14 abril, 2016

San Valeriano





¡Oh!, San Valeriano, vos, sois el hijo del Dios de la vida, y
su amado santo que, convertido fuisteis por Cecilia, vuestra
esposa, con sobrenaturales medios. Y, luego, no tardó mucho
ella, en convertir también a vuestro hermano Tiburcio. Y,
de pronto mostrasteis caridad para con los pobres, al igual
que vuestra esposa Cecilia, hasta que os llega la hora de
confesar con vuestro hermano, ser ambos cristianos. Y, así,
y todo, aprovechasteis el juicio para adoctrinar a los demás.
Encolerizados y fuera de sí, vuestros verdugos, por ésta
acción, optaron por apalearos, pero de pronto vuestros rostros
se encendieron de alegría, por la gracia de poder dar vuestra
sangre por Jesucristo. Y, así, amante de la verdad como erais,
Dios os premió, de verdad y en el cielo, y junto con vuestra
esposa y hermano, participáis del eterno banquete de gloria
coronado todo, con corona de luz por vuestra entrega de amor.
Y aquí, en la tierra, vuestras reliquias son conservadas, para
gloria de Dios en sus santos, y hasta hoy, son mudos testigos
de vuestra fe, en la iglesia dedicada a Cecilia, vuestra esposa;
¡oh!, San Valeriano, “viva robustez en el amor del Dios vivo”.

 
 © 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Abril
San Valeriano
Mártir



Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Pretextato, en la vía Apia, santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, mártires. († s. inc.)

Etimológicamente: Valeriano = Aquel que es fuerte, robusto. Viene de la lengua latina.
Mártir romano, probablemente del tiempo de Juliano el Apóstol, esposo de la popular virgen Cecilia. Según las tradiciones fue convertido por ella el día mismo de la boda con medios sobrenaturales y milagrosos. Sobre su casa se edificó luego un templo, en el que reposan las reliquias de su santa consorte. Fiesta 14 de abril.

Una de las imágenes más sugerentes y humanas con que la divina Palabra nos ha introducido en el misterio de la Redención la constituyen las llamadas bodas del Cordero.

Dios ha amado a la humanidad con amor de Esposo y en el banquete nupcial se entrega a sí mismo como víctima y como alimento. Es realmente un vínculo de sangre el que sella estas bodas sublimes, es la sangre del Cordero, del Hijo de Dios inmolado. Por ello se comprende y se admira el profundo sentido cristiano que guió a la piedad de nuestros antepasados, ya desde muchos siglos atrás, en tejer con minuciosos detalles en torno a unas nupcias, mitad terrenas y mitad espirituales, este bello poema de virginidad y de martirio, de amor y de sacrificio, el poema de Cecilia y Valeriano, el poema de Cristo presente en el amor transparente de los dos jóvenes.

Y el poema es cantado cada año por toda la Iglesia, en el oficio divino en honor de la santa esposa. Valeriano entra como segundo personaje, el convertido, el amante brioso, pero íntegro, que no duda en renunciar al goce sensible para unirse con ella en el amor supremo, el amor que salva y los une a los dos con Dios y en Dios.

La narración es suave e insinuante. Durante el banquete nupcial Cecilia, preparada anteriormente con larga oración y ayuno, sin dejar de participar en el bullicio y la alegría, entona su cántico de confianza: Que mi corazón permanezca inmaculado.

Luego viene el momento del encuentro con el esposo. Valeriano se acerca a Cecilia con toda la ilusión de su juventud, con toda la satisfacción del amor conquistado.

Cecilia pronuncia extrañas palabras. Un ángel guarda su virginidad; le invita a colaborar con el ángel, le promete ver también él al ángel si antes es lavado por un baño sagrado.

Valeriano, enamorado, no duda de Cecilia, se le confía, se convierte, y va en busca de la iglesia en su Cabeza, el Papa oculto. Éste le instruye en el misterio y, tras pedirlo insistente, le administra el santo bautismo.

Vuelve presuroso al tálamo nupcial, y descubre a su esposa en oración, con un ángel a su lado, más resplandeciente que el sol y ofreciendo a los dos una guirnalda de parte del Esposo de las vírgenes. Valeriano adora, cree, goza. Con la esposa.

Y no tarda en conseguir tiempo después la conversión de su hermano Tiburcio, que sigue su mismo camino. Así Cecilia puede presentar a los dos hermanos como sus más preciadas coronas del día de sus esponsales, como el fruto de su amor y de su sabiduría.

Pronto su esposo probará su espíritu y la profundidad con que siente su nueva vida. Primero dedicado intensamente a la caridad para con los pobres, compitiendo con Cecilia en su ya famoso desprendimiento.
Después será su valentía y decisión ante el prefecto Almaquio.

Los dos hermanos confiesan que son cristianos, y pretenden adoctrinar a los que asisten al juicio, en la verdadera religión. Son cruelmente apaleados, pero en pleno suplicio muestran sus rostros llenos de alegría por la gracia de poder dar su sangre por Jesucristo. Y de este modo, pasan delante de Cecilia, que pronto les seguirá en el camino del testimonio sangriento. 

Valeriano había amado de verdad y en el cielo, junto con su esposa, participa en el eterno banquete de gloria al Cordero. En la tierra, sus reliquias fueron conservadas, para gloria de Dios en sus santos, y se conservan en la iglesia dedicada a Santa Cecilia, en el Trastévere.

(http://es.catholic.net/santoraldehoy/)

13 abril, 2016

San Martín I, Papa

 


¡Oh!, San Martín, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y Papa, y que, padecisteis las afrentas
y abominables maltratos que hombre alguno podría haber
resistido, a excepción de vuestro mentor y Maestro: ¡Cristo!
Constante, hereje y emperador de Constantinopla os
mandó matar, con un batallón de soldados. Pero, cosas
del Dios Vivo, el que iba a terminar con vuestra santa vida,
ciego quedó de repente. Luego envió a otro jefe militar
que os sacó de Roma estando enfermo y os llevó prisionero
a Constantinopla. Duró el viaje catorce meses y estuvo
de crueldad lleno. No os daban alimentos y os negaron
que vos os hicieseis vuestro aseo personal, por cuarenta
y siete días. Pero, vos todo lo soportasteis con paciencia
increíble. Vos, inspirado por el Espíritu Santo escribisteis:
“Me martiriza el frió. Sufro hambre y estoy enfermo. Pero
espero que por estos sufrimientos les concederá Dios a mis
perseguidores, que después de mi muerte se arrepientan y
se conviertan”. ¡Qué maravilla! En Constantinopla os
expusieron como un criminal, para que la gente se burlaran
de vos. Pero, por el contrario, muchos os admiraron porque
todo lo sufríais valor y fe. Y, así, un tribunal de herejes
os condenó sin que vos, dijerais ni una palabra en vuestra
defensa. Os tuvieron tres meses padeciendo en la cárcel
junto a los condenados a muerte, pero, luego os enviaron
al destierro. Cuando alguien os amenazó con que os matarían
pronto, dijisteis: “Sea cual fuere la muerte que me den,
seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me están
haciendo pasar”. “En cuánto a mi cuerpo, Dios se encargará
de cuidarlo. Dios está conmigo. ¿Por qué me voy a preocupar?”.
“Espero que el Señor Dios tendrá misericordia de mí y no
prologará ya por mucho tiempo el tiempo de mi vida en este
mundo”. “Estoy sorprendido del abandono total en que me
tienen en este destierro los que fueron mis amigos. Y más
me entristece la indiferencia total con la que mis compañeros
de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero
no habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo?
¿O es que el temor a los enemigos de la Iglesia les hace
olvidar la obligación que cada uno tiene de dar de comer
al hambriento? Pero a pesar de todo, yo sigo rezando a Dios
para que conserve firmes en la fe a todos los que pertenecen
a la Iglesia”. Jamás pudieron con vos, vuestros herejes enemigos
y, de la negra noche aquella, alégrose el cielo para recibiros,
tal y conforme Cristo lo había anunciado, cuando dijo: “Dichosos
vosotros, cuando os persigan por mi causa. Alegraos porque
grande es vuestro premio”. Y, así, vuestra alma, presurosa voló
al cielo para, corona de luz recibir, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San Martín, “vivo mártir en Jesús, Dios y Señor Nuestro”.

 

© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Abril
San Martín I
Papa
(año 656)


San Martín I PapaSan Martín fue el último Papa martirizado. Son más de 40 los pontífices que han sufrido el martirio.


Nació en Todi, Italia, y se distinguió entre los sacerdotes de Roma por su santidad y su sabiduría.


Fue elegido Papa el año 649 y poco después convocó a un Concilio o reunión de todos los obispos, para condenar la herejía de los que decían que Jesucristo no había tenido voluntad humana, sino solamente voluntad divina (Monotelistas se llaman estos herejes).


Como el emperador de Constantinopla Constante II era hereje monotelista, mandó a un jefe militar con un batallón a darle muerte al pontífice. Pero el que lo iba a asesinar, quedó ciego en el momento en el que lo iba a matar, y el jefe se devolvió sin hacerle daño.


Luego envió Constante a otro jefe militar el cual aprovechando que el Papa estaba enfermo, lo sacó secretamente de Roma y lo llevó prisionero a Constantinopla. El viaje duró catorce meses y fue especialmente cruel y despiadado. No le daban los alimentos necesarios y según dice él mismo en sus cartas, pasaron 47 días sin que le permitieran ni siquiera agua para bañarse la cara. Un verdadero martirio que él soportó con especial paciencia. En aquellos días dejó escritas estas palabras: “Me martiriza el frió. Sufro hambre y estoy enfermo. Pero espero que por estos sufrimientos les concederá Dios a mis perseguidores, que después de mi muerte se arrepientan y se conviertan.


En Constantinopla lo expusieron al público como un malhechor, para que las gentes se burlaran de él. Pero lo que consiguieron fue hacer que muchísimos admiraran la virtud de aquel santo varón que todo lo sufría con admirable valor. Un tribunal de herejes lo condenó sin permitirle que dijera ni siquiera una palabra en su defensa. Lo tuvieron tres meses padeciendo en la cárcel destinada a los condenados a muerte, y luego lo sacaron de la cárcel por una petición que hizo el Patriarca Arzobispo de Constantinopla poco antes de morirse, pero lo enviaron al destierro.

Martín fue escribiendo en sus cartas lo que le iba sucediendo en aquellos prolongados martirios. En uno de esos escritos cuenta cómo lo llevaron sin las más mínimas muestras de consideración o respeto a Crimea (en el sur de Rusia, junto al Mar Negro) donde estuvo por meses y meses abandonado de todos, sufriendo hambre y desprecios, pero enriqueciéndose para el cielo en el ofrecimiento diario de sus padecimientos a Dios.


Sus sufrimientos eran tan grandes que cuando alguien lo amenazó con que le iban a dar muerte, exclamó: “Sea cual fuere la muerte que me den, seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me están haciendo pasar”. Lo amenazaron con dejar su cuerpo expuesto a que lo devoraran los cuervos y respondió: “En cuánto a mi cuerpo, Dios se encargará de cuidarlo. Dios está conmigo. ¿Por qué me voy a preocupar?”. Y dando un suspiro de esperanza añadió: “Espero que el Señor Dios tendrá misericordia de mí y no prologará ya por mucho tiempo el tiempo de mi vida en este mundo”. De veras que sus sufrimientos debieron ser muy grandes para desear más bien morir que seguir viviendo.


En su última carta, dice así San Martín: “Estoy sorprendido del abandono total en que me tienen en este destierro los que fueron mis amigos. Y más me entristece la indiferencia total con la que mis compañeros de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero no habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo? ¿O es que el temor a los enemigos de la Iglesia les hace olvidar la obligación que cada uno tiene de dar de comer al hambriento? Pero a pesar de todo, yo sigo rezando a Dios para que conserve firmes en la fe a todos los que pertenecen a la Iglesia”.


Murió más de padecimientos y de falta de lo necesario que de enfermedad o vejez, en el año 656. En Constantinopla donde había sido tan humillado, fue declarado santo y empezaron a honrarlo como a un mártir de la religión. Y en la Iglesia de Roma se le ha venido honrando entre el número de los santos mártires.


Martín I: después de ser humillado por unos años, ha seguido siendo glorificado por muchos siglos. En él se ha cumplido lo que anunció San Pablo: “Después de un corto sufrir en esta tierra, nos espera un inmenso gozar en la gloria celestial”.


Dichosos vosotros cuando os persigan por mi causa. Alegraos porque grande es vuestro premio. (Jesucristo).


12 abril, 2016

San Julio I, Papa

 


¡Oh!, San Julio I, Papa, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y Papa, que, frente a los ataques arrianos,
custodiasteis valientemente la fe del Concilio de Nicea, a
san Atanasio defendisteis y reunisteis el Concilio de Sárdica.
Y, más tarde, canonizado antes de la creación de la Congregación
para la causa de los Santos, vuestro culto aprobado fue
por el Obispo de Roma. Lo que os distinguió, fue vuestra lucha
contra el arrianismo, que condenada como herejía, había sido
en el Concilio universal de Nicea. A la muerte del emperador
Constantino, los obispos que estaban en el destierro, como
Atanasio, vuelve a Alejandría, para ira de los arrianos, que
habían elegido a Pisto y así, nacen las intrigas y conflictos.
Vos, informado por las partes, decidisteis en favor de Atanasio.
El gran Atanasio, os envía las actas que condenan decididamente
el arrianismo. Ante todo esto, vos, convocáis el sínodo pedido
por los arrianos, al mismo, que ellos, no envían representantes.
Y, en otro sínodo arriano, a la muerte de Eusebio y sucedido
por Acacio, depone al gran Atanasio, nombrando a Gregorio de
Capadocia para Alejandría. Vos, acogisteis a los perseguidos y
depuestos obispos con Atanasio a la cabeza. Así, convocáis
al sínodo, al que se niegan a asistir los arrianos, habiendo
sido, ellos los que lo solicitaron. Entonces, declaráis inocente
a Atanasio y comunicáis a los obispos de Oriente el resultado y
con ello, mantenéis la autoridad de Roma. Los arrianos se rebelan
y realizan otro sínodo en Antioquía que reitera la condena a
Atanasio y se manifiestan antinicenos. Vos, convocáis un concilio
más universal, y con la ayuda de Constancio y Constante, hijos
de Constantino, muestran su apoyo a las decisiones del encuentro
de obispos arrianos y católicos, en Sárdica. Los arrianos llegan
antes y comienzan por su cuenta y reafirmando la exclusión
de Atanasio y los obispos católicos y luego, se niegan a tomar
parte en ninguna deliberación, no asistiendo al Concilio. Allí,
los “buenos”, declaran la inocencia de Atanasio, y haciendo
profesión de fe católica, excomulga a los arrianos. Y, vos, una
vez más en Roma recibisteis al campeón de la fe y la ortodoxia
católica: Atanasio, cuando os agradece vuestro apoyo en la verdad.
Vuestro papado, leal y valiente por defender la verdad católica,
y vuestra lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia, contra
el arrianismo, contribuyó al fortalecimiento de la Sede Romana;
¡Oh!; San Julio I, “vivo defensor de la verdad católica y la justicia”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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12 de Abril
San Julio I
XXXV Papa


Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Calepodio, en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa san Julio I, quien, frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la fe del Concilio de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y reunió el Concilio de Sárdica. († 352)

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección para Sumo Pontífice el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de ocho meses de sede vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era romano y que su padre se llamaba Rústico.

La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le seguirá luego por toda su vida- está directamente relacionada con la lucha contra el arrianismo. Había sido condenada la herejía en el Concilio universal de Nicea, en el 325; pero una definición dogmática no liquida de modo automático un problema, cuando las personas implicadas están vivas, se aferran a sus esquemas y están preñadas de otros intereses menos confesables.

A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden regresar a sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es el caso de Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el gozo de los eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido para obispo de esa sede a Pisto y comienzan las intrigas y el conflicto. El Papa Julio recibe la información de las dos partes y decide el fin del pleito a favor de Atanasio.

Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en Constantinopla, envía una embajada a Roma solicitando del papa la convocatoria de un sínodo. Por su parte, Atanasio -recuperadas ya sus facultades de gobierno- ha reunido un importante sínodo y manda al papa las actas que condenan decididamente el arrianismo y una más explícita profesión de fe católica.

Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo pedido por los arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen cometiendo tropelías.

Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del arrianismo. Otro sínodo arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio de Capadocia para Alejandría.

El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y depuestos obispos con Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos siguen sin comparecer, Julio I envía pacientemente a los presbíteros Elpidio y Filoxeno con un resultado nulo en la gestión porque los arrianos siguen rechazando la cita que pidieron.

En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo al que no quieren asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo solicitaron; ahora son considerados por el papa como rebeldes. En esta reunión de obispos se declara solemnemente la inocencia de Atanasio; el papa manda una encíclica a los obispos de Oriente comunicando el resultado y añade paternalmente algunas amonestaciones, al tiempo que mantiene con claridad la primacía y autoridad de la Sede Romana.

Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo año 341 reúnen otro sínodo en Antioquía que reitera la condena a Atanasio y en el que se manifiestan antinicenos.

Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un concilio más universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la ayuda de Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora emperadores- que se muestran propicios a apoyar las decisiones del encuentro de obispos arrianos y católicos. El lugar designado es Sárdica; el año, el 343; el presidente, el español -consejero del emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía también por su parte legados que le representen.

Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan antes y comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y demás obispos orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que dan legitimidad al congreso, se niegan a tomar parte en ninguna deliberación, apartándose del Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en Philipópolis, haciendo allí otra nueva profesión de fe y renovando la condenación de Atanasio. El bloque compacto de obispos occidentales sigue reunido con Osio y los legados.

Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio, lo repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los intrusos rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de la fe de Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.

Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido campeón de la fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a agradecer al primero de todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes de volver a Alejandría.

Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.

En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de muchas preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los hechos fueron sus ejes en toda la controversia posnicena contra el arrianismo. Su paciente gobierno contribuyó a la clarificación de la ortodoxia fortaleciendo la primacía y autoridad de la Sede Romana.

11 abril, 2016

San Estanislao





¡Oh!, San Estanislao; vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo y Obispo, que, de gran elocuencia dotado; no
sólo ejemplo disteis como excelso predicador, sino, también
en vuestro obrar diario, a la práctica llevando las palabras
de Isaías Profeta, que dicen: “Ay de los jefes espirituales
que sean como perros mudos que no ladran cuando llegan los
ladrones a robar en el campo del Señor”. Estricto erais a
exigir a cada sacerdote el cumplimento de sus deberes. Cada
año, todas vuestras parroquias visitabais y dedicabais tiempo
a la predicación y a la instrucción de vuestro pueblo. Vuestro
palacio episcopal, lleno vivía de pobres, porque jamás negabais
ayudas a los menesterosos. A las familias con situaciones
económicas penosas, os enviabais generosas ayudas. Varias
veces habíais corregido a Boleslao rey, cuando éste cometía
crueldades o injusticias, pero de pronto se transformó, hasta
el punto de robarse una mujer casada y tomarla como concubina,
y los empleados recurrieron a vos, para llamarle la atención.
Y, vos, le echasteis en su rostro el pecado que cometía y
el ejemplo que daba al pueblo. El reyezuelo, se hizo el sordo y
no os quiso hacer caso y vos, lo amenazasteis si no se arrepentía
de su pecado. Entonces, Boleslao asistió a una Misa en la catedral.
Y, vos, mandasteis la Misa suspender, porque no aceptabais
que un pecador escandaloso estuviera allí. Y, estalló, la ira
del sanguinario rey y tramó venganza, para más adelante y
mientras vos, estabais celebrando la Santa Misa, mandó a
que os mataran en el mismo altar. Pero, los soldados volvieron
al atrio diciéndole de que no os tocaron porque rodeado estabais
de resplandores. Entonces el mismo reyezuelo, al altar subió
y con sus propias manos os asesinó. Y, el pueblo empezó a
veneraros como a un gran santo, tanto que, el Papa Inocencio
os canonizó. Él, os mató el cuerpo, pero jamás vuestra alma,
que, presta voló, a los brazos de Dios. Por ello, premio justo
recibisteis, hecho corona de luz, por vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Estanislao, “vivo defensor de la Casa del Dios Vivo”.

 
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Abril
San Estanislao
Obispo y mártir
(año 1079)


Es un santo muy estimado y honrado en Polonia, su patria.
Nació cerca de Cracovia, en el año 1030. Sus padres llevaban treinta años de casados sin lograr tener hijos y consideraron el nacimiento de Estanislao como un verdadero regalo de Dios. Lo educaron lo más piadosamente que pudieron.

Estudió en Polonia y en París y ordenado sacerdote por el obispo de Cracovia (que es la segunda ciudad de Polonia) fue nombrado Párroco de la catedral. Se distinguió por su gran elocuencia, por los impresionantes ejemplos de vida santa que brindaba a todos con su buen comportamiento y por la reforma de costumbres que lograba conseguir con sus predicaciones y con su dirección espiritual.

El señor obispo deseaba que Estanislao fuera su sucesor, pero él no aceptaba ser obispo porque se creía indigno de tan alta dignidad. Sin embargo al morir el prelado, el pueblo lo aclamó como el más digno para ejercer el obispado, el cual ejerció por siete años, desde el año 1072, hasta el año de su muerte, en 1079.

Era muy estricto en exigir a cada sacerdote el cumplimento exacto de sus deberes sacerdotales. Visitaba cada año a todas las parroquias y dedicaba mucho tiempo a la predicación y a la instrucción del pueblo. Su palacio episcopal vivía lleno de pobres, porque jamás negaba ayudas a los necesitados. Tenía la lista de las familias que estaban pasando por situaciones económicas más penosas, para enviarles sus generosas ayudas.

El rey de Polonia Boleslao, era un valiente guerrero pero se dejaba dominar demasiado por sus pasiones. Al principio se entendía muy bien con el obispo Estanislao, pero luego empezó a cometer faltas muy graves que escandalizaban y daban muy mal ejemplo al pueblo y entonces el obispo tuvo que intervenir fuertemente. San Estanislao recordaba muy bien aquel mandato de San Pablo “Es necesario reprender, aconsejar y hasta amenazar, con toda paciencia y doctrina, porque llega el tiempo en que los hombres arrastrados por sus propias pasiones ya no quieren oír las doctrinas verdaderas, sino las falsedades” (2 Tim. 4,2).

Este santo obispo era de carácter amable y humilde, pacífico y amigo de arreglar todos los asuntos por las buenas. Trataba de ser severo consigo mismo pero totalmente comprensivo con los demás. Era un alma que jamás demostraba orgullo y ponía gran cuidado para no dejarse dominar por la ira. Siempre estaba en disposición para ayudar a los necesitados. Pero conocía muy bien la famosa frase del profeta Isaías: “Ay de los jefes espirituales que sean como perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar en el campo del Señor”. Y él no quería ser perro mudo que se queda sin dar la voz de alerta ante los enemigos y los peligros.

Varias veces había corregido a Boleslao cuando éste cometía crueldades o injusticias y el rey había mostrado cierto arrepentimiento y deseos de corregirse. Pero de pronto la medida de sus maldades rebosó cuando Boleslao se robó una mujer casada para llevársela como concubina a su palacio. Las gentes se escandalizaron. Ninguno de los altos empleados se atrevía a corregir al rey escandaloso. Y pidieron al obispo que se arriesgara a llamarle la atención al terrible monarca.

Estanislao se presentó valerosamente ante el rey le echó en cara el pecado tan escandaloso que estaba cometiendo, y el pésimo ejemplo que estaba dando a todo ese pueblo tan católico. Boleslao se hizo el sordo y no le quiso hacer caso y entonces el obispo con toda la autoridad de su cargo lo amenazó con terribles castigos si no se arrepentía de su pecado impuro y no dejaba aquella mala amistad.

Boleslao creyó que el obispo no iba a proceder tan fuertemente, y se atrevió a asistir a una misa en la catedral. Pero Estanislao mandó suspender la misa porque no aceptaba que un pecador tan rebelde y escandaloso estuviera allí dando mal ejemplo a todos. Entonces estalló ferozmente la ira del sanguinario rey.
Boleslao se propuso vengarse y un 11 de abril mientras San Estanislao estaba celebrando la Santa Misa, mandó el furibundo rey a sus soldados a que lo mataran allí mismo en el altar. Los soldados volvieron al atrio diciéndole que no se habían atrevido a tocar a aquel hombre de Dios que aparecía rodeado de resplandores. Entonces el mismo Boleslao subió al altar y con sus propias manos asesinó al santo obispo el 11 de abril del año 1079. Fue un crimen que nunca pudo olvidar y que lo atormentó día y noche durante todo el resto de su vida.

El rey hizo que el cadáver del santo quedara en el campo sin sepultar, para que lo devoraran los cuervos. Pero entonces aparecieron dos águilas que no dejaron que ningún gallinazo se acercara al cuerpo del difunto. Hasta que llegaron unos devotos fervorosos y le dieron santa sepultura, en la capilla de San Miguel.
Desde entonces las cosas comenzaron a suceder cada día más de mal en peor para el rey Boleslao que tuvo que llorar muy amargamente el crimen tan espantoso que cometió. El pueblo empezó a venerar como a un gran santo a Estanislao, y el Papa Inocencio lo canonizó, o sea lo declaró santo en el año 1253.

Petición

San Estanislao, pídele a Dios que haya muchos obispos y sacerdotes que como tú a imitación de San Juan Bautista que se atrevió a enfrentársele al rey Herodes y decirle: “No te es permitido vivir con una mujer que no es tu esposa”, y no dejó de decírselo aunque esto le llevó a ser asesinado por orden de tan malvado rey, que así también en este tiempo siempre haya muchos valerosos sacerdotes y obispos que se atrevan a oponerse a los que dan escándalo y mal ejemplo, aunque esto los lleve a ser perseguidos y sufrir martirios.

Y a los que se atreven a atacar a los enviados de Dios, que no olviden las palabras del libro Santo: “No toquéis a mis ungidos. No hagáis daño a los que Yo envío para comunicar mis mensajes (Salmo 105). Porque el que ataca a uno de mis enviados, es como si me hiriera a Mí en la pupila de mis ojos, dice el Señor”.

10 abril, 2016

III Domingo de Pascua: ¡Es el Señor! … y se lanzó al mar

 



III Domingo de Pascua: ¡Es el Señor! … y se lanzó al mar
Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él.
Por: P . Sergio Córdova | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar.” Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” Le contestaron: “No” El les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”, se puso el vestido – pues estaba desnudo – y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: “Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos.” Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: “Simón de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: “¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Oración preparatoria

Señor, Pedro te amó mucho, pero no fue fiel en tu Pasión porque el miedo lo dominó. A pesar de su caída, Tú no sólo le perdonas su traición sino que lo nombras pastor de tus ovejas. Confiado en tu misericordia hoy me acerco a Ti en esta oración, porque eres Tú la fuente de todo bien. Ayúdame a reconocer tu presencia en mi vida y a ser dócil a tus inspiraciones.

Petición

Señor, que nunca desconfíe de tu amor y misericordia.

Meditación del Papa Francisco

La primera, la mirada de la elección con el entusiasmo de seguir a Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento del pecado tan grave de haber negado a Jesús; la tercera mirada es la mirada de la misión: ‘apacienta mis corderos’, ‘alimenta mis ovejas’, ‘alimenta mis ovejas’. Pero no termina ahí, Jesús va adelante y dice a Pedro: Tú haces todo esto por amor, ¿y después? ¿Serás coronado rey? No. Jesús predice a Pedro que también él tendrá que seguirle en el camino de la cruz. Y los invito a preguntarse: ¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión. (Homilía de S.S. Francisco, 22 de mayo de 2015, en Santa Marta).

Reflexión

Tuve la oportunidad de estar en Sicilia por motivos pastorales. Me encontraba de misión cerca de Messina, y tuve que desplazarme en dos ocasiones al corazón de la isla, a un pueblito de montaña llamado Troína. En menos de una hora se sube desde el mar hasta la alta montaña, a unos 1,600 metros de altitud, no muy lejos de las estribaciones del Etna. Durante el invierno esta zona se cubre de nieve. Al llegar al altiplano, nos cogió una densa niebla que apenas se veía a unos cuantos metros.

Seguramente habrás contemplado en más de una ocasión los cuadros de Leonardo. Este gran maestro de la pintura renacentista rodea sus paisajes de una nebulosa sugestiva, allá en la lontananza; paisajes típicos de la Umbría, región de Italia frecuentemente cubierta de niebla. A esa técnica pictórica leonardesca se le dio el nombre de “sfumato”.

Juan Rulfo –famoso novelista mexicano del estado de Jalisco, autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”— escribió en un estilo muy realista, incorporando elementos fantásticos y míticos en su narración. En sus páginas, la visión directa de las realidades más brutales convive de forma fascinante con lo misterioso, lo alucinante y lo sobrenatural. Narra acontecimientos humanos, a veces muy violentos, envolviéndolos como entre sombras, más típicas de los sueños y de las pesadillas que de la realidad. Por eso, los críticos de la literatura han calificado su estilo de “realismo mágico”.

¿Y por qué traigo ahora a colación estas tres experiencias: una de la vida real, otra de la pintura y otra de la literatura? Espero que no sea irreverente lo que voy a decir, pero esto es lo que yo he experimentado esta vez al leer el Evangelio de este domingo. Y, en general, también los demás pasajes en los que se nos narran las diversas apariciones del Señor resucitado a sus discípulos. Claro que no es exacto. Pero he tratado de expresar, en la medida de lo posible, algo de mi experiencia personal. Voy a ver si puedo explicarme.

San Juan nos narra en su evangelio la tercera aparición de Jesús a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. Tiene muchos rasgos comunes con la primera pesca milagrosa que obró el Señor, en este mismo lago, allá al principio de su vida pública, cuando conquistó el corazón inquieto de aquellos pescadores: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Milagro que nos narra Lucas en el capítulo 5 de su evangelio.
Sin embargo, el ambiente descrito es muy distinto. La primera pesca milagrosa refleja un entorno colorido y vivamente realista. Casi hasta podemos ver el verde de las colinas de la Galilea y el mar intenso del mar de Tiberíades. Mientras que éste de ahora -en mi propia percepción, al menos- respira una atmósfera especial, como si estuviera envuelto en un halo sobrenatural, de misterio y de misticismo. Efectivamente, ¡así como los paisajes de Leonardo! O como esa experiencia de estar en medio de la niebla.

Los discípulos han ido a pescar. Han bregado toda la noche. En vano. Como aquella primera pesca descrita por Lucas. De pronto, al amanecer, se presenta Jesús en la ribera del lago, a lo lejos, y les dice que echen la red a la derecha. Ellos obedecen, esta vez sin protestar, y capturan una cantidad inmensa de peces. Pero ahora ya no se admiran ni se postran a los pies de Jesús como entonces. Y, a pesar del milagro, siguen sin reconocer al Señor hasta que Juan, el apóstol predilecto, movido por la intuición propia del amor -que no por la visión corporal- exclama: “¡Es el Señor!”. Pero siguen sin reconocerlo, como si estuviera envuelto en una densa niebla que ocultara su rostro.

Más significativa aún es la frase que aparece un poco más adelante: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era -añade san Juan- porque sabían bien que era el Señor”. ¿Cómo es posible? ¡Lo tienen enfrente y siguen aún sin reconocerlo! Lo mismo que le sucedió a la Magdalena en el huerto la mañana de Pascua; lo mismo que les aconteció a los discípulos de Emaús; exactamente igual a lo que les pasó a los once en el Cenáculo. Lo estaban viendo, lo tenían delante… ¡y no eran capaces de reconocerlo! ¿Por qué?
A esto me refería yo cuando decía que era una especie de realismo sobrenatural, místico, -o “mágico” si queremos- en donde se mezcla lo visible y lo invisible en una misma realidad. Ven y no ven. Miran y no reconocen. Es esa especie de incerteza de “si será o no será el Señor”; ese titubeo de querer preguntar a Jesús si es Él en verdad; pero, al mismo tiempo, un respestuoso temor porque, en el fondo, saben que es Él…

Es una sensación muy extraña, pero estoy seguro de que todos la hemos experimentado en más de una ocasión. Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él, aunque la fe y el corazón nos invitan a no temer, sabiendo que es realmente Él. O cuando lo sentimos actuar en nuestra vida de mil maneras distintas: en un amanecer, en una experiencia hermosa, en una amistad, en un gesto de cariño o en una palabra de consuelo, en una bella sorpresa, en la solución inesperada de un problema… Sabemos que es Él, aunque no lo vemos con los ojos corporales…. ¡Así es la relación de Cristo con nosotros desde su resurrección de entre los muertos! Por eso quiso educar a sus apóstoles a vivir desde entonces en esta nueva dimensión.

Yo creo, en definitiva, que estas narraciones pascuales reflejan muy bien nuestra vida cristiana: tenemos que avanzar casi sin ver, como entre sombras, guiados sólo de la FE en Cristo resucitado y animados de una grandísima esperanza y de un amor muy encendido a Él. Es la única manera como podemos relacionarnos con Jesucristo desde que Él resucitó de entre los muertos. Y el único camino para poder “verle”, experimentarle, gozar de su amor y entrar en su eternidad ya desde ahora, sin salir de este mundo. Pidámosle hoy esta gracia.

Diálogo con Cristo

Señor, sé que cuando me has pedido algo, me has dado la gracia para responder. Ayúdame a no dejar que la pereza o la irresponsabilidad me impidan cumplir tu voluntad. Tú me invitas a darme con una entrega generosa, total, radical, constante, auténtica, conquistadora y sacrificada; cuenta conmigo, Señor; con tu gracia todo es posible.

Propósito

Preferentemente en familia, hacer unos minutos de adoración ante Cristo Eucaristía.

09 abril, 2016

San Demetrio



¡Oh!, San Demetrio, vos, sois el hijo del Dios de la vida
su amado santo y Mártir, venerado en todo el Oriente y,
en Tesalónica. Vuestro padres, os bautizaron y os enseñaron
la religión secretamente. Maximiano emperador, os nombró
como gobernador y militar de toda Tesalónica, para defenderla
de los enemigos, y además de que exterminaseis los cristianos.
Pero vos, empezasteis a eliminar las costumbres paganas y
a los paganos a convertirlos a la fe cristiana. Maximiano,
enterose de que vos erais Crisitiano, y os preparasteis para
la muerte, repartiendo vuestras pertenencias a los pobres,
haciendo una vida de ayuno y penitencia. Despues, terminasteis
viendo por el emperador a gladiadores, arena y circo, clave,
para que vos marchaseis al Padre. Liaco, gladiador dominaba a
los cristianos y luego los arrojaba sobre las lanzas de los
guerreros. San Néstor os visitó en vuestro cautiverio y vos,
lo bendijisteis para un combate cuerpo a cuerpo con Liaco,
al cual vencisteis. El cruel Maximiano, se enteró de la razón
por la que Néstor había ganado y ordenó para que vos, fuerais
traspasado por lanzas y que Néstor, fuera decapitado con su
propia espada. Vuestro cuerpo fue rescatado de las bestias
y luego, en secretro sepultado. Cuando Constantino, el Grande
reinaba, ordenó que ante vuestra tumba, se fundara un templo
y cosas de Dios, a los cien años encontraron vuesras reliquias.
Y, junto a ellas, comenzó a fluir una aromática y milagrosa
mirra, en prueba de vuestra santidad, por la que hoy, os
encontráis coronado de luz, como justo premio a vuestro amor;
¡oh!, San Demetrio, “vivo amor y evangelio de Jesucristo”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Abril
San Demetrio de Tesalónica
Mártir


Martirologio Romano: Cerca de Sirmio, en Panonia, san Demetrio, mártir, muy venerado en todo el Oriente y, de modo especial, en la ciudad de Tesalónica († s.III/IV).

Etimológicamente: Demetrio = Aquel que se dedica a la agricultura o la Tierra, es de origen griego.
Nació en la ciudad de Solún, Grecia. Sus padres, quienes practicaban el Cristianismo en secreto, lo bautizaron y le enseñaron la religión.

Su padre, procónsul romano, falleció cuando Demetrio era mayor de edad.
El emperador Maximiano (s. IV) nombró a Demetrio gobernador y militar de toda Tesalónica. La principal función de San Demetrio era defender la provincia de los enemigos, obligándolo el emperador a que exterminara también a los cristianos.

Demetrio en lugar de esto comenzó a eliminar las costumbres paganas y a los paganos los convertía a la fe cristiana.

Pronto llegó a oídos del emperador que el procónsul Demetrio era cristiano; y sabiéndolo Demetrio, se preparó para la muerte, repartió sus pertenencias a los pobres, haciendo una vida de ayuno y penitencia.
El emperador recluyó al procónsul y comenzó a distraerse con escenas de gladiadores y circos, donde llevaba a la arena a los cristianos.

El conocido gladiador Liaco fácilmente dominaba a los sumisos cristianos en las luchas y ante la exaltada multitud los arrojaba sobre las lanzas de los guerreros.

El joven cristiano San Néstor, visitó a San Demetrio en el cautiverio y San Demetrio lo bendijo para un combate cuerpo a cuerpo con Liaco. Reforzado por Dios, San Néstor venció al orgulloso gladiador.

En cuanto Maximiano conoció la razón por la que Néstor había ganado, ordenó que San Demetrio fuera traspasado con las lanzas de sus celadores, y que San Néstor fuera decapitado con su propia espada.

El cuerpo del mártir San Demetrio fue arrojado como alimento para las bestias, pero los pobladores lo sepultaron en secreto.

Durante el gobierno del emperador Constantino el Grande (324-337) ante la tumba del mártir San Demetrio fundaron un templo y a los 100 años fueron encontradas sus santas reliquias.
La biografía de san Demetrio dice que liberaba reclusos de las manos de los contrarios y les ayudaba a llegar hasta Solún.

Desde el siglo VII junto a sus reliquias comenzó a fluir una aromática y milagrosa mirra, lo cual se divulgó en esa época. “por su composición no es agua, es más espesa y eso no se parece a ninguna sustancia conocida por nosotros… Es sumamente aromática no solo de lo que conocemos como artificial sino en relación a todo lo creado por Dios.”

08 abril, 2016

San Pompilio

 


¡Oh!, San Pompilio, vos, sois el hijo del Dios de la vida, su amado
santo, educador y predicador, además de ser llamado “El Taumaturgo
de Nápoles”. Muy niño hallasteis un cuadro de Nuestra Señora y
frente a ella, dijisteis: “Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y
celebraré la misa delante de este cuadro”. Y, así fue, porque vos,
deseasteis ardientemente ser sacerdote, pero, como ya teníais otro
hermano en el seminario, vuestro padre, os negó el permiso. Pero,
él, murió con fama de santidad y vos,  fugasteis de la casa paterna,
para lograr vuestro propósito y exponiendo fuertes razones para
ello, lograsteis que vuestro padre aceptase que quedaseis con los
escolapios. Ya ordenado, os dedicasteis a enseñar a los niños pobres
en las Escuelas Pías y aunque vuestra salud era mala, a pesar de ello,
nunca faltabais a vuestras clases y vuestros alumnos mostraban
felices progresos. Veíais lo lejos lo que sucedía en otra parte, y
anunciabais los mismos. Un día estando en clase mirando a lo lejos
dijisteis a vuestros alumnos: “Algo grave está sucediendo a uno
de los nuestros”. Y, preguntasteis: “¿Quién falta en la clase?”. Y,
os respondieron: “Juan Capretti”. Y dijisteis: “Recemos por él,
porque está en grave peligro”. Y, enviando un alumno le dijisteis:
“Vaya a la casa de Juan y pregunte por él”. Y, lo encontraron en el
suelo tendido, lo sacudieron y despertó. Luego contó: “Sentí un
terribilísimo dolor de cabeza y creí que me moría. Pero de un
momento a otro como que una mano pasó sobre mi frente y recobré
la salud”. El mensajero volvió a la clase a contar lo sucedido, y vos,
dijisteis: “Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro
amigo Juan”. Vuestra devoción a Nuestra Señora era inmensa. A
todos os recomendabais: “Sean muy devotos de la Nuestra Señora”.
Más tarde, fuisteis a vuestra casa y celebrasteis una misa frente
al cuadro que de niño encontrasteis en el sótano. Y, exclamasteis:
“Bendito sea Dios que me ha permitido cumplir aquellas palabras
que de niño dije al encontrar este cuadro de la Virgen Santa en el
sótano”: “Un día celebraré misa ante la imagen de Nuestra Señora”.
Trabajabais con campesinos y pastores pobres. Andabais kilómetros y
kilómetros y se os gastaban vuestros zapatos y caminabais descalzo,
y a quien os llamaba la atención diciéndoos que esto era indigno
de un sacerdote, os respondíais: “No se afane que así andaba Nuestro
Señor”. Vuestra sotana era remendada y así, cumplíais lo que Jesús
había dicho: “Dichosos los pobres porque de ellos será el Reino
de los Cielos”. Hacíais el viacrucis en vivo y os cargabais al hombro
una cruz y descalzo subíais a la montaña rezando con el pueblo.
En Nápoles predicabais fuerte contra los usureros y los que en casas
de compraventa favorecían a los tramposos y aquellos, os inventaron
calumnias y os acusaron. Pero, el pueblo de Nápoles se manifestó
en vuestro favor, que el rey tuvo que decretar que podíais volver a
la ciudad. Vuestros milagros y prodigios eran maravillosos y a diario.
Os, elevabais por los aires mientras rezabais. Aquella vida, os agotó
mucho, y voló vuestra alma la cielo, para coronada ser de luz, como
premio a vuestra entrega de amor. Y, un día en medio de vuestros
compañeros exclamasteis: “Oh la Madre preciosa. La Mamá linda
viene a llevarme al cielo”. Y, así, os marchasteis fiel y dulcemente;
¡oh!, San Pompilio; “vivo taumaturgo del amor del Dios de la vida”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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San Pompilio
Educador y predicador
08 de Abril
(año 1766).


San Pompilio fue llamado “El Taumaturgo de Nápoles” (Taumaturgo es el que consigue milagros, el que obra prodigios).

Nació en Montecalvo (Italia) en 1710, de una familia adinerada y de mucho abolengo, o sea, con antepasados que habían sido famosos e importantes.

Cuando apenas tenía diez años se encontró en el sótano de su casa un cuadro antiquísimo de la Sma. Virgen y quitándole el polvo, lo colocó en su habitación y le dijo a la mamá: “Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y celebraré la misa delante de este cuadro”. Sus hermanos se reían pero él estaba seguro de que sí iba a ser así.

Su padre quería que se dedicara a administrar los bienes de la familia, pero el joven deseaba ardientemente ser sacerdote. Sin embargo como ya tenía otro hermano en el seminario, el papá le negó el permiso para hacer estudios sacerdotales, añadiendo que le bastaba con tener un hijo sacerdote.

Más sucedió que el hermano seminarista murió con gran fama de santidad y entonces nuestro joven se reafirmó en su propósito de llegar a ser sacerdote. Y como su padre se oponía, un día, después de escuchar un hermoso sermón vocacional de un Padre Escolapio se puso de acuerdo con el predicador y se fugó de la casa paterna, dejando a su padre una carta pidiéndole excusas por ese atrevimiento.

El papá corrió a la casa de los Padres Escolapios a reclamar a su hijo, pero Pompilio le demostró tan grandes deseos de llegar al sacerdocio y le expuso tan fuertes razones para ello, que su padre tuvo al fin que aceptar y lo dejó en el seminario.

A los 24 años fue ordenado sacerdote y la comunidad lo dedicó a enseñar a los niños pobres de las Escuelas Pías (Escolapios se llaman los padres que enseñan en las Escuelas Pías).

Su salud era muy deficiente y una tos continua lo hacía sufrir mucho, pero a pesar de esto nunca faltaba a sus clases y sus alumnos hacían verdaderos progresos, muy notorios a todos.

Y entonces empezó a tener fama de ver a lo lejos lo que estaba sucediendo en otra partes. De vez en cuando se quedaba con la mirada fija en la lejanía y anunciaba hechos que sucedían a gran distancia. Un día estando en clase se quedó mirando hacia lo lejos y dijo a sus alumnos: “Algo grave está sucediendo a uno de los nuestros”. Luego preguntó: “¿Quién falta en la clase?”. Le respondieron: “Juan Capretti”. Se quedó un rato pensando y exclamó: “Recemos por él, porque está en grave peligro”. Luego envió a un alumno y le dijo: “Vaya a la casa de Juan y pregunte por él”. El muchacho llegó a la casa de Capretti y preguntó si sabían dónde estaba. La mamá y la hija, que se imaginaban que estaría en la escuela, corrieron a su habitación lo encontraron tendido por el suelo. Lo sacudieron y despertó de un ataque. Luego contó: “Sentí un terribilísimo dolor de cabeza y creí que me moría. Pero de un momento a otro como que una mano pasó sobre mi frente y recobré la salud”. Cuando el mensajero volvió a la clase a contar lo sucedido, el padre Pompilio dijo muy contento a los jóvenes: “Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro amigo Juan”.

Su devoción a la Sma. Virgen era inmensa. En sus ratos libres fabricaba camándulas y las regalaba a todos los que querían rezar el rosario. A todos les recomendaba: “Sean muy devotos de la Sma. Virgen María”.
Cuando después de varios años de ser sacerdote, fue por primera vez a celebrar la Santa Misa en su casa, su madre, sin recordar lo que él había dicho en su niñez, le preparó el altar frente al cuadro que de niño había sacado del sótano. Pompilio al final de la misa exclamó: “Bendito sea Dios que me ha permitido cumplir aquellas palabras que de niño dije al encontrar este cuadro de la Virgen Santa en el subterráneo: “Un día celebraré misa ante esta imagen de la Sma. Virgen”.

Los superiores lo enviaron de misionero a pueblos muy alejados, donde no había sino campesinos y pastores pobres. El andaba kilómetros y kilómetros y se le gastaban mucho sus zapatos y no tenía dinero para reponerlos. Entonces dispuso caminar descalzo y así lo hizo por muchísimos caminos. A quien le llamaba la atención diciéndole que esto era indigno de un sacerdote, le respondía: “No se afane que así andaba Nuestro Señor”. Su sotana era de lo más remendado que se encontraba, pero así imitaba también la pobreza de Jesús, y cumplía lo que dijo el Divino Maestro: “Dichosos los pobres porque de ellos será el Reino de los Cielos”. Y con estas penitencias lograba la conversión de muchos pecadores.

En Semana Santa hacía el viacrucis al vivo y él se cargaba al hombro una pesadísima cruz y descalzo subía a una montaña rezando el santo viacrucis con el pueblo. Las gentes se admiraban de su santidad y de sus penitencias y trataban de hacer también algunos sacrificios.

Fue enviado a Nápoles y allá predicaba muy fuerte contra los usureros y los que en casas de compraventa favorecen a los tramposos. Entonces los dueños de las compraventas dispusieron inventarle toda clase de calumnias y lo acusaron ante el Sr. Arzobispo. Y lograron convencerlo. El prelado les dio permiso de que llevaran la acusación ante el rey. Y tantas mentiras dijeron que el rey decretó que el padre Pompilio debía ser expulsado.

Llegaron los policías a la casa de los Padres a llevarse al Padre al destierro, pero él subiéndose a la carroza les dijo que sin permiso del superior no podía alejarse. Y por más fuerte que les dieron a los caballos, no se movieron. Entonces llamaron al Superior el cual le dijo: “Pueden irse, Padre”, y en ese momento pareció como que les hubieran soltado las patas a los caballos y salieron a galope.

Los que lo llevaban al destierro lo vieron suspirar y le preguntaron: “¿Por qué suspira, por tener que irse al destierro?”. Y él respondió: “Suspiro porque el que se inventó todas estas calumnias, le ha tocado irse ahora para la eternidad a dar cuentas a Dios”. Y así fue. Aquel mismo día el inventor de las calumnias murió de repente.

Y el pueblo de Nápoles hizo tantas manifestaciones en favor del padre Pompilio, que el rey tuvo que decretar que podía volver a la ciudad. Pero para evitar más problemas los superiores lo dedicaron a predicar en los pueblos de los alrededores.
Y sucedió que un niño se cayó a un hoyo muy profundo y parecía que se ahogaba. La mamá llamó a nuestro santo. El se puso a rezar y el agua del pozo se fue subiendo y sacó al niño hasta la orilla, sin haberse ahogado.

Sus milagros y prodigios eran continuos y maravillosos. A veces se elevaba por los aires mientras rezaba.Pero los agotadores trabajos por la salvación de las almas lo debilitaron y en 1766, cuando apenas tenía 56 años, un día en medio de sus compañeros religiosos exclamó: “Oh la Madre preciosa. La Mamá linda viene a llevarme al cielo”. Y murió dulcemente.

Petición

Quiera Dios enviarnos muchos profesores y predicadores tan entusiastas y fervorosos como San Pompilio, aunque no logren hacer tantos milagros como él.
Tened fe y nada será imposible para vosotros. (Jesucristo)