III Domingo de Pascua: ¡Es el Señor! … y se lanzó al mar
Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él.
Por: P . Sergio Córdova | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19
Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a
orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de
Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les
dice: “Voy a pescar.” Le contestan ellos: “También nosotros vamos
contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron
nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos
no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis
pescado?” Le contestaron: “No” El les dijo: “Echad la red a la derecha
de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían
arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba
dice entonces a Pedro: “Es el Señor”, se puso el vestido – pues estaba
desnudo – y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca,
arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino
unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas
brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: “Traed algunos de los
peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra,
llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos,
no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed.” Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era
el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo
el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los
discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber
comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que
éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús:
“Apacienta mis corderos.” Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de
Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le
dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: “Simón de
Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntase por
tercera vez: “¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú
sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad,
en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde
querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te
ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la clase de
muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”
Oración preparatoria
Señor, Pedro te amó mucho, pero no fue fiel en tu Pasión porque el
miedo lo dominó. A pesar de su caída, Tú no sólo le perdonas su traición
sino que lo nombras pastor de tus ovejas. Confiado en tu misericordia
hoy me acerco a Ti en esta oración, porque eres Tú la fuente de todo
bien. Ayúdame a reconocer tu presencia en mi vida y a ser dócil a tus
inspiraciones.
Petición
Señor, que nunca desconfíe de tu amor y misericordia.
Meditación del Papa Francisco
La primera, la mirada de la elección con el entusiasmo de seguir a
Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento del
pecado tan grave de haber negado a Jesús; la tercera mirada es la mirada
de la misión: ‘apacienta mis corderos’, ‘alimenta mis ovejas’,
‘alimenta mis ovejas’. Pero no termina ahí, Jesús va adelante y dice a
Pedro: Tú haces todo esto por amor, ¿y después? ¿Serás coronado rey? No.
Jesús predice a Pedro que también él tendrá que seguirle en el camino
de la cruz. Y los invito a preguntarse: ¿Cuál es hoy la mirada de Jesús
sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con
una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con
amor. Nos pide algo y nos da una misión. (Homilía de S.S. Francisco, 22
de mayo de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Tuve la oportunidad de estar en Sicilia por motivos pastorales. Me
encontraba de misión cerca de Messina, y tuve que desplazarme en dos
ocasiones al corazón de la isla, a un pueblito de montaña llamado
Troína. En menos de una hora se sube desde el mar hasta la alta montaña,
a unos 1,600 metros de altitud, no muy lejos de las estribaciones del
Etna. Durante el invierno esta zona se cubre de nieve. Al llegar al
altiplano, nos cogió una densa niebla que apenas se veía a unos cuantos
metros.
Seguramente habrás contemplado en más de una ocasión los cuadros de
Leonardo. Este gran maestro de la pintura renacentista rodea sus
paisajes de una nebulosa sugestiva, allá en la lontananza; paisajes
típicos de la Umbría, región de Italia frecuentemente cubierta de
niebla. A esa técnica pictórica leonardesca se le dio el nombre de
“sfumato”.
Juan Rulfo –famoso novelista mexicano del estado de Jalisco, autor de
“Pedro Páramo” y “El llano en llamas”— escribió en un estilo muy
realista, incorporando elementos fantásticos y míticos en su narración.
En sus páginas, la visión directa de las realidades más brutales convive
de forma fascinante con lo misterioso, lo alucinante y lo sobrenatural.
Narra acontecimientos humanos, a veces muy violentos, envolviéndolos
como entre sombras, más típicas de los sueños y de las pesadillas que de
la realidad. Por eso, los críticos de la literatura han calificado su
estilo de “realismo mágico”.
¿Y por qué traigo ahora a colación estas tres experiencias: una de la
vida real, otra de la pintura y otra de la literatura? Espero que no
sea irreverente lo que voy a decir, pero esto es lo que yo he
experimentado esta vez al leer el Evangelio de este domingo. Y, en
general, también los demás pasajes en los que se nos narran las diversas
apariciones del Señor resucitado a sus discípulos. Claro que no es
exacto. Pero he tratado de expresar, en la medida de lo posible, algo de
mi experiencia personal. Voy a ver si puedo explicarme.
San Juan nos narra en su evangelio la tercera aparición de Jesús a
sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. Tiene muchos
rasgos comunes con la primera pesca milagrosa que obró el Señor, en este
mismo lago, allá al principio de su vida pública, cuando conquistó el
corazón inquieto de aquellos pescadores: Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Milagro que nos narra Lucas en el capítulo 5 de su evangelio.
Sin embargo, el ambiente descrito es muy distinto. La primera pesca
milagrosa refleja un entorno colorido y vivamente realista. Casi hasta
podemos ver el verde de las colinas de la Galilea y el mar intenso del
mar de Tiberíades. Mientras que éste de ahora -en mi propia percepción,
al menos- respira una atmósfera especial, como si estuviera envuelto en
un halo sobrenatural, de misterio y de misticismo. Efectivamente, ¡así
como los paisajes de Leonardo! O como esa experiencia de estar en medio
de la niebla.
Los discípulos han ido a pescar. Han bregado toda la noche. En vano.
Como aquella primera pesca descrita por Lucas. De pronto, al amanecer,
se presenta Jesús en la ribera del lago, a lo lejos, y les dice que
echen la red a la derecha. Ellos obedecen, esta vez sin protestar, y
capturan una cantidad inmensa de peces. Pero ahora ya no se admiran ni
se postran a los pies de Jesús como entonces. Y, a pesar del milagro,
siguen sin reconocer al Señor hasta que Juan, el apóstol predilecto,
movido por la intuición propia del amor -que no por la visión corporal-
exclama: “¡Es el Señor!”. Pero siguen sin reconocerlo, como si estuviera
envuelto en una densa niebla que ocultara su rostro.
Más significativa aún es la frase que aparece un poco más adelante:
“Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era -añade san
Juan- porque sabían bien que era el Señor”. ¿Cómo es posible? ¡Lo
tienen enfrente y siguen aún sin reconocerlo! Lo mismo que le sucedió a
la Magdalena en el huerto la mañana de Pascua; lo mismo que les
aconteció a los discípulos de Emaús; exactamente igual a lo que les pasó
a los once en el Cenáculo. Lo estaban viendo, lo tenían delante… ¡y no
eran capaces de reconocerlo! ¿Por qué?
A esto me refería yo cuando decía que era una especie de realismo
sobrenatural, místico, -o “mágico” si queremos- en donde se mezcla lo
visible y lo invisible en una misma realidad. Ven y no ven. Miran y no
reconocen. Es esa especie de incerteza de “si será o no será el Señor”;
ese titubeo de querer preguntar a Jesús si es Él en verdad; pero, al
mismo tiempo, un respestuoso temor porque, en el fondo, saben que es Él…
Es una sensación muy extraña, pero estoy seguro de que todos la hemos
experimentado en más de una ocasión. Sentimos presente a nuestro Señor
en la oración, pero dudamos si es realmente Él, aunque la fe y el
corazón nos invitan a no temer, sabiendo que es realmente Él. O cuando
lo sentimos actuar en nuestra vida de mil maneras distintas: en un
amanecer, en una experiencia hermosa, en una amistad, en un gesto de
cariño o en una palabra de consuelo, en una bella sorpresa, en la
solución inesperada de un problema… Sabemos que es Él, aunque no lo
vemos con los ojos corporales…. ¡Así es la relación de Cristo con
nosotros desde su resurrección de entre los muertos! Por eso quiso
educar a sus apóstoles a vivir desde entonces en esta nueva dimensión.
Yo creo, en definitiva, que estas narraciones pascuales reflejan muy
bien nuestra vida cristiana: tenemos que avanzar casi sin ver, como
entre sombras, guiados sólo de la FE en Cristo resucitado y animados de
una grandísima esperanza y de un amor muy encendido a Él. Es la única
manera como podemos relacionarnos con Jesucristo desde que Él resucitó
de entre los muertos. Y el único camino para poder “verle”,
experimentarle, gozar de su amor y entrar en su eternidad ya desde
ahora, sin salir de este mundo. Pidámosle hoy esta gracia.
Diálogo con Cristo
Señor, sé que cuando me has pedido algo, me has dado la gracia para
responder. Ayúdame a no dejar que la pereza o la irresponsabilidad me
impidan cumplir tu voluntad. Tú me invitas a darme con una entrega
generosa, total, radical, constante, auténtica, conquistadora y
sacrificada; cuenta conmigo, Señor; con tu gracia todo es posible.
Propósito
Preferentemente en familia, hacer unos minutos de adoración ante Cristo Eucaristía.
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