27 junio, 2015

San Cirilo de Alejandría

Oh, San Cirilo de Alejandría; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, increíble gloria disteis

al significado de vuestro nombre: “el que tiene que mandar”.
¿Qué mayor gloria que la de defender a la Madre de Dios?
¡La mayor!. Y, Nestorio, infame hereje, con su falsía siguió.
Pero, Éfeso llegó y nombrado fuisteis Presidente y con vuestra
elocuencia irreductible y sabiduría grande, os escucharon,
y, luego, condenaron al hereje y a su herejía, entonces con
solemnidad le dijeron al mundo todo, que María, sí es Madre
de Dios. Vos, mismo, de emoción lleno exclamasteis así: “Os
saludamos ¡oh! María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo
el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca
será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados,
por quien ha venido al mundo, el que es Bendito por los siglos.
Por Vos, la Trinidad Santa, ha recibido más gloria en la tierra;
por Vos la cruz nos ha salvado; por Vos, los cielos se estremecen
de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo
del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas
somos elevados al puesto de honor”. “Y la Madre de Dios es
también Madre mía”. Exclamasteis, gozoso de alegría ante todos,
aquél día. ¡Suprema y eterna verdad!. Por todo ello, cuando
vuestra alma surcó los cielos, con justicia, premiado fuisteis
con corona de luz eterna, como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Cirilo de Alejandría, “Primer defensor de María Santa”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Junio
San Cirilo de Alejandría

Arzobispo Año 444

Cirilo significa: el que tiene autoridad (Ciris: mandar). Este santo se hizo famoso en la antigüedad porque fue el que defendió ante todos los enemigos, que María es Madre de Dios. Él dirigió el famoso Concilio de Efeso que declaró que María sí es Madre de Dios. Y sucedió entonces que Nestorio, patriarca de Constantinopla, empezó a decir que María no era Madre de Dios, sino simplemente madre de un hombre. La gente se escandalizaba enormemente al oírle predicar semejante barbaridad.
San Cirilo le escribió diciéndole que a María la llamamos Madre de Dios, no porque Ella haya creado a Dios (porque a Dios nadie lo ha creado), sino porque es Madre de uno que es Dios. Y le pedía que por favor retirara esas afirmaciones heréticas que había hecho. Pero Nestorio respondió con insultos y siguió enseñando sus errores y herejías.
Entonces Cirilo escribió al Papa Celestino, a Roma, informándole de este error que estaba propagando Nestorio. El Papa reunió a los principales sabios católicos de Roma, y asesorado por ellos condenó el error de Nestorio y lo amenazó con excomunión si no retiraba sus afirmaciones heréticas. Pero el hereje no quiso retractarse y siguió propagando sus errores. Entonces en el año 431 se reunieron en Efeso todos los 200 obispos de la cristiandad de ese entonces. Fue elegido presidente de ese concilio San Cirilo, como el más venerable de todos, y como representante del Papa Celestino. Y Cirilo con su fogosa elocuencia y su gran sabiduría obtuvo que los obispos condenaran la herejía de Nestorio y proclamaran solemnemente que María sí es Madre de Dios.
Los enemigos del gran arzobispo obtuvieron que el gobierno pusiera preso a Cirilo por tres meses, pero cuando llegaron los delegados del Papa de Roma, estos intercedieron por él y le consiguieron la libertad y así pudo seguir oponiéndose con toda su autoridad a las enseñanzas de la herejía.
El santo narra así a los monjes de Egipto en una carta, como fue el final de aquellas reuniones del Concilio de Efeso: “No se puede imaginar la alegría de este pueblo fervoroso cuando supo que el Concilio había declarado que María sí es Madre de Dios y que los que no aceptaran esa verdad quedan fuera de la Iglesia. Toda la población permaneció desde el amanecer hasta la noche junto a la Iglesia de la Madre de Dios donde estabamos reunidos los 200 obispos del mundo. Y cuando supieron la declaración del Concilio empezaron a gritar y a cantar, y con antorchas encendidas nos acompañaron a nuestras casas y por el camino iban quemando incienso. Alabemos con nuestros himnos a María Madre de Dios y a su Hijo Jesucristo a quien sea todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Cuando el Concilio de Efeso declaró que María sí es Madre de Dios, San Cirilo de Alejandría exclamó gozoso delante de todos: “Te saludamos oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo el que es Bendito por los siglos. Por Ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por Ti la cruz nos ha salvado; por Ti los cielos se estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de honor”. “Y la Madre de Dios es también Madre mía”.

26 junio, 2015

San Pelayo de Córdova

¡Oh!, San Pelayo de Córdoba, vos sois, el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Nacisteis en tiempos difíciles,
pues árabes musulmanes, media península, en sus manos
tenían. Tío y sobrino, presos después de la Batalla. Y,
vos, con nueve años de edad; y Hermigio, Tío vuestro y
el obispo, negoció su libertad y os dejó a vuestra suerte
cobardemente como rehén, para siempre. Pero, Dios en su
grande amor, jamás os abandonó y os convertisteis en
extraordinario e inteligente propagador de la vida y obra
de Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y, por ello, el reyezuelo
Abderramán III, en cólera montó, y quiso que vos, de
vuestra fe renegarais. Pero, vos, y vuestras convicciones
cristianas, más fuertes que la roca eran, y, el tirano
entonces, os pidió actos impuros, pero, vos, os negasteis
con firmeza. Y, harto de furia, os sometió al martirio,
por haberos negado y os condenó a desmembraros, por medio
de enormes pinzas de hierro candentes. Y, vos, en medio
del cruel martirio, dolor nunca mostrasteis y cantando
himnos, vuestro cuerpo dejasteis en esta tierra, y vuestra
alma, voló al cielo, para recibir justo premio: coronada
ser con corona de luz, como justo premio a vuestro amor;
¡oh!, San Pelayo de Córdova, “fe, convicción y valor de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de junio
San Pelayo de Córdoba
Mártir.

SAN PELAYO DE CÓRDOBA (911-925), nació en Albeos, Crecente, España, en una época en que más de la mitad de la península Ibérica seguía ocupada por árabes musulmanes, y el califato de Córdoba era gobernado por Abderramán III.

San Pelayo era sobrino del obispo de Tuy, llamado Hermigio; ambos estuvieron con el rey Ordoño II de León en la Batalla de Valdejunquera, en 920, aliado con el rey de Navarra Sancho Garcés I.
En la batalla, Abderramán les infligió una abrumadora derrota a las huestes cristianas, capturando numerosos prisioneros, los cuales fueron llevados a Córdoba. Entre ellos estaban Hermigio y su sobrino Pelayo, o Paio, de apenas 9 años de edad.


Después de un tiempo de estar en cautiverio, Hermigio, en su calidad de obispo, negoció que lo liberaran para ir a reunir el monto del rescate que pedía el emir de Córdoba por su libertad; y como rehén quedó su pequeño sobrino. Pero el tío nunca regresó.

San Pelayo pasó en Córdoba los siguientes cuatro años; el niño se fue convirtiendo en un joven inteligente y despierto que no dejaba de hablar de Jesús ni de promover las bondades del cristianismo. Esto fue lo que llamó la atención de las autoridades.
Un fatídico día en 925, cuando contaba apenas con trece o catorce años de edad, San Pelayo fue conducido sorpresivamente ante Abderramán III, a quien le llegaron rumores de su devoción.

El monarca tuvo la idea de hacerlo renegar del cristianismo, pero las convicciones de San Pelayo eran demasiado firmes. Se dice que Abderramán le solicitó favores sexuales, a lo cual el muchacho se habría negado.

San Pelayo fue sometido entonces a un martirio de desmembramiento por medio de enormes pinzas de hierro al rojo vivo que lo prensaban de varias partes del cuerpo.

Después de su muerte, el culto de San Pelayo se extendió con rapidez por toda la España cristiana. Reliquias suyas llegaron en 967 a León y en 985 a Oviedo.

SAN PELAYO DE CÓRDOBA nos enseña la importancia de defender nuestra dignidad a toda costa.

25 junio, 2015

San Guillermo de Vercelli





¡Oh!, San Guillermo, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que, en la humildad de vuestra mortificación,
el don de milagros recibisteis. “Es necesario que mediante
el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para
el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para
poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el
día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo
al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación
y la de nuestros hermanos”. Decíais vos, e invitabais a los
que querían seguiros e imitaros al lado vuestro. Santiago de
Compostela, os recuerda vuestra peregrinación, cuando, cargando
cadenas, que casi arrastrar no podíais y, sin casi alimentaros,
a la casa de cierto caballero llegasteis y dijisteis: “Señor, estas 

cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores
porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras
una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un
casquete para mi cabeza? Y, así fue. Con supremo esfuerzo, y
con dolor inenarrable, con Dios cumplisteis. En Montevergine
fundasteis vuestro monasterio y purificasteis la corte y los
palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos,
hombres y mujeres su mala vida abandonaron, imitándoos y dejando
todo, por seguir a Jesucristo. Y, vos, hombre de virtuosa y
humilde vida, después de haberos gastado en buena lid, vuestra
alma entregasteis a Dios, para coronada ser de luz, como justo
premio a vuestra grande e increíble entrega de amor y esperanza;
¡oh!, San Guillermo, de Vercelli; “mortificación y milagros”.

 
© 2015 Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Junio
San Guillermo de Vercelli
Monje
(† 1142
)


Nació por el año 1085 en Vercelli, como indica su nombre, en el norte de Italia. Pocas cosas sabemos de su nacimiento e infancia, pero sí de su juventud y mocedad como un prodigio de mortificación y de don de milagros.

El solía decir a los monjes que trataban de imitar su vida y pretendían seguirle a todas partes: “Es necesario que mediante el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos”.

Ahí estaba sintetizada la vida que él llevaba y la que quería que vivieran también cuantos quisieran estar a su lado.
Cuando todavía era un joven hizo una perigrinación a Santiago de Compostela que en su tiempo era muy popular y que hacían casi todos los cristianos que podían. Pero él lo hizo de modo 

extraordinario: Se cargó de cadenas, que casi no podía arrastrar por su gran peso, y apenas tomaba bocado. Un día llegó a las puertas de una casa de campo y parecía desfallecer. A pesar de ello habló así al dueño de la misma que parecía ser un valiente caballero: “Señor, estas cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un casquete para mi cabeza? Dicho y hecho. Guillermo salió de la presencia de aquel caballero con gran esfuerzo, ya que apenas podía moverse con tanto hierro y con los dolores enormes que le proporcionaban. Vuelto a Palermo, el rey Rogerio que había oído ya hablar muchas maravillas de aquel raro peregrino, sintió grandes deseos de verlo.

En la corte se contaban chascarrillos a su costa y cada uno lo tomaba a chacota y decía de él las cosas más raras e inverosímiles. En aquella corte había una mujer que llamaba la atención por su vida deshonesta y ella al oír hablar de la santidad del peregrino dijo a todos los cortesanos: “Yo os prometo que le haré caer a ese pobre hombre en mis redes de lascivia”. Se arregló lo mejor que pudo y se dirigió a visitarle. El santo hombre la recibió con grandes muestras de simpatía y tuvo con ella una larga conversación creyendo la dama que ya lo había conquistado para el pecado. Así volvió contenta a la corte y contó sus victorias. Pero habían quedado que volvería aquella noche para pasarla con él. El santo peregrino la invitó, la tomó el brazo y le dijo: “Ven y acuéstate conmigo en este lecho nupcial”. El extendió las brasas y llamaradas de una gran hoguera que había hecho preparar y se arrojó en ellas. La pobrecilla mujer, que se llamaba Inés, cayó avergonzada y prorrumpió a llorar al ver que no le tocaba el fuego al siervo de Dios. Hizo penitencia, abrazó la vida religiosa y murió santamente.

En Montevergine fundó un célebre monasterio y purificó la corte y los palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos, hombre y mujeres abandonaban su mala vida y seguían su ejemplo dejándolo todo por seguir a Jesucristo.

Desde este Monte Sacro, que ahora se llama como en tiempos de San Guillermo, Monte de la Virgen (Montevergine), nuestro Santo continuaba ejerciendo un gran influjo por medio de su oración y vida de sacrificio. Lleno de méritos, murió el 25 de junio de 1142

24 junio, 2015

San Juan Bautista

 


¡Oh!, San Juan Bautista, vos, sois el hijo del Dios de la vida y 
su amado santo y el único al que, con justicia plena, celebramos
vuestra fiesta el día de vuestro nacimiento. Vos, nacisteis seis
meses antes que Jesucristo, primo vuestro y, al que, de hoy en seis
meses, hasta el veinticuatro de diciembre, celebrando estaremos
el nacimiento de Nuestro Redentor. “No tengáis miedo Zacarías; 

pues vengo a deciros que vos veréis al Mesías, y que, vuestra mujer
va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondréis por
nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya 

desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá
a muchos para Dios”. Llegó el cumpleaños de Herodes y la hija
de Herodías bailó, y agradó a aquél, y éste, juró a la muchacha:
“Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi
reino”. Y, ésta, consultó a su madre diciendo: “¿Qué le pediré?”
y respondió la adúltera: “Pídele la cabeza de Juan el Bautista”.
Y, le dijo al rey: “Quiero que me des ahora mismo en una bandeja
la cabeza de Juan el Bautista”. Se llenó de triteza el rey, porque
temía mataros, pero, había jurado, y, llamando a su guardia
personal, ordenó que os decapitasen y vuestra cabeza, entregada
fuese a la bailarina. Y, así, voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz como premio a vuestro amor,
mártir de la defensa del matrimonio y en contra del divorcio;
¡Oh!, San Juan Bautista, “amado precursor del Dios de la vida”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Junio
Nacimiento de San Juan Bautista

Este es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo (de hoy en seis meses – el 24 de diciembre – estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Redentor, Jesús).


El capítulo primero del evangelio de San Lucas nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del altar. Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios”. Pero Zacarías respondió al ángel: “¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?”.


El ángel le dijo: “Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla”. Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.


Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen. También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.


De la infancia de San Juan nada sabemos. Tal vez, siendo aún un muchacho y huérfano de padres, huyó al desierto lleno del Espíritu de Dios porque el contacto con la naturaleza le acercaba más a Dios. Vivió toda su juventud dedicado nada más a la penitencia y a la oración. Como vestido sólo llevaba una piel de camello, y como alimento, aquello que la Providencia pusiera a su alcance: frutas silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre. Solamente le preocupaba el Reino de Dios.


Cuando Juan tenía más o menos treinta años, se fue a la ribera del Jordán, conducido por el Espíritu Santo, para predicar un bautismo de penitencia. Juan no conocía a Jesús; pero el Espíritu Santo le dijo que le vería en el Jordán, y le dio esta señal para que lo reconociera: “Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de paloma, Ese es”. Habiendo llegado al Jordán, se puso a predicar a las gentes diciéndoles: “Haced frutos dignos de penitencia y no estéis confiados diciendo: Tenemos por padre a Abraham, porque yo os aseguro que Dios es capaz de hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Mirad que ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego”.


Y las gentes le preguntaron: “¿Qué es lo que debemos hacer?”. Y contestaba: “El que tenga dos túnicas que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que haga lo mismo”. Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…”. Los judíos empezaron a sospechar si el era el Cristo que tenía que venir y enviaron a unos sacerdotes a preguntarle “¿Tu quién eres?” El confesó claramente: “Yo no soy el Cristo” Insistieron: “¿Pues cómo bautizas?” Respondió Juan, diciendo: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está Uno a quien vosotros no conocéis. El es el que ha de venir después de mí…”


Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan para ser bautizado. Juan se resistía a ello diciendo: “¡Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí! A lo cual respondió Jesús, diciendo: “Déjame hacer esto ahora, así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia”. Entonces Juan condescendió con El. Habiendo sido bautizado Jesús, al momento de salir del agua, y mientras hacía oración, se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y permaneció sobre El. Y en aquel momento se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”.


Al día siguiente vio Juan a Jesús que venía a su encuentro, y al verlo dijo a los que estaban con él: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo os dije: Detrás de mí vendrá un varón, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. Entonces Juan atestiguó, diciendo: “He visto al Espíritu en forma de paloma descender del cielo y posarse sobre El. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo y posa sobre El, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios”.


Herodías era la mujer de Filipo, hermano de Herodes. Herodías se divorció de su esposo y se casó con Herodes, y entonces Juan fue con él y le recriminó diciendo: “No te es lícito tener por mujer a la que es de tu hermano”; y le echaba en cara las cosas malas que había hecho. Entonces Herodes, instigado por la adúltera, mandó gente hasta el Jordán para traerlo preso, queriendo matarle, mas no se atrevió sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía, pues estaba muy perplejo y preocupado por lo que le decía.


Herodías le odiaba a muerte y sólo deseaba encontrar la ocasión de quitarlo de en medio, pues tal vez temía que a Herodes le remordiera la conciencia y la despidiera siguiendo el consejo de Juan. Sin comprenderlo, ella iba a ser la ocasión del primer mártir que murió en defensa de la indisolubilidad del matrimonio y en contra del divorcio.

Estando Juan en la cárcel y viendo que algunos de sus discípulos tenían dudas respecto a Jesús, los mandó a El para que El mismo los fortaleciera en la fe. Llegando donde El estaba, le preguntaron diciendo: “Juan el Bautista nos ha enviado a Ti a preguntarte si eres Tú el que tenía que venir, o esperamos a otro”. En aquel momento curó Jesús a muchos enfermos. Y, respondiendo, les dijo: “Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio…”


Así que fueron los discípulos de Juan, empezó Jesús a decir: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna caña sacudida por el viento? o ¿Qué salisteis a ver? ¿Algún profeta? Si, ciertamente, Yo os lo aseguro; y más que un profeta. Pues de El es de quien está escrito: Mira que yo te envío mi mensajero delante de Ti para que te prepare el camino. Por tanto os digo: Entre los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan el Bautista…”


Llegó el cumpleaños de Herodes y celebró un gran banquete, invitando a muchos personajes importantes. Y al final del banquete entró la hija de Herodías y bailó en presencia de todos, de forma que agradó mucho a los invitados y principalmente al propio Herodes. Entonces el rey juró a la muchacha: “Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino”.


Ella salió fuera y preguntó a su madre: “¿Qué le pediré?” La adúltera, que vio la ocasión de conseguir al rey lo que tanto ansiaba, le contestó: “Pídele la cabeza de Juan el Bautista”. La muchacha entró de nuevo y en seguida dijo al rey: “Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. Entonces se dio cuenta el rey de su error, y se pudo muy triste porque temía matar al Bautista; pero a causa del juramento, no quiso desairarla, y, llamando a su guardia personal, ordenó que fuesen a la cárcel, lo decapitasen y le entregaran a la muchacha la cabeza de Juan en la forma que ella lo había solicitado.


Petición


Juan Bautista: pídele a Jesús que nos envíe muchos profetas y santos como tú.

23 junio, 2015

San José Cafasso



¡Oh!, San José Cafasso, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y aquél grande amigo

y benefactor de San Juan Bosco, y de sacerdotes
formador. Desde muy pequeño, inclinado estabais a
la piedad y a la ayuda de los pobres y desposeídos.
No en vano os conocían como “el santito” de todos.
A San Francisco de Sales y, a San Felipe Neri al
milímetro, imitasteis, tanto que, vuestros discípulos
y la gente del pueblo se alegraban y apreciaban
vuestra forma de ser. De presos y de los a muerte
condenados, amigo y luz, erais, pues, ni uno sólo
murió sin saber de Dios, confesarse y arrepentirse.
“Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me
lleven a ahorcar”. Pedían y clamaban los condenados.
Vuestro “don de consejo” a obispos, obreros,
comerciantes, sacerdotes, militares, y, a cuanta
gente se os acercaba les disteis con mucho amor.
“Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”,
la gente comentaba de vos. Recordabais a vuestros
sacerdotes: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos
en su mansedumbre”. Devoto de Nuestra Señora,
en éxtasis entrabais y decíais: “qué bello morir
un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados
por Ella al cielo”. Y, así, os sucedió y poco
antes de partir escribisteis: “No será muerte
sino un dulce sueño para vos, alma mía, si al
morir os asiste Jesús, y os recibe la Virgen María”.
Y, de gloria cubierto, marchó vuestra alma al cielo,
para coronada ser de luz, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San José Cafasso, “consejero y confesor de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de junio

San José Cafasso

Confesor
Año 1860


Antes de morir escribió esta estrofa:
“No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María”. Y seguramente así le sucedió en realidad.
Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX. Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.
Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: “Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ‘¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?’. Él con una agradable sonrisa me respondió: ‘Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo’. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ‘Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices’. Él añadió: ‘Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo’.

Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ‘No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas’. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ‘Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito”.
Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.
San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos. En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).
El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados. Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio.
El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.
En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.
San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: “Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar” (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).
La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era “el don de consejo”. Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: “Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”. A sus sacerdotes les repetía: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre”.
Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un día en un sermón exclamó: “qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.
El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

22 junio, 2015

San Paulino de Nola


¡Oh!, San Paulino de Nola, vos sois el hijo del Dios
de la vida, y al que proveísteis de maravillosos dones,
que esconderlos no pudisteis más, pues ellos hablan por
vos, de vuestro amor, afabilidad en el trato con todos,
y vuestra misericordia con los pobres. Vuestros escritos,
lo mismo hicieron y, os delataron, pues os agradaba
cartas y poesías escribir, las que por su forma y fondo,
exquisitez y brillantez trasmitían y que, hasta hoy se
conservan, pues poeta eximio fuisteis del tiempo vuestro.
Poemas en honor del santo de vuestra devoción escribisteis
y luego, los hacíais recitar y difundir entre todo el pueblo.
Decía San Francisco de Sales, que un octavo Sacramento
existía y consistía “en ser exquisitamente amable y bien
educado con todos” y ello, erais vos. San Jerónimo, San
Ambrosio, San Agustín y San Gregorio de Tours, de vos,
hicieron elogios grandes. Templo bello, construisteis a
San Félix, y cuando moribundo estabais, y ante las carencias
materiales de aquél momento, dijisteis: “Dios proveerá”.
Y Aquél que todo lo ve, os respondió al instante y os proveyó
a manos llenas y exclamasteis: “¡Bendito sea Dios, que
nunca me falló en nada!”. Y, cuánta verdad en vuestra
exclamación porque de la misma forma, tampoco os falló
al coronaros con corona de luz eterna, como premio justo a
vuestra grande entrega de increíble de amor y esperanza;
¡oh!, San Paulino de Nola, “santo poeta del Dios de la vida”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de junio
San Paulino de Nola
Obispo
Año 431
San Francisco de Sales decía que para San Paulino existía un octavo sacramento que consistía en ser exquisitamente amable y bien educado con todos. Ojalá lográramos imitarlo en esta bella cualidad. Pocos santos que hayan hecho tantos esfuerzos por mantenerse ignorados por todos y pasar desapercibidos, como San Paulino de Nola, y pocos como él que hayan recibido en vida tantas alabanzas de grandes sabios y santos. San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín y San Gergorio de Tours hicieron grandes elogios de él y lo presentaron ante los demás como un modelo de obispo, de apóstol y de verdadero amigo.
Nació San Paulino en Burdeos, Francia, en el año 353. Su padre era gobernador y su familia sumamente rica. Tuvo como maestros en su infancia los más famosos literatos de la región y según cuenta San Jerónimo, cuando Paulino llegó a la juventud dejaba admiradas a las gentes por la elegancia de sus estilos al hablar y al escribir. Nombrado para altos puestos en el gobierno tuvo que viajar por diversos países y en todas partes hizo muy buenas amistades, porque tenía un trato muy agradable y exquisito. En Milán se hizo amigo de San Ambrosio y de San Agustín. Y por carta mantuvo muy provechosas relaciones intelectuales con el gran sabio San Jerónimo.
Al trabar relaciones con San Delfín, obispo de Burdeos, se entusiasmó por la religión cristiana y se hizo bautizar como católico. Luego se fue a vivir a España y allá se casó con una mujer sumamente piadosa, llamada Teresa, de la cual tuvo un hijo. Pero el niño se murió a los ocho días de nacido, y entonces Paulino y Teresa se propusieron vivir en adelante como dos hermanos y repartir sus enormes riquezas entre los pobres. Así lo hicieron, y pronto fueron vendiendo fincas y casas y repartiendo el dinero entre los más necesitados.
Y resultó que llevaba una vida tan santa que en la Navidad del año 393 el pueblo de Barcelona, España, pidió por aclamación al Sr. Obispo que ordenara de sacerdote a Paulino. El Obispo aceptó y lo ordenó, aunque estaba casado, pero él y su esposa vivían ya como dos hermanos nada más. Paulino y Teresa se fueron a vivir en Nola (Italia) donde tenían unas posesiones y donde se veneraba con mucha fe la tumba de San Félix. Allí junto a la tumba del santo construyeron una casita sencilla y empezaron a vivir como verdaderos monjes, dedicados a la oración y a la caridad para con los pobres.
Paulino fue a Roma, pero el Papa no lo recibió muy bien, porque no aceptaba que lo hubieran ordenado sacerdote siendo casado (El próximo Pontífice ya lo recibiría con mucho cariño porque le habrán contado lo santamente que vive él en Nola). Pronto la casa de Paulino en Nola se convirtió en el sitio preferido para todos los pobres y necesitados de la región. El y su esposa, que seguían siendo todavía muy ricos, repartían ayudas con una generosidad extraordinaria. Y con su dinero le construyeron un hermoso templo a San Félix, que era el santo más popular de allí (Dicen que a San Paulino fue al que se le ocurrió llamar a las gentes a las reuniones con un instrumento de metal que retumbara a lo lejos, y como aquella región se llama Campania, por eso aquel instrumento se llamó “campana”).
En el año 409 al morir el obispo de Nola, todo el pueblo aclamó a Paulino como nuevo obispo, y tuvo que aceptar. En adelante se dedicará por toda su vida, hasta el año 431, a cuidar de la santidad de sacerdotes y fieles.

A este santo le agradaban mucho dos clases de apostolados intelectuales: las cartas y las poesías. Con la más exquisita gentileza y buena educación se comunicaba por carta con infinidad de personas. De él se conservan más de 50 cartas, que son modelo de buena redacción y de muy amable caridad. Y en cuanto a poesías, cada año en la fiesta de San Félix componía un poema en honor de su santo preferido, y lo hacía recitar y difundir entre el pueblo. Se conservan 13 de esos poemas, que colocan a San Paulino como uno de los mejores poetas de su tiempo.

Paulino fue gastando todas sus inmensas riquezas en ayudar a los más necesitados hasta quedar él totalmente pobre. Y sucedió que cuando en el año 410 llegaron a Nola los terribles vándalos del rey Gensérico se llevaron muchos prisioneros y esclavos y entre ellos al hijo único de una pobre viuda. Entonces nuestro santo se ofreció él personalmente para reemplazar a aquel joven. Le fue aceptado el canje y dejaron libre al muchacho. Pero sucedió que en el viaje, Dios cambió un poco el corazón de aquellos bárbaros y devolvieron libres al obispo Paulino y a los demás prisioneros, en un barco hacia Nola, y el barco lo enviaron cargado de víveres.
Cuando el santo ya estaba moribundo, vino el ecónomo a avisarle que se debían 40 monedas de unas telas que se habían comprado para vestidos de los pobres. El santo exclamó mirando al cielo: “Dios proveerá”. Y a los pocos minutos llegó un mensajero trayendo un envío que hacían para los menesterosos: era un paquetico con 40 monedas de plata. El obispo juntó las manos y exclamó: “¡Bendito sea Dios que nunca me falló en nada!”.
Murió San Paulino en el año 431 y fue sepultado en la iglesia de San Félix, pero después de muerto obtuvo tantos milagros, que llegó a ser más popular que el mismo San Félix, al cual él tanto había popularizado entre el pueblo.

21 junio, 2015

San Luis de Gonzaga



¡Oh!, San Luis de Gonzaga, vos sois, el hijo del Dios de la vida,
y que honor hicisteis al significado de vuestro nombre: “batallador
glorioso”. Vos, en práctica pusisteis los tres consejos de San
Roberto Belarmino: Frecuente confesión y comunión, mucha devoción
a Nuestra Señora, y, vidas de Santos leer, para a serlo llegar.
“Voto de castidad”, hicisteis, ante la imagen de Nuestra Señora,
y así fue; os mantuvisteis puro. A menudo solíais preguntaros,
antes de hacer o decir: “¿De qué sirve esto para la eternidad?”.
Un día, os dijo la Madre de Dios: “¡Debes entrar en la Compañía
de mi Hijo!” y, vos, cumplisteis con ella, dándoos por íntegro.
“Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando
a otros a salvarse, me condene yo mismo”; decía Pablo, y por ello,
en vuestro día, reza la Iglesia: “Señor: ya que no pudimos imitar
a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar
en la penitencia. Amén”. Santa Magdalena de Pazzi os vio en una
visión: “Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera
un grado tan alto de gloria en el paraíso”. Vos, ibais de ciudad
en ciudad la paz poniendo entre familias que estaban peleadas y
las paces aceptaban y no pelear jamás. Y, un día, os llamó, Dios,
y, posando vuestros ojos, en el santo crucifijo dijisteis: “Que
alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. Y, el cielo
se alegró de teneros, como vos lo habíais ansiado siempre y
coronado fuisteis con corona de luz eterna. Luego de muerto, os
aparecisteis a un jesuita enfermo, y lo curasteis recomendándole
que no dejase de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Santo Patrono de todos los Jóvenes del orbe, santos, puros y castos;
¡oh!, San Luis de Gonzaga, “Maestro de la inocencia y la pureza”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Junio
San Luis Gonzaga

(Luis en alemán significa: batallador glorioso).

San Luis Gonzaga nació en Castiglione, Italia, en 1568. Hijo del marqués de Gonzaga; de pequeño aprendió las artes militares y el más exquisito trato social. Siendo niño sin saber lo que decía, empezó a repetir palabras groseras que les había oído a los militares, hasta que su maestro lo corrigió. También un día por imprudencia juvenil hizo estallar un cañón con grave peligro de varios soldados. De estos dos pecados lloró y se arrepintió toda la vida. La primera comunión se la dio San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán.

San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres. Y así se libró de muchas tentaciones. Su director espiritual fue el gran sabio jesuita San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: 1º. Frecuente confesión y comunión. 2º. Mucha devoción a la Sma. Virgen. 3ro. Leer vidas de Santos.Ante una imagen de la Sma. Virgen en Florencia hizo juramento de permanecer siempre puro. Eso se llama “Voto de castidad”. Cuando iba a hacer o decir algo importante se preguntaba: “¿De qué sirve esto para la eternidad?” y si no le servía para la eternidad, ni lo hacía ni lo decía.

Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Sma. Virgen le decía: “¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!”. Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita. Le pidió permiso al papá para hacerse religioso, pero él no lo dejó. Y lo llevó a grandes fiestas y a palacios y juegos para que se le olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: “¿Todavía sigue deseando ser sacerdote?”, y el joven le respondió: “En eso pienso noche y día”. Entonces el papá le permitió entrar de jesuita. (En un desfile de orgullosos jinetes en caballos elegantes, Luis desfiló montado en un burro y mirando hacia atrás. Lo silbaron pero con eso dominó su orgullo).

En 1581 el joven Luis Gonzaga, que era seminarista y se preparaba para ser sacerdote, se dedicó a cuidar a los enfermos de la peste de tifo negro. Se encontró en la calle a un enfermo gravísimo. Se lo echó al hombro y lo llevó al hospital para que lo atendieran. Pero se le contagió el tifo y Luis murió el 21 de junio de 1591, a la edad de sólo 23 años. Murió mirando el crucifijo y diciendo “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. La mamá logró asistir en 1621 a la beatificación de su hijo. San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: “Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo”.

Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor. (A veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Su confesor San Roberto, que lo acompañó en la hora de la muerte, dice que Luis Gonzaga murió sin haber cometido ni un sólo pecado mortal en su vida. Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo.

Santa Magdalena de Pazzi vio en un éxtasis o visión a San Luis en el cielo, y decía: “Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso”. Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más. El era extraordinariamente amable y bien educado. Después de muerto se apareció a un jesuita enfermo, y lo curó y le recomendó que no se cansara nunca de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

San Luis fue avisado en sueños que moriría el viernes de la semana siguiente al Corpus, y en ese día murió. Ese viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La oración que la Iglesia le dirige a Dios en la fiesta de este santo le dice: “Señor: ya que no pudimos imitar a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar en la penitencia. Amén”.