, se estableció en Corinto con su esposa, Priscila. San Pablo fue a visitarlos al llegar de Atenas. Al ver que Aquiles era, como él, fabricante de tiendas (pues todos los rabinos judíos tenían un oficio), decidió vivir con ellos durante su estancia en Corinto.
 
No sabemos si San Pablo los convirtió entonces a la fe o si ya eran cristianos desde antes. Aquiles y Priscila acompañaron a San Pablo a Efeso; ahí se quedaron, en tanto que el Apóstol proseguía su viaje. Durante la ausencia del Apóstol, instruyeron a Apolo, un judío de Alejandría “muy versado en las Escrituras”, que había oído hablar del Señor a unos discípulos del Bautista.
 
Durante su tercer viaje a Efeso, San Pablo se alojó en casa de Aquiles y Priscila, donde estableció una iglesia. El Apóstol escribe: “Saluda a Priscila y Aquiles y a la iglesia de su casa.” Y añade unas palabras de gratitud por todo lo que habían hecho: “Mis colaboradores en Jesucristo, que expusieron la vida por salvarme. Gracias les sean dadas, no sólo de mi parte, sino de parte de todas las iglesias de los gentiles.”
 
Estas palabras se hallan en la epístola de San Pablo a los romanos, lo cual prueba que Aquiles y Priscila habían vuelto a Roma y tenían también ahí una iglesia en su casa. Pero pronto volvieron a Efeso, pues San Pablo les envía saludos en su carta a Timoteo.
 
El Martirologio Romano afirma que murieron en Asia Menor, pero, según la tradición, fueron martirizados en Roma. Una leyenda muy posterior relaciona a Santa Priscila con el “Titulos Priscae”, es decir, con la iglesia de Santa Prisca en el Aventino.
 

07 julio, 2013

San Fermín

 
 
Oh, San Fermín, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, y su amado
santo, y que brillar hicisteis al
significado de vuestro nombre: el
firme, “firmus”, “el valeroso”. Y,
que, al pie de la letra, cumplisteis
la tarea de convertir a los paganos
a la fe de Nuestro Señor Jesucristo.
Pamplona y Navarra, saben de vuestra
entrega de amor y fe, y que, a la
pagana orden de no hacerlo más, os
negasteis ardorosamente. Y, aquél
impío, os mandó, la cabeza cortar,
como si, al hacerlo, terminara con
vuestra alma y vuestro espíritu,
que raudos hacia Dios, volaron con
presteza. Hoy, Pamplona, os recuerda
con grande alegría y fervor, pues,
como vos, nadie más, para evangelizar.
Vuestra sangre, con mucho amor
derramada, os convirtió en mártir,
y premiado fuisteis por Dios, con
corona eterna de luz, como, justo
premio a vuestra entrega de amor,
oh, San Fermín, “el firme y mártir”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de julio
San Fermín Obispo y Mártir
Siglo IV
 
Este Santo es el famoso patrono de las “Corridas de San Fermín” en España. Su nombre proviene de “Firmus”, el firme, el valeroso.
 
Nació en Pamplona, España, lo convirtió a la Fé San Honesto, un discipulo de San Saturnino, y lo consagro el Obispo de Toulose, el cual lo envío a predicar por Francia. San Fermín construyó un templo en Amiens, y en esa ciudad convirtió muchos paganos al cristinanismo. Amiens recibió también el martirio por proclamar la fe en Jesucristo.
 
Predicó San Fermín con mucho fruto en las regiones de Pamplona y Navarra y logró dejar ahí muchos sacerdotes fervorosos, los cuales reafirmaron la fe católica en aquellas tierras. Cuando se fue de allí, la mayoría de los paganos de la región se habían vuelto cristianos. En Francia un gobernador lo puso preso, pero el pueblo invadió la cárcel y lo liberó.
 
Más tarde el jefe pagano de Amiens le ordenó que dejara de predicar la religión de Cristo. Como Santo no quiso dejar de predicar la verdadera religión, entonces el gobernador le mandó cortar la cabeza. Y así obtuvo lo que más quería en toda su vida : derramar su sangre por Jesucristo y llegar a ser mártir de nuestra santa religión.
 
La ciudad de Pamplona celebra su fiesta, cada 7 de julio con grandes regocijos populares. Quiera Dios que nuestros religiosos y apóstoles, no dejen nunca de predicar y enseñar, sin cansarse, ni desanimarse, la verdadera religión de Jesús. Aunque ello les cueste grandes sacrificios.
 

06 julio, 2013

Santa María Goretti

 
Oh, Santa María Goretti, vos, sois la hija
del Dios de la vida, y, su amada santa, que,
conforme le habíais prometido, preferisteis
morir antes que ofenderlo. Desde pequeña,
os entregasteis a buscarlo y a saber de Él,
y os pusisteis a su servicio. Un día, el
mal echó cuerpo, y lleno de impuros deseos
de muerte os atacó y vos, en agonía plena,
amor y perdón, disteis en pago de tamaña
ofensa. Y, presenció Dios, vuestro gesto
de amor y perdón, que de gloria os cubrió.
Y, os aparecisteis entonces, más tarde, en
los sueños de vuestro ofensor, que, condena
cumplía, y, desde aquél día, supo él, que
al cielo iría, al igual que vos, y compañía
hacer al Dios del amor. Encierro cumplido,
el hasta ayer ofensor vuestro, pidió perdón
a vuestra madre, y ella, perdón también le
dio, de todo corazón. Vos, habías intercedido,
por aquél milagro. Y, con vuestra corta,
pero santa vida, para el cielo ganasteis,
corona de luz eterna, como premio justo
a vuestra entrega de amor, fe y esperanza;
Oh, Santa María Goretti, “divina pureza”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de julio
Santa María Goretti
Virgen y mártir
 
Santa María Goretti nació en Corinaldo, Italia el 16 de octubre de 1890 hija de Luis Goretti y Assunta Carlini, ambos campesinos. María fue la segunda de seis hijo. Vivió en el seno de una familia humilde y perdió a su padre a los diez años por causa del paludismo. Como consecuencia de la muerte de su padre, la madre de María Goretti tuvo que trabajar dejando la casa y los hermanos menores a cargo de ésta quien realizaba sus obligaciones con alegría y cada semana asistía a clases de catecismo.
 
A los once años hizo su primera comunión haciéndose, desde entonces, el firme propósito de morir antes que cometer un pecado. En la misma finca donde vivía María trabajaba Alejandro Serenelli, quien se enamoró de María que en ese entonces contaba con doce años. Serenelli, a causa de lecturas impuras, se dedicó a buscar a María haciéndole propuestas que la santa rechazaba haciendo que Serenelli se sintiera despreciado.
 
El 5 de julio de 1902 Serenelli fue en busca de María quien estaba sola en su casa y al encontrarla la invitó a ir a una recámara de la casa a lo que María se negó por lo que aquél se vio obligado a forzarla. María se negaba advirtiéndole a Serenelli que lo que pretendía era pecado y que no accedería a sus pretensiones por lo que éste la atacó con un cuchillo clavándoselo catorce veces.
 
María no murió inmediatamente, fue trasladada a la hospital de San Juan de Dios donde los médicos la operaron sin antestcia porque no había y durante dos horas la santa soportó el sufrimiento ofreciéndo a Dios sus dolores. Antes de morir, un día después del ataque, María alcanzó a recibir la comunión y la unción de los enfermos e hizo público su perdón a Serenelli.
 
El asesino fue condenado a 30 años de prisión donde al principio no daba muestras de arrepentimiento. La tradición cuenta que después de un sueño donde María le dijo que él también podía ir al cielo, Serenelli cambió completamente volviéndose hacia Dios y ofreciendo sus trabajos y sufrimientos en reparación de sus pecados.

Después de 27 años de cárcel fue liberado y acudió a pedir perdón a la madre de la santa, quien no solo lo perdonó sino que lo defendió en público alegando que si Dios y su hija lo habían perdonado, ella no tenía porque no perdonarlo. La fama de María Goretti se extendía cada vez más y fueron apareciendo las muestras de santidad, que fue fruto de su cercanía a Dios y su devoción a laVirgen María.
 
Después de numerosos estudios, la Santa Sede la canonizó el 24 de junio de 1950 en una ceremonia que se tuvo que realizar en la Plaza de San Pedro debido a la cantidad de asistentes que se calculaban en más de quinientas mil personas. En la ceremonia de canonización acompañaron a Pío XII la madre, dos hermanas y un hermano de María. Durante esta ceremonia Su Santidad Pío XII exhaltó la virtud de la santa y sus estudiosos afirman que por la vida que llevó aún cuando no hubiera sido mártir habría merecido ser declarada santa.
 
 

05 julio, 2013

San Antonio María Zaccaría


Oh, San Antonio María Zaccaría; vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado santo,
que, viviendo tiempo poco, obrasteis, como
si larga vida hubierais tenido. Como médico
que erais, os dedicasteis a no sólo curar
cuerpos, sino, almas sobretodo, del infierno
eterno salvándolas. La comunidad de las
“Angelicales” hermanas y la de los “Clérigos
de San Pablo”, fundasteis, para, entre los
pecadores predicar, y conversos volverlos.
Vos, un amor inmenso sentíais por la Eucaristía
Sagrada, y propagasteis por todo el mundo
la devoción de las “Cuarenta Horas”, para,
como es debido honrarla y junto a ella, la
pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo,
que también os conmovía. Y, cada viernes,
sonar hacíais, las campanas, en su recuerdo
a las tres de la tarde. A San Pablo, leer, os
emocionaba y de quien predicabais luego
en el púlpito. Al hereje e impío Lutero, lo  
enfrentasteis y las bases sentasteis para
el Concilio de Trento. Y, así, de haber luego
gastado vuestra vida corta, voló vuestra alma
al cielo, para recibir corona de luz, como
justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
oh, San Antonio María Zaccaría, “vida y luz”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Julio 5
San Antonio María Zaccaria
Sacerdote y fundador
Año 1539.


En este sacerdote que murió muy joven, sí que se cumplió aquella frase del Libro de la Sabiduría en la S. Biblia “Vivió muy poco tiempo, pero hizo obras como si hubiera tenido una vida muy larga”. Nació en Cremona, Italia, en 1502. Quedó huérfano de padre cuando tenia muy pocos años. Su madre, viuda a los 18 años, renunció a nuevos matrimonios que se le ofrecían con tal de dedicarse totalmente a la educación de su hijito y los resultados que obtuvo fueron admirables.
 
Estudió medicina en la Universidad de Padua, y allí supo cuidarse muy bien para huir de las juergas universitarias y así conservar la santa virtud de la castidad. Desde joven renunció a los vestidos elegantes y costosos, y vistió siempre como la gente pobre, y el dinero que ahorraba con esto, lo repartía entre los más necesitados.
 
A los 22 años se graduó de médico y su gran deseo era dedicarse totalmente a atender a las gentes más pobres, la mayor parte de las veces gratuitamente, y aprovechar su profesión para ayudarles también a sus pacientes a salvar el alma y ganarse el cielo. Pero unos años después, sus directores espirituales le aconsejaron que hiciera también los estudios sacerdotales, y así logró ordenarse de sacerdote. Así fue doblemente médico: de los cuerpos y de las almas.
 
Antonio María tuvo siempre desde muy pequeño un inmenso amor por los pobres. Ya en la escuela, volvía a veces a casa sin saco, porque lo había regalado a algún pobrecito que había encontrado por ahí tiritando de frío. Durante sus años de profesional y sacerdote, todo lo que consigue lo reparte entre los más necesitados. Se trasladó a Milán (la ciudad de mayor número de habitantes en Italia) porque en esa gran ciudad tenía más posibilidades de extender su apostolado a muchas gentes. Y allí, por medio de la hermana Luisa Torelli fundó la comunidad de las hermanas llamadas “Angelicales” (nombre que les pusieron porque su convento se llamaba de “Los Santos Angeles”). El fin de esta comunidad era preservar a las jovencitas que estaban en peligro de caer en vicios, y redimir y volver al buen camino a las que ya habían caído. Estas hermanas le ayudaron muchísimo a nuestro santo en todos sus apostolados.
 
Luego con otros compañeros fundó la Comunidad llamada “Clérigos de San Pablo” los cuales, por vivir en un convento llamado de San Bernabé, fueron llamados por la gente “Los Padres Bernabitas”. Esta congregación tenía por fin predicar para convertir a los pecadores, extender por todas partes la devoción a la Pasión y muerte de Cristo, y a su santa Cruz. Y esforzarse lo más posible por tratar de obtener la renovación de la vida espiritual y piadosa entre el pueblo, que estaba muy decaida y relajada. Estos religiosos hicieron tanto bien en la ciudad y sus alrededores que unos años mas tarde, San Carlos, gran arzobispo de Milán, dirá de ellos: “Son la ayuda más formidable que he encontrado en mi arquidiócesis”.
 
San Antonio María sentía un gran cariño por la Sagrada Eucaristía, donde está Cristo presente en la Santa Hostia, con su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Por eso propagó por todas partes la devoción de las Cuarenta Horas, que consiste en dedicar tres días cada año, en cada templo, a honrar solemnemente a la Sma. Eucaristía con rezos, cantos y otros actos solemnes de culto.
Otra de sus grandes devociones era la pasión y muerte de Cristo. Cada viernes, a las tres de la tarde hacía sonar las campanas, para recordar a la gente que a esa hora había muerto Nuestro Señor. Siempre llevaba una imagen de Jesús crucificado, y se esmeraba por hacer que sus oyentes meditaran en los sufrimientos de Jesús en su Pasión y Muerte, porque esto aumenta mucho el amor hacia el Redentor. Y una tercera devoción que lo acompaño en sus años de sacerdocio fue un enorme entusiasmo por las Cartas de San Pablo. Su lectura lo emocionaba hasta el extremo, y de ellas predicaba, y a sus discípulos les insistía en que leyeran tan preciosas cartas frecuentemente, y que meditaran en sus importantísimas enseñanzas. A él le sucedió lo que le ha pasado a miles y millones de creyentes en el mundo entero, que al leer las Cartas de San Pablo han descubierto en ellas unos mensajes celestiales tan interesantes que quedan entusiasmados para siempre por su lectura y meditación.
 
A nuestro santo le correspondió vivir en los tiempos difíciles en los que en Alemania el falso reformador Lutero proclamaba una falsa reforma en la religión, y en Roma y España, San Ignacio y sus jesuitas empezaban a trabajar por conseguir una verdadera reforma de la Iglesia, y muchísimos católicos sentían un intenso deseo de que empezara una era de mayor fervor y menos frialdad y maldad. San Antonio María fue uno de los que con su enorme apostolado preparó la gran Reforma de la Iglesia Católica que iba a traer el Concilio de Trento.
 
Siendo aún muy joven, sintió que de tanto trabajar por el apostolado, le faltaban las fuerzas. Se fue a casa de su santa madre, y en sus brazos murió el 5 de julio de 1539. Tenía apenas 37 años, pero había hecho labores apostólicas como si hubiera trabajado por tres docenas de años más. El Papa León XIII lo declaró santo en 1897. Y nosotros le pedimos a San Antonio Zaccaría, que pida mucho al buen Dios para que la Iglesia Católica se renueve día por día y no vaya a caer nunca en la relajación y que no se enfríe nunca en el santo fervor que Nuestro Señor quiere de cada uno de los creyentes.
 

04 julio, 2013

Santa Isabel de Portugal

 
 
Oh, Santa Isabel de Portugal, vos, sois
la hija del Dios de la vida y su amada
santa, que, reina siendo y de familia
madre, os disteis ingenio para, hacer
de pacificadora y, a vuestro nombre, en
su significado: “Promesa de Dios”, de
fama colmarlo. Escribisteis a vuestro
esposo, cuando vuestro hijo, medir osó
armas con él, diciendo: “Como una loba
enfurecida a la cual le van a matar a
su hijito, lucharé por no dejar que las
armas del rey se lancen contra nuestro
propio hijo. Pero al mismo tiempo, haré
que primero me destrocen a mí las armas
de los ejércitos de mi hijo, antes que
ellos disparen contra los seguidores de
su padre”. Y, a vuestro hijo: “Por Santa
María la Virgen, te pido que hagas las
paces con tu padre. Mira que los guerreros
queman casas, destruyen cultivos y destrozan
todo. No con las armas, hijo, no con las
armas, arreglaremos los problemas, sino
dialogando, consiguiendo arbitrajes para
arreglar los conflictos. Yo haré que las
tropas del rey se alejen y que los reclamos
del hijo sean atendidos, pero por favor,
recuerda que tienes deberes gravísimos
con tu padre como hijo y como súbdito con
el rey”. Y, así, con una vida de ejemplo
llena y entregada a Dios y al prójimo,
vuestra alma, partió a la eternidad, donde
recibisteis corona de luz. Abogada infalible
para sembrar la paz en los territorios donde
hay guerras, guerrillas y ausencia de paz;
oh, Santa Isabel de Portugal, “amor y luz”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Julio
Santa Isabel de Portugal
Reina, madre de familia y pacificadora
Año 1336
 
Isabel significa “Promesa de Dios” (Isab = promesa. El = Dios). Nació en 1270. Era hija del rey Pedro III de Aragón, nieta del rey Jaime el Conquistador, biznieta del emperador Federico II de Alemania. Le pusieron este nombre en honor de su tía abuela Santa Isabel de Hungría. Santa Isabel tuvo la dicha que su familia se esmerara extremadamente en formarla lo mejor posible en su niñez. Desde muy niña tenía una notable inclinación hacia la piedad, y un gusto especial por imitar los buenos ejemplos que leía en las vidas de los santos o que observaba en las vidas de las personas buenas. En su casa le enseñaron que si quería en verdad agradar a Dios debía unir a su oración, la mortificación de sus gustos y caprichos y esforzarse por evitar todo aquello que la pudiera inclinar hacia el pecado.
 
Le repetían la frase antigua: “tanta mayor libertad de espíritu tendrás, cuanto menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas”. Sus educadores le enseñaron que una mortificación muy formativa es acostumbrarse a no comer nada entre horas (o sea entre comida y comida), y soportar con paciencia que no se cumplan los propios deseos, y esmerarse cada día por no amargarle ni complicarle la vida a los demás. Dicen sus biógrafos que la formidable santidad que demostró más tarde se debe en gran parte a la esmerada educación que ella recibió en su niñez.
 
A los 15 años ya sus padres la habían casado con el rey de Portugal, Dionisio. Este hombre admiraba las cualidades de tan buena esposa, pero él por su parte tenía un genio violento y era bastante infiel en su matrimonio, llevaba una vida nada santa y bastante escandalosa, lo cual era una continua causa de sufrimientos para la joven reina, quien soportara todo con la más exquisita bondad y heroica paciencia.
 
El rey no era ningún santo, pero dejaba a Isabel plena libertad para dedicarse a la piedad y a obras de caridad. Ella se levantaba de madrugada y leía cada día seis salmos de la Santa Biblia. Luego asistía devotamente a la Santa Misa; enseguida se dedicaba a dirigir las labores del numeroso personal del palacio. En horas libres se reunía con otras damas a coser y bordar y fabricar vestidos para los pobres. Las tardes las dedicaba a visitar ancianos y enfermos y a socorrer cuanto necesitado encontraba.
 
Hizo construir albergues para indigentes, forasteros y peregrinos. En la capital fundó un hospital para pobres, un colegio gratuito para niñas, una casa para mujeres arrepentidas y un hospicio para niños abandonados. Conseguía ayudas para construir puentes en sitios peligrosos y repartía con gran generosidad toda clase de ayudas. Visitaba enfermos, conseguía médicos para los que no tenían con qué pagar la consulta; hacía construir conventos para religiosos, a las muchachas muy pobres les costeaba lo necesario para que pudieran entrar al convento, si así lo deseaban. Tenía guardada una linda corona de oro y unos adornos muy bellos y un hermoso vestido de bodas, que prestaba a las muchachas más pobres, para que pudieran lucir bien hermosas el día de su matrimonio.
 
Su marido el rey Dionisio era un buen gobernante pero vicioso y escandaloso. Ella rezaba por él, ofrecía sacrificios por su conversión y se esforzaba por convencerlo con palabras bondadosas para que cambiara su conducta. Llegó hasta el extremo de educarle los hijos naturales que él tenía con otras mujeres. Tuvo dos hijos: Alfonso, que será rey de Portugal, sucesor de su padre, y Constancia (futura reina de Castilla). Pero Alfonso dio muestras desde muy joven de poseer un carácter violento y rebelde. Y en parte, esta rebeldía se debía a las preferencias que su padre demostraba por sus hijos naturales. En dos ocasiones Alfonso promovió la guerra civil en su país y se declaró contra su propio padre. Isabel trabajó hasta lo increíble, con su bondad, su amabilidad y su extraordinaria capacidad de sacrificio y su poder de convicción, hasta que obtuvo que el hijo y el papá hicieran las paces. Lo grave era que los partidos políticos hacían todo lo más posible para poder enemistar al rey Dionisio y su hijo Alfonso.
 
Algunas veces cuando los ejércitos de su esposo y de su hijo se preparaban para combatirse, ella vestida de sencilla campesina atravesaba los campos y se iba hacia donde estaban los guerreros y de rodillas ante el esposo o el hijo les hacía jurarse perdón y obtenía la paz.
 
Son impresionantes las cartas que se conservan de esta reina pacificadora. Escribe a su esposo: “Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre”. Al hijo le escribe: “Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey”. Y conseguía la paz una y otra vez.
 
Su esposo murió muy arrepentido, y entonces Isabel dedicó el resto de su vida a socorrer pobres, auxiliar enfermos, ayudar a religiosos y rezar y meditar. Pero un día supo que entre su hijo Alfonso de Portugal y su nieto, el rey de Castilla, había estallado la guerra. Anciana y achacosa como estaba, emprendió un larguísimo viaje con calores horrendos y caminos peligrosos, para lograr la paz entre los dos contendores. Y este viaje fue mortal para ella. Sintió que le llegaba la muerte y se hizo llevar a un convento de hermanas Clarisas, y allí, invocando a la Virgen María murió santamente el 4 de julio del año 1336.
 
Dios bendijo su sepulcro con varios milagros y el Sumo Pontífice la declaró santa en 1626. Es abogada para los territorios y países donde hay guerras civiles, guerrillas y falta de paz. Que Santa Isabel ruegue por nuestros países y nos consiga la paz que tanto necesitamos.
 
 

03 julio, 2013

Santo Tomás, Apóstol

 
 
Oh, Santo Tomás, Apóstol, vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo, que amasteis a vuestro Maestro
Jesús, tanto, que, no soportasteis su
muerte, y, por ello, triste y desconsolado
quedasteis. Los discípulos os dijeron:
“Hemos visto al Señor” Y vos, dijisteis:
“si no veo en sus manos los agujeros
de los clavos, y si no meto mis dedos
en los agujeros sus clavos, y no meto
mi mano en la herida de su constado,
no creeré”. Y más tarde, el mismo Jesús,
se presentó y os dijo: “Acerca tu dedo,
aquí tenéis mis manos. Traed vuestra
mano y ponéosla en la herida de mi
costado, y no seáis incrédulo, sino
creyente”. Y vos, poniéndoos de rodillas
le contestasteis: “¡Señor mío y Dios
mío!”. Y, el Maestro Divino os dijo:
“Habéis creído porque me habéis visto.
Dichosos los que creen sin ver” y, he
allí cuando vuestra duda, sembró tangible
esperanza, en aquellos que dicen creer
sólo en lo que ven y desdeñan de su fe
hasta anularse, pero, por vuestra duda,
las palabras certeras de Cristo, la fe
del creyente mundo fortalecieron se,
para “creer sin ver”. Y, así, luego de
iros a tierras de la India y Persia,
tornasteis vuestra alma a la Casa del
Padre, para ser Justificado por aquellas
vuestras palabras: “¡Señor mío y Dios
mío!”¡Qué respuesta! Y, coronado ser,
con corona de luz eterna, por vuestro
amor y entrega por vuestro amor a Cristo;
Oh, Santo Tomás: “Señor Mío y Dios Mío”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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03 de Julio
Santo Tomás Apóstol
Siglo I
 
SEÑOR: AUMÉNTANOS LA FE!!!
 
Tomás significa “gemelo”. La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio. De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
 
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: “Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice “Dídimo”, que significa lo mismo: el gemelo. Cuenta San Juan (Jn. 11,16) “Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él”. Aquí el apóstol demuestra su admirable valor.
 
Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente “una fe esperanzada, sino una desesperación leal”. O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día.
 
Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.
 
La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: “A donde Yo voy, ya sabéis el camino”. Y Tomás le respondió: “Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo. Admirable respuesta. Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.
 
Le dijo Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.
 
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes. En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
 
Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros… Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: “Sígame, que yo voy para allá”, entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Vida Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: “Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad”. Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: “O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna”.
 
El hecho más famoso de Tomás
 
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso. Dice San Juan (Jn. 20, 24) “En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. El les contestó: “si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré”. Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: “Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le dijo: “Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver”.
 
Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
 
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo como un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
 
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe “Señor mío y Dios mío”, y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: “Dichosos serán los que crean sin ver”.
 

 

02 julio, 2013

San Bernardino Realino

 
 

 
 
Oh, San Bernardino Realino; vos, sois el Hijo
del Dios de la vida y su amado santo, y que,
sin esperar que pasaseis vos, el umbral de la
 muerte, nombrado fuisteis “celestial patrono
de vuestra ciudad”: Lecce. Clorinda, vuestro
 ángel terreno, os transformó vuestro  corazón,
y luego marchó del lado vuestro y, vos, en dolor
quedasteis para siempre. Y, su recuerdo, os
alentaba desde el cielo y se presentaba de
tiempo en tiempo toda de luz llena y de gloria
radiante, y os exhortaba a continuar vuestro
andar, hacia el cielo, tanto que os encerrasteis,
alejado del mundo y decidisteis abrazaros a la
Cruz de Cristo. Cuando el rosario rezabais,
María, se os apareció rodeada toda de vivo
resplandor, dejándose ver con el Niño Jesús,
en brazos, y Ella, os mandó con amor, entrar
en la “Compañía de Jesús”, cosa, que hicisteis.
A vuestra ciudad confesabais, la Congregación
 Mariana dirigíais, socorríais a los pobres y
enfermos. Y, por vuestro confesionario,
 desfilaron ricos y pobres, prelados y caballeros.
“Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna
esto mismo fue para Lecce el Beato Bernardino
 Realino. Desde la más alta nobleza hasta los
últimos harapientos, encarcelados y esclavos
turcos, no había quien no le conociese como
universal apóstol y bienhechor de la ciudad”.
Dijo León XIII. Cambiaros quisieron una y mil
veces pero, hasta el cielo confabuló en favor
vuestro, y nunca os movisteis. Grandes favores
de Nuestra Señora, recibisteis. “Me voy al cielo,
Oh Virgen mía Santísima”, dijisteis por vez última
y entregasteis vuestra santa alma, para, premiada
ser, con corona de luz eterna, por vuestro amor
oh, San Bernardino Realino, “amor por María”.

© 2013 Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de Julio 
San Bernardino Realino 
Sacerdote Jesuita
 
Con San Bernardino Realino ocurrió un hecho insólito que tal vez no se vuelva a narrar en este año cristiano. Sin esperar a que traspasase el umbral de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce, donde murió.
 
Ocurrió a comienzos de 1616. Por toda la ciudad corrió el rumor de que el padre Bernardino Realino, que había sido su apóstol durante cuarenta y dos años, estaba a punto de muerte. Era por entonces alcalde de la ciudad Segismundo Rapana, hombre previsor y decidido. Informado de la gravedad del “Santo Bernardino”, se presenta con una comisión del Ayuntamiento en el colegio de los jesuitas. Los guardias le abren paso entre el gentío que se ha formado en la portería del colegio. Llegado a la presencia del moribundo, saca de su casaca un documento que llevaba preparado y lo lee delante de todos:
 
“Grande es nuestro dolor, oh padre muy amado, al ver que nos dejáis, pues nuestro más ardiente deseo sería que os quedarais para siempre entre nosotros. No queriendo, sin embargo, oponernos a la voluntad de Dios, que os convida con el cielo, deseamos, por lo menos, encomendaros a nosotros mismos y a toda esta ciudad, tan amada por vos, y que tanto os ha amado y reverenciado. Así lo haréis, oh padre, por vuestra inagotable caridad, la cual nos permite esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues por tal os elegimos desde ahora para siempre, seguros de que nos aceptaréis por fieles siervos e hijos, ya que con vuestra ausencia nos dejáis sumergidos en el más profundo dolor.”
 
El anciano padre, acabado como estaba por la enfermedad, hizo un supremo esfuerzo y pudo, al fin, pronunciar un “Sí, señores” que llenó al alcalde y a toda la ciudad de inmenso júbilo.
Había nacido San Bernardino Realino en Carpi, ducado de Módena, el 1 de diciembre de 1530. Su familia pertenecía a la nobleza provinciana. Su padre, don Francisco Realino, fue caballerizo mayor de varias cortes italianas. Por este motivo estaba casi siempre ausente de su casa. La educación del pequeño Bernardino estuvo confiada a su madre, Isabel Bellantini.
 
Dicen que Bernardino era un niño hermoso, de finos modales, todo suavidad en el trato, siempre afable y risueño con todos. A su buena madre le profesó durante toda su vida un cariño y una veneración extraordinarios. Durante sus estudios un compañero le preguntó: “Si te dieran a escoger entre verte privado de tu padre o de tu madre. ¿qué preferirlas?” Bernardino contestó como un rayo: “De mi madre jamás.” Dios, sin embargo, le pidió pronto el sacrificio más grande.
 
Su madre se fue al cielo cuando él todavía era muy joven. Su recuerdo le arrancaba con frecuencia lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus constantes desvelos y principalmente por haberle inculcado una tierna devoción a la Virgen María.
 
En Carpi comenzó el niño Bernardino sus estudios de literatura clásica bajo la dirección de maestros competentes. “En el aprovechamiento —escribe el mismo Santo—, si no aventajó a sus discípulos, tampoco se dejó superar por ninguno de ellos.” De Carpi pasó a Módena y luego a Bolonia, una de las más célebres universidades de su tiempo, donde cursó la filosofía.
 
Fue un estudiante jovial y amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de “haber perdido muchísimo tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba demasiado familiarmente”.
 
Fue, pues, muchacho normal. Hizo poesías. Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como cualquier bachiller del siglo XX. Hasta tuvo sus pendencias, escapándosele alguna cuchillada que otra…
 
“Habiéndome introducido por senda tan resbaladiza —escribe el Santo refiriéndose a aquellos días—, vino el ángel del Señor a amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de las puertas del infierno, me colocó otra vez en la ruta del cielo.”
 
¿Quién fue este “ángel del cielo”?
 
Un día vio en una iglesia a una joven y quedó prendado de ella. La amó con un amor maravilloso, “hasta tal punto —son sus palabras— de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos. No obedecerla me parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era reconocía debérselo a ella”. Esta joven se llamaba Clorinda. Bellísima, había dominado por sí misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de la literatura y la filosofía. Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y la comunión. Precisamente la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo que prendió en el corazón de Bernardino aquella llama de amor puro y bello que elevó su espíritu a lo alto, como lo demuestran las cartas y poesías que se cruzaron entre los dos y que todavía se conservan. Clorinda y Bernardino tuvieron una confianza cada día creciente, pero siempre delicada y noble.
 
Bernardino tenía proyectado graduarse en Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió dócilmente a los deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar la de Derecho.
—Grande y ardua empresa quieres que acometa —le dijo Bernardino.
—Nada hay arduo para el que ama —fue la respuesta de Clorinda.
Dicho y hecho. Bernardino se sumergió materialmente en los libros de leyes, que le acompañaban hasta en las comidas, y tan absorto andaba con Graciano y Justiniano, que a veces trastornaba extrañamente el orden de los platos, Por fin, el 3 de junio de 1546, a los veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y civil, coronando así gloriosamente el curso de sus estudios.
 
A los seis meses de terminar la carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno de esta pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en el Piamonte. Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a Castel Leone de pretor a las órdenes del marqués de Pescara.
 
En todos estos cargos se mostró siempre recto y sumamente hábil en los negocios. He aquí el testimonio —un poco altisonante, a la manera de la época— de la ciudad de Felizzano al terminar en ella su mandato el doctor Realino:
 
“Deseamos poner en conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por codicia de riquezas. No es menos de admirar su prudencia en componer enemistades y discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que creíamos había inaugurado una nueva era la tranquilidad y bonanza. Siempre tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y tan imparcial se mostró en la administración de la justicia que nadie, por humilde que fuese su condición, desconfió jamás de alcanzar de él sus derechos.”
 
El marqués de Pescara quedó tan satisfecho de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de gobernador de Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor y lugarteniente general.
 
En Nápoles le esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.
 
La felicidad de este mundo es poca y pasa pronto. Clorinda se cruzó en la vida de Bernardino rápida y bella como una flor. Ella, que le había animado tanto en los estudios, murió apenas daba los primeros pasos en el ejercicio de su carrera. La muerte de Clorinda abrió en el alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse. Fue una lección de la vanidad de las cosas de este mundo.
 
El recuerdo de aquella joven querida le alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en tiempo radiante de luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus santos propósitos.
 
Un día paseaba el oidor por las calles de Nápoles cuando tropezó con dos jóvenes religiosos cuya modestia y santa alegría le impresionó vivamente. Les siguió un buen trecho y preguntó quiénes eran. Le dijeron que “jesuitas”, de una Orden nueva recientemente aprobada por la Iglesia.
 
Era la primera noticia que tenía Bernardino de la Compañía de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la iglesia de los padres.
 
Entró en el momento en que subía al púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores mejores de aquel tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino volvió a casa, se encerró en su habitación y no quiso recibir a nadie durante varios días. Hizo los ejercicios espirituales, y a los pocos días la resolución estaba tomada. Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz de Cristo.
 
Su madre había muerto, Clorinda había muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al cielo. No quería servir a los que estaban sujetos a la muerte. Pero, ¿cuándo pondría por obra su propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un poco?
 
Un día del mes de septiembre de 1564, mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en aquella perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó de pronto dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los brazos. María, dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le mandó entrar cuanto antes en la Compañía de Jesús.
 
Contaba Bernardino, al entrar en el Noviciado, treinta y cuatro años de edad. Era lo que hoy decimos una vocación tardía. Por eso una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos de poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos tenía que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que participar en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos pendiente de la campanilla del Noviciado, siempre importuna y molesta a la naturaleza humana. Pero a todo hizo frente Bernardino con audacia y a los tres años de su ingreso en la Compañía se ordenó de sacerdote. Todavía continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado cargo de maestro de novicios.
 
En Nápoles permaneció tres años ocupado en los ministerios sacerdotales como director de la Congregación, recogiendo a los pillos del puerto, visitando las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos de las galeras españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde iba a desarrollar su apostolado sacerdotal.
 
Lecce era y es una población de agradable aspecto. Capital de provincia, a 12 kilómetros del mar Adriático, es el centro de una comarca rica en viñedos y olivares. Sus habitantes son gentes sencillas que se enorgullecen de las antiguas glorias de la ciudad, cargada de recuerdos históricos.
 
El ir nuestro Santo a Lecce fue sin misterio alguno. Desde hacia tiempo la ciudad deseaba un colegio de Jesuitas, y los superiores decidieron enviar al padre Realino con otro padre y un hermano para dar comienzo a la fundación y una satisfacción a los buenos habitantes de la ciudad, que oportuna e inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y suspirar por el colegio de la Compañía.
 
Los tres jesuitas, con sus ropas negras y sus miradas recogidas, entraron en la ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo visto la buena fama del padre Bernardino Realino le había precedido, porque el recibimiento que le hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen grupo de eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de la ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio provisional.
 
El padre Realino era el superior de la nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de la construcción de la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía terminada. Otros seis años, y se inauguraba el colegio, del cual era nombrado primer rector el mismo Santo.
 
Desde el primer día de su estancia en Lecce el padre Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de personas, como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la ciudad, dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar por su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos de conciencia. “Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna —dice León XIII en el breve de beatificación de 1895— esto mismo fue para Lecce el Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad.” El Papa, el emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el “Santo de Lecce”.
 
Los superiores de la Compañía pensaron en varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez dar mejores frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y ciudad de Lecce. Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares. En repetidas ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que cerrarían las puertas e impedirían por la fuerza la salida del padre Bernardino. Pero no fue necesario, porque también el cielo entraba en la conjura a favor de los habitantes de Lecce. Apenas se daba al padre la orden de partir, empeoraba el tiempo de tal forma que hacía temerario cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre misteriosa se apoderaba de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la orden. De aquí el dicho de los médicos de Lecce: “Para el padre Realino, orden de salir es orden de enfermar.”
 
Pasaron muchos años y la santidad de Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del cielo. Una noche de Navidad estaba en el confesonario y una penitente notó que el padre temblaba de pies a cabeza a causa del intenso frío. Terminada la confesión la buena señora fue al que entonces era padre rector a rogarle que mandara retirarse al padre Bernardino a su habitación y calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del padre rector. Fue a su cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a meditar sobre el misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de resplandor su habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó ante él. Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. “¿Por qué tiemblas, Bernardino?”, le preguntó la Señora. “Estoy tiritando de frío”, le respondió el buen anciano. Entonces la buena Madre, con una ternura indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño Jesús. Sin duda fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino Realino. Lo cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le oyó repetir como fuera de sí: “Un ratito más, Señora; un ratito más.” En todo aquel invierno no volvió a sentir frío el padre Bernardino.
 
Llegó el año 1616. La vida del padre Realino se extinguía. “Me voy al cielo”, dijo, y con la jaculatoria “Oh Virgen mía Santísima” lo cumplió el día 2 de julio. Tenía ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y dos, los había pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia en un trabajo casi siempre igual.
 
Muerto el padre, el ansia de obtener reliquias hizo que el pueblo desgarrara sus vestidos y se los llevara en pedazos, lo cual hizo imposible la celebración de la misa y el rezo del oficio de difuntos. Y, así, los funerales de este hombre tan popular y tan querido de todos tuvieron que celebrarse a puerta cerrada y en presencia de contadísimas personas.
 
Fue canonizado por el Papa Pío XII en el año 1947.