05 enero, 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor


Oh, Sangrada Epifanía, en Oriente y en Occidente
 celebrada. “Epifanía”, significáis “manifestación”,
pues Vos, Señor de los cielos y la tierra, os revelasteis
 a los paganos en la persona de los reyes magos.
 Tres misterios con vos se celebran: la adoración
de los magos, el bautismo de Cristo por Juan
 y el primer milagro de Jesucristo. “Ya viene el Señor
 del universo; en sus manos está la realeza, el poder
 y el imperio ”. Y, el verdadero rey que contemplamos
 en esta festividad es el pequeño Jesús. Los magos
 utilizar supieron su saber, astronómico para al Salvador
 descubrir. Oro, incienso y mirra, os ofrecieron
 en honor a Vuestra realeza, Vuestra divinidad
 y Vuestra humanidad. Melchor, Gaspar y Baltasar
 sois los peregrinos de la estrella y sacerdotes del
 Dios Altísimo, que, con lo que estaba escrito
 cumplieron y anticipasteis nuestra participación
 en la gloria de la inmortalidad de Cristo, manifestada
 en una naturaleza mortal. Sois pues, los que
 representáis la fiesta de la esperanza y que prolongáis
 la Navidad en los corazones nuestros, porque
 sólo Dios salva, y nadie más, en este mundo nuestro;
 oh, Sagrada Epifanía, fiesta de oriente y occidente.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Desde oriente
 Los Magos Reyes
 Ya llegaron

Y en la arena
 Contritas rodillas
 Adoran al Dios Niño


Oro
 Incienso y
 Mirra
 Para el Rey del universo


Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
 como Melchor, Gaspar y Baltazar?
 ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?!.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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“Ya viene el Señor del universo;
 en sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


Hombres y animales de la tierra
 Inclinaos ante el Rey de la Vida
 Y adoradle eternamente, porque

Montes, mares y montañas
 Abismos, desiertos y selvas
 Noches y días; estrellas y planetas

Bóveda celeste y universo entero
 Son su obra y portento maravilloso
 ¡Vos, sois Dios, desde siempre

Y por siempre!, -dijeron aquella
 Santa Noche-, Gaspar, Melchor y
 Baltasar. ¡Aleluya, Aleluya!.


“Ya viene el Señor del universo;
 En sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor


La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del siglo IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.
 
Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.
 
Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.
 
Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.
 
El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).
 
A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.
 
La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.
 
Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.
 
Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.
 
Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.
 

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