05 enero, 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor


Oh, Sangrada Epifanía, en Oriente y en Occidente
 celebrada. “Epifanía”, significáis “manifestación”,
pues Vos, Señor de los cielos y la tierra, os revelasteis
 a los paganos en la persona de los reyes magos.
 Tres misterios con vos se celebran: la adoración
de los magos, el bautismo de Cristo por Juan
 y el primer milagro de Jesucristo. “Ya viene el Señor
 del universo; en sus manos está la realeza, el poder
 y el imperio ”. Y, el verdadero rey que contemplamos
 en esta festividad es el pequeño Jesús. Los magos
 utilizar supieron su saber, astronómico para al Salvador
 descubrir. Oro, incienso y mirra, os ofrecieron
 en honor a Vuestra realeza, Vuestra divinidad
 y Vuestra humanidad. Melchor, Gaspar y Baltasar
 sois los peregrinos de la estrella y sacerdotes del
 Dios Altísimo, que, con lo que estaba escrito
 cumplieron y anticipasteis nuestra participación
 en la gloria de la inmortalidad de Cristo, manifestada
 en una naturaleza mortal. Sois pues, los que
 representáis la fiesta de la esperanza y que prolongáis
 la Navidad en los corazones nuestros, porque
 sólo Dios salva, y nadie más, en este mundo nuestro;
 oh, Sagrada Epifanía, fiesta de oriente y occidente.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Desde oriente
 Los Magos Reyes
 Ya llegaron

Y en la arena
 Contritas rodillas
 Adoran al Dios Niño


Oro
 Incienso y
 Mirra
 Para el Rey del universo


Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
 como Melchor, Gaspar y Baltazar?
 ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?!.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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“Ya viene el Señor del universo;
 en sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


Hombres y animales de la tierra
 Inclinaos ante el Rey de la Vida
 Y adoradle eternamente, porque

Montes, mares y montañas
 Abismos, desiertos y selvas
 Noches y días; estrellas y planetas

Bóveda celeste y universo entero
 Son su obra y portento maravilloso
 ¡Vos, sois Dios, desde siempre

Y por siempre!, -dijeron aquella
 Santa Noche-, Gaspar, Melchor y
 Baltasar. ¡Aleluya, Aleluya!.


“Ya viene el Señor del universo;
 En sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor


La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del siglo IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.
 
Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.
 
Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.
 
Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.
 
El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).
 
A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.
 
La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.
 
Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.
 
Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.
 
Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.
 

04 enero, 2014

Beata Angela de Foligno


Oh, Beata Angela de Foligno, vos, sois
 la hija del Dios de la vida y su amada
 beata. Aquella mujer que, de Dios mismo
 recibió consejo sabio, de que, el camino
 mejor para la santidad alcanzar, estudiar
 la vida de Cristo es, y tratar de imitarlo,
 cuestión que vos, hicisteis de singular
 manera. “Yo, Angela de Foligno, tuve que
 atravesar muchas etapas en el camino
 de la penitencia o conversión. La primera
 fue convencerme de lo grave y dañoso
 que es el pecado. La segunda el sentir
 arrepentimiento y vergüenza de haber
 ofendido al buen Dios. La tercera hacer
 confesión de todos mis pecados. La cuarta
 convencerme de la gran misericordia
 que Dios tiene para con el pecador
 que quiere ser perdonado. La quinta el ir
 adquiriendo un gran amor y estimación
 por todo lo que Cristo sufrió por nosotros.
 La sexta adquirir un amor por Jesús
 Eucaristía. La séptima aprender a orar,
 especialmente recitar con amor y atención
 el Padrenuestro. La octava tratar de vivir
 en continua y afectuosa comunicación
 con Dios”. Palabras de vuestra autobiografía,
 que reflejan vuestro amor con Dios Padre
 y Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro.
 Así, en vos obró, la Divina Providencia,
 y os brindó una nueva vida, hasta convertiros
 en alguien que la vida de contemplación
 y de la comunicación con Dios amasteis,
 toda convertida en santa mística, tanto
 que, en la Misa, a Jesucristo veíais,
 en la Santa Hostia, muchas veces. Hoy,
 ya no lo contempláis de cuando en vez,
 sino, por la eternidad, porque, corona
 de luz tenéis y vivís a su lado brillando
 santamente, como premio a vuestro amor,
 oh, Santa Angela de Foligno, “luz y vida ”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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04 de Enero
Santa Angela de Foligno
Beata


Señor: Tú que le dijiste en una visión a Santa Angela:

“el mejor camino para llegar a la santidad es estudiar la vida de Cristo en el Evangelio y tratar de imitarlo”. Haz que nosotros estudiemos la vida de Jesús y la imitemos siempre. Amén.

Murió el 4 de enero de 1309 en Foligno, Italia, donde había nacido en 1248. Iglesia
Es una de las místicas más famosas que ha tenido la Católica (se llama mística a la persona que se dedica a la vida de contemplación y de comunicación con Dios).
 
En los primeros años de su vida fue una pecadora: orgullosa, vanidosa, poco piadosa y dedicada a la vida mundana. Se casó muy joven y tuvo varios hijos. Poseía riquezas, castillos, lujos, joyas y fincas, pero nada de esto la hacía feliz.
 
En 1283, cuando ella tenía 35 años de edad, mueren sucesivamente su madre, su esposo y sus hijos. En medio de la inmensa pena, Angela va al templo y oye predicar a un franciscano, el Padre Arnoldo, y durante el sermón se da cuenta de lo equivocadamente que ha vivido. Hace una confesión general de toda su vida. Se hace terciaria franciscana. Va en peregrinación a Asís, y San Francisco en una visión le dice que es necesario hacer dos cosas muy importantes: vender todo lo que tiene, darlo a los pobres, y… dedicarse a meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
 
Así lo hace. Lo vende todo, menos un castillo o palacio que estima muchísimo. Hasta que en una visión oye decir a Cristo crucificado: “¿Y por amor a tu Redentor no serás capaz de sacrificar también tu palacio preferido?”. Lo vende también y todo el dinero recogido lo distribuye entre los pobres. Vende todas sus joyas y lujos, reparte el dinero entre los más necesitados, y se dedica a la vida de contemplación y meditación en la Vida, Pasión y Muerte del Señor.
 
Ha sido llamada la Mística de la Pasión de Cristo. Y fue tan grande el amor que adquirió hacia la Pasión y Muerte del Señor, que le bastaba mirar una imagen de Jesús doliente u oír hablar de su Santísima Pasión para que se enrojeciera su rostro y quedara como en éxtasis. En visiones se la puede comparar a Santa Teresa y a Santa Catalina.
 
Al Padre Arnoldo le dictó su Autobiografía. En ella dice lo siguiente: “Yo, Angela de Foligno, tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios”.
En la Santa Misa veía muchas veces a Jesucristo en la Santa Hostia.
 
A su alrededor se reunía frecuentemente un selecto grupo de hombres y mujeres, terciarios franciscanos, a los cuales fue bendiciendo uno por uno como una madre cariñosa, la tarde del 4 de enero de 1309, y luego santamente y en gran paz, su alma voló a la eternidad.
Sobre su sepulcro se han obrado innumerables milagros.
 

03 enero, 2014

Así, era el Padre Jorge Loring, sj: Por qué hay que ir a Misa

 
 
El jesuita Jorge Loring, que falleció el pasado día de Navidad a los 92 años de edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos.
 
En su opinión, tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de fe. En su libro “Anécdotas de una vida apostólica” (De Buena Tinta), explica cómo respondía a la pregunta “¿por qué me piden ir a misa, si no tengo ganas?”
 
Lo reproducimos aquí.

Por qué hay que ir a Misa,
por Jorge Loring, sj


Es de pena la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa Misa.
Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.
 
El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas.
 
Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor.
Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.
 
La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
 
Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?
 
A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.
 
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.
Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas.
 
No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.
 
Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten- ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa.
El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.
 
Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.
En la misión de Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en el casino a la juventud mayor de dieciséis años.
 
Durante la comida nos dijo el padre Pardo:

—Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha hecho impacto.
—¿Qué?
—Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración!
Y yo le dije: —¡Magnífica idea!
 
Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola Misa.
 
Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.
 
Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los sacrificios que tengas que hacer por no perderla.
 
En una ocasión viajaba yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el sevillano» y en Sevilla «el catalán».
 
Salimos de Barcelona a las once de la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi libro, sin levantar cabeza.
 
Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían:

—Padre, ¿quiere un bocadillo?
—No. Muchas gracias.
—Pero si no ha tomado nada desde que salimos de Barcelona.
—Es que al llegar a Sevilla quiero decir Misa.
 
En aquel tiempo el ayuno eucarístico había que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados. Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.
 
En Sevilla, mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche. Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero dije Misa que vale mucho más.
 
Lo que vale una misa lo expresa el padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad».
 
Esto parece exageración, pero cuando te lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y esto vale mucho más.
 

Santísimo y Gloriosísimo Nombre de Jesús



Oh, Santísimo y Gloriosísimo Nombre de Jesús.
 ¿Quién más sino Vos, para llevar ese Santísimo
 Nombre? Nadie más que Vos. ¡Maravilloso Nombre!
 es el Vuestro y lo honramos, porque Vos,
 lo lleváis por designio divino de Dios, Vuestro
 amadísimo Padre, para vivo y sempiterno
 recuerdo de todas las bendiciones que recibimos
 de Vos, a cada nada, y a lo largo de nuestra
 existencia en la tierra, pues vuestro Santísimo
 Nombre, ayuda en nuestras corporales necesidades,
 y todo gracias a Vuestra promesa: “En mi nombre
 expulsarán demonios, hablarán en lenguas
 nuevas, agarrarán serpientes en sus manos
 y aunque beban veneno no les hará daño;
 impondrán las manos sobre los enfermos
 y se pondrán bien”. Porque en vuestro nombre,
 los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados y vida
 a los muertos. Vuestro Nombre, consuelo
 da en las aflicciones espirituales, recordando
 Vuestro Nombre al pecador, al padre del Hijo
 Pródigo y del Buen Samaritano y además
 le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte
 del inocente Cordero de Dios. También Vuestro
 Nombre, nos protege de Satanás y sus engaños,
 Pues el Demonio teme Vuestro Nombre: ¡Jesús!,
 pues lo vencisteis en la Cruz. Y, finalmente,
 con Vuestro Nombre obtenemos toda bendición
 y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Vos,
 mismo dijisteis: “lo que pidáis al Padre os lo dará
 en mi nombre”. Y la Iglesia, todas sus plegarias
 concluye, así: “Por Jesucristo Nuestro Señor”.
¡Bendito sea el Nombre de Jesús, ahora y siempre!
 Oh, Santísimo y Gloriosísimo Nombre de “Jesús”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Enero
Santísimo Nombre de Jesús
Fiesta


Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor. Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, “De festo SS. Nominis”, ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús; Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: “En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones”. El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
 
* Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: “En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
 
* Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
 
* Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
 
* En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: “lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.” (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: “Por Jesucristo Nuestro Señor”, etc.
 
Así se cumple la palabra de San Pablo: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos.” (Fil 2, 10).
 
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano. Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad. Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, “Key to the Spiritual Treasures”, 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.
 
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre. Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de “Jesús Hominum Salvator” (Jesús Salvador de los Hombres). Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una “V”, y que el monograma significaba “In Hoc Signo Vinces” (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312).
 
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, “Psal. Christi et Mariae”, i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, “Quodlibet”, v; Colvenerius, “De festo SS. Nominis”, x). Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: “Jesús Christus” (ventris tui, Jesús Christus). Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria:
 
“¡Bendito sea el Nombre del Señor!” con la respuesta “Ahora y por siempre”, o “Amén”. En el sur de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte. Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de setiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María (“¡Jesu!”, “Maria”!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904. Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
 

02 enero, 2014

San Basilio Magno


Oh, San Basilio Magno, vos, sois el hijo
 del Dios de la vida y su amado santo.
 Asceta del desierto, que, en vuestro
 libro “Constituciones”, las reglas
 volcasteis, más elevadas para, la
 santidad alcanzar en la vida religiosa.
 Amado como erais por cristianos,
 judíos y paganos, haciendo carne el
 amor de Dios y, diciendo a los cuatro
 vientos: “Óyeme cristiano que no ayudas
 al pobre: tú eres un verdadero ladrón.
 El pan que no necesitas le pertenece
 al hambriento. Los vestidos que ya
 no usas le pertenecen al necesitado.
 El calzado que ya no empleas le
 pertenece al descalzo. El dinero
 que gastas en lo que no es necesario
 es un robo que le estás haciendo
 al que no tiene con que comprar lo
 que necesita. Si pudiendo ayudar no
 ayudas, eres un verdadero ladrón”.
Y, bien dicho, porque hay de todo en
 la viña del Señor, pero vos, santo
 como sois, brilláis con corona de luz,
 como premio a vuestro amor y fidelidad;
 Oh, San Basilio Magno, “rey” de la luz.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de Enero
San Basilio Magno
Doctor de la Iglesia


Martirologio Romano: Memoria de los santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379. Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores. (379)

Etimológicamente: Basilio = Aquel que es un rey, es de origen griego.
 
BASILIO nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde sería el emperador apóstata.
 
Basilio y Gregorio Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas”. Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea. Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta, luego de haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus hermanas y hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para llevar una vida comunitaria.
 
Fue entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio San Benito.
 
Lucha contra la herejía arriana
 
Por aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en Cesárea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia del santo y éste, para no crear discordias, volvió a retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde, San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias. Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
 
Obispo de Cesárea
 
El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesárea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo.
Antes de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en Bitrina y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero nuestro santo le respondió:
 
¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento . . .
El gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un obispo”.
 
El emperador Valente se decidió en favor de exilarlo y se dispuso a firmar el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a escribir. El emperador quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria manifestación, confesó que, muy a su pesar, admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesárea.
 
Pero apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos provincias civiles y la consecuente reclamación de Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia. La disputa resultó desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por haberse malquistado con su amigo San Gregorio Nacianceno, a quien Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias. Mientras el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y sábados. Entre las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que más tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los muros de Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del mundo. A ese centro de beneficencia llegó a conocérsela con el nombre de Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la muerte de su fundador. A pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y la disciplina eclesiásticos.
 
No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La muerte de San Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los cismas y la disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse. Pero las propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones de ambición y de herejía. Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso y a los obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del oriente y allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa de mis pecados, escribía San Basilio con un profundo desaliento, parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto emprendo!”
 
Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a oídos de San Basilio, éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”.
 
Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores".

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01 enero, 2014

Santa María Madre de Dios


¡Oh! Señora Nuestra Santa María
 Vos Sois
 La Madre del Dios vivo
 La Madre de Cristo redentor
 La Madre del perdón infinito
 La Madre de la esperanza sin fin
 La Madre de la alegría eterna
 La Madre de la gracia a raudales


¡Oh! Señora Nuestra Santa María
 A Vos os entregamos
 Con total y absoluta confianza
 Y humildad plena sincera
 Los sueños y anhelos
 De este Nuevo Año
 Para que Vos
 Con vuestro maternal amor
 Intercedáis por todos nosotros
 Y Realidad hagáis nuestras peticiones
 Pues problemas de seguro los habrán
 Pero que con Vos
 Del lado nuestro
 Todos superados serán


¡Oh! Señora Nuestra Santa María
 Vos que Sois
 La Madre del Dios vivo
 La Madre de Cristo
 La Madre del perdón
 La Madre de la esperanza
 La Madre de la alegría
 La Madre de la gracia
 La ¡Kejaritomene!
 De seguro que ya sabéis
 De nuestras carencias
 Mucho antes de que a Vos recurramos
 Pero sólo queréis
 Que os lo pidamos de todo corazón


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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1° de Enero
Santa María Madre de Dios


La Iglesia Católica quiere comenzar el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María. La fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente es la de “María Madre de Dios”. Ya en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa, en tiempos de las persecuciones, hay pinturas con este nombre: “María, Madre de Dios”.
 
Si nosotros hubiéramos podido formar a nuestra madre, ¿qué cualidades no le habríamos dado? Pues Cristo, que es Dios, sí formó a su propia madre. Y ya podemos imaginar que la dotó de las mejores cualidades que una criatura humana puede tener.
 
Pero, ¿es que Dios ha tenido principio? No. Dios nunca tuvo principio, y la Virgen no formó a Dios. Pero Ella es Madre de uno que es Dios, y por eso es Madre de Dios. Y qué hermoso repetir lo que decía San Estanislao: “La Madre de Dios es también madre mía”. Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: “He ahí a tu madre”, ¿será capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?
Al saber que nuestra Madre Celestial es también Madre de Dios, sentimos brotar en nuestro corazón una gran confianza hacia Ella.Cuando en el año 431 el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso (la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años) e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
 
El título “Madre de Dios” es el principal y el más importante de la Virgen María, y de él dependen todos los demás títulos y cualidades y privilegios que Ella tiene. Los santos muy antiguos dicen que en Oriente y Occidente, el nombre más generalizado con el que los cristianos llamaban a la Virgen era el de “María, Madre de Dios”.
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31 diciembre, 2013

San Silvestre I


Oh; San Silvestre, vos, sois el hijo
 del Dios de la vida y su amado santo.
 Aquél que, nuevos tiempos respiró,
 pues cesó, la persecución contra
 los cristianos y Constantino emperador,
 por la pila bautismal pasó, y su lanza
 puso, a los pies de la Cruz de Cristo,
 como su nueva Luz. Así, las palabras
 del Dios eterno, realidad cobraron:
“que no habría rodilla alguna sobre la
 faz de la tierra, que no se doblase”.
Y, así fue. Y, a vos, Silvestre, os
 tocó la dicha de poder construir la
 antigua Basílica de San Pedro, en el
 Vaticano, y la primera Basílica de
 Letrán. Y, además, el regalarnos nuestro
“Credo Niceno Constantinopolitano”,
fruto luminoso del Concilio de Nicea,
 así, por vos llamado. Una pregunta
 hay en el medio, que urge el hacerla:
 ¿Dónde estaréis ahora? ¿Dónde? Y, una
 sola respuesta hay: ¡en la eternidad
 de la gloria de Cristo!, corona de luz
 eterna luciendo, como justo premio
 a vuestra entrega de amor y fidelidad;
 oh, San Silvestre, Papa I, “fe y luz”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de diciembre.
San Silvestre I
XXXIII Papa


El largo pontificado de San Silvestre (del 314 al 335) transcurrió paralelo al gobierno del emperador Constantino, época muy importante para la Iglesia que acababa de salir de la clandestinidad y de las persecuciones. Fue en ese período cuando se formó una organización eclesiástica que duraría varios siglos. En esta obra tuvo Constantino un lugar de consideración. Este, efectivamente, era el heredero de la gran tradición romana imperial y por eso se consideraba el legítimo representante de la divinidad (nunca renunció a ostentar el titulo pagano de “pontifex maximus´), y por tanto del Dios de los cristianos.
 
Fue él, por tanto, y no el Papa Silvestre, quien convocó en el 314 un sínodo para acabar con el cisma que había estallado en África; y fue también él quien convocó en el 325 el primer concilio ecuménico de la historia, en Nicea (Bitinia), residencia veraniega del emperador.
 
Al obrar asi, Constantino introdujo un método de intromisión del poder civil en los asuntos eclesiásticos que tendría desastrosas consecuencias. Pero por ahora las consecuencias fueron positivas, entre otras cosas por la buena armonia que reinaba entre el Papa Silvestre y Constantino. Este, en efecto, no ahorró sus aprobaciones y sus apoyos aún económicos para la vasta obra de construcción de edificios eclesiásticos.
 
Precisamente Constantino, en su calidad de “pontifex maximus”, fue quien pudo autorizar y consentir el “sacrilegium” de construir una gran basílica en honor de San Pedro sobre la colina Vaticana, después de haber parcialmente destruido o tapado el cementerio pagano, descubierto por las excavaciones ordenadas por Pio XII en 1939.
 
Fue también la colaboración entre el Papa Silvestre y Constantino la que permitió la construcción de otras dos importantes basilicas romanas, una en honor de San Pablo sobre la vía Ostiense, y sobre todo la otra en honor de San Juan. Inclusive, Constantino quiso manifestar su simpatía por el papa Silvestre dándole su mismo palacio lateranense, que desde entonces y por varios siglos fue la residencia de los Papas.

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